147 ¿Quién no se ha emocionado oyendo cantar a esta mujer de voz cálida y bella, que desborda sensibilidad por los cuatro costados? Tengo el honor de dedicar los capítulos 6 y 7 de este libro a la excelente soprano alicantina Ana María Sánchez. Ella ya sabe por qué. Josep Rumbau Capítulo 6. CAMBIO DE TEMPERATURA Y CORRIENTES DE AIRE EN LOS TEATROS. Dr. Josep Rumbau Cuando uno se plantea los problemas ambientales propios de un teatro de ópera, lo primero que le viene a la cabeza es la estructura física del teatro, y, particularmente, la parte escénica que es dónde se desarrolla la mayor parte del trabajo del cantante. Si nos imaginamos un escenario, rápidamente se nos dibuja la imagen del espacio escénico visible, que limita al frente con la sala de espectadores, y por los lados y por atrás con los telones que dan paso a los espacios escénicos no visibles, y éstos a través de puertas y más puertas dan paso a otros espacios, salas, pasillos, camerinos, etc. Pensemos además, que en los grandes teatros, el espacio escénico por sobre de la parte visible puede ser de dimensiones muy considerables, con una altura comparable a un edificio de muchos pisos; y pensemos que cada piso cuenta con sus respectivas 148 puertas. Tengamos en cuenta también, que la sala de espectadores dispone de múltiples puertas de acceso. Toda esta imagen mental ayuda a entender la facilidad con que se pueden crear corrientes de aire en un teatro. Si, además, pensamos en la presencia de focos de iluminación, que, por el calor que desprenden, pueden crear microclimas dentro del recinto con la consiguiente circulación de aire, y la posible existencia de aire acondicionado, hoy en día ya imprescindible en las salas de espectáculos y la posibilidad de que éste no esté, en un momento determinado, bien regulado, todavía nos lo hace ver más claro. Uno de los padres de la foniatría europea, el Dr. Jordi Perelló decía: “...El cantante debe acostumbrarse al frío porqué muchas veces, por exigencia del papel a representar, debe actuar con grandes escotes o ropa ligera y, además, en los escenarios la temperatura es más baja que en el resto de la sala donde se presenta el espectáculo. Se realizaron mediciones en el antiguo Gran Teatre del Liceu, y se registraron las siguientes: quinto piso: 33ºC, 26ºC en la platea y 22ºC en el escenario. Estos datos demuestran la gran diferencia de temperaturas que existen en una misma sala de espectáculos y las malas condiciones que reúnen los escenarios en cuanto a frío y a corrientes de aire”. 1 Con los años y la construcción del nuevo teatro, las condiciones físicas del Liceu han cambiado. Actualmente, la temperatura de la sala y la del escenario mantienen habitualmente diferencias inapreciables. Se logra así que no exista gradiente apreciable de corriente de aire de la sala al escenario a telón abierto. En el capítulo siguiente, los responsables técnicos del Gran Teatro se ocuparán de esta cuestión al hablar de la problemática del aire acondicionado en los teatros de ópera. El aire acondicionado es probablemente uno de los motivos de discusión más apasionados entre los cantantes y el personal técnico de los grandes teatros. Nunca llueve a gusto de todos. Algunos cantantes, la mayoría europeos, no quieren ni oír hablar del aire acondicionado porqué les perjudica la voz. Otros, la mayoría americanos, piden aire acondicionado aunque suave, quizás por estar más acostumbrados, no se quejan de problemas de voz y aseguran trabajar más a gusto. Una minoría simplemente se niega a cantar si hay un solo resquicio de aire acondicionado, de manera que el resto de participantes en el espectáculo y también el público asistente deben conformarse a pasar un calor tremendo. En los camerinos pasa lo mismo. Algunos quieren aire fresco pero otros, la mayoría, no lo quieren. Ello explica porqué se haya optado, en los camerinos del Liceu, que cada uno tenga la opción de ponerlo o no. Una de las consecuencias del aire acondicionado habitual, es la de rebajar la humedad relativa del aire, provocando sequedad de piel y mucosas, lo que es deletéreo para los cantantes que necesitan, para una buena ejecución, una garganta, boca y vías respiratorias con un buen nivel de humedad. El aire acondicionado del Liceu mantiene una humedad relativa constante del 60% lo que facilita no tener que padecer por este problema. De otro lado, sabido es, que algunos cantantes antes de salir a escena prefieren tener en el camerino un buen nivel de humedad por lo que dejan la ducha caliente abierta durante un buen rato y así sentir las mucosas confortables. De otro lado, durante los ensayos y funciones se procura que las puertas del escenario y de la sala se mantengan cerradas para evitar corrientes de aire. Aún así, en espacios tan grandes, se hace difícil evitar, a veces, situaciones de corriente de aire o de desajustes técnicos inevitables que producen una variación momentánea de la temperatura y/o facilitan la presencia de gradientes térmicos. 1 Tecnopatías del músico. Dr. Lluís Orozco 149 Uno de los problemas puntuales que pueden ocurrir si la temperatura de la sala y del escenario no están bien igualadas es que, al levantar el telón, se cree un gradiente de aire frío sala-escenario que en contacto con la garganta de un cantante, especialmente si es al principio de la obra cuando el artista tiene todavía la voz fría, provoque un edema de laringe y lo deje sin voz (he sido testigo de un caso). La acústica de las salas. Otro condicionante ambiental de importancia para la óptima ejecución de un cantante es la acústica de la sala donde actúa, sobre todo si se trata de un cantante novel con poca experiencia. El cantante agradece una cierta reverberación que facilite el retorno de la voz, de manera que, oyéndola, pueda calibrar exactamente el consumo de aire óptimo para la ejecución. Una sala sorda, es decir, una sala en la que el cantante no se oiga o no se oiga lo suficiente, provocará que inconscientemente dé más aire (o “apriete”) y se canse antes, a menos que se trate de un profesional con experiencia, habituado a todo tipo de circunstancias. Ambientes de polvo. Los ambientes con presencia de polvo no son adecuados para los que hacen de la voz su profesión. El polvo puede provocar irritaciones de las vías aéreas, tos y procesos inflamatorios y/o alérgicos. Cuando se trata de cantantes alérgicos o asmáticos, el problema puede llegar a ser dramático. Pues bien, los escenarios de los teatros son, por lo general, un ejemplo de lo que no debería ser. El movimiento de las escenografías, telones, mobiliario, cortinajes, alfombras, moquetas, colchones, ropa, etc., hace que sea habitual la presencia de polvo en los escenarios. Por esta razón, en el Gran Teatre del Liceu, antes de los ensayos y representaciones se pasa el aspirador por toda el área escénica para minimizar al máximo este posible riesgo. Desde luego que deberíamos añorar otros tiempos cuando, antes de salir a escena los cantantes, se pulverizaba el escenario con agua con lo que se provocaba un doble beneficio: por un lado se dotaba a la escena de un grado de humedad cómodo para los cantantes y, por otro, se ayudaba a precipitar el polvo del ambiente. Esta sanísima práctica habitual en el Liceu antes del incendio de 1994, por razones desconocidas para mí, se ha dejado de utilizar, a pesar de que sigue practicándose en buena parte de los grandes coliseos operísticos mundiales. Ambientes de humo. El cantante so sólo no ha de fumar sino que debe evitar siempre los ambientes de humo, por la irritación que le supone a nivel de la garganta. Huelga decir que si además de haber humo se trata de un ambiente ruidoso, de aquéllos que para hablar hay que levantar el tono de voz, entonces a buen seguro que la laringe se va a resentir y la voz quedará ronca y opaca. Por tanto, es obvio que allí donde se canta no se puede fumar. Otra cosa es que, como hemos tenido ocasión de vivir, a través de alguna puerta abierta o de una rendija en el suelo del escenario se filtre una pequeña parte de humo de tabaco que deje sentir el olor. Si este olor es percibido por un cantante asmático con especial sensibilidad al humo, se puede organizar un buen “sarao”. Por ello en el interior de los teatros de ópera es fundamenta el no fumar. Y si debe haber espacio para fumadores, éstos deben estar totalmente aislados de la sala, escenario, camerinos y espacios de conexión. 150 Sala ruidosa Todos se habrán fijado en lo frecuente de las toses, carraspeos, murmullos, y también algún ronquido, durante las funciones. Del mismo modo habrán comprobado que cuando se presenta un momento mágico, de aquellos en los que parece que ha bajado una musa del cielo, se detiene el tiempo y al aficionado se le eriza el vello o se le pone la carne de gallina, todo el ronroneo y las toses desaparecen como por arte de magia para dar paso a un silencio expectante y sobrecogedor. A esto le llamo yo un momento de "creación". Bien pues, después de haber comprobado numerosas veces el fenómeno, me inclino a pensar que la generalidad de las toses del público se debe a una falta de atención, salvando, claro está, los episodios de toses realmente inevitables (muy pocos) y que son fácilmente paliables tan sólo tapándose la boca con la mano o un pañuelo. Ustedes podrán pensar que la tos no depende del estado de atención de quien la padece, pero observen atentamente y ya me dirán. Y ello tiene su importancia porque, aparte de la molestia y distracción del público más sensibilizado, no cabe duda que incide negativamente sobre el mismo cantante ya sea descentrándole, molestándole o simplemente haciéndole ver el poco interés que suscita entre el respetable su presencia o actuación. Alguna vez uno ha sentido la tentación de repartir pastillas para la tos entre el público. Fig. 1. Antiguas publicidades deberían estar todavía vigentes. Público muy exigente o “depredador” En mi juventud operística, el público respondía, ante la mediocridad de una interpretación, con el silencio o bien con el siseo que consistía en silenciar los aplausos de los menos “entendidos”. Sólo en algunos casos muy sonados se organizaba una bronca, que también las hubo. Hoy día, y ya desde hace algunos años, se ha puesto de moda gritar “bu” cuando no se está de acuerdo con la actuación de un cantante, director musical o de escena. Ese sistema supone una importante mejora auditiva de la protesta porque la propagación sonora del "bu" corre mucho más que un siseo y llega con gran facilidad al artista. Esto supone que en caso de aplauso general durante una función, un solo “bu” bien timbrado puede arruinar el éxito de la velada al artista de turno. Ahora que pasamos una ya larga época, muy larga, en la que los directores de escena se han hecho tan importantes y se han erigido ya en las “estrellas” de las funciones operísticas, parece que hay una especie de carrera a ver quien hace una versión más rompedora de la obra en cuestión y, por lo que se ve, cuantas más broncas (más 151 “bus”) cosechan, más fama alcanzan estos tan especiales seres. Algunos parecen que estén más contentos cuantos más abucheos provoquen. Bien distinto es el caso del cantante. Puede ocurrir que se trate de un cantante mediocre, simplemente que "no tenga el día" o que no “diga” adecuadamente el personaje que interpreta. En este caso creo que la mejor respuesta por parte del público debería ser el silencio o el clásico siseo para acallar aplausos injustificados. Creo que el “bu” es demasiado cruel y, en todo caso, debería limitarse a interpretaciones excepcionalmente “espeluznantes”. A veces, los abucheos no van dirigidos sólo al artista, pueden ir dedicados también al responsable que le contrató, es decir, al director artístico. Sea como sea, el que recibe el chaparrón es el cantante, el director musical o de escena que son los que salen a saludar y a dar la cara. Tuve la oportunidad de vivir un caso realmente emotivo que ilustra, creo, lo que estoy tratando de comunicar. En una función de segundo reparto, la soprano de turno interpretó una conocida aria con la suficiente calidad como para salir airosa del trance, sólo quizás empañada por un ligero descolorimiento de los agudos. El público en general aplaudió con fuerza y hasta se llegó a oír alguna aislada ovación, pero dos personas, sentadas casualmente delante de mí, sólo dos personas gritaron “bu”. Fue un grito corto pero contundente, que corrió por la sala con facilidad. A partir de este punto, la soprano siguió el curso de la representación de manera muy irregular, fuera del aplomo habitual al que nos tenía acostumbrados. Cuando cantó la última aria ya en el tercer acto, quiso filar el agudo final pero se le rompió la voz de una manera lamentable. Pues bien, al salir y al verme (yo la conocía bien como médico de la casa), me abrazó llorando y me confesó que desde que oyó el “bu” en el primer acto, el primero y el único que había recibido en veinte años de carrera, se pasó llorando el resto de la representación, con lo que tiene ello de deletéreo sobre la voz, hasta llegar al final ya conocido. Creo sinceramente que si los dos aficionados que abuchearon a esa chica hubieran conocido el efecto que causaron sobre su ánimo, se hubieran ahorrado muy a gusto la protesta y sus funestas consecuencias.