EL AROMA DE LAS ROSAS OMAR GÓMEZ JARAMILLO EL AROMA DE LAS ROSAS Primera edición 2016 © Derechos reservados conforme a la ley © Autores Editores Impreso y hecho en Colombia / Printed and made in Colombia “La Iglesia tiene derecho originario y propio a castigar con sanciones penales a los fieles que cometen delitos” Código del Derecho Canónico, libro VII, 1311. “Trágica es la existencia de aquel que muere sin haber conocido el motivo de su vida” Samael Aun Weor. Ciudad de México, Noviembre de 1999 LOS ojos de la mujer se clavaron en los míos como un par de agujas. No supe si rendirme ante su insistencia en leerme las cartas del tarot, o en las ganas de poner prueba mi incredulidad. Sin hablar, apenas con mirarme, me pidió que me concentrara en lo que hacíamos. Baje mi mirada hacía la pequeña mesa de té en donde ella se disponía a dejar las cartas. Con anterioridad, la mujer cuarentona, a quién parecía abordarla un sentimiento de angustia que llegó a fastidiarme, me había pedido que tomara la baraja y que la mezclara a mi gusto. Pregunté por la otra persona que me encontraría en la Plaza de las Tres Culturas, pero sólo me dijo, con un poco de renuencia, que al desconocido y a mí nos unía los lazos de la Muerte. Luego, me dijo que guardara silencio, y me pidió que le devolviera la baraja. Sacó ocho cartas, una a una, formando dos grupos de cuatro cartas. Los arcanos que salieron fueron los siguientes: La carta XI que simboliza la Fuerza. 9 La carta XVII que simboliza la Estrella. La carta XVIII que simboliza la Luna. La carta VII que simboliza el Carro. La carta XV que simboliza el Diablo. La carta X que simboliza la Rueda de la Fortuna y que, según la mujer, es la carta que me representa. La carta I, que simboliza al Mago, Y la carta XVI, que simboliza la Torre. Decía también la mujer aquella que eran estas las mismas cartas que venían apareciendo en las tiradas de tarot que ella realizaba desde hacía ya varios años, cuando mencionaba mi nombre y el de la otra persona. Entonces, empezó su trabajo de interpretación mientras que, poco a poco, sentí que se me helaban los huesos ante la frialdad de su narración. No era un secreto que la Muerte me respiraba en la nuca, pero sí era la primera vez que, al parecer, la miraba a los ojos. 10