Las huellas del Mitch aún perduran Las huellas que dejó el huracán

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Las huellas del Mitch aún perduran
Las huellas que dejó el huracán Mitch en la vida de María Catalina Martínez, una joven
mujer del campo, y en sus pequeños hijos, aún permanecen imborrables e inalterables,
incluso, siete años después del paso devastador de uno de los ciclones más destructivos
que han atravesado el vulnerable territorio hondureño.
La madrugada del 31 de octubre de 1998, el Mitch, que según los meteorólogos solo iba
afectar la zona atlántica y sur del país, desató su furia sobre la desprevenida Tegucigalpa
y en su paso avasallador y destructor sembró el caos y la muerte en miles de familias
hondureñas
Las cifras del huracán
Según cifras del gobierno, el Mitch dejó un saldo trágico de aproximadamente 7, 000
muertos, 12, 272 heridos, 8 000 desaparecidos y 1 millón 500 mil damnificados, 100 000
personas sin atención médica, 28 hospitales dañados, así como 123 centros de salud
inutilizados.
En infraestructura, se identificaron un total de 35, 000 viviendas destruidas, 50 000
afectadas, con un costo estimado de 4, 646, 000 lempiras, con relación a los centros
educacionales el 20% del total resultó afectado, la agricultura se afectó en un 70% y la
red vial en un 60%.
Su hijo la salvó
María Catalina fue una de las pocas afortunadas. Ella y su familia salvaron sus vidas
gracias a que el llanto de su pequeño hijo Edwin Manuel, en ese entonces de apenas unos
meses de nacido, los alertó minutos antes de que su humilde vivienda de madera se
desplomara bajo una correntada de agua, piedras y lodo.
La pareja como pudo cargó a sus dos pequeños hijos Mergys Julibeth y Edwin Manuel,
ahora de siete y nueve años, respectivamente, y pudo ponerse a salvo, mientras
observaban aterrados y estupefactos como el agua de la quebrada El Sapo arrastraba sus
pocas pertenencias.
La casa de la pareja se encontraba ubicada en la orilla del riachuelo en la colonia 3 de
Mayo, uno de los más de 200 barrios marginales de Tegucigalpa, la capital hondureña.
El calvario de María
Pero la pesadilla y el calvario de la familia Martínez apenas comenzaba. Ese mismo día
fueron reubicados en una escuela de la localidad y un mes después los trasladaron a uno
de los albergues temporales construidos por el gobierno en la periferia de la ciudad.
Después de seis meses, fueron reubicados en el Macroalbergue El Trebol en la parte sur
de la ciudad en donde convivían en situaciones precarias con otras cientos de familias.
Ahí permanecieron por tres años, hasta que la Cruz Roja española concluyó el proyecto
habitacional Ciudad España, en donde ahora viven.
Todo eso tiempo la familia tuvo que depender de la ayuda gubernamental y del apoyo de
los países amigos y los organismos de cooperación que se hicieron presentes en el país
inmediatamente después de la tragedia.
La tragedia se ensaña
Tras tres años de penurias y ubicados en su nuevo hogar, María Catalina pensó que las
cosas iban a cambiar en su familia, ahora con dos miembros más: Sherryl Gissell y
Cristhian de Jesús, pero el destino le tenía preparado otro trago amargo: el abandono
inesperado de su esposo.
Desde hace un año y medio, María ha tenido que hacer de madre y padre para sus cuatro
hijos. Para subsistir se dedica a la elaboración y venta de tortillas, trabajo por el cual
obtiene entre 150 y 200 lempiras diarios, unos 10 dólares.
Relató que el poco dinero que obtiene de su trabajo le sirve para comprar el alimento,
pero no para suplir otras necesidades del hogar. Dos de sus hijos cursan el primero y
segundo grado en la escuela de la localidad, pero no está segura que continúen porque sus
exiguos ingresos no lo permiten.
Recuerdos desagradables
Señaló que la casa es pagada a cambio de 40 semanas de trabajo, pero hasta ahora solo ha
podido cumplir con 28 semanas de labores, ya que si deja de vender tortillas no podría
proporcionarles el alimento a sus cuatro hijos y una hermana que vive con ella.
María afirmó que el Mitch le trae buenos y malos recuerdos. Buenos, porque la tragedia
la enfrentó al lado de su amado compañero y mala porque a pesar de tener una mejor
vivienda, la pobreza que antes vivía sigue siendo la misma o quizás peor.
Su historia es solo una de entre las miles que no han trascendido a los medios de
comunicación, porque el Mitch es cosa del pasado y después de casi siete años tiene muy
poca relevancia periodística, frente a los enormes problemas que ahora tiene que
enfrentar el país, como la violencia, las pandillas, el desempleo y la pobreza.
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