Chile trenzado (Sobre de Ramal, de Cynthia Rimsky)

Anuncio
PTatricio
Jara
chilena…
aller de
Letras N° 49: 273-275, 2011 Dossier: Últimos textos de la narrativa
issn 0716-0798
Chile trenzado
(Sobre de Ramal, de Cynthia Rimsky)
Por Lorena Amaro
Antes de leerlo, hojeé varias veces este libro. Un placer residual, supongo, el de recorrer las imágenes, como cuando se es niño y se repasan las
ilustraciones de una enciclopedia, o se viaja saltando sobre un mapa, sin
sospechar aún el divorcio venidero de mapa y territorio, sin creer, todavía,
que las letras se escriben, que las letras no se dibujan.
Ramal es una novela, pero también un apunte de viaje y una bitácora
visual. En la revisión de sus fotografías asoman paisajes, edificios, muebles
y también una primera, lógica extrañeza: no hay rostros ni gestos en este
viaje. Ramal muestra árboles, caminos, puentes, ventanas rayadas que
advierten, antes de la historia, sobre la opacidad de todas las historias. Con
una estrategia inversa a la de Poste restante, en que breves textos describen
las fotos –y con ellas los gestos y las poses– de un álbum familiar ausente,
Cynthia nos ofrece ahora las fotos, pero vaciadas de rostros. No hay poses
que transformen los paisajes en escenarios móviles, secundarios, de una
historia humana o de la nostalgia compartida; tampoco nada extraordinario
que trueque la asolada anonimia del valle en postal.
Estas ausencias visuales dialogan con el relato una historia en espiral
sobre la pérdida y la restauración. El espejo de un mueble, primero cubierto
con una sábana, luego descubierto, pone en abismo la poética del texto: en
él se refleja un sillón vacío, pero la presencia es inminente. Se trata de tres
fotos ciertamente estáticas –el mueble cubierto, el mueble descubierto, el
sillón donde generaciones de Bórquez, los protagonistas de esta historia,
ovillaron su humanidad–, no obstante son hitos en el viaje memorioso de
Ramal, un viaje que tiene lugar entre dos restas, dos ausencias. Una se
mueve en dirección al pasado, como cuando nos desplazamos muy rápido
por una carretera y no alcanzamos a ver algo; nos damos vuelta pero ya
se encuentra demasiado lejos. Esa resta es la de los antepasados: el padre
y el abuelo, Arnoldo y Salomón. La otra corre en dirección al futuro y es
imposible enfrentarla, porque no ha dejado huellas que perseguir: esa resta
es un hijo. De este modo, la forma que concibo para el ramal ya no es solo
la de la línea férrea, porque aparece también, fundida con ella, la forma
de la genealogía, con sus propias estaciones, sus propias ramificaciones,
diferencias, identificaciones y olvidos. La genealogía no persigue, no puede
perseguir un origen, un secreto esencial y sin fecha. La genealogía es en
realidad otro viaje, que se detiene en los accidentes, que persigue la multiplicidad de gestos que constituyen una herencia. Mapa y genealogía son dos
formas que se ramifican en el espacio, en el tiempo. Dos espejos imperfectos
donde aparece y desaparece el yo.
En Ramal hay un deliberado trabajo en torno a la luz. La casa de los Bórquez
funciona como una cámara oscura y, si bien los rostros están ausentes de
273 ■
Taller de Letras N° 49: 273-275, 2011
las fotos, es posible imaginar la luz atrapada por los vidrios rayados en que
se perfila un viajero. La novela restituye ese rostro –y un nombre– al “que
viene de afuera”, protagonista de la historia. Del mismo modo, se produce
en el umbral del libro una operación análoga de nominación. La retícula del
valle del Maule ocupa dos páginas en que pequeños y grandes puntos se
conectan; los nombres parecen haber sido arrojados con dados pero algunos
destacan entre ellos. Son aquellos trazados con lápiz, los de las estaciones y
paraderos originales que antes de este libro no aparecían en el mapa: Forel,
Pichamán, Los Romeros, “Estación del Poeta”.
Las imágenes de estos lugares me resultan cercanas, porque otras memorias trabajan en mí. Lolol, Angostura, Puente Negro. Otros valles. Los
lugares de los que huyeron mis abuelos y mis padres. La casa de Grumete
Bustos, en el barrio Vivaceta, donde ellos vivieron antes de que yo naciera, a
cuadras de Maruri, donde habitaron, donde permanecieron también Arnoldo
y Salomón Bórquez, sin cruzar jamás el umbral de la ciudad. Así llegaban
las familias, pienso. Varios textos narran estas mudanzas, algunos lejanos
en el tiempo, otros muy recientes. Mudanzas que fracturan para siempre.
Pienso en Alhué, donde “nadie tenía idea del porvenir” y en que, cito, “los
días no traían angustias, pero tampoco eran portadores de mensajes alegres.
Llegaban y se extinguían sin ningún suceso. Y los meses, por su índole más
abstracta y arbitraria, se hubiera creído que transcurrían de noche”. González
Vera, él mismo un trasplantado, escribe sobre el imposible regreso de los
hijos a este pueblo tan parecido a los del ramal: “Y cuando retornaban a
sus hogares, agotada la primera alegría, veían a sus padres pequeños como
insectos. Y éstos, aunque estuvieran entontecidos por la pereza y la vida
animal, no dejaban de comprender que entre ellos y sus hijos el lazo familiar
desaparecería inexorablemente”.
Aquí hay otra genealogía, la de los relatos desgajados de la línea principal que vertebran nuestra literatura. Chile se encuentra muchas veces por
caminos secundarios, por recovecos en que los tiempos físico, psíquico y
lingüístico se estiran, lentos, al unísono. Junto a la línea del tren siempre ha
habido quien salude el paso fugaz del progreso en un tiempo casi igual. Oscar
Castro escribía, sobre el tren de los mineros a Rancagua: “Esto sucede todos
los días. Siempre hay rostros asomados a las ventanas a las tres y quince de
la tarde. Siempre hay manos que saludan y manos que responden”.
Por qué Castro o González Vera: se ha dicho suficiente, y de manera muy
hermosa, sobre el camino de los paseantes europeos en el camino de Cynthia.
Ellos han andado por ciudades destruidas. Los planes inconclusos del ramal
son también una forma de destrucción, o los barrios a medias construidos
en los extrarradios de las ciudades latinoamericanas, semejantes a ciudades bombardeadas. Hay, ciertamente, una memoria devastada en las dos
orillas. Pero en el paseo de nuestros paseantes, anida una memoria robada,
una frecuente promesa no cumplida. Los trenes corren como dinosaurios
fantásticos, recordándonos esa promesa, nuestra insularidad, la condición
incompleta de nuestros proyectos.
Una pesadilla persigue al protagonista de Ramal. Cito: “Durante los
nueve años que estuvo fuera del país, varias veces soñó que caminaba por
■ 274
Patricio Jara
Dossier: Últimos textos de la narrativa chilena…
la calle Maruri y que, al llegar al lugar donde debía estar la casa de sus
abuelos, se encontraba con otra”. Se trata, aquí, de recuperar la casa extraviada, del mismo modo en que el protagonista recupera nombres, rescata
libros de cuentos rusos que imagina legados por los padres a los hijos u
ofrece describir, detallada, perequianamente, cosas y lugares ausentes a
sus “clientes”, proyecto que ellos rechazan por pesimista. En la infancia se
encuentra, quizás, la posibilidad del arraigo: un niño de la misma edad de
su hijo aparece dos veces en el relato: “en sus dedos sostiene un cordel, del
cordel cuelga una llave”.
En la “Sexta vuelta” al Ramal, sin embargo, la experiencia del dolor irrumpe
en la novela. La palabra experiencia, en alemán, contiene la idea del viaje. El
que aquí se narra es el viaje del hijo del hombre que viene de afuera, quien
se encuentra con su reflejo. La narración, que hasta aquí aborda la memoria
de los padres, revela ahora el horror de parecernos a ellos, de llevar “algo”
en la sangre, algo definitivo, algo como una enfermedad.
Leo a Valeria Luiselli, que lee a Joseph Brodsky, que escribe sobre la infancia: “la verdadera historia de la conciencia empieza con nuestra primera
mentira”. El hijo les miente a sus padres porque trata, sobre todo, de poner
un velo sobre el reflejo que lo aflige, el reflejo de un origen. La historia de la
conciencia ha empezado, pero él se equivoca cuando cree ver la amenaza en
una verdad demasiado definitiva, verdad fantasmagórica con la que muchos
lidian a lo largo de una vida y, algunos, también en la literatura. Este peligro de un Otro inapropiado, escondido en la sangre, a orillas de un tren, lo
resuelve dramáticamente, en una confrontación individual, mínima, que es
la antesala de otro enfrentamiento, histórico, colectivo: el que trenza –otro
sentido para la palabra ramal– al Chile de hoy con el que pudo ser, con el
que quizás todavía sea.
275 ■
Descargar