Revolución cultural

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Revolución cultural
Araceli Damián*
La vertiginosa transformación económica ocurrida en el siglo XX transformó el
ámbito cultural sobre el que se sustentaban las instituciones consideradas pilares
de la sociedad, como la familia y la religión.
México no quedó al margen de los grandes cambios en el estilo de vida,
provocados por el desarrollo económico observado a escala casi universal durante
la Era Dorada del capitalismo, como el historiador Eric Hobsbawm llama al periodo
comprendido entre 1945 y 1970 (Age of Extremes. The Short Twentieth Century,
1914-1991, Abacus 1995, Londres, pp. 627).
A pesar de la transformación en el estilo de vida en nuestro país, la ruptura cultural
no fue tan marcada como en los países desarrollados. Sin embargo, en años
recientes, hemos sido testigos de fenómenos que marcan profundos cambios en
las
instituciones
sociales
tradicionales,
que
hacen
suponer
su
franco
debilitamiento, sin que se hayan construido instituciones nuevas que permitan
sustituir a las anteriores, como lo fue el estado de bienestar en los países
desarrollados.
Por ejemplo, como señala Hobsbawm, el modelo de familia ideal que predominó
en el siglo XIX y parte del XX, la nuclear (padre, madre e hijos), se transformó
hacia un espectro más amplio de unidades de parentesco, a consecuencia de las
nuevas relaciones burguesas, basadas más en el individualismo, que en la
cooperación de grupos de parentesco o de comunidades.
Como sucedió en los denominados países desarrollados durante la segunda mitad
del siglo XX, en México esos tradicionales y viejos arreglos han comenzado a
cambiar a una velocidad acelerada. Cada día es más común que las personas
decidan vivir solas, sobre todo las mujeres, o bien que éstas prefieran ser madres
solteras a tolerar maltratos. Datos del INEGI muestran que la tasa de crecimiento
de los hogares unipersonales pasó de 0.4% entre 1970 y 1990, a 5.7% entre 1990
y 2000, siendo los grupos de edad de las mujeres más jóvenes (de 15 a 20 años
de edad) y el de las de 40 a 54 años de edad, los que observan el mayor
crecimiento. De igual forma, aunque en un periodo más corto, podemos constatar
el rápido crecimiento en el número de hogares encabezados por mujeres, que
pasó de 17% en 1990 a 23% en 2005.
El aumento de las uniones libres y de los divorcios es otro de los fenómenos que
al parecer están tomando magnitudes considerables. Por ejemplo, de acuerdo al
INEGI, en 1970 había 3.2 divorcios por cada 100 matrimonios y en 2005 la cifra
casi se cuadruplica llegando a 11.8. El número de personas viviendo en unión libre
también aumentó rápidamente, sobre todo en la última década del siglo XX,
cuando su porcentaje creció en más de tres puntos porcentuales, para ubicarse en
10.3% de la población de 12 años y más.
Otro de los aspectos que caracterizaron la revolución cultural en los países
desarrollados fue la libertad sexual, normalmente medida por la edad en que inicia
la actividad sexual. Aunque no cuento con datos sobre la evolución de este
fenómeno, basta mencionar que en el 2000 el INEGI detectó que el 85% de los
jóvenes de entre 15 y 29 años de edad conocían algún método anticonceptivo y el
55% de ellos había iniciado su vida sexual antes de los 18 años de edad
(Encuesta Nacional de la Juventud). Asimismo, el Consejo Nacional de Población
reporta que las mujeres unidas o casadas que habían utilizado métodos
anticonceptivos pasó de 30.2% en 1976 a 70.8% en 1997.
Asimismo, socialmente cada día son más aceptadas las parejas homosexuales,
como lo prueban los recientes cambios en legislaciones locales, como la del
Distrito Federal en la que se reconoce legalmente a las sociedades de
convivencia.
Aunque no tan significativas, pero con implicaciones en formas de vida y
convivencia fue la adopción, por parte de los jóvenes de las clases altas y medias,
del lenguaje y formas de vestir de la clase baja, lo cual se combinó con el
consumo de nuevos productos para “jóvenes”. No es casual que cada día más
escuchemos a éstos comunicarse entre ellos con un lenguaje en el que de cada
tres palabras son “altisonantes”, o bien se paseen por ahí con pantalones bien
roídos y con enormes hoyos, pero de superlujo.
Hobsbawm también hace notar el exorbitante crecimiento en el consumo de
drogas y alcohol (por tanto, el aumento de la delincuencia y las muertes violentas),
“convirtiendo genuinamente al crimen, por primera vez, en un gran negocio”
(aunque el negocio del tráfico ilegal de whisky en los Estados Unidos antecede
este periodo, supongo que no lo menciona porque estaba controlado por las
antiguas mafias, que no se comportan como las mafias contemporáneas, aspecto
que también discute en su libro).
De acuerdo con Hobsbawm la revolución cultural de la segunda mitad del siglo XX
puede ser entendida como el triunfo del individualismo sobre la sociedad, o como
la ruptura de los hilos que mantenían a los seres humanos en el tejido social. Los
hijos no cuidan más de los viejos, los vecinos se desconocen, muchos padres
abandonan a sus hijos. Todo ello sucedió en los países desarrollados, a la par de
la evolución del estado de Bienestar, que brindó protección a muchos de los
nuevos desvalidos. Sin embargo, los cambios se dieron en una época en la que
prevaleció el pleno empleo y altas tasas de crecimiento económico, aspectos
todos ellos ausentes en nuestra pobre y transformada sociedad mexicana
contemporánea.
*El Colegio de México, adamian@colmex.mx
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