Diferencias en las formas más habituales de comunicación entre hombres y mujeres Por Paula Kohan Deborah Tanner es una lingüista norteamericana que se ha dedicado a estudiar la forma en que los diversos estilos conversacionales -por género, etnia, "tribu" o edadestablecen pautas decisivas de comunicación -o de incomunicación- entre las personas. En sus trabajos sobre cómo hombres y mujeres se desenvuelven de manera diversa en la conversación (You Just Don´t Understand; Women and Men in Conversation; Género y discurso), Tannen parte de unos estudios que realizaron hacia fines de los setenta Andrew Hacker y la socióloga Catherine Kohler Riessman (Divorce talk) en los que la mayor parte de las mujeres entrevistadas -y muy pocos hombres- dijeron que la falta de comunicación había sido la causa principal de su divorcio. En sus propias investigaciones, las quejas de las mujeres en relación a sus maridos por lo general focalizaban menos en inequidades tangibles tales como la renuncia a una carrera para acompañar al esposo en la suya, o la de ir mucho más allá de la equidad en la división del trabajo relativa a los quehaceres de la limpieza y de la cocina. En lugar de eso, las mujeres se referían a problemas en la comunicación: "El no me escucha", "El no me habla", eran las quejas más frecuentes. Tanner observó, al igual que aquellos colegas de la década del setenta, que las mujeres desean antes que nada que sus parejas sean compañeros conversacionales. Sin embargo, pocos hombres comparten esta expectativa con las mujeres. La imagen que mejor representa la crisis corriente en la pareja es la escena de historieta en la que el hombre se sienta a almorzar con el diario tapándole la cara, mientras la mujer permanece detrás con deseos de conversar. Tannen cuenta que fue invitada a una reunión de mujeres a la que, a último momento, habían sido invitados los hombres. Un hombre se había mostrado particularmente conversador, ofreciendo con frecuencia ideas y anécdotas, mientras su mujer permanecía silenciosa junto a él. Hacia el final de la noche, Tanner comentó que por lo general las mujeres se quejan de que sus maridos no les hablan. El hombre en cuestión rápidamente intervino y dijo, señalando a su mujer: "Ella es la conversadora de nuestra familia". La carcajada general resonó con estruendo. El hombre parecía herido. "Es verdad", explicó. "Cuando llego a casa no tengo nada que decir. Si ella no mantuviera la conversación, permaneceríamos en silencio". Este episodio cristaliza la ironía de que si bien los hombres tienden a hablar más que las mujeres en ámbitos públicos, a menudo hablan menos en casa. Este patrón de conducta suele producir estragos en la pareja. ¿Cómo es que las mujeres y los hombres tienen impresiones tan diferentes sobre la comunicación en el ámbito de la pareja? Al parecer parte del orígen de estas disimilitudes debería ser rastreado en la forma diversa en que juegan los niños y las niñas, en las estructuras organizacionales y en las normas interactivas de cada género. Para las mujeres, como para las niñas, la intimidad es la fábrica de las relaciones, y la conversación es el hilo con que se hilvanan. Las niñas crean y mantienen amistades a través del intercambio de secretos; en forma análoga, las mujeres encuentran en la conversación el pilar de la amistad. La mujer espera que su pareja sea una nueva y mejorada versión de su mejor amiga. Lo que prevalece en importancia para ella no es tanto el tema individual acerca del cual se discute, sino el sentido de intimidad, de vida compartida que emerge cuando las personas dicen lo que piensan, lo que sienten y cuentan sus impresiones. Los vínculos entre niños varones pueden ser tan intensos como los de las niñas, pero están menos basados en la conversación que en el emprendimiento de actividades conjuntas. Como no consideran que la conversación sea el pilar de las relaciones, los hombres no suelen saber qué tipo de conversación desean las mujeres, y no extrañan la conversación cuando ésta no tiene lugar. Los grupos de niños varones serían más numerosos, más inclusivos, más jerárquicos, y en ellos se lucharía para evitar estar en una posición subordinada en el grupo. Esta estructura podría influir en las quejas de las mujeres en relación a que los hombres no las escuchan. Cuando conversan, los hombres estarían más interesados en ofrecer report (información), y las mujeres ofrecerían y requerirían raport (empatía y comprensión). La mujer que de noche le cuenta a su pareja lo que hizo durante el día no desea que se le ofrezcan soluciones a sus problemas -tal como hacen muchos hombres- sino simplemente ser escuchada y comprendida. Los estudios de Tanner sobre los estilos conversacionales son muy interesantes para sumar una pieza más al arduo rompecabezas de la comunicación humana. Parecería de suma importancia, no obstante, no erigir en fundamento omniexplicativo el rico concepto de estilo conversacional. Otros principios causales tienen un importante papel para jugar en el análisis de la comunicación humana. Parecería importante también no resignarse meramente a reconocer la diversidad de estilos conversacionales sino, en la medida de lo posible, promover cambios viables de modo que los distintos estilos no resulten inconmensurables.