Mundialización, Globalización y sistema capitalista

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MUNDIALIZACIÓN, GLOBALIZACIÓN
Y SISTEMA CAPITALISTA
Fernando Soler
Departament de Filosofia
Universitat de València (*)
solerf@uv.es
MUNDIALIZACIÓN Y GLOBALIZACIÓN
Cada cierto tiempo, como si de un producto comercial se tratara, y algo de eso también suele
haber, surge un nuevo término o concepto que al poco tiempo se nos aparece por todas partes.
En breve, una vez los gurús de los media han hecho suyo el término, y puesto que éstos, como es
cada vez más evidente1, no tienen el más mínimo interés en la comprensión de la realidad, resulta
de buen tono y demostrativo del obligatorio aggiornamento hacer un uso prolijo, casi promiscuo,
del término en cuestión. Pero, con excesiva frecuencia, por el camino se pierde o se difumina
cualquier apariencia de rigor terminológico. Transvanguardia, modernidad, racionalización, o, más
recientemente, post-modernidad o “fin de la historia”, son claros ejemplos de lo que estamos
diciendo. Ahora le toca el turno a “globalización”. Sin duda, se trata del término de moda, pero
bastaría con que hiciéramos un repaso de las utilizaciones que del mismo se hacen para vernos
sumidos en la más profunda confusión. Absolutamente todos los ámbitos de la realidad, la
economía, las finanzas, la cultura, la comunicación, los media, el arte, el deporte, la sociedad en
su conjunto, vienen adjetivados mediante los calificativos de global o globalizado. Todos estamos
sometidos a la globalización, todos y todo estamos globalizados. Pero todos los términos que se
ponen de moda suelen sufrir la misma suerte: cuanto mayor es la parte de la realidad que
pretenden aclarar, mayor es la oscuridad en que terminan sumidos. Finalmente, acaban
transformados en dogmas substraídos a toda crítica. Por tanto, lo que nos moverá en las líneas
que siguen será el intento de contribuir a una modesta clarificación terminológica que nos permita
saber y entender de qué estamos hablando, de qué nos hablan y, sobre todo, qué se oculta detrás
de este, presuntamente nuevo, discurso.
La primera clarificación que querríamos hacer sería respecto a la utilización de los términos
“globalización” y “mundialización”. En no pocas ocasiones se entienden como sinónimos
estableciendo solamente un matiz en la consideración del primero como de origen anglosajón y
del segundo como el preferido en los ámbitos europeos continentales, franceses sobre todo. No
obstante, nos gustaría establecer una diferenciación, que puede resultarnos muy útil, entre ambos
términos. Entendemos, en primer lugar, por “globalización” un fenómeno esencialmente
2
económico que podría concretarse, en una primera aproximación, como el proceso de integración
económica internacional que tiene como rasgos característicos la liberalización de los mercados,
fundamentalmente, pero no sólo, el financiero y, en consecuencia, la profunda financiarización de
la economía. Hasta tal punto esto es así que preferimos hablar de “globalización financiera”,
término que designaría la transformación del sistema financiero internacional provocada por la
supresión de las fronteras nacionales para los mercados de capitales, así como por la
descompartimentación
de los mercados financieros. Con independencia de ulteriores
consideraciones, esta globalización financiera es un hecho incuestionable. Los años 90 han visto
un extraordinario incremento de las denominadas inversiones extranjeras directas (IED) y de las
inversiones financieras, centrado sobre todo en los fondos de pensiones y en los fondos de
inversión norteamericanos. Durante los últimos diez años el volumen de títulos intercambiados
mediante inversiones directas ha aumentado un 334%. El crecimiento de las inversiones
financieras (acciones, obligaciones, productos derivados, opciones, inversiones en cartera,
etcétera) ha sido espectacular y las inversiones institucionales (fondos de pensiones, compañías
de seguros, sociedades de inversión) prácticamente han doblado su capacidad financiera en estos
diez años. Otro dato absolutamente significativo es la comparación entre las tasas de crecimiento
de la producción y el comercio en los últimos años: en el decenio 84-94 la producción se ha
incrementado un 2’1%, mientras que el comercio lo ha hecho en un 6’3% manteniéndose, pues,
una ratio más de dos veces superior a la de decenios anteriores 2. Pero, además, este incremento
del comercio se concentra, fundamentalmente, en un puñado de grandes empresas, unas
empresas, como rebosante de satisfacción señalaba hace algún tiempo la revista Fortune, que
“han arrollado fronteras para hacerse con nuevos mercados y tragarse a los competidores locales.
Cuantos más países, más beneficios. Las ganancias de las quinientas empresas más grandes del
mundo han crecido un 15%, mientras que el crecimiento de sus rentas alcanzaba justo el 11%”3.
Así, el porcentaje del capital transnacional sobre el PIB mundial pasó del 17% a mediados de los
años 60 a más del 30% en el 95. Desde entonces este proceso ha seguido un curso ascendente
marcado por los procesos de fusiones entre estas mismas grandes empresas, unas fusiones
mediante las cuales “estamos escribiendo un nuevo capítulo en la historia mundial del comercio”4.
Pero este “nuevo capítulo” tiene otro componente esencial, el cada vez mayor peso que sobre
el mismo tienen las transacciones financieras frente a las estrictamente productivas. De hecho, se
calcula que el monto total de las operaciones efectuadas en las principales plazas financieras
alcanzaría 1 billón 300 mil millones de dólares diarios, frente a los entre 10 y 20 mil millones de
hace 25 años. El volumen de las operaciones de cambio es 50 veces más importante que el del
1
Cfr. Ignacio Ramonet, La tiranía de la comunicación Ed. Debate: Madrid, 1999
A. Van den Eynde, Globalització. La dictadura mundial de 200 empreses Edicions de 1984: Barcelona, 1999 pág. 14 datos
extraídos del Informe de la Organización Mundial del Comercio, 1995
3
Fortune New York, 5 de agosto de 1996. Recogido en F. Clairmont Doscientas sociedades controlan el mundo en I. Ramonet
(ed) Pensamiento crítico versus pensamiento único Ed. Debate: Madrid, 1998 pág. 41
4 Declaraciones de Daniel Bernard, presidente director-general de Carrefour comentando la última, sin duda ya la penúltima, fusión
entre dos grandes empresas, en este caso en el ámbito de las grandes superficies comerciales
2
3
comercio mundial de bienes y servicios. Por otro lado, realizadas buscando beneficios inmediatos
de capital, las transacciones especulativas representan el 95% del total de la actividad de los
mercados de cambios. Destaquemos por último, y por no abrumar con cifras, que en los EE.UU.
de Norteamérica nada menos que el 40% de las rentas de los ciudadanos provienen de las rentas
financieras. Podemos, pues, resumir este proceso que hemos denominado “globalización
financiera” citando de nuevo a Eynde: “una producción mundial que languidece…; un comercio
mundial con un crecimiento que dobla y triplica el de la producción…; una inversión directa de
capitales extranjeros con un ritmo de aumento quizá triple al del comercio…; y una inversión
especulativa que dobla a la productiva”5.
En todo caso, resulta obvio que este tipo de cuestiones económicas que hemos enmarcado
dentro de la globalización financiera no se producen de manera aislada, sino en una relación
recíproca de causas y efectos. Está claro, por ejemplo, que la financiarización de la economía
mantiene una relación directa con los avances técnicos en el ámbito de la comunicación, ya que
éstos han permitido una vertiginosa rapidez y una casi total inmediatez en los intercambios
financieros. La revolución tecnológica, en general, y por ende en el mundo de la comunicación, en
particular, las enormes posibilidades que ofrece la Internet, y el carácter mundial que adquiere
esta misma comunicación, han sido elementos fundamentales en el propio proceso de
financiarización de la economía. La revolución en el campo de la comunicación ha favorecido, sin
duda, el surgimiento de un entramado, de una red financiera global, que mantiene en continua
relación las principales plazas económicas del planeta. De manera clara y contundente Theodor
Levitt, director de la Harvard Bussiness Review nos dice: “los científicos y las tecnologías han
conseguido lo que hace mucho tiempo intentaban, sin éxito, los militares y los hombres de estado:
el imperio global… Los mercados de capitales, productos y servicios, gestión y técnicas de
fabricación, son ya, todos ellos, globales por naturaleza. Es el global marketplace. Esta nueva
realidad aparece en el mismo momento en que las técnicas avanzadas transformaron la
información y la comunicación”.
Pero esta financiarización de la economía exige, a su vez, que se adopten medidas en el
campo de la política que permitan la eliminación de cualesquiera trabas que se interpongan en el
episodio de ese “nuevo capítulo” de la economía financiera. El término, casi místico, que se utiliza
para describir esta exigencia política es el de “liberalización”. Liberalizarlo todo, el comercio, las
finanzas, el trabajo, las comunicaciones, etcétera, es no ya una sugerencia sino una absoluta y
total obligación que debe asumir con respeto y sumisión reverenciales todo aquél que defienda
una concepción “moderna” de la política, alejada por tanto de planteamientos trasnochados y
visionarios. Por supuesto, el orden político que de aquí surge es un orden unificado, mundial, en el
cual, se dice, el Estado-nación que hasta ahora habíamos conocido sufre importantes mutaciones,
hasta el punto de que estaría abocado a su misma desaparición. Es decir, sin la generalización de
las políticas de liberalización, sin la continua desreglamentación y los masivos procesos de
5
A. Van d en Eynde op. cit. pág. 21
4
privatizaciones y sin la imposición de políticas supranacionales establecidas por organismos
independientes de los propios estados, la globalización financiera no habría podido llegar a
concretarse en los niveles en que lo ha hecho.
Así pues, la liberalización, disfrazada demasiado a menudo de modernización o
racionalización, se convierte en la coartada y en el pretexto de un proceso de uniformización
mundial. Un estilo de vida semejante se impone de una punta a otra del planeta, difundido
inmisericordemente por los media y prescrito machaconamente por la industria de la cultura, por la
“cultura de masas”. Contemplamos atónitos como por todo el mundo nos encontramos con los
mismos productos: las mismas películas, las mismas series televisivas, las mismas informaciones,
las mismas canciones, los mismos ídolos, la misma publicidad, las mismas mercancías, los
mismos vestidos, los mismos coches,... En este sentido podemos remitir a otro término que
también ha adquirido cierta notoriedad como es el de “Mcdonalización de la sociedad”, término
mediante el cual se quiere describir el proceso de extensión a todos los ámbitos sociales de las
características básicas de las factorías de comida rápida, es decir, eficacia, cálculo, predicción e
… irracionalidad de la racionalización6. Podríamos incluso considerar como francamente
significativa la conversión definitiva del fútbol en el deporte mundial por excelencia, una vez ha
arraigado durante los últimos años y con enorme fuerza en aquellos continentes, Africa y AsiaOceanía, donde todavía no lo había hecho7.
En definitiva, todo este cúmulo de acontecimientos es lo que englobamos bajo el término
genérico de mundialización, un concepto, pues, más amplio que el de globalización el cual
quedaría circunscrito, si queremos expresarlo así, al ámbito económico, sin que ello nos lleve a
obviar, sino todo lo contrario, las evidentes y esenciales imbricaciones entre ambos conceptos.
Resumiendo lo dicho hasta ahora podríamos decir que, a la vista de lo expuesto, la
mundialización no es, estrictamente hablando, como atinadamente afirma Denis Collin8 , un
concepto ni una categoría de la ciencia social definida por una construcción analítica. De momento
todavía es una de esas nociones confusas que dan y van a dar que pensar. En todo caso, tal y
como hemos planteado, se pueden definir varias dimensiones diferentes a las que reenvía el
término “mundialización”. En primer lugar, hablamos de un fenómeno económico, cuya antigüedad
se discute, en el que habría que distinguir dos aspectos fundamentales: el desarrollo de
intercambios y de la división mundial del trabajo, por una lado, y la globalización financiera, por
otro. En segundo lugar, la puesta en cuestión de un Estado-nación que se mostraría impotente
6
Cfr. George Ritzer La Mcdonalización de la sociedad : un análisis de la racionalización en la vida cotidiana Ed. Ariel: Barcelona,
1996
7
La única excepción significativa a este fenómeno son, junto con algunos pequeños países del Caribe, los EE. UU. de Norteamérica
donde durante largo tiempo se despreció el fútbol mientras se intentaba imponer al resto del planeta sus propios deportes, o mejor,
sus versiones “Mcdonalizadas” de algunos deportes. No lo consiguieron y, por el contrario, hay algunos datos que indican un
cierto cambio de tendencia aunque quizá ésta deba entenderse desde el cada vez mayor peso de la creciente presencia hispana en
ese país. En todo caso, para un análisis pormenorizado del fenómeno del fútbol en general y una mejor comprensión de las tesis
que vinculan esa conversión del fútbol en deporte mundial con el declive de los EE. UU. de Norteamérica como potencia
hegemónica mundial, pueden consultarse los números 30 y 39 de la revista Manière de voir titulados Le sport c’est la guerre y
Football et passions politiques
8
Seguimos aquí el razonamiento de Denis Collin en La fin du travail et la mondialisation Ed L’Harmattan: Paris, 1998. Se trata, en
nuestra opinión, de un excelente texto del que somos deudores en no pocos aspectos.
5
ante flujos que no puede controlar y, por último, una mundialización de la comunicación que
desembocaría en la formación de una cultura mundial global ante la que parece imposible
resistirse a la vista del poder y la capacidad de atracción de los grandes conglomerados
mediáticos.
Bien, hasta aquí hemos tratado de ser meramente descriptivos. Hora será, pues, de entrar a
desarrollar la cuestión de manera más detenida, tratando de desentrañar causas y consecuencias,
de bucear en lo que hay detrás de estas palabras, globalización y mundialización, utilizadas de
manera automática, convertidas en fórmula mágica, en la clave de todo cuanto nos rodea.
EL EVANGELIO DE LA MUNDIALIZACIÓN
Para algunos la mundialización es el medio para alcanzar la felicidad, para otros es la causa de
todas nuestras desgracias, pero para casi todos la mundialización es, en todo caso, el destino
inevitable de nuestro mundo, un proceso irreversible. Pero hay más. Si hemos de creer a los
apologistas de la mundialización, es decir, a la mayoría de aquellos que tenemos la suerte, o la
desgracia, de oír o leer en los diversos media, de otra manera, si hemos de aceptar la versión
dominante, la mundialización es natural, irreversible, beneficiosa para el consumidor y acorde con
los ideales de la libertad. Estos argumentos podemos encontrarlos desarrollados todos los días en
los diferentes media, variando exclusivamente el grado de enmascaramiento en función, y por
ejemplo, de a cuál de las “dos derechas” pertenezca el individuo o el medio en cuestión9. A veces,
en su empeño evangelizador por convertirnos a todos a la religión del Dios-mercado, se alcanzan
niveles patéticos. En un debate entre periodistas de Le Monde Diplomatique y el Financial Times
un redactor de este último venía a sostener que la mundialización es, nada más y nada menos,
que “una obligación moral” y rechazarla implicaría “la represión de los deseos naturales de los
individuos” y “una puesta en cuestión fundamental de los derechos democráticos”. Unos derechos
democráticos que, aunque pueda parecer mentira, quedan ejemplificados en la posibilidad de
elegir entre un vasto surtido de cereales para el desayuno10. La puesta en cuestión de la
representatividad popular o que los pueblos se vean obligados a padecer un destino que se les
escapa, es algo que no parece importarle al demócrata “mundialista”, porque la democracia
consiste en elegir, no ya entre una derecha y una izquierda puesto que esta segunda ha
comprendido al fin que la única política “natural” es la de la primera, sino entre cereales Kellog’s,
Nestlé o Pascual. Habría que preguntarle a tan eximio personaje no sólo a qué quedará reducida
9
Hacemos referencia al libro del mismo título de Marco Revelli (Turín, 1996) donde se plantea la existencia de dos derechas que
dominan casi por completo el panorama político, fundamentalmente el “democrático-liberal-occidental”. Una intenta hacerse
pasar y presentarse a sí misma, con la pertinente complicidad de los media, como izquierda pero, en realidad, se trata de una
derecha tecnocrática, mientras que la otra es simplemente una derecha populista. Ahora bien, no se derive del hecho de que la
parte más significativa, cualitativamente hablando, de la izquierda política se haya rendido sin ambages frente a la derecha social
y económica, que hayan desaparecido las diferencias reales entre ambas perspectivas, entre ambas concepciones del mundo.
Pueden consultarse Norberto Bobbio Derecha e izquierda (Ed. Taurus: Madrid, 1998), sobre el mantenimiento de la pertinencia
de las denominaciones de “derecha” e “izquierda” e Ignacio Ramonet (ed) Pensamiento crítico versus pensamiento único Ed.
Debate: Madrid, 1998 sobre la posibilidad de un pensamiento crítico frente a la uniformidad del pensamiento único .
10
Peter Martin “Una obligación moral” Le Monde Diplomatique junio 1997
6
la democracia cuando esas tres firmas se fusionen en una sola, sino, y mucho más importante,
qué supone la democracia para esas cuatro quintas partes de la humanidad que no pueden
permitirse ni siquiera desayunar. Pero esto no le importa, y no le importa porque su concepción
neoliberal de la democracia queda reducida a un sofisma tan burdo como peligroso, tan ideológico
como torticero11 . Premisa mayor: “toda intervención del estado es peligrosa para la democracia”;
premisa menor: “rechazar la mundialización es pedir mayor intervención del estado”; conclusión:
“rechazar la mundialización es peligroso para la democracia”. Por supuesto, las posibilidades de
reemplazar la premisa menor por otras de carácter parecido son ilimitadas (por ejemplo: “asegurar
la educación, o la sanidad, o las pensiones, o el trabajo, o tantas otras cosas, exige la intervención
del estado”, por lo cual hacerlo es nefasto para la democracia). Quizá podría pensarse que hemos
escogido un ejemplo especialmente exagerado, pero la mayor parte de las declaraciones de los
“campeones de la mundialización”, desde la arrogancia que les concede su convicción de
pensamiento victorioso y único, son del mismo tipo. En otro artículo recogido en la misma revista
leemos cómo otro de estos demócratas sostiene que los que se oponen a la mundialización lo
hacen porque tienen miedo a los mercados y a los extranjeros, por tanto no hay que escucharles.
Es decir, esta argumentación, sibilina y falaz, viene a identificar la oposición a la deificación del
mercado con el racismo y la xenofobia. Curiosa inversión de los problemas que ignora que el
racismo es precisamente uno de los pilares ideológicos, cierto que no el único, del capitalismo12.
Lo que ocurre es que cualquier argumento es bueno para difundir el evangelio de la
mundialización: los mercados son eficientes por sí mismos y, por tanto, los estados son
innecesarios, las cosas funcionan mejor cuando se elimina cualquier tipo de intervención externa,
y ricos y pobres, poseedores y desposeídos, explotadores y explotados no mantienen intereses
contrapuestos. El cielo que nos prometen es el del desarrollo económico, el de la generación
ilimitada de riqueza, y lo alcanzaremos si aceptamos y cumplimos su nuevo evangelio
manteniendo la fe en la privatización, en la desregulación y en la apertura de los mercados de
capitales, mientras que los gobiernos deberán limitar sus actividades a equilibrar los presupuestos
y luchar contra la inflación: “la mundialización del comercio y de las inversiones ha reducido la
independencia de los gobiernos… Los que quieren poner barreras para intentar reencontrar la
independencia de otros tiempos confunden la causa y el efecto… Hemos creado este mundo
nuevo de los mercados mundiales y de la comunicación instantánea que ha ganado en eficacia y
en competitividad sobrepasando los poderes de los gobiernos”13. Es preciso, pues, romper
cualquier posible resistencia. “El mundo de los negocios puede sacar a la economía de la crisis.
La ‘globofobia’ debe ser combatida. Es preciso mejorar la comprensión de la mundialización y su
verdadero impacto sobre el trabajo y las riquezas”14. Y este combate es una pugna por completo
11
Cfr. Denis Collin op. cit. pág. 111-112
Cfr. Immanuel Wallerstein El capitalismo histórico Ed. Siglo XXI: Madrid, 1988 y E. Balibar e I. Wallerstein Raza, nación y
clase Ed. Iepala: Santander, 1991
13
Peter Sutherland Presidente de Goldman Sachs International (banco de negocios) y ex-director del GATT, Le Monde, 7 de agosto
de 1998
14
Helmut O. Mancher Presidente general de Nestlé y Presidente de la Cámara de Comercio Internacional hasta octubre de 1998
12
7
desigual, puesto que uno de los bandos posee todos los medios y los utiliza sin miramientos.
Últimamente, además ha recibido el importante apoyo de los “socialconformistas”15, los cuales,
con la furia del converso, del Saulo camino de Damasco que tiene que purgar sus pecadillos de
juventud, se han lanzado a una tan pueril como patética carrera de “yo más” frente a la derecha
populista que antes mencionábamos. Todo aquél que no acepta una carrera en estos términos es
inmediatamente denunciado como un iluminado, visionario y trasnochado que no ha comprendido
que la historia ha finalizado puesto que hemos asistido en este último decenio del siglo al definitivo
triunfo de la democracia liberal. La preponderancia absoluta del mercado, la hegemonía del juego
oferta-demanda en la economía mundial proceden, como es sabido, de un proyecto de
desregulación. En este sentido, toda intervención o toda regla destinada a atemperar la brutalidad
del mercado es considerada obsoleta. La nueva utopía en marcha, pero en realidad tan vieja
como el propio capitalismo, es la de un mercado químicamente puro, desembarazado de todo
elemento extra-económico. Todas las antiguas formas de regulación son o eliminadas o
reinterpretadas en provecho único y exclusivo del mercado.
Pero, precisamente por esto último, ese combate que hemos mencionado es también
tremendamente despiadado, ya que el otro bando está poniendo en juego incluso su propia
subsistencia física. Porque, en definitiva, ¿de qué estamos hablando?. Desde luego, no de
abstracciones. Estamos hablando de procesos y actuaciones que tienen consecuencias muy
concretas y específicas. Estamos hablando de Política, pero no entendida como la actividad tantas
veces miserable y mezquina con que todos los días se nos obsequia, sino entendida de una
manera tan simple como clarificadora: “la verdad es que la gente necesita comer todos los días.
Las políticas que garantizan que puedan hacerlo regularmente con dietas adecuadas, y garantizan
la vivienda, la salud u otras condiciones materiales de vida durante largos períodos de tiempo, son
buenas políticas. Las políticas que favorecen la inestabilidad directa o indirectamente, que impiden
comer a los más pobres en nombre de la eficacia y el liberalismo o incluso en nombre de la
libertad, no son buenas políticas. Y es posible distinguir las políticas que cumplen esas normas
mínimas de las que no lo hacen. La ofensiva de la competitividad, la desregulación, la
privatización y la apertura de los mercados de capitales ha socavado las perspectivas económicas
de muchos millones de entre las personas más pobres del mundo. Por tanto, no se trata de una
cruzada ingenua y equivocada. En la medida en que socava la estabilidad de la provisión diaria de
pan, es peligrosa para la seguridad y estabilidad del mundo. El mayor peligro en este momento
está en Rusia, un catastrófico ejemplo del fracaso de la doctrina del libre mercado. Pero serios
peligros han surgido en Asia y América latina y no van a desaparecer pronto”16.
LOS DATOS DE LA MUNDIALIZACIÓN
15
16
Cfr. Ignacio Ramonet “Socialconformismo” Le Monde Diplomatique (edición española) abril 1999
James K. Galbraith “The Crisis of Globalization” Dissent, summer 1999 pág. 13
8
Muchas veces hemos oído o leído cifras y datos absolutamente escalofriantes a propósito de
las desigualdades entre las distintas sociedades y, no lo olvidemos, personas, que poblamos el
planeta. Sin pretender ser exhaustivos, podemos recordar algunas de ellas, quizá conocidas,
tratando de entender lo que significan, reflexionando sobre ellas, pues parece que la mera
repetición sin más de este tipo de datos acaba por insensibilizarnos. Si hablamos de alimentación
habrá que recordar que, según la FAO, la ración alimentaria mínima por persona sería de 2.345
calorías diarias. Pues bien, en 1998 cuarenta y cinco países se encuentran oficialmente por
debajo de esta norma diaria. Es decir, mil millones de personas sufren hambre, y un tercio de ellas
de manera severa. En EE.UU. de Norteamérica la media de calorías diarias es de 3.500, en el
África subsahariana de 1.700. Quizá por eso de los dos mil millones de personas que sufren de
anemia en el mundo, sólo un 0’4% viven en países industrializados. Pero esta situación ha ido
empeorando con el paso de los años, y esto es lo que más nos interesa destacar aquí.
Continuamente nos están repitiendo los ideólogos de la globalización y la mundialización, sus
secuaces disfrazados de políticos y sus voceros de los media, que la demostración más evidente
del triunfo del neoliberalismo es el ingente crecimiento que ha conocido en los últimos años la
generación de riqueza. No dudamos que efectivamente esto sea cierto, pero precisamente el serlo
convierte en todavía más repugnante el hecho de que no sólo no haya disminuido el número de
personas que en el mundo sufren una infra-alimentación severa, sino que, por el contrario, se
haya incrementado desde los 103 millones de 1970 a los 215 de 1990 para alcanzar los casi 300
millones en 199817. Empieza, pues, a asaltarnos la duda de si no estaremos asistiendo, perplejos
pero un tanto aliviados por la parte que nos toca, más que a la creación espectacular de riqueza a
un escandaloso proceso de confiscación de riquezas.
Pues bien, al seguir considerando otros factores la duda adquiere visos de certeza. Si hacemos
referencia a la desigualdad de renta, el primer dato que salta a la vista es que el 20% de la
población mundial acumula un 86% de la renta total mundial mientras que el 40% de ésta no se
beneficia más que de un 3’3% del Producto Mundial Bruto. Más: el 20% de la población mundial,
es decir, unos 1.200 millones de personas, se situaban en 1998 por debajo del nivel de pobreza,
un nivel de pobreza fijado, arbitrariamente, en unos ingresos de unas 50.000 pesetas al año, pero
las 225 personas más ricas del mundo tienen unas rentas equivalentes a las de los 47 países más
pobres del mundo. Sólo el 4% de la fortuna de estas 225 personas bastaría para financiar las
necesidades esenciales de los países en vías de desarrollo: alimentación, agua potable,
infraestructuras sanitarias y educativas, etc., unas necesidades estimadas en unos 800 mil
millones de dólares. Si nos quedamos sólo con las 3 personas más ricas del mundo, éstas poseen
activos que valen más que el Producto Interior Bruto de los 48 países más pobres del mundo,
poblados por unos 600 millones de personas. Pero, y hay que insistir en ello, esta situación se va
agravando conforme avanzan los procesos de liberalización del mercado. Desde 1980, 60 países
han sufrido un constante proceso de empobrecimiento. Así, mientras que en 1960 el 20% de la
17
Cfr. Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), 1998
9
población mundial correspondiente a los países más ricos gozaba de una renta 30 veces superior
al 20% de la población de los países más pobres, en 1995 esta renta se había convertido en 84
veces superior, esto es, en poco más de treinta años casi se ha triplicado la diferencia entre el
quinto de la población más rico y el quinto de la población más pobre. Si lo que comparamos es el
incremento de la renta anual media por habitante entre 1965 y 1980, éste ha sido de 900 dólares
por habitante en los países del norte por sólo 3 dólares en los países del sur, exceptuados los
miembros de la O.P.E.P. Incluso, no pocos países han visto descender sus índices hasta niveles
de pesadilla. En Brasil, país en el que en 1990 el 48% de sus 160 millones de habitantes vivía en
la pobreza, a pesar de ser el séptimo entre los países más industrializado del mundo, el índice de
malnutrición infantil se ha incrementado en los últimos años desde el 12’7 al 30’3%. En México,
con también casi un 50% de la población por debajo de los niveles de pobreza, el poder
adquisitivo del salario mínimo ha disminuido un 66% entre 1982 y 1991. Se calcula que, en este
país, a mediados de los noventa se necesitaban 4’8 salarios mínimos para que una familia de
cuatro miembros cubriera sus necesidades esenciales, pero un 80% de los cabezas de familia
ganaba el equivalente a 2’5 salarios mínimos o menos.
Por si alguien puede pensar que se trata de datos sesgados, o que estamos hablando de
determinados países que pueden haber sufrido crisis económicas coyunturales, es en última
instancia el propio Banco Mundial quien viene a ratificar la idea de que la profundización en los
procesos de liberalización está provocando un agravamiento de las desigualdades en el planeta:
sólo en el último año la cifra de pobres, es decir, tal y como decíamos en el párrafo anterior, de
aquellos que viven, que malviven, con menos de un dólar diario, ha sufrido un incremento
estimado en unos 400 millones de personas, pasando de los 1.200 millones del 98 a 1.600 en el
presente año. Se alcanza, pues, prácticamente el 30% de la población mundial. Paradójicamente,
la ayuda internacional al desarrollo, a pesar de los repetidos anuncios de incrementos
espectaculares de la riqueza en los países desarrollados, se ha reducido en el último año a una
cuarta parte de la transferida en los anteriores doce meses.
Veamos ahora algunos datos sobre las desigualdades en el terreno industrial y de las
comunicaciones. En 1998, las 200 mayores empresas multinacionales controlaban el 80% de toda
la producción agrícola e industrial mundial, así como el 70% de los servicios e intercambios
comerciales. Las diez principales empresas de telecomunicaciones controlan el 86% del mercado.
Entre diez compañías dominan el 85% del mercado mundial de plaguicidas y otras diez son, por
ejemplo, las dueñas del 70% del negocio de productos de uso veterinario. Por lo que respecta a lo
que solemos denominar como nuevas tecnologías, la situación no es precisamente halagüeña,
pues el 20% más rico de la población acapara, por ejemplo, el 93’3% de los accesos a Internet.
Pero todavía más grave, y más peligrosa, se presenta la cuestión por lo que respecta a la
biotecnología. Según el propio informe de la ONU, la biotecnología se ha beneficiado
enormemente del proceso de mundialización. La reducción presupuestaria de los diferentes
Estados, ha dejado la investigación en manos de las empresas privadas, lo que implica
10
importantes consecuencias. El 96% de las patentes del mundo están en manos de los países
industrializados lo que supone un obvio encarecimiento del acceso a los productos para aquellos
que no poseen dichas patentes y, además, un enorme peligro para aquellos que no tiene
posibilidad de acceso a ellas: lo que empieza a estar en juego es el establecimiento de patentes
sobre los propios seres vivos
El problema es de tal calibre que lo que está ya en juego es la posibilidad de patentar la
propiedad sobre los seres vivos. En un documento presentado por Kenya al Consejo General de
la OMC en nombre del Grupo Africano (WT/GC/W/302, con fecha 6 de Agosto de 1999),para su
incorporación al proceso de preparación de la Conferencia Ministerial de la OMC en Seattle en
relación con la revisión del Acuerdo TRIPs, Artículo 27.3(b), que se refiere a las patentes sobre
seres vivos y obtenciones vegetales, documento que ha recibido el apoyo de una declaración
conjunta de ONGs, podemos leer: "El proceso de revisión (de este Artículo) debería clarificar que
las plantas y animales así como los microorganismos y todos los organismos vivos y sus partes no
pueden ser objeto de patente, y que los proceso naturales que producen plantas, animales y otros
organismos vivos no deberían tampoco ser patentables". El documento también señala que el
Artículo 27.3b de TRIPs, al establecer que es obligatorio conceder patentes sobre los microorganismos (que son seres vivos naturales) y sobre los procesos microbiológicos (que son
procesos naturales), contraviene los preceptos básicos de la legislación de patentes: que las
sustancias y procesos que se dan en la naturaleza son un descubrimiento y no una invención, y
por tanto no son patentables. Y añade: "Es más, al permitir a los Miembros la opción de excluir o
no excluir del ámbito de las patentes las plantas y los animales, el Artículo 27.3b permite que las
formas de vida sean patentadas”. No creemos que a nadie se le escape la enorme importancia de
estas cuestiones. El documento del Grupo Africano también determina con claridad la orientación
que debería darse a la revisión de la parte del Artículo 27.3b que establece que los Miembros han
de otorgar protección a las obtenciones vegetales mediante patentes o mediante un sistema sui
generis eficaz. El documento afirma que la revisión debería aclarar que los países en desarrollo
pueden optar por establecer una legislación sui generis que proteja las innovaciones de las
comunidades indígenas y campesinas locales (de acuerdo con el Convenio sobre Diversidad
Biológica y con el Compromiso Internacional sobre Recursos Fitogenéticos de la FAO); que
permita el mantenimiento de las prácticas agrícolas tradicionales, incluyendo el derecho a guardar
y a intercambiar semillas y a vender las cosechas; y que impida la concesión de derechos y
prácticas anti-competitivas que amenazan la soberanía alimentaria de los pueblos en los países
en desarrollo. Añade que el proceso de revisión debería armonizar el Artículo 27.3b con los
requerimientos del CDB y del Compromiso Internacional sobre Recursos Fitogenéticos de la FAO,
en los que la conservación y el uso sostenible de la diversidad biológica, la protección de los
derechos y del saber de las comunidades indígenas y locales, y el desarrollo de los derechos de
los agricultores son tenidos en cuenta debidamente. De hecho, estos puntos responden a lo que la
sociedad civil y organizaciones agrarias de todo el mundo vienen reclamando: que no se permita
11
la concesión de patentes sobre obtenciones vegetales, y que un sistema adecuado de protección
de los conocimientos sobre la utilización de los recursos biológicos debería proteger el saber de
las comunidades locales y debería impedir la apropiación de estos conocimientos por la
compañías privadas Esto es lo que se conoce como biopiratería, y ha empezado a prevalecer a
medida que se conceden derechos de patente sobre plantas y sobre otros recursos biológicos así
como sobre sus usos y sus funciones, conocidos en el saber tradicional, a un número cada vez
mayor de compañías multinacionales 18
El caso de la investigación y la industria farmacéuticas no es ni menos doloroso, ni menos
flagrante. El mencionado informe de la ONU señala que sólo el 0’2% del presupuesto de estas
últimas se destina a la investigación de enfermedades como la neumonía, la tuberculosis o
distintas enfermedades diarreicas a pesar de que afectan al 18% de la población mundial19. Sin
entrar a valorar el gasto en investigación orientada a la industria cosmética, no sería justo dejar de
mencionar la monstruosa disparidad que existe entre el gasto en investigación de dos
enfermedades como son el paludismo y el SIDA en favor de esta última. Por supuesto, no se trata
de criticar la investigación sobre el SIDA20. Se trata, sobre todo desde una perspectiva
comparativa, de hacer notar la casi nula investigación referida al paludismo, aunque esta
enfermedad provoque la escalofriante cifra de tres millones de muertos al año, es decir, cada diez
segundos muere una persona en el mundo a causa del paludismo. No será éste el momento de
entrar más a fondo en la cuestión21, pero resulta de todo punto obvio que no es rentable invertir en
el desarrollo de medicamentos para curar enfermedades que no sólo se localizan casi en
exclusiva en países subdesarrollados, por lo que en el primer mundo permanecemos a salvo de
las mismas, sino que además, por tratarse de países pobres, no garantizan la obtención de
pingües beneficios por parte de la industria farmacéutica.
Y de nuevo hay que insistir en que todos estos procesos siguen agravándose conforme se
profundiza en la liberalización de mercados. En 1970 los países del tercer mundo representaban
el 40% del comercio internacional. En 1990 esta cifra había caído al 25%. El peso del tercer
mundo respecto de la tríada América del Norte–U.E.–Japón no ha parado de disminuir en un
comercio mundial que se realiza en un 75% entre los propios países ricos. A este ritmo, el tercer
mundo podría no representar en el año 2020 más que un ridículo 5% del comercio internacional.
18
Un claro ejemplo de las actitudes de la grandes multinacionales agroalimentarias a este respecto lo tenemos en la última arma que
han desarrollado y a la que han denominado “Terminator”, nombre bastante explícito. Se trata de unas semillas modificadas
genéticamente para esterilizarlas y así obligar a los agricultores a renovar su stock cada año.. No obstante, y a la vista de las
airadas protestas de consumidores y agricultores, la multinacional Monsanto, líder mundial de las biotecnologías vegetales,
anunciaba el 4 de octubre pasado su decisión de renunciar a la venta de semillas esterilizadas por modificación genética. Cfr.
Catherine Vincent “Terminator, la nouvelle arme des multinationales agroalimentaires” Le Monde. Dossiers & Documents nº281
noviembre de 1999
19
Cfr. Frederic Moser “Recrudescence des épidemies et contrainte extèrieures. Une inquiétante régression du droit à la santé dans le
tiers -monde” Le Monde Diplomatique noviembre 1993, pág. 24-25.
20
Aunque no son pocos los que opinan que también aquí priman criterios mercantiles y de competencia entre laboratorios
farmacéuticos antes que la propia salud de los enfermos.
21
Cfr. Mohamed Larbi Bouguerra “Pays et peuples du Sud en quête de leurs droits. Grandes manoeuvres à propos d’un vaccin” Le
Monde Diplomatique julio, 1994 pág. 26-28.
12
Ahora bien, de lo dicho podría desprenderse que la mundialización y la globalización financiera
estarían provocando “sólo” un incremento en la desigualdad entre países ricos y pobres. Pero el
propio Secretario general de la ONU reconocía no hace mucho que el número de pobres se ha
duplicado desde 1974 porque “la pobreza no deja de aumentar tanto en los países ricos como en
los pobres”. Asistimos a lo que algunos sociólogos anglosajones han definido como la
“tercermundización” de las sociedades desarrolladas. En nuestros ricos países se suman a las
desigualdades fácilmente cuantificables unas cada vez mayores desigualdades cualitativas. Las
clases dirigentes no son ya las mismas, ha nacido una hiperburguesía internacional que vive
rodeada de un lujo cada vez mayor y suplanta a la elite vinculada al Estado y a las industrias de
base nacional. Los detentadores del poder son ahora los agentes de los propietarios de las
acciones. Una burguesía inversora reemplaza a la antigua burguesía productiva y controla cada
vez más los media, forzando las tomas de decisión e instaurando un control social casi omnímodo.
En consecuencia, las elites económicas y políticas tradicionales se tornan extremadamente
sensibles a la corrupción: la “…corrupción política es, en sociedades donde lo electoral sólo puede
ser regido desde empresas mediáticas y publicitarias mastodónticas, un puro pleonasmo, una
sosa redundancia…La cara oculta del gran espectáculo democrático de las tres últimas décadas
del siglo XX es la estricta ilegalidad financiera sobre cuyos cimientos se alzan todos sus agentes.
Si, además de ello, algunos de los administradores (en los países del sur, sobre todo) se
embolsan personales comisiones, eso no hace más que añadir un apéndice menor al pleonasmo.
La corrupción no es Roldán, ni los saqueadores de Hacienda con el carné del PP o del PSOE. La
corrupción es el coste real de las gigantescas campañas publicitarias a las cuales ha quedado
reducido el juego representativo. Corrupción es política. A quien no le guste eso, que no juegue”22.
Asistimos, pues, al surgimiento de un nuevo sistema de valores, de otra cultura basada, nos
dicen, en la “modernidad”, es decir, en la competencia exacerbada, el individualismo y la negación
de los vínculos sociales. Esta hiperburguesía desvaloriza la cultura cívica puesto que los
dirigentes de las multinacionales desprecian las consecuencias sociales y políticas de las
actuaciones de sus empresas. Para ellos el valor supremo se localiza exclusivamente en la cuenta
de resultados finales, en su capacidad de acumulación de capital, es decir, en su capacidad para
arruinar a los demás. Ya hemos visto, por ejemplo, cómo el proceso de liberalización ha centrado
últimamente sus movimientos tácticos en las fusiones. Pues bien, hace sólo un par de meses
podíamos leer en la prensa cómo esos procesos de fusiones habrían provocado un récord de
supresiones de empleo en los EE. UU. de Norteamérica, destacando las operaciones de unión en
el sector bancario y financiero como los que más empleo han recortado. Casi la misma semana
encontramos en otro diario dos noticias una junto a la otra. En la primera se comenta que el
beneficio neto consolidado de la banca que opera en España durante el primer trimestre del 1999
ha sido de casi 140 mil millones de pesetas, es decir, un 20’7% más que en el mismo trimestre del
año anterior. En la segunda se nos dice que la banca Barclays ha despedido a 6.000 empleados,
22
Gabriel Albiac El Mundo 8 de noviembre de 1999.
13
el 10% de su plantilla en el Reino Unido, y, significativamente, el presidente y director del banco
señala como causa “el impacto de la mundialización”.
Así pues, a pesar del indudable progreso económico, a pesar de las buenas cifras que nos
ofrecen los parámetros macro-económicos, y que los autodenominados políticos y los media que
los sustentan repiten incansables, como si por ello fuéramos a ser todos más felices, la brecha
social sigue incrementándose también en el seno de los países del primer mundo.
Nada indica, además, que vaya a producirse una variación en la tendencia. Desde los poderes
económicos y financieros se insta a una mayor profundización en los procesos de liberalización de
mercados, de flexibilización de la legislación laboral y de destrucción, en última instancia, del
Estado del bienestar. Las consecuencias de esto son obvias. Veamos nuevos datos. Si
analizamos, como hicimos respecto de los países ricos y pobres, la distribución del ingreso
familiar y establecemos la ratio entre el 10% de la población más rica y el 10% de la población
más pobre en los países del primer mundo, y a pesar de las dificultades para cuantificar tales
extremos 23, veremos claramente cómo queda plasmada la desigualdad social en unas cifras que
oscilan entre el 2’72 y el 2’85 de Suecia y Holanda al 5’94 de los EE.UU. de Norteamérica. Si
aumentamos el porcentaje de población del 10 al 20%, la ratio oscilaría entre el 4’3 de Japón y el
4’4 de España al 9’6 de Gran Bretaña y Australia y el 9 de los EE.UU. de Norteamérica24. Si
hablamos de porcentajes de pobreza en diversos países industrializados, encontramos de nuevo a
los EE.UU. de Norteamérica como el que posee una cifra más alta de pobreza, un 13’3% sobre el
total de la población, siendo, además, el que posee también un mayor porcentaje de familias que
han estado en la pobreza por más de tres años, nada menos que un 14’4% (frente, por ejemplo, al
0’4 de Holanda), con el agravante de que si diferenciamos en dichas familias entre caucasianas y
afroamericanas, el porcentaje entre las primeras que han permanecido más de tres años en la
pobreza desciende al 9’5% pero asciende a un escalofriante 41’5% de las familias
afroamericanas 25.
Por tanto, y sin necesidad de seguir recurriendo a cifras, dos conclusiones pueden extraerse
sin mayores dificultades. La primera es que las bolsas de pobreza existentes en las sociedades
desarrolladas, lejos de disminuir, siguen aumentando. La segunda es que este hecho se relaciona,
sin duda alguna, con esa exacerbación del neoliberalismo que denominamos mundialización. No
por casualidad los índices de desigualdad se disparan en aquellos países, EE.UU. de
Norteamérica y Gran Bretaña, que se convirtieron ya a principios de los 80 en abanderados de la
consigna “todo el poder al mercado”. Dos datos más extraídos de la prensa reciente. Primero:
según estudios de organismos oficiales norteamericanos, una de cada diez familias de ese país,
23
Cfr. Vicenç Navarro “Calidad de v ida y desigualdad social” El País , 3 de septiembre de 1999. Las cifras que siguen han sido
extraídas del libro del mismo autor Neoliberalismo y estado del bienestar Ed. Ariel: Barcelona, 1997.
24
Estas últimas cifras corresponden al ya mencionado PNUD del año 98. Como señala V. Navarro en el artículo citado en la
referencia anterior, este informe no puede ser calificado precisamente de alarmista sino de todo lo contrario. Si a alguien le
sorprende esa aparente situación de privilegio de España, la sorpresa puede trocarse en indignada carcajada cuando se percata de
que, para la ONU, el promedio de renta de los ricos españoles es de 3.700.000 pesetas anuales. La explicación de esta sangrante
burla radica, como plantea Navarro, en que, como siempre, se reflejan mucho mejor las rentas del trabajo que las rentas del
capital, unas rentas del capital que son en España de las más altas de la OCDE
14
pasa hambre. Segundo: según un estudio realizado por la London School of Economics, cuatro
millones de niños del Reino Unido, es decir, un tercio de los menores de 18 año residentes en uno
de los siete países más ricos del mundo, viven por debajo del umbral de pobreza, y lo que es más
importante, esa cifra se ha triplicado en los últimos 20 años. Al hilo de esto nos gustaría comentar
ese tan extendido mito que, como suele ocurrir, de tan repetido se llega a asumir como una
verdad incontrovertible. Se sostiene que esos dos países, EE.UU. de Norteamérica y Gran
Bretaña, son, precisamente por su aplicación estricta de los dogmas neoliberales, auténticos
modelos en materia de creación de empleo. No será cuestión de comentar aquí en detalle
semejante afirmación. Nos contentaremos exclusivamente con presentar algunos datos que serán
suficientes para constatar la tremenda falsedad que se oculta bajo la misma. No haremos, pues,
consideraciones cualitativas, que habría muchas que hacer (flexibilidad extrema, indefensión,
inseguridad, temporalidad, etcétera) sino meramente cuantitativas. En Gran Bretaña, por ejemplo,
la ley que establece la manera como se realiza el cálculo de la tasas de paro ha sido modificada
en los últimos tiempos nada menos que 32 veces. Huelga decir que ninguna de esas
modificaciones ha tenido como objetivo introducir criterios que pudieran suponer un incremento
del número de personas susceptibles de ser incluidas en las listas de parados, sino la búsqueda
de subterfugios para, alegando como siempre la necesidad de racionalización de los criterios,
reducir las cifras de parados y así, olvidando que no hablamos de cifras sino de personas, cuadrar
las magnitudes macroeconómicas y alegar que todo marcha viento en popa26. Sin estas
modificaciones, o groseras manipulaciones, la tasa de desempleo en Gran Bretaña sobrepasaría
el 14%, casi el doble de la tasa oficial y sólo superada en la Unión Europea por España. Por lo
que respecta a los EE.UU. de Norteamérica, es cierto que mantienen, como en el caso anterior,
una baja tasa oficial de paro, inferior al 5%. Pero no es menos cierto que, sin entrar tampoco aquí
en consideraciones cualitativas, existen otros datos que obligan a matizar esa baja tasa de paro.
Quizá el más significativo de ellos sea que en dicho país unos dos millones de personas, y entre
ellos el 2% de la población masculina en edad de trabajar, está en la cárcel. Alguien dijo, sin duda
con exagerada ironía, que en ese país el problema del paro se soluciona metiendo en prisión a los
candidatos a parados. Exageraciones a parte, si queremos percatarnos de la magnitud del
problema y del poder que está adquiriendo el “complejo industrial carcelario”27, sólo tenemos que
compararlo con datos referidos a España. Hace algunas fechas el Consejo General del Poder
Judicial calificaba de insostenible la situación de las cárceles españolas por el importante aumento
en el número de reclusos, aumento derivado de la reforma del Código Penal aprobada por el
último gobierno de los autodenominados socialistas. La población reclusa en España sería a
mediados del presente año 1999 de unas 44.000 personas, es decir, poco más del 0’1% de la
25
T. M. Sweeding “Why the U.S. Antipoverty System doesn’t Work Very Well” Challenge vol. 35, nº1 en V. Navarro op. cit
Por supuesto, este comportamiento es la norma, no la excepción -también en España se han modificado en varias ocasiones los
mencionados criterios, o los del cálculo de la tasa de inflación - , pero, desde luego, en ningún país estas modificaciones han sido
tan notables como en el Reino Unido.
27
Cfr. Avery F. Gordon “Globalism and the prision industrial complex: an interview with Angela Davis” y Ruth Wilson Gilmore
“Globalization and US prision growth: from military keynesianism to postkeynesian militaris m” Ambos artículos en Race &
26
15
población total del país. Pues bien, si extrapolamos los datos tomando en consideración sólo la
población activa masculina en España, poco menos de diez millones, nos encontraríamos con que
el equivalente en nuestro país a los porcentajes de presos en EE.UU. de Norteamérica nos
situaría en 200.000 reclusos, cinco veces más de los realmente existentes. Evidentemente, se
trata sólo de un dato, pero si a éste, como decíamos más arriba, añadimos algunos otros más, nos
encontramos con una tasa de desempleo en EE.UU. superior al 15%28.
Pero será ya el momento de concretar un poco más el tema fundamental que nos ocupa. Hasta
aquí hemos tratado de explicar las consecuencias de la mundialización, pero sus consecuencias
reales, sin dejarnos obnubilar por los cantos de sirena de los que sólo ven una cara de la moneda,
la del incremento en la generación de la riqueza, pero que no se molestan en girar la moneda, en
preguntarse quién genera y cómo se reparte esa riqueza. Ahora tendremos que preguntarnos qué
es la mundialización, cuál su fundamento, su génesis y sus premisas.
LIBERALISMO Y MERCADO: KARL POLANYI
Pues bien, la respuesta acorde con el pensamiento dominante, en la línea de la “obligación
moral” mencionada líneas arriba, incidiría en el carácter natural de la mundialización en su
conjunto y de la globalización económica y financiera en particular. Según esta concepción, el
desarrollo de los intercambios internacionales sería la prolongación natural del crecimiento de las
economías nacionales. La historia económica sería, pues, la historia de un movimiento progresivo
de integración de los mercados, desde una base local hasta el mercado planetario actual,
pasando por los mercados regionales, nacionales e internacionales. La expansión del comercio
internacional traduciría la extensión del principio de división del trabajo a escala mundial. Por
tanto, todo el proceso seguiría siendo perfectamente natural. En tal sentido, esta concepción de
un movimiento económico que se desarrollaría del interior hacia el exterior se apoyaría fácilmente,
en primera instancia, sobre las teorías de Adam Smith. Para éste, el fundamento psicológico del
análisis económico reside en la propensión natural del hombre “a trocar, cambiar y ceder una cosa
por otra”29. Esta inclinación natural del hombre exige, en tanto que tal, no ser impedida por alguna
prohibición arbitraria por parte de las autoridades políticas o morales, siendo dicha naturaleza
humana lo que hace posible la división del trabajo y, por tanto, la eficacia de la producción, base
de la riqueza de las naciones (se dice “de las naciones”, no de las personas, lo cual no es sino
una sutil manera de enmascarar que se trata de la riqueza de una minoría generada sobre la
miseria de la mayoría). En suma, la internacionalización de las economías que concretamos bajo
el término “globalización”, no sería más que la continuación natural de un proceso orgánico de
crecimiento iniciado a nivel local y del cual la división del trabajo sería su elemento esencial.
Class vol. 40 nº 2/3 1998/9 The Threat of globalism pág. 145-157 y 171-188
Cfr. El supuesto milagro de EE. UU. en crear empleo en Vicenç Navarro Neoliberalismo y estado del bienestar Ed. Ariel:
Barcelona, 1997 pág. 82-90
29
Puede seguirse el razonamiento completo de Smith en su obra La riqueza de las naciones Alianza Editorial: Madrid, 1994 y más
concretamente en su capítulo segundo “Del principio que da lugar a la división del trabajo” pág. 44 y ss.
28
16
Según esta concepción tradicional, naturalista podríamos decir, la secuencia de encadenamientos
que habría conducido a la formación de una economía internacional podría resumirse
esquemáticamente así: en un principio las unidades económicas de base (familias, clanes,
pueblos) viven replegadas sobre sí mismas y consumen lo esencial de su producción. La
organización autárquica de la producción posibilita, sin embargo, un espacio para el intercambio
en el caso de aparición de excedentes. Así se forman los mercados, lugar de circulación de
excedentes y a partir de aquí aparecerá pronto la moneda, substituyendo progresivamente al
trueque y multiplicando las posibilidades de intercambio. La existencia de los mercados y la
difusión de la moneda hacen estallar progresivamente el marco autárquico de la producción
doméstica y favorecen la especialización de las actividades, volcándose ahora la producción hacia
el mercado y siendo estimulada por el natural afán de beneficio y el no menor egoísmo natural de
los hombres. Recuérdese la famosa afirmación de Adam Smith: “No es la benevolencia del
carnicero, el cervecero o el panadero lo que nos proporciona nuestra cena, sino el cuidado que
ponen ellos en su propio beneficio. No nos dirigimos a su humanidad sino a su egoísmo, y jamás
les hablamos de nuestras necesidades sino de su conveniencia”30. A partir de ahí, la división del
trabajo no deja de profundizarse y extiende su red más allá de las fronteras hasta formar un solo
mercado planetario.
Ahora bien, esta representación de la génesis de la economía de mercado y de su ineluctable
globalización puede resultar muy seductora, aunque sólo sea por su simplicidad aparente. Sin
duda es también una explicación muy normalizada. Pero desgraciadamente para los ideólogos del
neoliberalismo, no concuerda con lo que se concluye de la investigación histórica y antropológica.
Una presentación clara y contundente de ello podemos encontrarla en los trabajos de Karl Polanyi,
el cual, ya en 1944, mostraba cómo hasta la revolución industrial la institución del mercado,
aunque en sí misma antigua, no jugaba más que un papel secundario en la vida económica de las
diferentes civilizaciones. Lo propio de las sociedades precapitalistas desde el punto de vista de la
organización económica es que la economía no existe en tanto que esfera autónoma sino que se
encuentra sistemáticamente incrustada en las relaciones sociales. De otra manera, el sistema
económico, en sus dimensiones de producción y distribución, es administrado no en función de
una racionalidad individual fundada sobre la búsqueda del beneficio, sino en función de móviles no
económicos entre los que destacan las relaciones de parentesco y las representaciones religiosas.
Entenderemos mejor este argumento si nos remitimos a la diferenciación que establece Polanyi
entre economía sustantiva y economía formal31. Aspecto fundamental en el trabajo de Polanyi fue
el análisis del lugar de la economía en la sociedad, es decir, de la relación entre la ordenación de
la producción y la adquisición de bienes, por un lado, y el parentesco, la religión y otras formas de
organización y cultura, por otro. Como el estudio de estas relaciones trasciende la teoría
económica moderna, Polanyi sugirió que se las designara como “economía sustantiva” para
30
31
Ibíd., pág. 46
Cfr. Karl Polanyi “El lugar de la economía en la sociedad” en El sustento del hombre Ed. Mondadori: Barcelona, 1994
17
distinguirla de la “economía formal”. Así, la palabra “económico” se utiliza en dos sentidos muy
diferentes, que habrá que tener en cuenta para evitar caer en el tan común error de pensar que
todas las economías, especialmente las primitivas, son simples variaciones de la economía de
mercado moderna. Cuando hablamos de economía sustantiva, utilizamos “económico” como
sinónimo de “material”. En este sentido, hablar de los aspectos económicos de determinada
sociedad es hacer referencia al ordenamiento de la adquisición, producción o uso de bienes
materiales o servicios para fines individuales o comunitarios. Por tanto, de seguir este criterio,
todas las sociedades serían “económicas” en tanto en cuanto están dotadas de un ordenamiento
que rige el aprovisionamiento de los medios materiales de existencia. En sentido formal, por
“económico” se entendería “economizar” o “ser económico”, es decir, elegir entre diferentes
alternativas que tendrían como objetivo optimizar la producción, el beneficio o la ganancia en el
intercambio, o minimizar los costes de producción. El problema es que en la economía capitalista,
integrada en el mercado, y en la teoría económica que la legitima, se funden los dos significados
de la palabra “económico”. En el capitalismo las instituciones del mercado sirven tanto para
proporcionar los medios materiales de existencia como para llevar a cabo las actividades
“economizantes” de los que participan en ellas: para ganarse la vida, en sentido estricto, hay que
someterse a las reglas del mercado. La economía de mercado es un sistema económico regido,
regulado y orientado únicamente por los mercados. Y en el que la tarea de asegurar el orden en la
producción y la distribución de bienes es confiada a ese mecanismo regulador, al mercado. En
consecuencia, lo que se espera es que los seres humanos se guíen preferentemente por su
egoísmo y su ambición con la pretensión de ganar el máximo dinero posible. Así, la verdadera
crítica que se puede formular a la sociedad capitalista de mercado no es que se funde en lo
económico, puesto que en el sentido que se acaba de indicar toda sociedad, cualquier sociedad lo
hace, sino que su economía repose en lo fundamental sobre el interés personal32.
Pero la economía de mercado es, como decíamos, un caso muy particular desde una
perspectiva histórica y antropológica. Semejante organización de “la vida económica es
completamente no natural, en el sentido estrictamente empírico de que es excepcional. Los
pensadores del XIX suponían que… en su actividad económica el hombre debía tender a
adaptarse a lo que ellos describían como una racionalidad económica, y que los comportamientos
contrarios a esta racionalidad provenían de una intervención exterior. De aquí se deducía que los
mercados eran instituciones naturales, susceptibles de surgir espontáneamente con tal de que se
dejase libertad de acción a los hombres”33. Las sociedades preindustriales suelen tener
economías en las que el modo estructurado de proporcionar los medios de existencia no consiste
32
A nadie se le escapará la indudable similitud de este planteamiento con el de Max Weber cuando éste establece una diferenciación
res pecto de la acción económica entre racionalidad material o sustantiva y racionalidad formal: “Llamamos racionalidad formal
de una gestión económica al grado de cálculo que le es técnicamente posible y que aplica realmente. Al contrario, llamamos
racionalidad material al grado en que el establecimiento de bienes dentro de un grupo de hombres…tenga lugar por medio de una
acción social de carácter económico orientada por determinados postulados de valor (cualquiera que sea su clase), de suerte que
aquella acción fue completada, lo será o puede serlo, desde la perspectiva de tales postulados de valor. Éstos son extremo
diversos” (Economía y sociedad Ed. F. C. E. : Madrid, 1993, pág. 64)
33
Karl Polanyi La gran transformación. Crítica del liberalismo económico Ed. La Piqueta: Madrid, 1997 pág. 390.
18
en instituciones “economizantes”. Y ello porque, contrariamente a las afirmaciones de Smith, en
lugar de una predisposición natural al intercambio, en la mayor parte de las civilizaciones nos
encontramos con una marcada aversión frente a los actos abiertamente fundados sobre el interés.
Si bien no ignoran el mercado, los primeros imperios de la antigüedad y las sociedades primitivas
que los precedieron estaban organizados generalmente según principios diferentes, fundados
sobre la reciprocidad, la redistribución y la autarquía34. De esta manera, la organización del trabajo
colectivo testimonia durante largo tiempo la existencia de una división del trabajo totalmente
desconectada del surgimiento de una economía de mercado. La formación de excedentes que
permite esta división del trabajo no desemboca en el desarrollo de una esfera mercantil sino en la
realización de grandes trabajos de infraestructuras y grandes obras arquitectónicas, sobre todo
religiosas. En cuanto al desarrollo del comercio, no se puede inferir desde una evolución de los
intercambios vecinales y de los mercados locales que se habrían ido interconectando
progresivamente ya que no se ha observado históricamente ninguna tendencia de este tipo ni en
Europa ni en ningún otro lugar. Por tanto, y siguiendo los trabajos antropológicos de Malinowski y
los estudios sobre la economía de la Europa medieval de Henri Pirenne y Max Weber, Polanyi
llega a la conclusión de que la institución de una verdadera economía de mercado no fue algo que
sucediera de manera natural sino que, muy al contrario, resulta ser obra directa del Estado. Son
las monarquías centralizadas de Europa occidental, sobre todo Inglaterra y Francia, las que, a
partir del XVII realizaron la unión entre los múltiples mercados locales y el comercio exterior
creando progresivamente un mercado interior unificado e integrado. Hasta entonces, una estricta
separación existía entre los dos tipos de comercio. En las ciudades los comerciantes
internacionales no podían participar del comercio al por menor ya que éste estaba sometido a una
estricta reglamentación que protegía los intereses de los productores. Esta reglamentación estaba
establecida por las corporaciones conforme a las prescripciones morales de la Iglesia, en
particular las que se referían al precio y salario justos. Pero, insiste Polanyi, si el comercio local
estaba estrictamente reglamentado, la producción destinada a la exportación no dependía más
que formalmente de las corporaciones. La industria exportadora dominante en la época, el
comercio de tejidos, estaba de hecho organizada sobre la base capitalista del trabajo asalariado.
La reacción de la vida urbana, del comercio local, ante el capital móvil generado por esa industria
exportadora no fue intentar controlar el comercio de larga distancia producido por ésta, sino
aplicar una forma política de exclusión y protección. De ahí que tenga que ser el Estado el que, a
lo largo de los siglos XV y XVI, impusiera el sistema mercantil al encarnizado proteccionismo de
ciudades y principados. “El mercantilismo destruyó el particularismo superado del comercio local e
intermunicipal haciendo saltar las barreras que separaban estos dos tipos de comercio no
concurrencial, dejando así el camino libre a un mercado nacional que ignoraba cada vez más la
distinción entre la ciudad y el campo, así como la distinción entre las diversas ciudades y
34
Ibíd., pág. 90 y ss.
19
provincias”35. Por tanto, el mercantilismo, reducido generalmente en los manuales de economía a
una doctrina proteccionista que asimilaba la riqueza a la acumulación de metales preciosos, fue
ante todo un vasto movimiento de liberalización del comercio interior impuesto por los Estadosnación surgidos del régimen feudal con el objetivo de poner fin al sistema de protección
económica y social de las ciudades. El Estado respondía así a las demandas de los comerciantes
internacionales que querían desarrollar sus actividades sobre el conjunto del mercado interior. De
esta alianza entre los comerciantes y los Estados nacería el sistema concurrencial de la economía
de mercado.
En definitiva, al mito clásico de una extensión espacial de la esfera de intercambio, Polanyi
opone una secuencia prácticamente inversa en la cual el mercado como institución gobernante del
conjunto de la vida económica y social se origina en el comercio internacional. Desconectado
inicialmente de las estructuras económicas internas, el comercio internacional había permitido una
acumulación y una concentración de riquezas tales que su movilización por parte de los Estadosnación se convirtió en un asunto fundamental de poder. La conjunción de intereses entre los
comerciantes y los príncipes hará posible la formación de mercados interiores sobre los que se
gestaría la revolución industrial. A su vez, la introducción de máquinas en la esfera de la
producción implicaría la constitución de mercados para los diferentes factores de producción
(trabajo, tierra, moneda) cuya continua disponibilidad era indispensable para la rentabilidad de las
inversiones. De otra manera, la autorregulación implica que toda la producción esté destinada a la
venta en el mercado y que todos los ingresos provengan de ello. Así, existirán mercados para
todos los elementos de la industria, para los bienes pero también para el trabajo, la tierra y el
dinero cuyos precios serán denominados, respectivamente, precios de mercancías, salario, renta
e interés. Mas estos mismos términos indican que los precios forman los ingresos: el interés es el
precio de la utilización del dinero y constituye los ingresos de quienes están en condiciones de
ofrecerlo; el arriendo es el precio de la utilización de la tierra y constituye los ingresos de quienes
la arriendan; el salario es el precio de la utilización de la fuerza de trabajo y constituye los ingresos
de quienes la venden; en fin, los precios de las mercancías o de los productos hacen posibles los
ingresos de quienes los venden, siendo el beneficio en realidad la renta resultante de dos
conjuntos de precios: el de los bienes producidos y, por otra parte, su coste, es decir, el precio de
los bienes necesarios para su producción36. Pero no sólo deben existir mercados para todos los
elementos de la industria, sino que también debe lograrse que no se arbitre ningún tipo de medida
o de política que pueda suponer un obstáculo para el buen funcionamiento del mercado. Las
únicas medidas, las únicas políticas aceptables serán aquellas que contribuyan a asegurar y a
reforzar la autorregulación del mercado, a crear, consolidar y desarrollar las condiciones que
hagan del mercado el único poder organizador en materia económica y, por extensión, de todo el
resto de materias de la vida social e intelectual que componen la existencia humana. A partir de
35
36
Ibíd., pág. 116
Ibíd., pág. 122-123
20
aquí, los últimos residuos de la sociedad tradicional se rompen y la propia sociedad se convierte
en un apéndice del sistema económico quedando a expensas de los designios de un mercado que
se entiende autorregulado y autorregulador,
Un mercado autorregulador, sostiene pues Polanyi, exige nada menos que la división
institucional de la sociedad en una esfera económica y en una esfera política. Esta dicotomía no
es, de hecho, más que la simple reafirmación, desde el punto de vista de la sociedad en su
conjunto, de la existencia de un mercado autorregulador. Se nos quiere hacer creer, mediante la
afirmación del carácter natural de ese mercado autorregulador, que esta separación en dos
esferas ha existido siempre, en todas las épocas y en todas las sociedades. Pero esta afirmación
es manifiestamente falsa. Ni en la historia ni en la etnografía encontramos la más mínima
evidencia de ninguna otra economía anterior a la capitalista que estuviera dirigida y regulada por
el mercado. Sin duda por ello y porque, añade con ironía Polanyi, los datos que aportaban tales
disciplinas en el XIX apuntarían a que la psicología del hombre primitivo parecía ser definida más
adecuadamente como comunista que como capitalista, los especialistas del pasado siglo en
historia económica ignoraron la economía anterior al momento en que el trueque y el intercambio
alcanzaron una amplitud considerable: “la misma prevención que empujó a la generación de Adam
Smith a considerar al hombre primitivo como un ser inclinado al trueque y al pago en especie, ha
incitado a sus sucesores a desinteresarse totalmente del primer hombre, pues se sabía que éste
no se había dedicado a estas loables pasiones. La tradición de los economistas clásicos, que
intentaron fundar la ley del mercado en pretendidas tendencias inscritas en el hombre en estado
de naturaleza, fue sustituida por una ausencia total de interés por las culturas del hombre no
civilizado”37.
Pero lo que realmente le interesa destacar a Polanyi no es la falsedad de este carácter natural
del mercado, sino las consecuencias que tiene para la sociedad su sometimiento a las leyes del
mercado, qué transformaciones se producen en la sociedad y, todavía más importante, cómo unas
y otras operan sobre las mentalidades de los hombres tras asumir que las leyes del mercado “son
las leyes de la naturaleza y, por, consiguiente, las leyes de Dios”. Y en este sentido, el punto más
importante que habría que destacar es que el mecanismo del mercado se articula,
necesariamente, en torno al concepto de mercancía: el mercado exige la conversión en mercancía
de todos los diferentes elementos de la vida industrial así como la existencia de un mercado para
cada uno de esos elementos. Por tanto, y con independencia de que no sean en sí mismos
mercancías, elementos esenciales como son el trabajo, la tierra y el dinero pasan a ser
considerados como mercancías. “Esta ficción, sin embargo, permite organizar en la realidad los
mercados de trabajo, de tierra y de capital. Estos son de hecho comprados y vendidos en el
mercado, y su oferta y demanda poseen magnitudes reales hasta el punto de que, cualquier
medida, cualquier política, que impidiese la formación de estos mercados, pondría ipso facto en
peligro la autorregulación del sistema. La ficción de la mercancía proporciona por consiguiente un
37
Ibíd., pág. 86
21
principio de organización de importancia vital que concierne el conjunto de la sociedad y que
afecta a casi todas sus instituciones del modo más diverso. Este principio obliga a prohibir
cualquier disposición o comportamiento que pueda obstaculizar el funcionamiento efectivo del
mecanismo del mercado, construido sobre la ficción de la mercancía”38.
El problema es que lo que esto ratifica es el hecho de que la sociedad en su conjunto queda
sometida a las exigencias del mercado. Y las consecuencias que de ello se derivan son, sin duda,
gravísimas para la sociedad, es decir, para las personas que la configuran. Cuando Polanyi
plantea la relación entre economía y sociedad, cuando analiza esa cuestión desde las nuevas
características que impone a la sociedad la economía capitalista de mercado surgida de la
revolución industrial inglesa, no puede menos que constatar que “una riqueza inaudita iba
acompañada inseparablemente de una pobreza también insólita. Los eruditos proclamaban al
unísono que se había descubierto una nueva ciencia que no dejaba ninguna duda acerca de las
leyes que gobernaban el mundo de los hombres. Y en nombre de la autoridad de estas leyes,
desapareció de los corazones la compasión, y una determinación estoica a renunciar a la
solidaridad humana, en nombre de la mayor felicidad del mayor número posible de hombres,
adquirió el rango de religión secular. El mecanismo del mercado se fortalecía y reclamaba a
grandes voces la necesidad de alcanzar su culmen: era necesario que el trabajo de los hombres
se convirtiese en una mercancía… los hombres se precipitaron ciegamente hacia el refugio de una
utópica economía de mercado”39. Pero este “utópica economía de mercado”, esta economía
capitalista, plasmada en la revolución industrial, que indudablemente multiplicó la riqueza del
hombre, también amenaza seriamente la estructura de la sociedad, radicando esa amenaza
precisamente no ya en su carácter industrial sino en el hecho de que sea una sociedad regulada
por el mercado. “Nada… más normal (sostienen los teóricos del liberalismo) que un sistema
económico constituido por mercados gobernados únicamente por los precios, y una sociedad
humana fundada en ellos que aparecía como el objetivo del progreso. Lo importante no era tanto
si esta sociedad era o no deseable desde el punto de vista moral, cuanto si era realizable en la
práctica por considerar que estaba fundada en características inherentes al género humano”40.
Pero lo que sí se puede constatar de manera clara es que, en la medida en que el mercado
asume el control del sistema económico y la sociedad pasa a ser considerada exclusivamente en
tanto que auxiliar del mercado, los efectos sobre la organización de la sociedad en su conjunto
son devastadores. En lugar de supeditarse la economía a las relaciones sociales, son éstas las
que deben adecuarse al sistema económico, al mercado. El factor económico excluye cualquier
otro tipo de consideración puesto que una vez el sistema económico se articula en instituciones
separadas, fundadas sobre móviles determinados y dotadas de un estatuto especial, la sociedad
se ve en la obligación de asumir un modo de acción específico que posibilite el funcionamiento del
sistema siguiendo sus propias leyes e impida, así mismo, la aparición o la efectividad de todo
38
Ibíd., pág. 128
Ibíd., pág. 173
40
Ibíd., pág. 390
39
22
aquello que pueda suponer un obstáculo para el desarrollo efectivo de dichas leyes. De aquí que
sea “justamente en este sentido en el que debe ser entendida la conocida afirmación de que una
economía de mercado únicamente puede funcionar en una sociedad de mercado”41.
CAPITALISMO REALMENTE EXISTENTE
Asistimos, pues, a la imposición al conjunto de la sociedad de criterios específicamente
mercantiles y, en primer lugar y como condición necesaria aunque no suficiente, a la obligada
conversión del trabajo del hombre en mercancía. Pero, en este orden de cosas, una economía
capitalista de mercado no es socialmente viable. “Permitir que el mecanismo del mercado dirija
por su propia cuenta y decida la suerte de los seres humanos y de su medio natural, e incluso que
de hecho decida acerca del nivel y de la utilización del poder adquisitivo, conduce necesariamente
a la destrucción de la sociedad. Y esto es así porque la pretendida mercancía denominada “fuerza
de trabajo” no puede ser zarandeada, utilizada sin ton ni son, o incluso ser inutilizada, sin que se
vean inevitablemente afectados los individuos humanos portadores de esta mercancía peculiar”42.
Considera, pues, Polanyi que una economía capitalista de mercado con un sistema estricto de
laissez-faire, es decir, sin ningún tipo de mecanismo corrector de los graves problemas que
ocasiona cuando se le deja actuar con total impunidad, es socialmente inviable. Recordemos que
la economía capitalista, y la sociedad capitalista que genera a su imagen y semejanza, se
fundamenta sobre la consideración de la búsqueda del máximo beneficio posible y, mediante la
conversión del trabajo en mercancía, del miedo al hambre, como criterios rectores de todas sus
actividades. A este respecto, no podemos resistir la tentación de reproducir un texto recogido por
Polanyi en el que, con la misma pasión que luego se ha tratado y se trata de ocultar, se nos
muestra con toda nitidez cómo la intervención externa sobre los mecanismos del mercado es
altamente contraproducente pues elimina la coerción económica básica del capitalismo, esa
coerción que puede resumirse de manera esquemática así: o tú, que no posees nada excepto tu
fuerza de trabajo, la vendes en las condiciones que marca el mercado, o, por supuesto haciendo
uso de tu libertad la cual deberá ser siempre protegida, te mueres de hambre. Sólo diez años
después de Adam Smith, William Townsend escribía lo siguiente: “El hambre domesticará a los
animales más feroces, enseñará a los más perversos la decencia y la civilidad, la obediencia y la
sujeción. En general, únicamente el hambre puede espolear y aguijonear (a los pobres) para
obligarlos a trabajar; y, pese a ello, nuestras leyes, hay que reconocerlo han dispuesto también
que hay que obligarlos a trabajar. Pero la fuerza de la ley encuentra numerosos obstáculos,
violencia y alboroto; mientras que la fuerza engendra mala voluntad y no inspira nunca un buen y
aceptable servicio, el hambre no es sólo un medio de presión pacífico, silencioso e incesante, sino
también el móvil más natural para la asiduidad y el trabajo; el hambre hace posibles los más
poderosos esfuerzos, y cuando se sacia, gracias a la liberalidad de alguien, consigue fundamentar
41
42
Ibíd., pág. 105
Ibíd., pág. 128-129
23
de un modo durable y seguro la buena voluntad y la gratitud. El esclavo debe ser forzado a
trabajar, pero el hombre libre debe ser dejado a su propio arbitrio y a su discreción, debe ser
protegido en el pleno disfrute de sus bienes, sean éstos grandes o pequeños, y castigado cuando
invade la propiedad de su vecino”43. Comprobamos así cómo este sistema capitalista de mercado,
que mantiene unas pretensiones de universalidad sin precedentes desde el principio del
cristianismo, implica las más altas cotas de perversión y crueldad, una perversión y una crueldad
que “radicaban precisamente en emancipar al trabajador, con la explícita intención de convertir en
una amenaza real la posibilidad de morir de hambre”44. En otras palabras, a lo que conduce dicho
sistema capitalista no puede ser más que a la escisión social y a la destrucción del hombre. De
ahí que debamos entender todas las grandes convulsiones de este siglo, en particular las de las
décadas de los años veinte y treinta, pero también, aunque desde una perspectiva opuesta, las de
las postrimerías del siglo, como intentos de responder de una u otra manera a las amenazas
reales de destrucción que comporta el capitalismo realmente existente.
No creemos que resulte en exceso esquemático el entender dichas convulsiones como el
intento de responder a la pregunta de cómo puede la sociedad recuperar el control de las fuerzas
de la economía, un control que fue entregado de manera total y absoluta al mercado
autorregulador durante la revolución industrial y la consolidación del modo de producción
capitalista. En este sentido, las revoluciones socialistas supusieron un intento de ruptura con este
auténtico chantaje al que el mercado tiene sometida a la sociedad en su conjunto –lo que
probablemente provocó tanto una consideración dogmática del mercado como mal absoluto, como
una incapacidad real para diferenciar el mercado tradicional y el mercado financiero, dos
entidades equiparables sólo nominalmente, errores ambos que provocaron consecuencias de
todos conocidas–. Ahora bien, también en el seno del propio campo capitalista se produjeron
transformaciones de emergencia en unas sociedades capitalistas de mercado que se habían
convertido en absolutamente intolerables desde el punto de vista económico y social. Surgen, así,
el fascismo y el nazismo, como respuestas del propio sistema capitalista a una situación de crisis
aguda del mismo que provoca su abierta puesta en cuestión e, incluso, hace peligrar su propia
existencia. En este sentido, es por completo ridícula la afirmación de Fukuyama45, y de tantos
otros voceros del autoproclamado pensamiento único triunfante, según la cual la victoria del
modelo neoliberal se fundamenta sobre la derrota de los dos modelos que se le planteaban como
alternativos: el comunismo y el fascismo. Estos han desaparecido, dicen, como alternativas
sistemáticas viables al capitalismo liberal occidental. La derrota militar del fascismo en la Guerra
Mundial y la derrota política y económica del comunismo representada por la caída del muro de
Berlín hace ahora diez años, supondrían, pues, el “fin de la historia” en tanto que historia de las
ideas y el conocimiento, donde la victoria sería completa, sin prisioneros ni heridos. El triunfo de la
43
William Townsend Dissertation on the P oor Laws en K. Polanyi La gran transformación pág. 190-191
K. Polanyi ibíd. Pág. 355
45
Cfr. Francis Fukuyama “¿El fin de la historia?” El País 24 de septiembre de 1989; El fin de la historia y el último hombre Ed.
Planeta: Barcelona, 1992 y “Pensando sobre el fin de la historia diez años después” El País 17 de junio de 1999
44
24
democracia capitalista, liberal y de mercado, sobre sus sistemas antagónicos, comunismo y
fascismo, es incuestionable, sostiene Fukuyama.
Sin embargo, habrá que hacer algunas matizaciones importantes frente a semejante
argumentación. En primer lugar, no deja de ser curioso que se liquide al fascismo con su derrota
en la 2ª Guerra. Esto implica, evidentemente, la no consideración del fascismo posterior al 45 no
ya sólo como permanente substrato en las “democracias liberales”, pedirle eso a Fukuyama sería
excesivo, sino ni siquiera en sus más criminales actuaciones a lo largo y ancho del planeta, desde
América central y del sur hasta Sudáfrica o Indonesia. La razón probable de este olvido sería, por
lo que respecta a esos últimos casos, que estaríamos hablando del “patio trasero”, de la periferia,
de esos países cuyos acontecimientos no interfieren en la democracia liberal occidental, aunque
sea ésta la que los propicia y se beneficia de ellos. Por lo que atañe al substrato fascista en las
propias democracias, esto nos llevaría al segundo, y más importante, matiz antes señalado. Si se
dice que el comunismo ha fracasado sería en tanto que él mismo se presentaba como sistema
económico alternativo al capitalismo. Pero presentar al fascismo como modelo alternativo al
sistema capitalista de mercado es una burla sangrante, es seguir queriendo hacernos comulgar
con ruedas de molino. El fascismo no es un sistema económico alternativo al capitalismo, sino la
respuesta política, económica y cultural del capitalismo en tiempos de crisis. Es la respuesta
violenta del capital ante su radical puesta en cuestión. Fascismo y democracia liberal son dos
caras de una misma moneda, de un mismo sistema, no dos sistemas antagónicos. Con
independencia de lo que podrían ser declaraciones programáticas, es históricamente indudable
que el fascismo implica la toma directa y sin mediaciones del poder, a todos sus niveles, por parte
del capital, ese capital que se ve en peligro y reacciona defendiéndose de manera abiertamente
criminal. Y cuando el peligro desaparece, la situación se normaliza, se democratiza: podemos
volver a codificar la violencia. Se trata, por tanto, de dos caras de una misma moneda que se
enseñan de forma alternativa según convenga, es decir, según lo exijan en cada momento
concreto las condiciones para una óptima acumulación de capital.
Es cierto que, en esta fase de subsunción real del trabajo en capital en la que ya no es precisa
la violencia de la acumulación originaria, la acumulación de capital alcanza su grado óptimo en
condiciones de “democracia-liberal”, donde la violencia queda enmascarada bajo formas
puramente ideológicas y la alienación alcanza cotas de pesadilla: “…en esta fase formalizada de
la norma-capital, en la que ninguna violencia exterior es ya ontológicamente necesaria, es el
propio proletario quien, cada noche, dará cuerda al despertador que lo pondrá en pie para volver,
cada mañana, a la puerta de la misma fábrica. Esa es la verdadera dictadura de la burguesía. Lo
demás es anécdota. Él sólo marcará los gestos de su muerte cotidiana, las condiciones materiales
de su servidumbre incuestionada a la relación que, bajo la forma mistificadora del salario, lo
mantiene en vida y reproduce su identidad. Con un poco de suerte, hasta se sentirá feliz de poder
hacerlo. Y, si no, para eso están los psiquiatras”46. En esta coyuntura hasta se permiten el alarde
46
G. Albiac “Introducción” en Toni Negri Fin de siglo Ed. Paidós: Barcelona, 1992, pp. 19-20
25
de amenazar con la prisión a aquellos que utilizaron en su momento para llevar a cabo el trabajo
sucio de eliminar a los que ponían en peligro el proceso de expolio que exige la acumulación de
capital. No obstante, también es cierto que si las circunstancias lo exigen, si, por ejemplo,
reaparecen con fuerza esos planteamientos colectivistas que se dan, a Dios gracias, por
finiquitados o si, otro ejemplo, aquellos que sólo padecen las consecuencias del expolio pero no
disfrutan de las ventajas del proceso de acumulación no comprenden que esta situación es
inherente al propio proceso de acumulación y, por el contrario, se obcecan en pretender entrar a
formar parte del primer mundo, sin duda volverá a surgir del armario —¿no lo está haciendo ya?—
la otra cara, la cara más crudamente salvaje del capital, el fascismo.
Comunismo y fascismo no han sido, en todo caso, las únicas transformaciones de emergencia
ante la implacable lógica del mercado autorregulador. Sin duda el “New Deal”, el keynesianismo,
la socialdemocracia de postguerra, serían intentos de introducir determinados factores de
intervención sobre los mecanismos del mercado, intentos de construir un “capitalismo con rostro
humano”, de conseguir liberar a los hombres de su esclavitud del proceso económico. Durante
demasiado tiempo se habrían considerado las cuestiones económicas como cuestiones finales y
habría llegado ya el momento de retrotraer la economía al estatuto de un medio para fines
humanos verdaderos, unos fines que son sociales y no económicos. Es de esta manera que se
habla de “democracia capitalista”, o de “capitalismo democrático”, y se la considera como la única
forma de organización social, como el único sistema económico y político, que puede hacer
compatibles las exigencias “naturales” del mercado, con su corolario de riqueza y progreso técnico
y material, y la libertad y la felicidad de los hombres. No obstante, no estaremos afirmando nada
novedoso si recordamos que en esa expresión, “democracia capitalista”, pervive una contradicción
en los términos ya que incluye dos sistemas opuestos 47. Hablamos en primer lugar, aunque con
excesiva frecuencia se recurra a todo tipo de eufemismos, de capitalismo, y éste es, se quiera
ocultar o no, un sistema que exige, que tiene como condición ontológica, la existencia de una
clase relativamente pequeña de gente que posea y controle los medios de la actividad industrial,
comercial y financiera, así como la mayor parte de los medios de comunicación, por no decir
todos. Por tanto, esta gente ejerce una influencia por completo desproporcionada sobre la política
y la sociedad, tanto en sus respectivos países como allende sus fronteras. Por otro lado,
hablamos de democracia, la cual se basaría en la negación de esa supremacía y requeriría, por
tanto, una igualdad de condiciones que el capitalismo repudia por su propia naturaleza, por su
propia definición. Dominación y explotación son palabras desagradables que no suelen entrar en
el vocabulario habitual de nuestros políticos o nuestros media, pero que están en el centro de la
democracia capitalista liberal e inextricablemente vinculadas a ella: forman parte de su propia
esencia.
47
Cfr. por ejemplo: Ralph Miliband “Fukuyama and the Socialist Alternative” New Left Review 193, 1992, pp. 108-113, cuya
exposición seguimos.
26
A excepción de algunos iluminados trasnochados, no suele recordarse, probablemente no sea
de buen tono ni políticamente correcto, que el capitalismo es un sistema basado en el trabajo
asalariado. Éste se definiría, de manera simple, como el trabajo efectuado por un asalariado en
beneficio de un empleador privado el cual estaría facultado, por el mero hecho de poseer y
controlar los medios de producción, para apropiarse y disponer de cualquier excedente que
produzca el trabajador. Los empleadores, los empresarios, están constreñidos, en condiciones de
democracia liberal, por diferentes presiones que limitan su libertad para tratar con los trabajadores
como quieran o para disponer de los excedentes que extraen. Pero estas limitaciones
simplemente cualifican su derecho a extraer un excedente y a disponer de él, un derecho que no
es, como decíamos, casi nunca cuestionado puesto que se considera un derecho natural, de la
misma manera que, en su momento, se consideró natural el trabajo esclavista.
Por supuesto, el trabajo asalariado no es el trabajo del esclavo, pero implica, dice Miliband, una
relación social que desde una perspectiva socialista, igualitaria si se quiere, es moralmente
aberrante: nadie debería trabajar para el enriquecimiento privado de otro, sobre todo cuando ese
trabajo se realiza sobre la conversión en amenaza real de “la posibilidad de morir de hambre”.
Los países del socialismo real y su experiencia “comunista”, demostraron que la propiedad pública
de los medios de producción no es garantía suficiente para la eliminación de la explotación y que,
desde luego, no hay ni de lejos una desaparición automática de la misma. Pero la explotación bajo
propiedad pública es una deformación puesto que un sistema basado sobre la propiedad pública
de los medios de producción ni descansa sobre la explotación, ni la exige. Bajo condiciones de un
control democrático, social, proporciona las bases para la asociación libre y cooperativa de los
productores. Por contra, bajo condiciones de propiedad privada de los medios de producción, el
objetivo fundamental de la actividad económica es la explotación. En dichas condiciones, una
actividad económica que no desembocara en el enriquecimiento privado de los detentadores del
poder ecónomico, y por extensión político, carecería por completo de sentido.
Tenemos que ser perfectamente conscientes de esto, porque si no, los árboles, y numerosos
jardineros hay cuya función es precisamente ésa, no nos dejarán ver el bosque. Es desolador leer
cómo responde una prestigiosa ONG frente a la inquietud de un miembro de la misma ante la
posibilidad de que las prendas de vestir que la organización vende como promoción y para
obtener algunos ingresos extras fueran “fabricadas en el Tercer Mundo y, seguramente, a través
de la explotación de mano de obra infantil” –llama la atención que al preocupado comprador le
asalte esta duda porque las prendas “no son de buena calidad”– La ONG contestaba en su revista
mensual que, asumiendo dicha preocupación, habían firmado un convenio con la empresa que
garantiza que los productos han sido fabricados en España e incluye además “una cláusula en la
que la empresa se compromete a la no explotación (en cualquiera de sus formas) de los
trabajadores”. ¿Ignorancia o ingenuidad?. Dominación y explotación, insistiremos, son
consustanciales a la empresa capitalista. Podrán ser salvajes o solapadas, brutales o moderadas
mediante argucias ideológicas, utilizar mano de obra infantil y en condiciones de semi-esclavitud o
27
permitir la actuación de sindicatos de clase, pero son inherentes al capitalismo, inseparables de un
sistema capitalista que exige, que tiene como condición necesaria, aunque ni siquiera suficiente48,
la conversión del trabajo humano en mercancía, esto es, la consideración mercantilista de la
satisfacción de la más básica de las necesidades de los seres humanos: el derecho a subsistir49.
En definitiva, la democracia capitalista implica una limitación de la propia democracia, puesto
que no va a cuestionar seriamente el poder, la propiedad, los privilegios, de los detentadores del
poder económico y político. El hecho cierto es que en los regímenes democrático-capitalistas, los
procedimientos democráticos están manipulados por las elites y por los aparatos políticos y
medios de comunicación que controlan. En estos regímenes los procedimientos democráticos son
un simulacro de una democracia por completo viciada a consecuencia del contexto capitalista en
que funciona. A este respecto, y en el ya citado artículo, Miliband menciona un trabajo en el que
se definen las elecciones como ”una válvula de escape, un interludio en el que los humildes
podían sentir un poder que en otros momentos les era negado, un poder que era sólo ilusorio. Y
era también un ritual legitimador, un rito mediante el cual el populacho renovaba su
consentimiento a una estructura oligárquica del poder”50. Se nos aclara que se está hablando de la
América colonial, pero ¿sería alguien capaz de negar la absoluta y total pertinencia de esta
descripción por lo que respecta a la situación en la que nos encontramos en los albores del nuevo
siglo?.
M UNDIALIZACIÓN, GLOBALIZACIÓN Y CAPITALISMO
Pero la prueba más evidente de la contradicción que venimos destacando respecto de la
democracia liberal la encontramos precisamente en los propios procesos de mundialización y
globalización. Tal y como ya hemos planteado, lo que dichos procesos implican no es más que el
abandono de los intentos por conseguir esa cuadratura del círculo que es un capitalismo con
rostro humano. Tras la aplastante victoria obtenida hasta el momento por el capital en el campo
económico, político y, sobre todo, ideológico, ya no son precisos maquillajes. Y si de muestra vale
un botón, tonto pero significativo, podemos traer a colación en este punto lo sucedido con Oskar
48
“La mercancía no puede ser comprendida en su esencia auténtica sino como categoría universal del ser social total. Sólo en este
contexto la reificación surgida de la relación mercantil adquie re una significación decisiva, tanto para la evolución objetiva de la
sociedad como para la actitud de los hombres hacia ella, para la sumisión de su conciencia a las formas en que esa reificación se
expresa…Esta sumisión se acrecienta aún por el hecho de que cuanto más aumentan la racionalización y mecanización del
proceso productivo, más pierde la actividad del trabajador su carácter de actividad, para convertirse en actitud contemplativa”
György Lukács Historia y conciencia de clase Ed. Grijalbo: Barcelona, 1975
49
¿Cómo puede hablarse entonces, en el capitalismo, de ética de la empresa?. Incluso remontándonos a sus clásicos, si aceptamos esa
formulación del imperativo categórico kantiano que establece la necesidad de tratar a la humanidad, tanto en la p ersona propia
como en la persona de todos los otros, siempre como un fin y nunca simplemente como un medio; si el fin en sí significa que la
persona es un fin para todos y no sólo para ella misma, por lo que ninguna persona puede ser considerada como un me dio de otra
porque eso significaría tratarla como a una cosa, es decir, la cosificación, la reificación de las relaciones humanas; si, en
consecuencia, la persona no tiene un precio sino un valor; si todo ello le lleva al propio Kant a rechazar como profundamente
inmorales actividades como la prostitución o la esclavitud en la medida que en ellas se relega a la persona al rango de medio, se le
fija un precio y se la trata como a una cosa, ¿cómo podremos aceptar moralmente un sistema económico y social que t odo él se
fundamenta sobre la conversión del trabajo humano y, por extensión del hombre y de todas sus actividades y relaciones humanas,
en mera mercancía?
50
Edmund Morgan Inventing People: The Rise of Popular Sovereignity in England and America London, 1988 en Ralph Miliband
op. cit.
28
Lafontaine. Éste, a la sazón ministro de economía alemán y representante del sector “izquierdista”
del partido socialdemócrata de su país, se vio en la necesidad de dimitir de su cargo ministerial y
como presidente del partido ante la profunda desconfianza y hostilidad que provocaban sus
planteamientos, unos planteamientos que, en el mejor de los casos, podían ser calificados como
keynesianos. Lo que ocurre es que, hoy por hoy, incluso el keynesianismo es considerado un
grave peligro por el neoliberalismo triunfante, un pensamiento vetusto, obsoleto e inaplicable.
Quizá por eso, hasta el diario El País expresaba en sendas editoriales su indisimulada alegría
ante la desaparición política de un personaje “anacrónico” y la “rectificación a tiempo” efectuada
por el canciller alemán51. La exigencia de liberalización ya no admite más trabas que las
meramente propagandísticas cuando llega la hora de la farsa mediático-electoral. Ya lo dicen
hasta esa especie de reedición de pareja cómico-dramática, tipo el gordo y el flaco pero en
versión el sonrisas y el serio, que son Blair y Schröeder, los cuales inician ese patético ejercicio
espiritual de “Padre-perdónanos-nuestros-pecados“ denominado Tercera vía, con la máxima:
“Menos regulación y más flexibilidad. La regulación es el enemigo de nuestro éxito. Hay que
empequeñecer el Estado, hay que disminuir el gasto público, hay que reducir drásticamente los
impuestos, esos impuestos cuyo sentido primordial era el de redistribuir la riqueza, hay que
liberalizar más aún el mercado de trabajo eliminando todas aquellas medidas que tenían como
objetivo la defensa de la parte, por definición, más débil. En suma, hay que liquidar aquello que se
denominó Estado del bienestar, el cual, ahora se demuestra con total nitidez, no era un elemento
natural en la evolución del proceso de acumulación de capital, del capitalismo, sino una argucia
táctica de respuesta frente a la existencia de un sistema alternativo al capitalista que se erigía,
quizá de manera más nominal que real, sobre los excesos, injusticias y peligros de ese mercado
autorregulador denunciado por Polanyi. Los límites a la dominación y la explotación que
significaba el Estado del bienestar en el primer mundo, fueron el resultado de una incansable
lucha, de una incesante presión desde abajo para ampliar los derechos políticos, cívicos y
sociales limitando el carácter hegemónico y depredador del mercado autorregulador, frente a los
esfuerzos hechos desde arriba para erosionar tales derechos al considerarlos como trabas
intolerables al desarrollo natural del mercado. Así pues, desaparecida la alternativa, desaparecen
los tapujos: dejémonos de regulación, vía libre a la flexibilidad.
Ahora bien, es rigurosamente cierto que, desde esta perspectiva, la mundialización no designa
nada nuevo, nada particular, nada específico. Desde sus orígenes la mundialización es la
dimensión esencial del propio modo de producción capitalista. Ya en el Manifiesto Comunista,
Marx y Engels avanzaban un diagnóstico de la mundialización capitalista52 . El capitalismo, decían
entonces, está desarrollando todo un proceso de unificación no sólo económica sino también
cultural del mundo para remodelar éste en función de sus propios intereses: “mediante la
explotación del mercado mundial, la burguesía dio un carácter cosmopolita a la producción y al
51
52
Cfr. El País 11 y 12 de mayo de 1999
Cfr. los excelentes artículos del dossier “La actualidad del Manifiesto Comunista” en Papeles de la Fundación de Investigaciones
Marxistas. nº 11 1998
29
consumo de todos los países. Con gran pesar de los reaccionarios, ha quitado a la industria su
base nacional (…) En lugar del antiguo aislamiento de las regiones y naciones que se bastaban a
sí mismas, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones.
Y esto se refiere tanto a la producción material, como a la producción intelectual53”. Tengamos
muy presente esta frase. Marx y Engels no se están refiriendo únicamente a la imposición de una
forma específica de organización económica, ni a unos meros procesos de desarrollo de la
acumulación de capital, es decir, de lo que hemos denominado globalización. Están mencionando
también los procesos de dominación cultural e ideológica que desarrolla ese determinado modo
organizar la sociedad en su conjunto que es el capitalismo. Y son perfectamente conscientes de
los medios que la dominación hace suyos en su propio provecho: “Merced al rápido
perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante progreso de los medios de
comunicación (la burguesía) obliga a todas las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el
modo burgués de producción, las constriñe a introducir la llamada civilización, es decir, a hacerse
burgueses. En una palabra: se forja un mundo a su imagen y semejanza”54
Por tanto, es la misma dinámica de la acumulación capitalista la que conduce a la
mundialización. En otros escritos posteriores y analizando la tendencia histórica de la acumulación
capitalista a la vez que tratando de explicar su génesis histórica, Marx, tras considerar el
vandalismo de la acumulación originaria del capital, continúa diciendo: ”No bien ese proceso de
transformación ha descompuesto suficientemente, en profundidad y en extensión, la vieja
sociedad; no bien los trabajadores se han convertido en proletarios y sus condiciones de trabajo
en capital; no bien el modo de producción capitalista pueda andar ya sin andaderas, asumen una
nueva forma la socialización ulterior del trabajo y la transformación ulterior de la tierra y de otros
medios de producción en medios de producción socialmente explotados, y por ende en medios de
producción colectivos, y asume también una nueva forma, por consiguiente, la expropiación
ulterior de los propietarios privados. El que debe ahora ser expropiado no es ya el trabajador que
labora por su propia cuenta, sino el capitalista que explota a muchos trabajadores. Esta
expropiación se lleva a cabo por medio de la acción de las propias leyes inmanentes de la
producción capitalista, por medio de la concentración de capitales. Cada capitalista liquida a otros
muchos. Paralelamente a esa concentración, o a la expropiación de muchos capitalistas por
pocos, se desarrollan en escala cada vez más amplia…el entrelazamiento de todos los pueblos en
la red del mercado mundial, y, con ello el carácter internacional del régimen capitalista. Con la
disminución constante en el número de los magnates capitalistas que usurpan y monopolizan
todas las ventajas de este proceso de trastocamiento, se acrecienta la masa de la miseria, de la
opresión, de la servidumbre, de la degeneración, de la explotación”55. En efecto, y de nuevo Marx,:
“La tendencia a crear el mercado mundial viene dada inmediatamente en el concepto de capital.
53
54
55
Karl Marx y Friedrich Engels “Manifiesto del Partido Comunista” en Obras escogidas T.I Ed. Akal: Madrid, 1975 pp. 25-26
Ibid. pág. 26
Karl Marx El capital libro I, secc. VII, cap. XXIV “La llamada acumulación originaria” Ed. Siglo XXI: Madrid, 1975, pp. 952953
30
Todo límite se presenta como un límite a superar. Ante todo, el capital tiene la tendencia a
someter todo momento de la producción al cambio y a negar la producción de valores de uso
inmediatos, que no entran en el cambio, es decir, tiene la tendencia a colocar precisamente la
producción basada sobre el capital en lugar de modos de producción anteriores y, desde su punto
de vista, primitivos. El comercio ya no se presenta aquí como una función que tiene lugar entre
producciones independientes para el cambio de su excedente, sino como un presupuesto esencial
omnicomprensivo y como un momento de la producción misma”56. El carácter mundial del modo
de producción y del intercambio capitalista queda, pues, afirmado sin ambages. Y el mercado
mundial no es concebido como una yuxtaposición de mercados nacionales, sino como la
dimensión propia del régimen capitalista. De ahí que sea del propio concepto de capital que se
deriven lógicamente dos características. En primer lugar la tendencia a hacer saltar todos los
obstáculos que puedan oponerse a la expansión ilimitada del modo de producción capitalista. En
segundo lugar, la necesidad de proceder a la liquidación de todo aquello que pueda haber todavía
de arcaico en la sociedad dominada por las relaciones capitalistas.
Podemos, pues, concluir que el modo de producción capitalista es mundial, y lo es no como
resultado de una determinada evolución o de una determinada coyuntura, sino desde su mismo
origen. Más claro: la mundialización es el modo de producción capitalista puro. Así, lo que se
llama mundialización no tiene sentido más que si por ella entendemos la aniquilación de los
últimos sectores que todavía escapaban a la dominación del capital. En este sentido, lo que
caracterizaría el momento actual no sería el alcance mundial del capital, sino la manera concreta
en que se impone. Asistimos a un recrudecimiento de los conflictos de clase, de manera más clara
y descarnada en el seno de los países subdesarrollados o en vías de desarrollo y, a un nivel más
general, entre éstos y los países del primer mundo. Pero este mismo recrudecimiento lo
encontramos también en estos últimos países, concretado en la disminución de los beneficios
sociales que se establecieron, fruto de la presión social, a la sombra de ese capitalismo con rostro
humano asociado al Estado del bienestar Y, a pesar de los ímprobos esfuerzos que se hacen en
contrario, la percepción del hecho es cada vez mayor. Una muestra significativa: unos años, en
diciembre de 1997, el Frankfurter Allgemeine Zeitung, diario poco sospechoso de no ser adepto al
régimen neoliberal, publicaba una encuesta y contrastaba los datos con los obtenidos en 1980. En
ambas ocasiones se instaba a los alemanes a que escogieran entre las dos afirmaciones
siguientes: “Hoy por hoy la lucha de clases está superada. Empresarios y trabajadores deben
entenderse como socios” y “Es justo hablar de lucha de clases. Empresarios y trabajadores tienen
en el fondo intereses por completo incompatibles”. Pues bien, en 1980 el 58% de los ciudadanos
de los ciudadanos de la entonces RFA optaron por la primera afirmación y sólo un 25% se
inclinaron por la segunda. En 1997, transcurridos 7 años desde que cayera el muro y fuera
decretado el fin de la historia, las tornas se han invertido: si bien el 41% seguían considerando
superada la lucha de clases, un 44% opinaba ahora que la lucha de clases está a la orden del día.
56
Karl Marx Líneas fundamentales de la crítica de la economía política (Grundrisse) T. I Ed. Crítica: Barcelona, 1977 pp. 358
31
Y en los estados de la antigua RDA los partidarios de la lucha de clases ascendían al 56% frente
al 26%57..
Es cierto que la situación actual podría resumirse brevemente así: “lo que está sucediendo a la
mayoría de las economías y países capitalistas de todo el mundo es comparable a los procesos
que tuvieron lugar a mediados del siglo XIX: un crecimiento a gran escala del capital acompañado
por un aumento del desempleo, la pobreza, el crimen y el sufrimiento humano en general”58. Quizá
por eso, y frente a aquellos que quieren arrinconarlo en el vertedero de la historia, el pensamiento
marxista, como hace 150 años, se presenta hoy como de todo punto pertinente a la hora de
entender los procesos referidos de globalización y mundialización, demuestra su pertinencia a la
hora de tratar de analizar y, por tanto, entender la realidad que se nos impone. Y ello no sólo por
lo que sin duda fueron auténticas anticipaciones, por parte de Marx y Engels, de la tendencia
futura del proceso de acumulación capitalista, sino también por la larga lista de autores que supo
ver con posterioridad a éstos la dinámica interna que llevaba al capitalismo a la mundialización.
Por ejemplo, como afirma Vidal Villa, “los nombres de R. Hilferding, K. Kautsky, Rosa
Luxemburgo, N. Bujarin y Lenin, están indisolublemente unidos a esta premonición del futuro
capitalista mundial. Sus aportaciones, efectuadas en agria polémica entre sí –por ejemplo, Lenin y
Bujarin contra Kautsky; Lenin contra Rosa Luxemburgo–, siguiendo la tónica polemizadora de la
época…mantienen hoy una vigencia considerable, con una agudeza y lucidez imposible de
encontrar en ninguno de los economistas burgueses contemporáneos de ellos”59.
Pero es obvio que no podemos contentarnos con mantener una postura del tipo ya-lo-decía-yo.
No basta con remitir la situación actual a la de hace un siglo y afirmar que no hay nada nuevo bajo
el sol, que, en definitiva, se trata de capitalismo, del capitalismo realmente existente, con sus
secuelas de explotación, dominio y miseria de los más en beneficio exclusivo de unos pocos. Y no
basta porque la situación actual es real y potencialmente más grave que la de hace un siglo.
Alguien dijo hace unos años que cuando, tras la caída del muro, los trabajadores de los países del
este de Europa se manifestaron enarbolando pancartas en las que se leía “proletarios de todos los
países, perdonadnos”, y a pesar de lo loable que podía ser la proclama en sí misma, no eran en
absoluto conscientes de las consecuencias que la desaparición de la única alternativa, real o
ficticia, al capitalismo iba a tener para los proletarios de todo el mundo, incluidos ellos. En este
punto, no podemos resistirnos a mencionar el informe elaborado por el Programa de Naciones
Unidas para el Desarrollo respecto del coste que ha tenido el proceso de transición, aunque el
propio informe reconoce que semejante término de “transición” es un mero eufemismo para
ocultar un mero proceso de depresión económica, sobre los países del que fuera llamado
socialismo real, sobre todo en la antigua Unión Soviética. El informe de la ONU establece siete
57
Brigitte Pätzold “Heurs et malheurs de l’unification allemande. Schwedt, ancienne cité modèle de la RDA entre nostalgie et
optimisme” Le Monde Diplomatique, janvier 1998 pág. 8 Por alguna razón, el recuadro donde se comentan estos datos no fue
publicado en la edición española de la revista
58
James Petras y Chronis Polychronion “El mito de la globalización” Ajoblanco nº 105, pp. 21-29
59
José María Vidal Villa Mundialización Ed. Icaria: Barcelona, 1996 pp. 9-10 Tras esta frase, el autor reproduce toda una serie de
textos de los mencionados pensadores que avalan ampliamente su tesis.
32
apartados en los que concreta el coste humano de esa presunta transición: la caída en picado de
la esperanza de vida, que entre la población masculina de Rusia pasó de 62 a 58 años; el
incremento de la tasa de mortalidad, debido a la extensión de enfermedades como el SIDA y la
sífilis, cuya incidencia se ha multiplicado por 15 en los últimos años y a la reaparición de otras
enfermedades antes erradicadas; el empobrecimiento de la población, Rusia es hoy un 42% más
pobre que en 1990, Tayikistán un 67’3% y, en conjunto, el porcentaje de población bajo el umbral
de la pobreza pasó del 4% de 1989 al 32% en 1994, es decir, en sólo 15 años la población bajo el
umbral de pobreza pasó de 13’6 millones a 119’2 millones en sólo 5 años; el impresionante
aumento de las desigualdades entre ricos y pobres y entre hombres y mujeres; la destrucción del
sistema educativo, con unos presupuestos hoy 50% inferiores a los de URSS, el espectacular
aumento del desempleo y una pérdida de poder adquisitivo que implica que, por ejemplo en
Moldavia, la capacidad de compra de un salario medio equivaldría al que tenía en 1967. El
resultado final de todo esto queda establecido en el informe de la ONU en lo que se denomina “la
desaparición en las estadísticas de población de 9’7 millones de personas que hubieran
sobrevivido si no se hubiera producido una deserción política del Estado”60. En otras palabras, y
para que entendamos correctamente lo que se nos quiere indicar mediante un nuevo eufemismo:
casi 10 millones de personas han muerto en los países que componían la URSS a consecuencia
del proceso de transición al capitalismo. No importa. Son sólo unas pocas víctimas más que
agregar al Libro negro del liberalismo.
Pero la situación, tal y como ya hemos reiterado más arriba, no se circunscribe tan sólo a estos
países. Es una situación global, mundial, que corre el riesgo de agravarse cada vez más. “En
efecto, jamás el capital ha tenido tanto éxito como hoy, a finales del siglo XX, en ejercer un poder
tan completo, absoluto, integral, universal e ilimitado sobre el mundo entero. Jamás en el pasado
había podido, como actualmente, imponer sus reglas, sus políticas, sus dogmas y sus intereses a
todas la naciones del globo. El capital financiero internacional y las empresas multinacionales
nunca antes habían escapado al control de los estados y las poblaciones concernidas. Jamás
hasta ahora había existido tan densa red de instituciones internacionales –como el Fondo
Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Internacional del Comercio–
consagradas a controlar, gobernar y administrar la vida de la humanidad según las estrictas reglas
del libre comercio capitalista y del libre beneficio capitalista. En fin, jamás, en ninguna época,
todas las esferas de la vida humana –relaciones sociales, cultura, arte, política, sexualidad, salud,
educación, deporte, diversión– habían sido, como hoy, tan completamente sometidas al capital y
tan profundamente inmersas en las ‘glaciales aguas del cálculo egoísta’”61.
Es urgente, pues, articular una respuesta; es preciso elaborar alternativas ya que no basta con
constatar los problemas. Aunque esta constatación tenga que ser un paso previo fundamental
para poder echar a andar, en la medida en que sólo el análisis adecuado de los problemas y de su
60
61
Cfr. Luis Prados “Del imperio al caos” El País 12 de septiembre de 1999
Michael Löwy “Mundialización e internacionalismo: actualidad del Manifiesto Comunista” Papeles de la Fundación de
Investigaciones Marxistas nº11 1998 pág. 26.
33
raíz puede ofrecernos la posibilidad de su superación real más allá de meros retoques cosméticos.
Mientras tanto, sin duda, hay cosas que hacer. “Para hacer frente de manera efectiva al proceso
de globalización, deben construirse urgentemente puentes de solidaridad obrera internacional y es
preciso contemplar al Estado como la palanca que posibilitará el cambio. Los movimientos
sociales que trabajan a favor de un cambio radical deben rechazar la distinción entre Estado y
sociedad civil, puesto que dicha distinción ya no existe: el capitalismo prospera a costa de explotar
al estado…La ideología de la ‘política de identidad’ y la política multicultural (fenómenos más
emparentados con el capitalismo contemporáneo que con la subversión) debe combinarse con
una política de clase. Además, la economía nacional ha de ser considerada como el punto de
partida de todo enfrentamiento político contra la globalización del capital. La retórica de la
globalización, que sirve para reducir los salarios hasta los niveles más bajos al tiempo que
promueve la importación de productos manufacturados por mano de obra barata, debe
contrarrestarse mediante una estrategia que impida la transferencia de los beneficios locales hacia
el exterior. Medidas que abarcan desde el control de los capitales hasta la expropiación rotunda
pueden ser las piezas clave para la reconstrucción de una mano de obra que esté en condiciones
de luchar en un campo de batalla igualado. Nos parece obligatorio que todas las fuerzas
progresistas y la clase trabajadora protagonicen esta clase de respuestas”62. Pues bien, aunque
haya a quien le resulte difícil de creer, no son pocos los grupos, los colectivos, las personas que
trabajan en el día a día por avanzar en la articulación de respuestas, de alternativas. Podemos
decir, como hiciera antaño Galileo y aunque ahora como entonces parezca tan sorprendente como
alejado de una realidad que se nos vende como inamovible y definitiva, “…y sin embargo se
mueve”.
(*) El primer apartado de este trabajo fue publicado anteriormente, con el título "Mundialización y globalización: una
clarificación conceptual", en Egipán de vidrio. Revista de Filosofía http://artea.com.ar/egipan/
62
James Petras y Chronis Polychronion op. cit. pág. 29
34
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