INSTITUTO HIJAS DE MARÍA AUXILIADORA fundado por san Juan Bosco y por santa María Dominica Mazzarello N. 923 El da mihi animas cetera tolle: don de amor y de esperanza En las circulares precedentes he compartido con vosotras algunas reflexiones, que me parecen importantes para la vitalidad del carisma hoy, en torno a la llamada a la santidad que se hace visible en la alegría de la evangelización., Santidad y misión están estrechamente unidas en nuestra vocación de Hijas de María Auxiliadora. Estamos invitadas a acoger con alegría y sentido de responsabilidad el don que el Espíritu Santo nos ofrece continuamente y que transforma nuestras comunidades y nuestros ambientes en espacios marcados por una fuerte pasión educativa. Él actúa, crea, renueva, difunde vida y esperanza y pide nuestra adhesión y colaboración; no nos deja aletargadas frente a la realidad actual que con frecuencia parece arrastrarnos con una fuerza semejante a la de las olas del mar. En la Iglesia, el Señor nos quiere presencias vivas capaces de generar con audacia nueva vida para la felicidad de las jóvenes generaciones en el presente y en el futuro. Por esto no podemos dar horizontes pequeños, de forma individualista y reducida, a la riqueza sobreabundante que diariamente se nos confía para que se expanda en círculos concéntricos cada vez más amplios. Debemos ejercer nuestra responsabilidad para con el carisma, dando rienda suelta a sus potencialidades educativas y evangelizadoras en un mundo probado por ataques antirreligiosos, por desgarros devastadores provocados por guerras y formas destructivas de poder, por fenómenos climáticos inéditos que ocasionan profundo sufrimiento a muchísimas familias. El mundo actual sufre también la tentación de borrar a Dios de la vida de las personas, de eliminar toda visibilidad y signo social de la fe cristiana. «Si quitamos a Dios, si quitamos a Cristo, el mundo se desploma en el vacío y en la oscuridad. Y esto encuentra confirmación incluso en las expresiones del nihilismo contemporáneo, un nihilismo con frecuencia inconsciente que, de hecho, contagia a muchos jóvenes.» (Benedicto XVI, 6 noviembre 2001). Pero hay, por todas partes, signos evidentes de búsqueda espiritual y de gestos hermosísimos de solidaridad que abren el corazón a la esperanza y demuestran que el bien existe y es una luz que hoy manifiesta la presencia de Dios en la familia humana. Una cosa es cierta, queridas hermanas: vivimos en un tiempo propicio para dar máxima credibilidad a la misión que nos está confiada como individuos y como comunidad. Acojamos esta urgencia con el espíritu del da mihi animas cetera tolle, con obediencia gozosa al mandato misionero que el Instituto y cada una de nosotras recibe como prolongación de la misión de Jesús y que Él mismo recibió del Padre. «La Iglesia ha confiado el mandato apostólico al Instituto, que lo realiza insertándose en la comunión y en la acción evangelizadora de las Iglesias particulares a través de las comunidades inspectoriales y locales. En cuanto miembro de una específica comunidad, la Hija de María Auxiliadora es una enviada. Cada una de nosotras, por tanto, sea cual sea la misión que la obediencia le confíe y en comunión con las demás hermanas, viva su identidad de educadora salesiana en el espíritu del da mihi animas.» (C 64) Las exigencias del da mihi animas cetera tolle La preparación al 140º aniversario de fundación del Instituto y al bicentenario del nacimiento de don Bosco nos lleva a hacer memoria de una herencia que todavía hoy sigue con una actualidad sorprendente. Estoy segura de que todas nosotras queremos acoger y vivir estos eventos como una preciosa oportunidad para profundizar en el carisma de nuestros Fundadores. Un carisma que se nos ha confiado para que sea inculturado, desarrollado; para que se vuelva luminoso y contagioso y esté a la escucha constante de las llamadas siempre nuevas de Dios en la historia y de las expectativas de las jóvenes y de los jóvenes (cfr. Circular 920). El contacto con nuestros orígenes – como nos indica el CG XXII en el 2º camino de conversión - reaviva en nosotras y en las comunidades educativas el da mihi animas cetera tolle de don Bosco y la respuesta al mandato “a ti te las confío” de María Dominica Mazzarello. Volver a don Bosco y a María Dominica es volver a saborear la alegría de nuestra vocación y la experiencia de una santidad compartida en la comunidad educativa y en la Familia Salesiana. Son ejemplo muchas de nuestras hermanas ancianas o enfermas que viven el dinamismo del amor con profunda pasión apostólica, con serenidad y fe; ofrecen sus sufrimientos por los jóvenes y ayudan a las comunidades con su oración. ¡Cuántas hermanas de edad avanzada tienen en la mirada un brillo de juventud y el corazón lleno de un amor siempre nuevo! Esta es una riqueza incalculable del Instituto. A todas, indistintamente, va nuestro recuerdo y nuestra más afectuosa gratitud. Nuestras comunidades asumen el compromiso de ir por el camino de la santidad. Por esto expresan la alegría de evangelizar como signo concreto de pertenencia a la misión de la Iglesia. Pero, personalmente, advierto la necesidad de que todas consideremos con mayor valentía y confianza las exigencias del da mihi animas que nunca está separado del cetera tolle. Esta expresión nos es muy querida y la repetimos con agrado. Nos recuerda el don de amor que nuestros Fundadores vivieron y que ahora habita en nuestro corazón, como un fuego que nos hace incansables en la entrega apostólica. ¡El da mihi animas cetera tolle es mística y profecía! El encuentro siempre renovado con Aquel que nos elige para colaborar en la construcción de su Reino hace brotar el deseo de que todos los jóvenes y las jóvenes del mundo puedan conocer y entrar en relación con Jesús. Este deseo se transforma en una verdadera oración que pide al Señor que nos los confíe para que, a nuestra vez, podamos llevarlos a Él, que es la verdadera salvación. Vivir con el estilo del da mihi animas unido al cetera tolle nos hace partícipes de la misión que «llevó a don Bosco y a la madre Mazzarello a entregarse a los pequeños y a los pobres» (C 6), a ser para ellos “signo y expresión del amor preventivo del Padre.” (cfr. CG XXII). Significa sentir la responsabilidad y la alegría de hacer brillar con renovada pasión la invocación: «Señor, dame las almas y quítame todo lo demás», para llevar esperanza a muchas partes del mundo. Hoy estamos llamadas a despertar en nuestras comunidades una renovada pasión educativa que halla su punto de convergencia en el amor. No sólo amar, nos recuerda don Bosco, sino hacer sentir a los jóvenes que son amados. En el contexto de hoy, para vivir de forma creíble esta dimensión del sistema preventivo, es necesario cultivar la pureza del corazón y la gratuidad del amor. Ellos son los destinatarios de nuestra misión como lo fueron para nuestros Fundadores, hasta tal punto que estaban dispuestos a dar la vida por su salvación. «Nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por los amigos.» (Jn 15, 13). A nuestras comunidades ¿les gusta confrontarse en lo cotidiano con esta Palabra? ¿Estamos decididas, si fuera necesario, a darlo todo de nosotras mismas hasta la muerte, para que las jóvenes y los jóvenes tengan vida en abundancia? No debemos tener miedo de afrontar la radicalidad de la llamada, porque Jesús quiere vivir en nosotras su Pasión y su Resurrección. En este horizonte adquiere sentido nuestra obediencia a la voluntad del Padre y nuestras obediencias diarias que son siempre un dar la vida. Si nos alejamos de este fin no somos ya “signos del amor preventivo del Padre”, sino protagonistas de iniciativas eficientes, loables y elogiadas, pero que ciertamente no responden a por qué somos FMA en la Iglesia con un carisma específico. No puedo pensar en vosotras y en tantos laicos y laicas que comparten la misma misión, sin sentir en el corazón una nueva esperanza constatando el inmenso deseo de ser hoy una vela colocada en alto para que dé luz, un puñado de levadura, o la virgen prudente que cuando llega el esposo tiene la lámpara encendida. En el aceite que alimenta la lámpara algunos «autores antiguos leen un símbolo del amor, que no se puede comprar, sino que se recibe como don, se conserva en lo íntimo y se practica en las obras.» (Benedicto XVI, 6 noviembre 2011). Son simples signos que pertenecen a la humildad evangélica, pero que tienen en sí una potencia explosiva capaz de expresar en lo cotidiano que el amor es posible, que siempre es tiempo para amar. Nos hacen comprender también que a Jesús no le interesa tanto la cantidad de cosas que hacemos cuanto la calidad de nuestro estilo de vida. Esta es la pasión que contiene el da mihi animas que debe vibrar en todas nosotras, incluso en la escasez de recursos y, a veces, también en la pobreza de instrumentos educativos. Nos hace vigilantes, laboriosas, generosas para captar las nuevas necesidades de las jóvenes y de los jóvenes y para preguntarnos a cuáles podemos responder y de qué manera. Pero el da mihi animas, para dar fecundidad a la misión, debe, ante todo, encarnarse en la comunidad donde vivimos y donde tenemos el gozo de realizar juntas el proyecto de amor que el Señor ha pensado desde siempre para nosotras. El espíritu del da mihi animas, valorizado por el cetera tolle, debe plasmar ante todo nuestra vida; debe irradiarse en nuestras casas, porque es allí donde se expresa y consigue autenticidad. El Señor nos pide que demos amor a los más cercanos como condición para que nuestra entrega a los más lejanos sea evangélicamente fecunda. Comparto con vosotras algunos interrogantes: ¿estamos, tal vez, más dispuestas y prontas a dar respuesta a peticiones que vienen de fuera de casa, dejando en segundo lugar a quien junto a nosotras espera un signo de escucha, de atención, de comprensión, de amor gratuito? Aquí se juega la actitud de la que surge el acompañamiento recíproco en las comunidades y con los jóvenes. Ciertos sufrimientos y amarguras que debilitan y convierten la vida comunitaria y el camino de comunión en una carga, ¿no son quizás el resultado de una negligencia hacia quien vive a nuestro lado? Nuestro corazón, nuestra mente ¿están siempre abiertos a las personas con las que el Señor nos invita a compartir nuestros esfuerzos, las alegrías y las esperanzas de cada día para que se conviertan en testimonio luminoso? Cuando la calidad de nuestra vida disminuye, se debilita también nuestra capacidad de discernimiento. No cesemos en el empeño de cuidar la calidad de nuestra vida, que es la santidad vivida en comunidad. Entonces el da mihi animas brillará como una nueva aurora en nuestras realidades. El camino puede ser más o menos largo, pero no nos quedemos paralizadas. Prosigamos con ánimo. Cuando las dificultades del día, o las relaciones entre nosotras y con cuantos comparten la misión educativa empiezan a complicarse, afrontémoslas con la sabiduría que nos viene del Espíritu santo invocado con fe. Entonces es posible reconocerlas, aceptarlas con equilibrio, vivirlas como una oportunidad de crecimiento en humanidad. Más aún, es posible también llegar a la plena comunión con quien, involuntariamente, puede sernos causa de sufrimiento. Así nuestra historia personal se convierte en historia de salvación y en signo concreto de esperanza para cuantos necesitan mirar con confianza hacia el futuro. Cuidemos la oración personal y comunitaria para que el fuego que el Espíritu Santo nos da esté siempre encendido, como nos sugiere la madre Mazzarello. Con y para los jóvenes. Con el impulso del da mihi animas cetera tolle Pienso en los muchos jóvenes que en la JMJ 2011 se agolpaban en torno a Benedicto XVI en una interesante sintonía de generaciones. Jóvenes que buscaban una respuesta a las preguntas del corazón: ¿Por qué o por quién puedo yo vivir para ser feliz? ¿Hay en nuestro mundo tan complejo un amor, una verdad estable y siempre nueva capaz de dar vida joven y plena a cualquier edad? Responder a estas preguntas existenciales no es fácil, pero no nos sentimos solas, porque con nosotras hay jóvenes comprometidos dispuestos a emplear recursos y competencias educativas para ser portadores de vida y de esperanza para otros jóvenes. Recuerdo la experiencia vivida en Madrid con los jóvenes del Movimiento Juvenil Salesiano. Ellos demostraron ser una fuerza mundial para compartir valores de amistad, de futuro. Sueño que con ellos, pero también con otros muchos jóvenes de pertenencias diversas, con las comunidades educativas, con cuantos se preocupan por el bien de la sociedad y de la Iglesia, podemos compartir la riqueza de la misión educativa, creando ocasiones oportunas para implicar a las familias en un eficaz diálogo educativo. Con todos ellos podemos reavivar el da mihi animas cetera tolle de don Bosco y asumir con alegría la consigna “a ti te las confío” de María Dominica. En estas últimas semanas diversas naciones han sido fuertemente probadas por graves inundaciones que han afectado a muchas familias y también a nuestras casas. En Italia, en Génova, muchos jóvenes han hecho correr la voz en social network y se han citado para limpiar la ciudad damnificada. Joaquin es uno de ellos: tiene 21 años y estudia filosofía. Le consta que la respuesta al aluvión está enseñando algo: «En nuestras sociedades, donde hay fuertes divisiones y contrastes, un drama como este nos está mostrando ante todo que la unión entre personas es más fuerte que cualquier catástrofe, y que una población unida es una población que puede renacer». Los jóvenes nos están demostrando que el mundo puede renacer partiendo de ellos. Esta era la convicción de don Bosco y de la madre Mazzarello; esta debe ser, hoy, nuestra convicción. Deseo recordar, también, la necesidad de implicar a las familias. El CG XXII pide que se les preste una particular atención, sobre todo a las parejas jóvenes, y que se colabore con ellas, para que cada vez tomen mayor conciencia de su propio deber educativo, eclesial y social (cfr. Actas CG XXII, n. 40). En este sentido, el año 2012 se nos presenta rico debido a un evento que traerá nueva luz a la vida de la sociedad y de la Iglesia universal: el VII Encuentro Mundial de las Familias, que tendrá lugar en Milán, del 30 de mayo al 2 de junio, con el tema “La Familia: el trabajo y la fiesta”. «El próximo Encuentro Mundial de las Familias – recuerda el Papa - constituye una ocasión privilegiada para repensar el trabajo y la fiesta en la perspectiva de una familia unida y abierta a la vida, muy inserta en la sociedad y en la Iglesia, atenta a la calidad de las relaciones más allá de la economía del mismo núcleo familiar. La Sagrada Escritura (cfr. Gen 1-2) nos dice que la familia, el trabajo y el día festivo son dones y bendiciones de Dios para ayudarnos a vivir una existencia plenamente humana.» (Benedicto XVI, 23 agosto 2010). Os invito a seguir esta importante cita y a considerarla como un signo del amor de Dios en este momento particular de la historia. Esta es una oportunidad que nos confirma el valor educativo de la familia, célula fundamental de la sociedad, y nos compromete con la pastoral familiar, trabajando en sinergia a fin de que vuelva a ser punto de referencia creíble, guía que alienta y sostiene (cfr. Líneas orientadoras de la misión educativa de las FMA, n. 41). Pienso también que trabajar en estrecha colaboración con los padres nos puede ayudar a acercarnos a la sensibilidad juvenil , creando aquella pedagogía de ambiente que nos capacita para ponernos en sintonía con los nuevos lenguajes según el estilo de la preventividad (cfr. Actas CG XXII, n. 39), a estar en medio de las jóvenes y de los jóvenes con corazón salesiano, a entrar en su mundo virtual que se ha convertido en un “océano donde el joven navega cada vez con mayor frecuencia” (cfr. Líneas orientadoras de la misión educativa de las FMA, n. 18). Juntos podemos valorar las múltiples formas de asociación queridas por los jóvenes como lugares privilegiados para elaborar proyectos que abran a un futuro de esperanza y ofrezcan propuestas de voluntariado, de solidaridad, hasta una opción radical de total entrega a Jesús para anunciarlo, especialmente, a aquellos jóvenes privados de sus derechos fundamentales y por lo mismo más pobres. Estoy segura de que recorriendo este camino respondemos también al deseo que todas llevamos en el corazón: dar nueva luminosidad al carisma que el Espíritu Santo infundió a don Bosco y a la madre Mazzarello. Confiémonos también a mamá Margarita, de quien el 25 de noviembre es el 155º aniversario de su muerte. Que ella, que vivió intensamente con el hijo la pasión apostólica, nos obtenga también a nosotras compartir como Familia salesiana y como Comunidades educativas la alegría de evangelizar educando, con la certeza de que a través de la educación podemos construir un futuro de esperanza, una nueva humanidad fundada en la civilización del amor. Una Navidad de entrega y sobriedad Para vivir el adviento y la festividad de Navidad con gestos concretos de solidaridad, en un tiempo marcado por la precariedad económica y por el paro, por desastres ambientales y por grandes inseguridades para el futuro de los jóvenes y de las familias, queremos dar nuevo impulso al cetera tolle, dimensión imprescindible del da mihi animas, que expresa la misma solidaridad revelada por Jesús. El, en el misterio de la encarnación, se hace uno de nosotros en pobreza de vida y en riqueza de humanidad: es el Don por excelencia. Lo miramos con fe y con el corazón habitado por la bienaventuranza de los pobres de espíritu, de los que saben captar en este misterio de amor el abrazo ternísimo del Padre a toda la humanidad. Sentirnos discípulas de Jesús pobre nos hace más cercanas a los pobres, más capaces de compartir su vida, sus expectativas y sus esperanzas. En lo tocante a la pobreza, vivida y testimoniada con el estilo del cetera tolle, remito a la Circular 910, donde procuré puntualizar la urgencia de ser hoy memoria viva de Jesús, de su forma de vivir y de obrar. En las Actas del CG XXII se pide a cada comunidad que dé un testimonio creíble de pobreza compartiendo lo que ella es y posee y haciendo una valiente y frecuente revisión, para expresar un tenor de vida sobrio y austero en el estilo salesiano de la sencillez y la alegría (cfr. C 23 y Actas. CG XXII, n. 42,2). Estoy segura de que en todas vosotras existe esta sensibilidad, pero se debe expresar más vivamente en este tiempo de grandes necesidades. Por esto se nos invita a vivir una Navidad sobria, renunciando a regalos no estrictamente necesarios y privilegiando gestos concretos de solidaridad hacia las personas más pobres. De esta manera estas personas tendrán una Navidad serena y vivirán la experiencia de ser acogidas con amor. Os agradezco de todo corazón la generosidad que habéis manifestado ayudando económicamente a muchos grupos humanos que se han encontrado, y están todavía, en situación de particular necesidad debido a fenómenos ambientales desastrosos o a otras causas. De esta manera hacemos revivir el Bien más precioso: la encarnación de Jesús que se hizo uno de nosotros dándose a sí mismo a la humanidad. Que María nos acompañe a vivir profundamente este misterio de amor. Anticipo con mucho afecto mis mejores deseos para las solemnidades de la Inmaculada y de Navidad. Felices fiestas a todas vosotras, a vuestras familias, a los diferentes grupos de la Familia salesiana, especialmente a nuestros hermanos Salesianos, a las comunidades educativas, a todas las personas que comparten nuestra misión educativa, a las jóvenes y a los jóvenes. Os prometo mi constante oración y mi profunda gratitud. Que el Señor bendiga al Instituto y a todas las personas que entran en contacto con nuestras comunidades. Roma, 24 noviembre 2011 Afma. Madre