Un entorno de vida digno y vivienda asequible: La deuda de las sociedades del mundo con los mil millones más pobres Por. Patricia Acosta Restrepo Profesora de Estudios Urbanos y Planificación Facultad de Ciencia Política y Gobierno Programa de Gestión y Desarrollo Urbano Universidad del Rosario De acuerdo a ONU Hábitat, más de mil millones de personas en el mundo viven en asentamientos urbanos y en viviendas extremadamente precarias. Son aquellos bordes de ciudad de niños descalzos, calles de barro y miseria a las que en lenguaje común denominamos “tugurios”, “favelas”, “campamentos”, “slums” y “shacks”. En el lenguaje políticamente correcto nos referimos a ellos como asentamientos y viviendas de desarrollo incompleto o informal. Estos entornos de vida constituyen la realidad de una parte apreciable de la humanidad para la cual los actuales sistemas de financiación y políticas públicas urbanas y de vivienda no tienen respuesta alguna. Las cifras sobre el acelerado proceso de urbanización alrededor del mundo se han convertido incluso en parte de un repertorio común de datos curiosos: cerca de 3 mil 400 millones de personas, casi la mitad de la población del mundo, viven en ciudades y una tercera parte de ellos lo hacen en condiciones de marginalidad. Para 2030 se estima que el 80% de la población mundial será urbana y que la marginalidad se habrá duplicado. Esta realidad plantea un problema enorme para las sociedades, porque ni los niveles de pobreza, ni las tasas de marginalidad se están logrando reducir con las políticas públicas actuales, mientras que la proporción de la población en condiciones de pobreza continúa en aumento. Los retos que este conjunto de tendencias plantean puede discutirse desde muchas perspectivas. Desde el punto de vista ambiental se percibe como una catástrofe en varias dimensiones. Desde el punto de vista de la geografía económica, el fenómeno de la aglomeración urbana y el desarrollo socio-económico asociado, como la alquimia, es una maravilla que puede explicarse y que sin embargo, es producto de una “magia” que nunca se ha logrado producir a voluntad. Como resultado, estamos frente a la expectativa de que las ciudades más dinámicas, se ensanchen soportadas en sistemas naturales y urbanos ya saturados. Mientras que los análisis de las experiencias en la creación de nuevas ciudades y polos de desarrollo en las diferentes regiones del mundo, no nos han dado aún evidencias contundentes de que sea posible, por ese medio, lograr reorientar significativamente las dinámicas propias del desarrollo urbano. En Latinoamérica, las ciudades se caracterizan por ser simultáneamente el producto de los procesos de desarrollo formales e informales. Esta doble cara de del proceso de consolidación de las ciudades refleja claramente nuestras sociedades inequitativas y segregadas. Si bien se considera que la región vivió su proceso de urbanización más acelerado en los 70’s, con tasas muy similares a los que actualmente viven las ciudades de África; al igual que en el resto del mundo, las aglomeraciones urbanas de Latinoamérica continúan creciendo. Sin embargo, lo hacen cargando a cuestas los rezagos que se derivan de su configuración desequilibrada y de la precariedad de sus sistemas de soporte colectivo. De cara a estas realidades, los gobiernos de las ciudades principales e intermedias de la región, se enfrentan simultáneamente al reto recomponer las ciudades de hoy y al de construir las ciudades del mañana. En esa medida, es fundamental no perder de vista que para viabilizar la producción de entornos de vida dignos y vivienda segura asequible, y especialmente para alcanzar a atender a aquellos grupos con ingresos bajos e irregulares, que no tienen acceso a esas condiciones por fuera de la vía del mercado, es necesario trabajar simultáneamente en varios frentes. Las conclusiones de los estudios de política pública comparada realizados como parte de la formulación de la “Estrategia Global de Vivienda 2025” de la ONU Hábitat, ratifican que en todo el mundo la ausencia crónica de políticas de suelo y producción de vivienda asequible están en la raíz de los fenómenos de proliferación de la urbanización y vivienda precaria. Por tanto, es clara la necesidad de políticas públicas que respalden la producción de nuevas soluciones de vivienda para atender los déficits acumulados y necesidades futuras. Sin embargo, el mismo informe retoma los planteamientos de base de la Comisión de Asentamientos Humanos en 1998, en cuanto a que esa vía no es suficiente para atender la magnitud y múltiples dimensiones del reto. Se hace también un llamado hacia el trabajo en dos otras líneas: gestionar suelo para prever lo que viene, y cualificar los asentamientos humanos precarios existentes para integrar la ciudad de origen informal a un proyecto de futuro. De allí el potencial de las políticas públicas de Mejoramiento Integral de Barrios (MIB). El MIB es una estrategia de gestión urbana, con gran dosis de pragmatismo, que articula acciones sectoriales sobre las áreas de urbanización incompleta y de vivienda precaria en las periferias urbanas, para atender las demandas colectivas de las comunidades que allí habitan, y para orientar sus procesos de densificación. Cuando esta gestión se estructura como política pública, tiene el gran potencial de focalizar la inversión estatal hacia proyectos de gran impacto territorial que pueden transformar radicalmente las condiciones de exclusión social y económica de las poblaciones que allí han tradicionalmente habitado. La ciudad consolidada como producto de la informalidad y el desarrollo progresivo, como en Mumbai, puede representar el 30% del área total de un asentamiento urbano y alojar la mitad de su población: por lo tanto no hablamos de una estrategia de gestión urbana de poca relevancia. Experiencias paradigmáticas en MIB como las de las ciudades del Brasil, han influenciado al mundo entero por que demuestran que superar la gestión municipal tradicional para estos asentamientos: paliativa, sectorial y clientelista, puede contribuir significativamente a recomponer el desequilibrio de los procesos históricos de consolidación urbana incompleta de nuestras ciudades duales. Las experiencias de Bogotá y Medellín, resultado de más de 20 años de evolución de sus programas municipales de MIB, son también emblemáticas en el ámbito internacional. Estas ciudades son ejemplos exitosos de innovación en varios niveles: por la escala de ciudad a la cual se han concebido y ejecutado las actuaciones; así como por la continuidad e institucionalización de los programas como política pública y de ordenamiento territorial. Sin embargo, estas experiencias municipales, ejemplares para el resto del mundo, no han tenido mayor impacto en la evolución de las políticas nacionales colombianas. En Colombia, los mecanismos e instrumentos de política pública nacional para atender los retos para la producción de entornos de vida dignos y vivienda segura asequible, en lugar de diversificarse e involucrar múltiples actores sociales en la producción del hábitat, como lo ha sugerido la Comisión de Asentamientos Humanos, se fueron especializando al punto de volverse una política prácticamente unidimensional. Por más de 30 años, y a pesar de no haber llegado nunca a los grupos poblacionales que más lo necesitan, el subsidio familiar y los incentivos para aumentar la demanda efectiva de vivienda nueva, han sido la política nacional de hábitat por excelencia. Aunque el plan nacional de desarrollo reciente parta de la integralidad en la política pública de hábitat, la distribución de la inversión y énfasis de las decisiones de estado están mostrando que el énfasis sigue siendo el mismo. El panorama internacional sugiere que no solamente es conveniente sino necesario que iniciativas tímidas como el actual plan piloto nacional de MIB tomen mayor fuerza. Los microproyectos demostrativos actualmente en curso en diez ciudades intermedias, puede que logren dejar un germen de transformación de la gestión urbana tradicional sectorial que persiste en la provincia. No obstante, la inversión nacional en MIB comparada con la inversión en Macroproyectos, refleja que entre las políticas de hábitat, a pesar de ser la única dirigida directamente a la inclusión de las poblaciones más pobres y además excluidas de la política de vivienda nueva, no tiene aún el lugar que debe en la agenda política y social de este país.