grupo a tema 5

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TEMARIO PARA LA INTEGRACIÓN FUNCIONARIAL DEL
PERSONAL LABORAL AL SERVICIO DE LA ADMINISTRACIÓN
PÚBLICA DE LA REGIÓN DE MURCIA
GRUPO A
TEMA 5
LOS PRINCIPIOS INFORMADORES DE LA
ACTIVIDAD ADMINISTRATIVA:
EFICACIA, JERARQUÍA, DESCENTRALIZACIÓN,
DESCONCENTRACIÓN, COORDINACIÓN y
LEGALIDAD.
ACTUALIZADO A MARZO DE 2007
Escuela de Administración Pública de la Región de Murcia
INDICE:
I.PRINCIPIO DE EFICACIA Y EL PRINCIPIO DE EFICIENCIA. ........................................ 2
II.PRINCIPIO DE JERARQUIA ............................................................................................. 3
III.- PRINCIPIO DE DESCENTRALIZACION ........................................................................... 6
IV.- PRINCIPIO DE DESCONCENTRACION ........................................................................... 9
V.PRINCIPIO DE COORDINACION .................................................................................... 11
VI.- PRINCIPIO DE LEGALIDAD............................................................................................ 13
BIBLIOGRAFÍA. ......................................................................................................................... 15
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Los principios informadores de la actividad administrativa: eficacia, jerarquía, descentralización,
desconcentración, coordinación y legalidad
Escuela de Administración Pública de la Región de Murcia
La Constitución Española de 1978 establece en su artículo 103.1 que la
Administración Pública sirve con objetividad los intereses generales y actúa de
acuerdo
con
los
principios
de
eficacia,
jerarquía,
descentralización,
desconcentración y coordinación, con sometimiento pleno a la ley y al
Derecho.
El estudio por parte de la doctrina de estos principios del artículo 103.1
ha motivado una crítica, la de la contradicción que aparentemente existe entre
unos y otros “principios”: si por ejemplo se ha de aplicar la jerarquía quedaría
excluido el de descentralización; a su vez, si se desconcentra no se puede llevar
a cabo, en los mismos supuestos, la descentralización. En todo caso, esta
contradicción es meramente aparente y deriva del hecho de que los redactores
de la Constitución de 1978 formulen los principios como un catálogo, uno detrás
de otro.
Parece que la Constitución de 1978, en esencia, trata de proporcionar un
respaldo constitucional a los presupuestos básicos de la organización
administrativa
de
nuestro
tiempo.
Unos,
como
los
de
jerarquía
y
desconcentración, actúan sobre la estructura interna de las Entidades; otros,
como el de descentralización, en las relaciones entre ellas; la coordinación, tanto
en el orden interno como en ese sistema de las relaciones; el principio de
eficacia se refiere, de modo primordial, a la actividad administrativa pero también
ha de estar presente en la organización.
I.- PRINCIPIO DE EFICACIA Y EL PRINCIPIO DE EFICIENCIA.
La eficacia en la actuación de la Administración Pública es una idea
íntimamente relacionada con la celeridad y agilidad, y lo que pretende este
principio es evitar las demoras, retrasos, molestias innecesarias y perturbadoras
para el administrado en la actuación de la Administración.
En todo caso, es necesario que exista el necesario equilibrio entre la
necesidad de eficacia y el formalismo en la actuación administrativa, es decir,
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desconcentración, coordinación y legalidad
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debe existir eficacia pero sin merma de las garantías formales de los
interesados.
A este principio de eficacia responden las medidas relativas a
normalización de documentos administrativos, racionalización de procedimientos
o creación de las ventanillas únicas.
El principio de eficiencia también lo recoge la Constitución de 1978 en
su artículo 31.2 y con él se intenta expresar que entre varias alternativas que
producen el mismo gasto, debe seleccionarse siempre la que lleva al mejor
cumplimiento de los objetivos de la Administración, y entre varias alternativas
que conducen al mismo cumplimiento debe seleccionarse la que implica menor
gasto.
Además este principio de eficiencia tiene también trascendencia jurídica,
pues una actuación administrativa ineficiente es contraria a los principios de
buena administración a los que han de ajustarse siempre y en todo caso los
poderes públicos, como proclama el artículo 4 de la Ley de Contratos de las
Administraciones Públicas.
II.- PRINCIPIO DE JERARQUIA
El principio de jerarquía es un principio que recibe la Administración
Pública procedente del modelo eclesiástico y militar y que se encuentra
íntimamente vinculado a una organización jerárquico-burocrática. En esta
organización el principio de jerarquía posibilita la prolongación vertical de los
mandatos de la autoridad suprema –en puridad la detentadora de todo el poder
estatal- a través de los diversos órganos de la línea jerárquica que, a semejanza
de los eslabones de la misma cadena, transmiten dichos mandatos o decisiones
hasta el extremo final o base.
Como escribe Entrena Cuesta, es la técnica más antigua empleada para
reducir a unidad la multiplicidad de órganos. Su aspecto jurídico es de una
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importancia extraordinaria en toda organización como veremos. Para Max Weber
el principio de jerarquía administrativa es la ordenación de autoridades fijas con
facultades de regulación e inspección y con el derecho de queja o apelación ante
las autoridades superiores por parte de las inferiores.
Entrena Cuesta define la jerarquía administrativa como "aquella especial
estructuración que se efectúa de los distintos órganos de un mismo ramo de la
Administración, dotados de competencia propia, mediante su ordenación
escalonada, en virtud de la cual los superiores podrán dirigir y fiscalizar la
conducta de los inferiores, resolviendo, en su caso, los conflictos entre los
mismos al objeto de conseguir la unidad en la actuación de todos ellos".
En el Estado autonómico que surge tras la Constitución de 1978 el poder
estatal ya no es monocéntrico (como ocurría en el régimen franquista) sino
policéntrico –Estado y Comunidades Autónomas- y descentralizado –autonomías
locales-. Así pues, la línea jerárquica estatal se ha quebrado definitivamente
aunque subsiste dentro de cada uno de los poderes político-administrativo
central, autonómico y, en menor medida, del local.
En la organización administrativa actual, la jerarquía es la ordenación
gradual y vertical de las competencias, ya que no existe relación de jerarquía
entre Administraciones Públicas autónomas. Entre el Gobierno del Estado, la
Comunidad Autónoma y el Ayuntamiento no hay la más mínima jerarquía porque
ninguno de ellos está legalmente obligado a obedecer las órdenes, mandatos,
instrucciones etc. Por tanto, la jerarquía solamente existe en los órganos
integrados o dependientes de cada una de estas Administraciones Públicas e,
incluso, entre éstos el órgano que ostenta una competencia debe ser respetado
por el órgano jerárquico superior. De ahí que el principio de jerarquía como una
relación de mando-obediencia se encuentre reducido, en su más pura esencia, a
las relaciones administrativas entre personas integradas en el mismo órgano sin
atribuciones competenciales diferenciadas y entre órganos de la misma
Administración o persona jurídica donde la competencia del superior, por su
carácter general, integre y haga depender la concreta del inferior.
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Fundamento y positivación de este principio
El fundamento del principio de jerarquía suele agruparse bajo un triple
carácter: eficacia (cuando un grupo de personas u órganos realizan una misma
actividad pública dirigida a conseguir un objetivo es una exigencia operativa que
exista
relación
mando-obediencia
para
que
la
acción
sea
conjunta);
responsabilidad política (los gobernantes políticos responden tanto del
personal designado por ellos como del administrativo subordinado); y jurídico
(está vinculado al principio de jerarquía normativa de ahí que el funcionario
aceptando y cumpliendo el mandato del superior ajusta su conducta a la
legalidad y al ordenamiento jurídico en general).
El principio se encuentra positivado en el artículo 103 de la Constitución y
en el artículo 3 de la Ley 30/1992. Las formas escritas de manifestación de este
principio son los reglamentos internos, las órdenes, las instrucciones y las
circulares, y las órdenes de servicio (el carácter normativo y/o jerárquico se
determinará por la competencia de la autoridad respectiva, procedimiento
seguido, exigencia necesaria de publicación en el Boletín respectivo etc.).
El artículo 21 de la Ley 30/1992 dispone que los órganos administrativos
podrán dirigir las actividades de sus órganos jerárquicamente dependientes
mediante instrucciones y órdenes de servicio y el no derogado artículo 79 de la
Ley de Funcionarios Civiles del Estado de 1964 impone a éstos el deber de
respeto y obediencia de las autoridades y superiores jerárquicos, así como
acatar sus órdenes con exacta disciplina.
Junto a estos instrumentos formales escritos del principio jerárquico hay
otros que en la práctica son los más numerosos y determinantes, así dentro de
un órgano administrativo hay conjuntos de personas integradas en servicios,
secciones, negociados etc., y los detentadores de estas jefaturas ordenan el
trabajo ordinario de las personas integradas en estos centros diaria o
periódicamente a través de mandatos de trabajo y lo hacen verbalmente, aunque
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al amparo de las atribuciones que les corresponden. Y otro importante
instrumento de la jerarquía es la competencia de la autoridad jerárquica para
poner o remover a las autoridades y cargos inferiores, directa o indirectamente,
dentro de su respectiva persona jurídica u órgano administrativo.
La relación jerárquica se manifiesta con una mayor o menor intensidad
según el ámbito administrativo en el que se desarrolla y obviamente en razón del
fin institucional concreto. En relaciones de especial sujeción como la militar y la
policial, la obediencia al superior ha de ser inmediata y disciplinada y, sin
embargo, la libertad de cátedra del profesor de investigar y manifestar su
resultado rechaza la mínima dependencia jerárquica en cuanto impediría la tarea
creativa.
III.- PRINCIPIO DE DESCENTRALIZACION
Unas veces los términos de centralización y descentralización expresan
como se encuentra organizado un país. Otras veces califican a los cambios que
experimentan las competencias de las Administraciones Públicas.
En el primer sentido, se considera que en un país existe una situación de
centralización administrativa cuando la satisfacción de los fines públicos o de la
mayor parte de ellos corresponde al Estado.
Por el contrario, se entiende que un país está descentralizado cuando la
atención de la mayor parte de los fines públicos están en manos de las personas
administrativas distintas del Estado. Este es el concepto estático.
En el segundo sentido, de más reciente empleo en el derecho
administrativo y al que nos vamos a referir fundamentalmente, podemos definir
la descentralización administrativa desde un punto de vista dinámico, como una
técnica de organización administrativa que consiste en el fenómeno en virtud del
cual
se
transfieren
competencias
de
la
Administración
central
a
la
descentralizada, o disminuye el control de aquélla sobre ésta. Inversamente,
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habrá centralización cuando se transfieren competencias de la Administración
descentralizada a la central, o aumenta la tutela o la vigilancia de ésta sobre
aquélla.
Para que opere la descentralización se requiere como requisito objetivo
que tenga lugar una transmisión de competencia o una disminución de las
facultades de control; y como requisito subjetivo que la transferencia de
competencia o disminución de lazos deberá tener lugar entre la Administración
central y la descentralizada por ello no existe descentralización cuando se
traspasan competencias o disminuyen las facultades derivadas de la jerarquía
de los órganos superiores respecto a los inferiores.
Debe
distinguirse
entre
una
descentralización
territorial
y
otra
institucional. La primera se realiza a través de los entes locales y autonómicos,
mientras que la segunda se efectúa a través de los entes institucionales.
La
principal
diferencia
que
media
entre
ambas
formas
de
descentralización consiste en que la territorial toma como presupuesto la
existencia de unos intereses peculiares de los entes locales y autonómicos
mientras que, en el caso de la descentralización institucional, salvo en los entes
de tipo corporativo (Colegios de Farmacéuticos, de Médicos, de Abogados, etc.),
no concurren tales intereses peculiares, se trata tan sólo de una simple técnica
para conseguir la agilidad administrativa en el desarrollo de determinadas
funciones y descargar de su realización a la Administración estatal.
Una parte de la doctrina (Baena, Jorge de Esteban), sostiene que debe
distinguirse entre los conceptos de descentralización y autonomía. Como dice
Baena del Alcázar, a diferencia de la descentralización, la autonomía no consiste
en un traspaso de funciones, generalmente del Estado a otro ente, en virtud de
una voluntad política expresada por ley ordinaria o reglamento. La autonomía
rectamente entendida (y así parece que la entiende la Constitución de 1.978)
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consiste en que determinados entes públicos tienen unas funciones que cumplir,
porque así ha establecido la fuente primigenia del sistema, es decir, la propia
Constitución.
En consecuencia, aunque las ideas de descentralización y autonomía
están emparentadas porque ambas implican un reconocimiento de competencias
a los entes públicos menores situados dentro del Estado, también es cierto que
se oponen en cuanto a su funcionamiento.
La autonomía viene determinada por núcleo irreductible de competencia
autogobierno, o autodeterminación, reconocido directamente por la Constitución.
La descentralización tiene por el contrario un carácter contingente, suele venir
motivada por consideraciones de eficacia, aunque también pueden ser políticas
y depende esencialmente de la voluntad del ente que descentraliza.
Ello significa que, toda vez que la Constitución reconoce autonomía a las
entidades territoriales; municipio, provincia y Comunidad Autónoma
(articulo
137), el principio de descentralización no está aludiendo a esta realidad, sino a
otra distinta.
El problema consiste en averiguar cuál puede ser esta otra
realidad.
Tres respuestas parecen claras a esta pregunta. De una parte, se está
aludiendo a las posibles operaciones concretas de descentralización territorial.
Junto a la consagración de autonomía de las entidades territoriales, que es el
pivote central de la distribución de funciones entre entes públicos, la Constitución
admite a través del principio del articulo 103, que algunas funciones estatales
sean traspasadas mediante descentralización a los entes territoriales. Que esto
no es una entelequia, se deduce del reflejo práctico de este principio en el
número 2 del artículo 150 a tenor del cual el Estado puede transferir o delegar
funciones en las Comunidades Autónomas.
Por otro lado, la descentralización puede referirse a la transferencia de
funciones a las entidades locales, ya que aunque en principio parece más lógico
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desconcentración, coordinación y legalidad
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que la descentralización local se opere no directamente por el Estado, sino a
través de las Comunidades Autónomas, y así lo establece la Ley del Proceso
Autonómico, en relación con las Provincias, no hay ningún motivo para que en
ocasiones el Estado no realice una actividad descentralizadora en las entidades
municipales, e incluso
en aquellas provincias no integradas en Comunidades
Autónomas.
Por otra parte, al corresponder al Estado fijar la legislación básica de
Régimen
local podrá realizar una actividad descentralizadora, ya que tendrá
este carácter cualquier atribución de competencias a las Corporaciones Locales,
que exceda el ámbito de las funciones necesarias para gestionar sus respectivos
intereses, funciones estas últimas que responderán al campo de autonomía que
en todo caso les asegura el articulo 137 de la Constitución.
Por último, hay que referirse al supuesto de la descentralización
institucional, en la práctica sin duda de frecuentísima aplicación, dada la
necesidad de gestionar de una forma eficaz, los numerosísimos servicios cuya
posición viene impuesta por la consideración de "estado social" definido en la
Constitución, y por el campo de intervención pública que la Constitución, y por el
campo de intervención pública que la Constitución reconoce (articulo 128, 130,
etc.).
IV.- PRINCIPIO DE DESCONCENTRACION
La desconcentración es la atribución de competencias del órgano
superior a otro inferior, o del central a otro periférico, en el ámbito de la misma
persona jurídico-administrativa. La diferencia sustancial entre descentralización y
desconcentración es que la distribución de competencias se realiza, en el primer
caso, entre personas jurídico-públicas o entre órganos integrados en ellas,
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desconcentración, coordinación y legalidad
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mientras que la desconcentración es una redistribución de competencias entre
los órganos de una misma Administración pública, ya sea ésta la estatal, la
autonómica o la local. El Tribunal Constitucional distinguió ya en 1981 entre la
gestión servicial concentrada en los propios departamentos o ministerios y la
desconcentrada en los servicios territoriales de los mismos; y recordó que no
debía confundirse ni sustituirse la desconcentración con la descentralización;
pues esta última implicaba, organizativamente, la existencia de autonomía
constitucional.
La Ley 30/92, establece en su artículo 12.2 que la titularidad y el ejercicio
de las competencias atribuidas a los órganos administrativos podrán ser
desconcentradas en otros jerárquicamente dependientes de aquéllos en los
términos y con los requisitos que prevean las propias normas de atribuciones.
El fundamento del principio de desconcentración es exclusivamente
técnico, pues lo que se pretende mediante la distribución competencia orgánica
es una redistribución operativa de las atribuciones para conseguir la mayor
eficacia posible en el seno de una Administración pública concreta. La
desconcentración es una modalidad de la centralización de cualquier
organización ya sea pública o privada, que se asiente sobre un único interés y
una misma autoridad superior con poder de decisión sobre la totalidad de
aquélla. Una empresa privada se autoorganiza, en razón de los factores del
volumen de su actividad, de la dimensión territorial de su implantación y de su
propia filosofía organizativa, de un modo más o menos centralizado o
desconcentrado. En último término, la desconcentración es una exigencia
descongestionadora del trabajo empresarial. En este sentido la Administración
de un municipio de dos mil vecinos estará concentrada mientras otro de tres
millones necesitará recurrir a la desconcentración.
La desconcentración en la organización de nuestras administraciones
públicas suele clasificarse en central o interna y externa o periférica. La primera
se encuentra ejemplificada en la transferencia de atribuciones competenciales
del Ministro o Consejero a un Director General dentro de la propia sede central
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del Ministerio o Consejería. Y la segunda se produce cuando las atribuciones
competenciales propias del Ministro o Consejero se traspasan al Subdelegado
del Gobierno en una provincia o Delegado de la Consejería en una comarca.
La vigencia de este principio se manifiesta de modo especial en las
Administraciones estatal y autonómica. La permanencia de las ramificaciones
administrativas de la primera en las provincias, la creación de otros nuevos
órganos periféricos estatales, de los que destacan las Delegaciones de Gobierno
en el ámbito territorial de las Comunidades Autónomas y, sobre todo, las nuevas
Administraciones autonómico-periféricas de ámbito provincial, aunque a veces
también
comarcal
o
intermunicipal,
han
impuesto
y
generalizado
la
desconcentración externa o periférica.
V.- PRINCIPIO DE COORDINACION
Puesto que la jerarquía administrativa se da tan sólo entre los órganos de
un mismo ramo de la Administración es evidente que, por si sola, resulta
insuficiente para conseguir la realización práctica del principio básico de la
organización administrativa, que como sabemos, es la unidad en la actuación de
todos los órganos y entes que la componen. De aquí la necesidad, en todo
momento sentida, de instrumentar unas técnicas que sirvan de complemento de
las ya expuestas en el apartado anterior. Necesidad tanto más apremiante en
nuestros días a consecuencia del intervencionismo administrativo, que lleva
aparejada la multiplicación de los órganos y entes en que la Administración se
descompone y la preocupación por la eficacia de la gestión de todos ellos.
La coordinación encuentra su campo de acción allá donde no actúan las
relaciones jerárquicas, y como sustituto de éstas, han existido pues siempre
entre los distintos ramos o Ministerios que componen la Administración del
Estado. La importancia actual de los principios coordinadores, no se refiere sin
embargo únicamente a esta cuestión de relaciones entre los distintos Ministerios,
sino también a las relaciones entre la Administración General del Estado y los
entes descentralizados: el movimiento descentralizador que confiere pluralidad
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de competencias a personas jurídicas distintas de la Administración del Estado,
y no ligadas con este por tanto, por una relación jerárquica hace que cada vez
sean más necesarias las técnicas coordinadoras entre la Administración Central
y dichos entes descentralizados.
La coordinación, como principio organizativo estatal, se presenta de dos
modos o clases: imperativa y consensual.
La coordinación imperativa es consecuencia de que a pesar de que el
principio de jerarquía intenta lograr la unidad de acción e impulsión central de la
actuación
administrativa,
la
creciente
diversidad
de
funciones
de
la
Administración pone en peligro la unidad de acción de la autoridad,
especialmente con la institucionalización de órganos diferenciados y no
relacionados jerárquicamente. La exigencia del propio sistema de conducir
también estas actividades conforme a la unidad de acción ha venido a imponer
la coordinación. Por tanto, la coordinación imperativa es aquella que se ocupa de
reconducir a la unidad de acción a los órganos –y actividades- situados
horizontalmente en la línea jerárquica de la organización.
El principio de coordinación imperativa se ha venido ejemplarizando en la
cúspide ministerial. Dado que los Ministros mantienen funcionalmente una
categoría jerárquica igual entre todos ellos era imprescindible mantener la
unidad de acción gubernamental y esta acción conjunta se institucionaliza a
través del Presidente del Gobierno y, además, mediante órganos colegiados a
nivel gubernamental como el Consejo de Ministros y las Comisiones Delegadas
de los Ministerios afines e, incluso, con órganos individuales como los
Vicepresidentes sobre determinadas áreas importantes.
La coordinación consensual
se ocupa de conducir o, en su caso,
reconducir la unidad de acción la competencia de órganos que pertenecen a
Administraciones autónomas. En puridad el fundamento de esta coordinación es
el mismo que el de la imperativa: conseguir la coherencia, armonía y conjunción
en la elaboración y ejecución de la decisión administrativa. Este principio es de
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desconcentración, coordinación y legalidad
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capital importancia
en la organización española descentralizada
ante la
inexistencia de jerarquía entre el Estado, Comunidades Autónomas y Entes
locales, pero, al propio tiempo, la dificultad de su puesta en práctica es paralela
a su importancia, en cuanto que sólo la libre voluntad jurídica de los agentes
puede y debe configurarla materialmente, aunque uno de ellos –generalmente la
Administración estatal sobre las otras dos y la autonómica sobre la local- tenga
el título competencial para instrumentalizarla.
Las modalidades de la coordinación consensual son principalmente la
colegialidad y el concierto. Según el primero, un consejo, comisión etc.,
integrada por representantes de las diferentes Administración públicas, sería el
instrumento institucionalizado para conseguir, a través de la recíproca
información, la armonización, coherencia e incluso la unificación de la decisión y
su ejecución. El concierto sería el acuerdo realizado por las Administraciones
públicas
mediante el cual ajustan sus conductas a fin de conseguir la
ordenación operativa de una acción administrativa.
El Tribunal Constitucional se ha ocupado de modo frecuente de la
coordinación y, omitiendo pronunciamientos concretos, ha reiterado en primer
lugar la importancia del principio y como éste debe inspirar la estructura y el
funcionamiento de la Administración pública en todas sus facetas o esferas,
estatal, autonómica y local. En segundo lugar,
lo ha definido como la
persecución de la integración de la diversidad de las partes o subsistemas en el
conjunto o sistema, evitando contradicciones y reduciendo disfunciones que, de
subsistir, impedirían o dificultarían la realidad misma del sistema.
VI.- PRINCIPIO DE LEGALIDAD
La Constitución alude, en el articulo 103, apartado 1, al principio esencial
que configura la acción de la Administración en sus aspectos estrictamente
jurídicos: el sometimiento pleno de la misma a la Ley y al Derecho, lo que no
hace sino concretar para la Administración lo que ya estaba dispuesto para
todos los órganos constitucionales por el articulo 9.1, que afirma que "los
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poderes públicos están sometidos a la Constitución y al resto del ordenamiento
jurídico"
Se trata de una formulación específica para la Administración del
principio de legalidad recogido en el artículo noveno, principio que, aún con
diversas interpretaciones, ha constituido y constituye la médula del Derecho
administrativo, es decir, de la juridificación de la acción administrativa en un
Derecho.
El principio de legalidad encuentra, por ello, sus raíces en la
separación de poderes y en la concepción de la Administración Pública (o del
complejo Gobierno~Administración) como poder ejecutivo. En sentido estricto
(etimológico, incluso), la función de éste consiste en ejecutar los mandatos
legales, por lo que sólo puede actuar en cuanto que y en la medida que una ley
le habilite para ello. Este principio se completa con el de jerarquía normativa,
que también acoge nuestra Constitución (artículo 9, apartado 2) principio que a
la vez opera como garantía del concreto funcionamiento interno de la
Administración, en cuanto que supone la vinculación de los órganos inferiores a
las normas emanadas, en virtud de una ley, por los superiores.
Este sometimiento de la Administración a la Ley y al Derecho, hay que
entenderlo además como una vinculación positiva en el sentido de que la
Administración únicamente podrá actuar, cuando se encuentre previamente
habilitada para ello por una norma jurídica, esta interpretación deriva, de una
serie de formulaciones constitucionales de contenido indiscutible: ante todo, el
sometimiento pleno de la Administración a la Ley, que impone el articulo 103,
apartado 1; pero también la sujeción a la ley de la potestad reglamentaria
(artículo 97), el principio de jerarquía normativa y el de interdicción de la
arbitrariedad de los poderes públicos (articulo 9, apartado 3).
En otro orden de cosas hay que destacar que el sometimiento de la
Administración no se realiza únicamente a la ley sino "a la ley y al Derecho" lo
que significa tanto como afirmar la sumisión de la Administración al bloque del
ordenamiento jurado; siguiendo las pautas transformadores del originario
principio de legalidad. Este ordenamiento jurídico está formado no solo por las
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normas estatales (leyes y reglamentos), sino también por otras fuentes no
publicadas en las Gacetas o Boletines y que son la costumbre, la jurisprudencia
y de manera especial los Principios Generales del Derecho. En relación con
estos últimos dice García de Enterría que el Derecho Administrativo, se
constituye necesariamente sobre un sistema de Principios Generales del
Derecho que no sólo suplen a las fuentes escritas, sino que son los que dan a
éstas todo su sentido y presiden toda su interpretación, como hoy recoge ya el
artículo 1,4 del Código Civil.
Esos principios generales no proceden por
deducción de primeras verdades morales, sino que son principios técnicos
jurídicos y su desarrollo y perfección es un fruto de la vida jurídica, obra por
excelencia de la jurisdicción y de la doctrina, actuando en recíproca interrelación.
BIBLIOGRAFÍA.
•
ÁLVAREZ RICO M.: Principios constitucionales de organización de las
Administraciones Públicas. Instituto de Estudios de Administración Local.
Madrid, 1986.
•
BAENA DEL ALCÁZAR, M.: Competencias, funciones y potestades en el
ordenamiento jurídico español. En Homenaje a García de Enterría, tomo III.
Civitas. Madrid, 1991.
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•
GARCÍA
MADARIA,
J.M.:
Teoría
de
la
organización
y
sociedad
contemporánea. Ariel. Madrid, 1985.
•
MARTÍNEZ MARÍN, A.: Una teoría sobre nuestra organización pública y sus
principios. Tecnos. Madrid, 1996.
•
SUBIRATS, J.: Análisis de políticas públicas y eficacia de la Administración.
Ministerio para las Administraciones Públicas. Madrid, 1989.
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