Lealtad, fidelidad, respeto a la palabra dada, espíritu crítico, unidad 1. La fidelidad es una virtud que lleva a ser firme y constante en la ejecución de los compromisos moralmente rectos que se han adquirido y a no faltar a la palabra dada. Es virtud esencial en el buen desarrollo de la vida social (relaciones con los demás) y en las relaciones con Dios. San Josemaría la ve íntimamente unida a la santidad misma y al apostolado, en cuanto llamada divina –vocación- y respuesta a esa llamada: “Cristo ha puesto como condición, para el influjo en la actividad apostólica, la santidad; me corrijo, el esfuerzo de nuestra fidelidad, porque santos en la tierra no lo seremos nunca. Parece increíble, pero Dios y los hombres necesitan, de nuestra parte, una fidelidad sin paliativos, sin eufemismos, que llegue hasta sus últimas consecuencias, sin medianías ni componendas, en plenitud de vocación cristiana asumida y practicada con esmero” (Amigos de Dios, n. 5). 2. Fidelidad, lealtad y perseverancia. En los escritos y la predicación de nuestro Padre, junto a la fidelidad ocupa un lugar importante la lealtad, como si fueran conceptos prácticamente equivalente. A veces, sin embargo, parece que la distingue, considerándola como el sustrato meramente humano de la fidelidad que, como virtud sobrenatural, asume la lealtad humana y la eleva al orden de la gracia. En esa línea, acostumbra a recurrir a imágenes y modelos de lealtad humana para ilustrar la fidelidad cristiana como tal, sin olvidar que, para él, lo humano y lo divino deben estar siempre armónicamente unidos. Íntimamente ligada a la fidelidad está también la “perseverancia”, que vendría a ser su consecuencia principal, su manifestación más visible. Mas aún, no hay verdadera fidelidad si no es perseverante, si no se vive siempre y para siempre. 3. Esa lealtad humana que es la base de la fidelidad, es la que nos salva cuando la visión sobrenatural de la divinidad de nuestra vocación se nos nubla (puede pasar, que por una temporada, Dios permita que no veamos tan clara nuestra vocación como cuando pitamos) y en esos casos extremos, o no tan extremos pero esos casos donde las cosas cuestan más, humanamente hablando, es cuando nuestro sentido de lealtad nos lleva a no abandonar los compromisos asumidos, la palabra de hombres. La fidelidad es anticipar la verdad, ser fiel a la palabra dada, lo que digo es verdad, porque lo hago. 4. También porque no se puede ser fiel a la vocación, ni por tanto perseverante, si no somos leales en lo pequeño de cada día, que es lo que tenemos hoy y ahora, no una suposición o un futurible. Ser leales significa que si me comprometí con el que me lleva la charla a verlo a la hora señalada, no lo dejo "clavado". Ser leales significa que si un amigo tiene una dificultad que me va a implicar una dedicación de tiempo tal que me va a arruinar todos los planes que ya tenía armados, o hasta tener que luego soportar una bronca de la novia, le voy a dedicar ese tiempo que él necesita, y luego ni siquiera me voy a intentar justificar… ser leales, es, en definitiva, poner mis compromisos con los demás y con Dios por encima mío, de mis intereses, de mí comodidad o conveniencia. 5. En cosas más grandes, el cumplimiento de mis compromisos con Dios y con la Obra, se manifiestan en no dejar de asistir –por ejemplo- a los medios de formación que con tanto esfuerzo y cariño esta madre nos brinda: la convivencia, el curso de retiro, los círculos cada semana! 6. Esta lealtad, a su vez, se manifiesta en todo otro campo, que es –como decíamos al principio- la base para el buen desarrollo de la vida social o nuestras relaciones con los demás. Esto implica que nunca de nuestra boca saldrán palabras de crítica hacia nadie a espaldas del interesado. Si tengo algo para corregir o veo algo que no va, lo digo de frente: por lealtad, para que esa persona o institución pueda mejorar. Esto es exigible aún más, si cabe, en el seno de la propia familia, y en la Obra, que es nuestra familia. Por eso nunca murmuramos ni hablamos mal de nadie en casa, ni en una tertulia, ni en un pequeño grupo, ni siquiera en una charla privada entre pocos o entre dos. Es algo en lo que nuestro Padre fue siempre muy claro, que debíamos evitar esto y cortar inmediatamente a quien lo estuviera haciendo. Es una falta grave contra la unidad de la Obra, que es algo que todos tenemos que cuidar, no solo los directores. 7. De hecho, en los compromisos que se asumen al hacer la Fidelidad, que algunos no han hecho, pero que nos sirve a todos considerar (además de desear ardientemente alguna vez hacer esta incorporación definitiva a la Obra) se dice: “yo ..., por mi honradez cristiana, me comprometo a cuidar con especial diligencia lo que sigue: 1º — con respecto a la Prelatura: evitar sinceramente, por mi parte, todos aquellos hechos o palabras que, en cualquier modo, puedan atentar a la unidad espiritual, moral o jurídica del Opus Dei. Y si estas cosas fueran hechas o dichas por otros miembros, no tolerarlas y corregirlas, según parezca oportuno en la presencia del Señor; 2º — con respecto a todos y cada uno de los Directores del Opus Dei: a) evitar cuidadosamente, por mi parte, las murmuraciones que pudieran disminuir su fama o restar eficacia a su autoridad; y, de modo semejante, rechazar las murmuraciones de los otros, y no consentirlas en ningún modo; b) ejercitar la corrección fraterna, según el espíritu del Opus Dei, con mi inmediato Director, cuando, considerado el caso en la presencia de Dios, la corrección parezca conveniente al bien de la Prelatura. Si, pasado un prudente espacio de tiempo, advirtiera que la corrección no ha sido atendida, y el bien evidente del Opus Dei lo exige o aconseja, daré a conocer todo el asunto al inmediato Director Regional o Central o al Padre, dejaré la cosa plenamente en sus manos, y no volveré a preocuparme más de ello…” 8. Allí podemos comprobar cómo la manera de encauzar esas cosas que vemos o que pensamos que están fuera de lugar, es como debemos encauzar todo en la Obra: de frente, con lealtad, y a través de la corrección fraterna. Por tanto, tenemos el derecho y el deber de corregir a los directores, y ellos tienen (tenemos) el derecho a que nos la hagan. No podemos justificarnos en que tenemos menos formación, o menos tiempo en casa, seamos leales con todos, Numerarios, Agregados y Supernumerarios. 9. Lealtad a la Iglesia. Para nuestro Padre, la fidelidad a Dios era inseparable de la lealtad a la Iglesia, que es cuerpo de Cristo y templo del Espíritu Santo. “Estamos contemplando el misterio de la Iglesia Una, Santa, Católica, Apostólica. Es hora de preguntarnos: ¿comparto con Cristo su afán de almas? ¿Pido por esta Iglesia, de la que formo parte, en la que he de realizar una misión específica, que ningún otro puede hacer por mí? Estar en la Iglesia es mucho: pero no basta. Debemos ser Iglesia, porque nuestra Madre nunca ha de resultarnos extraña, exterior, ajena a nuestros más hondos pensamientos (…). Si acaso oís palabras o gritos de ofensa para la Iglesia, manifestad, con humanidad y con caridad, a esos desamorados, que no se puede maltratar a una Madre así. Ahora la atacan impunemente, porque su reino, que es el de su Maestro y fundador, no es de este mundo”.