Documento descargado de http://www.elsevier.es el 18/11/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. EDITORIAL A propósito del síndrome de Estocolmo 45.697 Carlos Ballús Catedrático de Psiquiatría. Profesor Emérito de la Universidad de Barcelona. Volviendo al síndrome de Estocolmo, llama la atención la poca frecuencia con que aparece citado o se presenta, sobre todo habida cuenta de los muchos casos de secuestro que en la actualidad, en tantos puntos de la tierra, se producen. Por un lado, pensamos que tales reacciones contrastan con la asiduidad con que las personas que han sufrido un secuestro hablan con indiferencia, cuando no con desprecio o con verdadero odio, de sus secuestradores. Un aspecto que hay que considerar concierne a que dicho síndrome de Estocolomo, a nuestro criterio, no merece sensu strictu la denominación de «síndrome». Es verdad que dicho término suele prodigarse con poca exigencia, incluso en algunos textos médicos en los que se emplea sin matizar. Así, mientras unos autores usan el término «síndrome», otros, en análogo proceso patológico, hablan de «enfermedad» y unos terceros de «trastorno», cuando, de acuerdo con fuentes autorizadas1, se entiende por síndrome «un conjunto de signos y síntomas que caracterizan un proceso morboso», el cual no obedece necesariamente a la misma etiología ni situación y que, pensamos, se presenta entre la población general con cierta frecuencia. Tal no es el caso del infrecuente y, por lo tanto, mal llamado síndrome de Estocolmo, cuyas manifestaciones equivalen más a una forma un tanto peculiar de reacción y de conducta que a un proceso morboso. Ante esto cabe preguntarse de qué fenómeno o proceso se trata cuando las personas afectadas se portan de forma tan singular. En realidad, estamos ante una reacción o conducta individual, no generalizada ni generalizable, que responde a unos mecanismos de defensa de sus protagonistas, quienes en tales circunstancias caen en un proceso de regresión y en unos mecanismos de defensa, identificándose proyectivamente con el secuestrador, que en ciertas ocasiones también participa psicológicamente en el proceso que comentamos. Han transcurrido más de 30 años desde los casos de Kristin y Patricia Hearst, las jóvenes secuestradas en Estocolmo y mantenidas como rehenes por grupos de delincuentes comunes, las cuales a lo largo del encierro parece que se «enamoraron» de su secuestrador, llegando a solidarizarse con sus ideales y objetivos hasta el extremo de participar posteriormente, una de ellas, en uno de los atracos que aquél llevó a cabo. A mayor abundamiento, un periodista gráfico fotografió, en el momento de la liberación, un beso delator entre una de las jóvenes y el correspondiente secuestrador. A tales hechos, debidamente comentados y divulgados por los medios informativos, se calificó con los términos de síndrome de Estocolmo, tema que ya fue objeto de atención de Alonso Fernández2, posteriormente de comentario en un artículo editorial de esta misma Revista3 y lo ha sido, también, en reciente publicación de González de Rivera4, entre otros. Que bajo fuertes estados emocionales puedan producirse y desencadenarse sentimientos, reacciones y conductas peculiares, cuando no patológicas, es sobradamente conocido. Bastará recordar el trastorno mnémico que tuvo Freud Correspondencia: Dr. C. Ballús Pascual. Departamento de Psiquiatría. Facultad de Medicina. Casanova, 143. 08036 Barcelona. Recibido el 6-5-2002; aceptado para su publicación el 15-5-2002. 174 Med Clin (Barc) 2002;119(5):174 cuando visitó la Acrópolis de Atenas y que calificó de «sensación o sentimiento de desrealidad»5, uno de tantos procesos que, como él mismo escribió, «surgen con frecuencia en ciertas enfermedades mentales; pero tampoco faltan en el hombre normal». Otras veces, más que de sensaciones o simples sentimientos, se trata de pautas más o menos patológicas y complejas de conducta; tal sería, por ejemplo, el caso del llamado síndrome de Jerusalén6, que se presenta en personas sin antecedentes de historia previa de enfermedad mental con ocasión de una visita turística a los Santos Lugares y que puede adoptar formas más o menos transitorias de trastorno psicótico. Como consecuencia de lo dicho, la persona secuestrada, llevada por el miedo o en busca de ciertas ventajas en la dramática situación que vive, se identifica con su secuestrador, no pudiendo descartarse que en la base de tal conducta haya, en ciertos casos, una personalidad débil cuyos sentimientos de miedo y de amenaza prolongados y propios de la situación de secuestro le imposibilitarían afrontar los hechos. Dicho proceso se completaría, a su vez, con una secundaria racionalización por la que la o el protagonista explicaría y daría razón de su comportamiento, cayendo en valoraciones fundadas en argumentos morales o de justicia social, cuando no en sentimientos «amorosos», ante las palabras y las «cualidades» del secuestrador, llegando en algunos casos a salir en su defensa. Hemos de tener en cuenta que la conducta que nos ocupa corresponde más a una vertiente psicológica que médica y psiquiátrica. Esto explica que el síndrome de Estocolmo no figure en las clasificaciones vigentes de los trastornos mentales y del comportamiento, por ejemplo, las CIE-10 y DSMIV, y que prácticamente no aparezca en los índices de materias de los tratados de psiquiatría y psicopatología editados en los últimos decenios, ni figure tampoco, o se cite de forma marginal y muy escueta, en obras de reconocidos autores sobre temas vinculados a éste, como es el caso, por ejemplo, del interesante y completo tratado de Allen7 sobre «relaciones traumáticas» publicado en los últimos meses. Lo dicho subraya, a nuestro entender, el interés psicológico de estas conductas –campo todavía pendiente de estudio por quienes se ocupan de la victimología–, conductas determinadas por un complejo proceso psicodinámico individual y que se producen en el marco de unos perfiles culturales y sociales en cada caso distintos, sin olvidar las influencias de contenidos axiológicos y morales que pueden encontrarse en cada persona. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS 1. Acadèmia de Ciències Mèdiques de Catalunya. Diccionari Enciclopèdic de Medicina. Barcelona: Enciclopedia Catalana, 1990. 2. Alonso Fernández A. Psicología del terrorismo. Barcelona: Salvat Editores, 1986. 3. Valdés M. El síndrome de Estocolmo. Med Clin (Barc) 1990;94:56-7. 4. González de Rivera JL. El maltrato psicológico. Madrid: Espasa, 2002. 5. Freud S. Un trastorno de la memoria en la Acrópolis. En: Obras completas, tomo III. Madrid: Biblioteca Nueva, 1973. 6. Bar-el Y, Durst R, Katz G, Zislin J, Strauss Z, Kuobler HY. Jerusalem syndrome. Br J Psychiatry 2000;176:86-90 7. Allen JG. Traumatic relations and serious mental disorders. Chichester: J Wiley and Sons, 2001.