«¿Cuidar a los voluntarios nos quita tiempo para trabajar con los pobres?» (Enrique Falcón) — pág. 1 «¿Cuidar a los voluntarios nos quita tiempo para trabajar con los pobres?» — Enrique Falcón — (Voluntariado de Marginación Claver-Valencia) Fue sugerencia de la gente estupenda que organiza la 'Escuela de Formación' de Cáritas el poner este título, no carente de sospechas en la raíz misma de aquello por lo que pregunta, a cierta dinámica preparada para una tarde compartida de verano1. A dicha pregunta –a dicha interpelación– procuran dar respuesta ahora estas líneas, que deben comenzar con el reconocimiento de que no es desde luego la primera vez que quien esto escribe se topa de bruces con tal pregunta. Entiendo también que ese 'nosotros' que late en el interrogante son cada una de las asociaciones, colectivos, grupos, instituciones que –desde una decidida apuesta por la promoción de la justicia, y desde el sesgo que da optar preferencialmente por los más pobres– procuran desde diversas estrategias y talantes encarnarse entre los ámbitos y los rostros reales de la exclusión social, y que para ello movilizan voluntades, recursos, energías, tareas de coordinación, análisis y actuación y –entre muchísimas otras cosas más– también "tiempo". Asociaciones entre las –que además– la figura del voluntariado social no sólo es necesaria sino también importante, no sólo imprescindible sino también apuesta, no sólo "brazos" sino también "signo". En el entramado de estos colectivos que se hacen significativamente presentes en las cunetas de la historia, me parece a mí que todavía hoy se da un cierto combate de legitimaciones entre lo que me atrevería a llamar la 'movilización de las voluntades' y el 'acompañamiento de los procesos', cuando procesos y voluntades son, específicamente hablando, los de las personas voluntarias (aunque personalmente estoy convencido de que el combate se extiende a las otras personas y 1 Este artículo procura dar nombre y forma a algunas de las intuiciones sugeridas para el Taller que –con el título de «¿Cuidar a los voluntarios nos quita tiempo para trabajar con los pobres?»– Enrique Falcón dinamizó en la 'Escuela de Formación' de Cáritas España (Torrent, 12 de julio de 2000). La dinámica del Taller fue, en gran medida, una serie de "polaridades" que dieron pie al debate y al contraste de experiencias, a la formulación de posibilidades, riesgos y retos diversos. Entre ellas, los participantes de aquel Taller se ubicaron físicamente a lo largo de la sala ante lo que pudieron dar de sí los siguientes interrogantes y cuestiones: «Resulta ... nada / poco / muy / excesivamente ... complicado organizar en nuestras entidades espacios de acompañamiento y cuidado de voluntarios/as /// Los voluntarios/as que últimamente nos llegan ... Sí / No ... necesitan mucho cuidado, formación y acompañamiento /// Sí / No ... creo que en mi entidad se malgastan excesivos tiempos y energías en cuidar a los voluntarios /// Sí / No ... creo que ha de ser la realidad social misma y el trabajo directo los que "despierten" a los voluntarios /// El proceso de incorporación y crecimiento de cada voluntario/a suele ser un proceso ... nada / poco / muy / excesivamente ... sencillo /// Al menos antes ... Sí / No ... debíamos estar tan pendientes de los voluntarios que nos llegaban a las entidades /// Los voluntarios que nos llegan y que ya tienen un grupo de referencia fuerte (cristiano, político....) ... Sí / No ... necesitan tantas tareas de acompañamiento /// En general, ...Sí / No... podría decir que nuestros voluntarios/as nos vienen bien preparados y sensibilizados de cara a la acción de nuestras entidades». «¿Cuidar a los voluntarios nos quita tiempo para trabajar con los pobres?» (Enrique Falcón) — pág. 2 grupos de nuestras entidades). Casi me atrevería también a adscribir la 'estrategia de las voluntades' a cierta herencia que nos vienen legando determinadas visiones de la acción social más profesionalizada (a menudo obsesionada por "las tareas"), así como quizá la 'estrategia de los procesos' interpretaría melodías más consonantes a las pedagogías del acompañamiento. En esta suerte de "combate" (personalmente, no creo que en nuestras realidades cotidianas sean tan nítidos sus campos de lucha como quizá haya dado a entender el párrafo anterior) el avance de las pedagogías del acompañamiento, del toque de alerta sobre la necesidad de cuidar procesos (personales, colectivos...), de las estrategias últimamente orientadas a que la formación –por ejemplo– del voluntariado sea más vitalmente significativa, de los esfuerzos puestos en ellas por reconciliar discurso y narratividad, etc... están siendo hoy más que evidentes, y ya iba siendo hora2. Y dado que tal dimensión pedagógica ha de incorporar algo que le es sustancialmente propio (esto es, el tiempo lento y pausado que exigen los procesos a acompañar), hasta me parece de lo más normal que la 'lógica de las voluntades' –más afectadas, quizá, por la matriz cultural de la "eficacia"– se ponga, en su extremo más caricaturizado, "nerviosa": "¿que no estaremos, con esta "moda" de cuidar los procesos de los voluntarios/as, quitando tiempo a lo que de veras nos convoca y moviliza como institución, esto es, trabajar con los más pobres?"— parecería estar exclamando con impaciencia. De la figura de Jesús de Nazaret quizá haya algo que más nos descoloque a los que, de un modo u otro, seguimos reteniendo parte de esos 'tics' de eficacia, disciplina de la voluntad (a menudo, voluntarista) y urgencia por la acción: me refiero al hecho de que –por razón de que a Dios le es urgente (y mucho) el anuncio de su Reino– Jesús se tire más de 30 años antes de salir a los caminos de la Baja Galilea. Por supuesto que no fue precisamente un "curso de formación" a lo que Jesús se dedicó en Nazaret –del mismo modo que sería una tremenda simplificación considerar su vida pública como la de un "voluntario"–, pero me quedo con la idea de que, precisamente por ser urgente (imperiosa e inaplazable) la necesidad de anunciar aquella buena noticia, precisamente porque corría prisa, le fue necesario tiempo desde el cual conectar con la sensibilidad del pueblo, educar la piel y las entrañas y hasta me imagino que pasar por un buen número de crisis, dudas y tentaciones. Cuántas curaciones gratuitas, desde luego, podría haber llevado a cabo en todo ese tiempo —silencioso, lento y "perdido"— de Nazaret. A menudo me da por desear que desde nuestras asociaciones fuéramos más generosos con el tiempo y no encargáramos "tan pronto" a nuestros/as voluntarios/as su inserción en tal o cual proyecto de acción. Me encantaría también que a veces los Cursos de Formación Inicial no fueran tampoco tan "tempranos" y pudiera haber habido antes de ellos tiempo "perdido" en pisar las calles, 2 En este sentido, he de reconocer que –en este último tiempo– no vengo dejando de recomendar a los colectivos eclesiales, sociales, políticos, sindicales y educativos entre los que me muevo la lectura, adaptación y uso de un material precisamente surgido desde esta lógica y desde, precisamente, el mundo del voluntariado social. Me refiero, claro está, a la carpeta que los de Cáritas editasteis con el título de Somos andando. «¿Cuidar a los voluntarios nos quita tiempo para trabajar con los pobres?» (Enrique Falcón) — pág. 3 en entrar en los barrios con los pies descalzos, en hacer preguntas o en prestar oído a lo que, quizá, las prisas de la acción no nos permiten poder escuchar. "Cuidar a los voluntarios", encontrarse con ellos y facilitar que entre ellos y ellas haya experiencia contrastada y proyecto compartido, tirar energías en nuestra formación, dar tiempo, cruzar la mirada también desde lo lúdico –y no sólo desde la complicidad ideológica o la fe común–, adiestrar las tripas (sus entrañas de misericordia), desbordar la experiencia de encuentro con los más pobres a lo que son todas y cada una de las dimensiones de la persona, todas estas cosas —y muchas más que seguro me dejo en el tintero— apuntan a la necesidad de contemplar al voluntario social, a la voluntaria social, en su dimensión íntegra de "persona" –y, como siempre, en proyecto– y no sólo (permitidme la caricatura, sin duda alguna injusta) como "pieza instrumental suficientemente motivada y habilitada para nuestro proyecto de acción entre los más pobres". Es más: casi me atrevería a decir que en el mismo "cuidar a los voluntarios" nuestros colectivos (los que procuramos situar el centro de nuestra 'razón de ser' en las personas excluidas) nos jugamos en buena parte el que de veras ayudemos a dignificar la vida de la gente cuya dignidad queda sistemáticamente pisoteada. Entre otras razones –precisamente– porque el voluntariado social puede pisotear, hasta desde sus mejores intenciones y seguro que hasta sin querer, la dignidad de las personas con las que trabaja y se pone a tiro de piel o entraña. El voluntariado puede –de hecho– ser parcelación de la vida, justificación de lo injustificable, paracaidismo social, puede hacer daño a quienes ya reconocen pisoteada su dignidad, excusa y lavaconciencias de niños ricos, tapaagujeros del sistema, mera ambulancia de la historia, acción irresponsable, asistencialismo paternalista y bobo, y compensación y huída de frustraciones personales... Desde la mejor de las intenciones –no dejaré de insistir en esta idea– podemos los voluntarios pisotear la dignidad de los otros no reconociéndoles como son (rostro concreto con historia y no un mero "cliché social"), minimizando las distancias o frivolizando sobre sus heridas, haciéndoles bailar al son de nuestros estados de ánimo (y de nuestros ritmos y tiempos), juzgando desde nosotros y lo nuestro –expectativas, deseos y planes, sobre todo planes– y no priorizando sus necesidades, culpabilizándoles indirectamente de lo que en realidad son nuestros fracasos, despreciándoles al hacerles sentir nuestra supuesta "superioridad" (el paternalismo asistencialista no deja de ser un reduccionismo de la-persona-necesitada: esa especie de "pobre-como-carencia-aser-rellenada-(por-mí)", con el aliño de cierta lástima bondadosa y un mucho de superioridad), considerando la tarea como fin (o, lo que viene a ser casi lo mismo: desconsiderando a la persona como fin en sí misma), no capacitándoles para ser sujetos de decisiones o haciéndoles notar nuestro rechazo por su ritmo (tantas veces lento, discontinuo, regresivo o desesperante). Por no hablar de la acción voluntaria que trafica con el peligro de reducir a la persona con la que trabaja desde variadas perspectivas: "eres el objeto de mi trabajo", "eres el problema", "eres la carencia que eres" o "te disuelves en el grupo social al que perteneces". «¿Cuidar a los voluntarios nos quita tiempo para trabajar con los pobres?» (Enrique Falcón) — pág. 4 Precisamente porque ponerse a los pies y al servicio del otro significa "no experimentar con él" y precisamente también porque el camino habría de ser cualquier otra cosa menos 'tranquilizante' para nosotros/as los voluntarios/as sociales, habremos de mirar la realidad de las personas voluntarias, no tanto en términos de "tarea" exclusivamente, como sobre todo en clave de proceso, de tiempo educativo, de camino compartido y contrastado, de corrección fraterna y de celebración festiva, de transformación de motivaciones y de educación de sensibilidades, de formulación de la utopía y de interpelación hacia otras dimensiones de nuestra vida (las que quedan "fuera" del tiempo de voluntariado). En estos caminos, en ningún modo carentes de complejidad y riqueza, la lógica del acompañamiento –iniciando, cuidando, compartiendo, consolidando, confirmando, profundizando...– está íntimamente unida al proyecto de encarnarse significativamente entre los más pobres y de procurar hacer avanzar procesos de transformación social. Me gustaría, así, ir cerrando estas líneas –y con la espera de que sigan manteniendo abierto el debate– con un texto que en su día me ayudó muchísimo. Por aquel entonces yo me iba acercando al encontronazo brutal con los rostros con historia que habitan los territorios de la marginación (y, desde entonces, los territorios del corazón y las opciones) y, a través de la experiencia de voluntariado precisamente, me hacía muchas preguntas en torno al sentido de nuestra tarea, al contexto en el que se hace carne y a lo que iba dejando en todos nosotros la utopía de las bienaventuranzas. El texto lo había escrito hace un montón de tiempo Elena Alfaro y creo que perfectamente deja abiertas las intuiciones de las que procuraba dar cuenta este artículo: « (...) se puede decir que la formación del voluntario en sus actitudes es semejante a tres viajes de formación en los que se adquieren distintos conocimientos y respuestas ante la vida. En el primer viaje se entra en un proyecto o tarea en el que se adquieren ciertas habilidades. Al conocer la realidad social en que se inserta este proyecto se siente fuego en las entrañas, un profundo descontento ante el descubrimiento de la realidad social en que vivimos. Este descontento es el mismo que ha hecho nacer al voluntario. Ahora se descubre que es más profundo y desanima. Ahí comienza el segundo viaje: el viaje hacia el encuentro personal con uno mismo. En ese viaje se adquiere el conocimiento de las propias limitaciones y se logra un sentimiento de la realidad y una paz personal. Eso nos permite iniciar el tercer viaje: un viaje a un circo, el lugar de la creatividad y la alegría, donde adquirimos el conocimiento de lo que es la comprensión y la disponibilidad, y adquirimos la actitud o el sentido del humor desterrando definitivamente el sentimiento de la omnipotencia con el que se inicia cada tarea o el de la frustración que se adquiere al conocer la realidad un poco más en profundidad. Adquirir el sentido del humor nos permite una actitud diferente.»3 —Enrique Falcón Miembro del 'Voluntariado de Marginación ClaverValencia'. Autor de Dimensiones políticas del voluntariado . Vive, con personas de su comunidad –una CVX–, en un 'barrio de acción preferente' de la periferia de Valencia. 3 Elena Alfaro: “Motivaciones y actitudes en el voluntariado”, Mini-Volenter nº 11, CVS, Valladolid, 1992.