LA M.I. EN LA VIDA Por Gabriela Rodriguez «Si no te ven, no estás» Muchas veces, aún sin darnos cuenta, nos dejamos l l e va r p o r l a c u l t u r a de la imagen y no dejamos ver a los demás la verdadera riqueza de nuestro ser. H ace unos días iba caminando por la calle y me paré al ver un cartel que me llamó mucho la atención. El cartel decía: «Si no te ven, no estás». Me quedé dura, paralizada frente a ese mensaje tan directo y a la vez, tan lleno de significado. «Si no me ven, no estoy» o, ampliando un poco la interpretación, «si no me ven, no soy». De repente tomé conciencia de hasta qué punto es fuerte en nuestra vida la cultura de la imagen. Pensé en tantas frases que inundan nuestros facebook’s tales como la famosa frase de El Principito «lo esencial es invisible a los ojos» (Antoine de Saint-Exupéry) o tantas otras por el estilo, cuando en realidad lo que estamos haciendo es construir nuestra propia imagen a partir de cáscaras vacías que, en el fondo, no dicen nada. «Si no te ven, no estás» resuena adentro mío como un grito de alarma. «Si no me ven no estoy» (y tal vez tampoco «soy»). Al buscar construir mi ser a partir de una imagen me pongo en una posición en la cual es el otro quien legitima mi propio ser, el otro es quien le da sentido a «mi ser o no ser». Vinieron a mi mente los recuerdos de personas que conocí a lo largo 20 El ejemplo de Maximiliano… de mi vida que, no conociendo a Dios, buscaban llenar las suyas con «dioses de mentiritas», mostrando imágenes que tenían poco de verdad y que lo único que dejaban era una sensación de profunda tristeza y vacío. Me pensé también a mí misma, en cuántas ocasiones equivoqué el camino buscando construir un «yo» que no era el real. Me pregunté cuántas veces caemos en el engaño de pensar que son ciertos todos esos mensajes que inundan nuestras vidas pero, en realidad, lo único que hacen es no dejarnos ser aquello para lo cual el Señor nos pensó. Parada en esa esquina, mientras miraba el cartel, no dejaba de preguntarme: ¿qué valor le doy a mi imagen? ¿Quién es el parámetro de mi ser? ¿Busco ocupar los primeros lugares, ser vista y admirada por los demás? ¿Qué pasa cuando los demás «no me ven», cuando lo que hago queda en lo secreto, en lo oculto? Es un desafío grande, pero a la vez liberador, encontrar en el Señor nuestra única fuente de libertad, el único que nos plenifica y da sentido a nuestro ser personas. Él nos mira y nos ama aún cuando nadie nos ve, cuando nos creemos invisibles ante el mundo. Nuestro trabajo consiste en descubrirnos mirados y amados por Él en la autenticidad de nuestro ser, tal como somos, sin necesidad de construir imágenes de cartulina. Abandonemos la «cultura de la imagen», animémonos a ser nosotros/as mismas, confiando en todo lo bueno que el Señor ha puesto en nuestro interior. Esa es la verdadera imagen que debemos mostrar al mundo y que el mundo necesita para ser más bueno, más santo, más libre. Entremos siempre más en el corazón de un Dios misericordioso, que nos piensa y nos ama así como somos. m ¡Qué diferente es todo cuando ese «otro» que me mira, me valora, le da sentido a mi vida es Dios, el «totalmente Otro»! Kolbe descubrió que era el Señor el único que llenaba su vida e hizo experiencia de eso. Esa experiencia de amor tan grande colmó tanto su vida que no necesitó nada más. Pienso en Maximiliano después de fundar la MI, después de que Niepokalanów ya era no solo un sueño sino más bien una realidad, en un momento en el que podría haberse sentido satisfecho por ser «el gran fundador de la Ciudad de la Inmaculada», líder de muchos, un misionero de vanguardia… En ese tiempo, por motivos de salud, debe dejar la MI y retirarse a Zakopane para un tiempo de reposo. Es sorprendente verlo obedecer a sus superiores y aceptar esto como un signo de la voluntad de Dios. No le importa ocupar el primer lugar, ni ser señalado como un loco. Incluso cuentan que era apodado como «Max, el ingenuo» por sus ideales de acercar a todos a la Inmaculada o su gran confianza en la Providencia. Miro nuevamente a Maximiliano escribiendo la última carta a su madre: «Aquí todo bien (…) estate tranquila por mi y por mi salud porque el buen Dios está en todas partes y, con gran amor, piensa en todos y en todo» (EK 961). Estas palabras, en el contexto del campo de concentración, son un testamento espiritual que deja ver que toda su persona encuentra su razón de ser y el sentido de su vida en Dios, el mismo Dios que lo llamó y fue conduciendo cada momento de su vida. 21