El programa de The Uses of Argument

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El programa filosófico de The Uses of Argument1
Lilian Bermejo Luque
UNED, Madrid
lilianbl@fsof.uned.es
1. Introducción: La reemergencia del interés en la argumentación
A pesar de que los orígenes de las tres disciplinas que tradicionalmente conforman el
estudio de la argumentación –la Lógica, la Dialéctica y la Retórica- se remontan casi
hasta los orígenes de la propia Filosofía, lo que hoy conocemos como Teoría de la
Argumentación tiene una historia reciente, y no necesariamente vinculada a la de la
Filosofía misma. En la segunda mitad del pasado siglo, autores como Chaim Perelman,
Stephen Toulmin o Charles Hamblin llamaron la atención sobre la idiosincrasia de la
argumentación en lenguaje natural y la necesidad de proponer modelos normativos
adecuados para ella. Sus respectivos enfoques inauguraron lo que autores como W.
Brockriede, J. Wenzel o J. Habermas2 han caracterizado como el devenir de la Retórica,
la Lógica y la Dialéctica en el ámbito de la Teoría de la Argumentación; esto es, el
desarrollo de distintos modelos normativos para la argumentación, a través de tres
concepciones alternativas de su objeto: la de la argumentación como un proceso
retórico, la del producto de ese proceso –i.e. los argumentos como objetos con
propiedades lógicas-, y la de la argumentación como procedimiento dialéctico.
Perelman, Toulmin y Hamblin son hoy día referencias indiscutibles dentro de la
disciplina y sus obras pueden verse, respectivamente, como un cuestionamiento de la
concepción meramente instrumental de la Retórica y de la Lógica como Lógica Formal,
1
El trabajo presentado en este texto ha sido financiado por el proyecto HUM2005-00365 y por el
programa “JUAN DE LA CIERVA” del Ministerio de Educación y Ciencia de España.
2
Referencia de C. Tindale (1999:3-4)
así como de la idea de que ningún modelo dialéctico puede ofrecer un tratamiento
sistemático de las falacias argumentativas clásicas.
En particular, en 1958 aparecieron dos libros, The Uses of Argument, de S. E. Toulmin,
y La Nouvelle Rhétorique. Traité de l’argumentation, de C. Perelman y L. OlbrechtsTyteca, que desde dos perspectivas muy diferentes, la lógica y la retórica, coincidían en
señalar la necesidad de desarrollar una propuesta teórica para analizar y dar cuenta de
las condiciones normativas de la argumentación en lenguaje natural. Además, en ambos
casos se destacaba el interés filosófico de la argumentación como práctica, y sus
proyectos aparecían ligados al deseo de ofrecer un marco alternativo para abordar el
estudio de la racionalidad.
Probablemente, la sociedad post-totalitaria de mediados de siglo constituyó un buen
contexto para la reemergencia del interés por la argumentación en Europa. Las
necesidades de las sociedades democráticas –en plena expansión legitimista, por
oposición a los modelos totalitarios próximos- hacían manifiesta su importancia como
instrumento para los asuntos públicos. Por su parte, la Filosofía estaba en medio de su
“segundo giro lingüístico”. Tanto la tradición anglosajona como la continental habían
puesto de manifiesto la necesidad de remitir a la estructura del lenguaje algunas de las
principales cuestiones filosóficas. Frege, Russell y el primer Wittgenstein, del lado de la
tradición analítica, y Heidegger y Husserl del lado de la llamada “Filosofía continental”
habían llevado a cabo el primer giro lingüístico de la Filosofía, caracterizado por una
concepción esencialista y referencialista del lenguaje. Pero tras él, la perspectiva
lingüística impuso un segundo giro al quehacer filosófico, dando lugar, a su vez, a las
concepciones pragmatistas y expresivistas de la así llamada ‘filosofía del lenguaje
ordinario’ y de la hermenéutica.
Para Toulmin y Perelman, hasta cierto punto representantes de las tradiciones analítica y
continental, respectivamente, el desarrollo del estudio normativo de la argumentación
cotidiana era parte de la empresa de buscar en el lenguaje natural y sus usos reales la
fuente principal para la investigación filosófica. Ambos compartían, además, la
conciencia de que tal enfoque tenía como obstáculo importante ciertas concepciones
dominantes en la época. Quizá debido a ellas, sus obras apenas recibieron atención por
parte de la comunidad filosófica, y sólo tras su periplo americano, sobre todo en
relación con los estudios sobre Comunicación y Retórica, lograron el reconocimiento
que merecían como textos fundacionales de la Teoría de la Argumentación.
El interés de Perelman en la argumentación estaba directamente relacionado con su
interés por la Ética y el Derecho. Su punto de partida era una reflexión epistemológica
respecto de la posibilidad de adquirir conocimiento sobre valores, bajo la asunción de
que no es posible evaluar la argumentación moral y jurídica en términos de relaciones
formales entre proposiciones. En este planteamiento subyacían, además, ciertas
concepciones sobre la razón y la racionalidad que, finalmente, le llevaron a buscar en la
Retórica el marco metodológico apropiado para una teoría de la argumentación como
ámbito de la comunicación razonable. De ese modo, una parte importante de La
Nouvelle Rhétorique se dedicaba a mostrar que el modelo epistemológico tradicional,
hasta la fecha dominante en Filosofía, resulta demasiado rígido para ser de aplicación en
el análisis y valoración de ciertas cuestiones, o en disciplinas tales como las
Humanidades, en las que las demostraciones concluyentes resultan necesariamente
esquivas. Esta nueva concepción de la Retórica se presenta como una alternativa a lo
que Perelman y Olbrechts-Tyteca denominan “el modelo cartesiano de racionalidad”. Es
por ello que La Nouvelle Rhétorique no es tan sólo un texto fundacional para la Teoría
de la Argumentación, sino también una obra de profundo calado filosófico.
Lo mismo ocurre con The Uses of Argument, la primera y principal obra sobre
argumentación de Stephen E. Toulmin. Como en el caso de Perelman, el interés de
Toulmin en la argumentación se encuentra estrechamente vinculado a su
distanciamiento del modelo epistemológico tradicional. Pero en lugar de cuestionar el
concepto de racionalidad derivado de él, Toulmin se centra directamente en el concepto
de justificación que caracteriza este modelo. Según Toulmin, la incapacidad de dicho
modelo para dar cuenta de la normatividad que subyace a la argumentación cotidiana se
debe a una concepción equivocada de lo que es la justificación. Por ello, en lugar de
intentar explicar porqué la argumentación cotidiana es racional, opta más bien por
mostrar que la incapacidad de los filósofos para explicar su racionalidad se basa en un
ideal de justificación que está equivocado.
The Uses of Argument es, efectivamente, una obra fundacional para la Teoría de la
Argumentación. El propio Toulmin, en su introducción, se muestra consciente de estar
inaugurando un ámbito de reflexión teórica al presentarla. Tales son sus palabras en las
primeras líneas, donde nos anuncia que su propósito es “llamar la atención sobre un
campo de investigación” (1958:1). Con ellas inicia su crítica al hecho de que la
argumentación real, cotidiana, haya recibido un tratamiento tan escaso e inadecuado por
parte de la filosofía moderna, y presenta su propio trabajo como un intento de remediar
este desinterés.
Toulmin asume, sin más, que tal campo de investigación pertenece a la empresa
filosófica general. En este sentido, debemos situar sus propuestas en The Uses of
Argument a la base de sus investigaciones sobre la naturaleza de la razón, la
racionalidad y el entendimiento, un proyecto que habría de desarrollar en obras como
Human Understanding (1972), Cosmopolis: The Hidden Agenda of Modernity (1990), o
Return to Reason (2001). Tales investigaciones subyacerían, a su vez, al resto de su
producción filosófica, a saber, sus más conocidos trabajos sobre Ética y Filosofía de la
Ciencia.
Por otro lado, The Uses of Argument está bastante alejada de las propuestas
contemporáneas en Teoría de la Argumentación, las cuales aparecen como modelos más
o menos sistemáticos para la interpretación, el análisis y la evaluación del discurso
argumentativo. Por el contrario, se trata más bien de una colección de ensayos que
perfilan una crítica radical a ciertas concepciones tradicionales sobre la lógica, la
epistemología y la probabilidad, la cual da lugar a una nueva perspectiva sobre la
argumentación como ámbito de la investigación sobre los conceptos de justificación y
racionalidad.
Sin embargo, ya en el prefacio a la edición de 1963, Toulmin se lamentaba de que The
Uses of Argument había tenido mejor recepción entre aquellos cuyo interés por el
razonamiento y la argumentación era más bien de tipo práctico, que entre aquellos
interesados en la argumentación debido a sus implicaciones filosóficas. En realidad,
hasta la fecha, ésa sigue siendo la situación con esta obra: a pesar de su preeminencia en
el ámbito de la Teoría de la Argumentación, las consecuencias filosóficas de sus
innovadoras tesis quedan aún pendientes de ser exploradas3.
3
En mi opinión, una explicación de tal situación debería tener en cuenta el hecho de que la apariencia
típicamente filosófica de The Uses of Argument fue relevada por la presentación sistemática de una teoría
del argumento en An Introduction to Reasoning (1979), su segunda obra sobre Argumentación, en
colaboración con Richard Rieke y Allan Janik. Cabe pensar que la recepción entusiasta de The Uses of
Argument por aquellos que se interesaban en el análisis y evaluación de la argumentación desde un punto
de vista más instrumental motivaron que Toulmin desarrollase sus ideas en forma de sistema. Pero la
presentación concreta de esta teoría ya no estaba tan conectada con las cuestiones filosóficas que
Nuestro objetivo en este trabajo es, en primer lugar, hacernos eco de las características
que hacen de The Uses of Argument una obra filosófica de primer orden. Esta intención
no responde tan sólo al deseo de ser fieles al espíritu de dicha obra y a los objetivos
teóricos que Toulmin perseguía con ella, sino también al de dar cuenta de la naturaleza
filosófica de la propia Teoría de la Argumentación, tanto por lo que respecta a su origen
como por lo que tiene que ver con sus implicaciones y referencias inmediatas. En
segundo lugar, intentamos mostrar el modo en que dichas tesis pueden configurar una
propuesta concreta dentro de la Teoría de la Argumentación, i.e. un modelo normativo
para los argumentos, entendidos como objetos que representan las propiedades
semánticas de las inferencias que hacemos al argumentar y al razonar.
2. La crítica a la Lógica Formal
Para abordar adecuadamente el análisis de The Uses of Argument, es imprescindible
tener en cuenta el trasfondo filosófico al que Toulmin se remite con su proyecto de
desarrollar un marco para la argumentación en lenguaje natural. En este sentido, es
relevante que su formación como filósofo tuviera lugar en Cambridge y Oxford, bajo la
influencia de la obra del segundo Wittgenstein y de la llamada “filosofía del lenguaje
ordinario”. La centralidad teorética de la práctica sobre la estructura pasa a ser también
un rasgo fundamental de la explicación que Toulmin va a ofrecer sobre la naturaleza de
la argumentación y las fuentes de su normatividad. De hecho, una de las características
más sobresalientes de su trabajo es tomar como punto de partida la sospecha contra la
concepción tradicional de la justificación, según la cual, la normatividad argumentativa
dependería de la existencia de estructuras formales que determinarían de manera
necesaria la fuerza justificatoria de los argumentos. Esta perspectiva crítica encuentra en
el enfoque pragmatista de la filosofía del lenguaje ordinario un apoyo fundamental.
motivaron en un principio el proyecto de The Uses of Argument. Por otra parte, es esa presentación,
derivada de las ideas expuestas por primera vez en The Uses of Argument, lo que ha estado a la base de
buena parte del trabajo sobre argumentación dentro del ámbito de los Estudios sobre Comunicación, en
las últimas décadas. Probablemente, el éxito de tal presentación sistemática del modelo de argumento de
Toulmin dentro de este ámbito ensombreció la naturaleza y calado filosófico de The Uses of Argument.
Por otro lado, como señalábamos al comienzo, la obra de Toulmin se considera en la
actualidad un exponente del enfoque lógico dentro de la Teoría de la Argumentación. La
razón es la centralidad de su modelo de argumento: Toulmin desarrolla una propuesta
para los argumentos, entendidos como el producto de actos argumentativos, en lugar de
ocuparse de la actividad de argumentar como procedimiento o como proceso. No
obstante, sus propuestas son unas de las más influyentes hoy en día, no sólo entre los
lógicos informales, sino también entre retóricos, estudiosos de la comunicación y de la
composición discursiva, teóricos de la argumentación legal, etc. Ello sería sintomático
de la necesidad de encontrar una alternativa a la Lógica Formal para caracterizar un
concepto de valor argumentativo que es el que estaría a la base de muchos modelos
normativos contemporáneos, en tanto asumen el giro pragmático que encuentra en la
argumentación, como actividad, su objeto de estudio característico.
En este sentido, The Uses of Argument puede también verse como un análisis de la
naturaleza de la Lógica que respondería a la intención de recuperar una concepción de
esta disciplina como herramienta para la evaluación de la argumentación en lenguaje
natural. Al contrario que Perelman, Toulmin considera que es en la Lógica donde
debemos buscar un modelo normativo para la argumentación. Sin embargo, como
vamos a ver, su concepción de esta disciplina es tan distinta de la concepción tradicional
que resulta comprensible que, actualmente, apenas se le considere un crítico de la
Lógica Clásica, sino más bien uno de los padres de la moderna Teoría de la
Argumentación, en su enfoque lógico.
Según Toulmin, la Lógica no debe ocuparse ni de describir el buen razonamiento ni de
producir reglas para garantizarlo, sino de la “tarea retrospectiva” de decidir sobre el
valor de los argumentos, y con ello, sobre su capacidad de conferir justificación a las
afirmaciones que apoyamos con ellos. Pero entonces, la pregunta es: ¿hasta qué punto
puede una ciencia formal ocuparse de “la sensatez de las afirmaciones que hacemos –de
la solidez de las razones que producimos para apoyarlas, de la firmeza de los respaldos
que proveemos para ellas- o por cambiar la metáfora, (d)el tipo de caso que presentamos
en defensa de nuestras afirmaciones”? (1958: 7).
Toulmin observa que la Lógica ha experimentado un desarrollo sustancial debido a su
presentación como teoría de la inferencia formal y a su interés por una por exposición
sistemática de sus resultados, por las propiedades de los distintos sistemas formales y
por los fundamentos de la Matemática. Pero esta orientación vendría a amparar una
mala caracterización de la estructura lógica del discurso argumentativo, la cual habría
impedido el desarrollo de un marco teórico adecuado para dar cuenta de sus condiciones
normativas características. De este modo, todo el proyecto de The Uses of Argument va
a suponer, por un lado, una crítica al enfoque formalista de la Lógica, y por otro, una
redefinición de la propia disciplina, pues es bajo la propuesta de entender la Lógica
como el ámbito del estudio normativo de los argumentos que Toulmin niega que ésta
pueda ser una teoría sobre ciertas relaciones formales4. Dicha redefinición de la Lógica
se remontará hasta sus mismos orígenes en busca de legitimación: Toulmin encuentra
en la obra de Aristóteles la motivación de su propia empresa.
Según Toulmin, la intención de Aristóteles, desde los Primeros Analíticos a los Tópicos,
era desarrollar una disciplina capaz de proporcionar criterios para “la evaluación
práctica de los argumentos”. Sin embargo, en su opinión, la ambición de Aristóteles de
hacer de tal disciplina una epistéme apodeiktiké, una ciencia demostrativa, le llevó a
fundarla sobre las relaciones formales que existen entre cierto tipo de proposiciones.
Como cuestión de hecho, tal concepción de la disciplina se hizo camino históricamente,
de manera que el interés en la evaluación práctica de los argumentos fue reemplazado
por el desarrollo de una ciencia dedicada al “estudio de una clase especial de objetos
llamados ‘relaciones lógicas’” (1958: 4). Dichas relaciones lógicas habrían sido
entendidas, bien como “leyes del pensamiento”, en un intento por vincular la Lógica al
razonamiento, bien como relaciones completamente independientes de cualquier estado
mental, en un intento de preservar la normatividad de la Lógica de cualquier referencia
descriptivista. En cualquier caso, se asumió que la Lógica era una ciencia formal cuyo
fin era determinar relaciones formales de implicación y contradicción entre
proposiciones.
Esta concepción, a día de hoy, sigue siendo predominante. La mayoría de los lógicos
actuales conciben su trabajo como la presentación sistemática y formalizada de
conjuntos de “verdades lógicas”, con total independencia de la dimensión crítica de la
Lógica como instrumento para la evaluación de los argumentos reales. Cuando se les
pregunta sobre el valor de su trabajo respecto de aquellas funciones que originaron,
según Toulmin, el interés por semejante disciplina, parecen asumir que la Lógica
Formal constituiría una herramienta para la evaluación de la argumentación en lenguaje
4
Respecto a esta cuestión, Toulmin menciona la influencia de las ideas de Gilbert Ryle respecto al
concepto de “validez” y su noción de “licencia inferencial”, (Ryle, 1949, 1950a y 1950b)
natural en tanto se complementase con una teoría adecuada de la formalización para
lenguajes naturales. Uno de los objetivos de The Uses of Argument consiste en mostrar
que tal respuesta no está únicamente equivocada, sino que tiene consecuencias muy
negativas respecto de la concepción de la justificación que asumimos y de las
posibilidades de defender la racionalidad de cierto tipo de argumentos.
3. La crítica de la epistemología tradicional
Íntimamente relacionados con su elucidación de la naturaleza de la Lógica, los
resultados más significativos de la reflexión toulmiana se relacionan con el concepto de
justificación y sus consecuencias respecto de temas tradicionales de la Epistemología,
tales como la racionalidad de las inferencias no-deductivas y la crítica del escepticismo
y del relativismo. En cierta medida, The Uses of Argument es también un trabajo sobre
epistemología: los argumentos del lenguaje natural, tal como aparecen en las prácticas
argumentativas cotidianas, son las herramientas mediante las cuales justificamos
nuestras afirmaciones y creencias de todo tipo. No hay nada más que el fenómeno
cotidiano de la argumentación para habérnoslas con la justificación de lo que afirmamos
y creemos. Por esa razón, la elucidación de las características que la práctica de evaluar
la argumentación debiera tener es una tarea de la mayor importancia para la Filosofía.
No sólo por sus implicaciones para la Lógica y la Epistemología, sino sobre todo,
porque involucra nuestras concepciones sobre la racionalidad y la legitimidad teorética.
Por otra parte, en tanto en cuanto nuestras prácticas reales, cotidianas, de evaluar
argumentos conforman el modo en que determinamos qué cuenta como creencias y
afirmaciones racionales y legítimas, la crítica de Toulmin a la concepción tradicional de
la justificación no pretende ser una revisión de estas prácticas. Al contrario, Toulmin
trataría de mostrar que las explicaciones filosóficas de lo que queremos decir cuando
aducimos que “ésa es una mala razón” o que “tal opinión carece de justificación” son
defectuosas. De hecho, respecto de este concepto de justificación, Toulmin va a llamar
la atención sobre una profunda y dolorosa divergencia entre la Filosofía y el sentido
común. En su opinión, “nadie la ha expresado mejor que David Hume, quien reconocía
ambos hábitos de la mente en una y la misma persona –a saber, él mismo” (1958: 10).
Según Toulmin, Hume, “mientras sigue implacablemente las conclusiones a las que –
como filósofo- sus doctrinas lógicas le conducen, al mismo tiempo muestra con gran
perspicacia y honestidad la esquizofrenia involucrada en intentar reconciliar estas
conclusiones filosóficas con la práctica de su vida cotidiana” (1958: 164). En
reconocimiento de esta divergencia, la mayoría de filósofos habrían asumido la
superioridad de la Filosofía; pero al precio de hacer de sus propias opiniones algo más
bien “exótico” para el resto de sus congéneres. En cierto sentido, la intención de
Toulmin en The Uses of Argument es proponer una cura para el filósofo.
Como decíamos, en opinión de Toulmin, éstas son cuestiones sobre la práctica de la
Lógica. Por esa razón, en su tratamiento de la cuestión de la naturaleza de esta
disciplina, comienza por caracterizar la práctica de evaluar argumentos, analizando los
conceptos que empleamos para llevarla a cabo. Al criticar la concepción formal de la
lógica, lo que busca es elucidar hasta qué punto los criterios formales para establecer
conclusividad, demostración, necesidad, certeza, validez o incluso justificación resultan
adecuados realmente. Sólo después de llevar a cabo esta tarea intentará Toulmin
contestar qué es una Lógica “teórica”, y también en qué medida una disciplina dedicada
a la evaluación lógica de la argumentación real, puede aspirar a convertirse en una
ciencia. Toulmin tiene una respuesta negativa, y su alternativa será una concepción de
la Lógica como “jurisprudencia generalizada”.
4. Probabilidad: El enfoque referencialista
En línea con la idea de analizar los conceptos relacionados con la práctica de evaluar
argumentos, otra de las aportaciones originales y críticas de The Uses of Argument tiene
que ver con el concepto de probabilidad. Toulmin también parte aquí de un enfoque
pragmático, pues en lugar de ofrecer un análisis del concepto de probabilidad, busca dar
cuenta de las “funciones prácticas de los términos ‘probablemente’, ‘probable’ y
‘probabilidad’ en la formulación y la crítica de los argumentos” (1958: 45). Más aún, su
intención es establecer una continuidad entre los términos modales aléticos, como
“posible” o “necesario”, y los términos probabilísticos. Tal continuidad apelará a la
similitud de sus funciones dentro de las expresiones cotidianas que los contienen. Como
vamos a ver, esta concepción de la probabilidad resultará un elemento crucial para dar
cuenta de la naturaleza de la Lógica como disciplina crítica.
Para ilustrar sus propios puntos de vista, Toulmin los contrasta con dos concepciones
clásicas de la probabilidad: la de William Kneale en Probability and Induction (1949) y
la de Rudolph Carnap en Logical Foundations of Probability (1950). Ambos trabajos
van a ser criticados por oscurecer, en lugar de aclarar, el significado de los enunciados
de probabilidad, tal como surgen cotidianamente. Según Toulmin, Kneale al menos
adopta ese objetivo, a pesar de no lograrlo (1958: 54-57). Pero Carnap ni siquiera se
muestra interesado en dar cuenta del significado ordinario de términos como
“probable”, el cual rechaza como “pre-científico”.
Tal como Toulmin señala, la posición de Carnap es el resultado de un intento de evitar
el subjetivismo, es decir, la opinión de que los enunciados de probabilidad se refieren a
las creencias de los sujetos sobre el mundo, en lugar de al mundo mismo. Toulmin está
de acuerdo con el objetivo de evitar el subjetivismo, pero no con el remedio que Carnap
propone. Como es sabido, Carnap distingue dos nociones de probabilidad: probabilidad
1, que sería equiparable al grado de apoyo que un conjunto de evidencia aporta para
sostener una hipótesis, y probabilidad 2, que vendría a corresponderse con la frecuencia
relativa de un suceso entre otros. Siguiendo el análisis de Toulmin vemos que ambas
nociones involucran una explicación referencialista de los términos probabilísticas; así,
su alternativa será una explicación expresivista capaz de evitar la confusión entre los
apoyos que tengamos para afirmar propiamente que algo es probable en cierto grado, y
el verdadero significado de los términos probabilísticos.
5. La explicación expresivista de los términos probabilísticos
Según Toulmin, ambas concepciones de la probabilidad de Carnap fallan a la hora de
dar cuenta del uso cotidiano de los términos probabilísticos:
En este sentido, las relaciones de apoyo están en el mismo barco que las frecuencias. En la
práctica, no damos el nombre de ‘probabilidades’ a los grados de apoyo y confirmación como
tales: sólo en la medida en que estamos interesados en la hipótesis h, y la evidencia total que
tenemos a nuestra disposición es e, se convierte la relación de apoyo que tiene a h y a e como sus
argumentos en una medida de la probabilidad que estamos autorizados a adjudicar a h. Con las
relaciones de apoyo, al igual que con las frecuencias, la conclusión a la que llegamos sobre h a la
luz de la evidencia disponible, e, esto es, que estamos autorizados a confiar en h en cierta
medida, no es una mera repetición del apoyo que e presta a h: es, de nuevo, una conclusión que
extraemos de ella. (1963: 81)
De este modo, cuando decimos que la probabilidad de h es tal y tal, no nos estaríamos
refiriendo ni a la evidencia de que disponemos ni a la frecuencia relativa del hecho
descrito por h. Lo que haríamos sería más bien considerar que tal evidencia o tal
frecuencia relativa nos permiten “contar con que h” en tal y tal grado, o decir que h es
aceptable en tal y tal grado. De ese modo, lo que es probable es h, pero no hay nada en
el hecho representado mediante una afirmación de que h es probable que se corresponda
con la denotación del término “probable”: ni su frecuencia relativa entre otros eventos,
ni la evidencia que nos permite usar el término para avanzar h con tal o cual grado de
fuerza asertiva. Según Toulmin, deberíamos rechazar el hablar de probabilidades en
términos de grados de confirmación o de apoyo, porque el grado de confirmación o de
apoyo de una afirmación depende de la relación entre la evidencia aducida para
presentar esa afirmación y la afirmación misma, mientras que el grado de probabilidad
de una afirmación sería una propiedad de esa afirmación.
Es en este sentido que Toulmin se considera dispensado de dar cuenta de la “ontología”
de la probabilidad. Para él, es igualmente adecuado entender los enunciados de
probabilidad en términos de apoyo evidencial o en términos de frecuencias relativas,
siempre y cuando no tomemos ni lo uno ni lo otro como “el verdadero designatum de la
palabra ‘probabilidad’, sino como distintos tipos de razones, a cualquiera de las cuales
se puede apelar adecuadamente, en los contextos y circunstancias apropiados, como el
respaldo de una afirmación de que algo es probable o de que tiene una probabilidad de
tal o cual magnitud.” (1958: 69).
En consonancia con este enfoque pragmático para la caracterización de la probabilidad a
través del uso de las expresiones que contienen términos probabilísticos, Toulmin va a
comparar los análisis de John L. Austin de expresiones como “sé que S es P” vs. “S es
P”, o “prometo que haré S” vs. “haré S”, con el uso de expresiones como “S es
probablemente P”. Siguiendo estos análisis de Austin sobre las condiciones de
asertabilidad de las primeras expresiones, Toulmin llega a la conclusión de que decir
que S es probable en cierto grado es decir que, de acuerdo con los estándares
practicables en un campo o ámbito, S merece ser considerado o aceptado en cierta
medida. Las condiciones de asertabilidad de una afirmación probabilística dependen del
tipo de evidencia de que disponga el hablante, pues es esta evidencia la que le legitima
para usar un término probabilístico determinado y no otro. Pero el término mismo no
representa una función respecto de esa evidencia: decir que h es probable es decir algo
de h, no de h, dada tal y tal evidencia. El significado de los términos probabilísticos
consistiría, pues, en calificar nuestras afirmaciones, en el sentido de los compromisos
que contraemos con ellas. Pero éstos no tendrían un uso referencial, y por ello no serían
relativos a ninguna evidencia. De lo contrario, difícilmente podríamos discrepar sobre
nuestras adscripciones de probabilidad a base de considerar si la evidencia que hemos
aducido para presentar cierta afirmación resulta adecuada para dar cuenta del valor de
probabilidad de la proposición. En cambio, esto es precisamente lo que hacemos cuando
cuestionamos el valor de las razones aducidas para hacer afirmaciones calificadas
probabilísticamente.
Por otra parte, Toulmin destaca el hecho de que el que los términos probabilísticos
cualifiquen nuestras afirmaciones –en el sentido de permitirnos avanzar una hipótesis
con cierto grado de compromiso, preservándonos del grado de compromiso de una
afirmación neta- no significa que sean capaces de preservarnos de cualquier
compromiso: cuando decimos que S es probablemente P, nos comprometemos con que
S sea P a menos que ciertas contingencias, explícitas o implícitas, ocurran, a saber,
aquellas que nos permiten decir que S es probablemente P, en lugar de que S es P, por
ejemplo. En ausencia de estas contingencias no tendríamos ninguna razón para guardar
nuestras afirmaciones con un calificador probabilístico y por ello, nuestro uso del
término sería incorrecto.
En ese sentido, Toulmin considera que el uso de los términos probabilísticos, al igual
que el del resto de calificadores, está regulado por los estándares aplicables dentro del
ámbito o campo al cual pertenece la afirmación que calificamos mediante ellos. Pero,
argumenta, no deberíamos confundir esos estándares con el significado mismo del
término calificador. Tal como Toulmin explica:
Un matemático que realmente identificara la imposibilidad y la contradicción no tendría palabras
con las que rechazar las contradicciones a partir de su teoría; y al hacer las probabilidades
idénticas al soporte evidencial, nos estaríamos privando de los términos mismos con los que, de
hecho, extraemos en la práctica conclusiones a partir de la evidencia que las apoya (1958: 83)
En su opinión, cada campo tiene sus propios estándares para determinar el uso de los
términos probabilísticos y del resto de términos que cualifican nuestras afirmaciones.
Así, el tipo de evidencia que se requiere para establecer el grado de probabilidad de una
afirmación como “esta vez ganará el centro izquierda” es diferente del tipo de evidencia
que se requiere para establecer el grado de probabilidad de afirmaciones como “el
cometa no va a chocar con la luna”, y a su vez diferente de la que se requiere para
establecer el grado de probabilidad de una afirmación como “si lo hubiese sabido antes,
no habría ido”. Sin embargo, como he defendido en Bermejo Luque (2006), esto no
significa necesariamente, como algunos autores han interpretado, que existan diferentes
estándares para el uso de los términos calificadores. Ello equivaldría a considerar que el
uso de estos términos es heterogéneo de campo a campo, lo cual favorecería una
perspectiva relativista respecto de la evaluación de los argumentos que, a mi modo de
ver, chocaría con la filosofía anti-escepticista de Toulmin.
6. Verdad y probabilidad
Como hemos visto, Toulmin sostiene que los términos probabilísticos no se refieren a
nada, sino que califican nuestras afirmaciones de cierta manera, a saber, con el tipo de
reservas que nos autorizan a usar esos términos adecuadamente. En ese sentido,
considera que los términos probabilísticos son como los términos modales que expresan
necesidad, posibilidad e imposibilidad. Pero también como el operador de verdad: ser
verdadero, posible, necesario o probable no es una propiedad del mundo, sino a lo
sumo, una propiedad de nuestras representaciones sobre el mundo, un predicado de
segundo orden del que disponen los lenguajes naturales con el fin de hacer explícitos el
tipo de razones que nos autorizan a calificar una proposición de tal y cual forma y el
grado de compromiso que adquirimos con nuestras afirmaciones.
Sin embargo, como veíamos, ser probable –al igual que ser posible o verdadero- es una
propiedad objetiva de nuestras afirmaciones, que no depende de nuestras creencias y
que no es relativa a la evidencia. Los grados de probabilidad, así como la verdad o
cualquier propiedad modal, no son en absoluto una cuestión de creencias o grados de
creencia, por más que cualquier afirmación que contiene un calificador de este tipo sea
capaz de transmitir información sobre lo que cree el hablante; pues “lo que una
proferencia afirma realmente es una cosa: lo que implica o da a entender a la gente, es
otra” (1958: 52). Cuando decimos que probablemente va a llover, estamos hablando
sobre el tiempo, no sobre nuestras creencias. Decir que es probable que llueva es señalar
un hecho objetivo del mundo, de cierto modo, a saber, señalando que dado el actual
estado de cosas, la lluvia no es descartable. Si estuviera completamente despejado,
“probablemente va a llover” sería, simplemente, una afirmación incorrecta, fuesen
cuales fuesen las creencias del hablante sobre el tiempo.
Por supuesto, siempre puede suceder que nos demos cuenta de que lo que
considerábamos evidencia a favor de cierta calificación de nuestra afirmación, en
realidad, no era tal. Pero es precisamente esto lo significa que las afirmaciones
probabilísticas son objetivas: nuestras estimaciones, tanto de probabilidad como de
verdad, son perfectibles mediante información adicional. Si refirieran a la evidencia de
un sujeto, no serían perfectibles. Como Toulmin dice:
Ciertamente, la estimación más razonable que un hombre puede hacer de la probabilidad de
cierta hipótesis depende, en todo caso, de la evidencia disponible –no de cualquier cúmulo de
evidencia que decida considerar, sino de toda la evidencia relevante a la que tenga acceso- pero
igualmente, depende del mismo tipo de evidencia si puede concluir razonablemente que una
afirmación es verdadera. (1958: 81)
En realidad, de acuerdo con Toulmin, decir que P es probablemente S sólo tiene sentido
en ausencia de evidencia en contra: por ejemplo, en ausencia de evidencia de que P es,
de hecho, S. En este sentido, no habría contraposición entre los términos probabilísticos
y el operador de verdad: es el mundo siendo como es lo que determina el tipo de
calificador que corresponde a cierta proposición, por más que nuestro uso de los
calificadores haya de remitirse siempre a la evidencia disponible, pues es en base a ella
que determinamos si tal uso es correcto o no.
El expresivismo de Toulmin respecto de los términos probabilísticos, y de los
calificadores, en general –incluyendo calificadores como “verdadero”, “posible” o
“necesario”- puede compararse con recientes propuestas deflacionistas en torno al
concepto de verdad5. En lo que sigue, me gustaría mostrar cómo estas tesis de Toulmin
se engarzan para dar lugar a una propuesta normativa sistemática para la evaluación
semántica de la argumentación. Tal propuesta no aparece explícitamente en The Uses of
Argument, pero constituiría, junto con la crítica a las concepciones heredadas sobre la
5
En concreto, es posible establecer un vínculo entre la concepción de los calificadores, incluyendo el
calificador “es verdadero”, con una teoría anafórica de la verdad, tal como ha sido presentada por
Brandom (1994). Éste es un tema en el que trabajo actualmente.
Lógica, la justificación y la racionalidad, una aportación fundamental a la Teoría de la
Argumentación actual.
7. El modelo de argumento de Toulmin
Según Toulmin, los argumentos surgen normalmente como intentos de responder al
cuestionamiento de nuestras afirmaciones. En ese sentido, un argumento sería un intento
de establecer una afirmación a través de una razón. La afirmación que intentamos
establecer y las razones que aducimos para apoyar esa afirmación son pues, dos
elementos principales que podemos distinguir en un argumento. Así, todo argumento
estaría compuesto de una afirmación (claim) y de las razones (ground, data) aducidas
para apoyar esa afirmación6.
Sin embargo, existiría un tercer elemento, que estaría presente incluso en las formas
más simples de argumento, al que Toulmin denomina garante (warrant). Los garantes
de los argumentos son los vínculos por medio de los cuales ciertas afirmaciones se
convierten en razones en tanto en cuanto se tornan pertinentes para apoyar nuestras
conclusiones; son las licencias de nuestras inferencias. Dentro de su modelo, Toulmin
no distingue realmente entre elementos comunes a todo argumento y elementos que,
simplemente, pueden aparecer en los argumentos. Pero los garantes, al igual que las
razones y las afirmaciones –y también igual que los calificadores, como veremos a
continuación- serían constitutivos de los argumentos.
El concepto de garante es clave en el modelo de argumento de Toulmin y, en general,
resulta fundamental para articular sus propuestas lógicas y epistemológicas. Mediante
este concepto, Toulmin aborda su caracterización de la inferencia “sustantiva”, la cual
está en el centro de la crítica de la Lógica Formal y del ideal deductivista de
justificación. De hecho, Toulmin dedica bastante atención a la identificación de los
garantes, insistiendo en sus diferencias respecto de otros elementos del argumento, en
especial, de las razones y de los respaldos.
6 Lo que llamo “razones” era designado “datos” en Toulmin, 1958, y “base”, en Toulmin, Rieke y Janik,
1979. Creo que el término “razón” es la designación más natural para este elemento, una vez que damos
cuenta de la diferencia entre él y el garante de un argumento.
Toulmin define los garantes como reglas, principios, licencias para inferir, o
cualesquiera “enunciados generales, hipotéticos, los cuales pueden actuar como puentes,
y autorizan el tipo de paso al cual nuestro argumento particular nos compromete” (1958:
98). Entiende que el garante de un argumento siempre puede hacerse explícito como el
condicional cuyo antecedente es la razón y cuyo consecuente es la afirmación del
argumento. Sin embargo, para destacar su carácter de regla, dice que la forma más
“natural” de expresarlos es: “‘Datos tales como D nos autorizan a extraer conclusiones o
a hacer afirmaciones tales como C’ o de manera alternativa ‘Dados los datos D, uno
puede decir que C’” (1958: 98).
En cualquier caso, los garantes no son ningún tipo de premisa, sino la forma explícita
del paso inferencial involucrado al derivar una conclusión-afirmación a partir de una
razón. Por ello, cuando se utilizan en un argumento, siempre se apela a ellos de manera
implícita. Así pues, su carácter de regla y el ser implícitos serían dos rasgos
característicos de los garantes respecto de las razones.
El garante también debe distinguirse de otro elemento característico del modelo de
argumento de Toulmin, a saber, el respaldo (backing). Los respaldos se definen como
“otras garantías” que permanecen “detrás de nuestros garantes” (1958: 103) para
mostrar su legitimidad. Los respaldos son la forma en que el hablante da respuesta a un
cuestionamiento sobre la aceptabilidad de los garantes. Son afirmaciones categóricas,
que sirven para justificar la legitimidad del garante. Aunque como decíamos más arriba,
Toulmin no distingue entre elementos constitutivos y no-constitutivos de los
argumentos, es de destacar que, al contrario que los garantes y las razones, los respaldos
no son elementos necesarios de los argumentos puesto que el garante de un argumento
particular puede concederse sin más cuestionamiento.
Para clarificar la distinción entre garantes y respaldos, Toulmin intenta mostrar en qué
sentido el tradicional concepto de “premisa mayor” resulta ambiguo. Consideremos el
siguiente silogismo:
Premisa menor: Petersen es sueco
Premisa mayor: Ningún sueco es católico
Conclusión: Petersen no es católico
Según Toulmin, si entendemos la premisa mayor de este argumento como una
afirmación categórica, la información de que ningún sueco es católico constituiría un
respaldo para nuestra inferencia de que Petersen no es católico a partir del hecho de que
es sueco. Sin embargo, también podemos entender que la premisa mayor es el garante
que autoriza esta inferencia, es decir, la regla que establece que si alguien es sueco,
entonces podemos concluir que no es católico.
Toulmin dice que el viejo problema de si debemos interpretar las proposiciones
universales como afirmaciones existenciales implícitas o como reglas generales es
consecuencia de no reparar en la distinción entre garantes y respaldos, y que puede
solucionarse si tenemos en cuenta que, algunas veces, la proposición general debería
entenderse como un enunciado-regla que no presupone la existencia de ningún objeto,
mientras que en otras ocasiones debe entenderse como la afirmación de un hecho
general. Según Toulmin, cuándo debamos interpretar una proposición universal en un
sentido u otro dependerá de la función que haya de cumplir esta proposición en el
argumento.
Un quinto elemento del modelo de Toulmin es el calificador modal (modal qualifier),
definido como “una referencia explícita al grado de fuerza que nuestras razones
confieren a nuestra afirmación en virtud de nuestro garante” (1958: 101). Toulmin no
dice que este elemento sea constitutivo de los argumentos. Sin embargo, si un
calificador es una referencia explícita al grado de fuerza pragmática con el que
afirmamos, debemos asumir que toda afirmación está calificada en tanto es una
proposición avanzada con cierta fuerza pragmática y que, por tanto, los calificadores
modales también son constitutivos de los argumentos.
Finalmente, los refutadores (rebuttals) son “circunstancias en las cuales la autoridad
general del garante habría de dejarse a un lado” (1958: 101). Así pues, el modelo de
Toulmin puede esquematizarse del siguiente modo:
RAZÓN--------------------(CALIFICADOR) AFIRMACIÓN
|
puesto que
a menos que
GARANTE----------------REFUTADOR
|
porque
RESPALDO
8. El concepto de campo de un argumento
Toulmin se muestra interesado en los argumentos en tanto que mecanismos
justificatorios, no en la argumentación como mecanismo persuasivo o deliberativo. De
hecho, a pesar de su título, The Uses of Argument no presta más atención a los usos de
la argumentación, o a sus condiciones pragmáticas, que la asunción de que se trata del
acto lingüístico de apoyar nuestras afirmaciones mediante razones, es decir, de intentar
justificar, pues considera que la justificación es el uso primario de los argumentos:
(…) ésta es, de hecho, la función primaria de los argumentos, y los otros usos, las otras
funciones que los argumentos pueden tener para nosotros, son, en cierto sentido, secundarias y
parasitarias de este uso primario justificatorio (Toulmin, 1958: 12)
Al mismo tiempo, rechaza la idea de que la justificación sea, en general, una cuestión de
reglas a-contextuales, tales como las de un sistema formal. Por el contrario, Toulmin
entiende que la justificación es, en buena medida, una cuestión que depende del campo
(field) en el que desarrollemos nuestras conjeturas.
Se dice de dos argumentos que pertenecen al mismo campo cuando los datos y las conclusiones
en cada uno de ellos son, respectivamente, del mismo tipo lógico: se dice que provienen de
campos distintos cuando el respaldo o las conclusiones en cada uno de ellos no son del mismo
tipo lógico (1963: 14).
Toulmin no ofrece ninguna explicación adicional sobre qué es para una proposición ser
de un “tipo lógico” o de otro, sino tan sólo una serie de ejemplos heterogéneos:
Las pruebas en los Elementos de Euclides, por ejemplo, pertenecen a un campo, los cálculos
realizados para preparar un volumen del Calendario Náutico pertenecen a otro. El argumento
‘Harry no es moreno porque sé de hecho que es pelirrojo’ pertenece a un tercer y más bien
peculiar campo (...). El argumento ‘Petersen es sueco, luego presumiblemente no es católico’
pertenece a un cuarto campo; el argumento ‘este fenómeno no puede explicarse completamente
en mi teoría, puesto que las desviaciones entre tus observaciones y mis predicciones son
estadísticamente significativas’ pertenece a otro; el argumento ‘esta criatura es una ballena,
luego es (taxonómicamente) un mamífero’, pertenece a un sexto campo; y ‘el acusado conducía
a 45 millas por hora en un área urbana, luego ha violado las leyes de tráfico’ viene de un séptimo
y distinto campo (1958: 14-5) 7.
Así, los argumentos pueden diferir enormemente según el campo al que pertenezcan y el
tipo de evidencia que se requiera para determinar que sus conclusiones son correctas.
Por ejemplo, la justificación de una predicción meteorológica implicaría un tipo de
argumento muy distinto del de un juicio moral, tanto por lo que respecta al tipo de
evidencia que se requiere en uno y otro caso, como por lo que respecta al tipo de
pertinencia sobre el caso que tiene cada uno de esos tipos de evidencia.
De ese modo, las preguntas cruciales para Toulmin son: ¿hasta qué punto la
justificación es el mismo tipo de actividad, independientemente del campo del que se
trate? Y sobre todo, ¿hasta qué punto la evaluación de los argumentos debería “apelar a
uno y el mismo conjunto de estándares, para todos los distintos tipos de caso que
tenemos ocasión de considerar”? (1958: 14).
Puesto que el punto de partida de Toulmin es la observación de prácticas
argumentativas reales, su primera evidencia es la variedad de afirmaciones para las que
producimos argumentos, así como la variedad de razones que pueden aducirse en favor
de nuestras afirmaciones. Mediante argumentos podemos apoyar tipos de afirmaciones
muy distintas: predicciones, valoraciones, juicios prácticos, etc., y sobre las más
variadas materias: desde la crítica de arte a las Matemáticas, pasando por cuestiones de
pequeña intendencia diaria o sofisticadas hipótesis científicas, y tantas otras. En cada
caso, el tipo de razones que aducimos depende de la naturaleza del caso en cuestión y
por esa razón, según Toulmin, los argumentos que pertenecen a campos distintos
normalmente involucran distintos tipos de transiciones lógicas desde las razones a las
conclusiones.
Sin embargo, Toulmin considera que la propiedad “estar justificado” ha de ser, hasta
cierto punto, el mismo tipo de propiedad cuando se predica de una creencia o
afirmación perteneciente a un campo u a otro. De ese modo, llega a la conclusión de que
7
En realidad, el concepto de “campo de un argumento” ha sido objetivo de bastantes críticas. En Bermejo
Luque (2006) daba cuenta de ellas y proponía una definición de esta noción que, considero, está libre del
tipo de problemas que los críticos han señalado, así como una explicación de la función que este concepto
habría de jugar entonces dentro de la Teoría de la Argumentación.
hay dos tipos de condiciones para determinar hasta qué punto un argumento es capaz de
proveer justificación para una afirmación o creencia: por un lado, entiende que hay
estándares dependientes de campo (field-dependent standards), los cuales vendrían a
recoger las condiciones para que una afirmación o creencia esté justificada, por ejemplo,
por razones morales, económicas, legales, matemáticas, médicas, o de cualquier otro
tipo. Y por otro lado, también reconoce estándares invariantes respecto a campos (fieldinvariant standards) que dan sentido a la idea de que la justificación de una afirmación
o creencia es el mismo tipo de propiedad, independientemente de su campo de
referencia.
Así, para dar sentido a la intuición de que justificar es el mismo tipo de actividad, sea
cual sea el campo, Toulmin propondrá la distinción entre la fuerza y los criterios de uso
de los calificadores.
9. Fuerza y criterios
Según Toulmin, el significado de los términos con los que calificamos nuestras
afirmaciones tiene dos aspectos: su fuerza y sus criterios de uso.
Toulmin parte del análisis del significado de “no se puede” (cannot), en tanto que
expresión con cierta carga modal, y observa que hay una variedad de situaciones en las
que podemos usar adecuadamente este término: bien para establecer imposibilidades –
físicas, matemáticas, etc.; bien para establecer impropiedades –lingüísticas, morales,
etc. Sin embargo, según Toulmin, todos los usos de este término están regidos por un
patrón común: “siendo P como es, debes desestimar cualquier cosa que involucre Q:
hacerlo de otro modo sería R e invitaría a S” (1963: 29).
Observando este patrón, Toulmin distingue dos aspectos del significado de los
calificadores: la fuerza y los criterios de uso. La fuerza de un calificador se relaciona
con las implicaciones prácticas de su uso (1958: 30), y es invariante de campo; por
ejemplo, siempre que decimos que algo es “posible” estamos significando
pragmáticamente que cabe considerarlo.
Por otra parte, los criterios de uso de los calificadores son “(…) las razones por
referencia a las cuales decidimos en cualquier contexto que el uso de un término modal
particular es apropiado” (1958: 30). Esos criterios determinan el significado de los
calificadores tanto como las consecuencias pragmáticas de su uso. Según Toulmin, su
función sería la de acarrear el tipo de calificación que dichos términos son capaces de
incorporar, pues las cosas no son imposibles, posibles o necesarias simpliciter, sino, por
ejemplo, moralmente, pragmáticamente, legalmente, económicamente, lingüísticamente,
lógicamente, físicamente, etc. imposibles, posibles, necesarias, etc. Según esto, Toulmin
entiende que los criterios de uso de los calificadores son dependientes de campo.
La fuerza de establecer que “a es imposible” sería descartar a como una opción. Esta
fuerza sería la misma, cualquiera que fuese el campo. Justificar es establecer cuál es la
fuerza con la que podemos avanzar una proposición. En este sentido, justificar una
afirmación, esto es, establecer el calificador que corresponde a esa afirmación, es hacer
el mismo tipo de cosa, sea cual sea el campo. Por otra parte, los criterios que determinan
el uso de un calificador serían dependientes del campo al que pertenece la afirmación:
por ejemplo, si a es una afirmación aritmética, los criterios para “a es imposible” serían
algo como “a contraviene tal y cual axioma de la Aritmética”. En ese sentido, establecer
qué calificador corresponde a una afirmación dependería del campo del argumento.
Según Toulmin, éste es el sentido en el que la justificación sería una actividad diferente
según tratemos afirmaciones morales, demostraciones lógicas o predicciones
meteorológicas, por ejemplo. En palabras de Toulmin:
“la fuerza de la conclusión ‘no puede ser el caso que…’ o ‘… es imposible’ es la misma sea cual
sea el campo: los criterios o tipo de razones requeridos para justificar tal conclusión varían de
campo a campo” (1958:36).
Por otra parte, hemos de tener en cuenta que Toulmin no se ocupa en ningún momento
directamente de cómo evaluar los argumentos, sino que se limita a ofrecer las líneas
maestras que se derivan de sus ideas sobre el uso de los calificadores, y su concepción
de la justificación. Muchos de sus intérpretes han asumido que Toulmin estaría
proponiendo dos tipos de estándares para la evaluación: estándares dependientes y
estándares invariantes de campo. Sin embargo, cabe señalar que todo lo relacionado con
la evaluación de los argumentos está sólo esbozado en The Uses of Argument, y que,
como he defendido en Bermejo Luque (2006), hay buenas razones para tomar con
cautela la afirmación de que los estándares dependientes de campo son estándares para
la evaluación, en lugar de criterios para el uso de los calificadores, esto es, razones para
avanzar nuestras afirmaciones mediante una u otra calificación.
10. El modelo jurisprudencial de argumento
Cualquiera que sea el campo al que remitan nuestros argumentos, la utilidad de éstos
como medio para justificar nuestras afirmaciones depende de que seamos capaces de
distinguir entre los que son aceptables y los que no, puesto que sólo los primeros
justifican nuestras afirmaciones. Al considerar la forma en que evaluamos los
argumentos, Toulmin distingue entre dos modelos alternativos: el geométrico y el
jurisprudencial. Según el modelo geométrico, la bondad de un argumento depende de si
dicho argumento puede ser caracterizado bajo cierta forma particular. Por el contrario,
según el modelo jurisprudencial, el tener una forma apropiada es sólo una cuestión
preliminar y la bondad argumental es más bien una cuestión del tipo de razones que
tenemos para apoyar una afirmación.
En realidad, el modelo de la jurisprudencia es más que una analogía para Toulmin: en su
opinión, las reglas lógicas comparten con las reglas jurídicas un mismo estatus
normativo: no son generalizaciones, sino estándares por medio de los cuales valoramos
ciertos objetos –argumentos, en el caso de la evaluación lógica, y acciones, en el caso de
la evaluación jurídica. Por otra parte, tal como Toulmin los presenta, los estándares de
tipo jurisprudencial para la evaluación de argumentos, precisamente por su naturaleza
pragmática, no remiten a principios que establecen ciertos contenidos –ni siquiera los
contenidos necesarios, a priori, que expresan las relaciones formales que mantienen las
proposiciones entre sí- sino más bien a las condiciones constitutivas de los actos en los
que sobrevienen los argumentos, en tanto que representaciones de inferencias –es decir,
los actos de aducir razones para una conclusión y los de razonar a partir de una
evidencia. En ese sentido, serían estándares basados en la pragmática de la inferencia, y
por ello, el modelo jurisprudencial resultaría ser un modelo constitutivamente normativo
para el análisis de los argumentos en tanto que representaciones de inferencias
particulares. O dicho de otro modo: al contrario que la concepción tradicional de la
Lógica como teoría normativa de la inferencia, la teoría de la inferencia de Toulmin
vendría a ser una empresa descriptiva respecto del propio concepto de inferencia, el cual
es en sí mismo normativo. Según éste, los estándares para la evaluación de los
argumentos resultarían estándares constitutivamente normativos para explicitar
inferencias, no criterios regulativamente normativos, como los de la Lógica clásica. Así,
al concebir la Lógica como una teoría de la inferencia –siendo ésta un objeto normativo-
en lugar de cómo una teoría normativa de la inferencia –i.e. de la inferencia
formalmente válida-, obtendríamos una explicación de corte naturalista del origen y la
naturaleza de la necesidad lógica. Dentro de esta concepción, los criterios formales
regulativos vendrían a configurar un tipo particular de criterios “sustantivos”, al mismo
nivel que los criterios materiales que sancionan las inferencias deductivas no-formales.
11. ¿Lógica informal como teoría normativa de la argumentación?
Cuando argumentamos no sólo afirmamos las razones que tenemos para nuestra
conclusión sino que también afirmamos esta conclusión. Como hemos visto, Toulmin
considera que el significado de los términos probabilísticos y modales consiste en
calificar nuestras afirmaciones con cierta fuerza y de acuerdo con ciertos criterios.
Según su análisis de estos términos, y conforme a su rechazo del subjetivismo, es el
mundo siendo como es lo que determina qué calificador corresponde a una proposición
dada. De ese modo, por ejemplo, es el hecho de que esté muy nublado lo que determina
que podamos decir con propiedad que probablemente va a llover. Análogamente, el
hecho de que Juan esté ahora en su habitación determinaría que no es correcto decir que
Juan está probablemente en su habitación ahora, mientras que este hecho, a su vez, hace
correcto decir que Juan está ahora en su habitación, o que la proposición “Juan está
ahora en su habitación” es verdadera.
En la medida en que tanto las razones como los garantes son afirmaciones, también
están calificados. Un argumento sería un intento de establecer la calificación que
corresponde a una afirmación, y un buen argumento, desde el punto de vista semántico,
sería aquél en el que la conclusión estaría calificada correctamente, dados los
calificadores que les corresponden tanto a la razón como al garante de dicho argumento.
Según este modelo, que subyacería a las tesis de Toulmin sobre la Lógica, la
probabilidad y la justificación, evaluar un argumento sería determinar si el calificador
que el hablante ha utilizado para presentar su conclusión es el adecuado, dadas las
razones presentadas para ella y los calificadores que corresponden a dichas razones y a
sus garantes. Tal sería la concepción no-formal de la lógica que subyace a la
argumentación en lenguaje ordinario, y la concepción de la Lógica (Informal) como
“arte de la evaluación” de la argumentación.
Bajo esta perspectiva, el modelo de Toulmin sería un modelo para la evaluación de los
argumentos, entendidos como objetos con propiedades semánticas, esto es, como el
contenido de ciertos procesos comunicativos: los argumentos serían las representaciones
de las inferencias que hacemos al aducir razones para nuestras afirmaciones.
Sin embargo, sería un error identificar los argumentos y la argumentación –entendida
como un proceso comunicativo que involucra afirmaciones, esto es, actos de habla. Por
ello, también sería un error equiparar un modelo para la evaluación semántica con una
propuesta normativa para la argumentación tout court. Los elementos que Toulmin
identifica, definidos por sus funciones en la argumentación, son ciertamente
constitutivos de ésta. Dichos elementos nos servirían para determinar las propiedades
semánticas de los actos argumentativos. Pero tal como argumento en Bermejo Luque
(2008a y 2008b), la evaluación semántica de la argumentación no es suficiente para
determinar qué afirmaciones están justificadas: después de todo, “justificar” es cierto
tipo de actividad comunicativa, de manera que las consideraciones pragmáticas que
representan los condicionamientos dialécticos y retóricos de la argumentación también
resultan indispensables para determinar qué cuenta como “buena argumentación”.
A pesar de que, tal como Toulmin la concibe, la normatividad lógica estaría basada en
las condiciones pragmáticas de los actos en los que las inferencias sobrevienen, la
normatividad argumentativa habría de incluir las condiciones pragmáticas de la
justificación, a saber, aquellas que determinan el éxito de un acto argumentativo como
un acto de mostrar que cierta afirmación es correcta. Después de todo, el propio
Toulmin simpatiza con la idea de que los hechos no justifican nada, puesto que no son
razones: después de todo, como hemos visto, Toulmin entiende que p cuenta como una
razón para q en tanto exista un garante disponible que autorice el paso desde p a q. En
este sentido, la normatividad argumentativa no consiste tan solo en determinar el
calificador que corresponde a una proposición, sino también en determinar el modo en
que las proposiciones involucradas en un argumento han sido dispuestas en el acto
mismo de argumentar.
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