Botticelli y su ideal de la belleza: La primavera Natalia González Zaragoza ngzaragoza@yahoo.es DNI: 48395126-K TELF: 600745169 INTRODUCCIÓN El arte italiano se inició con varios acontecimientos que le alejan del arte gótico, por un lado, están los descubrimientos de Giotto, en los que se aprecian nuevos valores estéticos fundamentales como es el tratamiento del volumen, la profundidad, el modelado de las figuras; otro acontecimiento fueron los descubrimientos de Brunelleschi sobre la perspectiva, tratada de un modo científico, y sus estudios de la cultura clásica griega y romana, siendo las nuevas referencias intelectuales del arte renacentista; el siguiente acontecimiento fue el de la creación de un nuevo ideal de belleza, dispuesto a ser el centro de atención en toda obra artística, al cual se unía la representación del esplendor de la riqueza y el lujo, como condicionantes de ese ideal. La mitología griega fue conocida durante la Edad Media, pero estos no tradujeron sus historias en la pintura, solo en el Renacimiento los mitos se convirtieron en tema pictórico y escultórico, al igual que en la época clásica griega y romana. En este artículo, se describe y profundiza en la obra “La Primavera” de Botticelli, obra que reúne los ideales del Primer Renacimiento, El Quattrocento. Botticelli fue el pintor de la figura humana en todo su esplendor y belleza, y se alejó de la solidez y robustez de sus coetáneos Masaccio y Pollaiuolo. En sus cuadros, se describen escenas en las que las figuras parecen estar escenificando un estudiado baile, y recuerdan a los estilizados relieves de Ghiberti, a las delicadas figuras de Fra Angélico y a algunos artistas del Gótico Internacional, que se basaron en movimientos ondulantes para dotar de vida y gracia a la figura humana. La mayoría de sus cuadros presentan una doble lectura simbólica que se representa a través de temas antiguos de tipo moral, a través de los cuales se pretende hacer referencias a los acontecimientos que estaban sucediendo en el ambiente social de los Médicis. BOTTICELLI Y SU IDEAL DE LA BELLEZA: LA PRIMAVERA. El cuadro de “La primavera” junto a “El nacimiento de Venus”, son las dos obras reveladoras de la originalidad de un artista llamado Sandro Botticelli (1445-1510) y también son las máximas exponentes de la etapa renacentista denominada Quattrocento. Hacia 1482 Botticelli realizó esta obra alegórica inspirada en la mitología grecolatina, al aparecer en escena Venus, Mercurio, Cupido, Flora y la pareja Cloris y Céfiro, dispuestos a celebrar el mes de la primavera. Todos ellos componen la escena de manera ordenada y bajo una escenografía estudiada y minuciosa, en la que cobra especial significado Venus, que parece orquestar todos los movimientos de los demás personajes. Ésta se encuentra en el centro del cuadro elevada respecto a los demás protagonistas debido al uso de una perspectiva ascendente, poco utilizada por los nuevos artistas renacentistas como Masaccio o Verrochio, creándose de este modo, una sensación de espacio irreal. La escena discurre en un jardín florido, donde destaca una hilera de naranjos, que crean un arco central bajo el que se encuentra un mirto, el árbol de Venus. Delante de este árbol se encuentra Venus, como una matrona del s. XV. La simbología de sus ropajes, como la del color rojo de su manto, la identifican como la diosa del amor. Como vemos contemplar esta obra significa también leer su universo plagado de símbolos. Venus se ubica en la parte central de la obra y a ambos lados de ella se organizan dos grupos de figuras. Con la mano derecha parece indicar a la mirada del espectador, la dirección de la representación de baile de las Tres Gracias, sus fieles acompañantes. Estas tres figuras idealizadas se muestran representadas bajo una técnica de veladuras, magistralmente ejecutada, que identifican a los vestidos transparentes ondeantes, debido a una suave brisa que proviene de la izquierda del cuadro. La composición de la escena es de gran elegancia, su baile parece mágico y sus miradas parecen pérdidas y cautivas de una extraña melancolía. Al contemplarlas, se verifica que Botticelli debió estudiar a las esculturas clásicas griegas del período helénico, que representan con gran detalle los ropajes de la antigüedad, según la técnica de los paños mojados. De entre ellas destaca la Gracia de la izquierda, al poseer una prenda distinta a la de sus compañeras, se trata de una prenda interior blanca que oculta, a diferencia de las otras dos, su joven y blanco cuerpo. Por encima de Venus, se halla Cupido, el Dios ciego, suspendido en el aire y apuntando con una flecha al corazón de esta Gracia. El guardián del jardín es Mercurio, compañero constante de Venus, el cual no queda representado en actitud de mensajero de los dioses, sino que aparece con una actitud aparentemente distraída, y una pose de estatua clásica. Su interés recae en apartar con una varilla, una nube oscura del jardín que amenaza sobre la claridad del día. En el conjunto de la derecha de Venus se halla Flora, la diosa de la primavera. La decoración de sus ropajes es de una refinada ejecución. La variedad de flores con las que se adorna enriquecen a su presencia, y se valora en el cuadro, como un personaje activo que reparte flores de su lecho y es cómplice de la presencia del espectador, al dirigir su mirada a él. Detrás de ella hay dos figuras que representan a la ninfa Cloris, envuelta en un manto transparente que se da la vuelta para mirar a Céfiro, el cual intenta atraparla, mientras de su boca brotan flores. Céfiro, es el personaje mitológico que representa al suave viento de la primavera que proviene del oeste. Su figura es azulada, como corresponde a un habitante de los cielos. Éste está descendiendo entre dos laureles, que tienen un gran valor significativo, pues, alude a la familia de los Médicis. Durante la época del reinado de los Médicis, los poetas del círculo de Lorenzo el Magnífico jugaron con las palabras laurus y laurentius, para aludir a él. El descenso de Céfiro entre los laureles para abrazar a su esposa, hace referencia a un familiar de Lorenzo. En la obra destacan la gran cantidad de flores pintadas, dignas de ilustrar cualquier libro de Botánica. Éstas están representadas con un estilizado realismo: acianos, nomeolvides, anémonas, dientes de león, verónicas, margaritas, borrajas y lirios. Pero, de entre ellas las que son más representadas y adquieren un papel más significativo son las rosas. La rosa estaba asociada a Venus, desde la antigüedad. Según una leyenda griega el primer rosal nació de la tierra en el momento en el que Venus surgió del mar. Dada su asociación con el amor y la belleza, era también una flor festiva, y se esparcía durante las celebraciones, tanto religiosas como seculares, que tenían lugar en Italia durante el mes de Mayo. Este cuadro es una de las primeras obras de Botticelli de carácter mitológico. La originalidad de Botticelli consistió en representar a los personajes mitológicos griegos realizando acciones cotidianas, no mitológicas y también en agregar elementos alegóricos que se referían a los mecenas a quienes iban destinadas las obras. Los temas mitológicos pintados empezaron a introducirse en el mundo del arte a través de artistas como Botticelli, creándose un estilo poético renacentista que intentaba reflejar el estilo de la pintura clásica griega y romana, conocidas solo por los textos literarios, como los de Plinio. Sin embargo, el tratado de pintura más influyente en los artistas del Quattrocento, fue el realizado por Leon Battista Alberti, De Pictura (1435), que ofreció pautas esenciales de cómo traducir los textos mitológicos y poesías antiguas al lenguaje pictórico. Un ejemplo de cómo influyó Alberti en Botticelli se detecta en este cuadro. Alberti argumentó en su tratado que los vestidos de los personajes mitológicos representados debían mostrarse ondulantes, ya que así, se percibían más bellos. Este efecto lo logra Botticelli en La Primavera, al poner de relieve la irrupción de la brisa, proveniente de la boca de Céfiro, que sopla desde la izquierda. Botticelli subraya que la dirección de los ropajes de Cloris deben moverse según sopla el viento que produce Céfiro, contraria a la dirección con la que se mueven el resto de los ropajes de Flora y las Tres Gracias. A través de este detalle el artista pretende situar a Céfiro y a Cloris en un momento temporal distinto al del resto de personajes del cuadro. Botticelli destacó por un original modo de representar la realidad y al cuerpo humano, pero todavía estaba ligado, en algunos aspectos, a la estética y moda del gótico internacional, como es la tendencia a crear efectos ondulantes en las posturas, cabellos, ropajes, anatomía estilizada, perspectiva irreal etc., pero el carácter clásico es el estilo predominante en esta obra y se muestra en el tratamiento de la anatomía, la elegancia, y cierto realismo en los rostros. Aby Warburg, demostró en 1893 que ciertos detalles del cuadro estaban directamente inspirados de varias historias del libro de Lucrecio, De Rerum Natura, y de Fasti, de Ovideo. Lucrecio describe a Flora, en primavera, caminando frente a Céfiro y esparciendo flores, por otro lado en el libro Fasti, de Ovideo, describe la relación amorosa que existía entre Céfiro y Cloris. La representación sensual de las Tres Gracias bailando con ropajes transparentes es descrita por Séneca, en De Beneficiis, que relata la contemplación del baile de estas ninfas, en una pintura antigua. Esto explica que Botticelli pudo ser asesorado por algún humanista profesional para dotar a su obra de detalles y referencias clásicas y simbólicas. La función de esta obra está ligada a la expresión máxima del amor, por lo que, esto acentúa el hecho de que su destino fuese formar parte del patrimonio artístico de algún joven matrimonio adinerado. Las uniones matrimoniales de entonces nada tienen que ver con las de ahora, el matrimonio entre un hombre y una mujer se realizaba teniendo en cuenta la riqueza y el poder de las familias de ambos. Sus enlaces eran negociados por sus parientes con deseo de ver favorecidas sus rentas y fortunas. La celebración era todo un espectáculo de riqueza y lujo y, durante su desarrollo y proceso se decoraban las estancias de la casa del novio con obras artísticas que destacaban las virtudes de la mujer y estaban llenas referencias al amor. El matrimonio de entonces no valoraba el romance previo entre los novios y, su amor se consideraba la consecuencia, y no la causa de su enlace. Este cuadro fue un encargo que se le hizo a Botticelli destinado a un enlace matrimonial. En el cuadro vemos a Cupido, en actitud de lanzar una flecha a una de Las Tres Gracias, con la intención de inflamar de amor a la novia, que apenas conoce a su futuro esposo. Esta novia se identifica con la gracia que lleva puesta la prenda blanca, símbolo de la pureza, la cual destaca además por una actitud más decorosa que el resto. Según la simbología del cuadro y una serie de documentos se acredita que el cuadro estaba destinado a la familia Médicis, y que este se realizó para el matrimonio, en 1482, entre Lorenzo Pierfrancesco y Semiramide Apiani. Semiramide era hija de Jacobo III d’Appiano, propietario de las minas de Elba, las únicas minas de hierro de Italia. Lorenzo el Magnífico estaba muy interesado en establecer una alianza política con los Appiani y así beneficiarse del poder lucrativo del monopolio de las minas. La unión entre su joven primo y Seminaride supuso el afianzamiento de los Médicis de las riquezas de la joven. En el cuadro, Venus ánima a su hijo Cupido a que la joven se enamore del novio, mientras Mercurio espanta a las nubes lluviosas para evitar que enturbien la escena amorosa, y Flora se dispone en el jardín a esparcir rosas, símbolo del amor, y Cloris y Céfiro son los representantes del propio matrimonio que debe mantenerse, según su propia historia de amor, para siempre. Esta obra junto a El nacimiento de Venus, son el reflejo de los días dorados de Florencia, sin embargo, sus últimas obras de carácter religioso, traslucen la tensión política y social que empezó a vivir Florencia en los últimos años del s. XV y los primeros del s.XVI, al mostrar un retroceso al ideal gótico y empezar a mostrar, otra vez, figuras antinaturales y faltas de elegancia. Botticelli, desde sus inicios en la pintura siente especial interés en representar los sentimientos. Su interés es el de mostrar el movimiento elegante, la sorpresa, la sensualidad, mostrándose despreocupado por otros valores que caracterizan al Renacimiento, como es el estudio de la perspectiva y el tratamiento realista del paisaje. Si contemplamos su obra, este reniega tanto al paisaje como a la creación de una perspectiva acusada. Su fama creció al realizar varias obras para los Médicis, y por varios retratos a gente de alta sociedad, lo que le valió el respeto de Vasari y el Papa Sixto IV. Este último le encargo decorar, junto a Perugino, Cosimo Roselli y Ghirlandaio, entre otros prestigiosos pintores del momento, la parte baja de los muros de la Capilla Sixtina, con historias sobre Cristo y Moisés. A pesar de las influencias de otros pintores como Filipo Lippi, Verrochio y los Pollailo, Botticelli destacó por su original universo cargado de referencias simbólicas y oníricas. Los intelectuales, humanistas y mecenas del momento, vieron que su pintura fue todo un adelanto, o un hallazgo luminoso, que se alejaba de los preceptos de Masaccio, y encajaba con el pensamiento neoplatónico del momento. Las obras mitológicas de Botticelli confirman su interés en el cuerpo humano, la idealización de sus proporciones y la creación de un mundo imaginario, donde los humanos son los protagonistas idealizados, mientras la naturaleza se nutre todavía de un estudio arcaico, ejerciendo de telón de fondo. Tras El Nacimiento de Venus, obra posterior a La primavera, solo podía surgir un período en el que el academicismo establecería sus pautas y se establecería como estilo oficial, o nacería una crisis que replantearía de nuevo los modelos estéticos de otro período artístico. A finales del Quattrocento, la crisis se apodera de Florencia viéndose sumida en frecuentes luchas políticas y religiosas que afectaron también a su continuidad cultural, que fue la que determinó el nacimiento de un nuevo arte, alejado de los ideales medievales. BIBLIOGRAFÍA: Summa Pictorica. Historia Universal del Arte, por Joan Sureda. Editorial Planeta. El arte y el hombre. René Huygue. Editorial Planeta. Historia del Arte. Ernst H. Gombrich. Editorial Alianza Forma.