Claudina Esta historia comienza hace mas de un siglo. Cuando llegué de mi pequeño pueblo, conocí a una persona que llamó mucho mi atención, a ella sí se la podía denominar una tanita petisa (como dice la letra de un viejo tango), tenia aproximadamente unos cincuenta y algún años, pero lo más llamativo de ella eran sus grandes ojos grises muy brillantes, yo me preguntaba: habrán llorado? Recuerdo la primera vez que hablamos, no era muy comunicativa, me dijo con orgullo “yo soy extranjera” y sus ojos brillaban más que otras veces Me contó que había nacido en Verselli (Piamonte), al norte de Italia casi al límite con Francia, tenía una hermana y dos hermanos, su madre y su padre habían fallecido. Trabajaban todo el verano, sembrando y cosechando verduras y frutas, que luego envasaban en frascos de vidrio para el invierno, cuando este llegaba por mucho tiempo no podían salir por la nieve que caía días tras días, tenían en un establo gallinas, conejos, y una vaca, tamaña sorpresa le causó ver aquí tanta hacienda en los campos. Otro día me dijo que cuando tenía 13 o 14 años en esos días de encierro preparaba el ajuar para cuando se casara, tuve oportunidad de ver algunas de esas prendas, verdaderas obras de arte. Se casó el 12 de octubre de 1924 cuando Italia sufría el fascismo de Mussolini, y a mediados de noviembre estaban en Argentina Y allí comenzó su sufrimiento, aprendió a llorar en silencio, sola, cuando nadie la veía, tenía solo 17 años y dejaba a su madre en el puerto, saludándola con un pañuelo y ella hasta que no la vio mas le prometía voy a volver, voy a volver, y toda su vida vivió soñando con esa promesa que tenía que cumplir. Cerraba los ojos y decía ver su querida campiña y a doña teresa, se madre esperándola. En otras de nuestras charlas, donde siempre me recordaba que era extranjera, me contó que estuvieron unos días en Buenos Aires y luego vinieron a nuestro imperio. Nada les fue fácil, todo lo contrario, su primer trabajo fue de cocinera en un comedor, y muchos otros. También junto maíz en el campo como se hacía en aquella época. Su primer hijo nació a los dos años de estar aquí. Recibió una encomienda de su madre de su querida Italia, con sopita para su bebé, y cuando recordaba ese momento, sus ojos brillaban tanto que yo no podía dejar de mirarlos y admirarlos. Siguió luchando, trabajando siempre, su niño era un gringuito tímido obediente, se quedaba donde ella le decía, y podía realizar sus tares cotidianas, pero no salía adelante, no hicieron la América como tantos otros que vinieron a Europa y veía cada vez mas lejano su sueño de volver a ver a la madre. En otra charlas me contó que seis años después nació su segundo hijo y de pequeño demostraba una personalidad muy distinta a su hermano, más independiente, con carácter fuerte, con ansias de libertad. Pero las penurias no terminaban, ir de un lado a otro, distintos trabajos, casas precarias. El mayor dejó la escuela era muy inteligente pero tenía que trabajar, ella había enfermado, debía quedarse en casa su sufrimiento era cada vez mayor y se preguntaba ¿volveré a ver a mi madre? Otro día me dijo que fue cambiando su suerte cuando los trenes pasaron a ser argentinos, su esposo comenzó a trabajar de guardabarreras y su hijo mayor en una oficina de la empresa, solicitaron un crédito , hicieron una casa amplia, tenía huerta, plantas frutales, gallinas y muchas flores. El no tuvo problemas en conseguir el trabajo y hacía mucho tiempo que tenía una cédula de identidad argentina, ella no, conservaba su pasaporte para volver. El menor de sus hijos se caso y le dio dos nietos., los amaba mucho, muchísimo. Y ellos también. Pero un día fui a visitarla , salió de su casa toda vestida de negro , sus lindos ojos grises estaban rojos de tanto llorar ¡había muerto su madre! y no puedo cumplir su promesa, todo ella era el sufrimiento personificado. El tiempo sigue y la vida continúa, pero la esperaba el dolor mas grande que puede experimentar una mujer, moría su hijo mayor, tenía 45 años. Puede haber algo mas terrible que enterrar a un hijo ¡no! Es lo peor, lo mas triste para todas las madres. Otra vez sus ojos brillaban todos los días más que nunca, pero no compartía su dolor, siempre llorando sola cuando nadie la veía. Dos años después partió su esposo, todos sus ahorros se fueron tras una enfermedad cruel que no perdona. Y allí empezó el caos total, ella era “extranjera” y no podía cobrar la pensión que le correspondía, no tenia documento argentino. Se hicieron trámites en las oficinas de migración de la capital solicitando las actas necesarias a Italia. Todos los trámites demoraban mucho, uno llego mal y tuvieron que solicitarlo de nuevo y así pasaron catorce meses , los primeros días de octubre de 1975 escuchó esas palabras tan esperadas: dentro de un mes tendrá su documento. Pero el tiempo no espera a nadie y el 27 de ese mismo mes falleció. En una semana se fue sufriendo en silencio, no pidió ni un poquito de agua. Cuanta tristeza para quienes la conocimos. Yo se que muchas personas vinieron de otros países y no lo pasaron bien , no es la única, pero esta tanita petisa de grandes ojos grises brillantes, con tanta capacidad para sufrir, que no compartió con nadie su dolor, siempre lloró en silencio, sola, se llamaba Claudina Biglini y era mi suegra. Espero haber logrado expresar esta historia de vida con palabras sinceras y simples, porque así soy yo, y quiera dios que llegue a otras personas la emoción, el sentimiento que hay en estos recuerdos tan profundos. Mis hijos recuerdan a su nona con cariño, siempre. Ricardo, Luis, Claudio. Para ustedes con amor. Elina Moreno