HERIBERT MÜHLEN LA FASCINACIÓN INDESTRUCTIBLE ¿Cómo se diferencia la «gracia» de la fascinación mundana? La fascinación como violencia humana originaria es un momento fundamental de la religión. Se encuentra también en sus formas anónimas, ajenas a la revelación verbal, propias de la sociedad técnico-industrial. Las reflexiones siguientes tratan de distinguir entre la fascinación venida al mundo con Cristo, llamada también inicio de la vida «eterna», y la fascinación puramente mundana. Tal diferenciación no es nada fácil, sobre todo si se tiene en cuenta que la experiencia del mundo y la experiencia de la gracia se relacionan mutuamente en una dialéctica indisoluble. Die unzerstörbare Faszination. Wie unterscheidet sich «Gnade» von welthafter Faszination?, Orientierung, 36 (1972) 47-51 LA FASCINACIÓN VENIDA AL MUNDO CON JESÚS Preguntemos primero al NT si y en qué medida Jesús fue una aparición fascinante para sus contemporáneos. Y es que llama la atención que Jesús provocase al mismo tiempo temor y alegría, que es precisamente la estructura fundamental de la fascinación. Naturalmente, hay que tener en cuenta que los relatos sobre el Jesús prepascual están teñidos por la gloria pascual del Resucitado, pero no es necesario que nos detengamos ahora en esto. Sobre todo, el suceso de la resurrección provoca en las mujeres "miedo y gran gozo" (Mt 28,8). No sólo se trata de un gozoso entusiasmo, sino al mismo tiempo de una profunda y asustada perplejidad. Los escritores bíblicos retrotraen después esta fascinación hasta el nacimiento de Jesús (Lc 2,9) . Entre el nacimiento y la resurrección hay una serie de sucesos e impresiones que patentizan que Jesús fue un hombre fascinante durante su vida "pública". Del niño de doce años dice Lc 2,47: "Todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas". Aquel niño extraña y atrae simultáneamente (cfr. Lc 2,50 ss). De un modo parecido, caen en éxtasis los testigos de los milagros de Jesús (Mt 12,23; Mc 2,12; 5,41 s; 6,51). Y lo mismo provocan sus palabras (Mt 7,28; 13,54; 19,25; Mc 1,22; 6,2; 7,37; 11,18; Lc 4,32; 9,43). Una vez calmada la tempestad, los discípulos quedan llenos de extrañeza y de temor (Lc 8,25). Mateo lo pone de relieve en conexión con la curación de un endemoniado mudo: "Y la gente, maravillada, decía: jamás se vio cosa igual en Israel" (Mt 9,33). Y no sólo los milagros provocan tal estupefacción; también las palabras tocan existencialmente a los oyentes: "Vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres" (Mt 10,21). Siempre se trata de un poder i nexplicable (exousia), lleno de un (phobos) reverencial. Así, el caminar de Jesús sobre las aguas asusta y atrae al mismo tiempo. Los discípulos gritan presa del miedo, pero al mismo tiempo Pedro se ve tan atraído por esta "aparición" que se lanza a su enc uentro. No se trata de una fascinación corriente, pues los discípulos adoran a Jesús en la barca con la confesión: "Verdaderamente, tú eres Hijo de Dios" (Mt 14,33; cfr. 8,2; 9,18; 15,25). HERIBERT MÜHLEN Esta fascinación, que llega a la experiencia de lo divino en Jesús, hace que sus discípulos y contemporáneos puedan concienciar su pecado frente a él (cfr. Lc 5,8 s; 5,17-26; Mt 7,28 s; 8,8). Giro epocal en la experiencia de Dios Jesús no sólo aparece con un poder soberano (exousia), es decir, fascinante, sino que también enseña a sus semejantes a dejarse fascinar mutuamente. Este es el núcleo de su mandamiento del amor a Dios y al prójimo. No es raro leer u oír que la vinculación entre ambos mandamientos no es en el fondo más que el ensamblamiento de dos enunciados del AT (Dt 6,5; Lev 19,18), y que Jesús ha ensanchado el concepto de "prójimo" a todos los hombres. Algunos exegetas indican incluso que la combinación de ambos mandamientos es frecuente también en los rabinos y en Filón de Alejandría. De este modo se llega fácilmente a una interpretación puramente humanista del mandamiento cristiano por excelencia. El fallo de este modo de enfocar las cosas es el olvido del horizonte dentro del cual hay que comprender las palabras de Jesús. En el AT, el prójimo es simplemente aquel con quien se está en común ante Dios y bajo sus mandamientos. La comunidad de los hombres apenas se refiere alguna vez a la vinculación especial que brota de la alianza. En todo caso, el AT no dice expresamente en ninguna parte que los hombres son mutuamente mediadores de la experiencia de Dios. Más bien, el único mediador de esta experiencia es Moisés. Lo que une a los miembros del pueblo de Dios es el temor reverencial ante el Dios de la alianza. Jamás se les hubiera ocurrido experimentar a Dios como tal en la relación mutua y recíproca. El giro epocal de esta experiencia se muestra, por ejemplo, en el cambio de interpretación que hace Jesús de la representación veterotestamentaria del templo. Reconoce al templo de Jerusalén como "casa de Dios" (Mt 12,4; Lc 6,4), pero la doctrina y la existencia de Jesús son más que el templo (Mt 12,6). En el relato de la purificación del templo Juan hace una interpretación que apunta en el mismo sentido: Jesús mismo en su persona y existencia es superación y fin del culto veterotestamentario del templo; él mismo es desde ahora el lugar definitivo de la presencia de Dios (Jn 2,1322). Este giro, irrepresentable para un judío, se va imponiendo poco a poco en la conciencia de la cristiandad postpascual. Ésta es sin duda consciente de la novedad de su experiencia del Espíritu, pero se le hace muy difícil la articulación de esta experiencia. Pablo así la expresa: "¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?" (1 Co 6,16). Esto significa: para la comunidad primitiva, el templo de Jerusalén ha dejado de ser el lugar primario de la experiencia de Dios y de la fascinación; ella misma, en su mutua relación pneumatológica ha pasado a ser ese lugar. La confraternidad cristiana se ha convertido en mediación de la experiencia de Dios. Naturalmente, esta mediación no significa que los cristianos son origen del Espíritu, sino que supone que todos lo han recibido del Señor. Además hay que mantener que la experiencia trascendental, aprioristica, de la profundidad de Dios -que nunca es completamente objeto de conciencia refleja- sólo puede convertirse en vivencia HERIBERT MÜHLEN verdadera en el encuentro a posteriori, venido desde fuera, con los cristianos. El cielo viene a la tierra, pero sin dejar de ser siempre el misterio absoluto. ¿Qué significa "Espíritu Santo"? A partir de aquí podemos comprender mejor lo que propiamente significa "Espíritu Santo". Este término se ha convertido en una cifra sin contenido, imprecisa. A modo de intento, se podría decir: el Pneuma es aquella fascinación graciosa y vivificante, en la cual se encuentran los cristianos. Es la posibilitación, ella misma no corpórea, de una experiencia corpórea de Dios. Cada cristiano particular es ahora aquel templo en el que aparece la gloria de Dios en su inconcebible futuridad. Cada cristiano, cada prójimo, es para cada uno extraordinario y, por esto, atrae y se sustrae a la vez. En este contexto la palabra fascinación no se ha de entender en su sentido corriente de atracción erótica, pues incluso el enemigo, como cualquier persona, es portador de fascinación "espiritual" (pneumática). Ésta va siempre a través de la cruz, la cual, según Juan, es al mismo tiempo la gloria del Señor. La fascinación "espiritual" no significa tampoco un cierto bienestar o complacencia, pues siempre se encuentra bajo el juicio de su concreción v realización: "Estaba hambriento y no me disteis de comer", etc (Mt 25,42). Con esto queda claro que no toda fascinación tiene que ver con Jesús de Nazaret, con la gracia de Dios. La fascinación del Pneuma tiene como primer contenido a Jesús mismo, precisamente en cuanto está presente en nuestros prójimos por su Espíritu. En 1 Co 12,1-3 aparece esto sin equívoco posible. En este pasaje Pablo explica a los corintios la esencia de los dones del Espíritu haciendo referencia a aquellos éxtasis y fascinaciones bien conocidos para ellos por sus cultos paganos. El quedar absorto por un poder superior, es decir, la fascinación, es aquí caracterizado por Pablo como un fenómeno, una vivencia humana universal. Pero aquel poder que fascina a los paganos es "mudo", anónimo, mientras que el criterio para la acción del Espíritu, para la fascinación pneumática, es su contenido, expresado en la fórmula: "Jesús es el Señor". Fascinación pneumática es experiencia de Jesús, y ésta se muestra en las relaciones de los portadores del Espíritu entre sí (vv 4-30). Se podría mostrar más exactamente aún que la palabra Pneuma en muchos pasajes del NT podría traducirse simplemente por experiencia de Jesús, pues según 2 Co 3,17, "el Señor es el Espíritu". 1 Jn 1,1-3 confirma lo que decimos. Los testigos de la vida de Jesús transmiten en la predicación su experiencia palpable con Jesús. Los destinatarios de esta predicación son recibidos de este modo en la comunidad de Jesús. Esta comunidad como tal es obra del Espíritu y el contenido de su comunidad es Jesús, que lleva al Padre. El que esto no es pura especulación queda patente en el hecho de que los "santos" están obligados a ayudarse con dones materiales. Esta ayuda es signo y expresión de la autodonación que es la misma esencia de Dios. HERIBERT MÜHLEN LA AMBIGÜEDAD DE LA FASCINACIÓN MUNDANA La fascinación de Jesús ha de diferenciarse de la fascinación propia del mundo como mundo. Tal diferenciación no es nada fácil. La moderna teología ha puesto de relieve que experiencia de la gracia y experiencia del mundo no pueden separarse adecuadamente, pues experiencia del Espíritu, experiencia de Jesús, es algo que se encuentra en la autoexperiencia: el Espíritu es enviado a nuestros corazones (Ga 4,6), por consiguiente, a personas ya existentes, en su historicidad y experiencia propias. Por esto se puede decir: en la experiencia de uno mismo y del mundo es co-experimentada la presencia del Espíritu de Dios en nosotros, y se requiere una profunda reflexión teológica para hacer visible la anonimidad de la experiencia del Espíritu como tal experiencia. Detengámonos un poco en los enunciados bíblicos correspondientes. La biblia llama "gloria" (doxa) lo que hace a una cosa fascinante. Esta gloria es el resplandor atrayente de todo lo creado. El antiguo y el nuevo testamentos la relativizan y ponen de relieve su ambigüedad situándola en el horizonte de una gloria futura ( Is 40,6; 1 P 1,24). Se distingue de aquella gloria que las criaturas poseen por sí mismas y de aquella otra que los hombres se dan a sí mismos. Por esto, la gloria fascinante de Salomón no puede compararse con la de los lirios del campo (Mt 6,28 s; Lc 12,270. Sobre todo, aquella fascinación que se vincula al poder y al honor es considerada en el NT como un impedimento en el camino hacia la gloria de Dios. Así, Jesús no acepta ninguna gloria de los hombres, no quiere para sí ninguna fascinación meramente humana, ya que impediría la fe en él (Jn 5,41; cfr. 12,43). Y lo mismo hacen los apóstoles, puesto que no quieren agradar a los hombres, sino únicamente a Dios (1 Ts 2,4-7). Están fascinados por su servicio a ellos (v 8). Cuando el ministerio eclesial se rodea de resplandor mundano, también él se torna ambiguo. Esta relativización de la fascinación mundana se basa en el convencimiento de que el brillo y esplendor de las criaturas no tiene que ser necesariamente interpretado como un "reflejo" de Dios; puede ser visto también como algo absoluto, como algo en sí mismo. Entonces se convierte en la gloria del "reino de este mundo". La fuerza fascinadora de lo creado no perderá su ambigüedad hasta la plenitud escatológica del mundo (Ap 21,23; 21,27). Hasta entonces vale también de los cristianos lo que Pablo dice de los paganos: "...de forma que son inexcusables; porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias... y cambiaron la gloria de Dios incorruptible por una representación en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos, de reptiles" (Rm 1,21 ss). Está, pues, claro: la fuerza fascinadora de lo creado nos seduce y nos hace confundir a Dios con lo creado. Frente a la gloria fascinante de Dios, sin embargo, la fascinación del mundo es nada. Sólo Jesús, absolutamente sin pecado, podía dejarse fascinar por la gloria del mundo de tal modo que ésta no le separase de su Padre. De este modo abrió la dimensión de la acción de gracias, que no devalúa la mundanidad del mundo, sino que la relativiza ante la gloria de Dios. Melancolía de la plenitud La experiencia de Jesús, la fascinación pneumática, es la supresión de esta ambigüedad mundana y, consiguientemente, la liberación de toda coacción a absolutizar el mundo. HERIBERT MÜHLEN Todo lo que en este mundo nos fascina tiende a absolutizarse. Pero, de una forma meramente fenomenológica, la "melancolía de la plenitud" muestra que lo que nos fascina, pierde su fuerza atractiva cuando lo poseemos. La novedad de vivencias fascinantes se hace cotidiana y pierde así su fuerza de atracción. Por esto, estamos en continua búsqueda de algo que nos vuelva a fascinar nuevamente. Estamos contentos cuando hemos encontrado algo que nos fascine permanentemente, más aún, que nos resulte tanto más fascinante cuanto más nos relacionemos con ello. Ya esta experiencia es una cierta "desacralización" de la fascinación mundana. Pero esto sólo puede darse con la experiencia de Jesús. El mundo tiene siempre un sentido relativo, es decir, visto desde Dios está proyectado a una síntesis con la experiencia de la gracia y tiene su sentido sólo dentro del acontecimiento de la salvación. Su absolutización es su pérdida de sentido. La fascinación sólo puede venir desde fuera: la fascinación que está fascinada por sí misma, a la larga se convierte necesariamente en un aburrimiento mortal. El mundo desplie ga su fuerza fascinante sólo en la acción de gracias, si se deja asumir en aquella indestructible fascinación, que llamamos "vida eterna". LA NOVEDAD PERMANENTE DE LA EXPERIENCIA DE LA GRACIA Acabamos de tropezar con el fenómeno de la permanente sustracción de aquello que nos fascina, sustracción que hace de lo fascinante algo aún más fascinante. Es lo que ocurre en el amor personal profundo: cuanto más proximidad, más experiencia de la otreidad y de la diversidad. Pero así la atracción mutua no desaparece, sino que se intensifica. El misterio de la persona humana nunca suprimible es la garantía de su permanente fuerza de atracción y el fundamento de la fidelidad personal. Pero una fidelidad permanente entre personas sólo es posible si está sostenida por un amor crucificado, que ama a los otros hombres como Dios nos ha amado. Y el amor de Dios por nosotros aparece en la cruz de su Hijo. La experiencia de la "gloria" de la cruz y la resurrección, es decir, la experiencia de la gracia como gracia, no es la prolongación del mundo como mundo. La novedad de la nueva creación (cfr. 2 Co 5,17; Ga 6,15) es misterio permanente: "Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman" (1 Co 2,9). Aunque el Espíritu de Jesús se encuentra ya presente en nuestros corazones, éstos no son capaces de captar lo absolutamente nuevo que acontece en ellos. No hay ninguna perspectiva de que el hombre fijado al mundo como mundo, tropiece alguna vez con Dios, pues Dios como Dio s es lo nuevo completamente irrepresentable, que precisamente en su novedad nunca es esperado por el hombre. La novedad de Dios toma incluso rasgos enojosos, sorprendentes y desconcertantes. ¿Quién podía esperar que Dios entregase su propio Hijo, lo más propio suyo (Rm 8,32), y que este Hijo divino se entregase también él mismo (Ef 5,2.25; Ga 2,20; Flp 2,7) ? Tal mensaje nos anuncia algo nuevo, completamente nuevo, que ningún hombre podía imaginarse. Por esto, la cruz sigue siendo, como signo de la autodona ción de Dios, un escándalo permanente, una locura a los ojos del mundo (1 Co 1, 18-25). Si el mundo hubiera reconocido al Señor de la gloria, no lo hubiera crucificado (1 Co 2,8). Según Pablo, no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios a fin de conocer lo que Dios nos ha dado en gracia. Es aquel Espíritu que sondea las profundidades de Dios (1 Co 2, 10-12). Si, por consiguiente, la palabra de la cruz nos anuncia la gloria de Dios, HERIBERT MÜHLEN entonces se muestra que lo completamente nuevo de la experiencia de la gracia nos sorprende y extraña tanto como el modo como el Hijo de Dios se ha presentado en el mundo. Lo nuevo que nunca se hace evidente En la medida que toda gracia es gracia de la cruz, nos resulta algo extraño, que sólo con posterioridad podemos conocer como lo más nuestro. Los "misterios" del mundo pueden ser descifrados hasta un cierto grado (por ejemplo, la física atómica); el hombre puede hacerse consigo mismo. Con la cruz, con la crucifixión de sus esperanzas mundanas, por el contrario, el hombre nunca puede contentarse; nunca querrá reconocer la cruz como lo esperado desde siempre. Sólo en la medida que el hombre ame a Dios, puede la cruz resultar posteriormente para bien suyo (Rin 8,28), y no obstante siempre quedará un resto de admiración o de enojo sobre los caminos de Dios. Pero incluso si no experimentamos temáticamente la gracia como cruz, sino como nuestra felicidad, alegría, paz y libertad posibilitadas por la cruz de Cristo, sigue siendo no obstante el inicio de lo que no es simplemente la prolongación de la felicidad mundana, es decir, el inicio de la resurrección, de la "nueva creación". Quien, por el contrario, se deja regalar por la "palabra de la cruz" con el Espíritu que viene de Dios, se adentrará cada vez más profundamente en la fascinación de la divinidad de Dios, de su autodonación. Esta fascinación de la gracia aparece en la frase de Juan: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único" (Jn 3,16). ¡Así de misteriosa e inconcebiblemente amó Dios al mundo! En la cruz de Jesús se ha hecho visible el rostro de Dios. Nadie lo ha visto ni lo podrá ver, pero en Jesús y su cruz se inicia aquella fascinación indestructible, que llamamos "vida eterna". La palabra "gracia" ya no es una cifra vacía. Es expresión de que el cristiano saborea la fuerza fascinadora del mundo como algo que él ya ha relativizado ante aquella fascinación indestructible que procede de Dios mismo. Tradujo y extractó: ANTONIO CAPARRÓS