Abrir los ojos cada día Oigo las gotas chocar contra la tela que nos cubre, esa tela que nos separa del exterior. Mis pies descalzos tocan la tierra espesa que tengo abajo y un escalofrío me recorre la espalda. Mi hermana tiembla y se asusta en cada trueno que oye. Me mira, y no puedo evitar que en mis ojos se refleje la tristeza. Me acerco hacia ella para darle mi protección pero en ese momento otro trueno explota en el cielo oscuro. Ella da un salto y empieza a llorar. Sus ojos azules se vuelven un mar revuelto y sus lagrimas las olas que salpican en la costa. Finalmente me acerco a ella y la abrazo, la abrazo con todas mis fuerzas, intentándole transmitir la poca valentía que me queda. Nos dormimos sin hablar. Al despertar veo un rayo que se cuela por un pequeño agujero de la tela, ya seca. Mi hermana sigue durmiendo, y aprovecho y cuidadosamente la separo de mi regazo para posarla encima de su saquito. Pienso en mi madre, que cuando empezaron las primeras gotas fue en busca de mi hermano, Habib. Asomo la cabeza entre la ranura entre tela y tela y salgo despacito, deslumbrada por el sol. Ahí esta mi padre, encima de su camello cargado de la mercancía que habrá encontrado por el pueblo. Me sonríe y se baja del camello. Supongo que a él no le ha asustado tanto la tormenta o bien no le ha alcanzado. Descarga la mercancía en la tienda donde esta mi hermana durmiendo y me dice de desayunar. Nos sentamos en el suelo y abre un pequeño paquetito con mantequilla y un poco de pan. Tenemos pocas cosas pero no nos importa, somos felices porque nos tenemos unos a los otros y eso es lo que nos da las fuerzas para abrir los ojos cada día. Al acabar alguien entra en la cabaña, es mi madre y mi hermano, están con la ropa mojada y con cara de cansados. Mi madre no dice nada, tiene los ojos perdidos en el fondo de la cabaña. Iba a decir algo para romper el silencio pero mi hermano se adelanto. Le cuesta gesticular las palabras por el temblor, pero finalmente descifro ese balbuceo; la guerra ha vuelto. Se hace un silencio horroroso en la casa. Al fin mi padre dice que no le digamos nada a mi hermana Laila, que sigue durmiendo. Mi padre empieza a recoger las pocas cosas que hay en la cabaña y las cuelga en el camello. Nos dice que lo mejor será salir ahora del país e ir al país vecino. ¿Todos en un camello? Pregunta Habib. Mi padre asiente y coge a la pequeña y la posa en la parte de delante del animal. Bajo el colchón que dormía Laila mi padre coge unas cuantas rupias y se las guarda en su bolsillo. Yo sigo sin reaccionar. Tengo los ojos clavados en el suelo. No me lo puedo creer aún. Ya hacía tiempo que se acabo la guerra, y todos lo pasamos muy mal. Acabamos viviendo aquí, y solo trabajaba mi padre para ganar unas pocas rupias que servían de poco para una familia numerosa. Mi madre se encargaba de la cabaña y yo iba al colegio algún día, al igual que mis dos hermanos. Para mi ir al colegio era lo mejor que me podía pasar durante el día. Me encantaba aprender cosas nuevas, conocer gente y charlar, olvidando por completo todos mis otras preocupaciones. Pero ahora todo esto se acabó. Nos vamos al pueblo vecino como refugiados. Al mediodía ya estamos todos en la puerta listos para una aventura que no sabemos cuanto durara ni que pasara. El cielo se empieza a tintar de un color rosa palo. Y entonces mi padre dice: Todos en marcha! El clock-clock de las pisadas del camello se convierten en el hilo musical que nos acompañara durante este viaje. Cuatro días y tres noches tardamos en llegar. Una noche paramos a dormir en un pequeño establo abandonado. Comimos alguna cosa para llenar el vacío del estomago y para suavizar el run run. Mi hermana de repente pregunto cosas demasiado difíciles de explicar. ¿Dónde vamos? ¿Porqué nos marchamos? Como si se tratase de un tema tabú nadie contestaba. Y entonces mi hermano empezó a llorar, y con un nudo en la garganta le dijo: ¡La guerra! ¡La guerra es el motivo por el que nos vamos! Vi como mi madre le echo una mirada maldiciéndole. ¿Qué es la guerra? Pregunto ella inocentemente. En ese momento la vi tan afortunada de vivir sin saber todas las maldades que había en el mundo… Tardamos un poco en ponernos de acuerdo a través de miradas de quien contestaría la pregunta. Al fin mi madre se acerco a ella, le rodeo la cintura con un brazo y le dijo: Hija, tu a veces te peleas con tus hermanos verdad? Pues una guerra es una manera de discutir algo en que dos bandos no están de acuerdo con una idea. Y en vez de hablarlo deciden utilizar otros medios. ¿Cómo cuales, mamá? Utilizan la fuerza de las armas. Laila miro a mi madre y dijo: ¿Y mis amigas del cole? ¿Y toda la gente que no tiene camello y se queda ahí? Empezó a sollozar y lentamente vi como su niñez se desvanecía. No puede aguantar más y la abrace, junto con mi hermano. Vi la suerte de ser una familia tan unida, siempre nos tendríamos unos a los otros, pasase lo que pasase. Ese pensamiento me consoló. Al llegar al pueblo vecino nos acogieron en un hostal una pareja muy amable con un hijo de la edad de Habib. Ahí estuvimos dos meses sin preocupaciones. Abdul, el hijo de la pareja, se izo muy amigo de Habib, y muchas veces yo les acompañaba al pueblo, a jugar y a conocer a gente. Una tarde que hacia mucho frío mi hermano decidió quedarse en casa. En cambio Abdul tenia ganas de salir, así que yo decidí acompañarle. Fuimos a comprar algo de comer pero a medio camino empezó a tronar. Empezamos a correr hasta que vimos a lo lejos un puente que nos podía cubrir de ese diluvio. Nos sentamos bajo el puente esperando a que la tormenta suavizase un poco. Yo no puede evitar asustarme y temblar por el frío. Él me miraba de reojo y le vi como una pequeña sonrisa le aparecía bajo esa nariz tan perfecta. Se saco su camisa y me la puso por encima. Yo me negué, aunque en el fondo lo agradecía mucho. Él insistió mintiéndome al decir que él era fuerte y no tenia frío. Al final cedí, y me quede dormida en su regazo. A la mañana siguiente el sol resplandecía como nunca lo había echo. Fui abriendo los ojos poco a poco a causa de la cegadora luz. Abdul estaba ahí, mirando en el horizonte. Se giro y me dijo: ¡Buenos días dormilona! Y nos pusimos a reír los dos. Silenciosamente volvimos hacia el hostal. Al llegar mi padre me abrazo con cara de aliviado diciéndome que se había preocupado muchísimo. Me acuerdo de estar resfriada dos o tres días, pero así al estar en la cama recupere fuerzas. Mi padre llegó un día muy excitado al hostal. Tenia la cara llena de alegría y gesticulaba cosas imposibles de descifrar. Cuando estuvimos todos en la habitación nos dijo que un amigo suyo tenía un pequeño barco en el que le había ofrecido un trabajo como marinero. Este barco se dirigía a Europa, concretamente a España. Mi madre no se lo podía creer. Yo no sabía donde estaba España, ni como era. Supongo que mis hermanos estaban igual de desconcertados porque no dijeron nada. Pero al ver la alegría de mis padres supuse que seria algo buenísimo. Al acabar esa semana nos despedimos de la familia del hostal a la cual le cogimos un gran cariño y nos dio mucha pena dejar. Sobretodo a Abdul. Al despedirme de él una lagrima patinó ligeramente por mi mejilla. Él se dio cuenta y me dijo: Quédate con la camiseta, yo ya no la necesito si tu no estas. Y me guiñó un ojo. Sus ojos se estaban humedeciendo poco a poco, y esos ojos verdes empezaban a tintarse de oscuro. Le dediqué una pequeña sonrisa y le di un abrazo. Como agradecimiento a la familia les regalamos el camello, ya que nosotros tampoco lo utilizaríamos. Nos fuimos con nuestras cosas y nos dirigimos hacia el puerto. Al llegar una pequeña embarcación se movía al vaivén del las olas. Nos recibió un hombre con una poblada barba y unas prendas de vestir muy raras. Nos dio la bienvenida a su pequeño barco. Entramos y nos dio una habitación para todos. Hay más gente que trabajaba en el barco. Era la primera vez que entraba en uno. Lo examiné todo lentamente, y cuando el barco se puso en marcha me puse en una de esas ventanas que parecen ojos gigantes y me puse a contemplar el gran fondo marino. Los peces bailaban preciosas danzas al compás de las olas. Me gusta contemplar este espectáculo. Al segundo día paramos en un lugar llamado Italia, según me dijo mi padre. En el puerto vi la gente, que gente más rara, las mujeres no llevaban pañuelos en la cabeza e iban con telas muy cortas. Pero se les veía felices a la mayoría. El cielo brillaba en ese lugar. Levantaron el ancla al día siguiente, dirección España. Hemos de cruzar el mar Mediterráneo me ha dicho el capitán. Al cuarto día llegamos a un puerto. Bajamos con las pocas cosas que tenemos del barco. El capitán y amigo de mi padre le dice: Como has cumplido tu trabajo con éxito ten aquí un poco de ayuda para empezar en España con buen pie. Busca un trabajo que sea beneficioso para mantenerlos a todos y sobretodo se feliz. Y le entregó a mi padre un saquito con unas monedas y unos papelitos distintos a las nuestros. Supuse que eso era mucho dinero por la discreción con la que se lo dio. También nos dio una dirección de una casa hospitalaria que ayuda a los inmigrantes a adaptarse. Y así fue que nos escolarizaron en una escuela donde niños y niñas eran iguales, donde hice muchos amigos y amigas y aprendí muchísimo. A veces me acordaba de mi país, por las noticias que veía por la televisión y me ponía triste, y de Abdul, que será de él… Cuando me gradué empecé a trabajar en un proyecto para la protección de las familias y los niños de los países en guerra con ayuda de mis amigos y sobretodo de mi familia. Mi familia ha sido la esencia de mi día a día, ellos me han dado la fuerza de abrir los ojos cada día.