Celebrar la Misericordia

Anuncio
Contenido
PONTIFICIO CONSEJO PARA LA PROMOCIÓN DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN
CELEBRAR LA MISERICORDIA
PRESENTACIÓN
INTRODUCCIÓN
Celebrar el jubileo
CAPÍTULO I
El Año litúrgico
La Cuaresma
Semana Santa y Tiempo Pascual
Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz
Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús
CAPÍTULO II
La celebración de los sacramentos
Bautismo, reconciliación, unción de los enfermos
La eucaristía
El acto penitencial
La oración de los fieles
Las plegarias eucarísticas de la reconciliación
La collectio missarum de la Bienaventurada Virgen María
Las misas y las oraciones por diversas necesidades y las misas votivas
CAPÍTULO III
Orar juntos
La Liturgia de las Horas
La adoración eucarística
Oración ecuménica e interreligiosa
La piedad popular
La peregrinación
La veneración a Cristo crucificado
El viacrucis
La devoción a la Bienaventurada Virgen María
El rosario de la Bienaventurada Virgen María
La veneración a la Bienaventurada Virgen María de los Dolores
La Coronilla de la Divina Misericordia
Oración por el Jubileo de la Misericordia
Los lugares de la celebración
El altar
La puerta
La fuente bautismal
La sede confesional
La comunión espiritual
CAPÍTULO IV
Lectio divina
Misericordiosos como el Padre
... es meditada
...es orada Salmo 51
Salmo 25
1. ¿Quién es mi prójimo?
Le han sido perdonados sus pecados, por eso, ha amado mucho
... es orada Salmo 25
RITO DE APERTURA DE LA PUERTA DE LA MISERICORDIA EN LAS IGLESIAS
PARTICULARES
13 de diciembre de 2015 III Domingo de Adviento
PREMISA
RITOS DE INTRODUCCIÓN EN LA IGLESIA ESTACIONAL
APERTURA DEL JUBILEO EN LAS IGLESIAS O EN LOS SANTUARIOS DESIGNADOS POR
EL OBISPO DIOCESANO
CELEBRACION CONCLUSIVA DEL IUBILEO EXTRAORDINARIO EN LAS IGLESIAS
PARTICULARES
PONTIFICIO CONSEJO PARA LA
PROMOCIÓN DE LA NUEVA
EVANGELIZACIÓN
CELEBRAR LA MISERICORDIA
PRESENTACIÓN
"Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de
serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación". El papa Francisco no podía encontrar una
expresión más eficaz para hacernos comprender el valor que la misericordia tiene en la vida de la
Iglesia y de cada creyente. Contemplar la misericordia significa verla impresa en el rostro de Cristo
que está vivo y realmente presente en el misterio de la santa eucaristía. Cada vez que la Iglesia
celebra los sacramentos hace vida y presente la misericordia del Padre que actúa a través del Hijo y
transforma el corazón de los violentos y hace la materia de los sacramentos una gracia eficaz para
nuestra salvación. Es obra del Espíritu Santo que, con la potencia transformadora de su acción, hace
fuerte lo que es débil.
El Jubileo de la Misericordia debe ser, ante todo, celebrado. Los signos que lo acompañan
encuentran su culmen en la celebración litúrgica, donde toda la Iglesia ora y vive intensamente el
misterio de su existencia como comunión. Era necesario que entre los instrumentos pastorales de
preparación para vivir el jubileo extraordinario, hubiera también un volumen para celebrar la
misericordia. El Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización está
especialmente agradecido con el padre Silvano M. Maggiani, o.s.m., por haber coordinado las partes
que componen este instrumento pastoral. También agradecemos al profesor padre Pietro Angelo
Muroni y a monseñor Angelo Lameri por su contribución calificada que nos permite tener entre
manos una verdadera ayuda para celebrar el Año Santo.
Estamos seguros de que la reflexión sobre estas indicaciones y su adaptabilidad a los diversos
contextos eclesiales y culturales nos ayudarán a ofrecer una rica participación activa de los fieles. La
misericordia así celebrada será vivida y testimoniada más eficazmente como reflejo de la
misericordia del Padre.
* Rino Fisichella
INTRODUCCIÓN
Celebrar el jubileo
A lo largo de la historia de la Iglesia ha habido diversos jubileos, convocados por los distintos
sucesores de Pedro. Entre los ritos que en el pasado reciente han acompañado el evento del jubileo,
tienen una importancia fundamental las celebraciones litúrgicas que caracterizan tanto a la Iglesia de
Roma, presidida por su Obispo, como la Iglesia universal que se manifiesta en las diócesis
particulares, guiadas por su propio pastor, esparcidas en todo el mundo. Con este espíritu universal,
el santo padre Francisco, en la bula de convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia,
Misericordiae vultus, establece que, después del rito de apertura de la Puerta Santa o Puerta de la
Misericordia en la Basílica de San Pedro, el 8 de diciembre de 2015, Solemnidad de la Inmaculada
Concepción, con la cual se dará inicio solemne al Año Santo, el domingo 13 de diciembre, III de
Adviento:
En cada Iglesia particular, en la Catedral que es la Iglesia Madre para todos los fieles, o en la
Concatedral o en una iglesia de significado especial, se abra por todo el Año Santo una idéntica
Puerta de la Misericordia. Ajuicio del Ordinario, ella podrá ser abierta también en los Santuarios,
meta de tantos peregrinos que en estos lugares santos con frecuencia son tocados en el corazón por la
gracia y encuentran el camino de la conversión. Cada Iglesia particular, entonces, estará directamente
comprometida a vivir este Año Santo como un momento extraordinario de gracia y de renovación
espiritual. El Jubileo, por tanto, será celebrado en Roma así como en las Iglesias particulares como
signo visible de la comunión de toda la Iglesia (MV3).
A partir de este momento, inicio solemne del Año Santo en todas las diócesis, cada Iglesia particular
y cada comunidad se esforzarán de tal modo que, sobre todo litúrgicamente, el jubileo se viva como
un "momento extraordinario de gracia y renovación espiritual" (MV 3) por parte de todo el pueblo de
Dios. Esto podrá suceder, si se hace el máximo esfuerzo en la promoción de las celebraciones que,
en su propiedad, su simplicidad y su belleza, y de acuerdo con los tiempos del Año litúrgico C, sean
una manifestación mistagógica del amor misericordioso y de la solicitud del Padre celestial, el cual,
en el Hijo y por obra del Espíritu, "quiere que todos los hombres sean salvos y lleguen al
conocimiento de la verdad" (I Tim 2, 4).
En la bula Misericordiae vultus, el papa Francisco recuerda: "Hay momentos en los que de un modo
mucho más intenso estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia para poder ser también
nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre" (MV 3). La celebración litúrgica es un momento
privilegiado para poder vislumbrar y dejarse atraer por el rostro misericordioso del Padre.
El presente subsidio quiere ayudar a todas las comunidades diocesanas y religiosas, de todas las
parroquias y los santuarios, ofreciendo algunas sugerencias con el fin de que, en el Año Jubilar,
nuestras celebraciones puedan transmitir el aroma de la misericordia del Padre.
CAPÍTULO I
El Año litúrgico
El punto cardinal en torno al cual gira toda la actividad pastoral y litúrgica de la Iglesia es el Año
litúrgico, que debe valorarse en las diversas comunidades, poniendo especial cuidado en la calidad
de las liturgias (SC 102). Todas las celebraciones promovidas a lo largo del Año Jubilar deberán
estar siempre de acuerdo y en sintonía con el Año litúrgico C, en el que está inserto el Año Santo. Se
ha de tener especial atención al domingo, Día del Señor, en el cual la Iglesia entera celebra el
misterio de la muerte y la resurrección de Cristo, junto al ciclo de Navidad y al ciclo de Pascua. A
partir de la celebración:
El domingo debe ofrecer también a los fieles la ocasión de dedicarse a las actividades de
misericordia, de caridad y de apostolado. La participación interior en la alegría de Cristo resucitado
implica compartir plenamente el amor que late en su corazón: ¡no hay alegría sin amor! Jesús mismo
lo explica, relacionando el "mandamiento nuevo" con el don de la alegría: "Si guardan mis
mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y
permanezco en su amor. Les he dicho esto, para que mi gozo esté en ustedes y su gozo sea colmado.
Este es el mandamiento mío: que se amen los unos a los otros como yo los he amado" (Jn 15, 10-12).
La eucaristía dominical, pues, no solo no aleja de los deberes de caridad, sino que, por el contrario,
compromete más a los fieles "a toda clase de obras de caridad, piedad y apostolado, mediante las
cuales, se manifieste que los cristianos, aunque no son de este mundo, sin embargo, son luz del mundo
y glorifican al Padre ante los hombres" (Dies Domini 69).
La Cuaresma
La Cuaresma es el tiempo privilegiado en el cual la Iglesia está llamada a mostrar de una manera más
evidente el rostro misericordioso del Padre, especialmente, con ocasión de las liturgias penitenciales
y de la celebración del sacramento de la reconciliación. Por esta razón, el viernes 4 y el sábado 5 de
marzo se extiende a todas las comunidades la iniciativa llamada "24 horas por el Señor",
fundamentalmente, a las parroquias los santuarios y las iglesias más centrales y frecuentadas por la
comunidad cristiana; este momento será celebrado en la basílica de San Pedro el viernes 4 de marzo
con una liturgia penitencial.
En todo caso, puede haber otros momentos privilegiados en este tiempo, por ejemplo la celebración
de la Liturgia de la Palabra. Para este propósito, el Santo Padre recomienda que "la Cuaresma de
este Año Jubilar sea vivida más intensamente como un momento fuerte para celebrar y experimentar
la misericordia de Dios. ¡Cuántos pasajes de la Sagrada Escritura pueden ser meditados en las
semanas de la Cuaresma para redescubrir el rostro misericordioso del Padre! En este sentido,
remitimos al subsidio Las parábolas de la misericordia, del Consejo Pontificio para la Promoción de
la Nueva Evangelización, publicado en esta misma colección.
El ciclo de las lecturas de las Misas de Cuaresma, además, se ha redactado sobre la base de
principios específicos, que tienen presente las características propias de este tiempo, es decir, su
índole bautismal y penitencial. Precisamente, el Año Santo de la Misericordia coincide con el
camino cuaresmal propuesto por el leccionario del Año C, marcado por el tema de la penitencia. En
este año, estaremos llamados a realizar un camino de conversión que nos conduzca a la Pascua,
evento supremo de la reconciliación con el Padre. Especialmente a través de la homilía, pero
también en el cuidado particular de las moniciones y de la oración de los fieles, los pastores, junto
con sus colaboradores, ayudarán a la asamblea celebrante a entrar en el misterio de la misericordia
del Padre, celebrada eminentemente en el sacrificio de su Hijo. Para ello, servirá el Directorio
homilético publicado últimamente por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos.
En particular, con la narración de las tentaciones de Jesús en el desierto (cf Lc 4, 1-13), el domingo
I, el pueblo de Dios será llamado a vivir la Cuaresma como camino de "conversión eclesial" a través
de la escucha de la Palabra, la oración y el ayuno. El domingo II, la narración de la Transfiguración
(cf Lc 9, 28-36) invita a los cristianos a afianzar la fe en el misterio de la muerte y la resurrección de
Cristo, para adherir, en plena fidelidad a la alianza, a la voluntad de Dios, y ser verdaderos
discípulos de Cristo. A través de la parábola de la higuera estéril (cf Lc 13, 1-9), en el domingo III,
cada fiel será invitado a superar la dureza de la mente y del corazón para que, acogiendo la Palabra
de Dios y dando espacio al Espíritu, sea capaz de dar frutos de verdadera y continua conversión. La
parábola del padre misericordioso del domingo IV (cf Lc 15, 1-3. 11-32) constituye el culmen de
este camino cuaresmal en el Año Jubilar: reconocer a Dios como Padre bueno y magnánimo en el
perdón que, en el abrazo de su amor, acoge a todos los hijos que regresan a él con corazón contrito
para recubrirlos con las vestiduras de la salvación, hacerlos partícipes de la alegría del banquete
pascual y restituirlos a la dignidad real de hijos de Dios. El pasaje de la adúltera perdonada, del
domingo V de Cuaresma (cf. Jn 8, 1-11) invita a todos los bautizados a abrirse al perdón
incondicional de Dios, que en Cristo renueva todas las cosas.
Especialmente en este tiempo, a través de la celebración de la Liturgia de la Palabra, no debe faltar
la ocasión de señalar un camino catequético sobre la reconciliación: bautismo y penitencia son las
dos constantes sobre las cuales se basa todo el camino cuaresmal.
El Tiempo de Cuaresma, en el Rito de iniciación cristiana de adultos, es también llamado el tiempo
de la purificación y de la iluminación en la medida en que tanto en la liturgia como en la catequesis
litúrgica, mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la penitencia, renueva junto
con los catecúmenos la comunidad entera de fieles y los dispone a la celebración del misterio
pascual en el cual son introducidos por los sacramentos de la iniciación (Ritual romano, Rito de
iniciación cristiana de adultos, Introducción 21).
Por eso, antes de la celebración de la "elección", se les exige a los catecúmenos la conversión de la
mente y del modo de vida, además de un conocimiento suficiente de la doctrina cristiana y un sentido
vivo de la fe y la caridad. Además:
Durante este tiempo se hace más intensa la preparación espiritual, que tiene un mayor carácter de
reflexión espiritual, y no de catequesis, y está orientada a purificar el corazón y la mente por una
revisión de la propia vida y con la penitencia, y a iluminarlos con un conocimiento más profundo de
Cristo Salvador. Todo esto se realiza a través de diversos ritos, especialmente con los escrutinios y
con las entregas (traditiones) (Ritual romano, Rito de iniciación cristiana de adultos, Introducción
25).
Estos ritos deben cuidarse de manera especial y ser "signo de la solicitud materna de la Iglesia por el
pueblo de Dios, para que entre profundamente en la riqueza de este misterio tan fundamental para la
fe" (MV18).
Semana Santa y Tiempo Pascual
En este Año Santo, también se deberá tener gran cuidado ep la preparación de las celebraciones de
la Semana Santa, especialmente, del Triduo Pascual. En este, a través de la valoración del lenguaje
litúrgico, compuesto de palabras, signos, símbolos y gestos, y especialmente en la adoración de la
cruz, el Viernes Santo, emerge todo el misterio de amor y de justificación del Padre, con el sacrificio
del Hijo, en favor de toda la humanidad. Estas celebraciones encontrarán su culmen en la Vigilia
Pascual, en el recuento de la historia de la salvación a través de la Liturgia de la Palabra y en la
celebración de los sacramentos que representan la solicitud del Padre con respecto a sus hijos. Con
ocasión de la Semana Santa y del Tiempo Pascual, los pastores no dejarán de expresar la imagen del
Padre que ha salvado y sigue salvando. Él ha mostrado misericordia con respecto a Israel, su pueblo,
y aún hoy no se cansa de revelar su rostro misericordioso con respecto a aquellos que acogen el don
de la fe en las aguas del manantial.
Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz
La cruz ha sido por siglos signo del más terrible de los suplicios y, en un cierto sentido, todavía lo
es. De hecho, ¡cuántos cristianos, hasta hoy, en nombre de la cruz de Cristo, ofrecen su vida en el
martirio! Por eso, adquiere un alto valor simbólico, especialmente, en este Año Santo, sobre todo, en
aquellas tierras y en aquellas Iglesias que hoy sufren violencias y opresiones a causa de su fe en
Cristo muerto y resucitado. Para el cristiano, en efecto, el árbol de la cruz ha sido implantado por el
árbol de la justicia y de la paz, que es Cristo mismo, en el árbol de la vida, tálamo, trono, altar de la
nueva alianza. De Cristo, nuevo Adán dormido en la cruz, ha surgido el sacramento admirable de
toda la Iglesia. La cruz es el signo del reinado de Cristo sobre aquellos que en el bautismo se han
configurado a él en la muerte y en la gloria (cf. Rom 6,5). En la tradición de los Padres, constituye el
signo del Hijo del hombre que aparecerá al final de los tiempos (cf. Mt 24, 30), pero también es el
signo de la gran misericordia del Padre que, por amor a la humanidad, ofrece al Hijo como víctima
de expiación por los pecados del hombre. Por este motivo, la cruz representa el signo principal y de
referencia del Año Santo. La Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, que en Oriente se equipara con
la de la Pascua, merece, por tanto, celebrarse con la debida solemnidad poniendo en el centro el
misterio de amor y de redención que es la cruz de Cristo:
En el árbol de la cruz tú has establecido la salvación del hombre, para que allí donde surgía la
muerte resurgiera la vida, y quien del árbol obtenía victoria, por el árbol fuera derrotado (Prefacio
de la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz).
Es oportuno que en cada comunidad la cruz del presbiterio o del aula eclesial, especialmente, en esta
fiesta y durante el año litúrgico, respetando las normas, sea ornamentada de manera tal que se
destaque como signo eminente de la misericordia de Dios y de la victoria de Cristo sobre la muerte,
por lo tanto, como referente para la oración comunitaria e individual.
Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús
El viernes que sigue al segundo domingo después de Pentecostés, este Año Jubilar, exactamente el 3
de junio, la Iglesia celebra da Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. A partir de las fuentes
bíblicas, esta solemnidad designa el misterio mismo de Cristo, la totalidad de su ser, su persona
considerada en el núcleo más íntimo y esencial: Hijo de Dios, sabiduría increada; caridad infinita,
principio de salvación y de santificación para la comunidad entera. "Corazón de Jesús" es Cristo,
verbo encarnado y salvador, que tiende intrínsecamente, en el Espíritu, con infinito amor divino y
humano hasta el Padre y hacia los hombres, sus hermanos. El "corazón de Jesús", por tanto, es la
sede de la misericordia del Padre, que ha abierto los tesoros infinitos de su amor y de su indulgencia
ante el hombre. Por eso, esta fiesta, muy apreciada por la piedad popular, debe celebrarse con
particular solemnidad en este Año Santo, invitando al pueblo de Dios a una actitud ante todo de
conversión y reparación. Además, de amor y gratitud por Aquel que "guía nuestros corazones en el
amor y la paciencia de Cristo" (Saludo del sacerdote en los Ritos de introducción a la misa).
Finalmente, de compromiso apostólico y de consagración con respecto a Cristo y a su obra salvífica.
Por eso:
La sede apostólica y los obispos la recomiendan, promueven su renovación: en las expresiones
lingüísticas e iconográficas; en la toma de conciencia de sus raíces bíblicas y de su vínculo con las
máximas verdades de la fe; en la afirmación del primado del amor a Dios y al prójimo, como
contenido esencial de la devoción misma (Directorio sobre piedad popular y liturgia 172).
En el contexto del Jubileo Extraordinario, en esta solemnidad, el santo padre Francisco ha querido
poner en el Corazón de Jesús a todos los sacerdotes, con ocasión de los ciento sesenta años de la
institución de la fiesta por parte de Pío IX en 1856. Es oportuno que en cada diócesis y en cada
comunidad, en esta jornada, se promuevan momentos de oración por los sacerdotes, primeros
dispensadores de la misericordia divina, pero también destinatarios de la indulgencia del único
Padre. Algunas intenciones en la oración de los fieles de la misa, así como una de las invocaciones
de las laudes y una intercesión en las vísperas deben dedicarse a los presbíteros. En este día, en las
iglesias catedrales de las diversas diócesis, se podrá promover una vigilia de oración o un momento
prolongado de adoración eucarística en favor del ministerio del orden, en los cuales podrán tomar
parte tanto los laicos como los presbíteros de la diócesis. Por este motivo, es bueno que se celebre a
una hora conveniente para facilitar la participación del pueblo de Dios y de los sacerdotes.
En ninguna de las diócesis ha de faltar uno o más momentos de oración por los fieles de los institutos
de vida consagrada, masculinos y femeninos, que están celebrando el Año de la vida consagrada, que
se clausurará el martes 2 de febrero de 2016. En este día, el obispo diocesano puede reunir, en la
iglesia catedral, a todos los miembros de los diversos institutos para la celebración eucarística,
abierta con la liturgia de la luz y caracterizada por un recuerdo particular de su compromiso de
consagración a Dios misericordioso y benigno.
CAPÍTULO II
La celebración de los sacramentos
Los pastores y los ministros en general, sobre todo, en la celebración de los sacramentos, están
llamados a actuar de modo tal que puedan transparentar, a través de las palabras y los gestos
sugeridos por la liturgia, la misericordia y la solicitud del Padre por cada uno de sus hijos,
manifestadas en el don de la gracia sacramental. Sin embargo, hay algunos sacramentos en los cuales
esta dimensión emerge de forma especial respecto a los restantes.
Bautismo, reconciliación, unción de los enfermos
Se debe dar una especial atención, además de la celebración de la eucaristía, a la celebración del
bautismo, de la reconciliación y de la unción de los enfermos. Para el primero, a través de un camino
mistagógico, marcado por la iniciación en los signos de los cuales es particularmente rico el rito del
bautismo, se tendrá cuidado de subrayar como el baño de regeneración, "puerta" de todos los
sacramentos, introduce a la vida sacramental de la Iglesia y reviste al hombre de la imagen de Dios,
que el cristiano está llamado a llevar sin mancha hacia la vida eterna.
En el Año Santo de la Misericordia, el sacramento de la reconciliación asume una gran relevancia, y
para su reflexión y su celebración remitimos al subsidio La confesión, sacramento de la misericordia,
del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización publicado en esta misma
colección.
En la unción de los enfermos, administrada con particular solicitud a aquellos que se preparan para
el encuentro definitivo con el Padre, se han de resaltar, en especial, las dimensiones de la esperanza
y de la espera de la visión beatífica de Dios, que no ha venido a condenar, sino a perdonar.
La eucaristía
La eucaristía, "culmen y fuente" de la vida de la Iglesia, lo es también, con mayor razón, de todas las
celebraciones y las actividades concernientes a este Año Santo Extraordinario. En efecto, la
eucaristía es centro de la vida sacramental y consummatio vitae spiritualis et omnium sacramentorum
finís, como enseña santo Tomás. En ella se consuma el perdón recibido por el sacramento de la
reconciliación, con la participación en la comunión en el cuerpo y sangre de Cristo, junto a la
comunidad entera de bautizados.
En la eucaristía, Cristo dona el mismo cuerpo que ha entregado por nosotros en la cruz, la misma
sangre que ha "derramado por muchos, en remisión de los pecados" (Mt 26, 28) [...] extendiendo la
memoria hasta el fin del mundo (cf. ICor 11, 23), y aplicando su eficacia salvífica a la remisión de
nuestros pecados cotidianos (Concilio de Trento, Denz. - Schonm., 1740; CCC 1365).
La eucaristía y el sacramento de la reconciliación son dos sacramentos que están estrechamente
relacionados.
La eucaristía, al hacer presente el sacrificio redentor de la cruz, perpetuándolo sacramentalmente,
significa que de ella se deriva una exigencia continua de conversión, de respuesta personal a la
exhortación que san Pablo dirigía a los cristianos de Corinto: "En nombre de Cristo les suplicamos:
¡reconcíliense con Dios!" (2Cor 5, 20). Así pues, si el cristiano tiene conciencia de un pecado grave,
está obligado a seguir el itinerario penitencial, mediante el sacramento de la reconciliación, para
acercarse a la plena participación en el sacrificio eucarístico (Ecclesia de Eucharistia 37).
En todas las diócesis y las comunidades, por tanto, se ha de prestar especial atención a que la
celebración de la misa sea minuciosa en su aspecto litúrgico (signos, símbolos, gestos), para una
participación consciente, activa y fructífera de todo el pueblo de Dios. En este año, no faltarán
ocasiones para involucrar en las celebraciones litúrgicas a todo el pueblo de Dios, en sus diversas
expresiones: niños, jóvenes, adultos, ancianos, discapacitados, presos, haciendo que cada uno se
sienta interpelado de una manera seria y serena por la misericordia de Dios, de la cual la celebración
eucarística es una manifestación. En todas las diócesis, según el calendario general del jubileo, se
han de proponer iniciativas y celebraciones en las cuales se involucre, en oración, las diversas
expresiones del pueblo de Dios.
Es importante que se tenga un especial cuidado con aquellos que habitan en las periferias de nuestras
parroquias, sobre todo, por los que se han alejado de la Iglesia o que, por diversos motivos, han sido
marginados. Se debe intentar hacer llegar, también a ellos, el mensaje de que Dios es Padre de todos
y espera a todos para que puedan ser objeto de la "indulgencia del Padre" (MV 22) y recibir el
abrazo reconciliador para ser rehabilitados plenamente en la herencia que recibirán los hijos de
Dios.
El acto penitencial
Póngase de relieve el acto penitencial previsto en los Ritos de introducción a la misa con la
utilización y la valoración de las tres formas, según la celebración y el tiempo litúrgico. De hecho, en
este momento, la asamblea es llamada a pedir perdón a Dios por sus pecados. Se vivirá con la calma
necesaria y dejando a los fieles el debido espacio para que, con un breve silencio, reconozcan su
condición de pecadores junto con la confianza segura en la infinita misericordia de Dios. El acto
penitencial se concluye con la absolución del sacerdote. En todo caso, se ha de recordar al pueblo de
Dios que esta absolución no tiene el mismo valor que el sacramento de la penitencia (cf. Instrucción
General del Misal Romano, IGMR 51), pero que prepara para él.
Especialmente en el Tiempo Pascual, es posible sustituir los domingos el acto penitencial habitual
por la bendición y la aspersión del agua en recuerdo del bautismo, según el rito previsto por el Misal
(cf. IGMR 52). Este gesto le permitirá al pueblo de Dios hacer memoria de su propio estatus de "ya
salvados" por la cruz de Cristo a través de las aguas del bautismo.
Cuando el Kyrie eléison se canta como parte del acto penitencial, se precederán las aclamaciones
particulares "tropo" (cf. IGMR 52). Estos son propuestos según el tiempo litúrgico que se celebra y,
por lo tanto, deben evaluarse para su elección según este criterio.
La oración de los fieles
En las oraciones de los fieles, no han de faltar algunas plegarias en las cuales se implore la
misericordia de Dios y se pida por los sacerdotes, primeros dispensadores de tal don. Las oraciones
surgirán de las verdaderas necesidades actuales de la Iglesia, del mundo entero, pero también de la
comunidad particular: por este motivo, no se deben utilizar, salvo como modelo indicador, oraciones
de fieles ya publicadas en subsidios de cualquier tipo, sino que las oraciones serán la "verdadera
plegaria" de una comunidad viva que, unida, implora la misericordia de Dios.
Las plegarias eucarísticas de la reconciliación
En este Año Santo, de acuerdo con los principios y las directrices sobre los tiempos y las fiestas del
año litúrgico, es bueno destacar las plegarias eucarísticas de la reconciliación I ("La reconciliación
como regreso al Padre") y II ("La reconciliación con Dios, fundamento de la concordia humana"). En
efecto, tanto en el prefacio como en el desarrollo de toda la anáfora, estas dejan de aparecer de
manera clara en el misterio de la eucaristía como sacrificio de reconciliación y prueba suprema de la
misericordia del Padre, signo de alianza perenne que se ha de vivir en el asombro y en la alegría de
la salvación reencontrada.
La collectio missarum de la Bienaventurada Virgen María
En la tradición de la Iglesia, así como también en la piedad popular, normalmente el sábado está
dedicado a la Memoria de la Bienaventurada Virgen María, hasta tal punto que se ha elevado al
grado de "memoria de Santa María". En esta celebración, es oportuno poner de relieve algunos
valores de la memoria a los cuales es más sensible la espiritualidad contemporánea. En primer lugar,
ser "recuerdo" de la actitud maternal y discipular de la Bienaventurada Virgen, que "el gran sábado",
cuando Cristo yacía en el sepulcro, único fuerte de la fe y de la esperanza, y sola entre todos los
discípulos, esperó en vela la resurrección del Señor. Además, es "preludio" e "introducción" a la
celebración del dies Domini, fiesta primordial y memoria semanal de la resurrección de Cristo.
Finalmente, con su ritmo semanal, es "signo" de que la Virgen está constantemente presente y
operante en la vida de la Iglesia. El Misal Romano contiene diversos formularios para la celebración
de la misa en honor de la Santísima Virgen María en las horas matutinas de los sábados del tiempo
per annum, en las cuales son lícitas las memorias facultativas. A este respecto, véase la Collectio
Missarum de Beata María Virgine (CMBV 42), en especial, los Praenotanda 34-36. De manera
semejante, también la Liturgia de las Horas, para los sábados del tiempo per annum, presenta el
"oficio de Santa María en sábado".
Cuando el tiempo litúrgico lo permite, con ocasión de las memorias de la Virgen que no tienen un
formulario propio, se pueden utilizar los formularios recogidos en la Collectio missarum de Beata
María Virgine, especialmente, aquellos que, más que los otros, muestran la imagen de María como
primera testigo del amor y de la misericordia del Padre: "... ha visto la humidad de su sierva, de
ahora en adelante todas las generaciones me llamarán bienaventurada". Por tanto, se aconsejan los
siguientes formularios: Virgen María, ayuda de los cristianos que, en la oración después de la
comunión, pide al Padre, por intercesión de la Virgen, que seamos despojados "de lo que es corrupto
y perverso, para revestirnos de Cristo hombre nuevo" (CMBMV 42), Virgen María, causa de nuestra
alegría, en cuyo formulario al compartir la alegría de María, hija del Padre, estamos llamados a
gozar del encuentro misericordioso con el Padre bueno (CMBMV 34), Virgen María junto a la cruz
del Señor, en la que pedimos que "todos los hijos de Adán, salvados de los efectos devastadores de
la culpa sean partícipes de la creación renovada en Cristo redentor" (CMBMV 11-12), Virgen María,
mujer nueva, para que "liberados de la esclavitud del pecado, abracemos con todo el corazón la
novedad del Evangelio" (CMBMV 20), Virgen María, fuente de la salvación, "de cuyo seno brotará
la salvación del mundo"(CMBMV 31), Virgen María, reina y madre de la misericordia, "siempre
atenta a las invocaciones de los hijos para que obtengan tu indulgencia y la remisión de los pecados"
(CMBMV 39), Virgen María, madre de la reconciliación, aquella que, constituida junto a la cruz
"reconciliadora de los pecadores", obtiene para nosotros el perdón de las culpas y una renovada
experiencia del amor del Padre" (CMBMV 14), Virgen María, madre y mediadora de la gracia, con
la cual le pedimos a Dios que transforme nuestra humilde ofrenda "en el sacrificio que lava los
pecados del mundo, para que el memorial instituido por Cristo para la reconciliación humana sea
para nosotros fuente perenne de toda gracia y bendición" (CMBMV 30).
Las misas y las oraciones por diversas necesidades y las misas votivas
Entre las misas y las oraciones por las diversas necesidades y las misas votivas, algunas hacen
referencia, explícita o implícitamente, en su eucología, a la misericordia de Dios que existe desde
siempre y perdura eternamente para quienes lo honran (cf. Sal 103, 17). Entre estas, se ha de tener en
especial consideración el formulario Para la reconciliación, Para la remisión de los pecados, Para la
concordia, así como el formulario Del misterio de la Santa Cruz, De la preciosísima Sangre de
Nuestro Señor Jesucristo, Del sacratísimo Corazón de Jesús, De la Misericordia de Dios.
CAPÍTULO III
Orar juntos
Para celebrar la misericordia del Señor, no podían faltar las oraciones que acompañan la vida
cristiana de muchos fieles ni los lugares significativos de la liturgia. También estos serán
instrumentos importantes para experimentar y ayudar a vivir de manera óptima la misericordia de
Dios.
La Liturgia de las Horas
En este Año Santo, sería muy positivo promover la celebración de la Liturgia de las Horas
comunitaria, junto a todo el pueblo de Dios, en especial, en las horas fundamentales de laudes y
vísperas.
Es bello que la oración cotidiana de la Iglesia inicie con estas palabras: "Dios mío, ven en mi
auxilio; Señor, date prisa en socorrerme" (Sal 70, 2). La ayuda que invocamos representa ya el
primer paso de la misericordia de Dios hacia nosotros. Él viene a salvarnos de la condición de
debilidad en la que vivimos. Su ayuda consiste en hacernos comprender su presencia y su cercanía.
Día a día, tocados por su compasión, podemos volvernos compasivos con aquellos que encontramos
en nuestro camino (cf. MV14).
Los salmos, en modo particular, destacan esta grandeza del proceder divino: "Él perdona todas tus
culpas y cura todas tus dolencias: rescata tu vida del sepulcro, te corona de gracia y de misericordia"
(103, 3-4). De una manera aún más explícita, otro salmo testimonia los signos concretos de su
misericordia: "El Señor libera a los cautivos, abre los ojos de los ciegos y levanta al caído; el Señor
protege a los extranjeros y sustenta al huérfano y a la viuda; el Señor ama a los justos y entorpece el
camino de los malvados" (146, 7-9). Por último, he aquí otras expresiones del salmista: "El Señor
sana los corazones afligidos y les venda sus heridas. [...]. El Señor sostiene a los humildes y humilla
a los malvados hasta el polvo" (147, 3. 6) (MV6).
Los salmos, además, comunican de manera ejemplar los sentimientos y las disposiciones del corazón
del orante: agradecimiento, actitud penitencial, de petición de misericordia, de alabanza, de
glorificación.
Cuando la liturgia lo permita, en especial, en las celebraciones con el pueblo de Dios, se debe tener
cuidado de escoger los salmos que mejor subrayen el aspecto de la reconciliación y de la
misericordia. Algunos de estos son señalados por el papa Francisco en la bula de convocación del
jubileo: Sal 25, 50, 103, 146-147, 136. Otros más son sugeridos por el subsidio Los Salmos de la
misericordia publicado por el Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización,
donde están acompañados de una reflexión bíblica que surge del salmo mismo, útiles para posibles
momentos de catequesis y para hacer apreciar la belleza y la riqueza de estos poemas de alabanza al
pueblo de Dios que los canta.
Sería deseable que los salmos se canten. De este modo, a través de la música, aparece la melodía de
la misericordia del Padre en la armonía del amor trinitario. Esto es válido, sobre todo, para el
cántico de la Virgen, el Magníficat, que representa el himno a la misericordia del Todopoderoso:
"Ha visto la humildad de su sierva... y su misericordia llega a sus fieles de generación en
generación... auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia" (Le 1, 46-55).
La adoración eucarística
El Año Santo puede ser también la oportunidad para darle más valor a la adoración eucarística en la
comunidad, implorando el perdón y la paz ante la presencia sacramental del Señor. Este momento,
respetando su carácter, es decir, el de un silencio adorante, puede estar acompañado, por momentos,
de la proclamación simple de algunos pasajes de la Escritura, en los cuales aparece el tema de la
misericordia, o de algunos comentarios de los Padres. Durante la exposición, las oraciones, los
cantos y las lecturas se deben disponer de modo tal que los fieles en oración orienten su piedad al
Señor Jesucristo (De sacra communione 95).
Oración ecuménica e interreligiosa
El Santo Padre recomienda que en este año jubilar se preste especial atención a la dimensión
ecuménica e interreligiosa, a fin de que se suspenda, con la esperanza de anularlo definitivamente,
todo juicio y prejuicio con respecto a nuestras Iglesias hermanas y las demás confesiones religiosas,
en busca de la unidad, del respeto recíproco y de la paz de los corazones y los pueblos:
La misericordia posee un valor que sobrepasa los confines de la Iglesia. Ella nos relaciona con el
judaismo y el islam, que la consideran uno de los atributos más calificativos de Dios. [...] Este Año
jubilar vivido en la misericordia pueda favorecer el encuentro con estas religiones y con las otras
nobles tradiciones religiosas; nos haga más abiertos al diálogo para conocernos y comprendernos
mejor; elimine toda forma de cerrazón y desprecio, y aleje cualquier forma de violencia y de
discriminación (MV 23).
A cincuenta años de la declaración conciliar Nostra aetate, por tanto, estamos llamados a sentir en
mayor grado la necesidad de orar por el don de la unidad entre los cristianos y de la paz y la
fraternidad con los miembros de las otras religiones. Esta oración encuentra su síntesis en la oración
universal del Viernes Santo y su continuación en nuestras comunidades, especialmente, en la Semana
de Oración por la Unidad de los Cristianos. Por eso, es oportuno que en cada comunidad cristiana se
dediquen momentos especiales de plegaria y oraciones para implorar a Dios estos dones. También ha
de buscarse el modo, sobre todo, en las iglesias catedrales, de organizar celebraciones de la Palabra
con los hermanos cristianos de otras confesiones y momentos para compartir con los miembros de las
demás religiones. Es importante que los obispos promuevan en sus diócesis estos momentos, con la
participación de personas competentes en su organización, a fin de que sean ocasiones en las que se
manifiesten el respeto y la alegría compartida del vivir juntos y del interceder los unos por los otros
implorando la misericordia del Todopoderoso.
Para intensificar la oración e implorar a Dios el don de la unidad que alcanza su culmen en la
participación en la única mesa eucarística, se pueden utilizar, cuando el tiempo litúrgico lo permita,
los formularios de la Misa por la Unidad de los Cristianos, así como el formulario de Virgen María,
madre de la unidad (CMBMV 38).
La piedad popular
El beato Pablo VI, en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, haciendo referencia a la piedad
popular dice, Refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer. Hace
capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe.
Comporta un hondo sentido de los atributos profundos de Dios: la paternidad, la providencia, la
presencia amorosa y constante. Engendra actitudes interiores que raramente pueden observarse
en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida
cotidiana, desapego, aceptación de los demás, devoción (EN 48).
Esta riqueza es confirmada por el papa Francisco en Evangelii gaudium. En este tiempo, será útil
recurrir al Directorio sobre Piedad Popular y Liturgia, publicado por la Congregación para el Culto
Divino y la Disciplina de los Sacramentos, que recoge una gran variedad de formas expresivas de la
religiosidad popular, en acuerdo con el año litúrgico.
La peregrinación
La peregrinación es uno de los signos peculiares del Año Santo porque es imagen del camino que
toda persona sigue en su existencia. Para llegar a la Puerta Santa en Roma y a la Puerta de la
Misericordia en cualquier otro lugar, cada cual tendrá que hacer, según sus fuerzas, una
peregrinación.
Será un signo del hecho de que también la misericordia es una meta por alcanzar y que requiere
compromiso y sacrificio. La peregrinación, entonces, sea un estímulo para la conversión:
atravesando la Puerta Santa nos dejaremos abrazar por la misericordia de Dios y nos
comprometeremos a ser misericordiosos con los demás como el Padre lo es con nosotros (MV 14).
En cada diócesis será conveniente, por tanto, identificar metas de peregrinación, como la iglesia
catedral, los santuarios u otros lugares de culto especialmente gratos a la piedad cristiana del pueblo
y donde el obispo haya previsto la apertura de la Puerta de la Misericordia. Se puede recomendar
hacer parte del camino a pie, como para significar el sacrificio y el compromiso necesarios para la
conversión y para degustar con mayor exultación el logro de la meta: Cristo, Nuestro Señor. La
peregrinación puede estar acompañada por la meditación de la Palabra de Dios y el canto de los
salmos de la misericordia que aparecen en el subsidio Los salmos de la misericordia. Se sabe que la
peregrinación es uno de los momentos más favorables en los que el pueblo de Dios se acerca a la
celebración del sacramento de la reconciliación. Por eso, los sacerdotes han de recomendar al
pueblo de Dios que se acerque a recibir el don de la misericordia en el sacramento. Al mismo
tiempo, no debe faltar un buen número de confesores que, voluntariamente, estén dispuestos a acoger
a los penitentes, conscientes del importante ministerio de absolver los pecados y hacerse instrumento
de la misericordia del Todopoderoso, de la cual son dispensadores.
El jubileo comporta también el don de la indulgencia. Es importante recordar al pueblo de Dios
cómo puede experimentar la santidad de la Iglesia, con las debidas disposiciones, que participa de
todos los beneficios de la redención de Cristo, a fin de que el perdón sea otorgado hasta las últimas
consecuencias a las que llega el amor de Dios.
La veneración a Cristo crucificado
En el triduo pascual, el Viernes Santo, dedicado a celebrar la pasión del Señor, es el día por
excelencia de la "adoración de la santa cruz". Sin embargo, la piedad popular anticipa la veneración
cultual de la cruz, verdadero icono de la misericordia del Padre y punto especial de referencia en
este Año Santo. A lo largo de todo el tiempo de la Cuaresma, el viernes, que, según la antiquísima
tradición de la Iglesia, es el día conmemorativo de la pasión de Cristo, los fieles dirigen
voluntariamente su piedad al misterio de la cruz. Contemplando al Salvador crucificado comprenden
mejor el significado del dolor inmenso e injusto que Jesús, el santo y el inocente, padeció por la
salvación del hombre, y captan el valor de su amor solidario y la eficacia de su sacrificio redentor.
Las múltiples expresiones de devoción a Cristo crucificado adquieren un particular relieve en las
iglesias dedicadas al misterio de la cruz o en las cuales se veneran reliquias insignes del lignum
Crucis. Por tanto, es importante pensar, durante el Año Santo y de acuerdo con los tiempos litúrgicos,
algunas celebraciones en las cuales se proclamen pasajes referidos a la narración de la pasión del
Señor. Además, no deberán faltar cantos y oraciones, gestos como la ostensión, la procesión y la
bendición con la cruz. Estos momentos podrán ser atendidos por las diversas confraternidades,
presentes en las distintas comunidades nacidas originariamente para animar las celebraciones
vinculadas a la santa cruz, sobre todo donde haya reliquias insignes del lignum Crucis.
No obstante, la piedad respecto a la cruz, con frecuencia, tiene necesidad de ser iluminada. Se debe
mostrar a los fieles la referencia esencial de la Cruz al acontecimiento de la Resurrección: la cruz y
el sepulcro vacío, la muerte y la resurrección de Cristo, son inseparables en la narración evangélica
y en el designio salvífico de Dios. En la fe cristiana, la cruz es expresión del triunfo sobre el poder
de las tinieblas, y por esto se la presenta adornada con gemas y convertida en signo de bendición,
tanto cuando se traza sobre uno mismo, como cuando se traza sobre otras personas y objetos
(Directorio sobre piedad popular y liturgia 128).
Por este motivo, especialmente, en el Tiempo Pascual, la cruz podrá ser embellecida y adornada con
flores que representen el símbolo de la victoria de Cristo sobre la muerte. Por este aroma de muerte
y resurrección juntas, es decir, por el único e indivisible misterio pascual, deben estar caracterizadas
todas las devociones que han germinado en el pueblo de Dios a partir de la atención a aspectos
singulares de la pasión de Cristo: el Ecce homo, el Cristo agraviado, "con la corona de espinas y el
manto de púrpura" (Jn 19, 5), que Pilato muestra al pueblo, las santas llagas del Señor, la herida del
costado y la sangre vivificante que mana de ella (cf. Jn 19, 34), los instrumentos de la pasión, como
la columna de la flagelación, la escalera del pretorio, la corona de espinas, los clavos, la lanza de la
transfixión, la síndone o lienzo de la deposición.
El viacrucis
En este Año Jubilar, el ejercicio piadoso del Viacrucis, expresión popular del amor del Padre, que
se revela en el sacrificio del Hijo por amor a la humanidad, es preciso poner atención a la elección
de las lecturas bíblicas, los comentarios y los signos que pueden acompañar este momento. En efecto,
en el ejercicio piadoso del viacrucis, confluyen diversas expresiones características de la
espiritualidad cristiana: la concepción de la vida como camino o peregrinación; como paso, a través
del misterio de la cruz, del exilio en la tierra a la patria en el cielo; el deseo de conformarse
profundamente a la pasión de Cristo; las exigencias de la sequela Christi, según la cual el discípulo
debe caminar tras el Maestro llevando a diario su propia cruz (cf Lc 9, 23).
La devoción a la Bienaventurada Virgen María
En este Año Santo, se dirigirá de manera especial el pensamiento a la Madre de la Misericordia. La
dulzura de su mirada nos acompañará para que todos podamos redescubrir la alegría de la ternura de
Dios. El Santo Padre, además de las celebraciones propias del año litúrgico, ha querido dedicar a la
dimensión mariana del Año Santo el sábado 8 de octubre y el domingo 9 de octubre inspirados por la
memoria del Bienaventurada Virgen María del Rosario.
Ninguno como María ha conocido la profundidad del misterio de Dios hecho hombre. Todo en su
vida fue plasmado por la presencia de la misericordia hecha carne. La Madre del Crucificado
Resucitado entró en el santuario de la misericordia divina porque participó íntimamente en el
misterio de su amor (MV 24).
El rosario de la Bienaventurada Virgen María
El modo más sencillo y directo que la tradición y la piedad popular nos han entregado para invocar
la misericordia de Dios a través de la intercesión de la Virgen María es la práctica del rosario. La
recitación de la corona, a menudo, está acompañada por un pasaje de la Escritura y por un
comentario pertinente de las obras de los Padres o de los autores espirituales. Será oportuno que en
este año la elección de tales pasajes sea inspirada por aquellos fragmentos que muestran el rostro
materno de quien fue la primera en experimentar la misericordia del Padre que "ha mirado la
humildad de su esclava".
Dirijamos a ella la antigua y siempre nueva oración del Salve Regina, para que nunca se canse de
volver a nosotros sus ojos misericordiosos y nos haga dignos de contemplar el rostro de la
misericordia, su Hijo Jesús (MV 24).
Tampoco ha de faltar el recurso a la intercesión de los santos a través de la recitación de las letanías,
en sus diversas formas. Sobre todo, en las peregrinaciones.
La Iglesia vive la comunión de los santos. En la eucaristía, esta comunión, que es don de Dios, actúa
como unión espiritual que nos une a los creyentes con los santos y beatos cuyo número es
incalculable (Apoc 7, 4). Su santidad viene en ayuda de nuestra fragilidad, y asi la Madre Iglesia es
capaz con su oración y su vida de ir al encuentro de la debilidad de unos con la santidad de otros
(MV 22).
También es oportuno valorar las letanías de la Divina Misericordia.
La veneración a la Bienaventurada Virgen María de los Dolores
Dada su importancia pastoral y doctrinal, conviene no dejar de lado la Memoria de los dolores de la
Bienaventurada Virgen María, especialmente, en la memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen
María de los Dolores, el 15 de septiembre. Asociada admirablemente a la pasión del Hijo y cercana
a él elevado en la cruz (cf. Jn 19, 25-27), María es la primera en beneficiarse de la redención y de la
misericordia del Todopoderoso, en el sacrificio de Cristo, con su inmaculada concepción. María,
reina clemente, experta en la benevolencia de Dios (cf. Prefacio al formulario Virgen María, reina y
madre de la misericordia) y testigo de la misericordia divina, intercede por nosotros ante el Hijo
para obtenernos misericordia. Por este motivo, la tercera edición del Misal Romano sugiere el himno
del Stabat Mater para acompañar el Rito de la adoración de la santa cruz el Viernes Santo. Este
himno podría retomarse también en otras ocasiones, especialmente, durante el viacrucis, y
oportunamente presentado y explicado al pueblo de Dios con catequesis que ilustren el profundo
contenido de fe.
Además de las procesiones con la imagen de la Virgen de los Dolores, prevista en el Tiempo de
Cuaresma o en el Viernes Santo, hay otras manifestaciones de la piedad popular que podrían ser
promovidas en este Año Jubilar: el Planetas Mariae, expresión intensa de dolor, de gran valor
literario y musical, en el que la Virgen llora no solo la muerte del Hijo, sino también la pérdida de su
pueblo y el pecado de la humanidad. La Hora de la Dolorosa, llamada también El pésame en algunos
lugares de América Latina, en la que los fieles, con expresiones de conmovedora devoción, "hacen
compañía" a la Madre del Salvador, que se ha quedado sola y sumergida en un profundo dolor, en el
cual se concentra el dolor de todo el universo por la muerte del Hijo. Estos ejercicios de piedad no
se deben limitar a expresar el sentimiento humano ante una madre desolada, sino que, desde la fe en
la resurrección, deben ayudar a comprender la grandeza del amor redentor de Cristo y la
participación en este de su Madre, para aprender de ella a estar junto a las infinitas cruces de los
hombres y las mujeres de nuestro tiempo.
La Coronilla de la Divina Misericordia
En conexión con la Octava de Pascua, en tiempos recientes y como consecuencia de los mensajes de
la santa sor Faustina Kowalska, se ha difundido progresivamente una devoción particular a la
misericordia divina prodigada por Cristo muerto y resucitado, fuente del Espíritu que perdona el
pecado y restituye la alegría de la salvación. De esta devoción ha nacido la práctica de la recitación
de la coronilla de la Divina Misericordia, que en este Año Jubilar podría promoverse y proponerse
al pueblo de Dios. El santo padre Francisco, el 3 de abril de 2016, Domingo de la Divina
Misericordia, acogerá a todos los fieles que, en el variado mundo de la vida consagrada y de las
asociaciones religiosas, hacen de la divina misericordia su programa de vida. Así pues, en este año,
estamos llamados junto al papa Francisco y a nuestras comunidades a dirigir nuestra mirada y nuestra
oración a Dios. Como escribe el Papa en Misericordiae vultus:
Nuestra plegaria se extienda también a tantos Santos y Beatos que hicieron de la misericordia su
misión de vida. En particular el pensamiento se dirige a la gran apóstol de la misericordia, santa
Faustina Kowalska. Ella que fue llamada a entrar en las profundidades de la divina misericordia,
interceda por nosotros y nos obtenga vivir y caminar siempre en el perdón de Dios y en la
inquebrantable confianza en su amor (MV 24).
Sin embargo, puesto que la Liturgia del "II Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia" -como
se denomina en la actualidad- constituye el espacio natural en el que se expresa la acogida de la
misericordia del Redentor del hombre, debe educarse a los fieles para comprender esta devoción a
la luz de las celebraciones litúrgicas de estos días de Pascua. En efecto, "El Cristo pascual es la
encarnación definitiva de la misericordia, su signo viviente: histórico-sálvífico y a la vez
escatológico. En el mismo espíritu, la liturgia del Tiempo Pascual pone en nuestros labios las
palabras del salmo: 'Cantaré eternamente las misericordias del Señor' (Sal 89 (88), 2)" (Directorio
sobre piedad popular y liturgia 154).
Oración por el Jubileo de la Misericordia
Conviene no olvidar que, con ocasión del Año Santo, el Papa ha querido componer una oración
especial. Es bueno que la Oración por el Jubileo de la Misericordia se recite tanto comunitaria como
particularmente. Será un signo de unidad entre las comunidades de todo el mundo el implorar la
misericordia del Señor, a fin de que este evento eclesial pueda traer frutos de conversión y de
encuentro con el Padre bueno.
Los lugares de la celebración
En el contexto del jubileo, adquieren gran relevancia los lugares de la celebración, en especial: el
altar, la puerta, la fuente bautismal, el lugar y la sede para la celebración del sacramento de la
reconciliación o los confesionarios. Como vemos a lo largo de la historia, su dimensión mistagógica
ha asumido una gran importancia, sobre todo, entre el pueblo sencillo en medio del cual, más que
cualquier otra catequesis verbal, las imágenes y la iconografía juegan un papel fundamental para
iniciar a los cristianos, y a los catecúmenos mismos, en los misterios de la fe cristiana.
El altar
Si bien el altar tiene una importancia peculiar a lo largo de todo el Año litúrgico como centro
sacramental de la iglesia y lugar del sacrificio de Cristo y del banquete eucarístico, en este Año
Santo adquiere una luz particular. El altar, en efecto, se convierte en el centro de convergencia no
solo de la sacramentalidad de la Iglesia, sino también de la infinita misericordia del Padre que se
manifiesta en múltiples aspectos y que en el sacrificio del Hijo encuentra la síntesis perfecta y
salvífica.
Por este motivo, se debe tener gran cuidado de todos los lugares litúrgicos, pero el altar adquiere una
importancia eminente con respecto a los otros. Por tanto, se ha de prestar especial atención para que,
en su ornamento sobrio (flores, mantel, cirios, etc.), se manifieste el gran misterio que se celebra en
él y al cual remite también el crucifijo, único, que debe estar ubicado cerca del altar y en relación
con él. Se ha de infundir en todos los fieles un gran respeto frente a este lugar, evitando recubrirlo o
poner sobre él objetos o adornos ajenos a él. Téngase, además, en cuenta que el altar no es el sitio
desde el cual se preside la asamblea o se proclaman las lecturas, funciones para las cuales existen
sectores bien precisos como la sede y el ambón; el altar es el lugar de la Liturgia eucarística y de la
anáfora. Por tanto, no ha de ser "perennemente habitado" por la presencia del presbítero o de los
demás ministros. En efecto, mediante los movimientos procesionales de un recinto litúrgico a otro, se
expresa la función mistagógica de la liturgia de la iniciación del pueblo de Dios en los misterios de
la fe a través de signos sensibles.
La puerta
Mientras el atrio es el espacio indicativo de la acogida maternal de la Iglesia, la puerta representa a
Cristo, "puerta" de la grey (cf. Jn 10, 7). A este valor iconológico debería reconducirse el programa
iconográfico de la puerta de ingreso, que no es casual ni accesorio, sino constitutivo del lugar mismo,
especialmente en donde estará presente la Puerta de la Misericordia. Esta, en efecto, a través de su
majestuosidad, la cual con su decoración debe recordar aquello que representa, ha de ser sencilla y
noble. Por tanto, se debe dar especial valor a la puerta tanto en su iconografía y decoración, como en
los movimientos procesionales y en las celebraciones sacramentales, por ejemplo, en los ritos de
acogida en el Rito del bautismo; la procesión de ingreso en la misa; la acogida de los esposos en el
Rito del matrimonio; la acogida de los restos mortales en el Rito de las exequias.
La fuente bautismal
En la fuente bautismal, la Madre Iglesia da a luz a sus hijos y los sumerge por primera vez en las
aguas del misterio pascual de Cristo. Así pues, este lugar debe ser destacado, de modo que, en todo
el Año Jubilar, pueda ser referencia constante a la dignidad de hijos de Dios, a la cual el Padre
mismo nos ha elevado. Sea lugar-memorial de las vestiduras blancas del bautismo con las que todo
cristiano ha sido revestido el día de su renacimiento. Recuerde también el "anillo" de la dignidad
real con el cual todo confirmado ha sido provisto, por acción del Espíritu Santo. No se olviden las
"sandalias" del profeta, quien, tocado en los oídos y en la boca por el carbón ardiente de la
misericordia de Dios, está llamado a anunciar la bondad del Padre y su paciencia con respecto al
hombre y a su pecado.
La decoración más representativa de la fuente es, sin duda, la luz (no faltará, junto a la fuente, el
candelabro con el cirio pascual en los tiempos del año litúrgico en los que está previsto este signo,
incluso cuando la fuente no se utilice), además de las flores que remiten a la vida y al renacimiento.
La fuente debe ser accesible y fácilmente identificable por los fieles, aun cuando no se use.
La sede confesional
Para la celebración del sacramento de la reconciliación, se debe prever un lugar acogedor y
adecuado en conexión con el aula asamblear, y que facilite la celebración de la liturgia penitencial y
el diálogo entre el penitente y el ministro, favoreciendo la reserva, la discreción y la celebración de
forma individual. Este lugar debe permitir la celebración del sacramento también en los
confesionarios. No se olvide colocar un atril en el cual se exponga la Palabra de Dios, accesible a
los penitentes, a fin de que recurran a ella para meditar las Escrituras, "lugar" del cual nace la
verdadera conversión.
Se ha de subrayar de algún modo la relación entre la sede confesional y la fuente bautismal, primera
ancla de salvación. En efecto, si el bautismo es el sacramento a través del cual todo cristiano se
sumerge en la salvación obrada por el misterio pascual de Cristo, con la reconciliación, segunda
ancla de salvación, el pecador recobra la dignidad de hijo de Dios y de salvado.
La comunión espiritual
Desde hace siglos, los fieles, sobre todo aquellos que por diversas razones están impedidos para
participar de la eucaristía, practican la comunión espiritual, como una manera de estar unidos con el
Señor en la vida cotidiana. La práctica de la comunión espiritual es recomendada por varios santos.
Santa Teresa de Ávila escribe así a sus seguidoras:
Cuando [...] no comulgareis y oyereis misa, podéis comulgar espiritualmente, que es de grandísimo
provecho [...], que es mucho lo que se imprime el amor así de este Señor (Camino de perfección 35,
1).
San Alfonso María de Ligorio exhorta a los fieles a practicar la comunión espiritual varias veces al
día, sobre todo, cuando se visita el Santísimo Sacramento. Según el santo, para recibirla se necesitan
dos cosas: la primera es el deseo ardiente de recibir a Jesús Sacramentado, la segunda es un abrazo
amoroso, como si ya se hubiese recibido (cf. Classe Prima Opere Ascetiche, Vol. I, p. 16). San Juan
Bosco, por su parte, recuerda:
Si no pueden comunicarse sacramentalmente, al menos practiquen la comunión espiritual, que
consiste en un ardiente deseo de recibir a Jesús en su corazón (G. B. Lemoyne,_ Memorie
Biografiche del Venerabile Don Giovanni Bosco, Vol. III, p. 13.).
Después del Concilio Vaticano II, esta práctica espiritual se indica para vivir junto al Señor en la
cotidianidad: A cada fiel o a las comunidades que por motivo de persecución o por falta de
sacerdotes se ven privados de la celebración de la sagrada Eucaristía por breve, o también por largo
tiempo, no por eso les falta la gracia del Redentor. Si están animados íntimamente por el voto del
sacramento y unidos en la oración con toda la Iglesia; si invocan al Señor y elevan a él sus
corazones, viven por virtud del Espíritu Santo en comunión con la Iglesia, cuerpo vivo de Cristo, y
con el mismo Señor. Unidos a la Iglesia por el voto del sacramento, por muy lejos que estén
externamente, están unidos a la misma íntima y realmente, y por consiguiente reciben los frutos del
sacramento, mientras que los que intentan atribuirse indebidamente el derecho de celebrar el misterio
eucarístico terminan por cerrar su comunidad en sí misma (Congregación para la Doctrina de la Fe,
Sacerdotium ministeriale III, 4).
San Juan Pablo II, por último, tiene palabras muy significativas con respecto a esta práctica: La
eucaristía se manifiesta, pues, como culminación de todos los sacramentos, en cuanto lleva a
perfección la comunión con Dios Padre, mediante la identificación con el Hijo Unigénito, por obra
del Espíritu Santo. Un insigne escritor de la tradición bizantina expresó esta verdad con agudeza de
fe: en la eucaristía, "con preferencia respecto a los otros sacramentos, el misterio [de la comunión]
es tan perfecto que conduce a la cúspide de todos los bienes: en ella culmina todo deseo humano,
porque aquí llegamos a Dios y Dios se une a nosotros con la unión más perfecta". Precisamente por
eso, es conveniente cultivar en el ánimo el deseo constante del Sacramento eucarístico. De aquí ha
nacido la práctica de la "comunión espiritual", felizmente difundida desde hace siglos en la Iglesia y
recomendada por Santos maestros de vida espiritual (Ecclesia de eucharistia 34).
CAPÍTULO IV
Lectio divina
Misericordiosos como el Padre
La Palabra de Dios ...es escuchada
11Jesús dijo también: "Un hombre tenía dos hijos. 12E1 menor de ellos dijo a su padre: 'Padre,
dame la parte de herencia que me corresponde'. Y el padre les repartió sus bienes. 13Pocos días
después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus
bienes en una vida licenciosa. 14Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel
país, y comenzó a sufrir privaciones. 15Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de
esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. 16É1 hubiera deseado calmar su hambre
con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. 17Entonces recapacitó y dijo:
'¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de
hambre! 18Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra
ti; 19ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros'. 20Entonces
partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió
profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. 21El joven le dijo: 'Padre, pequé
contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo'. 22Pero el padre dijo a sus
servidores: 'Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y
sandalias en los pies. 23Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos,
24porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado'. Y comenzó
la fiesta. 25E1 hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los
coros que acompañaban la danza. 26Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué
significaba eso. 27É1 le respondió: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero
engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo'. 28É1 se enojó y no quiso entrar. Su padre salió
para rogarle que entrara, 29pero él le respondió: Hace tantos años que te sirvo, sin haber
desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta
con mis amigos. 30 ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con
mujeres, haces matar para él el ternero engordado!'. 31Pero el padre le dijo: 'Hijo mío, tú estás
siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. 32Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano
estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado'". (Lucas 15, 11-32).
... es meditada
En aquella época, la Ley judía establecía que el primogénito recibiera dos tercios y que al menor le
correspondiera un tercio de la herencia (Deut 21,17). Sin oponer resistencia, el padre entrega al hijo
menor la parte que le corresponde. Mientras el menor despilfarra su dote viviendo de manera
disoluta en una región lejana, la otra parte del patrimonio está a buen resguardo y es administrada por
el hijo mayor. Según un equitativo y justo modo de pensar, si el hijo menor regresara, no tendría nada
qué esperar por parte de su padre y su hermano mayor. La grave culpa del hijo menor podría ser,
como máximo, perdonada, ¡pero nunca olvidada!
Aunque tal vez el padre olvidara ese triste paréntesis, siempre estará el hijo mayor dispuesto a
recordárselo a ambos. Así sería respetada la ley de la retribución: la recompensa del bien a quien
cumple el bien, y la del mal a quien hace el mal.
En realidad, la parábola transgrede desde la misma raíz esta ley de distribución patrimonial,
revelando el excesivo amor del padre. El padre no espera a sus hijos estando en la casa, no verifica
si el menor realmente se arrepintió, no pregunta dónde quedó su parte de la herencia, sino que
organiza una fiesta llena de música y bailes. Inconcebible también es cómo el padre se comporta con
el mayor: no lo espera cuando regresa del campo, donde trabaja para bien de la familia, ni le pide su
parecer sobre cómo actuar con el menor. La parábola que revela el rostro más humano de Dios, lo
retrata con exceso y no como defecto: a Dios no le falta humanidad, ¡la sobrepasa!
En contraste con el padre que transgrede la ley de la distribución de la herencia, los hermanos no
logran ir más allá de la lógica del dar para recibir. El hijo menor recibe la parte de la herencia que
le corresponde, la despilfarra con prostitutas y decide regresar a casa cuando está en el límite de sus
fuerzas. El hijo menor no regresa con su padre porque esté arrepentido, sino porque no logra
encontrar una vía de salida. En tal condición, lo que más se puede imaginar es ser tratado como uno
de los muchos trabajadores en casa de su padre; no lo motiva el arrepentimiento, ¡sino el hambre!
El hijo mayor también está dentro de los límites de la retribución: ha servido a su padre durante
años, nunca ha transgredido un solo mandato y espera que él le dé por lo menos, un cabrito para
festejar con sus amigos. Frente a la compasión del padre, el mayor lo acusa de haber transgredido el
principio de la retribución; no logra considerar al mismo hijo de su padre como un hermano, sino que
lo define solo como "ese hijo tuyo". Encasillar al padre en el nicho de la retribución le impide
reconocer su paternidad y su fraternidad con el otro. (Tomado del subsidio pastoral para el jubileo,
Las parábolas de la misericordia)
...es orada Salmo 51
3 ¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad, por tu gran compasión, borra mis faltas!
4¡Lávame totalmente de mi culpa y purifícame de mi pecado!
5Porque yo reconozco mis faltas y mi pecado está siempre ante mí.
6Contra ti, contra ti solo pequé e hice lo que es malo a tus ojos.
Por eso, será justa tu sentencia y tu juicio será irreprochable.
[...]
10Anúnciame el gozo y la alegría: que se alegren los huesos quebrantados.
11 Aparta tu vista de mis pecados y borra todas mis culpas.
12Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu.
13No me arrojes lejos de tu presencia ni retires de mí tu santo espíritu.
14Devuélveme la alegría de tu salvación, que tu espíritu generoso me sostenga:
15yo enseñaré tu camino a los impíos y los pecadores volverán a ti.
Salmo 25
[Dálet] 4Muéstrame, Señor, tus caminos, enséñame tus senderos.
[He] 5Guíame por el camino de tu fidelidad; enséñame, porque tú eres mi Dios y mi salvador,
[Vau] 5cy yo espero en ti todo el día.
[Zain] 6Acuérdate, Señor, de tu compasión y de tu amor, porque son eternos.
[Jet] 7No recuerdes los pecados ni las rebeldías de mi juventud: por tu bondad, Señor, acuérdate de
mí según tu fidelidad.
1. ¿Quién es mi prójimo?
La Palabra de Dios ...es escuchada
25Y entonces, un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué
tengo que hacer para heredar la Vida eterna?". 26Jesús le preguntó a su vez: "¿Qué está escrito
en la Ley? ¿Qué lees en ella?". 27É1 le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti
mismo". 28 "Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida". 29Pero el
doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?".
30Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y
cayó en manos de unos bandidos, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo
medio muerto. 31Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo.
32También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. 33Pero un samaritano que viajaba
por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. 34Entonces se acercó y vendó sus heridas,
cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un
albergue y se encargó de cuidarlo. 3SA1 día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del
albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver".36¿Cuál de los tres
te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?".37"El que tuvo
compasión de él", le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: "Ve, y procede tú de la misma manera".
(Lucas 10, 25-37)
... es meditada
Como de costumbre, los personajes de la parábola son anónimos, mientras que la atención de Jesús
se centra en su identidad religiosa y étnica. Jesús parte de una situación lejana: en su camino hacia
Jerusalén, no ha llegado ni siquiera a Jericó, y ya piensa en un hombre que baja de la ciudad santa a
Jericó. El camino que unía a las dos ciudades (a una distancia de 27 kilómetros) era peligroso,
porque era atravesado por el valle Wadi Quelt. Mientras que Jerusalén estaba a 750 metros de altura,
Jericó estaba 400 metros bajo el nivel del mar. Por eso, como cuenta la parábola, era necesario
"bajar" de Jerusalén para llegar a Jericó. Jesús cuenta que algunos bandidos asaltan a un hombre y lo
dejan medio muerto. La condición de ser un agonizante señala un punto neurálgico de la parábola: ¿se
puede tocar a un moribundo sin correr el riesgo de contaminarse? No por casualidad son elegidos
tres personajes que desde perspectivas diversas, están implicados en la cuestión del culto al único
Dios: un sacerdote que sube a Jerusalén para su servicio en el templo; un levita que pertenece a la
clase sacerdotal, pero puede no ejercer su servicio en el culto; y un samaritano. Y aquí se tuerce la
historia, porque la tríada comprendería a un sacerdote, un levita y un israelita (Deuteronomio 18, 1;
27, 9). El samaritano es el tercero en discordia, porque según la mentalidad judía, es un impuro,
debía ser considerado como extranjero. [...]
Según la Ley de Moisés, cualquiera que tocara un cadáver quedaba impuro por una semana; si se
contaminaba y realizaba un acto de culto, debía ser expulsado de Israel (Número 19, 11-13). La
norma tiene mayor peso para el sacerdote, incluso cuando el difunto es su pariente (Levítico 21, 1-4).
Así, Jesús ha elegido una situación radical, donde el sacerdote y el levita son colocados ante la
alternativa entre la observancia de las reglas de pureza cultual y el socorro al moribundo.
Sin embargo, es necesario aclarar que las normas cultuales no excusan al sacerdote ni al levita,
porque en situaciones como la de la parábola también ellos están obligados a socorrer al moribundo
y, en cambio, ambos lo ven y pasan de largo. [...]
La parábola alcanza un punto de inflexión cuando señala que un samaritano "se conmovió" del
moribundo (v. 33); tanto es así que al final el doctor de la Ley reconoce que el prójimo es el que tuvo
compasión de él (v. 37). Vale la pena detenerse en el verbo que expresa la compasión del
samaritano. El verbo "compadecer" (splanchnizomai) deriva del sustantivo splánchna, que en griego
son las vísceras humanas, incluido el corazón. De acuerdo a la manera común y corriente de pensar
en tiempos de Jesús, con las vísceras se refiere a los propios sentimientos: el amor, la compasión y
la misericordia. El samaritano no se limita a mirar al moribundo, sino que se siente implicado en lo
más hondo de su interior, y es tal la compasión visceral, que pone en movimiento cuanto le es posible
para salvarlo.
La verdadera compasión no es un sentimiento, sino una acción que produce el cuidado del otro. Jesús
añade varios detalles del socorro del samaritano al moribundo: se le acercó, vendó sus heridas, lo
puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Superada la
primera noche, que es la de mayor riesgo, el samaritano se preocupó de que el moribundo viva y le
entregó al dueño del albergue dos denarios, que corresponden a dos jornadas de trabajo. Mientras se
preparaba para reemprender su viaje, le garantiza al dueño del albergue que si hay otros gastos, se
los pagará a su regreso.
Desde el inicio nada se dice del moribundo: no es definido por su origen ni por su estado social.
Toda la atención se centra en quien lo toma a su cuidado, hasta comprometer su persona. La
verdadera compasión se compromete por el bien y gana, a pesar de la inversión de tiempo y de
dinero por quien se va al encuentro. Bien lo dice san Ambrosio de Milán: "No es la sangre, sino la
compasión quien crea al prójimo" (Exposición del evangelio de Lucas 7, 84).
(Tomado del subsidio pastoral para el jubileo, Las parábolas de la misericordia, p. 32-35)
... es orada
Salmo 41
2Feliz el que se ocupa del débil y del pobre: el Señor lo librará en el momento del peligro. 3E1
Señor lo protegerá y le dará larga vida, lo hará dichoso en la tierra y no lo entregará a la avidez
de sus enemigos. 4E1 Señor lo sostendrá en su lecho de dolor y le devolverá la salud.
Salmo 142
2Invocaré al Señor con toda mi voz, con toda mi voz suplicaré al Señor;
3expondré mi queja ante él, expresaré mi angustia en su presencia.
4Ya se me acaba el aliento, pero tú conoces mi camino: en la senda por donde voy me han ocultado
una trampa.
[...]
6 Por eso clamo a ti, Señor,
y te digo: "Tú eres mi refugio,
mi herencia en la tierra de los vivientes".
7Atiende a mi clamor,
porque estoy en la miseria;
líbrame de mis perseguidores,
porque son más fuertes que yo.
8Sácame de la prisión, y daré gracias a tu Nombre: porque los justos esperan que me concedas tu
favor.
Le han sido perdonados sus pecados, por eso, ha amado mucho
La Palabra de Dios ... es escuchada
36Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en Ja casa y se sentó a Ja mesa.
37Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo
en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. 38Y colocándose detrás de él, se puso a
llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría
de besos y los ungía con perfume. 39A1 ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: "Si este
hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!".
40Pero Jesús le dijo: "Simón, tengo algo que decirte". "Di, Maestro", respondió él. 41 "Un
prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. 42Como no
tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?",43Simón
contestó: "Pienso que aquel a quien perdonó más". Jesús le dijo: "Has juzgado bien". 44Y
volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste
agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. 4STú
no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies. 46Tú no ungiste mi
cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. 47Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos
pecados, le han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le
perdona poco, demuestra poco amor". 48Después dijo a la mujer: "Tus pecados te son
perdonados". 49Los invitados pensaron: "¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los
pecados?". 50Pero Jesús dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado, vete en paz". (Lucas 7, 36-50)
... es meditada
La pasión de Jesús por los pecadores está llena de humanidad y de gratuidad, sin otras pretensiones.
La breve parábola aclara lo que está sucediendo en casa de Simón. Es tan breve como aguda y apunta
al centro de la cuestión.
La parábola no revela de inmediato su impacto sobre la situación, habla de dos deudores y su
acreedor, y, como de costumbre, Jesús no dice el nombre de estos personajes, sino que su atención
recae en el centro del relato. El mismo acreedor ha prestado al primer hombre quinientos denarios y
al segundo, cincuenta. La desproporción es notoria, porque los cincuenta denarios del segundo
deudor se multiplican diez veces en el primero. Para darnos una idea, cincuenta denarios equivalen a
dos meses de trabajo, y quinientos denarios corresponden a dos años y medio de trabajo
comprometido. Jesús aclara que ambos deudores no pueden restituir las sumas debidas y son
perdonados por su acreedor. Los personajes de la parábola nunca dicen nada: no se menciona
ninguna relación entre ellos ni un diálogo entre deudores y su acreedor. Toda la atención se concentra
en el verbo "le perdonó", lo cual expresa el otorgamiento de la gracia a los deudores. Y es la gracia
del acreedor lo que genera la pregunta de Jesús a Simón: "¿Cuál de los dos lo amará más?". Simón
todavía no se da cuenta que forma parte de la cuestión y responde que el deudor al que se le perdonó
más, amará más a su acreedor. ¡ Su respuesta lo desenmascara y lo inculpa! Si hubiera estado atento
a la parábola, habría recordado que, precisamente porque un pecado es una deuda que se contrae,
sólo la gracia puede restituir la deuda que todos tienen con Dios. Se ve que Simón no logra superar
el trauma por la gracia que Jesús concede a la pecadora.
La parábola cede el lugar al esclarecimiento de la situación. Simón es como el deudor de dos
mensualidades laborales y por esto no le dio agua a Jesús para sus pies, no lo besó ni le ungió la
cabeza. La pecadora es como el deudor que debe dos años y medio de trabajo: nunca lograría saldar
su deuda. ¡La única vía de salida para ambos es la gracia! El impacto más fuerte de la parábola
radica en el perdón de sus pecados y el amor de la pecadora. Desgraciadamente, muchas
traducciones vierten la frase del versículo como: "se le perdonan sus pecados porque ha amado
mucho". En realidad, el original en lengua griega expresa la consecuencia del perdonarle sus
pecados: "Se le perdonan sus pecados, porque ha demostrado mucho amor" Si no se le hubieran
perdonado sus culpas tan grandes no estaría en grado de amar; la mujer es capaz de amar porque se
le ha concedido una gracia sin condiciones.
La segunda parte de la respuesta de Jesús confirma la primacía de la gracia: "A quien se le perdona
poco, demuestra poco amor" (v. 47). Esta afirmación conecta la parábola a la vida: quien no es
alcanzado por el amor gratuito de Dios, no está en condiciones de amarlo.
(Tomado del subsidio pastoral para el jubileo, Las parábolas de la misericordia, p. 22-24)
... es orada Salmo 25
[Ain] 15Mis ojos están siempre fijos en el Señor, porque él sacará mis pies de la trampa.
[Pe] 16Mírame, Señor, y ten piedad de mí, porque estoy solo y afligido:
[Sade] 17alivia las angustias de mi corazón, y sácame de mis tribulaciones.
[Cof] 18Mira mi aflicción y mis fatigas, y perdona todos mis pecados.
Salmo 42
2Como la cierva sedienta busca las corrientes de agua, así mi alma suspira por ti, mi Dios.
3Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente:
¿Cuándo iré a contemplar el rostro de Dios?
4Las lágrimas son mi único pan
de día y de noche,
mientras me preguntan sin cesar:
"¿Dónde está tu Dios?".
5A1 recordar el pasado, me dejo llevar por la nostalgia:
¡ cómo iba en medio de la multitud y la guiaba hacia la Casa de Dios, entre cantos de alegría y
alabanza, en el júbilo de la fiesta!
6¿Por qué te deprimes, alma mía?
¿Por qué te inquietas?
Espera en Dios, y yo volveré a darle gracias, a él, que es mi salvador y mi Dios.
RITO DE APERTURA DE LA PUERTA DE
LA MISERICORDIA EN LAS IGLESIAS
PARTICULARES
13 de diciembre de 2015 III Domingo de Adviento
PREMISA
El siguiente rito de Apertura de la Puerta de la Misericordia en las Iglesias particulares concierne a
las Iglesias de rito romano y a las Iglesias de ritos occidentales no romanos, cuya autoridad
competente podrá aportarles las adiciones requeridas por su cultura particular.
Los pastores de las Iglesias orientales podrán redactar, si lo desean, el rito de apertura en armonía
con su propio orden litúrgico.
El día
El santo padre Francisco, en la bula Misericordias vultus (MV) ha establecido que el Año Santo se
abrirá el 8 de diciembre de 2015, solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada
Virgen María con la apertura de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro en el Vaticano. El
domingo siguiente, 13 de diciembre, III domingo de Adviento, se abrirá la Puerta Santa en la catedral
de Roma, la Basílica de San Juan en Letrán. Sucesivamente se abrirá la Puerta Santa también en las
demás basílicas papales. Además, el Santo Padre ha establecido que "el mismo domingo en cada
Iglesia particular, en la Catedral que es la Iglesia Madre para todos los fieles, o en la Concatedral o
en una iglesia de significado especial, se abra por todo el Año Santo una idéntica Puerta de la
Misericordia. A juicio del Ordinario, ella podrá ser abierta también en los Santuarios, meta de tantos
peregrinos que en estos lugares santos con frecuencia son tocados en el corazón por la gracia y
encuentran el camino de la conversión" (MV, 3).
El lugar
La eucaristía que inaugura el Jubileo en las Iglesias locales con la apertura de la Puerta de la
Misericordia será única y será celebrada en la Catedral; sin embargo, si en la diócesis, según la
norma del Código de Derecho Canónico, hay una concatedral, esta será la sede de la celebración de
apertura.
En las demás iglesias o santuarios donde el obispo diocesano haya establecido que se abra una
Puerta de la Misericordia, se desarrollará una celebración eucarística presidida por un delegado del
obispo, durante la cual se recitará una oración adecuada en la puerta principal (cf. 40-45).
El carácter de la celebración
Los elementos que contribuyen a conformar el rito de apertura de la Puerta de la Misericordia
indican cuáles deben ser su carácter y su contenido:
-El misterio de Dios, rico en misericordia y compasión (cf. Ef 2, 4 y Je 5, 11), revelado y actuado en
Cristo, rostro de la misericordia del Padre (MV, 1) y continuamente operante por el don del Espíritu
(cf. Jn 20, 22-23).
-El reconocimiento de Cristo como única puerta para entrar en la salvación (cf. Jn 10, 9) y como
único camino que conduce al Padre (cf. Jn 14, 6).
-El incesante peregrinar de la Iglesia hacia "Jesucristo [que] es el mismo ayer hoy y siempre" (Heb
13, 8).
El celebrante
El obispo diocesano preside toda la celebración: esto lo exigen, por una parte, el carácter del día del
Señor y la tradición eclesial, y por la otra, la circunstancia extraordinaria del Año Jubilar. La misa
del 13 de diciembre de 2015 se configurará como una misa estacional (cf. Caeremoniale
Episcoporum 120), por lo cual los presbíteros, sobre todo, los más estrechos colaboradores en el
servicio de la diócesis, concelebrarán con el obispo; los diáconos, los acólitos y los lectores
desarrollarán, cada uno, su propio ministerio, y los fieles serán convocados para que acudan en
número a la celebración.
El signo específico de la celebración de apertura
En el ámbito de la celebración eucarística, el signo específico de la inauguración del Año Santo
extraordinario es la apertura de la Puerta de la Misericordia y el ingreso procesional de la iglesia
local -obispo, clero, pueblo- en la catedral, iglesia madre para todos los fieles, donde el pastor de la
diócesis desarrolla su magisterio, celebra los divinos misterios, lleva a cabo la liturgia de alabanza y
de súplica, guía la comunidad eclesial.
El desarrollo de la celebración se articula en cinco momentos:
-La statio en una iglesia o en otro lugar apropiado.
-El camino procesional.
-La apertura de la Puerta de la Misericordia y el ingreso en la catedral.
-La memoria del bautismo.
-La celebración de la eucaristía.
La statio
Para la statio se ha de escoger, en la medida de lo posible, una iglesia significativa, suficientemente
amplia para celebrar allí los ritos de introducción, no demasiado lejos de la catedral ni demasiado
cerca de ella, sino ubicada a una distancia tal que permita el desarrollo de un verdadero camino
procesional.
Los momentos constitutivos de la statio son los siguientes: el saludo y la monición inicial, la
proclamación de la perícopa evangélica, la lectura de la parte inicial de la bula de convocación
Mise- ricordiae vultus.
La procesión
El carácter de la procesión es el de peregrinación, "signo peculiar en el Año Santo, porque es imagen
del camino que cada persona realiza en su existencia" (MV14). Recuerda el hecho de que "también la
misericordia es una meta por alcanzar y que requiere compromiso y sacrificio" (ibídem).
Para la procesión se han señalado como especialmente adecuados el Salmo 86, que canta el
sentimiento de confianza, el total abandono en Dios y la esperanza de su intervención salvífica, y el
Salmo 25, himno a la bondad de Dios en quien el orante confía y encuentra serenidad y paz. Por su
antigua y polivalente función procesional, también el canto de las Letanías de los Santos es
apropiado para esta ocasión.
En la procesión, se ha de dar gran relieve al Libro de los Evangelios: este, llevado por el diácono, es
signo de Cristo que camina delante de su pueblo, y de su Palabra, que es luz y guía para sus
discípulos.
La apertura de la Puerta de la Misericordia y el ingreso en la catedral
El ingreso en la catedral se da a través de la puerta principal que, como eminente símbolo
cristológico (cf. Jn 10, 7. 9), constituye la Puerta de la Misericordia, recuerdo constante del carácter
de este Jubileo Extraordinario. Con las palabras del Salmo 118, el obispo invoca la apertura de la
Puerta que remite a la puerta del corazón misericordioso de Dios, rasgado en el costado abierto de
Cristo en la cruz (cf. Jn 19, 34). Él es, en efecto, la puerta que conduce a la salvación, como canta la
antífona inspirada en Jn 10,9. El ingreso debe ser, por tanto, solemnizado apropiadamente:
-Adornando la puerta con ramos frondosos o con ornamentos propios de la cultura local, y, si es el
caso, con símbolos cristológicos adecuados.
-Dando especial valor a la pausa en el umbral de la puerta: antes de cruzarla, el obispo se detiene y
con él hace una pausa toda la procesión; la pausa implica, además, la apertura de la puerta y la
ostensión solemne del Libro de los Evangelios, palabra de misericordia, primero hacia el exterior,
luego hacia el interior de la catedral, y el canto de la antífona: "Yo soy la puerta".
Terminada la pausa en el umbral de la puerta, el obispo, mostrando el Libro de los Evangelios, con
los concelebrantes y los ministros, camina en procesión hacia el altar; los fieles se dirigen a los
puestos asignados. Entretanto, se canta la antífona de ingreso del III domingo de Adviento u otro
canto apropiado.
Memoria del bautismo
El sacramento del bautismo es puerta de ingreso en la Iglesia comunidad. El rito de bendición y de
aspersión con el agua constituye su memoria viva. El bautismo, en efecto, es el "primer sacramento
de la Nueva Alianza. Por él los hombres, adhiriéndose a Cristo por la fe y recibiendo el espíritu de
hijos adoptivos, se llaman y son hijos de Dios; unidos a Cristo en una muerte y resurrección como la
suya, forman con él un mismo cuerpo; ungidos con la efusión del Espíritu, se convierten en templo
santo de Dios y miembros de la Iglesia, en "una raza elegida, un sacerdocio real, una nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios" (Bendicional 1163).
La celebración de la eucaristía
La celebración de la eucaristía, "como acción de Cristo y del pueblo de Dios ordenado
jerárquicamente, es el centro de toda la vida cristiana para la Iglesia, tanto universal, como local, y
para cada uno de los fieles. Pues en ella se tiene la cumbre, tanto de la acción por la cual Dios, en
Cristo, santifica al mundo, como la del culto que los hombres tributan al Padre, adorándolo por
medio de Cristo, Hijo de Dios, en el Espíritu Santo" (Instrucción General del Misal Romano 16).
Precisamente por esto, ella constituye el vértice de la celebración de apertura del Jubileo. En ella, el
Padre en su misericordia viene al encuentro de todos aquellos que buscan a Dios "con corazón
sincero", ofrece continuamente a los hombres su alianza y nos hace pregustar la eternidad eterna de
su Reino, "donde con todas las creaturas, liberadas de la corrupción del pecado y de la muerte,
cantaremos su gloria" (Plegaria eucarística IV).
Cosas que hay que preparar
En la sacristía de la Iglesia estacional, se preparan:
-Las vestiduras litúrgicas requeridas para la celebración de la misa y que el obispo, los presbíteros
concelebrantes, los diáconos y demás ministros usarán.
-La capa pluvial, si el obispo la utilizará en la procesión.
-La cruz procesional con los ciriales.
-El Libro de los Evangelios.
-El incensario con el incienso.
En la sacristía de la catedral se preparan:
-El recipiente con el agua para bendecir y el aspersorio.
-Todo lo necesario para la celebración de la misa (cf. Instrucción General del Misal Romano 117118).
RITOS DE INTRODUCCIÓN
IGLESIA ESTACIONAL
EN
LA
El III domingo de Adviento, o en sus primeras vísperas, a la hora establecida, los fieles se reunirán
en una iglesia sucursal o en otro lugar apropiado, fuera de la iglesia catedral (o concatedral) hacia la
cual se dirigirá la procesión.
El obispo, los sacerdotes concelebrantes y los diáconos, revestidos con las vestiduras litúrgicas de
color violeta (o rosado), se dirigen al lugar donde el pueblo está reunido. El obispo, en lugar de la
casulla, puede usar la capa pluvial, que se quitará después de la procesión.
Mientras el obispo y los ministros llegan a la sede preparada para ellos, se canta el Himno del
Jubileo. Se puede tocar el órgano u otros instrumentos apropiados.
El obispo, dirigido al pueblo, dice:
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. El pueblo responde: Amén.
A continuación saluda al pueblo:
La misericordia del Padre, la paz de Nuestro Señor Jesucristo, la comunión del Espíritu Santo estén
con todos ustedes.
El pueblo responde: Y con tu espíritu.
El obispo invita a bendecir y a alabar a Dios: Cf. Sal 103 Gloria a ti, Señor, que perdonas las culpas
y sanas todas las enfermedades.
R/. Eterna es tu misericordia.
Gloria a ti, Señor, misericordioso y piadoso, lento a la cólera y grande en el amor.
R/. Eterna es tu misericordia.
Gloria a ti, Señor,
Padre indulgente con tus hijos.
R/. Eterna es tu misericordia.
o bien:
Bendito seas tú, oh Padre:
tú solo has hecho grandes maravillas.
Cf. Sal 136, 4
R/. Tu amor es para siempre.
Bendito seas tú, Hijo unigénito: nos has liberado de nuestros pecados con tu sangre. Cf. Apoc 1, 5
R/. Tu amor es para siempre.
Bendito seas tú, Espíritu Santo, consolador del alma, dulcísimo consuelo.
Cf. Secuencia de Pentecostés
R/. Tu amor es para siempre.
Luego el obispo dirige al pueblo una breve exhortación con estas palabras u otras similares.
Queridos hermanos y hermanas, con la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso, el Santo
Padre, en la solemnidad de la Bienaventurada Virgen María, ha inaugurado el Jubileo Extraordinario
que abre para todos nosotros y para la humanidad entera la puerta de la misericordia de Dios.
En comunión con la Iglesia universal, esta celebración inaugura solemnemente el Año Santo para
nuestra Iglesia diocesana, preludio de una profunda experiencia de gracia y de reconciliación.
Escucharemos con alegría el evangelio de la misericordia, que nuestro Señor Jesucristo, cordero de
Dios que quita el pecado del mundo, siempre hace resonar en medio de los hombres invitándonos a
gozar por su amor anunciado incansablemente a toda creatura.
Terminada la exhortación, el obispo dice la siguiente oración:
Oremos.
Cf. Misa ad diversa, Por la reconciliación - II colecta.
Dios nuestro, origen de la verdadera libertad, tú quieres que los hombres sean un solo pueblo libre
de toda esclavitud y nos concedes este tiempo de gracia y bendición; te pedimos que la Iglesia,
acrecentando su libertad, aparezca claramente ante el mundo como sacramento universal de
salvación, manifestando y realizando entre los hombres el misterio de la caridad.
Por Cristo Nuestro Señor...
R/. Amén.
Sigue la proclamación del Evangelio por parte del diácono.
Del Evangelio según san Lucas 15, 1-7
Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta.
Todos los publícanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los
escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos". Jesús les
dijo entonces esta parábola: "Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las
noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando
la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus
amigos y vecinos, y les dice: 'Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había
perdido'. Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador
que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse".
Palabra de Dios.
Después del Evangelio se puede hacer un breve silencio, luego un lector lee el inicio de la bula de
convocación del Jubileo Extraordinario. De la bula de convocación del Jubileo Extraordinario de la
misericordia Misericordiae vultus (1-3)
Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su
síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret.
El Padre, "rico en misericordia" (Ef 2, 4), después de haber revelado su nombre a Moisés como
"Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en amor y fidelidad" (Éx 34, 6) no ha
cesado de dar a conocer, en varios modos y en tantos momentos de la historia, su naturaleza divina.
En la "plenitud del tiempo" (Gál 4, 4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, él
envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve
a él ve al Padre (cf. Jn 14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona,
revela la misericordia de Dios.
Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de
serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el
misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a
nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona
cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la
vía que une a Dios con el hombre porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre,
no obstante el límite de nuestro pecado.
Hay momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos llamados a tener la mirada fija en
la misericordia para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre.
Por eso, he anunciado un Jubileo Extraordinario de la Misericordia como tiempo propicio para la
Iglesia, para que haga más fuerte y eficaz el testimonio de los creyentes.
Al finalizar la lectura, para dar inicio a la procesión, el diácono u otro ministro dice:
Hermanos y hermanas, encaminémonos en el nombre de Cristo: Él es el camino que nos guía en el
año de gracia y de misericordia.
PROCESIÓN
El obispo pone el incienso en el incensario inicia la procesión hacia la catedral (o concatedral) en la
que se celebrará la misa. Precede el turiferario con el incensario humeante, sigue el diácono que
lleva la cruz procesional adornada festivamente, a sus lados, los ministrantes con los cirios
encendidos; luego el diácono que lleva el Libro de los Evangelios, luego el obispo y, tras él, los
sacerdotes, los demás ministros y los fieles. Durante la procesión, el pueblo y el coro cantan las
antífonas y los salmos propuestos aquí. Se pueden cantar también las letanías de los santos u otros
cantos apropiados.
ANTÍFONA
Cantaré eternamente el amor del Señor,
de generación en generación,
daré a conocer con mi boca su fidelidad.
Cf. Sal 89, 2
o bien:
Bienaventurados los misericordiosos, porque hallarán misericordia.
Mt 5, 7
o bien:
Bueno es el Señor con todos,
su ternura se extiende a todas las creaturas.
Sal 145, 9
Del Salmo 86
Inclina tu oído, Señor, respóndeme, porque soy pobre y miserable; protégeme, porque soy uno de tus
fieles, salva a tu servidor que en ti confía.
Tú eres mi Dios: ten piedad de mí, Señor, porque te invoco todo el día; reconforta el ánimo de tu
servidor, porque a ti, Señor, elevo mi alma.
Tú, Señor, eres bueno e indulgente, rico en misericordia con aquellos que te invocan:
¡ atiende, Señor, a mi plegaria, escucha la voz de mi súplica!
Yo te invoco en el momento de la angustia, porque tú me respondes.
No hay otro dios igual a ti, Señor, ni hay obras como las tuyas.
Indícame tu camino, Señor, para que yo viva según tu verdad; orienta totalmente mi corazón al temor
de tu Nombre.
Te daré gracias, Dios mío, de todo corazón, y glorificaré tu Nombre eternamente; porque es grande el
amor que me tienes, y tú me libraste del fondo del Abismo.
Dios mío, los orgullosos se levantaron contra mí,
y una banda de forajidos atenta contra mi vida sin preocuparse para nada de ti.
Pero tú, Señor, Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarte, rico en amor y fidelidad, vuelve
hacia mí tu rostro y ten piedad de mí.
o bien:
Del Salmo 25
A ti, Señor, elevo mi alma,
Dios mío, yo pongo en ti mi confianza;
¡que no tenga que avergonzarme ni se rían de mí mis enemigos!
Muéstrame, Señor, tus caminos, enséñame tus senderos.
Guíame por el camino de tu fidelidad; enséñame, porque tú eres mi Dios y mi salvador, y yo espero
en ti todo el día.
Acuérdate, Señor, de tu compasión y de tu amor, porque son eternos.
No recuerdes los pecados ni las rebeldías de mi juventud:
por tu bondad, Señor, acuérdate de mí según tu fidelidad.
El Señor es bondadoso y recto: por eso, muestra el camino a los extraviados; él guía a los humildes
para que obren rectamente y enseña su camino a los pobres.
Todos los senderos del Señor son amor y fidelidad, para los que observan los preceptos de su
alianza. ¡Por el honor de tu Nombre, Señor, perdona mi culpa, aunque es muy grande!
Mírame, Señor, y ten piedad de mí, porque estoy solo y afligido: alivia las angustias de mi corazón, y
sácame de mis tribulaciones.
Mira mi aflicción y mis fatigas, y perdona todos mis pecados.
Defiende mi vida y líbrame:
que no me avergüence de haber confiado en ti.
INGRESO EN LA CATEDRAL
Llegados a la puerta principal de la catedral (o concatedral), la procesión se detiene. El obispo
aclama:
Abran las puertas de la justicia, entraremos a dar gracias al Señor.
Cf. Sal 118, 19
Mientras la puerta se abre, el obispo continúa:
Esta es la puerta del Señor:
por ella entramos para obtener la misericordia y el perdón.
El diácono entrega al obispo el Libro de los Evangelios. El obispo, en el umbral, lo mantiene
elevado mientras se canta la antífona aquí indicada, u otra apropiada. Durante la ostensión del Libro
de los Evangelios, el diácono que lleva la cruz procesional se ubica con la cruz junto al obispo.
ANTÍFONA
Yo soy la puerta.
El que entra por mí se salvará;
podrá entrar y salir y encontrará su alimento.
Cf. Jn 10, 9
Terminado el canto de la antífona, la procesión retoma su camino hacia el altar: preceden el
incensario, la cruz y los ciriales; siguen el obispo con el Libro de los Evangelios, los sacerdotes, los
demás ministros y los fieles. Entretanto, se canta la antífona de ingreso u otro canto apropiado.
ANTÍFONA
Alégrense siempre en el Señor.
Vuelvo a insistir, alégrense.
El Señor está cerca. Fil4,4.5
El obispo, al llegar al altar, depone allí el Libro de los Evangelios. Luego, si durante la procesión ha
utilizado la capa pluvial, se la quita y se reviste con la casulla. Besa el altar, lo inciensa y se dirige a
la sede.
MEMORIA DEL BAUTISMO
Se lleva delante del obispo un recipiente con el agua. El obispo invita a la oración con estas palabras
u otras similares.
Queridos hermanos y hermanas, invoquemos al Señor para que bendiga esta agua, que va a ser
derramada sobre nosotros en memoria de nuestro bautismo, y pidámosle que nos renueve
interiormente para obtener la misericordia y la salvación en virtud de la resurrección de Jesucristo.
Todos oran un momento en silencio.
Luego el obispo, con las manos juntas, prosigue:
Dios todopoderoso (Cf. MR, Rito de aspersión, Formulario I, segunda oración) fuente y origen de la
vida del alma y del cuerpo, bendice + esta agua y haz que nosotros tus fieles, rociados por esta fuente
de purificación, obtengamos el perdón de nuestros pecados, la defensa de las asechanzas del enemigo
y el don de tu protección.
En tu misericordia, danos, Señor, un manantial de agua viva que brote para la vida eterna, para que,
libres de todo peligro, podamos ir a ti con corazón puro.
Por Cristo Nuestro Señor.
R/. Amén.
El obispo toma el aspersorio y se asperje a sí mismo, a los concelebrantes, a los ministros y al
pueblo, atravesando la nave de la catedral (o concatedral). Entretanto, se recitan las siguientes
antífonas u otro canto apropiado.
ANTÍFONA
Purifícame con el hisopo y quedaré limpio; lávame, quedaré más blanco que la nieve.
Cf. Sal 50, 9
o bien:
Purifícame, Señor:
quedaré más blanco que la nieve.
o bien:
Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán purificados.
Los purificaré de todas sus impurezas y los apartaré de sus ídolos.
Les daré un corazón nuevo, dice el Señor.
Cf. Ez 47, 1-2.9
Al regresar a la sede, el obispo dice:
Que Dios todopoderoso nos purifique del pecado, y por la celebración de esta eucaristía, nos haga
dignos de participar del banquete de su Reino, por los siglos de los siglos.
Amén.
Luego el obispo canta o dice la oración colecta.
Dios y Padre nuestro, que acompañas bondadosamente a tu pueblo en la fiel espera del nacimiento de
tu Hijo, concédenos festejar con alegría su venida y alcanzar el gozo que nos da su salvación.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es
Dios, por los siglos de los siglos.
R/. Amén.
La misa prosigue como de costumbre.
RITOS DE CONCLUSION
Antes de la bendición solemne, se informa a los fieles sobre las iglesias o los santuarios en los
cuales el obispo ha establecido que se abra una Puerta de la Misericordia para poder recibir, a lo
largo de todo el Jubileo Extraordinario, el don de la indulgencia. Luego el obispo dice:
Nuestro pensamiento se dirige ahora a la Madre de la misericordia. La dulzura de su mirada nos
acompañe en este Año Santo para que todos podamos redescubrir la alegría de la ternura de Dios.
La asamblea invoca a María, Madre de misericordia, con el canto de la antífona Salve, Regina o
Alma Redemptoris Mater, u otra similar.
Sigue la bendición solemne para el Tiempo de Adviento.
Después de la bendición, el diácono despide a la asamblea. Si lo considera oportuno, puede decir:
Sean misericordiosos como el Padre es misericordioso. Pueden ir en paz. El pueblo responde:
Demos gracias a Dios. La asamblea se despide alabando y bendiciendo a Dios.
APERTURA DEL JUBILEO EN LAS
IGLESIAS O EN LOS SANTUARIOS
DESIGNADOS POR EL OBISPO
DIOCESANO
En las iglesias o los santuarios en los cuales el obispo diocesano ha establecido que haya una Puerta
de la Misericordia, a la hora designada, el delegado del obispo preside la celebración eucarística
del III domingo de Adviento.
Al inicio de la celebración, aquel que preside se dirige a la puerta principal de la iglesia o santuario
donde, terminado el canto de ingreso, comienza la celebración con la señal de la cruz y el saludo
previsto en el n. 19. Luego invita a bendecir y a alabar a Dios con las fórmulas indicadas en el n. 20.
Finalizadas las invocaciones, dice la siguiente oración:
Oremos.
Bendito seas tú, Señor, Padre santo, que has enviado a tu Hijo al mundo para acoger en la unidad,
mediante la efusión de su sangre, a los hombres lacerados y dispersos por el pecado.
Tú lo has constituido pastor y puerta del rebaño, para que quien entre sea salvo, y quien entra y sale
encuentre el pan de la vida.01
Concede a tus fieles que crucen este umbral, ser acogidos en tu presencia, y experimentar, Padre, tu
misericordia.
Por Cristo Nuestro Señor.
Cf. Bendicional, 1449
R/. Amén.
Terminada la oración, quien preside la celebración introduce el rito de aspersión con el agua bendita
y estas palabras u otras similares:
Queridos hermanos y hermanas, el Año de la Misericordia convocado por el Santo Padre invita a
cada uno de nosotros a tener la experiencia profunda de las gracia y la reconciliación. Ahora, con la
aspersión del agua bendita recordemos juntos nuestro bautismo.
Es invocación de misericordia y de salvación en virtud de la resurrección de Jesucristo.
Pronunciada la monición, se dirige con los ministros hacia el altar, asperjando al pueblo con el agua
bendita tomada de la pila ubicada junto a la puerta. Entretanto, se cantan las antífonas del n. 33, u
otro canto apropiado.
Después de haber venerado el altar con una profunda reverencia y el beso, lo inciensa y se dirige a la
sede, donde pronuncia la fórmula prevista en el n. 34.
La misa continúa como se acostumbra, con la oración colecta.02
Al final de la misa, puede despedir a la asamblea con la fórmula indicada en el n. 38.
CELEBRACION CONCLUSIVA DEL
IUBILEO EXTRAORDINARIO EN LAS
IGLESIAS PARTICULARES
13 de noviembre de 2016
XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario
PREMISA
Las siguientes indicaciones para la Celebración conclusiva del Jubileo Extraordinario en las Iglesias
particulares competen a las Iglesias de rito romano y a las Iglesias de ritos occidentales no romanos,
cuya autoridad competente podrá aportarle las adaptaciones requeridas por su cultura particular.
Los Pastores de las Iglesias orientales podrán, si lo desean, ofrecer indicaciones en armonía con su
ordenamiento litúrgico.
El día
El santo padre Francisco, en la bula Misericordiae vultus ha establecido que el Año Santo se
concluirá el 20 de noviembre de 2016, Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo,
con la clausura de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro en el Vaticano. El domingo anterior,
13 de noviembre, XXXIII domingo del Tiempo Ordinario, se concluirá el Jubileo en las Iglesias
particulares.
El lugar
La eucaristía de clausura del Jubileo en las Iglesias particulares será única y se celebrará en la
catedral.
En las demás iglesias o santuarios, en los cuales el obispo diocesano haya establecido que se abra
una Puerta de la Misericordia, se llevará a cabo una celebración eucarística de acción de gracias,
precedida por un delegado del obispo.
El celebrante
El obispo diocesano preside toda la celebración: lo exigen, de una parte, el carácter de día del Señor
y la tradición eclesial. Los presbíteros, sobre todo, los más allegados colaboradores en el servicio
de la diócesis, concelebran con el obispo; los diáconos, los acólitos y los lectores desarrollan, cada
uno, su propio ministerio; los fieles son convocados para que acudan en gran número. Si la
celebración de clausura en la concatedral se da contemporáneamente con la de la catedral, será
presidida por un delegado del obispo.
La celebración de la eucaristía
La celebración de clausura del Jubileo Extraordinario está constituida esencialmente por la
celebración eucarística en el día del Señor. Si el obispo lo considera oportuno, se puede utilizar el
formulario "En acción de gracias" presente en la sección "Misas y oraciones por diversas
necesidades" del Misal Romano. Las lecturas serán las asignadas al XXXIII domingo del Tiempo
Ordinario del Ciclo C.
Expresiones de agradecimiento
Una vez pronunciada la oración después de la comunión, el obispo, con una monición de carácter
litúrgico, da gracias a Dios por los beneficios del año jubilar e invita a la asamblea a dar gracias al
Señor. En este caso, el Magníficat, canto de agradecimiento de la Virgen María y de la Iglesia, es
especialmente apropiado.
RITOS DE INTRODUCCIÓN
En el XXXIII domingo del Tiempo Ordinario, a la hora establecida, los fieles se reúnen en la iglesia
catedral.
Cuando el pueblo está reunido, el obispo, los sacerdotes concelebrantes y los diáconos, revestidos
con las vestiduras litúrgicas de color verde, hacen su ingreso. El coro y el pueblo se unen en el canto
del Himno del Jubileo.
Una vez venerado el altar, el obispo se dirige a la sede y, de cara al pueblo, dice:
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
El pueblo responde: Amén.
Luego saluda al pueblo:
La misericordia del Padre, la paz de Nuestro Señor Jesucristo, la comunión del Espíritu Santo esté
con todos ustedes.
El pueblo responde: Y con tu espíritu.
El obispo introduce la celebración con estas palabras, u otras similares:
Queridos hermanos y hermanas, llega a su fin el año jubilar.
En él hemos experimentado un tiempo extraordinario de gracia y de misericordia.
En esta celebración eucarística, queremos elevar al Padre nuestro canto de alabanza y nuestra acción
de gracias por los dones que nos ha concedido.
Ahora, una vez más, antes de acercarnos a estos sagrados misterios, invoquemos el bálsamo de la
misericordia, reconociéndonos pecadores y perdonándonos mutuamente de todo corazón.
Después de una breve pausa de silencio, el diácono u otro ministro idóneo, dice o canta las
siguientes invocaciones: (cf. Misal romano para el Tiempo de Cuaresma)
Señor, que nos mandas a perdonarnos antes de venir a tu altar, ten piedad de nosotros.
R/. Señor, ten piedad, (o bien: Kyrie, eléison)
Cristo, que en la cruz invocaste el perdón para los pecadores, ten piedad de nosotros.
R/. Cristo, ten piedad, (o bien: Christe, eléison).
Señor, que confías a tu Iglesia el ministerio de la reconciliación, ten piedad de nosotros.
R/. Señor, ten piedad, (o bien: Kyrie, eléison)
El obispo concluye:
Dios omnipotente ten misericordia de nosotros, perdona nuestros pecados y llévanos a la vida eterna.
R/. Amén.
Se canta el himno Gloria a Dios en lo alto del cielo, y la misa continúa como de costumbre.
RITOS DE CONCLUSIÓN
Luego de la oración después de la comunión, el obispo invita a los presentes a dar gracias al Señor
por los beneficios espirituales del año jubilar. Lo puede hacer con estas palabras u otras similares.
Hermanos y hermanas, demos gracias con alegría a Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, porque
en este año de gracia nos ha bendecido con todas las bendiciones espirituales en los cielos en Cristo.
A todos se nos ha ofrecido un tiempo precioso de misericordia y de conversión.
Expresamos nuestra alegría y nuestro agradecimiento con las palabras de la Virgen María, madre
nuestra.
Cantando la misericordia de Dios que se extiende de generación en generación, pidamos que siga
difundiéndola en el mundo entero como el rocío de la mañana.
El obispo y el pueblo cantan el Magníficat.
Terminado el canto, el diácono dice:
Inclínense para recibir la bendición.
Luego el obispo, con las manos extendidas sobre el pueblo, dice la siguiente oración (cf. Misal
romano, Oración de bendición sobre el pueblo n. 8 - ligeramente adaptada)
Muéstranos, Señor, tu misericordia, y asiste a tu pueblo que te reconoce como su pastor y guía;
renueva la obra de tu creación y guarda lo que has renovado.
Por Cristo Nuestro Señor.
R/. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso,
Padre + Hijo + y Espíritu + Santo, descienda sobre ustedes y los acompañe siempre.
R/. Amén.
El diácono despide a la asamblea. Si lo considera oportuno, puede decir: Sean misericordiosos
como su Padre es misericordioso. Pueden ir en paz. El pueblo responde: Demos gracias a Dios. La
asamblea se despide alabando y bendiciendo a Dios.
Descargar