ENCUENTROS EN VERINES 1991 Casona de Verines. Pendueles (Asturias) UNA HISTORIA INMORTAL Leopoldo Alas Del mismo modo que los dioses son consustanciales al hecho religioso, difícilmente podría concebirse una literatura, una narrativa ajena al mito, al conflicto entre ficción y realidad, a las complejas relaciones que se establecen entre los mitos y sus múltiples realizaciones o encarnaciones posibles, es decir entre determinados mitos y las repeticiones rituales de los mismos. Creo que ninguna narrativa, y desde luego tampoco la nueva o joven se sustrae a esa tensión fundamental porque todas las historias que se cuentan, por definición, por el hecho mismo de contarse, remiten en última instancia a esa misteriosa dualidad; lo mítico y lo real, la ficción y la vida, el sueño y la vigilia; y remiten también, por supuesto, a ese persistente afán que estimula por igual a escritores y a lectores: el deseo de liberarse de la propia identidad, de proyectarse; el sueño de ser otros. Lo primero que yo debería hacer, antes de pasar a otras consideraciones , sería definir el alcance que quiero darle al concepto de mito. Despojemos al término de sus connotaciones sagradas o arquetípicas y entendamos por mito no ya las grandes historias, los grandes temas o las hazañas modélicas de los héroes que han ido sucesivamente inspirando relatos en el curso de los tiempos, sino cualquier historia que, por anecdótica que sea, pueda ser elevada a una categoría superior que la trascienda y que la haga perdurable, es decir susceptible de ser repetida, de engendrar relatos nuevo e incluso nuevos mitos. Todos recordarán el famoso relato de la escritora Isaac Dinesen,, Karen Blixen, “Una historia inmortal”, que está recogido en aquella colección publicada por Alfaguara en 1983 con el título genérico de Anécdotas del destino. Además de inmortal, es una historia emblemática que resume con compleja sencillez los términos en los que se establece en la literatura esa mágica relación entre el mito y la realidad. Un rico comerciante , el señor Clay , que se hizo el amo y señor de Cantón, en China, y que vive en la casa de otro comerciante francés al que arruinó hace años; su secretario, Elishama, que le admira y comparte con él un mismo desprecio por el resto de los hombres y por el mundo que les rodea, pero que al menos es capaz de sentir compasión, especialmente por las mujeres. Noche tras noche, Elishama repasa con su patrón las cuentas de todas las operaciones comerciales que el señor Clay ha ido realizando con éxito a lo largo de su vida. Pero un día le lee un manuscrito que llevaba consigo cuando llegó a Cantón, la profecía de Isaías, y el señor Clay le pregunta si esa historia es cierta, si ha sucedido realmente. Elishama contesta :no, pero tal vez sucederá. Y entonces Clay relata otra historia que él cree verídica porque la oyó contar en un barco: un marinero joven se encuentra en un puerto con un hombre rico que le ofrece cinco guineas, le invita a cenar a su mansión y le pide que haga el amor con su hermosa y joven mujer. Elishama le desengaña: esa historia no es cierta; la cuentan todos los marineros pero no ha sucedido nunca. La realidad -cito a Dinesen- es que “el marinero baja a tierra y le paga a una mujer de la calle para acostarse con ella. Unas veces le da diez chelines, otras cinco, otras sólo dos; pero ninguna de esas mujeres es joven ni hermosa, ni rica”. Sin embargo, “el marinero diría que una dama joven, hermosa y rica...le ha pagado por eso mismo cinco guineas”. Y lo curioso es que “en la historia siempre son cinco guineas”. En este detalle se aprecia el carácter ritual del mito; al igual que sucede en la liturgia con respecto a la religión, siempre hay unos elementos invariables. Pero el señor Clay no soporta los fingimientos ni las profecías. Su vida se traduce en una cifra astronómica de dinero y en el ejercicio de su poder; y precisamente por eso, porque quiere demostrar su poder y porque detesta la ficción, desea con todas sus fuerzas que ese historia mítica que cuentan los marineros ocurra realmente, aquí y ahora. “Es estúpido e inmortal”-dice- “ocuparse de cosas que no son reales . A mi me gusta la realidad. Y me encargaré de que ese fingimiento se convierta en un hecho real”.Al marinero lo encontrará en el puerto tras varios intentos fallidos y el papel de la dama hermosa y joven lo desempeñará Virginie, la hija de aquel comerciante francés al que arruinó el señor Clay , que fue expulsada de su propia casa con toda su familia y que por supuesto aborrece al prepotente señor. Pero aún así, accede a representar el papel, quizá porque el lema que su padre llevaba grabado en el anillo era “Pourquois pas?”; quizá porque siempre soñó con ser actriz y porque su padre, que había vivido en la corte, le transmitió un desmedido amor por la fantasía y por la imaginación. La historia en efecto se realiza tal y como la venían contando los marineros desde tiempos inmemoriales. Pero algo va a fallar. Porque el señor Clay lo que buscaba era por una parte demostrar su poder y por otra lograr que el joven marinero, cuando contara esa misma historia a sus compañeros, estuviera contando algo que realmente le había sucedido. Y esto no va a ser así. De alguna manera, Clay invierte el proceso. Si lo normal es convertir la realidad en mito -y esa es la función primordial de un narrador-, él hace justamente lo contrario: transformar en algo real una historia mítica. Es un transgresor porque subvierte los términos. Y por eso Elishama dice: “Esta historia es el fin del señor Clay”. No porque vaya a morirse después, sino porque “ningún hombre en el mundo, ni siquiera el más rico, puede coger una historia que el pueblo se ha inventado y relatado y hace que ocurra”. Y utiliza una metáfora contable: si un hombre se empeña en sumar una columna de cifras en sentido contrario, es decir de izquierda a derecha, obtendrá un total erróneo. El error consiste en que el marinero, después de una noche de amor con Virgninie y cuando a la mañana siguiente Clay le anima a que cuente a sus compañeros lo que le ha pasado, responde que él no contará nunca esa historia ni por cien veces cinco guineas, porque nadie en el mundo le creería si la contara; porque ya no es una historia mítica, sino una vivencia. Al realizarse, la historia, que existía como tal, ha cobrado otra dimensión, ha dejado de ser literatura, se ha sustraído a los mecanismos rituales de la repetición para convertirse en poco más que un bonito recuerdo. Es en definitiva el mismo esquema de aquel famoso apólogo de Oscar Wilde que recoge y glosa en un breve ensayo André Gide: el pastor que entretiene todas las noches a sus compañeros contándoles que ha visto en el bosque a una sirena peinándose a orillas del lago ya a varios faunos correteando entre los árboles ; un día ve realmente a la sirena y ve a los faunos y cuando sus compañeros le piden, como a diario, que cuente lo que ha visto, él contesta que esa noche no ha visto nada. Clay fracasa, por tanto, pero también se redime de su maldad y de su falta de espiritualidad porque para realizar el mito se ha visto obligado a formar parte de él, a representar el papel de rico benefactor que le correspondía en la historia y a sincerarse con el marinero durante la cena, a confesar su soledad y a reconocer sus miserias. Después de todo, el valor de una comedia, como dice Elishama, es que en ella un hombre puede al fin decir la verdad; y por otra parte, “la materialización de una historia es lo que proporciona a un hombre descanso”. Pero quizá la clave más importante de este relato en la reflexión que hace al final Elishama. “¿Qué les había sucedido”-se pregunta- “a las tres personas que habían representado un papel en la historia del señor Clay? ¿Podrían haberlos representado sin tal historia?”. Y digo que en mi opinión es la clave porque nos pone ante el viejo dilema del huevo y la gallina: ¿Qué fue antes, el mito o la realidad? ¿Necesita la realidad del mito para ser lo que es? O, en otros términos, ¿la literatura traduce realidades para transfigurarlas en mitos o da, por el contrario, una dimensión de realidad –de verosimilitud al menos- a mitos preexistentes? Y el dilema, como saben, no tiene una única solución. Cada autor, en la teoría o con la práctica de la escritura, se enfrenta a su manera con el enigma y recorre el camino bien del cielo a la tierra o bien de la tierra al cielo. Lo que seguramente perdura en la literatura no es tanto el mito o la realidad que lo encarna, sino sobre todo esa mágica conexión que se establece entre ambos. Sin duda, el narrador puede hasta cierto punto invertir, al igual que hace Clay, el proceso realidad-mito, pero nunca será, como él, un transgresor porque ni pretende que sucedan en la realidad historias inventadas ni puede conseguirlo. Podría conseguirlo como cualquier persona que, disponiendo de los medios adecuados, se propusiera reproducir en la vida hechos narrados por la literatura, pero como escritor y creador, como narrador, no es eso lo que persigue. Basta pensar que, después de todo, el señor Clay no existe; es sólo un personaje de Isaac Dinesen y su deseo de ver al mito encarnarse, es también, lo queramos o no, una ficción literaria. La misión del escritor o la vocación o la ocupación, si se quiere, es contribuir por un lado a que perduren los mitos: como un espiritista, se dedica a convocar fantasmas y los pone a vivir a su manera, les presta las entrañas, la casquería que necesitan – unos nombres, unos rasgos, una época, un contexto histórico y social donde desenvolverse-, los rescata del olvido para que perduren en el alma de la gente, los lectores y los futuros escritores. Pero también es cierto que sobre todo engrandece a un escritor, lo que le eleva a la categoría de creador es su capacidad para hacer justo lo contrario; inmortalizar lo efímero, conferir una dimensión perdurable, si no eterna, a personas, cosas, lugares y épocas de la realidad. Quisiera completar y concluir estas digresiones aludiendo al caso concreto de mi primera novela, Bochorno. Transcurre en Madrid, a finales de los 80 y por ella desfilan unos personajes extravagantes, indolentes y a la vez atormentados y frívolos, que se enfrentan a una serie de desengaños amorosos y, en última instancia, a un desengaño mayor; la conciencia del final de algo, del ocaso de una época descomprometida y alegre, de una especie de adolescencia prolongada en un contexto urbano muy particular. He de decir que hay personas reales detrás de la mayoría de ellos, pero Bochorno no llega a ser un “roman á clef”, una novela en clave, porque los seres reales en los que me he inspirado no son en su mayoría conocidos o famosos. Y en ese sentido, da igual, no es demasiado importante saber que yo me he inspirado en ellos; es un dato que no añade nada a la ficción, aunque en cierto modo sí la condiciona porque quizá mi novela – y hago aquí autocrítica- hubiera alcanzado vuelos más altos si yo, como narrador , no me hubiera traicionado a mi mismo. Precisamente porque sabía que detrás de tan disparatados personajes había personas de carne y hueso, me sentía en ocasiones retraído y me quedaba corto en algunos tramos de la narración, por aprensión o por temor o por respeto a unos personajes que ante mí recuperaban de pronto su dimensión real de personas y no permitían que yo les diera otra vuelta de tuerca o que les llevara por el camino que, como elementos funcionales de un relato, requerían para ser en rigor eficaces. Pero a la vez, me satisface comprobar que algunos lectores que conocían este dato han tomado sin embargo por reales ciertas partes del texto o ciertos personajes que precisamente eran inventados. Para construir el personaje de Karina Vázquez, Kari la Picá, yo no me basé en ningún travesti heroinómano y con instintos necrofílicos, pero también es verdad que hubiera podido hacerlo sin problema, porque seguramente existirá más de una persona que reúna estas características. La cuestión es que el origen o el motor de la ficción viene a dar lo mismo si convence, si resulta eficaz, si conmueve, si al lector le parece verosímil, si se siente atrapado por la historia. Me pregunto si el Madrid que yo muestro en mi novela logra adquirir en alguna medida las dimensiones aproximadas de un mito, si alguien que dentro de unos años lea Bochorno podrá rescatar un tiempo, un lugar, unas personas que existieron.. ¿Habla mi novela de un Madrid real? ¿He inventado un Madrid que en la realidad no era así?¿Acaso yo vi Madrid desde el principio con los ojos del mito? ¿Qué tiene Bochorno de crónica y qué de ficción? ¿Qué puede tener de perdurable una mirada mía, subjetiva? Quizá, en la medida que yo haya sido sincero conmigo mismo, el lector podrá identificar en mis páginas algo de lo que él considere la realidad, será capaz de evocar aspectos de sus vivencias personales y de su propia biografía o de reconocer al menos una historia que ya le habían contado, aunque fuera de otra manera, en un contexto diferente y con distintos protagonistas. También para eso y tal vez fundamentalmente para eso sirve la literatura . Como dice en un momento dado el Elishama de “Una historia inmortal”, “a veces las líneas de un diseño van en dirección contraria a la que se espera... pero de todas formas hay un diseño”. Y ese diseño es el conjunto de mitos al que remiten en última instancia todas las historias, ya sea porque proceden de ellos o ya sea porque los conforman. En literatura, el orden de los factores tampoco altera sustancialmente el producto.