LEONARD SWIDLER JESÚS Y LA DIGNIDAD DE LA MUJER Jesus was a feminist, Catholic World, enero (1971) 177-183 La finalidad de estas páginas es muy clara: demostrar que Jesús consideraba a la mujer exactamente igual al hombre en dignidad y que, al actuar así, atentaba deliberadamente contra los criterios y costumbres sociales entonces en uso. La actitud de Jesús, por tanto, supone una ruptura por el hecho de tratar a las mujeres fundamentalmente como personas humanas y no como "seres inferiores", ciudadanos de segunda categoría. Su mensaje de libertad y absoluta igualdad para los llamados al reino de Dios no hace ninguna discriminación. LA CONDICIÓN DE LA MUJER EN PALESTINA Como punto de partida es sumamente iluminador analizar la condición de la mujer en tiempos de Jesús y en su medio ambiente. Desde el punto de vista religioso -a pesar de las heroínas mencionadas en el AT- se la tenía como un ser inferior que no podía dedicarse al estudio de la escritura: "Antes sean quemadas las palabras de la Torá que confiadas a una mujer" ... "el que enseña la Torá a la propia hija es como si le enseñara lascivia". Son palabras de un rabino del siglo primero y no necesitan comentario. En lo que se refiere a la oración, las obligaciones de la mujer no sólo adolecían de poca seriedad, sino que el Talmud llega a decir: "Maldito sea el hombre cuya mujer e hijos dan gracias por él". Y el colmo de esta mentalidad aparece en la triple acción de gracias de la plegaria cotidiana de los hebreos: bendito sea Dios porque no me ha creado gentil,... porque no me ha creado mujer,... porque no me ha creado ignorante (cfr. Ga 3, 28: réplica cristiana a esta plegaria rabínica). La mujer estaba, ni más ni menos, a la altura de los niños y de los esclavos. Tanto en el templo como en la sinagoga había una estricta separación entre hombres y mujeres, naturalmente en detrimento de éstas. (Esta situación también aparece en el código de derecho canónico, canon 1262!). La inferioridad "religiosa" de la mujer trascendía, por supuesto, al ambiente social público y privado: "Un rabino consideraba indigno y del mayor descrédito hablar en público con una mujer" (P. Ketter). Los "Proverbios de los Padres" contienen, entre otras, esta recomendación: "No hables mucho con una mujer". Y la razón de ello no es poner en guardia contra unas relaciones demasiado libres entre los dos sexos. El verdadero motivo de que el rabino no deba hablar por la calle ni siquiera con la propia esposa, con la hija o con la hermana, no es otro que la arrogancia masculina. Además, y salvo en rarísimos casos, la mujer no podía comparecer como testigo en el tribunal. En el matrimonio, la función de la mujer consistía, prevalentemente, en la procreación y crianza de los hijos. Todas las mujeres, por lo demás, estaban bajo la tutela de un varón (el padre o el marido y, en caso de enviudar, el hermano del muerto). La poligamia lícita entre los hebreos en tiempos de Jesús, aunque probablemente poco practicadanunca se entendía en el sentido de tener más de un marido- Y mientras el hombre obtenía el divorcio con suma facilidad, a las mujeres no les era permitido. LEONARD SWIDLER Las máximas rabínicas, en fin, son altamente elocuentes: "Cuando nace un varón, todos están contentos; cuando nace una niña, todos están tristes", "...en las mujeres resaltan cuatro cualidades: son glotonas, chismosas, perezosas y celosas", etc. En resumen: la condición de la mujer en Palestina era ¡verdaderamente anémica! LA MUJER EN LOS EVANGELIOS Un somero recorrido de los cuatro evangelios demuestra que en ellos no hay ninguna actitud negativa respecto de la mujer. Ahora bien, la importancia de esta comprobación aumenta enormemente de valor cuando se tiene en cuenta la interpretación actual de los evangelios como "testimonios de fe comunitaria". Esto quiere decir que todo cuanto Jesús dijo o hizo nos llega a través del prisma de los primeros cristianos. Por eso, es muy significativo el hecho de que la actitud negativa respecto a la mujer vigente en el medio palestino no aparezca, en absoluto, en la interpretación de la primitiva comunidad cristiana, inmersa de lleno en aquel ambiente. Esta constatación subraya, sin lugar a dudas, la importancia y el influjo de la actitud positiva, "feminista", de Jesús para con las mujeres: la consideración de la mujer como persona humana es un componente esencial de la buena nueva de Jesús. Después de esta consideración general vamos a detenernos en algunos puntos particulares. Las mujeres que acompañaban a Jesús La enseñanza del evangelio se dirige también a las mujeres. De esta forma Jesús rompe con la odiosa costumbre de mantenerlas al margen de la enseñanza de la Escritura. Más aún: ¡las mujeres se cuentan entre los discípulos de Jesús!, no sólo porque escuchan su palabra, sino porque le acompañan en sus viajes, asistiéndolo con su ayuda. Lucas, con asombroso atrevimiento, las menciona junto a los doce: "...le acompañaban los doce y algunas mujeres que le servían con sus bienes" (8, 1-3; cfr. Mc 15, 40-41). Es curioso notar que el término griego utilizado por ambos evangelios (diekónoun) tiene la misma raíz que la palabra "diácono": en realidad, las tareas de los diáconos en el cristianismo primitivo, eran muy similares a las desempeñadas por estas mujeres que acompañaban a Jesús. Y este fenómeno adquiere mayor importancia todavía si se recuerda que, en los ambientes más estrictos, las mujeres ni siquiera debían dejar su casa. La mujer y la resurrección de los muertos Es notorio el papel que las mujeres desempeñaron en el anuncio de la resurrección de Jesús (Jn 20, 11; Mt 28, 9; Mc 16, 9). Como era natural, los once no les dieron crédito, puesto que, por la ley judía, el testimonio femenino carecía de valor. La intención del relato de la aparición a las mujeres tiene, por tanto, una dimensión deliberadamente conflictiva: la mujer, considerada como un ser de segunda clase, es incorporada por Jesús a lo que es central en su evangelio, la Resurrección. La presencia de la mujer en el evangelio adquiere también una densidad especial en los tres relatos sobre resurrecciones de muertos. En la resurrección de la hija de Jairo (Mt 9, 18 par) la mujer es protagonista. Cuando Jesús vuelve a la vida al hijo de la viuda de Naín, Lucas subraya que "al verla, el Señor tuvo compasión de ella y le dijo: no llores" LEONARD SWIDLER (Lc 7, 13). Por último, Jesús resucita a Lázaro a ruegos de sus hermanas; y el evangelista anota: "Viendo llorar a María y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó y dijo..." (Jn 11, 33). En estos tres episodios hay algunos elementos que vale la pena consignar. En primer lugar, sólo en el caso de la hija de Jairo, Jesús tocó el cuerpo del difunto, lo cual le hacía ritualmente impuro. Y uno se pregunta por qué escoge Jesús quebrantar la ley de la pureza ritual precisamente en este caso y no en los otros dos- En segundo lugar, sorprende ver que la única vez que el evangelio habla de Jesús como la resurrección y la vida, el oyente es precisamente una mujer, Marta (Jn 11, 25): ¡Jesús revela a una mujer el acontecimiento central de su mensaje! La mujer-objeto Los evangelios en varias ocasiones, refieren cómo los hombres tratan a la mujer en calidad de un ser inferior, más aún, como simples objetos de placer sexual. Así era; y se esperaba que Jesús tendría que ser de la misma opinión. Pero no. Recordemos la comida en casa del fariseo (Lc 7, 36 ss): la pecadora pública es vista por el fariseo exclusivamente bajo el prisma de lo sexual: si Jesús fuese profeta sabría lo que es esta mujer sexualmente hablando. Así piensa el fariseo. Pero Jesús rechaza expresamente esta reducción deplorable de la mujer a simple objeto; se enfrenta con la norma y sólo habla de las actitudes humanas y espirituales de aquella mujer: de su amor y de su falta de amor, del perdón, de su fe; se dirige a ella y -contra lo socialmente admitido- le habla en público, como a una persona humana: "tus pecados te son perdonados... tu fe te ha salvado... vete en paz". Una situación parecida es la de la mujer sorprendida en adulterio. Resulta difícil imaginar un trato más despiadado de un ser humano. No sólo el hecho de ser sorprendida, sino el trasiego que tuvo que sufrir al ser conducida ante los escribas y fariseos y, a continuación, ante la multitud que escuchaba a Jesús. La acusación tiene todos los visos de una trampa jurídica, pues los acusadores se remiten a la ley de Moisés (Dt 22, 22): la mujer debía ser lapidada. Si Jesús suscribe la sentencia, violaría, ipso facto, la ley de los romanos; si la reprueba desmentía a Moisés, si defiende a la mujer, su fama queda en entredicho- Pero Jesús no se deja enredar en las sutilezas del legalismo, sino que, tras dirigirse a ellos en el contexto propio de su conducta ética, habla a la mujer como a una persona con toda su densidad humana y espiritual. También en este pasaje hay un detalle muy significativo: si los acusadores piden la muerte por lapidación, esto quiere decir que la mujer tenía que ser una "virgen prometida" (cfr. Dt 22, 23). Ahora bien, en esta cita de Dt se prevé la muerte de los dos adúlteros, el hombre y la mujer, mientras que en el relato que estudiamos ¡sólo aparece inculpada la mujer! Y en cualquier hipótesis, la razón por la que, en casos semejantes, había que lapidar también al hombre, no estribaba en haber violado a una mujer, o la ley de Dios, sino en haber violado la "mujer de su vecino" (Dt 22, 24), por haber abusado de una propiedad, de un objeto de otro. El mal radica en la injuria que se hace al varón. LEONARD SWIDLER Jesús rechaza el tabú de la sangre Lo más chocante del relato de la hemorroísa (Mt 9, 20 par) es el interés de la mujer en pasar desapercibida, en no atraer sobre sí la atención de la concurrencia. Esta timidez se explica, probablemente, por el miedo a que los demás descubrieran el estado de impureza ritual en que vivía desde hacía doce años (la cifra es de Mc 5, 25). A causa de ello le estaba prohibido participar en el culto; más aún, todo lo que tocara se volvía automáticamente impuro: era una fuente de contagio. Por eso, la actitud de Jesús -un rabino, un maestro incluso para sus enemigos- sorprende todavía más: Jesús hace todo un despliegue publicitario -opuesto a sus frecuentes mandatos de silencio relativos a los milagros- y reclama la atención sobre la atemorizada mujer ("¿quién me ha tocado?"). Y contra lo que ella podía esperar, la palabra sedante y salvadora le devuelve a la vida normal. Parece claro que Jesús quería subrayar que no le importaba incurrir en la impureza legal por haber sido tocado por una mujer legalmente impura (es sabido, por lo demás, que en innumerables ocasiones Jesús rechaza el concepto de impureza legal). Por consiguiente, impugnaba así el concepto de impureza en la mujer por padecer pérdida de sangre, fuera por causas naturales o por enfermedad. El episodio de la hemorroísa goza de un especial relieve como lección sobre la dignidad de la mujer. Jesús y la samaritana Los diversos elementos que han ido apareciendo hasta ahora, nos dan pie para imaginarnos lo escandaloso que tenía que parecer el comportamiento de Jesús en su encuentro con la samaritana (Jn 4, 5 ss). Todo el pasaje refleja una formidable transgresión del código social en uso. Normalmente, un judío jamás se hubiera dirigido a una mujer samaritana, como ella misma observa. Además, un hombre -mucho más un rabino- nunca hubiera hablado en público con una mujer. Sin embargo, Jesús inicia la conversación rompiendo con la costumbre, más sí cabe por hablar con una mujer que porque ésta fuera samaritana (cfr. Jn 4, 27: reacción de los discípulos). El pasaje tiene, además, una especial trascendencia comparable a lo que veíamos en el relato de Lázaro y en la resurrección de Jesús. Jesús se manifiesta explícitamente a la samaritana y, por primera vez, como el Mesías: "Yo soy, el que te está hablando". La mujer, tipificada en la samaritana, es incorporada por Jesús al rango que le es propio, sin discriminación alguna con respecto a los hombres, con toda la dignidad de la persona humana. Y el hecho de que el evangelista puntualice que "muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por las palabras de la mujer que daba testimonio" (4, 39), parece pretender decirnos que también la mujer se incluye entre los sembradores de la palabra. El matrimonio Uno de los pasos más importantes dados por Jesús en lo referente a la dignidad de la mujer fue su posición ante el matrimonio (cfr. Mt 19, 10: "Los discípulos le dijeron: si tal es la condición del hombre respecto de su mujer, no trae cuenta casarse"). La actitud de Jesús, evidentemente impopular, presuponía que las mujeres debían tener los mismos derechos y responsabilidades que los hombres- Con ello, Jesús echaba por tierra la poligamia y el divorcio: como ya vimos, la mujer, en ambos casos, apenas si contaba; LEONARD SWIDLER era un bien que podía tomarse o dejarse, al arbitrio de la prepotencia del hombre. Se trataba de un alarmante modelo de doble moralidad que Jesús refuta insistiendo tanto en la monogamia como en la eliminación del divorcio. Prescindiendo ahora de la cuestión de cómo entender las prescripciones éticas de Jesús, lo que sí queda claro es la absoluta igualdad del hombre y de la mujer en sus relaciones recíprocas en el matrimonio. Y si en teoría la Iglesia cristiana ha mantenido la línea de Jesús, en la práctica esta igualdad de derechos y deberes tampoco llegó a tener vigencia plena en el ámbito del matrimonio cristiano, en el cual el papel general de la mujer era: iglesia-hijos-casa. La vida intelectual Pero Jesús nunca pensó tan estrechamente acerca del papel de la mujer, reducida sólo a su función de ama de casa. Hay un pasaje en el evangelio de Lucas en donde Jesús manifiesta directamente su repulsa sobre la concepción de que el sitio de la mujer deba ser la casa (Lc 10, 38). Mientras Marta se encarga de lo "típicamente femenino", María asume el papel "masculino". Cuando Marta se queja de ello a Jesús, éste se niega a encasillar a todas las mujeres en un tipo único y confirma a María en la "mejor parte" que ella ha escogido: la parte del espíritu, lo más propiamente personal. Y si se piensa en las limitaciones impuestas a las mujeres en Palestina en lo referente al estudio de la Escritura y a todo lo que fuese vida intelectual, entonces aparece con claridad meridiana la insistencia de Jesús: la vida intelectual y espiritual es propia de la mujer exactamente igual que la del hombre. El mismo mensaje aparece en aquel breve episodio de Lc 11, 27: "Estando él diciendo estas cosas, alzó la voz una mujer del pueblo y dijo: ¡dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron! Pero él dijo: dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan". La mujer expresa su alabanza en términos extremadamente reducidos a lo sexual ("pechos y vientre"), de una forma que seguramente era corriente entonces. Jesús acepta el cumplido, pero corrige la falsa concepción de la mujer como "máquina de hacer niños" y, nuevamente, insiste sobre la facultad intelectual y moral de la persona, como superiores a todas las otras. No me parece que se haya de poner el acento en otro aspecto del texto. Lucas, la tradición y la comunidad cristiana de las que el dependa, debían haber tenido muy claro el significado sexual de este episodio. De lo contrario, ¿por qué se ha conservado un suceso tan insignificante? Si se ha conservado no es sólo por ser una palabra de Jesús, sino además porque Jesús subrayó esta bienaventuranza como primaria respecto a la sexualidad de una mujer. En todo caso, Lucas, ésta y otras veces, parece haber intuido el pensamiento de Jesús sobre la cuestión de la condición de la mujer. Pero esta intuición del sentido más evidente del texto, no ha sido compartida por los cristianos, sin duda alguna a causa de los prejuicios de sus propios ambientes culturales. Dios en figura de una mujer El esfuerzo de Jesús por comunicar la igualdad entre el hombre y la mujer alcanza su punto culminante en la parábola de la mujer que encontró la dracma perdida (Lc 15, 8 ss): ¡Jesús proyecta a Dios en la imagen de una mujer! LEONARD SWIDLER Los publicanos y pecadores se agolpan en torno a Jesús. Los fariseos le censuran entre dientes por tratar con aquéllos. Entonces Jesús expone tres parábolas en cada una de las cuales hay una unión profunda entre Dios y lo que estaba perdido. La primera parábola es la de la oveja perdida... y el pastor es Dios; la tercera es la del hijo pródigo... y el padre es Dios; la segunda es la de la mujer que encuentra la dracma perdida... ¡y la mujer es Dios! Jesús, por tanto, no rehuye presentar a Dios en figura femenina. Y, de hecho, parece que Jesús haya incluido, deliberadamente, esta imagen en este contexto preciso, puesto que los escribas y fariseos se contaban entre quienes más denigraban a la mujer...tal como lo hacían respecto de "los publicanos y pecadores". Sería interesante investigar si estas imágenes que Lucas presenta de Dios han sido usadas, alguna vez, en sentido trinitario, lo cual daría como resultado la representación del Espíritu Santo en imagen femenina. Porque si la interpretación tradicional ha visto al Padre en el padre del hijo pródigo y al Hijo en la figura del buen pastor, resulta "lógico" que en la mujer que encuentra la dracma perdida se viera al Espíritu Santo. Pero parece que nunca se ha dado este último paso. Una tal fa lta de "lógica" habría que achacarla a la general desvalorización cultural de la mujer, y no vale decir que la causa hay que buscarla en la aversión que los cristianos sentían por las diosas paganas, pues igual aversión sentían por los dioses y, en cambio, esto no ha sido óbice para la representación masculina de Dios. Conclusión Por todo lo dicho es evidente que Jesús promovió con todas sus fuerzas la dignidad y la igualdad de la mujer en medio de una sociedad dominada por el hombre. Jesús fue "feminista" y lo fue de manera radical. Notas: 1 Como caso particular de un tema más amplio y decisivo: Jesús y los marginados sociales de su tiempo, presentamos este artículo que ha sido reproducido, en casi todas las lenguas, por diversas revistas de Europa y América (N. de la R.). Tradujo y extractó: CARLOS CHÁSCALES