FORMACIÓN DE FUNCIONARIOS PÚBLICOS HACIA EL LOGRO

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FORMACIÓN DE FUNCIONARIOS PÚBLICOS
HACIA EL LOGRO DE UN OBJETIVO NACIONAL
ÍNDICE
I.
Introducción
1
II.
La formación ética para la gestión pública
2
III.
La capacitación en el sector público
4
IV.
Objetivos y orientaciones de la capacitación
7
V.
La capacitación
9
VI.
La experiencia argentina. El Instituto Nacional de Administración Pública
11
VII.
La política para la formación de agentes públicos
14
VIII.
Conclusión
17
IX.
Bibliografía
20
Por Antonio Mario Perez Talamonti
FORMACIÓN DE FUNCIONARIOS PÚBLICOS
HACIA EL LOGRO DE UN OBJETIVO NACIONAL
Por Antonio Mario Perez Talamonti
“Hasta el más valiente de nosotros pocas veces tiene el
valor de enfrentarse con lo que verdaderamente sabe”
Friedrich Nietzsche
I.
Introducción
Mucho se ha dicho respecto de la ineficiencia del Sector Público y la efectividad
de las organizaciones privadas, lo que adelanto –en mi opinión–representa una falacia
y sobre todo un discurso armado en pos de tener un estado formado por Funcionarios
sin nivel académico, ni formación educativa en la gestión y en la transparencia.
El abordaje del presente trabajo se hará desde la visión y la experiencia en la
Función Pública en la República Argentina, con propuestas que hacen a la identidad y
a trabajar.
La presente ponencia tiene por objetivo introducir el debate sobre algunos
medios y mecanismos que pueden ser empleados para llevar a cabo la formación
educativa de los funcionarios y agentes de la administración pública, siendo necesario
observar, para ello, las virtudes y deficiencias que posee la gestión pública de la
República Argentina y de los demás países latinoamericanos (en general).
Son propuestas para la discusión y el debate, cómo vemos la formación como
parte de ese proceso; la capacitación dentro del proyecto formativo y, en definitiva, el
rol que pensamos el Estado debe tener.
La capacitación y el aprendizaje de nuevas tecnologías y herramientas de
gestión no pueden estar disociadas de una cultura pública que rescate la buena
memoria y proponga nuevos desafíos al Estado.
Para comenzar este camino, es necesario, empero, dar una batalla cultural, la
más difícil de las batallas, porque es en ese plano en donde comienzan los obstáculos
para una práctica de recuperación y fortalecimiento del Estado.
También resulta necesario introducir cuestiones que hacen a la ética en la
Función Pública y a la relación con los partidos políticos, en especial cuando se
desempeñan en los cargos funcionarios provenientes de ellos.
1
En principio deben establecerse los objetivos, los principios y los valores sobre
los cuales estructurar la acción sobre la formación de los Funcionarios Públicos.
Para la formación de los funcionarios públicos, cabe tener presente que no
existe visión social posible desde la copia de fórmulas destinadas a empresas con una
posición en que la finalidad es el lucro empresario y el enriquecimiento personal,
cuando el objetivo es el bien común recién allí afloran las ideas destinadas a la
construcción de la identidad nacional.
Por una cuestión metodológica y a fin de realizar un razonamiento lógico, es
necesario estructurar el pensamiento partiendo de los principios y los valores para
luego fijar los objetivos estratégicos de la formación educativa.
Cabe preguntarse: ¿cuáles serían, entonces, algunos principios sobre los
cuales sería posible constituir un cambio cultural, hoy en y para el Estado?.
II.
La formación ética para la gestión pública
Durante demasiados años, se adueñó de nuestra sociedad una visión superficial
del compromiso que se asume cuando se desarrolla la gestión pública.
La condición de post-modernidad instaló la idea y la práctica de una ética
indolora, minimalista, donde la desdicha, la pobreza o las situaciones de desigualdad
eran vistas con condescendencia y, lo que es peor, vividas desde una superficialidad
que dejaba un espacio mínimo para los sentimientos altruistas.
La ética, la estética, la política y la economía se impregnaron de una misma
concepción: el éxito dividía las aguas entre lo que estaba bien o lo que estaba mal. Y
el éxito era, por sobre todas las cosas, individual y atado a la maximización del
beneficio económico. Todo lo demás era relato nostálgico, o lo que era peor aún,
justificaciones de los que fracasaron para esconder su resentimiento.
El Estado sería, desde esta perspectiva, un compendio de fracasos: se le
achaca su imposibilidad para generar renta y riqueza, la escasa preparación de sus
trabajadores, sus tranquilas vidas en busca de la seguridad y su apego a
procedimientos tan alejados del glamour de la imagen de los ricos y poderosos.
Esta mirada, difundida por los grandes medios de comunicación, por los
empresarios exitosos asociados a esos medios y, por los propios gestores públicos,
también se ha instalado en los empleados y trabajadores públicos.
2
No es un fenómeno limitado a las “conducciones” del Estado. El hombre común
y el trabajador público también se han convertido a esta lógica, que, en última
instancia, los pone a ellos mismos en discusión sobre su sentido.
Cuando se desarrollan cursos y actividades de capacitación en las que se busca
crear la cultura del cambio eficiente, escuchamos frases tales como “esto es así y
siempre será así porque es el Estado”, o “todo tarda más porque no somos una
empresa privada”, “si trabajáramos en lo privado seríamos más cuidadosos”, etc., etc.
En resumen, nosotros mismos hemos adquirido los argumentos de quienes
quieren que el Estado deje de ser el garante del bien común.
Lo Funcionarios Públicos estamos obligados a formarnos y capacitarnos
poniendo en tensión todos los saberes aprendidos y prácticas que aparecen como
formas para mejorar la gestión en el Estado, conjuntamente con la realidad del País y
específica del Organismo que dirige.
Estamos obligados a demostrar con gestión los significados de eficacia y
eficiencia pública.
Es necesario debatir y concluir acertadamente sobre el significado de los
términos “gasto público” e “inversión estatal”, demostrando que la actividad que se
cumple en la órbita pública no ocasiona un gasto a la sociedad, sino que es una
inversión pública en la eficientización y optimización de sus recursos puestos a
disposición de la sociedad para alcanzar el bien común.
Así, es necesario llegar a conclusiones sobre los roles de lo que el Estado
“debe” o “no debe hacer”, sobre el valor de la mejor capacitación que es la que tiene
un proyecto o visión nacional, basados en el propio rol de cada trabajador público y
sus compromisos para con la sociedad de la que forma parte.
Dar la batalla por una ética pública basada en la responsabilidad es, por lo
tanto, la condición primera en un proceso de cambio cultural. Esto implica la
recuperación de los valores que se proponen desde la perspectiva del bien común, la
equidad y la inclusión.
El Estado es, desde esta perspectiva, el espacio que por acción e intervención
genera las condiciones para que las posibilidades de despliegue de las capacidades y
proyectos vitales individuales y familiares lleguen al mayor número posible de
personas.
El éxito, para esta ética, es inseparable de la extensión creciente del número de
personas que mejoran sus condiciones de vida.
3
Desde esta mirada, la ética de la responsabilidad pública significa un
compromiso institucional (funcionarial, directivo y de los trabajadores públicos) que
coloca al Estado como la herramienta (quizás la única) que permita a las mayorías
acceder a porciones crecientes de inclusión (cultural, social, económica, política), a la
vez que promover el desarrollo económico.
En esta perspectiva, el éxito es el bienestar del conjunto, el fracaso es una
sociedad con creciente desigualdad y pobreza. Se invierte la mirada despreocupada
sobre lo que le ocurre a los otros cuando el Estado no se ocupa correctamente y
responsablemente de sus funciones.
En esta recuperación de ética como responsabilidad, nuestras acciones
individuales forman parte de un compromiso no sólo con nuestro trabajo sino con el
conjunto de la sociedad.
En esta perspectiva, el funcionario corrupto es un delincuente que daña lo que
es de todos, el técnico especializadísimo sin conciencia social sobre el rol del Estado
es un hombre que ignora la magnitud de los valores que están en juego en su trabajo y
el que simplemente “dura” como trabajador público compromete el patrimonio de todos
por inacción.
Capacitarse sin tener una referencia ética permanente es, en el mejor de los
casos, un ejercicio de crecimiento intelectual individual sin sentido social y en el peor,
el riesgo de transformarse en herramienta inconsciente de un proyecto minoritario y
excluyente.
III.
La capacitación en el sector público
La crisis económica y financiera de los años ochenta profundizó los problemas
distributivos y retrasó la provisión de bienes y servicios públicos en la mayor parte de
los países latinoamericanos.
Cuando en la década del noventa se iniciaron los procesos de reforma del
Estado, se presentaron ante agentes y funcionarios de los tres niveles estatales las
propuestas de capacitación “post desarrollistas”. Uno de los antecedentes más
ruidosos en esta materia fueron las acciones masivas de capacitación que
acompañaron la privatización de empresas públicas a principios de los 90: estas
acciones llevaron a la población en general y a los agentes públicos en particular a
relacionar en forma directa la capacitación con el despido, la única cara que parecía
4
tener la modernización del Estado. Los cursos se visualizaron como parte de las
políticas de ajuste, casi como su eufemismo. Posteriormente, durante las etapas de
reestructuración y transformación estatal, la capacitación comenzó a percibirse como
un proceso diferenciado que respondía a su propia lógica y que podía acompañar
proyectos gubernamentales con el fin de fortalecerlos y fortalecer las capacidades del
Estado.
La reestructuración de la deuda soberana durante la crisis mexicana de 1994-95
ha sido ampliamente estudiada para comprender la forma en que los mercados
financieros, el gobierno y las instituciones multilaterales responden a las cuestiones de
gobernabilidad. La crisis mexicana dejó como enseñanza la problemática de sostener
tasas de cambio fijas en un entorno de movilidad del capital internacional. México no
se recobró porque su sistema financiero débil se haya fortalecido con la intervención
del Fondo Monetario Internacional (FMI), sino porque se benefició con el incremento
de exportaciones a Estados Unidos como resultado del Tratado de Libre Comercio de
América del Norte y el crecimiento acelerado de la economía vecina.
Comparada con la crisis de la deuda de los ochenta y con la crisis mexicana de
1994-95, también llamada el “efecto tequila”, ambas son consideradas tener como
raíces los imbalances financieros del sector público, a diferencia de la crisis posterior
(Asia, Rusia, Sudáfrica, Brasil, etc.) que tiene sus raíces en imbalances financieros del
sector privado y que es la primera crisis financiera realmente considerada como global
que golpea a las economías de los mercados emergentes. La crisis financiera asiática
explotó poco después de que las olas de la crisis del peso mexicano hayan bajado.
Por lo tanto, parece que las crisis financieras ocurren más frecuentemente en los
últimos años en las economías emergentes, como el caso de México y sus efectos han
aumentado la perversidad del capitalismo transnacional.
En la reciente primera cumbre del grupo de los 77 (G-77), realmente integrado
por 133 países con niveles bajos y en vías de desarrollo de América Latina, África y
Asia, los dirigentes condenaron la “corriente neoliberal inhumana”. Asimismo, pidieron
la transformación de las relaciones económicas internacionales para que sean más
justas y equitativas mediante la ampliación de los beneficios de la globalización, las
reformas al sistema financiero internacional a efecto de que esté más orientado a
apoyar el desarrollo y a la reducción de la pesada carga de la deuda externa que en
algunos países consume de gasto público hasta un 40%. Lo que se requiere es una
reducción del servicio de la deuda externa de los países menos desarrollados a efecto
5
de liberar recursos que pueden ser destinados al gasto social y a la inversión
productiva.
La reforma del Estado en Latinoamérica tiene como causas las recurrentes
crisis fiscales, la globalización de los mercados y los procesos democráticos. La
reforma del Estado se determina bajo una orientación de liberalización económicofinanciera del mercado, bajo un modelo de Estado mínimo que restringe su papel y
limita sus funciones en dichas áreas. Se realiza sin que se tenga una visión clara del
papel que debe desempeñar el Estado y de las actividades que deben realizar las
entidades públicas de tal forma que determinen su lugar en la reorientación del sector
público.
La reforma del Estado en Latinoamérica abarca tres períodos: el de ajustes de
la balanza de pagos y macroeconómico, la reestructuración de los incentivos y los
precios relativos.; el segundo período involucra la privatización y la contratación de un
gran número de actividades del Estado que se consideran particularmente
comerciables en un mercado; y el tercer período comprende los ajustes institucionales
a largo plazo, necesarios para consolidar y mantener las reformas anteriores. Esta
última reforma implica dos acercamientos. En primer lugar hay un consenso de que el
gobierno debería involucrarse solamente en aquellas áreas donde el sector privado no
tiene una ventaja comparativa y, en segundo término, que la expansión selectiva o el
fortalecimiento de las actividades gubernamentales se requiere para compensar la baja
provisión de bienes públicos, incluyendo los servicios básicos (Rowart, 1999).
La Reforma del Estado se enfoca en los procesos de liberalización económica y
en la reinvención de las instituciones del Estado para facilitar procesos políticos que
garanticen la eficiencia, responsabilidad y participación democrática en el control
burocrático gubernamental mediante la reestructuración de incentivos organizacionales
como en la reforma al servicio civil de carrera, motivada por la crisis fiscal. La
delegación y la descentralización son los principales elementos de esta Reforma del
Estado. La gobernabilidad de las instituciones y la sociedad introducen la relación que
existe entre el diseño de un aparato de administración pública efectivo y la vigencia de
un marco legal efectivo. Sin embargo, es más difícil de realizarla cuando existe una
aguda división de partidos políticos, como es el caso de la mayor parte de los países
latinoamericanos.
Sin embargo la participación popular y la descentralización política son
relativamente nuevas en el contexto de los gobiernos locales en Latinoamérica, y no se
6
encuentran exentas de múltiples problemas en la complejidad de un medio ambiente
en el que la política es relegada al status de una variable más, debilitando, por lo tanto,
el impacto que puede tener una política de descentralización. Cuando a la gente se la
involucra en decisiones que les afectan su calidad de vida, su participación apoya y
sostiene sus propias decisiones, aseguran el uso más eficiente de los recursos para la
satisfacción de las necesidades y se hace más difícil su desvío y mal uso, porque se
transparentan y se vuelven más fáciles de detectar.
Se busca conocer lo que el Estado debe ser, contenido que, si bien depende del
modelo que se proponga en cada caso, remite, invariablemente, a lo instituyente: las
nuevas formas de relación Estado-sociedad, las nuevas instituciones, las innovaciones
en materia de gobierno y administración.
En cualquier caso, es el sujeto que pone en marcha un proceso de formación el
que “elige” el objeto de aprendizaje, y por lo tanto, el rumbo que ese aprendizaje debe
tomar y el horizonte utópico al que se dirige. Esta es, sin lugar a dudas, una decisión
profundamente política.
En cada nivel estatal, son sus actores los que deciden qué conservar, qué
transformar y hacia dónde ir, definiendo un modelo de Estado. En forma concomitante
y para lograrlo definen, explícita o implícitamente,
una política de adquisición de
competencias, la que, en algunos casos, puede expresarse como una política de
formación. Podemos inferir, entonces, que la formación/capacitación en el ámbito
público no es ni buena ni mala en sí misma: es una actividad puesta al servicio de
políticas de Estado. Una política formativa demuestra una voluntad transformadora de
la realidad estatal y social, que busca un cambio cultural que vaya más allá de la mera
expresión normativa de las políticas estatales.
Antes que el Estado en sí mismo se transforme, es más probable que las
relaciones informales de las instituciones del Estado, con la sociedad civil, se
encuentren bajo presión para ser reestructuradas, como consecuencia inexorable del
cambio cultural que producirá la formación de los funcionarios.
IV.
Objetivos y orientaciones de la capacitación
Hoy por hoy, pasadas las euforias que supo despertar en la década del ’90 “la
solución final” en el ámbito público, se observa una suerte de convivencia de todas las
7
corrientes que recomiendan la capacitación como forma de aumentar la eficacia de los
Funcionarios públicos en el desempeño de sus roles en el Estado.
Para algunos, la capacitación se vincula a la creación de un “Estado técnico”,
aquél que supo crear institutos tecnológicos a fines de los cincuenta y a lo largo de los
sesenta y que debe prever el desarrollo de carrera de los agentes. Siguiendo esta
lógica, pero necesitados de priorizar los saberes que los legitiman, algunos actores de
la burocracia buscan un conocimiento cabal del derecho administrativo y la
contabilidad pública, de la redacción administrativa y los principios procedimentales.
Los reformistas, mientras tanto, le piden a la capacitación que construya las
habilidades necesarias para el Estado que, en cada caso, pretenden. En este tiempo,
ya quedan pocos casos de quienes sugieren reconvertir agentes en desocupados,
claro que muy “competentes” para emprender una búsqueda laboral. Son aquellos
tecnócratas de la capacitación que no supieron leer las lecciones aprendidas en los
noventa, y que no creen en los hombres y mujeres del Estado como personas capaces
de participar de nuevas formas de organizarse y actuar.
Por su parte, una democracia debilitada y en crisis está exigiendo contenidos
que refieran a las nuevas formas de hacer política, al conocimiento de los nuevos
escenarios sociales y a la promoción de la participación. También se busca reflexionar
sobre la crisis de representación, las nuevas formas de legislar, las estrategias para
gobernar y la consecución del desarrollo humano, lo que obliga a escuchar a dirigentes
políticos y sociales, a estudiosos de las ciencias de gobierno, como así también a
quienes conforman el llamado campo popular otorgando visibilidad a hombres y
mujeres desestimados por un mercado al que ya no le preocupa su participación.
Estos marcos de referencia traen aparejados, a la hora de capacitar, contenidos
diferenciados y, muchas veces, en conflicto: hay que tener en cuenta que el diseño de
un currículum es, básicamente, la expresión de una cosmovisión. Simplificando la
cuestión, habrá, por un lado, una tendencia a la preservación del status quo,
fortaleciendo el conocimiento acerca de lo que el Estado es (su normativa, sus
procedimientos, su lógica), para el correcto desempeño de un servidor público que no
está ahí para proponer cambios ni buscar causas a la crónica ineficiencia. Por otro
lado, desde las múltiples perspectivas de reforma y desde quienes intentan
democratizar un Estado con resabios autoritarios, se busca conocer lo que el Estado
debe ser, contenido que, si bien depende del modelo que se proponga en cada caso,
remite, invariablemente, a lo instituyente: las nuevas formas de relación Estado8
Sociedad, las nuevas instituciones, las innovaciones en materia de gobierno y
administración.
V.
La capacitación
Hoy está cada vez más arraigada la convicción de que la educación constituye
una de las armas más poderosas de que disponemos para forjar el futuro.
También las administraciones públicas deben asegurar una relación más
equilibrada entre el llamado gasto público, al que nosotros denominamos inversión
pública en educación y el dedicado a formación continua, facilitando, además, la libre
concurrencia en igualdad de condiciones de los distintos operadores de ese mercado
de la formación superior.
El concepto de calidad debe ser asumido en todos los campos de la formación
y, muy especialmente, en las instituciones públicas. Ciertos exclusivismos y privilegios
históricos, difícilmente defendibles hoy en día, contribuyen a la carencia de una presión
competitiva en algunos sectores de los sectores educativos que permiten
malinterpretar o asumir de una manera muy limitada de calidad en formación.
Es el elemento fundamental requerido por las normativas para acceder a
puestos de conducción pero que habitualmente no se contempla, debido a que pese a
la inversión realizada tiende a ocupar un segundo plano al no ser tenida en cuenta por
quienes detentan el poder, aunque sea transitoriamente y perjudican no sólo al
técnico/profesional, sino a la administración toda.
La formación profesional se considera de suma importancia dada la necesidad
de tener acceso a una capacitación permanente, tanto general como específica, ya
que es importante destacar la necesidad de contar con esos planes para que el
profesional y/o técnico pueda desarrollar todo su conocimiento y experiencia en
beneficio del organismo donde se desempeñe, que esté permanentemente actualizado
y su visión de futuro se maneje tan velozmente como se producen los cambios.
Uno de los elementos esenciales de la planificación de la carrera administrativa
consiste en la capacitación del capital humano del Estado. De esta forma, la
capacitación se convierte en una de las herramientas más importantes para la
jerarquización de los profesionales, aunque no es la única.
Sin embargo, resulta evidente la limitación en las posibilidades de capacitación
de los profesionales dentro y fuera del ámbito laboral, especialmente en virtud de la
9
especificidad que los mismos requieren, teniendo en cuenta que no son muchos los
organismos que permiten las pasantías internas o externas de su personal dentro de
las áreas específicas de la propia Administración.
La demostración palmaria de lo expresado, se evidencia en la falta de
practicidad y la falta de perfiles específicos en los pocos y escasos cursos dictados.
Esta preocupante situación se ve agravada por la persistente falta de
presupuesto para poder implementar una capacitación dirigida al ámbito profesional,
acorde con una política preestablecida, dado que los pocos recursos económicos
destinados a estos fines tienden a cubrir las necesidades de instrucción mínima de
agentes no profesionalizados.
Todo esto genera además un alto nivel de disconformidad y un sentimiento de
impotencia de parte de los profesionales del Estado en mejorar sus niveles de
instrucción, lo cual, sumado al fuerte dispendio de recursos destinado a capacitar
personal “golondrina”, hace a la incorrecta administración de los recursos por parte de
las autoridades.
Por lo tanto, desencadenar urgentes procesos de formación, capacitación y
entrenamiento de la burocracia para revertir la imagen de las organizaciones públicas
frente a la sociedad es tan importante, que la suerte de la implementación de la
siguiente generación de políticas públicas depende, en buena medida, de ello.
Es oportuno recordar que las democracias más avanzadas de la tierra tienen "...
pilares que no son producto automático de los mercados. Uno de esos pilares es un
servicio civil que en las tres ramas del Estado es razonablemente eficaz, entrenado,
motivado y remunerado. Sin este tipo de agente público las acciones estatales, por
necesarias y en principio acertadas que fueren, tienden a distorsionarse gravemente,
sino a producir resultados opuestos a los buscados."
Por otra parte, la tendencia reciente hacia regímenes democráticos en América
Latina y el Caribe imprime matices específicos a la demanda de gestión eficiente, lo
que ha dado lugar a que se planteen interrogantes respecto a la capacidad gerencial
de responder a tales requerimientos en la situación presente.
VI.
La experiencia Argentina. El Instituto Nacional de Administración Pública
(INAP)
10
El Instituto de Administración Pública de la República Argentina, en su carácter
de escuela gubernamental de formación de funcionarios públicos, ha desarrollado,
desde su puesta en funcionamiento en 1974, un amplio repertorio de actividades de
capacitación destinado a los agentes públicos, con un impacto cuantitativo limitado y
carente de vinculación con políticas de reforma administrativa.
Con la creación del Sistema Nacional de la Profesión Administrativa en 1991,
por el cual la capacitación se constituyó en uno de los factores condicionantes de la
movilidad en la carrera administrativa de los agentes, se asignó al Instituto el papel de
asegurar la igualdad de oportunidades en la carrera, con lo cual las actividades de
capacitación adoptaron un carácter masivo, alcanzando anualmente a miles de
funcionarios.
Si bien el INAP propendió a asegurar la oferta de capacitación demandada por
las reglas de juego de la carrera administrativa, las organizaciones públicas asumieron
gradualmente por sí mismas, o por medio de la contratación de terceros, la
responsabilidad de organizar la capacitación específicamente requerida por sus
agentes, bajo la tutela del instituto. Además el INAP fue habilitado para convalidar la
iniciativa individual de los agentes para mejorar sus conocimientos y habilidades,
acreditándolas cuando resultan pertinentes para el desempeño de su función.
El proceso descripto, sumado a restricciones presupuestarias y transiciones
propias de la gestión pública, provocaron, desde 1996, la gradual disminución del
papel del INAP como escuela gubernamental de formación de funcionarios. Pero,
hacia fin de los noventa, se puede señalar que ese modelo de capacitación,
fuertemente centrado en la oferta, hizo crisis. Entre las razones de esa crisis, se puede
mencionar que “escolarizó” en exceso la capacitación, que se implementaron diseños
cada vez más estandarizados, que los agentes públicos accedían por demanda
individual espontánea por exigencias de la carrera mas que por necesidad de
desarrollo de competencias para el desempeño de las organizaciones, con lo cual
resultaban afectados la calidad de las acciones como el impacto efectivo de la
inversión realizada.
Es decir, no ha existido una Política de Estado destinada a marcar el camino de
la formación educativa de los funcionarios, determinada por las necesidades de las
organizaciones gubernamentales en las que presta sus servicios, a lo que debe
sumarse que sólo excepcionalmente la conducción de las organizaciones públicas se
comprometía con el proceso de la capacitación.
11
Es importante destacar que el proceso de promover una revisión de la misión y
la estrategia institucional, ha de tomar explícitamente como punto de partida la doble
competencia que confiere al INAP su Ley de creación, como:
-
Escuela gubernamental de formación de funcionarios públicos.
-
Organismo rector de la política de capacitación del Estado.
Es necesario considerar que en los modelos que propician el cambio en la
administración pública, se tiende a establecer una separación entre las funciones de
formulación de políticas y su ejecución, siendo derivadas a agencias que se ocupan de
las prestaciones bajo la tutela del órgano regulador. En este caso, ambas tareas se
reconocen como constitutivas del quehacer del INAP, aún si la formulación de políticas
de capacitación mantiene dependencia de las instancias responsables de fijar las
orientaciones normativas respecto al servicio civil y las relaciones laborales en el
sector público, de las cuales la capacitación de funcionarios es una componente.
Es materia de esta ponencia, también es menester señalar que en la
formulación de las políticas de capacitación debe necesariamente intervenir el INAP
como órgano rector, pero entiendo que debe darse participación en esa etapa a la
conducción de los organismos a los que pertenecen los funcionarios que van a
capacitarse. Es decir, debe ponderarse la realidad de cada organismo para la
formulación de los planes de capacitación. No serviría más que para las ambiciones
personales capacitar a un funcionario en materias que le son ajenas a las funciones
que cumple o deba cumplir.
Por ello, entre las múltiples razones que se pueden argumentar a favor de
sostener la doble competencia del INAP, es vital reconocer conceptualmente que el
conocimiento que se privilegia y aplica en la gestión pública enfatiza, por una parte, la
particularidad de las organizaciones del sector público y, por otra, se precisa el
conocimiento aplicado tendiente a asegurar la efectividad de las políticas y su
evaluación posterior. Este énfasis refiere a cuestiones que no están necesaria o
principalmente en el foco de las instituciones académicas o privadas de formación para
el trabajo, lo que no obsta para considerar los aportes de la gestión privada y del
conocimiento académico, mediante la constitución de redes de articulación y
colaboración con las necesidades de gestión específicas del ámbito de lo público.
La mayoría de las organizaciones públicas aún no cuenta con capacidades
institucionales para asumir responsabilidades sistemáticas en la planificación, gestión
y ejecución de la capacitación de sus funcionarios. Esta realidad no sólo jerarquiza la
12
pertinencia de fortalecer en estas funciones a las unidades responsables de la gestión
de recursos humanos en las jurisdicciones y organismos de la administración pública
nacional, sino que obliga a asumir, proactivamente, la tarea de mejorar las
capacidades relativas a la gestión de la formación del personal en el marco de un
proceso gradual de descentralización.
La actual política de formación de funcionarios transforma el modelo de los años
noventa al poner énfasis en que las reglas de juego que promueve por su carácter de
organismo rector, así como las actividades que realiza como organismo de formación,
permitan valorar la capacitación como una herramienta para la mejora del desempeño
de las organizaciones públicas, de las competencias de las personas en el marco de
políticas de desarrollo del personal, dotada de estándares de calidad capaz de utilizar
de modo óptimo los recursos internos y de evaluarse para retroalimentar todo el
proceso de gestión.
Los objetivos a alcanzar para hacer viable el modelo son los siguientes:
a)
Fortalecer el impacto de la capacitación en el desempeño de la
administración pública mediante actividades de articulación interjurisdiccional, de
fortalecimiento de la gestión de las organizaciones públicas y de desarrollo de
competencias profesionales para la función.
b)
Establecer y sustentar la planificación de las actividades de formación
realizadas en el Sistema Nacional de Capacitación en vinculación con las políticas de
desarrollo de los recursos humanos, así como con las políticas prioritarias y planes
estratégicos de las organizaciones públicas.
c)
Fortalecer
la
capacidad
descentralizada
del
sistema
nacional
de
capacitación mediante actividades dirigidas al desarrollo de recursos y competencias
para planificar y gestionar dispositivos de formación, así como para ejecutar
actividades.
d)
Mejorar la calidad del proceso de la capacitación, incluyendo la
planificación, los recursos y los resultados.
e)
Modernizar los procesos de planificación y gestión de la capacitación, así
como de realización de actividades, mediante la utilización de tecnologías de
información y comunicación.
f)
Instalar un sistema de evaluación con criterios comunes y dispositivos
adecuados, que informen y alienten la mejora continua de los procesos y productos de
capacitación.
13
De modo convergente, juega un papel importante que el Instituto Nacional de la
Administración Pública prosiga el camino de consolidar un Sistema Nacional de
Capacitación que alcance al conjunto del sector público, descentralizado en la
ejecución de las acciones, y asiduo en la constitución de redes con instituciones
académicas y especializadas de formación. Tales iniciativas tienen la capacidad de
ampliar los recursos de experiencia, conocimiento e infraestructura disponibles en la
actualidad, contribuyendo de modo significativo a dar viabilidad a la política.
Por otra parte, la creciente demanda de la sociedad civil de participación,
articulación y protagonismo en la implementación de las políticas públicas y la
insatisfacción en los niveles de calidad en las prestaciones y en el accionar del sector
público, vuelve necesario replantear y resignificar la capacitación de los directivos
públicos involucrados en la implementación de las políticas sustantivas, a los efectos
de desarrollar y potenciar las diversas competencias individuales y organizacionales
que demandan encarar los desafíos de la actual etapa. En este sentido, el INAP
procura la generación de un espacio de debate, coordinación y articulación para cada
política específica que posibilite una mayor efectividad en el accionar del conjunto de
las áreas de gobierno y de la sociedad civil, espacio en el cual participen los distintos
organismos públicos, las representaciones sectoriales y las organizaciones no
gubernamentales.
VII.
La política para la formación de agentes públicos
El papel del INAP como organismo rector de la política de capacitación del
Estado, establecido en su ley de creación y ratificado en la normativa posterior y
reciente, ha sido ejercido de modo tal que apareció relegado respecto de su rol como
centro de formación.
Conforme a la ley de creación del INAP, todos los organismos de la
administración pública deben someter a consideración de éste sus planes de
capacitación, pero esa regla nunca tuvo principio de ejecución. Pese a ello, no existen
antecedentes de la conformación de un sistema de trabajo en el cual el conjunto de los
organismos de la administración pública coordinen sus acciones, compartan
experiencias y recursos, y se propongan una acción sistemática de mejora de la
función de la capacitación en el Estado.
14
Por otra parte, si bien puede reconocerse la existencia de un prestigio originado
en el desempeño del INAP, el mismo se ha debido justamente al papel como escuela
de formación, y no porque su influencia o las orientaciones que promoviera ejercieran
un liderazgo respecto del resto del sistema de formación de funcionarios públicos. Ello
se explica porque, durante los años noventa, fue frecuente la participación personal de
organismos de la administración pública no incluidos en el universo del Sistema
Nacional de la Profesión Administrativa, en actividades formativas del INAP.
El Instituto Nacional de la Administración Pública, en la práctica, ejerce con
mayor visibilidad el papel de órgano rector responsable de fijar las políticas y normas
requeridas para la operación del Sistema Nacional de Capacitación en el ámbito del
Sistema Nacional de la Profesión Administrativa, en donde las políticas de capacitación
y formación de funcionarios han sido más formalmente institucionalizadas.
En la medida que el INAP progrese en consolidar una sólida política de
formación de funcionarios consistente con los objetivos enunciados, toma actualidad el
papel de rectoría conferido normativamente. No obstante, este papel sería irrelevante
si no resultara de la capacidad de constituirse en centro de referencia para la política
de capacitación de personal del Estado, basada en establecer estándares de calidad
para la acreditación de actividades, que permitan dirimir la pertinencia de las
formaciones para el desarrollo efectivo de competencias en estrecha relación con los
objetivos públicos encomendados a las organizaciones del sector gubernamental.
La perspectiva expuesta se propone incorporar el factor de la calidad como
central en el proceso de capacitación, que se traduce en varias dimensiones
componentes: la elaboración de planes de capacitación vinculados al desempeño; el
desarrollo de capacidades en las unidades responsables de capacitación en las
organizaciones; los estándares para el diseño y acreditación de las actividades de
capacitación;
las
modalidades
y
herramientas
mediante
las
cuales
pueden
desarrollarse las actividades de formación y capacitación; las competencias de los
prestadores de la capacitación, y los parámetros para la evaluación.
Mediante el Programa de Calidad de la Gestión se desarrolla la mayor parte de
las funciones necesarias para crear condiciones favorables a materializar las
orientaciones de política promovidas por el INAP: calidad para el diseño,
implementación y evaluación de los Planes Institucionales y Operativos de
capacitación de la administración pública, elaboración de estándares de calidad de los
distintos procesos involucrados en la gestión del Sistema Nacional de Capacitación,
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apoyo a las unidades de personal en la gestión de la capacitación promoviendo la
mejora continua, evaluación de la calidad e impacto de la capacitación en las
organizaciones públicas.
No puede olvidarse que esas políticas de formación deben traducir el
“pensamiento nacional”. Para definirlo hay que correr las barreras ideológicas,
poniendo lo nacional como centro del análisis y teniendo como coordenadas
fundamentales la adecuación a la realidad e identificación con los intereses comunes a
la sociedad.
El pensamiento nacional es aquél en el que se da una decisión intelectual de
no perder nunca de vista la realidad en la que se está inmerso, desmitificando la
cultura y la sociedad como requisito para entenderlas y mejorarlas. El primer paso es
desaprender,
desprenderse
de
deformaciones
mentales
impuestas
por
una
superestructura cultural que respondía a otros intereses, celosamente guardada por
los detractores de lo público.
La formulación del pensamiento nacional se expresa en un proyecto político y
pedagógico, partiendo desde dentro de la estructura del propio Estado y diseminando
la cultura en toda la sociedad, es decir enseñar a los argentinos a pensar su país
desde una perspectiva propia.
Se trata de formular una doctrina cultural, institucional, social, económica, con
una línea política determinada que obligue a pensar y dirigir el destino del país en
vinculación directa con los intereses del pueblo argentino y una consecuente
afirmación de la soberanía política en la búsqueda de un desarrollo económico no
dependiente.
La formulación del pensamiento nacional es una variable condicionada, pues
sólo es posible cuando todos los sectores sociales tienen participación real en el
proceso político, lo que –a mi entender– puede encaminarse a través de la efectiva
apertura de lo público hacia la sociedad y la recepción y formación de los Funcionarios
en el pensamiento nacional.
Ese pensamiento no se identifica, por consiguiente, con un movimiento político
en particular, y puede ser expresado por diversos movimientos, pues debe buscarse
un auténtico contacto con el pueblo.
Debe tenerse en cuenta que la organización de la República a través de sus
estados Provinciales, exige una coordinación de políticas de formación en la ética y en
la gestión de calidad.
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La propuesta táctica del Presidente de la Nación Argentina, el Dr. Nestor
Kirchner, a través de un Frente Nacional, como respuesta político organizativa de un
país que intenta batallar contra los intereses imperialistas de adentro y de afuera, es la
que más refleja el pensamiento nacional, promoviendo una política de sentido nacional
en lo social, en lo económico, en lo cultural y en las relaciones exteriores.
Lo que le está faltando, y eso es justamente la propuesta de esta ponencia, es
el análisis de cómo estructurar el propio Estado Nacional y formar a los Funcionarios
en la idea de lo nacional, inclusive a los miembros de las Fuerzas Armadas, para tener
un efecto multiplicador en toda la sociedad.
No se trata de formular una ideología, sino crear un estado de conciencia que
preparará a los Funcionarios y a toda la sociedad para la formación del acuerdo
necesario para una idea nacional, más allá de las banderas políticas, en la voluntad de
crear un país real y una política nacional que le diera respuesta.
VIII.
Conclusión
Existen diferentes ejemplos de lo hecho en la Argentina, a saber: la creación del
Cuerpo de Administradores Gubernamentales, las actividades permanentes del INAP,
la instauración del Premio Nacional a la Calidad y las leyes de Función Pública
sancionadas en las provincias, las Secretarías o Subsecretarías creadas para atender
asuntos de reforma y función pública, los Planes de Capacitación realizados en casi
todas las instancias administrativas del Estado, los planes de reconversión laboral para
personal despedido, las investigaciones y actividades de formación realizadas por
universidades e institutos especializados en administración pública.
Todos estos ejemplos dan cuenta de esfuerzos para generar una tendencia
hacia el mejoramiento de la gerencia pública y que, al menos, crean ciertas
expectativas de cambio.
Sin embargo, resulta de suma importancia a la hora de realizar cualquier tipo de
reformas, en relación con la formación de los recursos humanos del Estado, y en
especial de los funcionarios con responsabilidades de conducción, tener en cuenta que
las alternativas de cambio no sólo pasan por soluciones técnicas. La raíz de estos
cambios está en la cultura de cada organización, cultura que hoy más que nunca debe
tomar fuerza de la ética pública.
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Ninguna organización pública llegará a ser verdaderamente eficiente sino
cumple con sus objetivos sociales. El empleo público no volverá a recuperar su
prestigiada imagen si sus reglas de comportamiento no son claras para la sociedad y
para su propia organización, otorgando seguridad en su funcionamiento y en su
respuesta hacia la sociedad.
La cultura interna proporciona elementos interesantes para mejorar la gestión
de los recursos humanos en el sector público. En una organización pueden ser
aplicados mecanismos de motivación a las distintas actividades de la gestión de los
recursos humanos, que ayudarán a construir un servicio civil de la Nación
profesionalizado y eficiente, que responda a la política institucional de apertura y de
servicio a la comunidad.
No obstante, cualquier intento de modificación debiera estar basado en la
conjunción de una fuerte voluntad política para llevar a cabo las reformas, reglas
claras, el empeño de un equipo de gestores idóneos, un adecuado manejo de
herramientas para tal fin, y continuidad en el tiempo.
Si se quiere mejorar la gobernabilidad, debemos fortalecer los cuadros
gerenciales y la constitución de carreras compatibles con la necesaria reconstrucción
del estado, que hagan más eficientes sus funciones y los servicios que se prestan a la
comunidad toda.
Ello, sin dejar de señalar que deben respetarse los derechos de los empleados,
sin cuya garantía previa no podrá motivarse al funcionariado público ni generar
capacidades para el mejor ejercicio de sus funciones.
Sin dicha garantía, sólo se logrará poner a la defensiva a los recursos humanos
del Estado, lo que no sólo significa ir a contramano de los postulados de la nueva
ciencia administrativa, sino que no respetar la experiencia en las organizaciones
implicará necesariamente un destino de ineficacia por repetir los mismos errores y, por
qué no, de progresiva pauperización de las habilidades y responsabilidades propias
del Estado.
La formación del Funcionario exige tolerancia y pluralismo. Por lo tanto, es
necesario evitar el rechazo hacia las ideas de los otros, la intransigencia y la resolución
de diferencias a partir de la imposición. En consecuencia, la aptitud para resolver
conflictos de manera negociada ayuda a la realización de los valores democráticos. La
búsqueda de salidas a situaciones de bloqueo a través de la negociación expresa, en
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sí misma, los principios democráticos del pacifismo y de la aceptación y encomio de la
diferencia.
En este sentido, es imprescindible poner en el debate político, y en términos de
responsabilización, las decisiones públicas que se toman, con rendición de cuentas de
los responsables por ellas ante la ciudadanía, incluso sobre aquellas que afectan a las
personas que trabajan bajo su dependencia.
La toma de decisiones es un punto crucial de la tarea pública del funcionario. En
este sentido, desarrollar capacidades analíticas que permitan evaluar los posibles
resultados de nuestras acciones es una condición necesaria para hacer política pública
de manera eficaz.
Pensar estratégicamente, requiere de la aplicación de técnicas que permitan
ordenar la información y los datos que se poseen sobre una situación determinada. La
consecución de los objetivos que las organizaciones se fijen, estarán entonces
fuertemente determinados por su capacidad de aplicar las herramientas analíticas
necesarias
El camino del éxito hacia una nueva cultura gerencial, donde la calidad del
funcionariado público sea una premisa sustantiva, deberá basarse no sólo en
instrumentos técnicos, sino fundamentalmente éticos, de compromiso con la sociedad
y entre funcionarios y empleados públicos, donde el respeto hacia las instituciones y
hacia las personas sea la piedra fundacional de cualquier acción con visos de
permanencia.
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Bibliografía
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