C. ARÉVALO 141 tráfico, del cual nos dan idea los datos que ya hemos transcrito. L o s drogueros españoles empezaron a trabajar m u y pronto en la adquisición y popularización de las desconocidas drogas americanas. Citemos a Antonio de Vülasante, que en 1514 era vecino de Santo D o m i n g o y extraía el bálsamo del Amyris balsamifera y otros productos sucedáneos del Oriente (almáciga, escamonea, ruibarbo, mirra de Commiphera, etc.). El celebrado bálsamo de T o l ú tomó su nombre de la isla de T o l ú , en T i e rra Firme, cerca de Cartagena de Indias. El P . Acosta nos dice que en la flota en que él regresó iban 48 quintales de caña fistola, 50 de zarzaparrilla, 350 de g u a y a can, 134 de palo brasil, etc., 5.677 arrobas de grana, 25.263 arrobas de añil, 64 arrobas de algodón, etc. Pero entre todos los descubrimientos hechos por los españoles en el terreno de la materia farmacéutica sobresale por su interés el relativo a la quina o corteza de unos árboles de la familia de las rubiáceas, del género Cinchonia L . , cuyas propiedades febrífugas parecen haber desconocido los mismos indígenas, pues la rehusaban y no hay dato ninguno de que fuera utilizada. S e cuenta que el puma, en sus accesos febriles, muerde el tronco de estos árboles, que se encuentra por eso con frecuencia roídos en la región andina de Loja, donde abundan. En 1629, recién posesionado de su cargo el virrey del Perú D . L u i s Fernández de Cabrera y Bobadilla, conde de Chinchón y alcaide del Alcázar de Segovia, como descendiente de los marqueses de Moya y, por tanto, de la famosa Bobadilla íntima de Isabel la Católica, enfermó gravemente de fiebres la condesa doña Francisca Enriques de Rivera, y ante la gravedad de su estado, el médico D. Juan Vega se decide a aplicar el remedio que le comunicó D. Juan López de Cañizares, corregidor de'