La seducción de Siracusa (perfil de Mark

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PERFIL
COMO UN PLATÓN REDIVIVO,
MARK KLUGMANN SE HA PROPUESTO
LEVANTAR UN EMPORIO DE
PROSPERIDAD EN HONDURAS.
VA POR EL SEGUNDO INTENTO
POR MIGUEL ORS VILLAREJO
FOTOGRAFÍA JAVI MARTÍNEZ
EN DICIEMBRE DE 2009, UNA SEMANA DESpués de ganar las elecciones a la presidencia de Honduras, Porfirio Lobo recibió a Mark Klugmann en su despacho de
Tegucigalpa. Klugmann es un veterano
consultor político. Empezó su carrera
en la Casa Blanca, escribiendo discursos para Ronald Reagan y George Bush
padre, pero poco a poco fue especializándose en economía del desarrollo.
Lobo lo había conocido años atrás,
cuando Klugmann visitaba Honduras
para ayudar a modernizar las telecomunicaciones del país. Le deslumbraron las ideas de aquel gringo sobre el
origen de la riqueza de las naciones.
“Los hondureños”, vino a decirle, “no
son peores que los canadienses o que
los estadounidenses. Su problema son
las leyes”. Lobo era a la sazón diputado
del Partido Nacional. Carecía de poder
para llevar a la práctica los planes de
Klugmann, pero le gustaba invitarlo a
encuentros en los que se debatía la posibilidad de replicar en el Caribe el milagro de Singapur.
Klugmann congenió rápidamente con
Octavio Sánchez, un asesor de Lobo.
Sánchez había estudiado en Harvard y
el contraste entre su país y Estados
Unidos lo había marcado profundamente. Su análisis era similar al de
Klugmann. “Somos pobres no porque
seamos idiotas”, declaró una vez a la
agencia NPR, “sino por los arreglos institucionales”. Era imperativo deshacer
la maraña de intereses creados y regulaciones que estrangulaban el progreso,
pero ¿cómo? Los oligarcas no lo consentirían. Tampoco podía contar con el ciudadano de a pie, porque la izquierda lo
había convencido de que las restricciones a la libertad lo protegían de la rapacidad del capitalismo.
La solución era partir de cero y construir una ciudad nueva, acotar un espacio en el que rigieran leyes buenas,
como había intentado Platón en Siracusa y habían logrado los ingleses en Hong Kong. Las fuerzas
vivas hondureñas no se soliviantarían, porque no se
tocarían sus negocios. Y
tampoco habría contestación social, porque no
tendrían que imponer las
impopulares reformas que
siempre andaban aconsejando el FMI y el Banco Mundial:
subidas de impuestos, congelación salarial, etcétera.
Pero en su ciudad nueva, la combinación de seguridad jurídica, mano de obra
barata y proximidad al mercado estadounidense no tardaría en atraer inversiones. Y si una multinacional se insta-
laba, los promotores inmobiliarios acudirían a levantar viviendas, y tras ellos
tropeles de comerciantes y emprendedores, lo que generaría empleo y actividad
que podrían gravar para financiar carreteras, colegios, hospitales…
A lo largo de una década Klugmann y
Sánchez fueron perfilando su proyecto.
Luego, a finales de 2009, Lobo ganó las
presidenciales y, una semana después,
los convocó en su despacho de Tegucigalpa. “Dibujé”, recuerda Klugmann, “un
gran óvalo que representaba Honduras
y luego en la costa puse un punto tan
pequeño que apenas resultaba visible”.
Acababa de contratar sobre plano la
construcción de la primera región especial de desarrollo.
EL SALTO. “Hoy
en día no faltan dinero ni
materias primas, de lo que hay escasez
es de seguridad jurídica”, dice
enfáticamente
Klugmann.
Ha venido a
Madrid a participar en el
Free
Market
Road Show, un
foro organizado por
el Instituto Juan de Mariana. Habla un castellano impecable, pero le gusta ilustrar sus explicaciones con una presentación que lleva
metida en el móvil. Me enseña cuatro
diapositivas seguidas de la misma silla,
cada una con una pata menos.
“Esto es una zona LEAP”, dice
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mostrando la silla completa. LEAP significa salto, pero son también las iniciales de las cuatro patas que hacen
falta para que el desarrollo se sostenga: la legal, la económica, la administrativa y la política.
“Muchos países creen que el gran truco
para captar inversión consiste en bajar
los impuestos”, dice Klugmann, pero con
esa única pata no se llega muy lejos. Son
las típicas zonas especiales, que no son
nada especiales. Habrá 3.500 en todo el
planeta. No digo que estén mal: no tienen aranceles, las leyes
laborales son flexibles,
la fiscalidad es mínima…
Pero el capital productivo prefiere Alemania,
Canadá o Suiza. ¿Por
qué? Porque hay jueces
íntegros, transparencia
administrativa y estabilidad política”.
“¿Qué más da que el
tipo de sociedades sea
del 10% si todo lo demás es un desastre?”, prosigue. “Es como ir a un hotel y
que no te cobren nada. ¿Qué clase de servicio te darían? Si la calefacción no funcionase y quisieras protestar porque te
morías de frío, te dirían: ¿Qué pretende?
Es gratis”.
El modelo que Klugmann quiere trasladar a Honduras es más sofisticado y
cuenta con el precedente de Singapur.
“En 1965, cuando Lee Kuan Yew conquistó la independencia, ¿qué hizo? Era
un abogado formado por los británicos
y sabía que una buena tradición judicial
era clave para atraer inversores, pero
¿qué tradición podía ofrecer un país que
no tenía ni dos minutos de existencia?”
Lee Kuan Yew se volvió hacia Hong
Kong. ¿Cómo se las había arreglado su
Tribunal Supremo para labrarse una
reputación? De ninguna manera. Hong
Kong no tenía Tribunal Supremo. Estaba en Londres. Había subcontratado la administración de
justicia.
“Singapur hizo lo mismo y
en 15 minutos acumuló seis
siglos de práctica jurídica”,
dice Klugmann. “Esto es lo que
yo llamo leapfrogging [saltar
por encima de algo] institucional. Es un
concepto tomado de la tecnología. Describe un avance súbito hacia algo
nuevo. La diferencia es que, en el caso
de las instituciones, el brinco es hacia
atrás, hacia algo viejo y, por tanto, más
fiable”.
A principios de 2011 el Congreso
hondureño reformó la Constitución para
autorizar “jurisdicciones de excepción” y
reguló las llamadas regiones especiales
de desarrollo (RED). Eran, con otro nombre, las zonas LEAP de
Klugmann: espacios con
“su propio fuero” (la pata
legal), autonomía “en materia de presupuesto, tasas y tributos” (la pata
económica), funcionarios
independientes (la pata
administrativa) y un estatuto que “solo podrá
ser modificado […] o derogado previo referéndum” entre sus habitantes (la pata política).
Poco después, el presidente Lobo solicitó al prestigioso Tribunal Supremo
de la República de Mauricio que actuara como instancia de apelación de
sus futuras ciudades RED y, para
ejercer provisionalmente
“las funciones ejecutiva y
ROMER.
El éxito de Lee
Kwan Yew en Singapur se basa en
la seguridad jurídica que ofrece a
los inversores.
legislativa”, creó una Comisión de
Transparencia, a cuyo frente iba a acabar Paul Romer.
Este catedrático es famoso por su teoría sobre el crecimiento. Los economistas clásicos siempre han considerado
que las ideas son esenciales para el desarrollo, porque nos ayudan a transformar los objetos que nos rodean (un palo,
una piedra) en recursos (un hacha). Pero
“en los años 50”, escribe Romer, “los modelos las trataban como un bien público, es decir, como algo que una vez
desarrollado cualquiera podía adoptar”.
Lo que él veía, sin embargo, era que innovaciones sencillas y de probada eficacia, como el respeto de la propiedad
privada, eran ignoradas en muchos lugares. ¿Por qué?
En julio de 2009, Romer colgó en YouTube una charla que comienza con la
imagen de un grupo de escolares africanos leyendo a la luz de unas farolas de
la calle. “Sabemos que no cuesta tanto
iluminar un hogar”, razonaba. “Sabemos
también que muchos africanos no desfallecen de hambre. Podrían permitirse
un poco de luz”. Por desgracia, las malas
reglas se lo impiden.
“Los consumidores americanos disponen de electricidad barata porque las leyes han alineado adecuadamente los intereses”, seguía Romer. “Las hay que
protegen al inversor”, de modo que
la generación resulte rentable; “y
las hay que impiden que las empresas abusen de su posición de
monopolio”.
Los gobernantes del país africano no eran idiotas. Sabían
todo esto y, de hecho, habían intentado subir el precio
de la luz para incentivar su producción. Pero las
protestas los habían obligado a
dar marcha atrás
y por eso aquellos
estudiantes estaban “atrapados en
una jaula legal
que dejaba fuera
las buenas ideas”.
Solo había un
modo de romperla:
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fundar miles de ciudades que se gobernaran con las fórmulas que habían
inundado Occidente de prosperidad.
Cuando Octavio Sánchez vio el vídeo,
comprendió que tenía que embarcar a
aquel académico en su proyecto.
Así había acabado Romer al frente de
la Comisión de Transparencia.
COLONIA. Klugmann tuerce el gesto cuando
le hablo de Romer. “Su proyecto era neocolonial”, dice. “Pretendía ceder el control político a un país extranjero”.
La acusación de Klugmann no está desencaminada. En un documento de
abril de 2012, Romer instaba a Canadá
a “ir más allá de la ayuda convencional”
y cooperar en el gobierno de las zonas
RED, igual que el Reino Unido había hecho en Hong Kong. “Muchos chinos consideran la ocupación [de la colonia] una
afrenta a su soberanía”, escribía. “Pero
otros muchos reconocen que, si tuvieran que revivir la historia, brindarían
otra vez alegre y voluntariamente Hong
Kong a los británicos”. Y concluía:
“Honduras ahora quiere formular una
oferta similar”.
Este pragmatismo tan anglosajón subestimaba el ímpetu del nacionalismo
hondureño. Lobo, desde luego, no había
considerado ni por un instante la posibilidad de que una potencia foránea tu
telara sus regiones especiales. Tampoco
encajaban en su plan las proporciones
de la megaurbe que Romer estaba concibiendo: quería meter a 10 millones de
personas (dos más que toda la población de Honduras), porque solo así, decía, se alcanzarían las economías de escala necesarias.
Estos delirios propios de un comisario
soviético no tardaron en tropezar con
otros aventureros de corte más anarcocapitalista que también habían acudido
a Honduras a aportar su granito de
arena, como Michael Strong, un autodidacta que capitaneaba una variopinta
alianza de empresarios y activistas libertarios.
“En cuanto pones en marcha una iniciativa de este tipo”, comenta Klugmann,
“se te presentan docenas de intelectuales, cada uno con su utopía a cuestas”.
Las tensiones estallaron en septiembre de 2012, cuando Tegucigalpa anun-
ció un acuerdo de inversión con
Strong. Romer no se enteró hasta que
estuvo firmado y consideró, con razón,
que era poco transparente que aquello
se hubiera hecho a espaldas de su comisión. “Es una decepción para todos
los hondureños que esperaban que
rompiéramos con el modo habitual de
hacer negocios”.
Klugmann considera que el berrinche
era injustificado. “Romer no era presidente de nada, no había nombramiento
oficial”, dice, algo que Lobo ha confir-
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zonas de empleo y desarrollo económico. “El apoyo parlamentario ha sido
enorme”, me dice Klugmann. Lejos de
desalentarlo, las peripecias recientes
lo han ratificado en su entusiasmo.
“Revelan lo difícil que es matar esta
idea”, sostiene en Reason. “Antes de
que la tinta de los obituarios estuviera
seca, los líderes habían vuelto a montarse en los caballos”.
Es posible que la redacción de la enmienda constitucional sea más cuidadosa y evite otro revolcón del Su-
Honduras es el cuarto país más pobre de América, y el más violento. En la imagen, la capital Tegucigalpa.
mado. Pero, sea como fuere, Romer dimitió del cargo que no tenía y su marcha
supuso un serio revés, no solo mediático. Brian Doherty, director de la revista
Reason, sospecha que influyó decisivamente en la sentencia del Supremo que,
unas semanas después, declararía que
“la transferencia de territorio nacional”
estaba “expresamente prohibida por la
Constitución”, poniendo un abrupto final a las zonas RED.
LA CUARTA PATA. Se trataba, no obstante, de
un punto y seguido. El sucesor de Lobo
en la presidencia, Juan Orlando Hernández, ha vuelto a reformar la Constitución para impulsar las regiones especiales, esta vez bajo el acrónimo ZEDE:
premo. Pero, más allá de tecnicismos
legales, el verdadero desafío es político. “El halo de romanticismo que rodea a la izquierda en Latinoamérica
es muy poderoso”, escribe el historiador Dylan Evans. Para muchos hondureños, el capitalismo aún simboliza la forma más depravada de explotación.
Klugmann insiste en que el modelo
ha funcionado en Asia y no tiene por
qué no hacerlo en América, pero hay
una diferencia sustancial: China y
Singapur eran dictaduras y no tuvieron que preocuparse de la pata política. Y todo el mundo sabe que las únicas sillas que no cojean son las
de tres patas.
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