MERCADO DE TRABAJO EVOLUCIÓN DE LOS INDICADORES LABORALES EN ARGENTINA 1974-2002 (!) KNOCK-OUT AL TRABAJO EL REMATE DE LA MANO DE OBRA AUSPICIADO POR EL PROYECTO POLÍTICO-ECONÓMICO NEOLIBERAL por Hebe Bravo Sumario A pesar de los elevados índices de desocupación y subocupación registrados por el INDEC (Instituto Nacional de Estadística y Censos de la República Argentina), su metodología de relevamiento de datos despierta objeciones en relación a la verdadera situación laboral de la población. Esto permite inferir que la misma es mucho más crítica de lo que revelan las cifras oficiales. Sin embargo, el análisis de éstas, marca tendencias que pueden ser interpretadas a partir de las políticas socioeconómicas implementadas en cada período en cuestión. La crítica situación laboral actual merece ser estudiada como el resultado de un proceso, cuyos orígenes se remontan al golpe de Estado de 1976 y al renunciamiento de la dictadura militar primero, y de los regímenes democráticos que le siguieron después, a una estrategia de desarrollo basada en la consolidación de un capitalismo nacional. La muerte de Juan Domingo Perón en 1974 frustró las expectativas, largamente postergadas de la clase trabajadora, que había puesto en su retorno sus esperanzas de hallar respuesta a sus problemas de empleo. La inestabilidad políticoinstitucional que reinó durante la presidencia de María Estela Martínez de Perón, sumada a los manejos que se tejieron tras su mandato, conspiraron contra la posibilidad de una salida económica-social exitosa. Ésta quedó truncada definitivamente a partir del poder otorgado a las fuerzas armadas, que puso fin a su gobierno, eliminando la alternativa del recambio democrático. !) Este artículo se basa en cifras registradas por el INDEC en el Gran Buenos Aires, zona de mayor concentración poblacional, donde se registran con mayor claridad las tendencias determinadas por las políticas implementadas durante el período. Las economías regionales presentan características particulares que requerirían un análisis complementario para su interpretación. Activos “desaparecidos” En el período comprendido entre abril de 1974 y octubre de 1983, primer registro del INDEC posterior a la dictadura, el dato más notable es la caída en más de 3 puntos de la tasa de actividad (de 40,6% en 1974 a sólo 37,5% en 1983). Esta variación negativa obedece a la desaparición de personas, no sólo a los 30.000 desaparecidos efectivos ejecutados por el régimen, sino además, a los muchos más que emigraron o, sabiéndose perseguidos se ocultaron de las encuestas. Este hecho distorsionó la tasa de desocupación y en cierta medida enmascaró la destrucción de puestos de trabajo ocasionada por el retorno a la ortodoxia neoliberal en materia de política económica. Durante la dictadura hubo una destrucción de puestos de trabajo no reflejada en el índice de desocupación. La tasa de empleo también experimentó un retroceso, del 38,9% en 1974 a 36,3% en 1983. La dictadura puso en marcha una estrategia de inserción en el sistema financiero internacional y de desmantelamiento de la industria manufacturera, a través de la aplicación de una política de liberación de las importaciones y desregulación financiera con una fuerte revaluación del tipo de cambio. Estas medidas desalentaron la inversión y alentaron la especulación lo que, por lo señalado anteriormente, no se reflejó en la tasa de desocupación y subocupación que se mantuvieron por debajo de los dos dígitos e inclusive, llegaron a bajar en algunos momentos durante el período. Bati-inflación y aumento de la PEA La vuelta a la democracia en 1983, con el regreso al país de población económicamente activa que se había exiliado durante la dictadura, produjo un incremento de la tasa de actividad. En los seis años posteriores, ésta recupera sus índices históricos, alcanzando en mayo de 1989 al 41,9% de la población total. También aumentó la tasa de empleo, lo que estaría más relacionado con un incremento de los cuentapropistas y de los trabajadores independientes, que con una creación real de nuevos puestos de trabajo. Por otra parte, la corrida de precios provocada por la hiperinflación causó un deterioro en el poder adquisitivo del salario. Esto va a ser determinante para que más personas se incorporen al mercado laboral en busca de un ingreso adicional, ocasionando el efecto conocido como “trabajador adicional”, que opera como un impulso extra para el crecimiento de la PEA (población económicamente activa). Consiguientemente, también la tasa de desocupación y subocupación se elevan, en la medida en que el mercado laboral no puede dar cabida a estos nuevos activos. Al final del gobierno de Alfonsín la población con problemas de empleo experimentó una tasa de variación en relación al inicio de su mandato del 87,2 %. Mientras en abril de 1984 sólo el 4,1% de la PEA estaba desocupada y el 4,5% se hallaba subocupada; en mayo de 1989, los desocupados ascendían al 7,6% y los subocupados al 8,5%. El mantenimiento de la democracia agotó todos los esfuerzos del gobierno de Alfonsín En definitiva, el retorno a la democracia no fue acompañado de políticas que marcasen un cambio de rumbo en lo económico. El peso de la enorme deuda externa heredada y la necesidad de responder a los compromisos internacionales, limitó la libertad de acción del gobierno cuya gestión fue constantemente fiscalizada por los organismos internacionales. Las recetas del Fondo Monetario Internacional consistentes en políticas de ajuste estructural, provocaron mayor contracción económica que recayó sobre el empleo, destruyendo puestos de trabajo. $ inflado y shock sobre el empleo La era Menem constituyó la puesta en marcha, hasta las últimas consecuencias, del plan de reformas estructurales neoliberales recomendadas por el consenso de Washington, como estrategias de estabilización necesarias para el refinanciamiento de la deuda externa. Su implementación se apoyó en el éxito estabilizador de la aplicación del Plan de Convertibilidad en 1991 y en el terror al fantasma de la hiperinflación. Sin embargo, el costo de la aplicación de dicha política arrasó con el Estado y condujo al desmantelamiento del aparato productivo del país. La sobrevaluación del peso encareció los salarios ocasionando despidos masivos. Por otra parte, la liberación de las importaciones aniquiló la industria nacional que, en tales circunstancias, no pudo competir con los precios de los productos importados. Por la misma razón, los precios de los productos de exportación dejaron de ser competitivos en el mercado internacional. La promesa de la anhelada “revolución productiva” se redujo a un mero slogan de campaña. Las pequeñas y medianas empresas se vieron obligadas a cerrar sus puertas; mientras que las grandes empresas, estimuladas por un peso sobrevaluado en dólares, incorporaron tecnología avanzada adquirida en el exterior, que redujo la necesidad de mano de obra y bienes de capital de producción nacional. Todos estos factores contribuyeron a aumentar la desocupación. Del mismo modo, la privatización de las empresas públicas en manos de capitales extranjeros, no sólo destruyó puestos de trabajo, al reducir el personal de sus plantas, sino que contrajo aún más la economía al proveerse de insumos provenientes de sus países de origen, afectando a las empresas nacionales hasta entonces proveedoras de dichos insumos. Los indicadores laborales reflejan como estas medidas incidieron sobre la pérdida de empleo y el aumento de la desocupación. El aumento de la tasa de actividad, por la incorporación de un número creciente de personas al mercado laboral, en parte para poder cubrir las necesidades insatisfechas por lo insuficiente del ingreso y en parte seducidos, desde países limítrofes, por la equivalencia en dólares del salario, agravó aún más la crisis ocupacional. Esto comienza a ser evidente a partir de los datos registrados por el INDEC en mayo de 1993. La desocupación alcanzó los dos dígitos con una tasa de 10,6%, sobre una tasa de actividad del 44,2%. En los años posteriores, la tasa de desocupación continuó incrementándose a la par que la tasa de ocupación se contrajo cada vez más. En 1995 el “efecto tequila” puso de manifiesto la vulnerabilidad externa del sistema económico instaurado por el menemismo. La destrucción de puestos de trabajo produjo un retroceso de casi 3 puntos en la tasa de ocupación respecto a mayo de 1993 (de 39,5% en 1993 a 36,6 en 1995), mientras que la desocupación llegó a 20,2%, lo que sumado al 6,7% de subocupación, determinó que casi 3 de cada 10 argentinos económicamente activos, tuviese problemas de empleo. La tasa de actividad que en el mismo período había registrado un pico de 45,9%, experimentó un ligero retroceso en mediciones posteriores, atribuible al llamado “efecto desaliento”, personas que cansadas de buscar trabajo sin éxito, dejaron de hacerlo. Al término del mandato de Menem, ya nadie pensaba en la hiperinflación. La flexibilización laboral y la recesión convirtieron a la desocupación y al temor a perder el empleo en el mayor fantasma de los argentinos, según registraron las encuestas a fines de 1999, en vísperas a las elecciones presidenciales. Herencias Alfonsín heredó de la dictadura un país con hiperdeuda externa que no sólo no logró achicar, sino que continúo creciendo a pesar de la permanente transferencia de capitales al exterior, en concepto de pago de servicios de la misma. La implementación del proyecto neoliberal acorraló al país en la recesión y la pobreza. Menem heredó del radicalismo un país con hiperinflación que logró paliar gracias al Plan de Convertibilidad, pero que al mismo tiempo, transformó al sistema financiero en una bomba de tiempo y al sistema productivo en un enfermo terminal. De la Rúa heredó del menemismo un país con hiperdesocupación, hipermiseria e hiperpobreza. Durante dos años jugó con el globo del $, temiendo que se le explotara entre las manos, hasta que la inminencia del estallido y la presión de la ciudadanía lo bajaron del poder a mitad de su mandato. La Asamblea Legislativa heredó de la “Alianza” el resultado de su fracaso. El globo pasó a manos de Duhalde, designado por la primera para completar el período, quien finalmente lo pinchó, dejando al descubierto la inconsistencia de un modelo en el que se continúa insistiendo, aún después del colapso financiero. La salida de la convertibilidad dejó al país una herencia de desolación que expulsa cada día a 25.000 argentinos por debajo de la línea de pobreza. Si bien es cierto que en términos cambiarios, volvemos a ser competitivos en el mercado internacional, no es muy seguro que en las actuales condiciones de recesión la producción nacional logre el estímulo que se requeriría para comenzar a revertir la precaria situación financiera de la Argentina de hoy. Ideas políticas, planes económicos, consecuencias sociales. Las cifras del INDEC revelan el alarmante retroceso que sufrió la economía nacional en el último período. De mayo de 2001 a mayo de 2002, la tasa de empleo se redujo en 3 puntos (de 35,8% a 32,8%); mientras que la de desocupación se incrementó en más de 5 puntos (de 16,4% a 21,5%), lo que sumado al aumento de los índices de subocupación, determina un crecimiento de la población con problemas de empleo manifiesto del 26% al 34,2%. La caída de la tasa de empleo de un 3% significa una reducción de la población ocupada en 1 millón de personas. También la tasa de actividad decreció del 42,8% al 41,8%, lo que se explica en parte por el “efecto desaliento”, ya mencionado y en parte por la emigración de argentinos al exterior, al ver cercenadas sus posibilidades de futuro en el país y por el regreso de extranjeros a sus países de orígen, a partir de la devaluación. Sin embargo, estas cifras nada dicen de determinadas características del empleo que es necesario conocer para tener un panorama más aproximado de lo preocupante de la situación del trabajo en la actualidad. La flexibilización laboral aplicada como parte del paquete de medidas estructurales neoliberales, recomendado por los organismos internacionales de crédito para América Latina y “puntillosamente” implementado en Argentinadeterminó la pérdida de la seguridad social, en la medida en que el empleo “en negro”(dato que tiende a ser encubierto en las encuestas) alcanzó, según estimaciones del año 2000, al 40% de la población ocupada. No obstante, la precarización laboral no sólo afecta a quienes trabajan en relación de dependencia sin los correspondientes aportes jubilatorios y de seguridad social, sino también a aquellos “ocupados” según las cifras oficiales, que lo están en virtud de ser beneficiarios de planes de empleo, changuistas, participantes de redes de trueques, cartoneros, vendedores ambulantes, sobreocupados no calificados, servicio doméstico, ocupados temporarios y subocupados. Esta extensa categoría representa, según cifras del INDEC para mayo del 2002, el 56,8% de la población ocupada del país. La crítica situación laboral de la Argentina de hoy obedece a la aplicación a rajatabla del proyecto políticoeconómico neoliberal que impone a las economías periféricas, planes de ajuste que abortan toda posibilidad de crecimiento sostenido de las economías locales. Cuando la oferta de mano de obra excede a la demanda de trabajo la transacción laboral se realiza en condiciones que tienden a la precarización del empleo. Estas medidas, sumamente recesivas, destruyen el sistema productivo y suman al desempleo estructural, propio de los países subdesarrollados,-producto de la abundancia de mano de obra no calificada y escasez de capital- el ocasionado por el shock estructural que provoca la apertura económica con tipo de cambio fijo, como sucedió a partir del Plan de Convertibilidad. Esto acarreó las consecuencias ya mencionadas de destrucción de las Pymes, principales generadoras de empleo y la tecnificación de las grandes empresas con la consiguiente reducción de la mano de obra requerida; factores ambos que concurrieron a la destrucción masiva de puestos de trabajo, responsable de los altos índices de desocupación que se registran en la actualidad.