EL RESPLANDOR DE LAS NOCTILUCAS En la noche primitiva que alimenta mis temores mas ocultos todo puede pasar y confundirse en la franja incontrolable del sueño y la realidad. Hay criaturas que aprovechan la penumbra para vagar entre sueños como colonos aventureros surgidos del subconsciente después de cada puesta de sol; pero no son sólo miedos, también hay anhelos refugiados al otro lado de la vigilia, emociones liberadas de la prisión de la mente controladora. Así sucedió una noche, una de esas noches en que sumido en un profundo sueño embarqué sin rumbo a bordo de una noctiluca, hija minúscula del agua y la oscuridad, quiso dejarse acompañar por un ser como yo de otro mundo, dispuesta a escapar conmigo de la opresora realidad, del destino inquietante del que sabe que un día dejará de existir. Luz de noche oscura, que así me dijo que debía llamarla, conocía mejor que nadie los confines del profundo océano que con su propia luz había recorrido iluminando hasta que la atraparon en una expedición científica. Yo la descubrí hace algún tiempo, resplandeciendo en el tanque de El Oceanográfico, una solitaria célula iluminando el agua negra de su reducido confinamiento, y de algún modo entró en mi mente con su poderoso influjo primitivo. Noctiluca scintillans: genero de protistas dinoflagelados. Océano Pacifico, Mar Caribe, rezaba en la etiqueta adherida al cristal de su acuario. Para mi, leer la palabra "Caribe" era evocar piratas sanguinarios y despiadados navegando en un mar lechoso y resplandeciente de noctilucas que, apenas hendido por la proa de su bajel corsario, se iba cerrando a popa tras su paso, como si nada hubiera perturbado su plácido flotar. Me contó que había sido arrebatada del seno del mar Caribe en una bahía de la isla de Jamaica. Antes de ser exhibida cual minúsculo trofeo, ¬estuvo varios días sin resplandecer hasta que se adaptó a su prisión. Sus captores pensaron que se había ido por el desagüe de su mar artificial, hasta que se encendió de nuevo, cuando su reloj interno se puso en hora. Mi liliputiense amiga terminó por hacerse asidua a mi somnolencia. Siempre me visitaba en noches elegidas de luna menguante cuando la oscuridad era máxima. Cuando cerraba mis ojos, se encendía y acudía a habitar el humor que baña mi retina como si fuera una profundidad abisal. Yo abandonaba los brazos de Morfeo y subía a bordo de su lomo microscópico, para dejarme llevar por su mundo ácueo y transparente donde todo era tan sencillo como su naturaleza unicelular. Recuerdo como si fuera hoy la primera vez. Acabábamos de partir, cuando Luz movió uno de sus flagelos y atrapó una partícula que engulló a su modo, luego emitió un destello, un silencioso eructo de naranja bioluminiscencia plena de satisfacción. -Buen provecho -dije. -¡Vamos! –me gritó imperativa. Obedecí. "Seria fantástico que en la oscuridad que a veces envuelve mi vida me guiase mi noctiluca" -pensé mientras la seguía dócilmente en mi sueño. -Te sigo. No había tenido un buen día. Luz debió adivinarlo. Apagó su linterna por un momento dispuesta a escuchar. Yo le conté que estaba enamorado de una chica que me ignoraba. Luz escuchaba impasible, apenas iluminada. Nadie sabe por que brilla una noctiluca. Simplemente está en su naturaleza o en el libre albedrío de las algas que la tripulan; pero controlan su intensidad lumínica a placer. De pronto se apagó del todo. ¿Reflejo típico de fitoplancton para protegerse de un depredador? Nunca lo supe. La oscuridad se hizo profunda y casi inmóvil. -¡Odio a los camarones! –exclamó y se volvió a encender como una atracción de feria. Miré a mi alrededor. Las aguas parecían tranquilas. Ni rastro de crustáceo alguno. Seguí a lo mío, quejándome de mi vida confiado a mi acuática psicoterapeuta. Hablé y hablé... Y no paré hasta liberarme de todo lo que me perturbaba como quien limpia la 1/3 EL RESPLANDOR DE LAS NOCTILUCAS sentina del barco tras una larga singladura. -Acepta lo que no puedes cambiar. Su frase resonó en mi mente como un mantra hasta hacerme sentir a salvo de mis problemas. Me preguntaba como se sentiría ella en su acuática soledad, aunque sabía que no era má¬s que una célula parte de mi sueño. -¿Echas de menos la compañía, el Bloom, la florescencia de tu especie en la marea roja de la reproducción? -Sólo soy una criatura marina más. Tengo un destino -declaró envolviéndose en su luz taheña como en una capa de misterioso aislamiento. Me quedé pensando. Bruscamente, sentí como un retumbar lejano que poco a poco lo iba invadiendo todo. -¿Qué es eso? -Aún esta lejos. -¿Qué es? -las hélices de un gran barco. Agárrate fuerte. Y a continuación me refugió en su surco cubriéndome con su flagelo longitudinal. Minutos después, dábamos vueltas y más vueltas mientras Luz emitía sin control destellos bermejos de desesperación. Cuando el transatlántico se alejó y volvió la calma, Luz se limitó a decir: “estábamos en su ruta”, tranquilizándome con su suave fulgor. Me incorporé y seguí flotando encaramado a su corpachón de dos milímetros. Ascendimos lentamente hasta la superficie. En la lejanía, sobre el agua salada y apacible del Pacífico, podía verse el resplandor rojizo de sus congéneres en plena floración, una inacabable marea azafranada rasgada¬ por la estela del crucero. -Así son las cosas. Hay acontecimientos que te parten la vida en dos -ironizó- Sólo se puede dejar que se alejen y cicatrizar. Siempre ha sido así. Hay que seguir viviendo. Me hablaba en mis sueños con sabiduría ancestral de primigenio habitante del planeta desde los albores del triá¬sico flotando por todos los mares. ¿Quién me creería si le digo, que en sueños conversaba con quien -según algunos- dio origen a las mitocondrias "quedándose así a vivir en nuestras células"? Mi interlocutora, una bacteria marina del micromundo convertida en consejera y compañera de un viaje fantástico. La noche siguiente, volvimos a navegar en el mar onírico de nuestras correrías. Nos mecimos, como siempre, mientras le contaba el penúltimo lance de mi desengaño amoroso, envuelto por su sedante halo anaranjado, en su regazo lumínico y maternal. Súbitamente, con un suave latigazo de su flagelo transversal, me derribó sobre su cíngulo, donde su cuerpo ofrecía la máxima protección. -¡Rorcuales! –susurró, A continuación, nos atrajo una succión descomunal, revueltos con todo tipo de criaturas planctónicas y burbujas estallantes. -¿Rorcuales? -Sí, ballenas. Es primavera y les encantan las noctilucas. No podía creerlo. Iba a ser pasto de una ballena. -Si nos engulle es el fin. -¿Que podemos hacer? -Nada. A menos que nos arrastre una corriente marina. -¿Una corriente? - Si. Hay una cerca de aquí. 2/3 EL RESPLANDOR DE LAS NOCTILUCAS -¿La de Humboldt? -¡Si! Un escalofrío me recorrió el cuerpo como un manto de agua helada y empezamos a ascender alejándonos del cetáceo. Luz se encogió también, lo sentí al contacto. -Es mejor que el vientre de un rorcual -exclamó. Seguimos ascendiendo hacia aguas tibias... Cuando desperté la ventana estaba abierta a una inesperada y fría primavera. En alguna lugar de mi mente, flotaba mi montura acuática, mi querida noctiluca ajena al mundo tangible, pero tan real como el sol que ilumina cada día. Venida del pasado, presente en el planeta, aún antes de que ningún pie humano lo hollara y, tal vez, después de que él desaparezca...Traté de hacer memoria y anoté lo que pude; pero los recuerdos se iban disipando como el humo hasta ser imposible escribir más. La noche más especial, inolvidable, fue aquella en que me llevó a conocer las sirenas. En una zona lejana, donde el mar era más negro de lo habitual, como si se espesara, se dejó caer hacia la negrura. Descendíamos en silencio, casi a oscuras, ahorrando la energía de su linterna subacuática, entregados a la fuerza de la gravedad que lentamente nos arrastraba hacia el abismo. De pronto, se iluminó el fondo exponiendo un barco hundido en medio de un resplandor fosforescente de naranja pálido. "El paraíso perdido", podía leerse en su popa, alegoría perfecta de su destino. Lo recorríamos lentamente, como haría un buceador experto, sintiendo la espesura del agua y la presión de la profundidad¬, hasta que al llegar al castillo de proa pude distinguir una forma familiar, una silueta al principio, luego un ser mitad pez mitad mujer, de larga melena pelirroja, torso desnudo, nívea blancura y cola cubierta de escamas plateadas. Cuando estuvimos cerca, se volvió a mirarnos. No éramos más que un punto luminoso en la inmensidad del agua turbia del fondo removido. Lo que me sorprendió fue el increíble parecido con Silvia, por quien suspiraba yo entonces. -Está en tu sueño. Y pronto estará en tu vida –vaticinó enigmática. La sirena se volteó grácilmente y desapareció en las entrañas de "El Paraíso Perdido". Luz agitó con fuerza su flagelo y ascendimos despaciosos en brazos de alguna corriente imperceptible. La luz del amanecer empezaba a penetrar el agua cuando alcanzamos la superficie. -Hora de despertar -dijo Luz. Ese día Silvia reparó en mí. 3/3