argentina: segunda etapa del plan austral

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ARGENTINA: SEGUNDA ETAPA DEL PLAN AUSTRAL*
Realmente es un momento a la vez difícil y auspicioso el que me reúne hoy con
ustedes. Auspicioso porque es la hora de anunciar una nueva fase en la instrumentación del plan de reformas económicas iniciado hace siete meses, cuyo indudable
éxito en la etapa ya recorrida abre ahora la posibilidad de profundizarlo en dirección a las metas de crecimiento y modernización que oportunamente fijamos en
la ocasión de emprender la marcha.
Pero es difícil también porque nos toca dar este importante paso económico en
medio de un contexto político repentinamente enrarecido por formas de comportamiento, por formas de lenguaje diría, que parecen traducir una regresión del camino tan esperanzadamente emprendido por el país hace poco más de dos años
hacia la consolidación de un auténtico sistema democrático. El primer asomo de
esta regresión pudo observarse en la política argentina cuando lanzamos el 14 de
junio del año pasado lo que después el pueblo denominó el Plan Austral, pero
quedó ahogado todo eso por la masividad de un apoyo popular importantísimo que
acompañó la puesta en marcha de esta acción verdaderamente transformadora en
el campo económico.
Mientras se nos acusaba de pro imperialistas, incluso de agentes de la dependencia y hasta de haber claudicado ante el Fondo Monetario Internacional, el
pueblo argentino se desentendía de esas denuncias para arrimar el hombro a un
plan de reformas cuyo primer objetivo era el de vencer la devastadora espiral inflacionaria, que a esa altura —ustedes lo recuerdan— alcanzaba ya tasas muy cercanas a 40 % mensual. ¿Cuál sería hoy la situación del país si los argentinos hubieran actuado durante todo este tiempo impulsados por tantos agoreros? Si no
hubiera habido ese esfuerzo, si no hubiera habido confianza en el pueblo argentino
la inflación seguiría devorando ahora los ahorros de la comunidad, seguiría incentivando la fuga de capitales y cualquier forma de especulación; seguiría convirtiendo al salario en una ilusión cada vez más efímera, desintegrando incluso las propias
bases de la empresa privada y desviando las energías creadoras hacia la lucha especulativa; seguiría desmoralizando a los argentinos, impidiéndoles pensar en el
futuro y anulando la propia posibilidad de crecimiento. Crecimiento que hoy vamos a recuperar y que es ya el tema central del debate argentino, porque tenemos
que comprender todos que no hay programa de inversión privada o pública que
pueda ser diseñado y mucho menos ejecutado en un contexto de inflación galopante.
Seguiría, en fin, sobrando todo el esfuerzo; no alcanzaría esfuerzo alguno y se iría
borrando la frontera ética entre el trabajo honrado y la estafa cotidiana.
Por todo ello, la lucha contra la inflación y los logros alcanzados constituyen
el primer gran cambio estructural que hemos producido —no el gobierno, los argentinos todos— y significa, entre otras cosas, nada más ni nada menos que la
victoria de la honestidad sobre la deshonestidad, del futuro sobre el pasado. Toda
otra reforma, todo nuevo paso hacia adelante, sólo tendrá sentido y permanencia
si se funda sobre la estabilidad que hemos conquistado con el esfuerzo de todos.
De espaldas a los demasiado conocidos gritos extraídos de un anacrónico, nunca
* Discurso pronunciado por Raúl Alfonsín, Presidente de la Argentina, el 6 de febrero de
1986 en Buenos Aires. (En el número 208 de EL TRIMESTRE ECONóMICO se publicaron los documentos relacionados con el llamado Plan Austral.)
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actualizado arsenal de slogans acusatorios, pueblo y gobierno sabíamos lo que estábamos haciendo. Había que rescatar las aptitudes productivas de los argentinos,
sofocadas en los años previos por una política que había desviado las energías económicas del país para llevarlas al campo de la especulación.
Sabíamos más. Sabíamos también que en este esfuerzo por superar la especulación convertida en sistema no se trataba de volver a las estructuras y los usos económicos del pasado —que en alguna medida habían sido fuente de los desvíos
posteriores— sino, por lo contrario, de recoger resueltamente el desafío de ponerlos
al día en un mundo en transformación que está modificando dramáticamente sus
sistemas de producción.
El Plan Austral ha alcanzado en su primera etapa un éxito que excede incluso
nuestras propias expectativas, las expectativas de cada uno, reordenando la vida
económica del país sobre la base de una moneda estabilizada y con una inflación
reducida del 40 % al que aludíamos, al dos o al 3 % mensual.
¿Qué argentino se habría atrevido a soñar en enero de 1985 que en diciembre
tendría ante sí un panorama semejante? ¿Quién habría imaginado que en el curso
del año acabaría esa alienante obsesión por estar al día con las tasas de interés,
por correr a comprar dólares o por depositar pesos agónicos en cuentas a plazo
fijo ni bien se cobraba el sueldo?
Todo esto habría sido imposible sin el decidido comportamiento participativo
del pueblo argentino, consciente del sentido profundo de su esfuerzo.
Todo esto habría sido imposible si aquel coro de denuncias y acusaciones exhumadas de una Argentina vieja hubiera tenido eco en la conciencia de los millones
de hombres y mujeres que en los últimos siete meses aportaron su confianza y su
madurez a la tarea colectiva.
Todo esto habría sido imposible si hubieran tenido éxito los esfuerzos por minar con slogans fosilizados la confianza en sí mismo que por primera vez en tantos
años comenzaba a tener cada argentino.
Los argentinos estamos empeñados en un esfuerzo mayúsculo. No se trata solamente de salir de una crisis. Se trata de responder a un desafío aún mayor, con
nuestro esfuerzo, con el empeño de todos, con la ambición nacional recuperada.
Estamos escogiendo el único camino posible de una encrucijada histórica, el camino que conduce a colocar a la Argentina, en vísperas del siglo xxi, más allá del
año 2000, como protagonista, no como furgón de cola —como he dicho tantas veces— de las grandes potencias hegemónicas.
No es sólo emerger de la crisis económica en que nos sumieron largos años de
autoritarismo y amoralidad. El esfuerzo que hoy nos convoca y que ha comenzado
ya a entusiasmarnos es el de construir la Argentina moderna, es clausurar definitivamente la puerta al fracaso, al estancamiento, a los espejismos, a supuestos logros
que se obtendrían sin efuerzo. Convengamos que ningún argentino se siente hoy
tentado por invitaciones al facilismo. Ya nadie presta oído a supuestas fórmulas
mágicas que sin ningún costo nos pondrían rápidamente en la senda del bienestar
que legítimamente ambicionamos. Demasiados fracasos dejamos atrás, heridas demasiado frescas aún nos lastiman como para creer que la Argentina que queremos
para nuestros hijos, y que ya estamos levantando, surgirá mirando hacia atrás.
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evocando supuestas mejoras que ya no son las del mundo que se avecina, o añoreuido privilegios que en definitiva nos precipitaron en la decadencia.
Se resignan al fracaso los que hoy, enancados en los aspectos más duros de la
crisis que a todos nos duele, proponen fórmulas y recetas que ya hemos experimentado y que no dieron resultado en su momento.
A los argentinos de hoy nos entusiasma un país diferente y bien sabemos que
no lo alcanzaremos recurriendo a procedimientos gastados, ni mucho menos a los
slogans o a las frases felices. Se trata de remontar la empinada cuesta y es explicable, es humano que tengamos momentos, instantes de duda, caídas fugaces o la
tentación incluso de abandonar el esfuerzo. Yo me lo explico, es ese desánimo pasajero el que nos ayuda a medir la magnitud del desafío que hemos asumido.
Se equivocan sin embargo, y conspiran contra la voluntad y el coraje de los
argentinos, quienes con menguada visión creen que se puede fundar la prédica sobre esos fugaces instantes de duda. El gobierno de la democracia seguirá hablando
el lenguaje de la verdad. Que otros usen, si quieren, los variados dialectos del
engaño. Estamos dispuestos a pagar los precios políticos que sea necesario, convencidos por otra parte que no hay precio que no deba pagarse cuando está de por
medio el futuro de la nación y la voluntad popular manifiestamente expresada. Que
otros escojan el camino del atajo y de sembrar la duda, el de quebrar la fe. No
nos inquieta la crítica, la queremos. No rehuimos del diálogo, tampoco rehuimos
la confrontación de ideas; los buscamos porque sabemos que de esa confrontación
emerge la verdad; porque sabemos que en definitiva ha de brotar el consenso
popular, que es la base de nuestro gobierno; y porque sabemos que es con ellos,
con todos, que se construye la unidad nacional por la que trabajamos.
Pero la crítica y el reclamo que enriquecen la democracia no pueden ser utilizados para sembrar desasosiego, para invitar al desánimo. El gobierno quiere y
desea la crítica, ansia propuestas y fórmulas alternativas responsables. Pero seguirá —porque es su obligación— denunciando a los que embozados en la supuesta
crítica pretenden en realidad desmoralizar a los millones que a diario dan ejemplo
a los dirigentes. Quedarán atrás los que desconfíen del coraje y de la voluntad
de los argentinos.
El Plan Austral entra hoy en la primera fase de su segunda etapa. Sus detalles
serán expuestos posteriormente por el señor ministro de Economía.*
Nuestro cometido es ahora el de convertir la estabilidad en crecimiento; abrir,
a partir de la moneda saneada, cursos de desarrollo industrial, de incorporación
de tecnología, de expansión agropecuaria, de conquistas de mercados en el mundo.
Esta etapa no tiene ni podría tener otro motor que el de la primera etapa, es
decir, cada uno de ustedes. Hoy, como en junio de 1985, afrontamos una disyuntiva
entre el éxito y el fracaso, que no es sino una alternativa entre la continuidad y
la quebradura de esa indoblegable voluntad popular que ha sido el alma de todo lo
hecho hasta ahora.
Porque lo reitero una vez más: todo se ha debido al esfuerzo del conjunto; es
el esfuerzo de todos lo que ha asegurado el éxito, pero de manera muy particular el
de los más humildes, el de los que menos tienen, que a través de todos estos meses
han puesto de manifiesto una garra y un patriotismo que se ha convertido, por lo
* Véase el discurso de Juan Vital Sourrouüle en la página 424.
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menos a mi criterio, en un verdadero crédito que tienen contra la sociedad. La
sociedad e#t;i en deuda con los sectores más desposeídos de la Argentina y todos
debemos comprender que en la medida en que la penuria económica vaya cediendo,
tenemos que acudir hacia esos sectores con el propósito de dar res¡)uestas cada
vez más importantes a requerimientos vinculados a problemas planteados en términos de elemental búsqueda de la justicia social.
Y hoy como en junio de 1985 pueblo y gobierno tenemos los tímpanos va
encallecidos otra vez por la vieja gritería. Además, de sobra sabemos lo que nos
van a decir. Las viejas derechas nos acusarán de no reducir el Estado y no abandonar diversas formas de intervención en la economía. Las viejas izquierdas nos
acusarán de desnacionalizar la economía del país, mientras los demagogos de siempre utilizarán uno u otro argumento, según la oportunidad, y los escépticos sin
duda han de insistir en la inviabilidad de los objetivos que hemos enunciado.
Yo creo que hay que volver, frente a estas circunstancias, al fondo de las cosas.
Hemos dicho que el pluralismo es la base sobre la que se erige la democracia. Pluralismo significa reconocimiento del otro, capacidad para aceptar las diversidades
y discrepancias como condición para la existencia de una sociedad libre. La democracia rechaza la uniformidad, pero la democracia al mismo tiempo exige la capacidad necesaria para la construcción de empresas colectivas. El ejercicio responsable de las divergencias y las oposiciones supone sin embargo un consenso básico
entre los sectores sociales.
No todo puede ser lucha, no todo puede ser oposición. Hay que buscar comunes
denominadores. Y corresponde de manera muy particular a los partidos políticos
promover la voluntad de democratización en la sociedad; es decir, la legitimidad
del disenso, la aceptación de las reglas básicas de la convivencia social, el respeto
de las diferencias, la voluntad de participación, la consolidación de conductas integradoras y solidarias expresadas en actitudes de cooperación que siempre se oponen a las conductas agresivas, ofensivas, y al individualismo egoísta. Este es el
desafío en realidad de hoy. El gobierno —piénselo cada uno de ustedes— en todo
momento procura estar a la altura de la magnitud de la empresa. No sé si hay
antecedentes en la historia argentina que muestren una similar vocación integradora. Legitimado el gobierno ampliamente tres veces por consultas populares, no
ha titubeado, sin embargo, en convocar a hombres de distinta militancia política
que, en aras de un acendrado patriotismo, están resueltos a enriquecer con su aporte la gestión democrática.
No obstante, desde muchos sectores se buscan las pujas salvajes que llevan a
la lucha de todos contra todos, y se actúa frente al gobierno como si no fuera el
gobierno de la democracia, como si se tratara de una dictadura, llegándose incluso
a promover frentes opositores que tardaron mucho tiempo en materializarse durante el propio proceso.
Para ello se utiliza una acusación de base: la supuesta insensibilidad del gobierno al no suspender unilateralmente el pago de la deuda.
Seamos claros a este respecto. Nos están reclamando, nada más ni nada menos, una medida que ningún gobierno del mundo —capitalista o socialista— ha
adoptado hasta ahora: y se nos cubre de oprobio por nuestra resistencia a conver-
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timos en una suerte de extravagante excepción mundial a una regla cuya evidente
inviolabilidad tiene su razón de ser.
¿Cuál es el argumento básico que se utiliza para fundamentar este reclamo?
Ustedes lo han escuchado: se dice que si no destinamos el superávit de nuestro
comercio exterior al pago de los servicios de la deuda podríamos disponer de esa
suma para promover el crecimiento del país, financiar programas sociales, etcétera.
Pero ocurre que si suspendiéramos unilateralmente el pago de los servicios de
la deuda, esta suma dejaría de ser tal, porque depende de nuestra relación con el
mundo y no sólo de nosotros.
Si rompemos con el sistema internacional del cual dependen nuestros ingresos,
la cuantía de éstos se alteraría notoriamente, no habría sumatoria posible. Si nos
alejáramos de los compromisos internacionales dejaríamos de estar, a la corta o a
la larga, en el marco del comercio exterior, que es de donde obtenemos esos recursos
que se pretenden utilizar.
De modo que es una posición realmente absurda. Y piensen ustedes ahora que,
sobre la base de aquella argumentación fallida a la que ningún gobierno del mundo
ha reconocido validez práctica hasta ahora, se ha declarado aquí un paro general
y se ha emprendido contra el gobierno argentino una campaña agitativa cuyos
tonos sólo son comprensibles en la lucha contra una dictadura.
Sólo puede explicarse que un gobierno democrático sea tratado de esta manera
en un país cuya dirigencia no ha absorbido hasta ahora los contenidos sustanciales
de una cultura democrática.
¿Qué pasaría si la filosofía de ciertos dirigentes se convirtiera en conciencia
popular? ¿Qué habría pasado si esa filosofía ya exteriorizada cuando lanzamos el
Plan Austral en junio del año pasado hubiera tenido efectos condicionantes sobre
el comportamiento de la población? Hoy probablemente estaríamos con una inflación de 40 % mensual y sobrellevando todavía nuestra frustración en cotidianas
corridas a las más diversas casas de cambio. No sería otro el resultado si la nueva
gritería de hoy mellara para la nueva etapa del Plan Austral la confianza popular
que sirvió de soporte a la primera. Pero sabemos que eso no va a ocurrir.
Todos sabemos que tanto nosotros como nuestros hermanos de América I^atina,
V en general el mundo en vías de desarrollo, sufre las consecuencias de un orden
económico internacional injusto. La caída de los precios de nuestras exportaciones,
la magnitud de nuestros endeudamientos verdaderamente irrazonables, y las elevadas tasas de interés, configuran en realidad una situación mundial absolutamente
insostenible, producto del egoísmo de los países industrializados, que no trepidan
en atentar contra la paz universal al sumir en la pobreza y el estancamiento a
los países de la periferia, a través de la aplicación de políticas proteccionistas, de
subsidios cada vez más crecientes y de altos intereses.
Nuestra respuesta ha sido el Consenso de Cartagena, en cuanto a la América
Latina, y la Declaración del Grupo de los 24 en cuanto al mundo. Nuestras propuestas son conocidas por los argentinos. Por otra parte, ustedes saben que han
recibido la aceptación del resto de las naciones, y son: disminución de las tasas
de interés hasta los niveles históricos, que estaban uno o dos puntos por encima de
la inflación; incremento en los recursos de los organismos multilaterales de crédito,
y eliminación de las odiosas discriminaciones que sufrimos en el comercio exterior.
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Entre todos hicimos algo que parecía imposible. Ahora crecer es más sencillo.
Tengamos la clara ambición nacional de crecer. Huyamos del conformismo, pero
rechacemos también las soluciones mágicas. Lograremos todo, pero todo lo lograremos con esfuerzo.
Tenemos que trabajar en un contexto internacional sumamente difícil, pero tenemos una ventaja: nos respetan, nos respetan porque somos serios, porque aplicamos en nuestras relaciones internacionales los criterios que sirven para manejarnos
hacia adentro de nuestro propio país, porque no distinguimos una moral para lo
interno de una moral para lo externo.
Debemos además trabajar en el marco de una situación interna muy compleja,
pero aquí tenemos una ventaja esencial: contamos con ustedes, contamos con nuestro pueblo.
Los argentinos somos un pueblo inquieto, abierto a la novedad y al cambio;
nuestro país fue el producto del ingenio y de la creatividad. Estas virtudes que están entre lo mejor de nuestra tradición cultural son tan necesarias hoy como lo
fueron cuando hubo que hacer de un gran espacio desierto un lugar de realización
personal para las futuras generaciones.
Hablamos de cambios, hablamos de reformas, y lo hacemos convencidos de que
hablamos el lenguaje que preferimos los argentinos de hoy.
Los argentinos que no nos resignamos a que se nos escape el futuro de las manos por rendir tributo a los viejos modelos, a las viejas oposiciones que han paralizado muchas veces la voluntad de crear y de crecer en el país. Esa voluntad de
crear y de crecer está hoy más viva que nunca y es con ella que vamos a responder
a los desafíos de la hora actuaL Muchas gracias.
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