GlobalizacionPeligrosYRespuestasDavidHeld

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LA GLOBALIZACIÓN: PELIGROS Y RESPUESTAS1
David Held2
El neoliberalismo y el unilateralismo liderados por Washington han fracasado en el mundo. Es urgente que
superemos este legado. En un brillante y extenso ensayo, David Held presenta una crítica unificada del
actual orden global y esboza una alternativa.
1. La crisis de la globalización
Hace más de doscientos años, Emanuel Kant escribió que estamos "inevitablemente lado a lado". Desde
Kant, nuestra interconexión y vulnerabilidad han aumentado en una forma que él no pudo imaginar. Ya no
habitamos, si es que lo hicimos alguna vez, en un mundo de comunidades nacionales separadas. Vivimos, en
cambio, en un mundo de lo que prefiero llamar "comunidades de destino superpuesto" donde las trayectorias
de todos los países están profundamente enmarañadas entre sí. En nuestro mundo, no es solo la excepción
violenta la que une a los pueblos a través de las fronteras; la naturaleza misma de la vida diaria -del trabajo,
el dinero y las creencias, así como el comercio, las comunicaciones y las finanzas, para no hablar del medio
ambiente, nos conecta en múltiples formas y con creciente intensidad.
La palabra para esta historia es "globalización". No se trata de una narración única, lineal, y tampoco es una
cuestión de economía. Es tanto cultural como comercial y además es legal: es sobre el poder y también sobre
la prosperidad, o la ausencia de ambas cosas. Desde las Naciones Unidas hasta la Unión Europea, desde los
cambios en las leyes de la guerra hasta el afianzamiento de los derechos humanos, desde la emergencia de
regímenes medioambientales hasta la fundación de la Corte Internacional de Justicia se están desplegando
nuevas narrativas políticas que tratan de darle un nuevo marco a la actividad humana y de consolidar leyes,
derechos y responsabilidades de alcance mundial y universal en sus principios.
Lo que el mundo necesita ahora
El desarrollo de este proceso y de las instituciones internacionales que lo encarnan empezó inmediatamente
después de formidables amenazas contra la humanidad -sobre todo el nazismo, el fascismo y el Holocausto.
Después de 1945 hubo un esfuerzo internacional concertado para reafirmar la importancia de principios,
derechos humanos y un imperio de la ley universales frente a fuertes tentaciones de simplemente ratificar un
sistema evidente de grandes intereses favorable para solo unos países. Fue rechazada la visión tradicional de
los particularistas nacionales y morales, según la cual el hecho de pertenecer a una sociedad determina el
valor moral de los individuos y la naturaleza de su libertad. En lugar de esto, se afirmaron los principios de
igual respeto, igual preocupación y prioridad de las necesidades básicas de todos los seres humanos. El
estatuto moral irreductible de todas y cada una de los personas estuvo en el centro de los desarrollos legales y
políticos posteriores a la Segunda guerra mundial.
Más de medio siglo después, la comunidad internacional llega a su próximo claro momento de decisiva
escogencia. Yo soy optimista. Tengo confianza en que todavía es posible construir sobre la base de los logros
de la era post-Segunda guerra mundial. Las propuestas que defiendo y la dirección que sostengo debe tomar
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Periódico UNPeriódico. No. 60. Bogotá, junio 11 de 2004. Traducción de Nicolás Suescún. Publicado bajo Licencia Académica
de openDemocracy. http://unperiodico.unal.edu.co/60/06.htm
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Profesor de Ciencia Política de Graham Wallas en la Escuela de Economía de Londres. Entre sus libros están Democracy and the
Global Order y Global Transformations.
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la comunidad internacional, están fácilmente a nuestro alcance económica y técnicamente. Políticamente,
exigen nuevos esfuerzos, habilidad y sobre todo una voluntad compartida para alcanzarlas. No son utópicas o
poco realistas en el sentido de ser imprácticas o de estar más allá de nuestros recursos mentales y físicos, al
contrario.
Pero la posibilidad de ver claramente los peligros y dificultades es de especial importancia para nosotros los
optimistas. Una combinación de desarrollos apunta hacia una combinación catastrófica de factores negativos
que nos puede llevar hacia otro siglo marcado por guerras, pérdidas masivas de vidas y una violencia
insensata y destructiva. Nos encontramos en un momento crucial. No va a ser medido en días o meses, sino
que durante los próximos años, hasta 1910, se harán escogencias que determinarán en décadas el destino de
la tierra. Así de serio es el asunto.
Anotemos, a manera de introducción, cuatro principales desarrollos actuales -a los que volveré en un
momento- que se refuerzan entre sí y apuntan en una dirección negativa:
• el potencial mundial de la reglamentación del comercio mundial de tal manera que empeore, en vez de
corregir, la desigualdad mundial
• el fracaso en avanzar hacia los Objetivos de Desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas que fijaron los
niveles humanitarios mínimos para gran parte de la población mundial
• el fracaso en enfrentarse a las pavorosas consecuencias del calentamiento global
• el ataque sistemático contra el orden multilateral desde las Naciones Unidas hasta una serie de acuerdos y
agencias internacionales.
Las señales, por lo tanto, no son nada buenas. El orden multilateral de post-guerra está amenazado por una
intersección y combinación de estas crisis que tienen lugar simultáneamente, en los niveles humanitarios,
medioambientales y políticos. Es posible que la crisis de cada nivel empeore las otras. Más grave aún, lo que
las impulsa tiende a empeorarlas. Ese impulso es voluntario, aunque a menudo se presente como inevitable, y
se puede resumir en dos frases: el consenso económico de Washington y la agenda de seguridad de
Washington.
Las examinaré ambas a fondo. Cualquier evaluación suya debe basarse en los problemas que cada una trata
de resolver. Pero también son impulsores conectados aunque distintos de las formas específicas de
globalización que el mundo está siendo obligado a seguir. Juntos, se han convertido en un asalto combinado
contra los principios y prácticas que empezaron a establecerse después de 1945. Ambos promulgan la
opinión de que fundamentalmente se debe desconfiar en un papel positivo del gobierno, y de que la
aplicación sostenida de políticas adjudicadas internacionalmente amenaza la libertad, limita el crecimiento,
obstaculiza el desarrollo y reprime el bien. Por supuesto, ninguno explica exhaustivamente las actuales
estructuras de la globalización, pero éstas conforman la parte central de su impulso político.
En términos económicos, no se deriva de esto que a lo que el consenso de Washington se oponga sea bueno,
o que la crítica del actual funcionamiento de la ONU y del sistema internacional asociado con la agenda de
seguridad de Washington sea enteramente falsa. Al contrario, una resistencia puramente conservadora ante
ellos que busque solamente mantenerse en el statu quo también fracasaría en brindarle al mundo lo que con
tanta urgencia necesita.
Ambos necesitan ser reemplazados, y en su lugar el mundo requiere un marco progresista que:
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• fomente y sostenga el aumento de la productividad y la riqueza que el mercado global y la tecnología
contemporánea hacen posible
• garantice que los beneficios se compartan justamente, y se enfrente a los extremos de pobreza y de riqueza
• provea una seguridad internacional que se ocupe tanto de las causas como de los crímenes del terrorismo,
la guerra y los estados en bancarrota
Llamaré al enfoque que se propone esta tarea la globalización humana y democrática y una agenda humana
de seguridad.
Cuatro crisis, un solo desafío
Pero antes de esbozar lo que debe alcanzar este marco, y por qué falla el actual, debo hacer una advertencia
sobre las cuatro crisis principales en el comercio, las condiciones humanas, el medio ambiente y el actual
gobierno global que claman por la creación de una clase mejor de imperativo globalizante.
En primer lugar, el colapso de las conversaciones comerciales de Cancún hace posible un importante desafío
al sistema de comercio global. Hay un gran crecimiento de acuerdos de comercio bilaterales y de acuerdos
comerciales preferenciales, en los que ciertas naciones reciben tratamiento preferencial de otras. Si continúa
el aumento de estos acuerdos bilaterales, hay un peligro real de que fracasen las negociaciones de Doha, o
que produzcan resultados irrisorios.
Esta situación implica muchos riesgos, el más serio el de los países más pobres. Solos no pueden salvar los
obstáculos de un sistema de comercio mundial marcado por reglas tramposas y leyes inequitativas. No
pueden por sí solos resolver el problema de los vastos subsidios que los países de la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) ofrecen a sus sectores agrícolas. Para que los países más
pobres (junto con las naciones con ingresos medianos) encuentren un acceso seguro al orden económico
global, requieren una base libre y justa.
En segundo lugar, el progreso hacia el logro de los Objetivos de desarrollo del Milenio ha sido escaso. Estos
plantean normas mínimas que deben ser alcanzadas para reducir la pobreza, proveer salud y educación,
combatir el HIV/Sida, la malaria y otras enfermedades y alcanzar la sostenibilidad medioambiental. Son la
conciencia moral de la comunidad internacional. El progreso hacia los objetivos del milenio ha sido
lamentablemente lento y al ritmo actual tendrán un alto nivel de incumplimiento. Hay, de hecho, evidencias
de que tal vez no tuvo sentido establecer estas metas, en la medida en que estamos tan lejos de alcanzarlas en
muchas partes del mundo.
En tercer lugar, poco, o ningún, progreso se ha hecho hacia la creación de un marco sostenible para el manejo
del calentamiento global. El jefe científico británico, David King, advirtió en enero que "el cambio del clima
es el problema más serio al que nos enfrentamos hoy, más serio incluso que la amenaza del terrorismo".
Encuentre uno o no exacta esta apreciación, el caso es que el calentamiento global puede devastar las
especies, los biosistemas y la fábrica socioeconómica del mundo. Habrá tormentas violentas con más
frecuencia, el acceso al agua se convertirá en un campo de batalla y los desplazamientos masivos de personas
se volverán más comunes.
La abrumadora mayoría de la opinión científica sostiene que el calentamiento global constituye una seria
amenaza no a largo plazo, sino aquí y ahora. El fracaso de la comunidad internacional en general en
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establecer un sólido marco para el manejo de este fenómeno es una de las más serias indicaciones de los
problemas a que se enfrenta un orden multilateral.
En cuarto lugar, el orden multilateral está siendo gravemente debilitado por el conflicto en Irak y la respuesta
estadounidense a los ataques terroristas del 11 de septiembre. El valor del sistema de la ONU ha sido puesto
en tela de juicio, la legitimidad del Consejo de Seguridad ha sido desafiada, y el funcionamiento de las
instituciones multilaterales se ha desgastado. La arrogancia de las grandes potencias ha debilitado
dramáticamente el derecho internacional y la legitimidad, y las posibilidades de combatir el terrorismo global
han disminuido en lugar de aumentar.
¿Cómo nos enfrentamos a problemas en esta escala? Las fortunas económicas, políticas, sociales y
ambientales de todos los países están crecientemente entrelazadas, pero las naciones más ricas y más
poderosas no están dedicadas a construir un orden internacional que provea de alivio, esperanzas y
oportunidades a las menos favorecidas y más en riesgo, aunque esto le convenga a las primeras y esté en
línea con sus valores manifiestos. Un compromiso global con la justicia es esencial para mejorar las radicales
asimetrías de la vida, esas oportunidades que saturan al mundo.
Necesitamos tanto estructuras como políticas que puedan encarar el daño hecho a la gente y a las naciones
contra su voluntad y sin su consentimiento.
En cambio, aunque hay un alto de grado de interconexión en el mundo, la integración social es superficial y
el compromiso con la justicia social lamentablemente débil. ¿Por qué? Enfocaré aquí dos razones sobre todas
las demás: el antiguo consenso de Washington, y la nueva agenda de seguridad de Washington. Estos dos
enormemente poderosos programas políticos están determinando nuestra época y profundamente debilitando
nuestras instituciones públicas, nacional y globalmente. Solo comprendiendo sus fracasos y limitaciones
podemos superarlos para recuperar políticas democráticas y receptivas en todos los niveles de la vida pública.
2. El Consenso de Washington
El consenso de Washington se puede definir como una agenda económica que está a favor de las siguientes
medidas:
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el libre comercio
la liberalización del mercado de capitales
tasas de cambio flexibles
tasas de interés determinadas por el mercado
liberalización de los mercados
la transferencia de recursos del sector público al privado
estricto enfoque del gasto público en metas sociales bien dirigidas
presupuestos equilibrados
reforma impositiva
derechos de propiedad seguros
protección de los derechos de propiedad intelectual
Una combinación de la mayor parte o algunas de estas medidas ha sido la ortodoxia económica durante la
mayor parte de los últimos veinte años en los países de la OCDE, y en las instituciones financieras
internacionales. Ha sido prescrita, en particular, por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial
como base de sus políticas para los países en desarrollo.
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El "Consenso de Washington" fue primero formulado con autoridad por John Williamson. Aunque
Williamson apoyaba la mayor parte de los enfoques en nuestra lista, no estaba a favor del libre movimiento
de capitales. Sus fórmulas originales reunían una agenda que, pensaba él, la mayor parte de la gente, a fines
de los ochenta y principios de los noventa, en los círculos decisorios de Washington -el tesoro, el Banco
Mundial, el FMI- estaría de acuerdo en que eran apropiadas para los países en desarrollo.
Posteriormente, el término adquirió un claro matiz de derecha al ser asociado a las políticas de Ronald
Reagan y de Margaret Thatcher. Ellos favorecieron el libre movimiento de capitales, el monetarismo y un
estado mínimo que no acepta responsabilidad alguna en la corrección de las desigualdades de ingreso o en el
manejo de serios factores externos.
Hubo importantes superposiciones entre el programa original de Williamson y sus versiones que con el
tiempo fueron llamadas la agenda neoliberal, que incluía la disciplina macroeconómica, el elogio de la
economía de libre mercado, la privatización y el libre comercio. Hoy en día, sin embargo, Williamson se
aparta de la definición neoliberal del Consenso de Washington aunque acepta que fue su versión, con su
apoyo a la liberalización de cuentas, la que se convirtió en la ideología dominante de la década de 1990.
Usaré el término Consenso de Washington en este último sentido: para referirme no a la teoría sino a las
políticas de los gobiernos estadounidenses y sus aliados cercanos e instituciones asociadas.
Los críticos sostienen que las medidas del Consenso de Washington están ligadas a la geopolítica de los
Estados Unidos, que con demasiada frecuencia las predican al resto del mundo pero no las practican y, lo que
es peor, son profundamente destructivas de la cohesión social de los países más pobres. Un hecho interesante
es que Williamson sostenga que aunque ciertos aspectos de las críticas de la versión neoliberal son ciertas,
sus recomendaciones son principios sensatos de práctica económica que dejan abierta la cuestión de la
progresividad del sistema impositivo.
Algunas de las propuestas y consejos del Consenso de Washington pueden ser, en efecto, razonables en sus
propios términos. Otras no lo son. Si se toman en conjunto, sin embargo, representan un conjunto de políticas
demasiado estrecho como para crear un crecimiento sostenible y un desarrollo equitativo. Y lo que es crucial,
el Consenso de Washington minimiza el papel del gobierno, la necesidad de un sector público fuerte, y los
requisitos de una regulación internacional.
La aplicación de estas políticas pueden tener consecuencias desastrosas para la capacidad de las instituciones
públicas de resolver problemas decisivos, nacionales y globales.
El Consenso de Washington y el desarrollo
La relación entre el Consenso de Washington, la liberalización económica y el desarrollo han sido
extensamente examinadas. Cuando el Consenso ha sido implementado a través de préstamos y el reajuste del
vencimiento de la deuda que requiere "ajustes estructurales" de los países en desarrollo -el alineamiento de
sus economías a los requisitos de las políticas centrales-, se pueden apreciar los resultados. Algunas serias
cuestiones han surgido. Branko Milanovic las ha resumido concisamente en tres preguntas:
• explique por qué, después de una intervención sostenida y de muchos préstamos con ajustes estructurales e
igual número de stand-bys del FMI, el PIB per cápita no ha variado en veinte años. En 24 países africanos,
por cierto, el PIB per cápita es menor que en 1975, y en 12 países es incluso menor que en los sesentas.
• explique la recurrencia de las crisis latinas, en países como Argentina, especialmente cuando meses antes
de que estallaran estas crisis se elogiaban las reformas modelo de estos países
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• explique por qué los buenos "alumnos" entre los países de transición post Unión Soviética, como Georgia,
Kirguistán y Armenia, después de empezar sin deudas en 1991, y después de seguir todas las recetas de las
instituciones financieras internacionales, se encuentran más de diez años después con sus PIB en la mitad y
pidiendo que les perdonen las deudas
Algo está claramente torcido. La ortodoxia económica dominante no ha tenido éxito. Al contrario, ha
fracasado en la generación de crecimiento económico sostenido, la reducción de la pobreza y resultados
justos. El diagnóstico del Consenso de Washington es engañoso y sus prescripciones perjudiciales.
En particular, se ha encontrado que uno de los factores claves globales limitan la capacidad de los países más
pobres de desarrollarse es la liberalización de capital. Geoffrey Garrett ha demostrado que lo que perjudica a
los países en desarrollo no es el libre comercio sino el libre movimiento de capitales. El Consenso de
Washington neoliberal recomienda ambas cosas. Aunque la liberalización de las tarifas puede ser benéfica en
general, la rápida liberalización del capital puede ser una receta, ausentes regulaciones prudentes y sólidos
mercados domésticos de capital, "para la volatilidad, la impredecibilidad y los auges y quiebras de los flujos
de capital". Los países que han abierto rápidamente sus mercados de capital se han desempeñado
significativamente menos bien en términos de crecimiento económico que países que han mantenido un
estricto control del flujo de capitales, pero que redujeron las tarifas.
Joseph Stiglitz afirma que las crisis del sureste asiático de fines de los noventas y las recientes recesiones en
América Latina demuestran que "la liberalización prematura del mercado de capitales puede ser causa de
volatilidad económica, creciente pobreza, y destrucción de la clases medias". Y un estudio de unos
economistas del FMI, publicado en marzo de 2003, encontró que "no hay un apoyo fuerte, robusto y
uniforme al argumento teórico de que la globalización financiera produzca por sí misma una tasa más alta de
crecimiento económico".
Más inquietante aún es el hecho de que un estudio del FMI concluya que los "países en las primeras etapas de
la integración financiera han sido expuestos a importantes riesgos en términos de mayor volatilidad tanto de
la producción como del consumo". Al tanto de esto, sin embargo, la administración Bush es la primera en
exigir una dura liberalización del capital a través de las instituciones financieras internacionales y de los
acuerdos comerciales bilaterales.
Como resultado, la capacidad administrativa de los países en desarrollo puede sufrir serios deterioros. Esto
no quiere decir que los países en desarrollo no necesiten acceso a los flujos de capital, público o privado.
Ciertamente lo necesitan, sobre todo durante la apertura comercial cuando al principio las importaciones
tienden a crecer más que las exportaciones. Pero los flujos del mercado privado de capital son demasiado
bajos y demasiado volátiles para satisfacer estas necesidades financieras.
La experiencia de la China y la India -siguiendo las trayectorias del Japón, Corea del Sur y Taiwan- no tienen
que adoptar antes que nada políticas comerciales y de capital liberales para beneficiarse del aumento del
comercio, la aceleración del crecimiento y el desarrollo de una infraestructura industrial que puedan
incrementar el consumo nacional.
Todos estos países, como ha anotado recientemente Robert Wade, han tenido un crecimiento relativamente
rápido con barreras proteccionistas, crecimiento que alimentó una expansión comercial rápida, enfocada en
bienes de capital e intermedios. A medida que cada uno de estos países se ha enriquecido, ha tendido a
liberalizar su política comercial.
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Es un malentendido decir, entonces, que la liberalización del comercio como tal ha alimentado el crecimiento
económico en la China y la India. Al contrario, estos países se desarrollaron con relativa rapidez con barreras
proteccionistas, antes de que liberalizaran el comercio. Es claro que estos países, y otros como ellos, no se
desarrollaron como resultado de una liberalización comercial directa, y si también es el caso que algunos de
los países más pobres del mundo están en peores condiciones como resultado de una integración demasiado
rápida al mercado global de capitales, entonces hay un caso abrumador a favor de aplicar un principio
preventivo a la integración económica global y a oponerse a la agenda de desarrollo del Consenso de
Washington.
La integración económica interna y externa
Aunque debemos rechazar el proteccionismo económico como estrategia general a causa del riesgo de crear
un círculo vicioso de disputas comerciales y conflictos económicos, el balance de las evidencias es claro. La
prioridad de un país que quiera beneficiarse de un desarrollo sostenido debe ser la integración económica
interna: el desarrollo del capital humano, de su infraestructura económica y de fuertes instituciones
nacionales de mercado, y, cuando sea posible, el reemplazo de las importaciones con la producción nacional.
Inicialmente, esto tiene que ser estimulado por una política económica e industrial liderada por el estado. La
mayor integración económica interna luego ayuda a generar las condiciones para que un país pueda
beneficiarse de una mayor integración externa, tal como lo ha demostrado Robert Wade. El desarrollo de la
capacidad regulatoria del estado, una sólida esfera pública y la habilidad de enfocar la inversión en sectores
creadores de trabajo en áreas competitivas y productivas: todo esto es más importante que la búsqueda
decidida de la integración a los mercados mundiales.
La alternativa del Consenso de Washington no es un simple aval a un desarrollo centrado en el estado, y
tampoco es siempre progresista o benéfica la intervención del estado simplemente porque se oponga a él. El
Consenso de Washington más bien ha erosionado la aptitud para formular e implementar sólidas políticas
públicas y ha perjudicado la capacidad política esencial. Las metas públicas, por ejemplo, pueden ser
alcanzadas por una diversidad de actores, públicos y privados, con sociedades entre ellos, y no solo por el
estado. Un desarrollo más amplio de la sociedad civil (los sindicatos, los grupos de ciudadanos, las ONG y
las instituciones independientes) es indispensable para un sólido programa de desarrollo económico nacional.
Por supuesto, habrá conflictos entre el desarrollo económico y el fortalecimiento de la sociedad civil. Pero las
sociedades necesitan importantes medidas de autonomía para desarrollar sus propias maneras de manejar
estos conflictos.
No hay, de hecho, un único camino predestinado o fijo de prescripciones políticas para el desarrollo
económico. El conocimiento de las condiciones locales, la experimentación con instituciones y agencias
domésticas apropiadas y el fomento de la integración económica interna tienen que combinarse con una
política macroeconómica sana y algunos elementos de integración externa del mercado. De esto es lo que se
trata el gobierno económico. Los casos recientes más exitosos de desarrollo -el sureste asiático, China, Indialograron encontrar formas de aprovechar las oportunidades que ofrecen los mercados mundiales -productos
más baratos, exportaciones, tecnología y capital- a tiempo que afianzaron incentivos domésticos para la
inversión y la institucionalización.
Dani Rodrik lo resumió así: "Los incentivos del mercado, la estabilidad macroeconómica y unas instituciones
sanas son clave para el desarrollo económico. Pero estos requisitos pueden generarse en varias formas
diferentes: aprovechando de la mejor manera posible las capacidades existentes dentro de un contexto de
coacciones específicas. No hay un único modelo de transición exitosa hacia una senda de mayor crecimiento.
Cada país tiene que idearse su propia estrategia de inversión".
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El pensamiento desarrollista tiene que cambiar de un foco terco en el "acceso a los mercados" a una
mentalidad más prudente y compleja. El desarrollo de las naciones necesita espacio político para ejercer
innovaciones institucionales que se aparten de las ortodoxias del Banco Mundial, el FMI y la OMC.
Paralelamente, organizaciones como la OMC deben desplazar sus agendas del foco en la creación de
mercados y la supervisión hacia una gama más amplia de políticas que estimulen el florecimiento de
diferentes sistemas económicos nacionales dentro de un orden del mercado global basado en reglas, justo y
equitativo.
Las consecuencias de no fomentar un enfoque así significan que el Consenso de Washington tiene una gran
parte de la responsabilidad en la notable actual oposición a enfocar importantes áreas de fracasos del
mercado. Entre estas:
• el problema de los factores externos, por ejemplo la degradación del medio ambiente causada por las
formas corrientes de desarrollo económico
• el desarrollo inadecuado de factores sociales fuera del mercado, únicos que pueden proveer un equilibrio
efectivo entre la "competencia" y la "cooperación"; asegurar, por ejemplo, una oferta adecuada de "bienes
públicos" esenciales tales como la educación, un transporte eficaz y una sana asistencia médica
• la tendencia hacia la "concentración" y la "centralización" de la vida económica, marcada por pautas de
oligopolio y monopolio
• la propensión al "cortoplacismo" en la estrategia de inversiones, donde los tenedores de fondos y
banqueros de inversión tienen políticas encaminadas a maximizar el inmediato rendimiento de los ingresos y
los resultados de los dividendos
• el subempleo o desempleo de los recursos productivos en un contexto de existencia demostrable de
necesidades urgentes y no satisfechas
Dejar que los mercados solos resuelvan los problemas de la generación y la asignación de recursos perpetúa
muchas dificultades políticas y económicas profundamente arraigadas. Entre ellas, estas cuatro:
• las vastas asimetrías de las oportunidades de vida dentro y fuera de los estados naciones que son fuente de
considerables conflictos
• la erosión de la fortuna económica de algunos países en sectores como la agricultura y los textiles, mientras
éstos gozan de protección o asistencia
• la emergencia de flujos financieros globales pueden desestabilizar rápidamente las economías nacionales
• el desarrollo de serios problemas transnacionales que involucran a la comunidad global
Es más, ampliar los límites de la acción estatal y debilitar la capacidad de gobierno para aumentar el alcance
de las fuerzas del mercado en una sociedad significará el recorte de servicios que le ofrecían protección a los
vulnerables. Las dificultades de los más pobres y menos poderosos -al norte, sur, este y oeste- empeorarán.
Poner los asuntos de "seguridad" en el primer lugar de la agenda política refleja, en parte, la necesidad de
contener los resultados provocados por esas políticas.
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Al debilitar la cultura y las instituciones del gobierno y la vida pública -local, nacional y globalmente- el
Consenso de Washington ha erosionado la capacidad de países de todo el mundo de proveer los bienes
públicos que se necesitan con urgencia. Ha confundido la libertad económica con la eficacia económica.
Defiende la libertad económica a costa de la justicia social y de la sostenibilidad medioambiental, con
perjuicios de largo plazo para ambos. Subir
Corrigiendo el consenso de Washington
En los últimos años el Consenso de Washington ha sido atacado desde muchos lados, desde los grupos de
presión domésticos que piden protección para ciertos sectores (la agricultura, los textiles, el acero) hasta los
movimientos anti-globalización, ecologistas y de justicia social. Los pobres resultados del Consenso de
Washington que he resumido han causado gran malestar y han sido blanco de críticas. El decepcionante
crecimiento económico y el aumento de la inseguridad en muchas partes de América Latina, el estancamiento
o el declive económico de muchos países subsaharianos, la crisis financiera asiática y las severas dificultades
sufridas en algunas economías de transición han llevado a que se pida el reemplazo o la ampliación de la
gama de políticas del Consenso de Washington.
El resultado ha sido que dentro del FMI, el Banco Mundial y otras destacadas organizaciones internacionales,
ha habido un intento de responder a las críticas ampliando el Consenso para aumentar la necesidad de
gobernabilidad, reducción de la pobreza y redes de seguridad social. Lentamente, se ha desplazado el énfasis
exclusivo en la liberalización y la privatización hacia una preocupación por los soportes de una actividad
exitosa del mercado. Ha surgido una nueva agenda que apoya gran parte de la antigua, pero que añade la
gobernabilidad y las medidas anti-corrupción, la reforma legal y administrativa, la regulación financiera, la
flexibilidad del mercado laboral y la importancia de las redes de seguridad social. Se puede llamar "el
Consenso de Washington aumentado".
El nuevo énfasis, entre cuyos defensores está Peter Sutherland, fundador de la Organización Mundial del
Comercio, es útil y bienvenido. Pero como lo ha recalcado Rodrik, "la base institucional para una economía
de mercado no tiene una determinación única. No hay un único esquema entre un mercado de buen
funcionamiento y la forma de las instituciones fuera del mercado que se requieren para sostenerlo". La nueva
agenda le da un peso excesivo a las concepciones anglo-americanas del tipo apropiado de instituciones
políticas y económicas tales como los mercados laborales flexibles y las regulaciones financieras.
Adicionalmente, toda la agenda está conformada por lo que se piensa son las instituciones necesarias para
asegurar la integración económica externa, tales como la introducción de reglas y normas de la OMC.
La nueva agenda no proporciona guías claras sobre la forma de dar prioridad al cambio institucional y
concede poco reconocimiento de la cantidad de tiempo que lleva la creación de tales desarrollos en países
donde ya se encuentra en una etapa avanzada. Después de todo, casi todos los países industrializados que han
realizado estas reformas lo hicieron en períodos de tiempo considerables. Se requiere un marco más
sofisticado, más justo e integrado en el nivel internacional para encarar las verdaderas necesidades sociales,
económicas y políticas de los muchos países en desarrollo más pobres.
¿Vamos en esta dirección? No, al contrario, se está desplegando una nueva agenda de seguridad acorde con
los supuestos intereses de los Estados Unidos. Es esto lo que debemos examinar ahora.
3. De la Agenda de Seguridad de Washington a una agenda humana
El ataque terrorista contra el World Trade Center y el Pentágono fue un momento decisivo en la historia de la
generaciones actuales. En respuesta, los Estados Unidos y sus principales aliados habrían podido decidir que
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la forma principal y más eficaz de derrotar el terrorismo global y de evitar que se convierta en un torrente
sería fortalecer el derecho internacional y ampliar el papel de las instituciones multilaterales. Habrían podido
decidir que era importante que ningún poder o grupo únicos actuaran como juez, jurado y verdugo. Habrían
podido decidir que las zonas globales calientes que alimentan el terrorismo global, como el conflicto IsraelPalestina, deberían ser las principales prioridades de esfuerzos internacionales coordinados. Habrían podido
decidir que la separación entre la globalización económica y la justicia social requería la más urgente
atención, y habrían podido también decidir ser duros con el terrorismo y duros con las condiciones que llevan
a la gente a imaginar que al-Qaeda y grupos similares son los agentes de la justicia en el mundo moderno.
En cambio, fallaron sistemáticamente en decidir cualquiera de estas cosas. Desde el 11 de septiembre el
mundo se ha polarizado más, el derecho internacional se ha debilitado, y las sistemáticas fallas políticas del
Consenso de Washington han sido agravadas por los triunfos de las nuevas doctrinas de seguridad de
Washington.
La precipitación de la guerra contra Irak en 2003 fue un grave desacierto. Sostuve entonces que era una
guerra equivocada, en el lugar equivocado y en el momento equivocado. Ahora se puede ver la forma en que
globalmente le dio prioridad a una agenda de seguridad estrechamente concebida que en el fondo es la nueva
doctrina estadounidense de la guerra unilateral y preventiva. Esta agenda contradice la mayor parte de los
principios centrales de las políticas y acuerdos internacionales desde 1945. Hace a un lado el respeto de las
negociaciones políticas entre los estados, así como la doctrina básica de disuasión y las relaciones basadas en
un equilibrio de poder entre las grandes potencias. Un único país que goza de supremacía militar hasta un
grado sin precedentes ha decidido, bajo su actual presidente, usar esa superioridad para responder
unilateralmente ante amenazas percibidas (que pueden no ser ni reales ni inminentes), y no tolerar ningún
rival.
Esta nueva doctrina tiene muchas implicaciones serias. Entre ellas el retorno a una visión de las relaciones
internacionales como, en último análisis, una "guerra de todos contra todos", en la que los estados justamente
luchan por sus intereses nacionales sin el estorbo de intentos por establecer límites reconocidos
internacionalmente (autodefensa, seguridad colectiva) internacionalmente. Una vez concedida esta libertad a
los Estados Unidos, ¿por qué no también a Rusia o China, India o Pakistán, Corea del Norte o Irán? No se
puede sostener coherentemente que todos los estados, salvo uno, deben aceptar límites a sus objetivos
autodefinidos y que esto se puede llamar ley. No pasará mucho tiempo antes de que esta visión se manifieste
contraproducente.
Las agendas de seguridad: estrechas vs. amplias
Lo que el mundo necesita es una agenda de seguridad mucho más amplia, global por cierto, que requiere tres
cosas de los gobiernos y de las instituciones internacionales -todas ahora ausentes.
En primer lugar, debe haber un compromiso con el imperio de la ley y el desarrollo de instituciones
multilaterales que deben condenar o aprobar una guerra cuando sea necesario. Los civiles de todas las
creencias y nacionalidades necesitan protección. Los terroristas y todos aquellos que violan la inviolabilidad
de la vida y de los derechos humanos deben ser llevados rápida y seguramente ante un sistema de cortes de
derecho internacional que cuente con apoyo internacional y pueda hacer justicia. Se debe desarrollar una
acción militar internacionalmente sancionada para arrestar sospechosos, desmantelar redes terroristas y lidiar
con los estados delincuentes agresivos.
Pero dicha acción debe ser siempre comprendida como una forma de hacer cumplir el derecho internacional,
sobre todo como una forma, tal como lo ha dicho claramente Mary Kaldor, de proteger a los civiles y de
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llevar a juicio a los sospechosos. Es claro que si se debe administrar justicia imparcialmente para asegurar el
apoyo internacional, ninguna potencia puede actuar como juez, jurado y verdugo. Lo que se necesita es un
impulso hacia una justicia global, no estadounidense, o rusa o china o británica o francesa. Debemos actuar
conjuntamente para sostener y fortalecer un mundo basado en reglas comunes con el fin de asegurar la
seguridad y la protección humanas básicas.
En segundo lugar, se debe emprender un esfuerzo sostenido para generar nuevas formas de legitimidad
política global para las instituciones involucradas en la seguridad y la paz. Este debe incluir la condena de las
violaciones sistemáticas de los derechos humanos dondequiera ocurran, y el establecimiento de nuevas
formas de responsabilidad política y económica que vayan más allá de esos esfuerzos ocasionales para crear
un nuevo impulso por la paz y la protección de los derechos humanos que han sido demasiado característicos
de los asuntos mundiales desde 1945.
En tercer lugar, como ya hemos sostenido, debe haber un reconocimiento franco de que los problemas éticos
y de justicia planteados por la polarización global de la riqueza, los ingresos y el poder, y con ellos las
enormes asimetrías de la vida, no deben ser dejados para que las resuelvan los mercados por su cuenta. No es
solo el caso de que aquellos que son más pobres y más vulnerables, y vinculados a situaciones geopolíticas
donde sus reclamos no han sido oídos desde hace generaciones, pueden ser terreno fértil para los reclutadores
de terroristas. El terrorismo puede darse en sociedades acomodadas y puede ser liderado por personas de
clase media o, como Osama ben Laden, de clase alta. Pero uno de los principios para eliminar el terrorismo
debe ser extirpar esas injusticias reales que los terroristas pueden usar, por oportunista que sea, para aumentar
su apoyo y legitimar sus métodos. Pero una consecuencia de la globalización de las comunicaciones es que la
experiencia de la injusticia en una parte del mundo puede ser compartida en otras partes.
Por supuesto, los crímenes terroristas de la clase vista el 11 de septiembre y desde entonces (en Chechenia,
Indonesia, Arabia Saudita, Pakistán, Marruecos y España) son en parte obra de desquiciados y fanáticos, así
que no puede haber garantía de que un mundo más justo y estable institucionalmente sea más pacífico en
todo sentido. Pero si le damos la espalda al proyecto de crear un mundo así, no habrá esperanza de mejorar la
base social de las desventajas vividas en los países más pobres y más trastornados. Grandes injusticias,
vinculadas a un sentido de desesperanza, alimentarán entonces la ira y la hostilidad. El apoyo popular contra
el terrorismo depende de convencer a la gente de que hay una manera legal y pacífica de resolver tales
agravios. Sin este sentido de confianza en las instituciones y los procesos públicos, la derrota del terrorismo
se convierte en una tarea enormemente difícil, si no imposible.
Cualquier intento de desarrollar el derecho internacional, de ampliar la capacidad de las instituciones
internacionales para el mantenimiento de la paz, y de construir puentes entre la globalización económica y las
prioridades de la justicia social será en sí mismo amenazado por el terrorismo y los peligros de las redes
terroristas extensas. Pero también está amenazado por las profundamente insensatas respuestas ante el
terrorismo que estamos presenciando. La nueva agenda de seguridad de los neoconservadores
estadounidenses, junto con la doctrina de Seguridad Nacional de la actual administración, le da a los Estados
Unidos el papel global de definir las normas, evaluar los riesgos y las amenazas, y administrar justicia.
Rompe con todas las premisas fundamentales del orden mundial post-1945 y sus compromisos con la
disuasión, las relaciones estables entre las mayores potencias y el desarrollo de instituciones internacionales
para resolver los problemas comunes.
Lo que tenemos que hacer
No hay duda de que hay un profundo debate en torno a los asuntos de seguridad y terrorismo. Pero hay unos
cuantos problemas muy urgentes que deben ser encarados si queremos salvar los logros del mundo post11
Holocausto y construir sobre ellos en un forma que nos proporcione seguridad en el sentido más estrecho
(protección contra la amenaza inmediata del poder coercitivo y la violencia), sino seguridad en un sentido
más amplio -lo que llamo "seguridad humana" que busca asegurar la protección de todos aquellos cuyas
vidas son altamente vulnerables.
Ya he expresado cómo podemos alcanzar esto en mi nuevo libro, Global Covenant . Aquí simplemente voy a
enumerar seis pasos que podrían tomarse para ayudar a implementar una agenda de seguridad:
• volver a vincular la agenda de seguridad y derechos humanos en el derecho internacional -los dos lados del
derecho internacional humanitario que, juntos, especifican graves y sistemáticos abusos contra la seguridad y
el bienestar humanos, y las condiciones mínimas requeridas para el desarrollo del ser humano
• reformar los procedimientos del Consejo de Seguridad de la ONU mejorar la definición y legitimidad de la
intervención armada mediante umbrales creíbles; y vincular estos a las condiciones que constituirían una
grave amenaza contra la paz, o contra las condiciones mínimas para el bienestar de la agencia humana,
suficientes para justificar el uso de la fuerza
• reconocer la necesidad de desalojar y reformar los ya anticuados acuerdos geopolíticos de 1945 como base
para la toma de decisiones en el Consejo de Seguridad, y para extender la representación de todas las
regiones en condiciones justas e iguales
• ampliar las atribuciones del Consejo de Seguridad, o crear un Consejo de Seguridad Social y Económica
paralelo y, cuando sea necesario, intervenir en toda la gama de las crisis humanas -físicas, sociales,
biológicas, ecológicas- que pueden amenazar al ser humano
• fundar una Organización Mundial del Medioambiente para promover la implementación de acuerdos y
tratados ambientales ya existentes, cuya principal misión sería garantizar que el desarrollo de los sistemas
mundiales comerciales y financieros sea compatible con el uso sostenible de los recursos mundiales
• comprender que una gobernabilidad global eficaz, transparente y responsable requiere fuentes de ingresos
confiables, desde ayuda para nuevos servicios financieros (tal como lo propone el ministro británico de
finanzas, Gordon Brown) y, a su debido tiempo, nuevos ingresos por concepto de impuestos (basados por
ejemplo en el PIB, el uso de energía o el volumen del mercado financiero) Subir
La intervención humanitaria armada
En Global Covenant examino cómo se pueden realizar cada una de estas posibilidades. Aquí examinaré solo
uno de los temas más críticos antes de mirar cómo se puede realizar un programa global así. ¿Cómo podemos
justificar una intervención humanitaria armada si las circunstancias lo requieren? Tres informes convincentes
han reconocido esta cuestión recientemente.
El primero es un informe (publicado en diciembre, 2001) de una Comisión Internacional sobre la
Intervención y la Soberanía del Estado auspiciada por Canadá y que enfatiza la importancia de la
responsabilidad de proteger a la población frente a una pérdida de vida en gran escala o una limpieza étnica.
Vincula esta responsabilidad a principios adicionales concernientes al empleo de medios proporcionales
incluyendo, entre otras consideraciones, en última instancia, el uso del poder militar, frente a graves
atentados contra el bienestar humano.
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Anne-Marie Slaughter nos ofrece un segundo relato. Enfoca tres factores, que simultáneamente presentes,
pueden justificar una intervención humanitaria armada: la posesión de armas de destrucción masiva, abusos
graves y sistemáticos contra los derechos humanos, y una intención agresiva contra otras naciones.
En tercer lugar, Kenneth Roth de Human Rights Watch ha sostenido que la intervención humanitaria puede
justificarse si se cumple una serie de condiciones: que sea una intervención en última instancia; que la
motiven preocupaciones humanitarias; que se guíe por, y maximice la conformidad con el derecho
internacional humanitario; que probablemente haga más bien que mal; y que la legitime el Consejo de
Seguridad de la ONU.
Cuestiones urgentes adicionales se presentan. Estas incluyen la forma como uno evalúa el balance de los
diferentes factores en juego, cómo se puede crear un nuevo umbral para el uso legítimo de la fuerza. Todas
las posiciones que surgen de esta perspectiva tienen que ser probadas frente a las opiniones y juicios de
personas de todo el mundo y no solo frente a las opiniones de los estados naciones más poderosos, para que
así cualquier nueva solución perdure y sea legítima a la larga. Esto va a requerir, sostengo yo, un pacto legal
global.
Tenemos que tener en cuenta que ninguna teoría moderna sobre la naturaleza y alcance del uso legítimo del
poder dentro de un estado reúne los papeles de juez, jurado y verdugo. Pero esto es precisamente lo que hoy
hemos permitido que suceda en el orden global. Necesitamos nuevos cuerpos de nivel global para evaluar las
evidencias, hacer recomendaciones y probar opciones. Tienen que ser cuerpos separados y aparte que
encarnen una separación de los poderes en el nivel local.
Porque si uno está a favor de una intervención humanitaria legítima también se tiene que preguntar quién va
a tomar estas decisiones y bajo qué condiciones. El peso del argumento apunta a favor de tomar en serio la
necesidad de proteger a los pueblos bajo circunstancias extremas, y también hacia la reforma de las
estructuras institucionales que juzgan estos urgentes asuntos. Estas estructuras tienen que ser abiertas,
responsables y representativas. Sin las reformas apropiadas, nuestras instituciones globales cargarán siempre
con la responsabilidad de ser parciales e ilegítimas.
4. Hacia un nuevo pacto global
En el centro de mi argumento y propuestas está la necesidad de conectar las agendas de seguridad y derechos
humanos para reunirlas bajo un marco internacional coherente. Para lograr esta unión global se necesita
preparar un nuevo pacto global para el mundo. En vez de trazar un plan de acción detallado de lo que deben
ser los resultados de una unión tal, es importante recalcar la importancia de un proceso legítimo que por un
lado revise los aspectos de seguridad y derechos humanos del derecho internacional y por otro trate de
reconectarlos dentro de un marco legal global. Adicionalmente, éste debe vincularse a un marco social y
económico de gobernabilidad más amplio, que establezca normas fundamentales para toda la vida humana.
Un resultado demostrable de tal iniciativa pueden ser nuevos procedimientos en la ONU que especifiquen la
serie de condiciones que constituirían una amenaza para la paz y el bienestar de la humanidad suficientes
para justificar el uso de la fuerza. A menudo esta cuestión se expresa en esta forma: ¿se necesita reformar la
carta de la ONU para crear nuevas causas de guerras o intervenciones armadas en los asuntos de un país a
causa de su políticas internas?
Pero hay una cuestión mucho mayor que ninguna unión así necesita encarar. En todo el mundo en desarrollo,
los asuntos de justicia global con respecto al gobierno y los derechos humanos legales no son considerados
una prioridad por sí mismos, y es improbable que se vean como preocupaciones legítimas, a no ser de que
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estén conectados con asuntos humanitarios fundamentales propios del bienestar social y económico, tales
como la educación básica, el agua potable y la salud pública. Mary Robinson ha sostenido esto con
elocuencia y muestra cómo la aplicación de los protocolos internacionales existentes potenciarían
enormemente toda la agenda de derechos humanos.
En otras palabras, tenemos que reemplazar el estrecho alcance y visión del Consenso de Washington por una
economía libre y justa que también apoye una agenda de seguridad humana. Si se debe dirigir la
globalización en beneficio de todos, la mejor forma de lograrlo es globalizando los conceptos y valores
socialdemócratas:
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el imperio de la ley
la igualdad política
políticas democráticas
justicia social
solidaridad social
eficiencia económica
El balance social demócrata, pasado y presente
Tradicionalmente, los social demócratas han buscado desplegar las instituciones democráticas de países
individuales a favor de un proyecto nacional particular; un compromiso entre los poderes del capital, el
trabajo y el estado que trata de fomentar el desarrollo de las instituciones del mercado, la propiedad privada y
la búsqueda de utilidades dentro de un marco regulador que garantice no solo las libertades civiles y políticas
de los ciudadanos, sino también las condiciones sociales necesarias para el disfrute sus derechos formales.
Los social demócratas han aceptado correctamente que los mercados son centrales para generar el bienestar
económico, pero reconocieron que en la ausencia de una regulación apropiada adolecen de serias faltas, en
especial la generación de riesgos indeseados para sus ciudadanos, una distribución desigual de esos riesgos, y
la creación de factores negativos externos adicionales y de desigualdades corrosivas.
En sus inicios, durante y después de la Segunda guerra mundial, muchos países occidentales trataron de
reconciliar la eficiencia de los mercados con los mercados de la comunidad social (que los mismos mercados
presuponen) con el fin de desarrollarse y de crecer. La forma en que se alcanzó el equilibrio adoptó diferentes
formas en diferentes países, como reflejo de las diferentes tradiciones políticas nacionales; en los Estados
Unidos el "New Deal", y en Europa la social democracia o economía social de mercado. Sin importar cómo
se concibió exactamente este equilibrio, los gobiernos, como lo ha recalcado John Ruggie, desempeñaron un
papel clave en la promulgación y el manejo de este programa: moderando la volatilidad de los flujos de
transacciones y los niveles de demanda, y proporcionando inversiones sociales, redes de seguridad y
asistencia para ajustes.
Aunque unas décadas después de la Segunda guerra mundial parecía que se había alcanzado un equilibrio
satisfactorio entre el autogobierno, la solidaridad social y la apertura económica internacional -por lo menos
en la mayoría de los países occidentales y para la mayoría de sus ciudadanos- ahora parece que será cada vez
más difícil sostener un equilibrio. Hoy en día, la movilidad de los capitales, los bienes, las personas, las
ideas, los agentes contaminantes desafían cada vez más la capacidad de los gobiernos de desarrollar sus
compromisos sociales y políticos dentro de fronteras delimitadas. La creciente divergencia entre el extenso
alcance espacial de la actividad económica y social y los mecanismos estatales tradicionales de control
político plantean toda clase de nuevos problemas, que no se pueden resolver, además, dentro del marco del
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viejo o el nuevo Consenso de Washington. Armada con sus políticas, la gobernabilidad en todos los niveles
ha sido simplemente desarmada o ingenuamente reformada.
La social democracia en una nueva era
Aunque los conceptos y valores de la social democracia tienen una importancia perdurable, el desafío clásico
de hoy en día es elaborar su significado, y reexaminar las condiciones de su afianzamiento contra el fondo de
una cambiante constelación global de la política y la economía.
En la época actual, la social democracia debe ser defendida y explicada no solo en el nivel del estado nación
sino también en los niveles regionales y globales. El suministro de bienes públicos no puede seguir siendo
equiparado con solo los bienes proporcionados por el estado. Diversos actores estatales y no estatales dan
forma y contribuyen en su suministro -y están obligados a hacerlo para que se cumpla con los profundos
desafíos de la globalización.
Además, algunos bienes públicos básicos solo pueden ser suministrados regional y globalmente. Desde el
establecimiento de reglas comerciales más equitativas y la estabilidad financiera para luchar contra el hambre
y la degradación medioambiental, el énfasis debe apuntar a encontrar formas duraderas de cooperación y
colaboración internacional y transnacional.
Con esto en mente, el proyecto social demócrata debe ser concebido de nuevo para que incluya cinco
objetivos esenciales:
• la promoción del imperio de la ley en el nivel internacional
• mayor transparencia, responsabilidad y democracia en la gobernabilidad global
• un compromiso mayor con la justicia social en la búsqueda de una distribución más equitativa de las
oportunidades vitales
• la protección y reinvención de la comunidad en diversos niveles
• la regulación de la economía global -a través del manejo público del comercio global y los flujos
financieros, y el compromiso de los principales participantes en la gobernabilidad corporativa
Estas orientaciones-guía separan la política de lo que llamo la "social democracia global" tanto de seguir el
Consenso de Washington como de aquellos que se oponen a la globalización.
La social democracia en el nivel del estado nación significa ser firme en la búsqueda de los mercados libres e
insistir al mismo tiempo en un marco de valores compartidos y de prácticas institucionales comunes. En el
nivel global significa seguir una agenda que evalúe la apertura de los mercados frente a los programas de
reducción de la pobreza y la protección inmediata de la población vulnerable en todas partes. Se debe seguir
esta agenda, asegurándose al mismo tiempo de que los diferentes países tengan la libertad que necesitan para
experimentar con sus propias estrategias y recursos dentro de un código que obligue a los estados a seguir
unas normas básicas.
El crecimiento económico por sí solo puede darle un poderoso ímpetu al logro de los objetivos de desarrollo
humano. Pero un desarrollo económico sin control que beneficie primordialmente a los intereses globales
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arraigados nunca puede orientarse hacia la prosperidad. El desarrollo económico tiene que ser concebido
como un medio para lograr un fin, no como un fin en sí mismo.
Así comprendido, debe reconocerse que aunque el comercio internacional tiene un enorme potencial para
ayudar a que los países menos favorecidos salgan de la pobreza, y para el bienestar de los estados naciones,
las actuales reglas del comercio global, como ya lo hemos indicado, están estructuradas para proteger los
intereses de los ricos contra los intereses de los países más pobres y también de los de ingresos medianos.
En principio, el comercio libre es un objetivo admirable para los progresistas, pero no se puede seguir sin
atender las asimetrías de poder de la economía global y los más pobres en los países de bajos y medianos
ingresos que son en extremo vulnerables en las etapas iniciales de la integración al mercado externo
(especialmente la liberalización del mercado de capitales), y que tienen pocos recursos. Algo similar puede
decirse de muchas personas en las sociedades más ricas. Aunque no están expuestas a las reglas desiguales y
desigualdades del orden económico global en forma paralela a la de los países en desarrollo, si pierden su
trabajo o tienen que conformarse con menores ingresos, también son vulnerables en las épocas de cambios
económicos importantes.
Cualquier agenda social demócrata para los mercados libres deben tratar las necesidades de los vulnerables
dondequiera se encuentren. Para los países más pobres esto implicará que las políticas de desarrollo deben
estar dirigidas a desafiar las asimetrías de acceso al mercado global para graduar la integración al mercado
global, en particular los mercados de capital, con el fin de ensayar diferentes clases de estrategia de
inversión, construir un sólido sector público, asegurar una inversión a largo plazo en la asistencia médica, el
capital humano y la infraestructura física, y desarrollar instituciones políticas transparentes y responsables.
En los países desarrollados esto significará la ampliación constante de instituciones políticas fuertes y
responsables que ayuden a mediar y manejar las fuerzas económicas de la globalización, y el suministro,
entre otras cosas, de niveles altos de protección social y redes de seguridad de apoyo, junto con una inversión
sostenida en la adquisición de conocimientos y capacidades. Es notable lo poco que esta gama de políticas se
ha aplicado. Esto parece más una cuestión de psicología y de escogencia política, y no una cuestión
relacionada con obstáculos fundamentales en la naturaleza de la organización económica de los asuntos
humanos.
5. Un consenso global social demócrata
Sigue un esbozo de un consenso social demócrata en torno a la globalización y la gobernabilidad global
económica. Junto con los elementos enumerados arriba para una agenda de seguridad (véase la sección "Lo
que necesitamos hacer"), serían una importante contribución para la creación de un campo de juego nivelado
en la economía global; juntos, ayudarían a reconstituir el sistema económico en una forma libre y justa al
mismo tiempo. Estos incluyen:
• salvar la ronda de negociaciones de Doha, y asegurar una negociación de desarrollo que beneficie en forma
seria a los países más pobres y de medianos ingresos del mundo
• reformar el acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual Relacionados con el
Comercio (ADPIC) para asegurarse de que sea compatible con la salud y la asistencia social, y que le ofrezca
flexibilidad a los países pobres para que decidan cuándo y en qué sectores desean usar la protección de
patentes
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• reconocer que para muchos países en desarrollo graduar su integración a los mercados globales, y solo
seguir esta agenda después de que estén establecidas las necesarias reformas domésticas políticas y
económicas, es mucho más importante que buscar simplemente la apertura
• construir en base a organizaciones, como el centro de consejería legal de la OMC, para desarrollar la
capacidad de los países en desarrollo de comprometerse productivamente con las instituciones rectoras de la
economía mundial
• establecer un claro programa para que los gobiernos alcancen el objetivo de ayuda "ONU 0.7%
PIB/overseas", y aumentarlo al 1% a su debido tiempo, con el fin de que se garantice un flujo de recursos de
inversión mínimo para la integración interna de los países más pobres
• apoyar mayores reducciones en el peso internacional de la deuda de los países pobres más endeudados,
vinculando la cancelación de la deuda, por ejemplo, a la educación y el suministro de incentivos financieros
para que los niños pobres asistan a la escuela
• crear un régimen internacional justo de migraciones que pueda regular los flujos de personas de manera
que sea benéfico en términos económicos y sostenible socialmente tanto para los países en desarrollo como
para los desarrollados
• mejorar la cooperación entre las instituciones financieras y otros donantes internacionales, consolidando el
desarrollo y los esfuerzos de formulación de políticas de la comunidad internacional dentro de la ONU
• abrir las instituciones financieras internacionales para aumentar el papel de los países en desarrollo y su
subrepresentación en las estructuras actuales de la actual gobernabilidad y expandir su papel en, entre otras
instituciones, el Foro de Estabilidad Financiera (FSF) y el Comité de Supervisión Bancaria de Basilea
• construir redes e instituciones globales enfocadas en la pobreza y la asistencia social, con el fin de actuar
como contrapesos y poderes compensatorios de la Organizaciones Intergubernamentales Internacionales
(IGO: la OMC, el FMI, el Banco Mundial, etc.) que manejan el mercado
• instituir una revisión internacional sustancial del funcionamiento de las instituciones de Bretton Woods,
creadas hace más de cincuenta años, y que ahora operan en un contexto económico que ha cambiado
drásticamente
Si los países desarrollados quieren un rápido establecimiento de códigos legales globales para mejorar la
seguridad y asegurar una acción contra las amenazas del terrorismo, entonces tiene que ser parte de un
proceso de reforma más amplio de esta clase que encare la inseguridad de la vida en las sociedades en
desarrollo.
¿Tenemos los recursos para poner en práctica un programa de esta clase? Es posible que nos falte la
voluntad, pero no se puede decir que nos falten los medios. Lo prueban unos ejemplos dicientes. El
presupuesto de la ONU es de US$1.25 miles de millones más la financiación necesaria anual para las
operaciones de mantenimiento de la paz. Comparado con esto, los ciudadanos estadounidenses gastan US$8
miles de millones en cosméticos, US$27 miles de millones en productos de confitería, US$70 miles de
millones en bebidas alcohólicas y más de US$560 miles de millones en autómoviles. (Todos estos datos son
de fines de los noventas y deben ser bastante más altos ahora.) O tomemos la Unión Europea: sus ciudadanos
gastan US$11 miles de millones en helados, US$150 miles de millones en cigarrillos y alcohol, y la Unión
Europea y los Estados Unidos juntos gastan US$17 miles de millones en comida por año.
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¿Qué necesitamos para realizar un cambio sustancial en el bienestar básico de las poblaciones más pobres del
mundo? También hay estadísticas disponibles sobre este punto. Se necesitarían US$6 miles de millones
anuales para la educación básica, US$9 miles de millones para agua potable y sanidad, US$12 millones para
la salud reproductiva de las mujeres, y US$13 millones anuales la salud básica y la nutrición. Estos datos son
sustanciales pero, al compararlos con los mayores gastos de consumo de los Estados Unidos y la Unión
Europea, no están más allá de nuestro alcance.
Además, si se eliminaran todos los subsidios de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económicos (OCDE) y se invirtieran en los países más pobres del mundo quedarían liberados US$300 miles
de millones anuales. Se puede anotar también que un viraje de 0.5% de PIB global también liberaría US$300
miles de millones anuales. Adicionalmente, un pequeño viraje de los presupuestos militares y de ayuda
(US$900 miles de millones anuales y US$50 miles de millones respectivamente) marcaría una clara
diferencia en la agenda humana de seguridad. Es claro, entonces, que existen los recursos económicos para
establecer reformas con el fin de ayudar a los países y poblaciones más pobres del mundo. Realmente la
cuestión es la forma como asignamos los recursos disponibles, en beneficio de quiénes y con qué fin. No es
una cuestión de que existan o no los recursos adecuados, es una cuestión de la forma como escogemos
invertirlos. Podemos cumplir con el desafío a que se enfrenta tan claramente el mundo. Sabemos cuáles son
los peligros y las respuestas están a nuestro alcance.
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