AL-MUTAMID EL REY POETA DE SEVILLA Fuiste tú: Aquel que conquistaba ciudades y les cantaba como si fuesen hermosas mujeres, el que amó como ninguno; el generoso y lúdico Al-Mutamid, leyenda del mundo árabe que fue en España tolerante y culto y que nos dejó la hermosa herencia que forma parte de la idiosincrasia de un pueblo abierto, hospitalario y culto. Al-Mutamid, rey, intrigante donde los haya, negociador, maquiavélico antes de Maquiavelo, enamorado de Rummaykiya, poeta por encima de todas las cosas. Un hombre que llegó a tenerlo casi todo y que acabó sus días en un doloroso exilio norteafricano recordando, probablemente, el patio del Alcázar de Sevilla en el que el agua corría a la par del vino, de las palabras, de la belleza y el amor. El reinado de Al-Mutamid es un oasis de cultura y de placer que en ocasiones indignó a los ortodoxos, pues este gusto por el placer contravenía los preceptos del Corán. Vive un periodo muy intenso de la historia de España, donde alianzas y combates se sucedían entre reinos musulmanes y cristianos, y donde la preponderancia de éstos se fundamenta muy especialmente en las diferencias irreconciliables existentes entre los musulmanes. Es el propio Al Mutamid quien mejor refleja en sus versos el tránsito del todo a la nada. En algunos poemas, el poeta se muestra exultante, feliz, se sabe dominador y temido, como se aprecia en el siguiente poema, escrito a raíz de la conquista de Córdoba, pieza clave en sus ambiciones de expansión hacia el este de la Península: ¿Quién entre los reyes ha llegado a los extremos de este rey valiente? ¡Largo! ¡Ha llegado a vosotros el reino del Mahdí! Pedí en matrimonio a Córdoba, la bella, cuando había rechazado a los que la pretendían con espadas y lanzas. ¡Cuánto tiempo estuvo desnuda!, más me presenté yo y se cubrió de bellas túnicas y joyas. ¡Boda real! Celebraremos nupcias en su palacio, mientras los otros reyes estarán en el cortejo del miedo. ¡Mirad, hijos de puta, que se acerca el ataque de un león envuelto en una armadura de valor! El que se creía Mahdí, el Elegido, un león invencible, años después habrá de reconocer la penosa situación en la que se encuentra en otro poema compuesto ya en la prisión norteafricana que fue su última morada: Yo era amigo del rocío, señor de la indulgencia, amado de las almas y de los espíritus; Mi diestra regalaba el día de los dones, y mataba, el día del combate; Mi izquierda sujetaba todas las riendas que dominaban a los corceles en los campos de batalla. Hoy soy rehén, de la cadena y de la pobreza apresado, con las alas rotas. Cuando el poeta se ocupa del cuerpo femenino: la leyenda del rey de Sevilla nos lleva a pensar indefectiblemente en Rummaykiya, Itimad aparecerá descrita mediante una serie de metáforas en las que se la compara con diferentes elementos de la naturaleza. Es un antílope por su cuello, Una gacela por sus ojos, Un jardín de arriates por su fragancia, Una rama de sauce por su talle. Pero la experiencia amorosa puede también ser fruto del sueño y, por tanto, pertenecer al ámbito del deseo y no de la realidad. Te he visto en sueños en mi lecho, y era como si tu brazo mullido fuese mi almohada; Era como si me abrazases, y sintieses el amor y el desvelo que yo siento; Era como si te besase los labios, la nuca, las mejillas y lograse mi deseo. ¡Por tu amor! Si no me visitase tu imagen, en sueños, a intervalos, no dormiría más. O en esta otra: En sueños tu imagen presentó a la mía, mejilla y pecho; Recogí la rosa y mordí la manzana; Me ofreció los rojos labios y aspiré su aliento: Me pareció que sentía el olor a sándalo. ¡Ojalá quisiera visitarme cuando estoy despierto…! Pero entre nosotros pende el velo de la separación: ¿Por qué la tristeza no se aparta de nosotros, por qué no se aleja la desgracia? La caída de Toledo termina llenando de intranquilidad al reino y obliga a AlMutamid a pedir ayuda al terrible Yusuf contra Alfonso VI. Vencieron los musulmanes en Zalaca, pero el temible e inculto Yusuf volvió de África más tarde y acabó con los reinos andalusíes uno por uno. Sevilla era tomada en septiembre de 1091. Murieron sus hijos, Raxid luchando contra Yusuf, y Abd El Chabar tratando de devolver la independencia a Sevilla. Al-Mu’tamid, es conducido como cautivo a Aghmat donde muere en 1095. Ibn Abbad tenía entonces 55 años Su destierro se alargó por espacio de cuatro años, donde, preso, recordaba, lloraba y pensaba en su fin, ocupado en escribir su propio epitafio, lleno de melancólico orgullo y de triste dignidad; y en donde nos muestra una relación de las cualidades que adornaron su vida: sabiduría, piedad, generosidad, valor y justicia: Su mujer Itimad y sus hijas se ganaron la vida hilando y tejiendo, viviendo prácticamente en la miseria, y aunque no lograban ver a Al-Mutamid, se sirvieron de estratagemas para comunicarse con él, como cuando su hija Fátima, haciéndose pasar por cantora, logró hacer saber a su padre que deseaba casarse y necesitaba su consentimiento. Desde la celda, y cantando también, Al-Mutamid le dio su bendición. Murió Itimad, en 1095 lo que le llevó a la desesperación y a la muerte en la cárcel de Agmat. La posteridad ha olvidado la huella de uno de los más dignos y eminentes personajes de la ciudad de Sevilla, de Andalucía y de la historia de España.