EDITORIAL LA CIENCIA Y LOS DOS MUNDOS* Rodrigo Zeledón** Si miramos superficialmente el mundo de hoy, nos vamos a encontrar con que una de sus características, que salta luego a la vista, es hallarse dividido en dos grandes porciones desiguales: la de los países ricos y poderosos, relativamente pocos, y la de los países pobres y débiles, que son la mayoría. Sociólogos y antropólogos han elaborado una serie de teorías tratando de explicar esta dramática diferencia y escisión. Pero lo cierto es que, si observarnos más cuidadosamente el fenómeno, hay una particularidad que distingue claramente a estas dos fracciones de nuestro mundo moderno, a las cuales Francisco Sagasti ha denominado recientemente “las dos civilizaciones”. La una ha logrado desarrollar un poderío científico notable, con un despliegue tecnológico marcado a consecuencia de aquel; la otra se caracteriza por ser fundamentalmente usuaria de esa ciencia y tecnología, dependiendo cada vez más del conocimiento que la primera fracción produce. En este último caso, no se tiene la capacidad de generar conocimientos científicos propios en escala suficiente; se aceptan fácilmente los resultados que vienen de fuera y no se logra incorporar adecuadamente la tecnología moderna, producto del pensamiento científico, a los medios de producción con una mínima dependencia. Dicho de otra manera, en la fracción ahora poderosa y rica, a ciencia encontró un terreno fértil a partir de la primera revolución científica que se inicia en el siglo XVI, y se extendió fácilmente como parte integral de su propia cultura; mientras que en la segunda fracción la ciencia aún no ha entrado ni ha logrado acomodarse debidamente y sigue siendo un elemento exógeno con diversos grados de aceptación. Y no es que el fenómeno de la ciencia integrada a la cultura se produzca como parte de la evolución normal de los países que componen el mundo moderno, y que lo que hay que hacer es sentarse a esperar —en el caso de los países pobres— para que las cosas procedan por sí solas. Es importante observar que durante la transformación que sufrió gran parte de Europa en el siglo XVIII -siglo del inicio de la Revolución Industrial— algunos países no fueron capaces de acoger y asimilar esos cambios; por otro lado, durante el presente siglo, varios países como los Estados Unidos, el Japón y la Unión Soviética, sufrieron avances notables, aprovechando el poderío del conocimiento científico moderno, que los ha llevado a la posición que ac tualmente ocupan. Las razones de estos fenómenos tienen raíces históricas importantes --que en el caso de los países pobres actuaron como factores desfavorables al florecimiento de la ciencia y raíces de índole política que permitieron, en un momento preciso, en el caso de los países poderosos, tomar rumbos claros y definidos hacia determinadas metas. Si bien las raíces del pensamiento científico se remontan a la época helénica, desde los filósofos presocráticos hasta Aristóteles, el método científico experimental responsable de lo que ha logrado hasta hoy la ciencia moderna se origina apenas en los siglos XVI y XVII. Pensadores como Copérnico, Galileo, Francis Bacon y luego Newton, sien- * Conferencia magistral de inauguración. IV Congreso Nacional de Microbiología, Parasitología y Patología Clínica, 29 noviembre al 1° diciembre de 1982, San José, Costa Rica. ** Escuela de Medicina Veterinaria Universidad Nacional, Heredia, Costa Rica. vii tan las bases que harían posibles los notables adelantos modernos que han tenido su carrera más vertiginosa en el siglo que vivimos. Creo prudente, no obstante, resaltar un hecho histórico muy llamativo que ocurrió en el siglo XIII sin gran repercusión posterior. Un hombre de perspicaz visión, cuyo pensamiento se adelantó varios siglos a su época, vaticinó que: “La ciencia experimental es la que puede dar el poder y el dominio sobre la naturaleza y sobre los hombres, hasta tal punto que los que la posean tendrán más poder sobre los demás”. Otro rasgo notable en la mentalidad de este hombre, Rogerio Bacon, fue su definición de la ignorancia, aún vigente hoy en cualquier parte del mundo, aunque se diría mejor ajustada a lo que sucede en los países subdesarrollados. Dijo Bacon que la ignorancia depende del “excesivo uso que se hace de frágiles autoridades, del empeño en seguir viejas costumbres, de los prejuicios del vulgo y de la vanidad que impulsa a ocultar la propia ignorancia y a aparentar sabiduría que no se tiene”. Estas palabras premonitorias y bizarras, en una época de pleno oscurantismo, trans curren como un fanal de irreverente luz que trasciende esa inexorable penumbra de la historia de la Edad Media. Si miramos con un poco más de detalle el resultado de esta división del mundo moderno, nos vamos a encontrar con una serie de índices o indicadores importantes que resultan evidentes y que no ocurrieron por obra de la casualidad ni por efecto del designio de la historia, mirada esta, si es que ello es posible, con sentido determinista. Por ejemplo, el gasto o inversión, como sería preferible llamarlo, de los países ricos en investigación científica y desarrollo tecnológico es siempre mayor del 1 por ciento del P.l.B. de cada país, mientras que en el mundo pobre es siempre menor de esa cifra; el número de científicos dedicados a estas tareas en el mundo lico es mayor de uno por cada 1000 habitantes, en cuanto que en el mundo pobre la cifra es notablemente menor; asimismo, la relación que existe entre el gasto en investigación y desarrollo tecnológico y el pago de tec nología importada es en el mundo desarrollado mayor de uno, mientras que la situación es inversa en el mundo pobre; por otra parte, la relación entre el número de inventos y patentes que se producen en los países en los que la ciencia y la tecnología son endógenos, y la compra de esta mercancía, producto del conocimiento moderno, es igualmente mayor de uno, y sabemos que esto está lejos de ser así en la otra fracción. Finalmente citemos un hecho más, de carácter significativo, cual es el originado en relacionar el número de científicos que posee un país con su producto interno bruto per capita. Una relación mundial de estos factores, hecha recientemente en España, nos muestra, en un gráfico, una vez más, la evidencia de dos mundos diferentes, con las gradaciones que deben esperarse, pero con grupos extremos de países con palmaria distancia. Como corolario, tenemos que una pequeña porción del globo terráqueo invierte hoy día cerca del 90 por ciento de lo que se gasta en investigación científica y tecnológica en el mundo entero y alberga también un porcentaje parecido del total de los científicos y tecnólogos de alta calidad del planeta. Como consecuencia de esto, estos países ricos producen las 3/4 partes del P.I.B. mundial agregado, a pesar de que sólo poseen una cuarta parte de la población total. Si elocubramos sobre las consecuencias a mediano y largo plazo de este formidable hiato que separa a unos y otros, asumiendo que todo continúe igual, se nos ocurre pensar primero en el mayor empobrecimiento, al menos relativo, que sufrirán cada vez más los países, ya de por si pobres, del Tercer Mundo. Esto, en relación al mayor enriquecimiento progresivo que experimentará el mundo de los países dominantes. Sabemos que las diferencias marcadas son odiosas, y que producen toda clase de tensiones entre individuos; pero no sabemos a ciencia cierta qué producirán entre dos porciones importantes de nues- viii tro mundo. Por otro lado, el lenguaje del vertiginoso progreso científico-técnico, se irá diferenciando progresivamente, hasta que las posibilidades de diálogo se harán cada vez más difíciles y los países del mundo pobre no tendrán oportunidad de seguir los pasos y los mensajes que se generen en el mundo rico. ¿Llegaremos a asistir a la verdadera escisión del Norte y del Sur y presenciaremos, entonces, el surgimiento de dos verdaderos mundos, físicamente unidos, pero profundamente separados en todos los demás aspectos? Una vez sentadas estas proposiciones conceptuales de lo que pasa en nuestra época, el gran dilema que se plantea a los científicos del Tercer Mundo, y a los cuerpos colegiados de profesionales de alguna rama de la ciencia, es cómo ayudar a encarar este preocupante problema y cómo allegar soluciones adecuadas al mismo. Sabemos que romper el estado de alineación en que han caído los países pobres no es nada fácil. La preponderancia y la influencia de la “primera civilización” sobre la segunda, como diría Sagasti, ha calado hondo y ha producido profundas alteraciones y conmociones en todos los ámbitos del pensamiento y del quehacer humano. Pero por otro lado creemos que una condición de dominador y de dominado no puede perdurar eternamente y que se hace necesario buscar una salida airosa en aras del equilibrio indispensable que permitirá salvar al mundo de una situación, ahora quizás impredecible, cuyos augurios no son nada alentadores. Una integración entre los principios de la ciencia moderna y nuestro propio bagaje cultural, como propone Sagasti, parecería ser un camino viable y prometedor. Esa integración, necesariamente deberá sacudir los cimientos de algunas de las estructuras operantes en el régimen actual de los países pobres, comenzando por su sistema educativo. La búsqueda de ese nuevo camino - que Sagasti llama la tercera civilización—- debe mirarse en el espejo de los errores del modelo de desarrollo de los países ricos y debe tener muy presentes los valores humanos y espirituales más preciados de todos los tiempos. Requiere un gran sentido de solidaridad humana entre todos los pueblos y una importante dosis de colaboración de los que tienen más hacia los que tienen menos, dentro de un marco de justicia y de respeto mutuo. Pero, ante todo, los países pobres estamos obligados a buscar nuestro propio sendero de autenticidad, desplegando adecuadamente nuestra capacidad creadora, que parece hasta hoy dormida, que nos permita labrarnos un nuevo destino. En palabras de Amilcar Herrera: ”Renunciar entonces a la creación científica una de las manifestaciones básicas de la voluntad creadora de una sociedad, para convertir en meros apéndices intelectuales de los países adelantados, es renunciar a la posibilidad misma del desarrollo”. Hoy más que nunca el ciudadano del Tercer Mundo se enfrenta a un desafío inevadible. Y especialmente aquellos que estamos conectados con la ciencia en nuestros países estamos obligados a luchar por estos principios y a crear la conciencia de que la ciencia, si se sabe utilizar, puede redimir al hombre y por lo tanto debe entrar a formar parte de nuestra cultura y de nuestra idiosincrasia. Si el hombre de nuestro tiempo, y especialmente el del Tercer Mundo, no es capaz de entender este mensaje, deberá atenerse a las consecuencias y al juicio de la historia que, como es usual, y si queda alguien que la escriba imparcialmente. deberá ser austero e inexorable. ix