VOLVERNOS HACIA EL DIOS QUE NOS LLAMA Iniciábamos este itinerario de fe como familia Vedruna allá por el mes de noviembre. Juntos, como comunidad creyente, nos pusimos en camino con el deseo avivar, fortalecer y compartir nuestra fe, así como de estrechar los lazos de familia. En ese primer tramo del camino descubrimos que la realidad cotidiana es el lugar donde Dios sale a nuestro encuentro y nos dirige su Palabra; y miramos, además, a los testigos que, como Abraham, nos ponen de manifiesto que creer es confiar, a veces contra toda esperanza, fiados totalmente de Dios. Y así, con Abraham y la nube de testigos que nos rodea (Hb 12,1) podemos decir con toda verdad que los que esperan en el Señor no quedan defraudados (Sal 24,3). Comenzamos ahora el tiempo de cuaresma, tiempo privilegiado que la Iglesia nos ofrece a todos los creyentes para resituar nuestra vida en clave de fe; tiempo de gracia, oportunidad de escuchar y volvernos al Dios que nos llama y desea encontrarse con nosotros de una manera nueva; abrir nuestro corazón al Dios que, si le dejamos, nos lleva de la mano por el camino que conduce a la Vida. En apariencia, ese camino parece conducir a la muerte: una cruz se perfila en el horizonte y puede aparecer la tentación de abandonar el camino, de darnos la vuelta. Pero, si nos determinamos confiadamente en avanzar, aunque sea cuesta arriba, viviremos la experiencia de que esa subida dura e incierta, desemboca en una vida más auténtica, y comenzaremos a entender las palabras de Jesús: “El que pierda la vida por mí, la ganará” (Mt 16,25). La cuaresma es ocasión privilegiada para escuchar a Dios y volvernos hacia Él. En esto consiste la experiencia de conversión; una invitación, un ofrecimiento, la llamada del Señor a girarnos hacia Él. Estemos donde estemos y estemos como estemos, Dios nos está esperando. Ponte delante de Dios con todo lo que eres, sin dejar nada fuera, gírate hacia Él… En este momento de tu vida… ¿dónde estás? ¿Cómo está tu fe? Háblale al Señor de todo ello, de vuestra historia de relación. Pídele que avive en ti el deseo de encontrarte con Él. Y haz silencio dentro de ti para poder escuchar-le La palabra “conversión” puede parecer que no nos dice nada; sin embargo, es un término lleno de riqueza. En la Biblia se designa con dos términos griegos: epistrofé: retorno, cambio de rumbo, y metanoia: transformación de la mente, del corazón. Se trata de un cambio de rumbo de una vida centrada por la opción del pecado en sí misma, y que hace girar todo, personas y cosas, en torno a uno mismo, a otra forma de vida, que nos lleva a reconocer a Dios como centro y meta hacia la que orientar la existencia. En realidad, hay una situación previa a esas dos posibles orientaciones de la vida. Porque, justos o pecadores, creyentes o no creyentes, todos estamos agraciados 1 por la presencia originante de Dios, en quien “vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28). Por todo ello, podemos hablar de conversión como cambio de rumbo, como retorno a un Amor que nos precede, ese amor primero que un día nos llevó a decir “aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” (Sal 39,8), respondiendo así a una llamada, a una vocación, al proyecto de Dios para cada uno de nosotros; un proyecto de vida plena que un día nos apasionó y nos cambió la vida. El profeta Oseas nos ayuda a ahondar en este retorno a nuestra vocación originaria. Este profeta amó a una mujer que no le correspondió, fue tras ella, la trajo de nuevo a su casa y descubrió en su propia historia la historia de amor gratuito e incondicional de Dios con su pueblo. “Pero yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y le hablaré al corazón… y ella me responderá como en los días de su juventud, como el día en que salió de Egipto… Te desposaré conmigo para siempre, te desposaré en justicia y derecho, en amor y en ternura; te desposaré en fidelidad y tú conocerás al Señor”. (Os 2,16.17b.21-22). Dios toma la iniciativa, desea conducirnos al desierto como lugar en donde se hace posible la escucha. El desierto como espacio de vulnerabilidad, de necesidad, de silencio; donde nos experimentamos débiles, cansados y sedientos; donde, de repente, descubrimos que no nos bastamos a nosotros mismos. Por ello, el desierto es lugar apropiado para la escucha, para el encuentro. En el desierto, la palabra del Señor se dirige directamente al corazón, al centro de la persona, donde se hallan, según la palabra hebrea leb (corazón), no solo los sentimientos, sino también nuestros recuerdos, pensamientos, proyectos, nuestras opciones y decisiones, nuestra conciencia. En el texto, nada se dice de la conversión previa de la mujer. El acento recae con toda la fuerza en el amor gratuito de Dios. Por ello, el mensaje del profeta Oseas resulta desconcertante. Nuestra lógica sigue los siguientes pasos: pecado – conversión – perdón. La gran novedad de Oseas es que invierte el orden: el perdón antecede a la conversión. Dios perdona antes de que el pueblo se convierta, aunque no se haya convertido. Juan repetirá esta idea en su primera carta: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1Jn 4,10). Esto no significa que la conversión sea innecesaria, pero ésta se produce como respuesta al amor de Dios, no como condición previa al perdón. 2 Es tiempo oportuno para dejarte conducir al desierto…Para escuchar esa palabra que te habla directamente al corazón. Déjate seducir, vuélvete a Él y descubre en lo más hondo de ti ese Amor gratuito e incondicional que Él te ofrece. Quizás esta canción puede ayudarte en tu oración: SEDUCIDA Me fui detrás de quien me daba mi pan y mi agua; y aún así moría de hambre y de sed, detrás de quienes me vistieron de lino y de lana, y hecha un desierto, desnuda y vacía quedé. Contemplo a quienes son los hijos de mis entrañas, a quienes son los hijos de prostitución: se llaman “no-compadecida” y “no-mi pueblo”, sus nombres marcan mi vida, mi sino, mi piel. Por eso ahora grito: Voy a volver a Él, a mi primer marido, el que me alimentó de trigo, mosto y aceite... sin embargo yo de él me olvidé y no lo reconocí. YO TE VOY A SEDUCIR, TE LLEVARÉ AL DESIERTO Y TE HABLARÉ AL CORAZÓN. Y TÚ ME RESPONDERÁS COMO CUANDO ERAS JOVEN Y EN MÍ HALLASTE LA LIBERACIÓN (2). Es Él quien ha sembrado en mí la paz y la vida; sólo a Él diré: “Esposo mío”, Él ha borrado de mi boca cualquier otro nombre, es Él quien ha cubierto mi desnudez. Su amor ha fecundado la tierra que habito y ha puesto un nombre nuevo al ser de mi ser: ahora son “compadecida” y “mi pueblo”. A Él, mi Dios, me entrego; sólo a Él conoceré. Por eso ahora grito... YO TE VOY A SEDUCIR... Y YO TE DESPOSARÉ CONMIGO PARA SIEMPRE EN JUSTICIA Y DERECHO. Y TÚ ME CONOCERÁS EN AMOR Y EN COMPASIÓN, FIEL EN MI FIDELIDAD. YO TE VOY A SEDUCIR… Ain karem, del cd Alégrate 3 MIRAMOS A LOS TESTIGOS: LA SULAMITA Vamos a acercarnos ahora a la protagonista del Cantar de los Cantares. Este libro tiene un punto de partida profundamente humano, signo de la encarnación viva de la palabra de Dios. El amor humano, que es sin duda el lazo de unión de toda la composición, nos puede ayudar a reflexionar sobre la historia de amor entre Dios y la humanidad, entre cada uno de nosotros y el Señor. Te invitamos a acercarte a esta mujer como testigo de la fe y a acercarte a este libro, quizás desconocido para ti o no muy familiar. Mira lo que S. Bernardo dice de él: "Se trata de un cantar que sólo puede enseñarlo la unción y sólo puede aprenderlo la experiencia. El que goce de esta experiencia, lo identificará en seguida. El que no la tenga, que arda en deseos de poseerla, y no tanto para conocerla como para experimentarla”. Sulamita es el nombre propio que algunos autores nos han transmitido acerca de la protagonista de este libro. Entre tantos significados diferentes podemos subrayar aquel relacionado con Salem, interpretado popularmente como “visión de paz”, o lugar de reposo. Su nombre nos puede ayudar a recordar que la "belleza" de una persona también está en su capacidad de recrear la paz, de ofrecer un espacio de relación donde cada uno/a podemos ser en libertad y podemos descansar. Al comenzar este poema se nos dice: "Me pusieron a guardar las viñas y mi propia viña no la guardé" (Cant 1,6b). La viña es el símbolo de lo que más vincula a un israelita con la tierra en la que el Señor los había introducido y que considera como don suyo. Es desde el reconocimiento de que "Él es mi amado", no desde el juicio ni la moral, desde donde esta mujer se da cuenta de que ha descuidado lo que le ha sido entregado. La fe es don de Dios, pero también tarea y responsabilidad nuestra. Hoy nos paramos y podemos reconocer que muchas veces la "descuidamos", no la alimentamos... y así, ¿cómo crecerá?, ¿cómo nos ayudará a mirar la realidad con los "ojos del corazón"?, ¿cómo nos sostendrá en los momentos de dificultad? Sólo desde el encuentro con Dios puede darse en nosotros, como se da en la Sulamita, este deseo de cambio. La Sulamita, además, nos invita a escuchar y a mirar: "¡La voz de mi amado! Miradlo cómo viene saltando por los montes, brincando por las colinas" (Cant 2,8) Se nos hace necesario pararnos a escuchar Su voz entre tantas voces que nos llegan cada día, mezclada en los acontecimientos de cada jornada, entre las necesidades que gritan su ausencia... la fe necesita actualizarse en lo cotidiano, desde el encuentro personal con el Señor. Este hábito nos "entrena" para poder afinar el oído y aclarar la mirada. La fe nos mueve y nos ayuda a distinguir su voz entre tantos sonidos de la realidad. 4 ¿Cómo es mi oración cotidiana? ¿Cuándo me paro para darme cuenta dónde escucho "su voz"? En esa escucha la Sulamita sabe percibir la invitación de Dios: "Levántate, amada mía, preciosa mía, ven. Que ya ha pasado el invierno" (Cant 2,10-11). Compartimos con esta mujer creyente su fe, también sus dudas; incluso sus momentos de increencia. Porque el invierno se puede hacer muy duro, lo sabemos, muy largo el camino sin acabar de encontrarnos con Él. Por eso también nos ponemos en camino en este itinerario hacia la Pascua. Nos damos cuenta que no podemos dar por supuesto que Dios ocupa el centro de nuestra vida, aunque lo deseemos como creyentes y muchas veces lo digamos así. Nos hace bien identificarnos con otros en su camino de búsqueda de Dios; encontrarnos como Jairo, en su "ir y venir" en la fe, cuando exclama en un diálogo con Jesús: "¡Creo, pero ayuda a mi increencia!" (Mc 9, 24b). Que es como decir: "Creo en ti, Jesús, pero al mismo tiempo, en este decirme y saberme creyente, en la práctica, no creo. Ayúdame". Lo propio de la fe es el claro-oscuro, no lo olvidemos. Isaías, hablando de una práctica habitual del tiempo de cuaresma -el ayuno- nos anima a vivir de cara a Dios así: "Si alejas de ti toda opresión, si dejas de acusar con el dedo y de levantar calumnias, si repartes tu pan al hambriento y satisfaces al desfallecido, entonces surgirá tu luz en las tinieblas y tu oscuridad se volverá mediodía. ... Serás como un huerto regado, como un manantial inagotable." Is 58, 10-11 El encuentro con el Señor en lo profundo del corazón nos ha de llevar también al movimiento, a levantarnos, a ponernos en camino. Creer es salir al encuentro y construir otro mundo posible junto a otras/os. ¿Cuál es tu experiencia? ¿Notas que tu fe te mueve a realizar gestos concretos? ¿Descubres que tu actuar hace crecer tu fe? ¿Vives la fe como don, como fuente? 5 "Me decidí y busqué al amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré. Me levanté, recorrí la ciudad y las plazas, buscando al amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré (Cant 3,1-2). No dejé de preguntar: ¿Habéis visto al amor de mi alma?" (Cant 3,3) Después de buscar y preguntar: "Encontré al amor de mi alma, lo abracé y no lo soltaré" (Cant 3,1-4). Esta mujer ha decidido hacer el camino de encuentro con Dios, poner de su parte todo lo que tiene. Toda su persona entra en juego. No deja de "preguntar" por él. Es constante en su intento, en su búsqueda. ¿Recordáis a la mujer de las diez monedas? Su tesón y su empeño dan finalmente resultado. Como la esperanza, la fe cristiana es profundamente dinámica, empeñativa. (Empeñarse: dedicar alguien su tiempo a la consecución de un objetivo). ¿Qué puedes decir de esta experiencia de la fe como fuerza "empeñativa"? La voz de Dios cada vez se hace más clara en la experiencia de esta mujer. Nos puede pasar lo mismo si nos habituamos a escuchar su Palabra, a buscar-le en la realidad, a mantener vivas las fuentes de la fe: "¡Vuelve, vuelve, Sulamita; vuelve, vuelve, para que te veamos!" (Cant 7,1a). Este "¡vuelve!" es tan deseado que se solicita hasta ¡cuatro veces!, es como poner toda la fuerza y empeño en que se de ese "¡vuelve!". No se trata de un volverse sin más, es un volverse de girarse, girar sobre los talones, dar una vuelta completa, es el giro de la amada hacia el amante. No es pedir que regrese, pues ella no se ha alejado del todo nunca, es pedirle que gire retornando a un amor siempre renovado. Deja que resuena dentro de ti este "¡vuelve!" de Dios hacia ti. ¿Qué provoca en ti esta Palabra de Dios? ¿Qué sentimiento te suscita? ¿Hacia qué te sientes movido/a? MIRAMOS A JESÚS En el primer domingo de cuaresma la liturgia de la Palabra nos invita a contemplar a Jesús, que es conducido al desierto para acoger la Palabra escuchada en su corazón en el momento del bautismo, texto que precede en el evangelio de Mateo a las tentaciones en el desierto. En la escena del bautismo, Jesús escucha la voz del Padre que nos revela que Él es su Hijo Amado, su predilecto, el objeto de su complacencia. Esta es su identidad. Podríamos decir que Jesús necesitaba tiempo para asentar en los cimientos de su ser una Palabra que le des-centraba para siempre de sí mismo y le situaba a la sombra de la ternura incondicional de Alguien mayor. Los evangelistas presentan su estancia en el desierto como un tiempo de lucidez, haciéndonos ver que la relación filial de la que Jesús ha tomado plena conciencia ha 6 iluminado de tal manera su mirada, que le ya era imposible confundir a Dios con los falsos ídolos que le presenta el tentador: un dios en busca de un mago y no de un Hijo; un dios contaminado por las vacías pretensiones de lo peor de la condición humana: poseer, brillar, hacer ostentación de poder, ejercer dominio. En la escena de las tentaciones vemos a Jesús reaccionando lo mismo que a lo largo de toda su vida: aferrado y adherido afectivamente a lo que va descubriendo como el querer de su Padre: la vida abundante de los que ha venido a buscar y salvar. No ha venido a preocuparse de su propio pan, sino de preparar una mesa en la que todos puedan sentarse a comer. No ha venido a que le lleven en volandas los ángeles, a acaparar fama y "hacerse un nombre", sino a dar a conocer el nombre del Padre y a llevar sobre sus hombros a los perdidos, como lleva un pastor a la oveja extraviada. No ha venido a poseer, a dominar o a ser el centro, sino a servir y dar la vida. Lo que "salva" a Jesús de caer en los engaños del tentador es su ex-centricidad, su estar referido al Padre y a su Palabra, y desde ese Centro recibirá el impulso de abandonar del desierto, y se dejará llevar por la corriente de aproximación de Dios comenzada en la encarnación. A partir de ese momento, lo veremos caminando por Galilea, entrando en relación, anunciando el Reino, creando comunidad, buscando colaboradores, acercándose a la gente, contactando, entrando en casas, acogiendo, curando, enseñando: "Jesús recorría Galilea entera, enseñando en aquellas sinagogas, proclamando la buena noticia del Reino y curando todo achaque y enfermedad del pueblo. Se hablaba de él en toda Siria: le traían enfermos con toda clase de enfermedades y dolores, endemoniados, epilépticos y paralíticos, y él los curaba. Lo seguían multitudes venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania." (Mt 4, 23-25) Busca un rato de “desierto” para acercarte a Jesús y ponerte, como Él, a solas con el Padre. Lee la narración de las tentaciones y ponte a mirar a Jesús para conocerle más profundamente. (Mt 4,1-11) Déjate atraer por esa manera de ser suya, habla con Él de tus propias tentaciones, pídele que te ayude a hacer opciones y a establecer prioridades parecidas a las suyas. Pide la gracia de que Él sea cada vez más el centro de tu vida. 7 SÓLO TÚ Yo soy el Señor, volveos hacia mí para salvaros. Yo soy el Señor, ningún dios fuera de mí. (2) Yo soy tu Señor, ven hacia mí y apaga tu sed, yo soy tu Señor, quien te hace ver mi salvación. Tú eres mi Señor, en ti renuevo mi esperanza, Tú eres mi Señor, ningún bien fuera de ti. (2) Ain Karem, del cd Busca mi rostro Aquí está de nuevo la Cuaresma, dándonos la buena noticia de que tenemos otra oportunidad para volver a nuestro Dios y dejarnos seducir por Él. Otra vez resuena en nuestros oídos la invitación de la carta a los Hebreos: "Así pues, nosotros, rodeados de una nube tan densa de testigos, desprendámonos de cualquier carga y del pecado que nos acorrala; corramos con constancia la carrera que nos espera, fijos los ojos en el iniciador y consumador de la fe, en Jesús." (Hb 12,1-2). Y así, rodeados de la nube de testigos continuamos nuestro camino hacia la Pascua. BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA: ALEIXANDRE, D. La hendidura en la roca. Variaciones sobre el cantar de los cantares. PPC, Madrid (2010). SICRE, J.L. Profetismo en Israel. Verbo Divino, Estella (1992) ALEIXANDRE, D. Hacerse discípulo. CCS, Madrid (2012) MARTÍN VELASCO, J. Orar para vivir. PPC, Madrid (2008) 8