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El Dios de la alianza en algunos salmos
Felipe Zegarra Russo
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En 1989 escribí un primer artículo sobre los Salmos1 , en el que intenté resaltar el tema de la vida
como el de un don o, mejor, el gran don de Dios. Seis años después volví sobre este heterogéneo
libro de oraciones del Primer Testamento2, utilizado en la vida diaria de la Iglesia, esta vez con el
deseo de mostrar lo poco adecuado de seguir hablando sobre los «10 mandamientos», cuando las
versiones disponibles de la Biblia nos hablan más bien de «10 palabras», en el contexto de una
alianza con «una casi obvia connotación afectiva», que me llevó a hablar de una moral de
comunión; y, cuando la mayor reflexión sobre ellos, el salmo 118, está marcada, sí, por una
experiencia de sufrimiento, pero a la vez por una actitud de confianza, de alegría y
bienaventuranza, la «ley» es vista como palabra de vida, como un camino, realidad que está en lo
profundo del corazón; por eso es buscada con ansia, se la acepta como don y motivada por el
amor, hasta producir deleite.
Quiero ahora regresar sobre algunas de las oraciones del Salterio para indagar sobre cómo es
vista, en el largo período de los profetas contemporáneos a los salmistas y sobre todo a la crisis
creciente de la monarquía judía, la relación de alianza con Dios. Eso me lleva a ver cómo
«identifican» al Dios de la Biblia el autor (salmista) y el lector u orante judío o cristiano, e indicar en
lo que el encuentro con Él produce en la vida de los creyentes.
Debo señalar que, después de sucesivas consideraciones, he restringido mi presentación a seis de
los 31 salmos que había predeterminado, no sólo por razones de brevedad, sino para hacer más
coherente el tema escogido y no dispersar tanto la atención. Los textos que aquí presento
corresponden a distintas categorías o familias de Salmos3.
Echemos una mirada al más breve de los salmos, un himno o salmo de alabanza:
“Alaben al Señor todas las naciones,
aclámenlo, todos los pueblos:
firme es su amor con nosotros,
su fidelidad dura por siempre
¡Aleluya!”
(Salmo 116).
Es evidente el sentido genérico, suprahistórico, del texto. Encontramos allí dos «rasgos» de Dios que
se repiten en los profetas escritores, desde Oseas (750 a.C.). Amor viene de una raíz que se refiere
a gestos concretos de afecto o solidaridad4; puede ser traducida de diversas formas (amor,
bondad, piedad, favor, gracia), de acuerdo al contexto. En algunos textos expresa la lealtad a la
alianza entre Dios y el pueblo. El otro «rasgo» es la fidelidad, cuya raíz5 alude a la consistencia o
solidez de algo o alguien (¡cuántas veces en la Biblia se afirma de Dios que es «roca»!). El
paralelismo, característico de la poesía hebrea, y que acá se da entre las líneas tercera y cuarta,
hace que ambos términos se refuercen recíprocamente, acentuando la permanencia o estabilidad
del afecto de Dios con nosotros.
Semejante es el verso siguiente, tomado de una acción de gracias individual, en el que aparece la
mención expresa de las entrañas o, mejor, del útero6. Obviamente, Dios no tiene útero y no lo
tienen tampoco los varones de los que nos habla la Biblia; pero, en la lengua concreta que es el
hebreo, este órgano femenino es el único que, en la especie humana, se conmueve profundamente
por la presencia del “otro” algo que el vocablo griego sympathía o las palabras castellanas
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Felipe Zegarra Russo. Sacerdote diocesano. Profesor principal de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas
de la PUC. Miembro del Departamento de Teología de la misma Universidad.
** Revista Páginas 172, Volumen XXVI, Diciembre 2001.
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compasión o misericordia se limitan a sugerir. Siempre, más que al concepto abstracto de
eternidad, se aproxima al de fidelidad. Por lo demás, encontramos aquí una forma especial de
unión entre los términos amor y fidelidad, que los sobredetermina mutuamente7 y lo hace en
beneficio del salmista y del orante (me, reiterado).
“Señor, no me cierres tus entrañas,
que tu amor y tu fidelidad
me guarden siempre”
(Salmo 39,12).
Los extractos que siguen son más amplios. En ellos, el vocabulario se enriquece. En el himno que
cito a continuación, el esquema temporal se torna más complejo:
“Muéstranos, Señor, tu bondad
y danos tu salvación.
Voy a escuchar lo que dice el Señor:
‘Dios anuncia la paz
a su pueblo y a sus amigos
y a los que se convierten de corazón’.
La salvación está ya cerca de sus fieles
y la gloria habitará en nuestra tierra;
el amor y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra
y la justicia mira desde el cielo.
El Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él,
la salvación seguirá sus pasos”
(Salmo 84,814).
A los términos antes encontrados se suman en este salmo otros, como salvación (tres veces), paz8,
gloria noción que el Antiguo Testamento reserva a Dios, y justicia9 (dos veces). Desde que se repite
la estrecha conexión entre amor y fidelidad, y a lo largo de cuatro versos, el salmista se sitúa en un
presente que podemos considerar intemporal o suprahistórico, si bien el texto tiene precisiones
comunitarias (nos, pueblo, fieles, nuestra). El pasaje está indudablemente cargado de lirismo,
como ocurre en algún otro salmo (35,68) y en textos de los profetas reunidos en el libro de Isaías.
La mención de tierra en paralelo con cielo, seguida por el don de la lluvia y el fruto de la tierra,
insinúa, como en Génesis 2,5 y en la poesía de Isaías, la colaboración entre Dios y la humanidad.
La mayor parte del texto se orienta hacia el futuro, sea en la forma de plegaria (muéstranos,
danos), sea en la perspectiva del anuncio que Dios hace a su pueblo y, hacia el final, como
declaración de certeza o confianza en el Dios justo y salvador.
La colaboración sugerida en este salmo se torna precisa en las tres oraciones que siguen, pues en
ellas se nombra o se da por supuesto el tema primordial del pacto o alianza (hebr. Berith)10 que
Yahveh estableció en el monte Sinaí entre Él e Israel (ver Éxodo, cc. 1924), y que más tarde los
profetas Jeremías (31,3134) y Ezequiel (36,2428) anunciarán como una realidad nueva, abriendo
así en el tiempo una tensión extrema entre la promesa y el cumplimiento11.
El salmo 24 es una lamentación individual (mi juventud, mí), pero en su segunda parte, en cierto
modo impersonal, tiene un sentido transhistórico: el recuerdo, referido al pasado, es invocado en
función del presente y futuro del salmista u orante. En cuanto a los “rasgos” de Dios, tu ternura y tu
misericordia vienen de voces ya conocidas: jesed y raham, vocablo éste último que alude a la
conmoción entrañable, visceral, o más exactamente uterina. Gracia traduce acá una segunda
mención de jesed. Bondad y bueno vierten literalmente tub. La rectitud que Dios comunica a los
humildes es indicada con la raíz ya conocida de mishpat12. Vuelve a presentarse aquí la densa
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expresión jesed we emeth. Son estos los “rasgos” de Yahveh, el Señor, aliado de Israel. Por eso, al
final aparecen los aliados del Señor:
“Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
no te acuerdes de los pecados
ni de las maldades de mi juventud;
acuérdate de mí con tu gracia,
por tu bondad, Señor.
El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes.
Las sendas del Señor son amor y fidelidad,
para los que guardan su alianza y sus mandatos”
(Salmo 24,610).
El salmo 88 es un salmo real, como puede verse en la mención de David (vv. 4, 21, 36, 50) y en las
múltiples alusiones al rey o ungido (vv. 5, 19, 20, 2124, etc.). La alianza a la que se refieren los vv.
4, 29, 35, y también 40, es precisamente el pacto con la dinastía o “casa” de David (ver II Samuel
7,117); es una alianza que se incluye en la alianza mayor, la que fue pactada con todo el pueblo de
Israel y en función de ella. En el v. 50 aparece como motivación el pasado de mercedes o
misericordias, pero en los vv. 25, 2930, 3435, 3738 Dios habla del futuro de la dinastía real, en
cuanto ella permanezca, a su vez, fiel al pacto establecido. Se trata de la continuidad de una
historia de salvación así la llaman los especialistas, es decir, de la fidelidad de Dios a su
compromiso con su pueblo o con su ungido:
“Cantaré eternamente las mercedes del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: ‘Tu amor es un edificio eterno,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad’.
‘Sellé una alianza con mi elegido…’
El cielo proclama tus maravillas, Señor,
y tu fidelidad, en la asamblea de los ángeles…
Señor de los ejércitos, ¿quién como tú?
El poder y la fidelidad te rodean…
Justicia y derecho sostienen tu trono,
amor y fidelidad te preceden…
‘Mi fidelidad y amor lo acompañarán,
por mi Nombre crecerá su poder…’
‘Le mantendré eternamente mi amor,
y mi alianza con él será fiel…’
‘No les retiraré mi amor,
ni desmentiré mi fidelidad,
no violaré mi alianza
ni cambiaré las palabras de mis labios…’
¿Dónde están, Señor, tus antiguas mercedes
que por tu fidelidad juraste a David?”
(S. 88,23.4.6.9.15.25.29.3435.50).
El plural mercedes, al principio y al final del extracto citado, interpreta jasde, de la familia de jesed;
en ambos casos, aparece en paralelo el término fidelidad, que vuelve dos veces, la primera en
paralelo con tus maravillas (las obras que Dios realiza a favor del pueblo) y la segunda en pareja
con el poder. Pero la pareja amor y fidelidad se presenta otras cinco veces, tres en paralelo
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complementario y en otras dos oportunidades formando pareja, la primera (v. 15) en la ya conocida
fórmula jesed we emeth, y la segunda (v. 25) en orden invertido. Ambos rasgos marcan
definitivamente la percepción que el orante tiene de Dios en este salmo, pero también se
encuentra, en el v. 15, otra pareja habitual en la Biblia, la de justicia y derecho.
En el himno que sigue, encontramos una primera mención del pecado que, en una concepción
frecuente antes del exilio (es decir, antes del profeta Ezequiel y del libro de Job), se pone en
paralelo con las dolencias o enfermedades; en concordancia con ello, a continuación se presenta
el rescate de la fosa, en hebreo sheol, el lugar de los muertos, y cuya versión al latín (inferos,
lugares inferiores) dio lugar a la imagen del infierno. En este caso he debido atender mucho la
traducción, para comunicar mejor el sentido de cada frase. Dos veces he escrito “justicia” donde,
literalmente, habría que haber puesto salvación. No se produce aquí la aliteración jesed we emeth
y, más aún, fidelidad no aparece. Los términos como amor (dos veces), bondad, piedad (jesed en
los cuatro casos, y vertido diversamente por razón del contexto) se yuxtaponen a otros que en
castellano y en su significado son muy cercanos, como compasión y clemencia, configurando así la
visión que este salmo tiene de Dios. En el v.13 he preferido escribir ternura al traducir riham, de la
familia de rehem. Más allá del vocabulario utilizado y de la explícita relación a la primera o antigua
alianza, la imagen de Dios es muy cercana al ser humano (oprimidos, fieles, hijos); es el v. 14 el
que mejor expresa eso: porque él conoce13 nuestra masa, se acuerda que somos de barro. El
salmo es supratemporal, la relación de alianza y proximidad dura siempre:
“El perdona todos tus pecados,
y cura todas tus dolencias;
él rescata tu vida de la fosa
y té colma de amor y de compasión…
El Señor hace justicia (lit. salvación)
y defiende el derecho de todos los oprimidos…
El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la ira y rico en piedad…
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles…
como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles,
porque él conoce nuestra masa,
se acuerda de que somos barro…
Pero el amor del Señor dura siempre,
su justicia (lit. salvación) de hijos a nietos;
para los que guardan la alianza
y recitan y cumplen sus mandatos”
(S. 102,34.6.8,11.1314.718).
Es cierto que el último salmo citado habla de mandatos, pero es claro que esta palabra ha de
comprenderse en el contexto de la primera alianza, en la cual Yahveh, el Dios que liberó a los
israelitas de la servidumbre y de la opresión, tomó la iniciativa. La terminología utilizada en los seis
textos presentados y en otros muchos salmos parte de ese contexto y pertenece a la corriente
profética. Israel, y a fortiori el pueblo de la nueva alianza, ve en la actuación de Dios hacia él y
hacia cada uno los “rasgos” de amor y fidelidad, de paz con prosperidad, de derecho y justicia
caracterizada en el salmo 102,6 como “defensa del derecho de los oprimidos”14 , de clemencia y
perdón. La obra del Señor a lo largo de la historia son las mercedes y las maravillas que los
creyentes cantan. El poder de Dios da la salvación.
Como se afirma en el salmo 84, la gloria de Yahveh habitará en nuestra tierra. El Dios así percibido
y así experimentado alcanza a la humanidad, y ese encuentro produce en los seres humanos
“rasgos” similares. Es exactamente eso lo que afirma san Juan: “la Palabra se hizo carne, y puso su
tienda entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del padre como Hijo único,
lleno de amor y fidelidad”, especificando que “de su plenitud hemos recibido todos amor sobre
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amor”, o gracia sobre gracia (1,14 y16). La aseveración se encuentra igualmente en el final del
Apocalipsis: “Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos
serán su pueblo y él, Diosconellos, será su Dios” (21,3).
La humanidad, transformada paulatinamente por su contacto con el Dios que es leal a su renovada
alianza, experimenta así el amor primero de Dios (ver I Juan 4,10), y se siente llamada a vivir en
reciprocidad, es decir, a asumir cada vez más vivamente las actitudes o valores tantas veces
nombrados. La ética del judaísmo y del cristianismo se sitúa así muy por encima de toda obligación
impuesta desde fuera de la conciencia y de la vivencia.
POST SCRIPTUM
Este artículo fue escrito en los primeros meses del 2001. Yo era inocente. Nada sabía de lo que se nos
vendría encima a todos, desde esa infausta mañana del 11 de septiembre. Y cuando mis amigos de la revista
aceptaron publicarlo, no fui consciente de lo chocante que puede ser leerlo en el contexto actual. Y sin
embargo, insisto. Lo que estos salmos nos dicen sobre el Dios de la Alianza y sus expectativas sobre
nosotros, es decir, los que queremos vivir esa honda relación con Él, cobra mayor vigencia cuando el
fundamentalismo amenaza la seguridad y la vida de tantos. Renuevo mi fe en la palabra del profeta, que
afirma que la justicia es el fruto de la paz; y creo igualmente que ambas son inseparables de la misericordia,
la ternura y la fidelidad. Quiera Dios (oj Alah!) que el testimonio de muchos haga triunfar la fraternidad.
NOTAS:
1 “Salmos: El don de la vida” en Páginas, n. 95, febrero de 1989, pp. 719.
2 “‘Diez palabras’: El Salmo 118”, en Páginas, n. 136, diciembre de 1995, pp. 4552.
3 Examino tres himnos, una acción de gracias individual, una lamentación individual y un salmo real. En el Salterio encontramos
además: acciones de gracias colectivas, lamentaciones colectivas, salmos de confianza, bienaventuranzas, salmos de la realeza
de Yahveh, de peregrinación y procesionales.
4 En hebreo, jesed.
5 En hebreo, emeth; a veces, emunah. De esta raíz procede el habitual “amén”: ¡así es!
6 En hebreo, rehem significa realmente “útero”.
7 Jesed we emeth. La fórmula reaparecerá en los siguientes textos. Es lo que dice el final de Juan 1,14, pese a las traducciones
habituales.
8 El hebreo shalom indica efectivamente la convivencia armónica, pero a la vez implica una situación de prosperidad comunitaria,
lo que hoy llamamos “calidad de vida”; por lo mismo, equivale al concepto de salvación.
9 La raíz sdq, muchas veces emparentada con otro término que encontraremos, mishpat, rectitud, derecho en sentido concreto,
juicio, sentencia.
10 La traducción de este vocablo depende del contexto; testamento indica una iniciativa unilateral, que es tomada por Dios;
alianza o pacto, por el contrario, indica bilateralidad, reciprocidad, simétrica o no.
11 Esta tensión se resuelve, para los cristianos, en la sangre de Jesús (ver Lucas 22,20 y paralelos).
12 Hay quienes dicen que mishpat debe traducirse casi siempre por “derechos de los pobres”, etc.
13 El verbo castellano tiene una resonancia muy intelectual; en hebreo se alude a experiencia íntima, a compasión (sic), a
solidaridad.
14 Ver también, como ejemplo, el salmo 114,56: “El Señor es benigno y justo, / nuestro Dios es compasivo; / el Señor guarda a
los sencillos: estando yo sin fuerzas me salvó”.
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