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8.1. LA PARTICIPACIÓN INFANTIL COMO CONDICIÓN DE POSIBILIDAD
PARA UN PRESENTE DEMOCRÁTICO
Lourdes Gaitán Muñoz
Facultad de Ciencias Políticas y Sociología.
Experto en Políticas Sociales de Infancia.
Universidad Complutense de Madrid (UCM)
RESUMEN
A partir de la Convención de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas de 1989, la
retórica de la participación infantil se ha hecho presente en el ámbito de las políticas y
de las prácticas relacionadas con los niños. La participación individual, social y política
de los niños, niñas y adolescentes, es posible, pero no está exenta de dificultades. Las
iniciativas que parten del sector público en el sentido de organizar la participación formal
de los niños en la vida local y en la vida política pueden arrastrar e impulsar su
participación en los demás ámbitos, sobre todo si van acompañadas de una amplia
sensibilización y de acciones orientadas a cambiar la visión que se tiene de los niños: de
sujetos extraños o peligrosos, a seres humanos que andan abriéndose paso en una vida
para la que ni siquiera la experiencia adulta vale, porque todos la estamos descubriendo.
ABSTRAC
Since the UN Convention on the Rights of the Child, 1989, the rhetoric of children’s
participation has been present in the area of policies and practices relating to children.
The individual, social and political participation of children and young people is possible
but it is not exempt from difficulties. The initiatives promoted by the public sector in the
sense of organizing the formal participation of children in local and political life can drag
and encourage their involvement in other areas, especially if they are accompanied by a
widespread awareness and action orientated to change the view we have of children:
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from strange or dangerous individuals to human beings who are looking for finding their
way in a life where not even adult experience is enough, as we all are discovering.
PALABRAS CLAVE
Participación, niños, niñas y adolescentes, familia, escuela, sociedad, política.
KEYWORDS
Participation, children and young people, family, school, society, policy.
INTRODUCCIÓN
A partir de la Convención de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas de 1989
(CDN), la retórica de la participación infantil se ha hecho presente en el ámbito de las
políticas y de las prácticas relacionadas con los niños. En primer lugar se ha destacado
que el grupo de derechos relativos a la participación de los niños en la sociedad1
representa una auténtica novedad en relación a las Declaraciones anteriores que
trataban de los derechos de la infancia.
Si bien esto es cierto, también cabe señalar que los artículos de la CDN referidos a
los derechos de participación (artículos 12, 13, 14 y 15) se formulan rodeados de cautelas.
En ellos se reconoce el derecho a la libertad de expresión, de pensamiento y de
conciencia (con la guía de los padres), el derecho del niño a ser escuchado en todo
procedimiento legal o administrativo que le afecte (pero no puede reclamar sus
derechos jurídicos o administrativos si no es por mediación de sus padres o
representantes), a la libertad de asociación y de celebrar reuniones pacíficas (aunque
nada se menciona respecto al desarrollo de actividades políticas, de elegir a sus
representantes o de ser elegido). La causa de estas resistencias puede rastrearse al
1
A los efectos de la Convención, niño es toda persona menor de 18 años de edad (Artículo 1º)
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menos en dos circunstancias: por un lado, la inveterada desconfianza adulta sobre la
competencia de los niños y de las niñas y, por otro el peso de la presión social que se
ejerce con respecto a la necesidad de protección de los mismos, fundamentada en su
mayor vulnerabilidad. Mientras participación significa confianza y empoderamiento de
las personas menores de edad, protección significa control y segregación de las mismas
a mundos particularmente preservados de riesgos.
Estas limitaciones no han representado obstáculo alguno para que tanto los
gobiernos,
como
las
organizaciones
no
gubernamentales,
se
hayan
aplicado
intensamente a promover, facilitar y establecer canales y vías destinadas a desarrollar la
participación infantil, especialmente en el ámbito local. La cuestión que merece ser
planteada, con la distancia de ya más de veinte años de aplicación de la CDN a lo largo
y ancho del mundo, es la de si se ha llegado lo suficientemente lejos en esta línea de
desarrollo de los derechos de los niños, niñas y adolescentes, si podemos conformarnos
con los actuales modelos de participación infantil y sencillamente aspirar a generalizarlos,
o si los mandatos de la Convención dan pie a seguir profundizando, recreando y
reinterpretando estos derechos en el marco de una sociedad globalizada que cambia
velozmente y de unas generaciones infantiles y juveniles, cada vez más afectadas y más
involucradas en los cambios sociales.
Dado el carácter de este grupo de derechos, los agentes implicados en el
desarrollo de los mismos, y el afán por conseguir resultados reales (también podría
decirse, inmediatos y visibles) en este campo, la intención, sea de los estudios realizados,
de las propuestas metodológicas, o de la formación de especialistas, ha estado
orientada a mejorar las prácticas antes que ha provocar una reflexión teórica sobre la
naturaleza, finalidad y fundamentos éticos o de justicia que subyacen en el axioma
asumido de la bondad de la participación infantil, y tampoco sobre la relación entre la
participación infantil y la participación adulta o el futuro de ambas en el seno de las
sociedades democráticas. Pero a medida que han ido proliferando las políticas y las
prácticas promotoras de la participación infantil, se han puesto de manifiesto algunas
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críticas referidas a su activismo “de fachada”, a su falta de impacto real (más allá del
protagonismo momentáneo que se otorga a algunos niños), al abuso en la utilización de
encuestas simples para conocer la opinión de los niños sobre temas puntuales, o a la falta
de continuidad de las acciones en el ciclo vital de la infancia. ¿Qué alternativas existen
para seguir avanzando en el reconocimiento del papel de los niños en la sociedad? El
objetivo de esta comunicación es el de aportar algunas ideas que sirvan para responder
a esa pregunta.
Para empezar puede pensarse en el concepto mismo de participación. La
definición que nos ofrece el diccionario resulta muy amplia y de algún modo vacía, que
puede utilizarse de diferentes formas y tener muy diferentes efectos (ESF, 2008). La
participación entendida como el acto de tomar parte o compartir algo, que es el
concepto al que nos remite el diccionario, pone el énfasis en el proceso pero no en los
resultados. Algunos autores influyentes en el tema de la participación de los niños,
ensayan definiciones que incluyen ambas cosas, proceso y resultados. Por ejemplo, Roger
Hart define participación como “el proceso de compartir decisiones que afectan a la
propia vida y a la vida de la comunidad en la que uno vive” (1992:5). Gerison Lansdown
también va más allá: “Participación puede definirse como los niños tomando parte e
influyendo en procesos, decisiones y actividades que les afectan, para alcanzar mayor
respeto de sus derechos” (2002:273). No obstante, hay diferencias entre las definiciones
de ambos autores, de Hart cabe destacar que apunta tanto al ámbito privado de la vida
de los niños, como al público. Lansdown habla no sólo de que los niños estén presentes y
se den por enterados, sino también de que tengan la capacidad de influir en las
decisiones y ganarse el respeto de los demás que participan con ellos.
A partir de estas dos definiciones ampliadas podemos seguir reflexionando. En
primer lugar, acerca de los ámbitos en los que la participación podría y debería
producirse. La CDN, en este sentido, no hace ninguna concreción explícita. Al referirse,
en el artículo 12, al derecho de los niños a expresar su opinión “en todos los asuntos que
les afectan”, la pregunta que deberíamos plantearnos sería la siguiente: ¿qué asunto que
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se produce en su vida familiar, en su escuela, y no solo aquí, sino también en el conjunto
del sistema educativo, en su barrio, en su ciudad, en su país o en el mundo, no afecta a
los niños? El debate sobre los métodos de participación se ha venido centrando
preferentemente en la presencia de los niños en las instituciones y estructuras de la
administración local, como ya se ha mencionado, quedando fuera de la discusión, y
fuera también de las iniciativas que persiguen la promoción de sus derechos, lo que se
sitúa en un círculo más próximo al niño, niña o adolescente (la familia, la escuela) así
como lo que supera el ámbito de lo local (el derecho a una participación política de los
niños).
Lo anterior no hace sino confirmar algunos aspectos que atañen a las
representaciones sociales de los niños (Casas, 1998) tanto como al estatus de
dependencia atribuido a los mismos (Gaitán, 2006). La vida de los niños se desenvuelve
principalmente en el ámbito privado, la familia y la escuela son las instituciones de
encuadramiento (Colectivo IOE, 1989) depositarias del mandato social de educar y
socializar correctamente a los niños. La sociedad pedirá cuentas a estas dos instituciones
en el caso de que el tipo de niño “producido” por ambas no sea el correcto, pero no así
las interpelará acerca de si los derechos de las personas menores en general, y los que se
refieren a la participación en particular, han sido también correctamente respetados. La
presunción de que estas instituciones actúan siempre guiadas por el interés superior de los
niños, las pone a salvo de este tipo de críticas. Esto no significa que tanto la familia como
la escuela no resulten ser hoy en día estructuras bastante más democráticas que las
conocidas hace décadas, sino que también en su interior los ámbitos de participación
tienden a estar restringidos.
Dentro de la familia es frecuente que los niños negocien con sus padres asuntos
relacionados con el consumo, con las libertades o con la utilización de las tecnologías
(Álvarez, 2006, Vidal y Mota, 2008) pero lo es menos que se les haga partícipes de las
decisiones que afectan a cuestiones clave para la vida familiar (como separaciones,
inmigración, dificultades económicas) pese a que la investigación ha demostrado la alta
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empatía y capacidad de resilencia de los niños en este tipo de situaciones (Ridge, 2002 y
2007, Redmon, 2008, Gaitán, 2008). En lo que se refiere a la escuela, con la llegada de la
democracia a nuestro país, llegó también la democratización de las estructuras
representativas y consultivas del sistema educativo y así, la participación de los niños,
niñas y especialmente de los adolescentes está contemplada en las normas que regulan
los Consejos escolares. Este tipo de participación formal es muy importante, sin duda, a
pesar de que el peso de los estudiantes sea muy minoritario en relación al que suma el
colectivo adulto, y de que incluso ya se ha reducido de las primeras a las más recientes
reglamentaciones. También es cierto que muchos centros escolares e institutos de
secundaria, y muchos profesores en el interior de sus clases, van mucho más allá en lo
que atañe a la participación de los niños y adolescentes “en los asuntos que les afectan”
dentro de la institución docente. Sin embargo no puede decirse que esté generalizada la
implicación de los niños en el análisis, propuesta y toma de decisiones en problemas
como el fracaso escolar, el absentismo, el acoso, el abuso o las trampas de las nuevas
tecnologías. Menos aún en el diseño de la estructura de las enseñanzas o de la
organización de los centros, cuando cabría suponer que el auténtico “centro” del
sistema educativo son ellos mismos.
Capítulo aparte merece la participación de los niños en el sistema de protección.
Podría decirse que, en este caso, la legitimidad que otorga el actuar “por el interés
superior de los niños” se encuentra reforzada, ya que el sistema actúa cuando ese interés
no ha sido, o no ha podido ser, debidamente atendido por los adultos obligados. Pero
ese incremento del poder adulto va muchas veces en decremento del poder de los
niños, de su derecho a ser informados, a expresar sus necesidades y preferencias, a
participar activamente en la toma de decisiones que les afectan de modo radical, e
incluso a la posibilidad de que sus propias demandas sean defendidas de manera
independiente. En el caso de que “por el interés superior del niño” se juzgue adecuado su
acogida en un centro de protección, la situación no mejora, en lo que atañe a la
participación, para los niños, como dramáticamente han puesto de manifiesto recientes
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y bien conocidos informes, como los del Defensor del Pueblo o el realizado por Amnistía
Internacional.
La dicotomía entre lo individual y lo colectivo, lo privado y lo público, no está
salvada en lo que atañe al derecho de participación de los niños. Esto posiblemente
ignora las considerables conexiones entre los dos ámbitos, sin embargo, la experiencia
sugiere que los niños más pequeños piensan personalmente y localmente, y que esto
proporciona una plataforma para pensar más ampliamente (Tisdall y Liebel, 2008). Por
otro lado, la falta de conexión, y de coherencia, entre los distintos niveles y ámbitos de
participación, acentúa la visión de la que se realiza a nivel local, generalmente
destinada a un solo segmento de la población infantil (en el rango entre los 8 y los 11-12
años) como una participación de adorno.
Es por ello que el segundo tema de reflexión que proponemos coloca el foco en la
participación política de los niños, tomando de la palabra “política” la acepción que se
refiere a la “Actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su
opinión, su voto, o de cualquier otro modo” (Diccionario de la RAE).
En el campo de los estudios sobre la infancia, la cuestión del derecho a participar
de los niños se discute cada vez más de modo relacionado con la ciudadanía de estos
(Invernizzi and Williams, 2008). Tal cosa conduce, en general, a debatir sobre si los niños
poseen derechos de ciudadanía y hacen un uso extensivo de ellos o a si son capaces de
conquistar derechos por sí mismos. Esto va más allá del marco normativo de la CDN y
otras formas legales y alcanza la cuestión de hasta dónde los niños mismos pueden jugar
un papel activo y efectivo en la formulación e implementación de sus derechos. Son
cuestiones que se basan en la observación de las acciones colectivas llevadas a cabo
por niños, niñas y adolescentes que viven en países en desarrollo, y también en la
emergencia de actuaciones protagonizadas por niños en algunos países desarrollados2
2
Cuando escribimos esto, los estudiantes de secundaria de París y de otras ciudades francesas, están
protagonizando huelgas y manifestaciones, incluso ante el propio Senado, frente al anunciado aumento en
la edad de jubilación que su Gobierno ha presentado y se está discutiendo en su parlamento. Las consignas
de sus manifestaciones son de contenido ideológico y muestran un alto nivel de identificación con los
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Tanto los derechos civiles, como los políticos, sociales, económicos y culturales son
componentes fundamentales de la ciudadanía. En las ciencias sociales relacionadas con
los niños existe un consenso acerca de que la completa ciudadanía de los niños no existe
(Jans, 2004:38) ni siquiera en los estados con constituciones democráticas. Qvortrup
(2005:11) expresa esto sucintamente al decir que “los niños no disfrutan derechos
económicos y políticos como ciudadanos autónomos”. Mientras algunos concluyen de
esto la necesidad de esforzarse por conseguir completos e iguales derechos entre niños y
adultos, otros no piensan que esto sea deseable, ya que puede cargar a los niños con
responsabilidades complejas y podría ignorar o dañar peculiaridades y necesidades
específicas de los niños que están fundamentadas en el desarrollo humano (Roche,
1999).
Otro plano que suscita mucha discusión entre los estudiosos de la nueva infancia
es el de si
los niños tienen una “ciudadanía parcial”. En esta concepción estarían
enmarcadas las actividades de participación promovidas para los niños, que en muchas
ocasiones se presentan a sí mismas como vías de “aprendizaje de ciudadanía”. Se
argumenta sin embargo que, mientras una ciudadanía parcial o semi-parcial podría ser
bien aceptada teórica y políticamente, esto minaría todavía más el estatus de los niños
antes que mejorarlo, porque subrayaría la idea de que los niños no son ciudadanos
completos. Este grupo de estudiosos se pregunta que, si la ciudadanía, según dice
Marshall, está asociada con la “completa membresía de la comunidad” ¿equivale
entonces una ciudadanía parcial a una membresía parcial en la comunidad?
De entre los pronunciamientos más claros a favor de garantizar el estatus de
ciudadanía a los niños están los de Ben-Arieh y Boyer (2005) quienes consideran que
habría razones fundadas para garantizar el estatus de ciudadanía a los niños, y que éstas
son de dos tipos: que los niños son como los adultos (en cuanto que ambos son seres
humanos) y que los niños son diferentes de los adultos (por ser los miembros más débiles
problemas de su sociedad hoy: “No queremos que rebajen nuestras pensiones” “No queremos vivir peor que
nuestros padres”, asimismo una conciencia de solidaridad intergeneracional.
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de la sociedad) por lo que se les debe garantizar la ciudadanía como medio de superar
su debilidad y de garantizar sus derechos.
Si la ciudadanía activa fuera entendida como un proceso de aprendizaje, antes
que como un conjunto cerrado de derechos y deberes definidos de una vez y para
siempre, esto sería cierto tanto para los menores de edad como para los adultos, en un
contexto de condiciones sociales cambiantes. En este sentido puede afirmarse que,
actualmente, niños y adultos son “pares” en cuanto que ambos tienen que aprender a
dotar de significado a su ciudadanía activa (Jans, op. cit.).
Un aspecto relacionado con la participación política (pública) y con el ejercicio
de la ciudadanía tiene que ver con el asociacionismo. La libertad de asociación y la de
celebrar reuniones pacíficas son derechos reconocidos a los niños en la CDN. Los
argumentos de los estudiosos en torno a esta dimensión van en dos sentidos. Por un lado,
la real autonomía de los niños a la hora de crear sus propias asociaciones, en este
aspecto,los principales cuestionamientos de la situación actual son los siguientes: Si la
participación de los niños y adolescentes en la toma de decisiones colectiva es
frecuentemente iniciada o apoyada por adultos, ¿cómo encaja esto con los
requerimientos de ser autogenerada o autosoportada? ¿Si la participación está fundada
o incluso requerida por el estado, es suficientemente autónoma? Si la respuesta es no a
ambas o cualquiera de estas cuestiones, concluyen: ¿pueden considerarse o no tal tipo
de participaciones como parte de las dinámicas que moviliza la sociedad civil, o también
será éste un espacio de exclusión de los niños? (Tisdall y Liebel, op. cit.).
Por otro lado, se considera que la participación de los niños, niñas y adolescentes
puede tener su lado oscuro en aquellas iniciativas que surgen por su propia voluntad y
que son vistas a menudo de modo amenazante por parte de los adultos, al no coincidir
con su acotada concepción de lo que debería ser, y a lo que debería ceñirse, la
participación infantil. Actualmente hay poca discusión en Europa (no digamos en
España) sobre los niños que “inventan y practican” sus propias formas y vías de
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participación no previstas en los modelos al uso y en las tipologías (desarrolladas por
adultos) de participación de los niños. Los movimientos de niños, niñas y adolescentes
trabajadores que existen en todos los continentes que incluyen a los países menos
desarrollados, pueden entenderse como formas de articulación cotidiana en torno a
intereses comunes y que apelan a derechos de los niños como tales3. Pero también
puede tratarse de movimientos no establecidos formalmente y que surgen al hilo de
acontecimientos puntuales por los que los niños (especialmente los adolescentes) se
sienten concernidos. Precisamente, por lo general, por motivo de este tipo de acciones,
los niños reciben la acusación de estar actuando como “malos ciudadanos”, cuando no
presentados con tintes alarmantes o ridículos en los medios de comunicación, o casi peor
aún, totalmente ignorados, ellos y sus demandas. En todos estos casos no estaríamos
hablando de la participación como un asunto individual, sujeto al capricho o a la
voluntad de un niño, sino de la participación colectiva de un grupo social consciente de
sus derechos y que aspira a ser tomado en cuenta.
Queda aún otro aspecto de la participación, el que se entiende con carácter
general como más genuinamente político, que también está prácticamente ausente en
la agenda de la participación infantil en España. Se trata del derecho al ejercicio del
voto en las sociedades democráticas4.
El debate en torno al voto de las personas menores de edad es un debate
antiguo, puesto que ya a principios del siglo XX en algunos países se llegó a proponer la
ampliación del derecho al voto a todos los ciudadanos desde su nacimiento. Después,
sea en sus versiones más radicales, sea en las de rango reformista, que pretenden una
ampliación “gradual” de los derechos otorgados a los niños y niñas, no ha dejado de
3
En torno a este tema ver: Liebel, M. (2000) La otra infancia. Niñez trabajadora y acción social. Lima: IFEJANT,
o Martínez, M. (2009) “Minorías activas y movimientos infantiles”, en Liebel, M. y Martínez, M. (coord.) Infancia
y derechos humanos. Hacia una ciudadanía participante y protagónica. Lima: IFEJANT (accesible on-line
http://www.ucm.es/info/polinfan/2010/Infancia_y_DDHH_Liebel_Martinez.pdf?name=Revistas2_Historico&id=P
OSO&num=POSO060613)
4 El Ayuntamiento de Sevilla exploró hace años la posibilidad de rebajar la edad del voto, en las elecciones
municipales, a los 16 años. Las Juventudes Socialistas, también hace años, llevaron este tema a su agenda,
pero no hemos podido encontrar más antecedentes en nuestro país.
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estar presente en algunos círculos, y existe en la actualidad un buen número de
movimientos en todo el mundo que lo apoyan activamente. Austria ha sido el primer país
europeo que ha aprobado la rebaja de la edad del voto a los 16 años en las elecciones
nacionales, y existen numerosos ejemplos de participación en elecciones de los que
tienen menos de 18 años en todo el mundo, especialmente en el ámbito local. Si se
observan los razonamientos de quienes se inclinan por ampliar los derechos de
representación política a los más jóvenes, y también los de sus detractores, es posible
distinguir tres posiciones al respecto: a) la del mantenimiento del statu quo, b) la de la
rebaja de la edad a la que puede ejercerse el voto, y c) la que está por la eliminación
de cualquier discriminación entre seres humanos basada en un criterio de edad5. Más
tarde o más temprano, el debate en torno a la edad del voto y a la extensión de los
derechos de ciudadanía llegará también a nuestro país. Lo más probable es que se opte
por soluciones graduales, tanto en lo que se refiere a la edad, como en lo que hace a los
ámbitos en los que ejercer el voto. Pero en este caso no habrá que olvidar que el que
una franja de los menores de 18 años pueda votar no significará ya que todos los niños
estarán representados políticamente, sino solo que tendrá posibilidad de estarlo el grupo
de los situados en esa franja (Gaitán 2009).
Para terminar, y a modo de conclusión, puede decirse que la participación
individual, social y política de los niños, niñas y adolescentes, es posible, pero no está
exenta de dificultades, la mayoría de ellas sólidamente instaladas en el pensamiento
adulto dominante. Las iniciativas que parten del sector público en el sentido de organizar
la participación formal de los niños en ámbitos de la vida local y de la vida política
pueden arrastrar e impulsar la participación en los demás ámbitos, sobre todo si van
acompañadas de una amplia sensibilización y de acciones orientadas a cambiar la
visión que se tiene de los niños: de sujetos extraños y peligrosos, a seres humanos que
andan abriéndose paso en una vida para la que ni siquiera la experiencia adulta vale,
porque todos la estamos descubriendo.
5
Sobre
este
tema
puede
consultarse:
Revista
de
Estudios
de
Juventud,
núm.
http://www.injuve.migualdad.es/injuve/contenidos.item.action?id=1119816410&menuId=1885068202
(consulta 18-10-10)
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En todo caso estas iniciativas tendrían que cumplir ciertas condiciones:
o No segmentar el colectivo infancia:
• Por un lado los “menores” (en riesgo, en protección, en conflicto con
la ley).
• Por otro lado los niños y niñas (destinados a disfrutar del juego y a ser
educados)
• Por otro lado los adolescentes (sospechosos, peligrosos para sí y para
los demás).
o No segregar: los niños en su mundo/los adultos en el mundo, sino buscar
proyectos integrados intergeneracionalmente.
o Concebir la participación no tanto como proceso educativo, sino como
intrumento para la integración (por fin) de un grupo social fundamental,
básico, importante, en el seno de la vida en común de los seres humanos
que comparten un momento en la historia de la humanidad.
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&id=POSO&num=POSO060613 (consultado 18-10-10)
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