¿escatología en las religiones mundiales?

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HORST BÜRKLE
¿ESCATOLOGÍA EN LAS RELIGIONES
MUNDIALES?
Las religiones de los pueblos están transidas de un ansia y deseo de un nuevo cielo y de
una nueva tierra. La respuesta que el evangelio da a esta cuestión fundamental de la
existencia humana adquiere toda su profundidad y matización sobre este trasfondo de
expectativa y esperanza, de entrega al curso inevitable o de apertura mesiánica a la
llamada última. No deberíamos recelar del examen de las diferentes tradiciones en las
que se ha visto reflejado este «principio esperanza. El mensaje cristiano no pierde con
ello nada de su carácter escatológico. Más bien quedará de manifiesto lo peculiar y
nuevo de este mensaje.
Eschatologie in den Weltreligionen?, Neue Zeitschrift für systhematische Theologie
und Religionsphilosophie, 22 (1980) 189-201
En unos tiempos en que parece que ha desaparecido el aspecto escatológico, una mirada
a la "escatología" de otras religiones puede hacernos recordar las dimensiones y
funciones de la escatología cristiana. Vemos que hasta en la predicación amenaza con
perderse el sentido de lo eterno, la consideración del fin de los tiempos. Se ha acortado
el horizonte de la fe cristiana. Para muchos parece agotarse en las realizaciones
inmediatas y en las aplicaciones ético-sociales. Pero la relación es inversa: los tiempos
de la expectativa inmediata del Señor fueron los tiempos en que se intervino en los
cambios de rumbo de la historia. Al grito de maranatha empezó a hacer historia la
naciente, y aún perseguida, Cristiandad. De la entrega radical al reino futuro le brotaron
las fuerzas para cambiar los revueltos reinos de este mundo. La sangre de los mártires y
de los santos fue la semilla de la Iglesia. Y se derramó esa sangre y se vivió esa santidad
porque se tenía puesta la mirada en Aquel que tiene en sus manos el cielo y la tierra.
La misión de la Iglesia fue siempre fruto de una orientación al fin de los tiempos. El día
de Jahvé con la peregrinación de los pueblos a Sión siguió siendo después de
Pentecostés el motivo fundamental de la Missio Dei. "El Señor está próximo" no es algo
propio sólo del elán misional del apóstol de las gentes. Es la perspectiva obligada en el
trato con el mundo; una perspectiva que impide que lo penúltimo se convierta en lo
último. Lo penúltimo se ha de configurar siempre por la orientación a lo último. Sólo
quien sabe a dónde van a parar las cosas puede captar en su justa medida lo actual.
Por eso yerran quienes piensan que la misión de la iglesia se reduce a las gestiones que
acompañan a determinados programas y acciones, que per se son objeto de controversia
en las diferencias de opinión de la política diaria. Las acciones políticas revolucionarias,
las medidas económicas, los programas de ayuda y de promoción, etc. son para el
cristiano fruto y consecuencia de su esperanza y expectativa, pero nunca su fundamento.
Por eso la fe escatológica se alza siempre contra las reducciones idealistas y utópicas del
horizonte de la esperanza.
En una época en que la primera guerra mundial había sacudido las anteriores
expectativas optimistas, la "teología de la crisis", como se la llamó después, se sirvió de
una categoría que había redescubierto Rudolf Otto en sus estudios de las otras
religiones. En última instancia, la religión se ocupa del "enteramente otro". Una teología
culturalmente optimista, que se ocupaba de los más diversos tipos de inmanencia y que
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se había vuelto prevalentemente crítico - racional, habían sacrificado la profundidad de
la religión. Discutía problemas de autenticidad histórica o se perdía en las acciones
socio-políticas cotidianas. Y se abandonaba el mensaje del reino, no- mundano, que ha
de venir. La situación se parecía, por decirlo con la conocida imagen de Albert
Schweitzer, a un montón de cartuchos sin pólvora.
El ejemplo de R. Otto muestra cómo el diálogo con otras religiones puede hacer que la
teología recupere categorías fundamentales e imprescindibles. Allí donde el hombre se
encuentra con lo Santo, se trata de lo último que ni se encuentra en su propio mundo ni
le remitirá únicamente al mundo. Es un mysterium tremendum que le estremece y
fascina como ninguna otra cosa en este mundo. Este encuentro halla su expresión
fenoménica en el rito y en el culto, en el tabú religioso o en el presente transfigurado de
lo Santo. Sus efectos entran dentro de la categoría del misterio, de lo maravilloso y de lo
incomprensiblemente arcano. El NT conoce este carácter extraño del acontecimiento.
Los afectados "se maravillan" o "quedan sobrecogidos". Lo escatológico significa
encuentro con algo alienum. R. Otto describe así esta experiencia: "lo religiosamente
misterioso, lo auténticamente "mirum" es, para expresarlo quizás de la forma más
atinada, lo "enteramente otro", lo thateron, anyad, alienum, aliud valde, lo extraño y
extrañante que cae fuera del ámbito de lo us ual y familiar... y que se sitúa frente a él y
por eso llena el alma de asombro y estupefacción".
A continuación queremos ilustrar en algunos ejemplos tomados de otras religiones la
peculiar forma y manera con las que en ellas se experimenta lo santo y en nuestra
religión constituye el carácter escatológico. Damos por supuesto que la escatología no
se ha de entender sólo temporalmente en el sentido de lo último en el tiempo, sino que
se la ha de entender también axiológicamente en el sentido de lo absoluto y definitivo.
1. LA REALIDAD ESCONDIDA DEL HINDUISMO
El proceso indefinido de nacimiento y muerte de todo ser es el presupuesto de todos los
caminos indios de salvación. A la fatalidad de cada vida individual le corresponde el
curso establecido por una le y del acontecer cósmico. Al ciclo de reencarnación de las
almas individuales corresponden las interminables sucesiones de edades del mundo;
parafraseando a Goethe se podría decir: "todo debe cumplir los ciclos de su ser según
leyes eternas y férreas". Todo es, en última instancia, una estación de paso en el camino
hacia un nuevo nacimiento y muerte. Este curso del mundo tiene, como la naturaleza,
sus estaciones. Los propios dioses están sometidos a esta ley del cambio y del retorno.
Eterno e inmutable es sólo el brahma divino.
Los caminos de salvación son, pues, caminos hacia la reunificación con el origen. "La
parte y el todo" reflejan el esquema fundamental del problema de la salvación. No hay
ningún tipo de es pera de lo futuro. Las relaciones cósmicas y sus procesos son
ilimitados. El hinduismo ha establecido, en lugar de lo escatológicamente definitivo, lo
provisional realizable aquí y ahora, en lugar del acontecimiento que en cuanto
consummatio mundi vuelve a llevarlo todo a la realidad del Creador y Salvador, el
camino individual que lleva "hacia dentro".
Este camino se llama "iluminación" (moksha). Aquí está la clave para salir de la cárcel
del mundo de apariencias (maya). El alma individual vuelve a su conexión original; "el
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viaje al cielo del alma" deja tras sí todos los entrelazamientos terrenos. Disciplinas
ascéticas y técnicas místicas de interiorización posibilitan la ruptura con el mundo
maya. La gota de agua que sale de su aislamiento para volver al gran océano del ser
experimenta de forma indescriptible su eschaton (lo último). Es indescriptible porque
todo nombre y toda adhesión a este procedimiento seguiría suponiendo que se está
apresado en este mundo. Incluso la sujeción a una de las divinidades del panteón indio
debe ser, en última instancia, una estación de paso hacia el innominado, eterno e
inmutable Ser (brahma). Este eschaton es "único" porque no está ligado a ningún curso
temporal. Es siempre y en cada momento, no sabe de historia ni de su fin.
En las escaleras de un templo indio está sentado en la posición de loto, con las manos
juntas, un santo indio, un sadhu. Su cabeza ligeramente inclinada, su cuerpo extenuado
por la ascesis. Mas su alma goza del moksha. Por ello no siente ni hambre ni calor; ha
dejado tras sí el mundo maya. Para él se ha parado el tiempo, no hay ya nacimiento ni
muerte. El hindú piadoso puede dejar tras sí el mundo de otra forma. Para él "irrumpe el
fin" cuando bañado en sudor tira de una descomunal estatua del dios Shiva, cuando en
danza transportada ante su imagen experimenta en sí mismo el arrebato de su unión
mística con la divinidad. Una tercera posibilidad de "desmundanización" es la del monje
solitario, del swami. Con su modo de vida ascético y apartado del mundo realiza el
dharma divino, la ley santa, que promete la liberación de todo lo mundano terrenal. En
su proximidad y por su medio participan los demás hombres de su existencia
"escatológica" meritoria y prodigiosa. Se convertirá en el guru, el director y maestro
que señala a los demás el camino hacia el "enteramente otro".
De ningún modo se puede hablar de "escatología" en el sentido cristiano del término. En
el hinduismo no se trata de un acontecimiento final, suscitado por Dios, que caracteriza
el fin de la historia, en el que se realiza la historia de revelación prefigurada en la
historia de salvación. Igual que no se da el acto singular divino de la creación tampoco
se da en el hinduismo el acontecimiento último que ahonda en el secreto del hombre y
de Dios que se encarna. El marco cósmico en el que se inserta el pensamiento de
salvación indio no se ve afectado por esta posibilidad de la liberación individual. La
rueda del nacimiento y de la muerte mundanas gira indefinidamente. E indefinida es la
serie de las reencarnaciones individuales. Pero ante esta espiral sin fin se le presenta al
hindú piadoso la "liberación interior" que puede cumplir y vivir aquí y ahora, sea en la
entrega e identificación personal con una de las divinidades, como en las prácticasbhakti, sea a través de las técnicas de interiorización impersonales, ateas y psicosomáticas del yoga. Es siempre la vivencia de un acto de reencuentro de lo separado,
sea con una divinidad personal sea con el Brahma impersonal y eterno. El cosmos y su
"historia" prosiguen inalterables.
Sin embargo, en cuanto cristianos no podemos permanecer impasibles ante el reto que
se da en los signos que hemos encontrado aquí del "enteramente otro" y, por tanto, de la
libertad, religiosamente fundada, del mundo. Si el mensaje de la venida del hijo de Dios
se presenta en un modo de vida excesivamente interesado en lo de aquí y excesivamente
ligado a los problemas de este mundo, entonces los hindúes no lo entenderán. Por esa
misma razón los cristianos indios han entendido mejor los signos del apóstol de los
caminos indios, Sadhu Sundhar Singh, que los catecismos que un improvisado
"misionero" les reparte desde una furgoneta extranjera. El "Cristo de los caminos de la
India" (Stanley Jones) lleva los rasgos del santo indio. Por eso los cristianos indios se
reúnen hoy, en señal de su fe escatológica, en un género de vida común en el que se
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compaginan los modelos monacales cristianos con las prácticas indias de la vida
retirada. Si quieren ser una iglesia india, las formas de vida común de las comunidades
no prescindirán de los signos que siempre han estado vinculados con la proximidad del
santo: oración continuada, meditación, disciplina corporal y espiritual. Si la misión
cristiana en la India y en otras zonas de Asia tiene dificultades en comunicar la buena
nueva, no es sólo a causa de la distinta esperanza escatológica que lleva sino porque al
hindú le será difícil captar en las configuraciones occidentales del mensaje los signos y
testimonios del fin y de la venida del Hijo de Dios.
Este problema no afecta sólo a los indios, sino que nos concierne también a nosotros en
cuanto miembros del cuerpo de Cristo. ¿Dónde se percibe y reconoce, al menos como
recuerdo simbólico y, para nosotros, como signo, el carácter del "enteramente otro" de
nuestra fe? La escatología no puede ser sólo un lugar dogmático en el sentido de un
último capítulo. Que el cristiano es ciudadano del cielo y que el reino de Dios está en
nosotros es siempre una realización del "en el mundo, pero no del mundo".
2. ELEMENTOS ESCATOLÓGICOS EN LAS RELIGIONES ANCESTRALES
AFRICANAS
Estas religiones son formas originarias de la religión. El hombre de la religión ancestral
vive al ritmo del año natural. Su vida no la fija el cómputo cronológico del tiempo sino
el tiempo vivido. Su acontecer histórico, en la medida en que pervive en la transmisión
oral y en el culto, determina su presente como una relación orientadora y dadora de
sentido. La fe ancestral se refiere en forma decisiva a los que tienen la vida tras sí.
Hablamos de "fe ancestral" y con ese término queremos decir que, por terrenal próxima
a la tierra que parezca la religión de la tribu, su fuerza proviene de la comunidad con
aquellos que han pasado la frontera de la muerte. De la unión con estos "poderosos"
depende, pues, toda la vida aquí y ahora. La pregunta por la "fuerza vital", por aquello
que posibilita la vida desde allí, es el núcleo de la religión tribal.
El futuro de la propia vida y de la comunidad está en las manos de estos seres
poderosos, sus antepasados. Por eso es decisivo para una tribu que la vida toda quede
irrigada, a modo de circulación sanguínea, por esta fuente de vida. De ello se encargan
los múltiples ritos y celebraciones, los sacrificios, las danzas y las fiestas. El punto
culminante es la muerte. El bienestar de la comunidad y del individuo no depende tanto
de los vivos cuanto de los muertos y de su futuro como tótem- vivientes. Por eso los ritos
más importantes son los que se realizan con ocasión de la muerte y sepultura.
Una canción fúnebre de la tribu Edo manifiesta esta esperanza en la ayuda de aquel que
ha superado la muerte: "Padre mío, pronto volverás, te ausentarás y pronto volverás".
En una oración fúnebre de los Lugbara se habla de que sólo con la muerte se desvela la
auténtica esencia del hombre. Aquello que antes de la muerte le ha caracterizado como
hombre cede paso ante lo que se manifestará después de ella: "Ahora estás muerto,
hermano Ondua. Tu cuerpo yace en la tumba. Ahora eres nada. Ahora estás ausente y
tienes miedo. Es bueno que sientas miedo. En verdad que estas palabras tienen razón.
Has tenido hijos y has alcanzado muchas cosas en la vida. Todos los aquí presentes
conocemos tus palabras y te hemos escuchado a ti y a las palabras de tu corazón. Ahora
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estás muerto. Ahora estás muerto como una olla rota. Quizá tu corazón era bueno; o
quizá era malo... Ahora estás muerto... Mañana sabremos si tu corazón era bueno.
Entonces descubriremos tu corazón. Ahora estás muerto. Tus palabras son nada. Tú
mismo eres nada. Pero mañana lo sabremos todo".
Todo está referido a esta vida. La religión tribal no sabe nada de un acontecimiento final
que colme y supere al mundo y al cosmos. Por tanto, si nos preguntamos por la
"escatología" de la religión tribal hemos de buscar aquello que en la religión tribal
representa al más allá y al "enteramente otro". Está en la unión con los antepasados, de
los que recibe su sentido y su posibilidad la vida del presente. El "principio esperanza"
de la religión tribal está limitado por el horizonte de la propia comunidad. Se basa en la
continuidad de aquellos a los que uno pertenece y que, volviendo del otro lado de la
muerte, siguen formando parte de la comunidad.
Se puede hablar de un cuerpo místico de vivos y muertos vivientes. No se comprende la
religión tribal si no se la entiende desde esta "e scatología" peculiar. Si la iglesia africana
logra traducir el mensaje escatológico de la resurrección de los muertos en este medio
de la fe tribal, entonces hemos recuperado con la cristiandad africana una nueva
comprensión de la esperanza bíblica de la resurrección. Para Pablo y el NT el cuerpo de
Cristo no es sólo la asamblea sensible de aquellos que se reúnen, se conocen y forman
parte de dicha asamblea aquí y ahora. Es también siempre una realidad escatológica en
este sentido: por el descenso de Cristo a los infiernos el reino de los muertos se ha
incorporado a la comunidad con el resucitado. El "seren-Cristo" significa una relación
de pertenencia corporativa supraindividual y a la vez supratemporal con todos aquellos
que están y estarán con "EL". Ahora lo concebimos como un misterio pre-escatológico,
es decir no definitivo. Necesita del mito para comprenderlo y del signo sacramental para
participar en él. Nada se agota y acaba en la presente comunidad eclesial visible y en
nuestras experiencias con ella. Todo depende de la luz superior que desde el fin ilumina
este ahora.
Por limitado y provisional que, desde un punto de vista cristiano, pueda ser la
experiencia del hombre en su religión tribal, su "escatología", su vida en el presente de
aquellos que han superado la muerte y su experiencia corporativa de comunidad
supratemporal pueden ofrecer unas ayudas interpretativas a la eclesiología. No se puede
no estar de acuerdo con la constatación de J. Taylor, misionero de Uganda: el africano
entiende mejor que el europeo de nuestros días qué significa que, igual que todos hemos
pecado y muerto en Adán, todos hemos alcanzado el perdón y la vida eterna en Cristo.
La intensa desmitologización occidental ha reducido la existencia al aquí y ahora. Pero
la fraternidad cristiana hunde sus raíces en un ser-en-Cristo de todos incluyendo todas
las relaciones individuales. Y esta escatología de todo el cuerpo de Cristo se hace
presente ahora en la forma de una participación en tal ser.
3. LOS MOVIMIENTOS DE LA ESPERANZA EN EL BUDISMO JAPONÉS
Tomamos el último ejemplo del Japón, en donde se da una evolución del budismo. En
unos pocos decenios han surgido nuevos movimientos de masas budistas, de los que los
más numerosos llegan a tener dos o tres millones de adeptos. Uno de cada cinco
japoneses se adhiere hoy a uno de estos movimientos.
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También aquí se presentan, si no tomamos el término en un sentido muy estricto,
elementos "escatológicos". A diferencia del budismo clásico con su doctrina de las ocho
sendas, nos encontramos en el budismo japonés, configurado en el siglo XIII por el
profeta Nichiren, con un mensaje orientado hacia el futuro. Los fundadores de las sectas
suelen ser hombres sencillos, a los que se les ha revelado el camino del dharma o ley
cósmica universal según la cual se imparte la suerte y la salvación a toda la humanidad.
Cada viviente es una manifestación del Buda originario y debe llegar a la comunidad
con Buda.
La fascinación que emana de estos movimientos tiene algo que ver con una especia de
prolepsis, en la que la doctrina de la región pura, tal como la conoce la tradición
Nichiren, erige ya en el presente un signo de esperanza. Estas comunidades florecen
precisamente en los centros urbanos del nuevo Japón. El japonés solitario, que vive en
un medio social cambiante que le va a despojar de los lazos sagrados que le unían a su
gran familia, encuentra aquí la nueva familia de Buda. "Armonía", "paz" y "comunidad"
no son sólo conceptos que se repiten en los escritos y en la predicación de estas grandes
sectas neobudistas. El hombre ha de conseguir ya ahora una primicia de la promesa.
Al visitar los grandes centros del puerto de Tokio me llamó la atención las múltiples
alusiones a esa nueva vida futura. La confianza total en la figura salvadora del Buda
misericorde se expresa en las grandes celebraciones de sus grandiosos templos. Aquí
entran en contacto simbólica y sensiblemente tanto con el aspecto universal como con el
personal de su nueva orientación. Todo ello es como el contrapunto de la experiencia
cotidiana de la masificación tecnificada. El japonés moderno, tratado
deshumanizadamente, se vuelve a sentir en el rito sagrado reintegrado en la conexión
profunda de su ser individual. Se ve de nuevo incorporado al círculo fraterno espiritual
de la nueva familia.
No es una casualidad que en el Japón de después de la guerra haya tenido gran
influencia la filosofía existencialista. La caída del antiguo imperio, la desdivinización
del Tenno, la experiencia de la vacuidad de la existencia humana suponía para el Japón
un schock inconcebible. Más de uno confiaba que en esta situación el japonés
comprendería el mensaje escatológico de la resurrección cristiana. Pero el Japón no se
orientó hacia la iglesia. Las masas se agolparon, en cambio, en torno a los nuevos
profetas del viejo mensaje budista del dharma. Sobre el trasfondo de la antigua doctrina
budista del sufrimiento y sus causas y ante la experiencia de la vaciedad de la existencia
humana el budismo desarrolló en el Japón algo así como una escatología esperanzadora
del futuro estado feliz de la humanidad.
Estos movimientos de masas neobudistas eran y son radicalmente misioneros. Su poder
de atracción reside en que pueden presentar inmediatamente unos signos convincentes y
vivibles de lo nuevo y futuro de su mensaje. La nueva tierra y la nueva humanidad no es
objeto de una mera predicación. Se configura en forma de una nueva comunidad y de un
nuevo género de vida. No voy a detallar los múltiples modos de vida de estos
movimientos. Van desde la tierna dedicación a los problemas y necesidades de los
particulares hasta los programas sociales de asistencia, el cuidado de los enfermos, las
escuelas de formación profesional y universitaria, y hasta editoriales y cadenas de
televisión propias. Se podría hablar de una "escatología realizada". Pero el nuevo futuro,
por palpable que sea ya ahora, se nutre de una fuente de esperanza de algo futuro no
alcanzable: la realización del dharma budista, que es fruto de la entrega confiada al
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Buda eterno. En mi opinión el secreto de la dinámica de estos movimientos neobudistas
está en la configuración concreta en que se expresa la esperanza budista.
La adhesión a este Buda universal no se reduce a un credo verbal. Se configura y
verifica en el nuevo estilo de vida de sus adeptos. Recuerda aquellos comienzos de la
Iglesia en los que la nueva vida saltaba a la vista: "mirad cómo se aman". Quien
encontraba a un hermano en Cristo tenía un anticipo del esplendor de la resurrección
con Cristo, que vivía sacramentalmente en la eucaristía. Al vivir los "vestigios" de esta
fraternidad budista, me he preguntado qué significaba todo esto para el grupúsculo de
cristianos del Japón y para nuestro ecumenismo. La respuesta es inmediata: sólo si la
Iglesia, por la fuerza de la presencia de Jesucristo, consigue brindar tan
convincentemente anticipos de lo futuro, puede volver a ser un movimiento hacia lo
último. La experiencia del ahora y la esperanza del todo se condicionan mutuamente.
En la medida en que en la teología y en la Iglesia simpatizamos con cua lquier posible
ideología, cuyos programas mundanos y sociales no hacemos sino confirmar y afianzar,
en esa medida hemos vendido el "derecho de primogenitura de los hijos de Dios" por
ese "plato de lentejas". Pero lo nuevo y lo divino, que trasciende este mundo e ilumina
desde el otro lado de la tumba de Cristo, se experimenta y vive en una comunidad que
busca en este mundo otras como ella; haciendo que eso todavía invisible e incantable
tome forma en el presente, y haciendo que, bajo las condiciones de una existencia e
historia humanas, se muestre en parte y en signos todo el alcance del dominio de Cristo.
CONCLUSIÓN
En tres ejemplos tomados de las religiones actuales nos hemos preguntado por lo último
y por lo que en ellas había de "escatológico". Es patente que ni en el hinduismo, ni en
las religiones ancestrales ni en la forma actual del budismo no se trata de un eschaton en
el sentido bíblico. Pero más que las diferencias nos ha movido esta pregunta: qué
indicios o incluso retos se encuentran en ellas para una comprensión y vivencia
profunda, auténtica y convincente de la escatología cristiana.
El encuentro y la atención prestada a otras religiones nos ha hecho profundizar en la
experiencia de nuestra propia religión. De esta especie de "diálogo" hemos vuelto
enriquecidos a nuestra propia comunidad.
Quizá pueda decirse que todas las religiones son, en última instancia, "ayudas al
desarrollo" de una cristiandad que está en camino hacia su configuración universal. Los
dos mil años de la historia europea de al s iglesias aparecen en este marco histórico
mundial como preludio y avanzadilla de este proceso. A todos nos concierne. Las
ayudas interpretativas que los cristianos de África y Asia (pero no sólo ellos) brindan a
nuestra verdad cristiana son los primeros signos e indicios de este proceso inabarcable.
Pero la "iglesia de las cosas últimas", que Cristo devolverá al Padre, no es ya la iglesia
de la confesión de Augsburgo o de la confesión helvética. A ella pertenecerán también
los hombres que, siguiendo sus propias tradiciones religiosas, están por ahora fuera de
este universo cristiano. Pero todo lo que en relación con este eschaton era auténtico y
verdadero podrá y deberá aparecer en aquella Iglesia final. La historia de la iglesia
como interpretación de la Sagrada Escritura (G. Ebeling) se extiende también a la
historia de la religión.
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Una oración de Teilhard de Chardin expresa maravillosamente esta visión de una
cristología universal:
"Por haber subido a los cielos tras haber descendido a los infiernos, has llenado de tal
modo el Universo en todos sentidos, Jesús, que ahora felizmente nos es imposible salir
de Ti... De nuevo, Señor, ¿cuál es la más preciosa de estas dos beatitudes: que todas las
cosas sean para mí un contacto contigo o que sea tan 'universal' que pueda sentirte y
aprehenderte en toda creatura?
Adorar, es decir, perderse en lo insondable, hundirse en lo inagotable, pacificarse en lo
incorruptible, ofrecerse al fuego y a la transparencia, aniquilarse consciente y
voluntariamente a medida que se tiene más conciencia de uno mismo, darse a fondo a
aquello que no tiene fondo" (El medio divino).
Tradujo y condensó: J.K. AKORDAGOIKOETXEA
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