LA VIDA COMO OBRA DE ARTE SEGÚN NIETZSCHE Y WILDE Autor: Juan Herrero Senés Los rasgos del principio de siglo europeo son: la angustia existencial, las fantasías de autodestrucción, el irracionalismo, el intento de escapar del comercialismo y de la preponderancia económica, el sincretismo, el culto a la belleza, la conciencia de la decadencia (pesimismo), la crítica de la civilización democrática, la obsesión por la muerte desde la perspectiva individual, la exclusión total de ideales de compasión o regeneración social, el cosmopolitismo mezclado con el nacionalismo. Nihilismo y decadencia, en términos de la acepción que les confiere Nietzsche. Nihilismo, entendido como rechazo radical del valor, del sentido, y de la deseabilidad. Decadencia, resumida como la caída, la descomposición, el desechar. ¿Cómo actuar ante la falta de sentido? Si los hombres reconocen la falta de sentido y valor; si lo aceptan, si lo soportan, si lo superan, pueden adaptarse a la inocencia del devenir, admitiendo –y hasta amando- una buena dosis de azar y sinsentido. Partiendo del nihilismo, los hombres deben generar una transvaloración, generar nuevas interpretaciones. Para ello existen diversas formas, las que tienen su mas perfecta síntesis en la capacidad de hacer que la vida devenga arte; donde una acción buena sea aquella a la que la conciencia ha dicho “Sí”. Como si una obra fuese bella porque place profundamente al artista. Pero la dificultad radica en que los europeos se han vendido a un puñado de hechos matando así bienes tan preciados como la ilusión, la imaginación, el pensamiento, la facultad de generar nuevos ideales. El pensamiento mismo ha quedado convertido en cálculo bajo el exclusivo criterio de la eficacia pragmática, por lo que las virtudes intelectuales se esclavizan al beneficio práctico inmediato. La inocencia del devenir afirma: todo devenir es inocente, no hay finalidad. Las cosas no son nada en sí mismas ni son inmutables, sino que su fundamento lo constituye el conjunto de fuerzas en continuo movimiento que generan la posibilidad de su sentido y su valor. Mucho mejor lo explica Deleuze: “la esencia de una cosa se descubre en la cosa que la posee y se expresa en ella (…) La esencia es siempre el sentido y el valor”. La realidad aparece como devenir sin razón que l justifique; por lo tanto es inocente. La trascendencia es reemplazada por la inmanencia. La inmanencia convierte al mundo en algo de lo que no podemos decir su valor, ya que no hay nada exterior respecto al cual evaluarlo; por eso, optimismo y pesimismo no tienen sentido. Para entender lo que la “inocencia del devenir” sugiere, es necesario indagar en la interrelación de tres conceptos motrices: paradoja, vida y arte. La Paradoja En la paradoja, la dialéctica entre verdad y falsedad queda adjetivada como algo exclusivamente mental (no real y metafórico). O lo que es lo mismo: toda paradoja es ya una interpretación, y demanda – a su vez- de otra interpretación que la desvele. La paradoja señala el carácter de la realidad, vista bajo la perspectiva de la inocencia del devenir. Bajo esta perspectiva, la relación entre vida y arte es paradójica. En la paradoja puede eliminarse el “principio de no contradicción” como criterio de construcción de juicios sobre la existencia. Así, alcanzamos algunas perspectivas novedosas: 1) Las cosas no son nada en sí mismas (de forma constitutiva e inmutable); 2) Las cosas son –así- un constante devenir otras cosas; 3) No existe la contradicción sino la univocidad. Al eliminarse el principio de no contradicción, queda constituido otro principio: el perspectivismo. La perspectiva no es falsa ni verdadera, sino la huella de una pequeña parte de la totalidad de lo observado. Las paradojas pueden pensarse de diferentes formas: a) Como “resultado” Aún cuando en el devenir no haya fines ni metas, hay resultados. En primer lugar, resultado se entiende como punto final de un proceso productivo. En un segundo sentido resultado se comprende como un desvelamiento de un carácter hasta ahora oculto de lo acontecido. Así, la paradoja (integrando ambos sentidos) aparece apuntando al carácter de “forma bella” del sinsentido nacido de un devenir apariencial. La paradoja permite comprender el resultado de procesos de gran complejidad evolutiva. b) Como “tropo” Aquí, la paradoja queda entendida como recurso retórico de todo lenguaje que incita y promueve la creación de nuevos sentidos. La paradoja como tropo nacido del propio lenguaje, y que desafía sus fronteras otorgándole a cualquier afirmación sobre la realidad un matiz subversivo. Wilde sostenía que no es muy difícil convertir la verdad en una paradoja. Lo único que hace falta, afirma, es usar la imaginación, facultad humana que pasa a ser valorada por encima de la razón. Imaginación entendida como capacidad de generar nuevos sentidos; facultad creativa. La realidad no está fija, sino en devenir, por lo que es paradójica. Expresa el predominio momentáneo de una interpretación sobre otra. c) Como “ilusión” Es decir, como ilusión que produce el lenguaje al ser usado, porque en realidad los contrarios no existen, sino una infinita cadena de gradaciones, donde lo óntico se descompone en acciones. Nietzsche decía que el conocimiento es por definición, un falseamiento de la realidad. El hombre llama verdades a sus errores irrefutables. Una indecible cantidad de dolor ha venido a incorporarse al sentimiento humano por el hecho de haber creído ver contrarios en lugar de transiciones. d) Como “criterio valorativo” A falta de la paradoja, el pensamiento se queda sin la posibilidad de subvertir y “darle la vuelta” a cualquier afirmación. El pensar deviene, pensamiento único, ideología, credo. Asumir la paradoja como criterio valorativo a la hora de tomar decisiones, o de atravesar experiencias y posteriormente reflexionar sobre ellas, permite no estancarse nunca en un credo o sistema. La paradoja tiene una alta eficacia para acercarse cognitiva y éticamente a los actos. En síntesis: El carácter del ser humano es íntimamente paradójico. Así, resulta ser que el “hombre de acción” es una persona que vive más de sus sueños, fantasías, creencias, constructos mentales, etc., que del contacto con realidades. Es hombre aquel que asume el carácter contradictorio de la existencia, en general, y de la suya propia, en particular, y no necesita otra justificación de la existencia, más que su propio carácter contradictorio; es decir, su estilo. Este hombre paradójico es el hombre estético, aquel que interpreta estéticamente. Una interpretación puede ser definida desde un punto de vista cognitivo, como un proceso explicativo valorativo ilusorio. Proceso porque es movimiento; explicativo porque da razones y sentido; valorativo porque juzga y jerarquiza. E ilusorio, porque sabe que verdad y mentira no existen. Por eso una interpretación en el ámbito artísticofilosófico se fundamenta en amar la verdad sabiendo que es inalcanzable. La paradoja más fecunda y aquella que ahora nos interesa interpretar, es la existente entre vida y arte. La vida La vida no puede ser escrita, solo puede ser vivida, escribió Wilde. Para tematizarla deberíamos convertirla en un objeto, es decir, en aquello que en ningún caso puede ser. La vida es el fondo de todo. Aquello que no meramente hemos de suponer, sino que realmente siempre está ahí. No hay nada fuera de ella. Esto la hace devenir inocente, en tanto queda eliminada cualquier trascendencia. ¿Que raíz común junta vida y lenguaje? Saussure define la unidad básica de cualquier lenguaje, el signo, como la unión de un significante (la imagen, el sonido, la palabra), y un significado (el concepto). Por ejemplo, el signo melocotón incluye la palabra “melocotón” y la representación de ese fruto carnoso de color anaranjado. La vida es el signo de lo existente. La indiscernible unión del significante (materialidad), y el significado (sentido infinitamente interpretable de lo real). El significado de la vida (del signo mismo, no del lenguaje posibilitado por él) radica en el hecho mismo de ser a la vez significante. Es decir, la vida no es sólo uno o el otro, sino la siempre abierta significación, es decir, la generación de nuevos sentidos. El hecho de dotar a la vida del carácter de signo nos conduce (siguiendo el paralelismo de Saussure) a nombrar sus dos caracteres básicos: arbitrariedad (falta de necesidad o razón última) y temporalidad (estar hecha de tiempo). La temporalidad es aquí entendida con eterno retorno de instantes significativos. Dicho de otro modo: la vida es tiempo sin sentido. Sin perder de vista la idea de la vida-signo podemos atrevernos a un par de designaciones más: La realidad como lenguaje de la vida, y cada existencia concreta, cada acto, como un evento-particular-de-lenguaje (lo que Roman Jakobson llamo “speech event”, y Austin “speech act”, usualmente traducido como “acto de habla”, aunque aquí nos inclinamos por acto expresivo). Desde el punto de vista epistemológico, la vida solo es conocida en tanto realidad, que a la vez solo aparece en tanto que conjunto de existencias concretas. Así, el único acercamiento a la vida pasa por hacer un análisis de los factores constitutivos de cada existencia concreta. Los parámetros de estas hacen su aparición, solo si interpretamos cada existencia concreta como un evento particular de lenguaje, o acto expresivo; y por tanto, la vida en conjunto como un inmenso acto expresivo que los reúne a todos. Roman Jakobson propuso una taxonomía de los factores constitutivos de cualquier evento particular de lenguaje, que pueden ayudar a echar luz al concepto de vida según el modelo de la inocencia del devenir. Veamos algunos de estos factores. a) La vida-emisor La vida es afirmación constante de ella misma y de todo lo que incluye. Por lo que su raíz puede ser definida como instinto de crecimiento, de duración, de acumulación de fuerzas. La vida es caos, apertura originaria de todas las posibilidades, brecha primaria de senderos que se bifurcan y que exige un concreto decirle sí o no. La tarea de afirmar la vida involucra el esfuerzo de hacerla atractiva, la creación de formas superiores de existencia que tienen situado su horizonte de realización siempre en el futuro. Según Nietzsche, todo hombre tiene un deseo de una forma mas noble de vida que le sirva como afirmación de la propia existencia. Este deseo persigue encontrar una oportunidad mayor de expresión, esto es de irradiación de sentidos del propio ser, o –como diría Barthes- un estilo. El individuo nihilista (tipo supremo del débil en la jerarquía Nietzscheana) se define en su hacer y en su expresarse como aquel que dice “no” a la vida. Lo que el nihilista afirma es que “la vida no vale nada”. b) La vida-receptor Aquel que es rico en vida, no desprecia nada de lo que esta le ofrece. Experimenta. Rechazar las experiencias es detener el propio desarrollo. El hombre superior (para Wilde) es capaz de amar todo lo viviente, de sorprenderse, aun sabiendo que la vida se repite; aquel para quien nunca desaparece la alegría de vivir. Wilde emparenta esta “jovialidad” con el espíritu artístico; el encanto en la experiencia por sí misma. Tal hombre reconoce que tanto el placer como el dolor no son sino efectos necesarios de la búsqueda de una interpretación artística de la vida, una interpretación que reviste a la existencia de una forma bella. La belleza de la vida se da en la paradójica unión de forma e inocencia (de valor y sinsentido). c) La vida-mensaje En tanto que mensaje, la vida es un lugar que merece ser llenado, un espacio vacío de representación (…) (que ofrece) un incentivo para vivir al máximo cada momento. Ambos autores otorgan una gran importancia tanto a nociones como “instante”, “sensación”, “momento”, como a “variedad”, “contrastes”, “turbulencia”, “cambio”. Estos caracteres hacen a la vida maravillosa, pero a la vez nos la muestran reclamando una “forma”, que excitan en el hombre la voluntad de vivir (que es también creación de formas). d) La vida-código La vida tiene para Nietzsche el polémico carácter de “voluntad de poder”, esto es una mezcla y flujo de fuerzas, sentimientos, instintos, deseos, pulsiones, etc. Por eso dice: Llamamos “vida” a una multiplicidad de fuerzas…Todas estas fuerzas producen continuamente valoraciones que, elevadas a consciencia, generan el mundo de la ilusión, el cual (constituido por el pensar, el conocimiento, la voluntad, el juicio o el lenguaje) busca colmar esas valoraciones y además justificarlas, lo que significa dotarlas expresivamente de sentido y valor. Por su carácter de reflejo consciente, el mundo de la ilusión, como conjunto de interpretaciones por parte del individuo, está imbricado con la vida a todos los niveles, y por eso Nietsche puede decir que los mismos sentidos ya interpretan y transforman el mundo, al hacer que parezcan existir cosas similares e iguales. Esta falsificación o ilusión llevada a cabo por el cerebro es necesaria para vivir. Los problemas comienzan entre distintas formas de falsificación, esto es, de interpretación de la realidad. La afirmación expresiva de esta naturaleza conceptualizada como “voluntad de poder”, es decir de mi propia naturaleza en la apariencia de una forma bella, constituye lo que llamamos arte. Así lo ha señalado G.Vattimo: “Es arte toda la actividad de embestida de lo externo por parte de lo interno, de imposición a las “cosas” de las imágenes, fantasías, valores simbólicos, etc., inventados por el sujeto bajo el estímulo de emociones e impulsos instintivos”. Como es imposible eliminar la ficcionalidad, lo que es necesario (dice Nietzsche) es una transvaloración: convertir la verdad en verosimilitud, el juicio en interpretación, y la razón en selección y combinación de perspectivas. Por todo lo dicho se entiende que aquel que consigue justificar y amar su manera de vivir –pero no solo ante los otros sino también ante sí mismoestá libre de todo mal. Y todos sus actos de donación de sentido y valor aparecen en instantes concretos, devienen “acontecimientos”, “obras de arte”. El arte Dijimos que la vida podía ser definida como signo, la realidad como lenguaje, y cada existencia individual como un evento-particular-delenguaje. Siguiendo esa línea de definiciones, el arte quedaría renombrado como un habla de la realidad, esto es, una posible apariencia con forma de la realidad, una manera de decir y ser dicho en la cual cada existente concreto puede devenir acto expresivo. En tanto que habla, el arte se definiría como “la ilusión bella de anulación del sinsentido a través de la afirmación de un estilo propio.” El acontecimiento u obra de arte no comunica primordialmente intenciones, sino sentidos y valoraciones. Analicemos los factores constitutivos del acto expresivo que es, en cada caso, el evento del habla del arte. a) Emisor El emisor del arte es para Nietzsche y Wilde el individuo dotado de gusto, esto es de capacidad para juzgar y afirmar jerarquías que generan valores. Este es el artista que crea, de forma autoconsciente y deliberada, desde un punto de vista interpretativo, de sentido y valor, y desde un punto de vista apariencial, de forma bella. La obra artística posee el carácter de artificio que genera su propia significación sin necesidad de referirse a la realidad ni de ser sancionada por ella. Por este estatus de ficción consciente que tiene el arte, se facilita su función como creador, y no reproductor, de sentidos y valores puramente perspectivistas e incluso individuales. Creación y recreación son huella, en opinión de Nietzsche y Wilde, de que el origen del arte está vinculado esencialmente al placer. Por ello el arte significa invención específicamente humana del juego (inseparablemente vinculado a la forma) como lugar generador del placer. La divagación de la fantasía, la imaginación de lo imposible, más aún, de lo absurdo, deleitan por ser actividades sin sentido ni fin. El arte puede así definirse como la afirmación de la alegría por estar vivo y como una liberación de las pasiones y la energía contenida en el interior (la voluntad de poder), merced a algo que –por artificioso- no puede contradecirse con la realidad. b) Receptor Los receptores del arte son también los artistas, únicos capaces de juzgar el producto bajo estrictos criterios de creación estética. El producto es una ilusión, pero para el buen receptor, esta ilusión (que materialmente no es sino apariencia vinculada a una forma dotada de estilo) es una palestra donde se reafirman deseos, es decir, sentidos y valores propios de cada individuo proyectados al futuro. El artista se define, además, en su faceta de receptor, como aquel que es capaz de entregarse a la forma, de ilusionarse, lo cual incluye la capacidad de sentir grandes pasiones. El placer que el arte proporciona constituye una liberación del hombre en tanto ser que conoce, actúa y sufre, y no meramente una diversión o entretenimiento. c) Mensaje El mensaje primario de todo arte radica en la glorificación de la existencia, un amor a todo lo real, o –como dice Wilde- la facultad de ver la vida como un todo. d) Referente-contexto El contexto del arte es la cultura, esto es, la infinita variedad de la realidad y del hombre en cada instante, así como en el conjunto de posibles interpretaciones que el hombre puede dar de sí mismo, hayan o no acaecido ya. Por eso el goce artístico siempre es en realidad lo que Wilde llama “creación y destrucción de mundos”, esto es, generación de múltiples conjuntos de posibilidades de vida que nacen de la aplicación de la imaginación y la fantasía al análisis de ese caldo de cultivo que es la cultura. Estilo es la afirmación de una interpretación individual de la apariencia mediante una forma bella. e) Código El código del arte es la belleza (lo útil, lo necesario, lo moral, serían efectos colaterales) El arte es, en lo relativo a su codificación, una cuestión de gusto y estética. La apariencia bella, fruto del arte, nace de un complejo proceso de selección y combinación propiciado por la imaginación, en el que ciertos componentes de la realidad quedan idealizados. Por eso la vida queda afirmada y glorificada, y se produce – a la vez- algo que no existía antes, en la realidad. El artista, sabe que el arte vale más que la verdad; por eso se mantiene siempre transfigurador, independiente, escéptico, irónico. Tanto Nietzsche como Wilde se posicionan decididamente contra cualquier teoría que convierta a la obra de arte en una representación o copia de la realidad. El arte crea sus propias figuras y formas. Para situar esta noción no representativa del arte se vuelve necesario reconquistar el terreno de la subjetividad como espacio individual de la gran pasión por vivir como fuente de creación, y de la interpretación como conocimiento perspectivista de origen instintivo. f) Canal El canal del arte es la forma, que significa la intima unión de contenido y figura en una síntesis en la apariencia. La forma constituye, desde la propuesta estético-vital que venimos presentando, el camino para dotar de sentido y de valor, al sinsentido de la vida, al hecho de que el devenir no tiene ninguna meta. O, por decirlo de otra manera, la forma es la expresión bella de la afirmación de una fuerza. El paradójico arte de la vida Llegamos al lugar donde las tres líneas conceptuales que hemos venido siguiendo de forma individual, se juntan en un único punto. Hemos dicho que en términos de expresión de sentidos y valores, la vida podía ser definida como signo y la realidad como lenguaje. Lo concreto en la realidad – un individuo, un hecho- pasa a ser un evento-particular-delenguaje, un acto expresivo. Siguiendo con el paralelismo lingüístico, el arte es un habla posible dentro del lenguaje. La propuesta de la inocencia del devenir apunta al momento en que cada evento particular de lenguaje acontece en el modo del habla del arte. El habla del arte no transfigura ni maquilla la cosa que expresa, sino que, idealizándola, la deja brillar en su desnudez esencial, al apartar lo que la hace pesada, triste y afanosa (que es como la mayoría de los hombres ven los hechos de la vida). En síntesis, en el arte el acto comunicativo se presenta como un auténtico acontecimiento (algo importante, que marca un punto destacado en la serie de nuestras vivencias). Vayamos a la ontología que podría desprenderse de la interpenetración del habla del arte y el material de la vida. La realidad es lenguaje de la vida. En su aspecto espacio-temporal se denomina “la apariencia”. En la apariencia encontramos seres vivos, objetos, hechos, obras, pensamientos, etc. Todo esto lo vamos a englobar bajo la palabra “acto”. No obstante, la realidad es un constructo interpretativo muy elaborado, que no deja ver por qué hablamos de una inocencia y de un devenir. Y lo que nos interesa comprender es cómo las fuerzas que fluyen en el devenir conforman los actos. Sólo descomponiendo hermenéuticamente la realidad podemos entender su carácter de devenir. Para ello usaremos cinco caracteres ontológicos: acción, afirmación, expresión, acto y acontecimiento. Una acción podría definirse como la unidad mínima de la vida, una fuerza, una “irradiación de poder”. Un ser vivo no es más que un lugar de irradiación que se compone de múltiples secuencias de acciones. Lo fijo es una ficción, una ilusión. El conjunto de todas las acciones posibles es el "caos”. Una afirmación es una acción (o secuencia de acciones) a la que puede atribuirse un significado. El conjunto de todas las afirmaciones posibles es el “sinsentido”. Una expresión se define como una afirmación de sentidos y valores (por ejemplo: que pese a notarme cansado siga leyendo). El conjunto de todas las expresiones posibles es la “voluntad de poder”. Un acto, es una expresión en la apariencia (por ejemplo leer un libro, o un árbol). El conjunto de todos los actos posibles es “la realidad”. Finalmente, un acontecimiento es un acto (o secuencia de estos) de forma bella (por ejemplo: terminar el libro cuando los primeros rayos del sol anuncian la mañana). El conjunto de todos los acontecimientos posibles es el “arte”. El conjunto de todos los anteriores conjuntos es “la vida”. El tránsito de las acciones a los acontecimientos, y cada tránsito intermedio, pueden ser conceptualizados como un devenir, puesto que la cosa nunca desaparece, sino que muta, se hace otra cosa sin dejar de ser la anterior. Un acontecimiento sigue siendo una acción, y una afirmación un acto. Pero solo el devenir de acto a acontecimiento en el plano de la realidad, por mediación de la actividad artística, introduce la inocencia en la apariencia. Por el arte, entonces, los actos devienen acontecimientos, es decir, suscitan nuevos sentidos y valores que son dignos de consideración. Sólo cuando mi vida es interpretada como obra de arte puedo permitirme intentar modelarla a cada instante. La perspectiva de la inocencia del devenir implica que la vida –en su totalidad- es interpretada como posible acontecimiento. Toda la realidad es interpretable. Pero existen múltiples interpretaciones. La inocencia del devenir se define como la interpretación de la realidad por el arte. Pero si la realidad es lenguaje y el arte no es mas que un habla (una secuenciación concreta del lenguaje) puede concluirse que la inocencia del devenir afirma implícitamente la autorreferencialidad de la vida misma. La vida solo es juzgada por sí misma. La vida se dice con grandeza formal en el arte (donde pierde su pesadez). En la inocencia del devenir, toda apariencia tiene forma, y esta belleza produce la ilusión en un individuo que afirma a cada momento su futuro, que convierte el sinsentido del caos en una cultura de la interpretación, originando una transvaloración, creando una jerarquía de estilo. Decir que el arte es el habla cuyos actos son siempre acontecimientos, es lo mismo que decir que tal acontecer es poético. La poesía es creación, algo que se hace. Que no es ni un estado, ni una pasión (algo que padecemos), sino una actividad. Roman Jakobson señaló que “la función poética consiste en la proyección del principio de equivalencia del eje de la selección, sobre el eje de la combinación”. Cuando usamos el lenguaje seleccionamos y combinamos. Pero cuando queremos hacer arte con las palabras, la combinación entre las palabras seleccionadas se produce ella misma buscando un efecto de precisión, unicidad y belleza en todo el conjunto. Aplicando el arte a la vida, diríamos: el arte es la creación de acontecimientos a partir de actos mediante la función poética. El artista es aquel que puede hacer que los actos devengan acontecimientos combinándolos selectivamente. Intentemos aplicar ahora todo lo dicho a la “apariencia”. La existencia de un individuo la constituye un conjunto de acciones, que en la realidad son actos. Tanto en la secuenciación de acciones como de actos se produce una selección y combinación. Esto no ocurre siempre de forma deliberada y consciente. Sin embargo, puede elegir. Así, el ser de los actos es su valor para el individuo en tanto que experiencias interpretativas en la secuencia de su propia vida. La vida de alguien consiste en una sucesión de experiencias con sentido y valor. La existencia se convierte en una obra de arte al ser conformada e interpretada según criterios poéticos. La inocencia del devenir, en tanto que proyecto individual de superación del nihilismo, propone la proyección del principio poético del eje del arte sobre el eje de la vida. ¿Cómo es posible la proyección del principio poético? Hemos dicho que el arte es un habla del lenguaje de la vida y que la inocencia del devenir aparece cuando el habla específica pasa a ser el habla de la realidad. Un habla posee un criterio de combinación, un criterio de selección, y un criterio de secuenciación. El criterio de combinación funda la sintaxis; el de selección la semántica; y el de secuenciación proporciona la retórica. Cuando prevalece el criterio de selección sobre el de combinación (dándose por resultado un acto bello o acontecimiento) tenemos una retórica poética. Es porque la sintaxis, la semántica y la retórica (en tanto que poética) posibilitadas por el arte pueden ser proyectadas como principios estructurales de la experiencia individual sobre la realidad, por lo que esta permite progresivamente su conversión hermenéutica en obra de arte. En la matriz biológica de la vida (para Nietzsche y Wilde) están ya las fuerzas artísticas. La realidad en la que el hombre está inmerso en su existir diario, es ya, sin que él sea consciente, una creación artística suya, merced a dos marcos de referencia. El primero de ellos refiere a la configuración de la apariencia como un conjunto de entes, de cosas, al ser la realidad asimilada por los sentidos y procesada en el cerebro. Los seres humanos en el mundo ordenan la información que sus sentidos les proporcionan y construyen una realidad donde existen objetos y personas, todos con perfiles definidos, y no un caos de impresiones. Esta afirmación del carácter óptico de la apariencia es, pese a su necesidad de origen neuronal, una ilusión. El segundo marco de referencia apunta a la ordenación y jerarquización de esta apariencia generada por los sentidos por medio del lenguaje, merced al cual se introduce sentido y valor a las cosas. El lenguaje procesa la realidad y ala vez la conforma, validándola para el sujeto que así se la apropia. Pero las palabras y sus significados no pertenecen a las cosas sino que el lenguaje está conformado por un conjunto de secuencias de metáforas de origen remoto y potencialidad proteica mediante el cual, la realidad, además de ser nombrada (sentido), puede ser jerarquizada (valor). Este carácter esencialmente metafórico del lenguaje nos devela su origen en los impulsos artísticos inherentes al ser humano. Mediante el lenguaje interpretamos la realidad, pero además es un instrumento con el pueden generarse nuevas realidades, ilusiones, o ficciones. Todo acontecer es interpretativo.