Chile, 25 años después

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Chile, 25 años después.
Texto: Francesc Relea
Fotografía y perfiles: Gervasio Sánchez
Abandono del Cargo
Augusto Pinochet, tras abandonar el cargo de comandante en jefe del Ejército, ocupa
actualmente un puesta de senador vitalicio. Desde el golpe de Estado de 1973, cerca de 4.000
opositores desaparecieron o murieron asesinados, entre ellos varios españoles. Su memoria
sigue viva gracias a las investigaciones de la Audiencia Nacional. Este reportaje (publicado el 8
de marzo de 1998 en EL PAÍS Semanal) muestra el catálogo del horror chileno.
Hortensia Mutti
Es difícil entender que la persona que encabezó el golpe de Estado y que desencadenó la peor tragedia de la
historia de Chile se convierta hoy en un senador vitalicio. Es culpable de todo el dolor y la muerte que se
produce en mi país durante 17 años de dictadura. La llegada de Pinochet al Senado me produce indignación,
rabia e inpotencia porque a esa alta institución del Estado siempre han llegado las grandes figuras de la
democracia chilena. Manifiesto mi repudio a esa situación. El general Pinochet fue el responsable de la DINA
(policía política), autora material de torturas, secuestros, asesinatos y exilio de miles de chilenos. La DINA
dependía de la Junta Militar, de la que Pinochet era presidente, y no del Ministerio del Inetrior, como
sostienen sus defensores.
Tarde o temprano tendrá que ser enjuiciado. Yo lamento que este juicio no se haya realizado en mi país y también la
actitud del Gobierno chileno actual, que no está apoyando las investigaciones judiciales realizadas en España, que sí
cuentan con el respaldo del Parlamento Europeo, del Ministerio de Justicia norteamericano y de las organizaciones de
derechos humanos chilenas. La transición nos trajo una democracia muy limitada, imperfecta y con mucha censura.
Los partidos de la Concertación, una coalición gobernante formada por democristianos, socialdemócratas y socialistas,
no han actuado con dignidad ni valentía y siguen teniendo miedo a Pinochet y a las fuerzas armadas. En Chile se
auspicia el olvido y la amnesia colectivas. Pero mientras no haya justicia habrá un gran descontento y frustración en el
país, especialmente entre los jóvenes”.
Silvia Vera
48 años. Esposa de Alfredo García. Desaparecido en 1975. Compañera de José Carrasco.
Asesinado en 1986.
Mi hijo tenía 18 días cuando Alfredo desapareció. Nunca he querido tener más hijos. Busqué a mi marido
acompañada de mi hijo recién nacido. Cada tres horas le daba el pecho y continuaba la búsqueda. No
podía ni tomarme un Valium.
Conocí a José Carrasco (Pepe) buscando a Alfredo. Estaba encarcelado. Su compañera sentimental había
muerto. Era tanta mi soledad. Decidimos irnos a Venezuela. Mi suegra me decía que si volvía Alfredo no
me lo iba a perdonar. Me aferré a la vida a través de Pepe.
Estaba obsesionado con que mi hijo tuviera un padre. Volvimos a Chile en 1984 y vivimos con los otros
dos hijos de Pepe. Siempre pensé que lo matarían en la calle en un falso enfrentamiento. Un día llegó
muy tarde. Yo estaba muy nerviosa y él me preguntó: ‘¿Pensaste que me habían matado?’. ‘A mí nunca
me van a matar’, me dijo. En agosto de 1986 fue amanazado de muerte y se fue a Argentina. Regresó
dos días antes del atentado.
El domingo 7 de septiembre de 1986 lo pasamos en casa porque yo estaba enferma. De repente, los niños anunciaron:
‘Papá, atentaron contra Pinochet’. Pepe estaba preocupado por cambiar la portada de la revista Análisis que salía al
día siguiente. Habló con el director. Buscaron alternativas. Cuando había jornadas de paro no dormíamos en casa por
seguridad. Siempre había estado preocupada y ese día no sentí nada especial. A las once de la noche, un periodista
amigo que vivía en el cuarto piso bajó a nuestra casa. Le preguntó a Pepe si se iba a quedar. ‘Es tarde, la Silvia está
enferma’. A las cinco y media llegó el grupo armado. Oímos: ‘Policía. José Carrasco’. Golpearon la puerta hasta que la
tiraron. Lo encañonaron. Se estaba poniendo los sapatos. Le dijeron: ‘No los va a necesitar’.
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