LA IRA, EL MÁS MORTAL DE LOS PECADOS CAPITALES Fuente: MANUEL DÍAZ PRIETO. «El pecado más mortal». La Vanguardia-Revista [Barcelona] (19 febrero 2006). <http://www.lavanguardia.es/web/20060219/51233945123.html> [Consulta: 20 de febrero] El vídeo de los 42 golpes por minuto que unos soldados británicos propinan a unos jóvenes iraquíes es la muestra más reciente y brutal de la ira ocupando los titulares de los medios de comunicación de todo el mundo. La voz del sargento al mando es un impresionante testimonio del la semilla que habita en el interior del ser humano: esa capacidad de infligir dolor y la humillación al otro en un acto de venganza que se satisface ante el espanto de la víctima. Corren tiempos en que la ira parece haber encontrado un espacio estelar en las primeras páginas: desde la iracunda respuesta del Gobierno de EE. UU. tras la matanza terrorista del 11-S, hasta los últimos despachos de agencia: "Unas caricaturas desatan la ira de los musulmanes". De hecho, durante todo el siglo XX, la ira ha demostrado ser el más mortal de los pecados capitales. Y no parece haber cambiado esta pulsión. Pues la ira, entendida como un "apetito desordenado de venganza", que se excita en nosotros por alguna ofensa real o supuesta, goza en este arranque de milenio de un momento estelar y vetea no sólo las relaciones entre culturas y etnias, sino que también empapa nuestra vida cotidiana. De tal forma que los arrebatos de ira tiñen de sangre las relaciones entre sexos y proliferan en un mundo en el que los valores nos han hecho poco resistentes a la frustración. Hasta el punto que la irritabilidad, sobre todo en contextos urbanos, supone una respuesta creciente ante el entorno. Lo explica muy bien Chuck Palahniuk en su novela Nana, en la que el protagonista posee el poder de matar simplemente pronunciando una palabra. Y a pesar de que es alguien que podría describirse como una persona normal -y hasta como una buena persona-, va dejando a su paso un reguero de cadáveres de conserjes que no le sonríen, o conductores que obstruyen levemente el semáforo. Palahniuk pretende mostrarnos que si los humanos tuviésemos la posibilidad de hacer realidad de forma inmediata lo que nuestra ira nos pide, hace tiempo que nos habríamos exterminado. Sin embargo, la necesidad de autocontrol no se ve reflejada en el cine y la televisión, las dos grandes maquinarias de crear valores y estereotipos, sobre todo en los jóvenes. Un estudio publicado por la revista Science ofrecía una conclusión escalofriante a propósito de este tema, sobre todo teniendo en cuenta las 1.500 horas al año que los menores españoles dedican a la tele (por 800 a la escuela): ver más de tres horas diarias de televisión a los 14 años multiplica por tres el riesgo de actos violentos en los chicos entre los 16 y los 22 años. Pero no existen respuestas simples a problemas complejos. El dato del número de horas que pasamos ante el televisor habla más de lo que somos que de lo que vemos. Pues en buena parte de las tramas de los videojuegos y de la programación infantil la violencia ocupa la totalidad de la acción argumental. Un menor español puede llegar a ver por pantalla hasta 12.000 actos violentos al año. Asesinatos, suicidios, ataques con arma de fuego, con arma blanca, secuestros, torturas... ocupan un lugar creciente en las series infantiles, hasta el punto de que David Grossman, militar experto en killology (algo que podría traducirse como ciencias de matar), compara la violencia televisiva con el condicionamiento mental al que se somete a las tropas especiales para que lleguen a disparar contra el enemigo. […] Dice el Corán: "El hombre fuerte no es aquel que vence a su contrincante en la lucha, sino el que sabe controlarse cuando siente ira". Pero resulta evidente que hoy el mundo tiene una tendencia a la ira fácil. Cada vez son menores los niveles de paciencia y reflexión. A pesar de lo cual, el pecado de la ira es una cuestión de grados y los científicos no logran ponerse de acuerdo si es buena o mala. Sólo coinciden en que es un sentimiento humano demasiado complicado para constreñirlo en dos simples adjetivos. En todo caso, los resultados de las distintas investigaciones realizadas sobre las virtudes o los perjuicios de la ira ofrecen resultados contradictorios. Un estudio realizado por la psicóloga Jennifer Lerner, de la Universidad Carnegie Mellon, asegura que la ira es una emoción saludable para los humanos: "Aquellas personas que responden a las situaciones de estrés con reacciones iracundas inmediatas, en general suelen tener una mayor sensación de control sobre la realidad y son más optimistas que aquellas que reaccionan con miedo". En el extremo opuesto, Redford Williams, un psiquiatra que da clases en la Universidad Duke, cree que "la ira mata". Así, de hecho, reza el título del libro sobre su investigación en la que constata que cuando el corazón late más fuerte y deprisa por causa de una crisis, las arterias se dilatan para poder aceptar mayor aporte de sangre extra y las plaquetas se hacen más densas para cerrar la supuesta herida que ha provocado el alboroto intravascular. […] El baño de la furia y la tristeza Menudo lío ¿qué opción tomar? Yo decidí aprovechar la entrevista periodística con un psicoterapeuta de éxito como Jorge Bucay para pedirle consejo. - Doctor, soy colérico, ¿es mejor que me contenga o que saque fuera mi ira? - En primer lugar, te aconsejo que no te definas como colérico. Porque si te defines así sólo tienes las dos opciones que has citado, contenerte o dejarlo salir. En lugar de esto te propongo que te ocupes de tu cólera, de dónde se genera, para no tener que pagar el precio que siempre supone contenerla o dejarla salir. Te recomiendo además que tengas presente esta pequeña historia: "A un estanque mágico llegaron un día a bañarse la tristeza y la furia. Las dos se quitaron la ropa y entraron en el agua. Al acabar, la furia salió rápidamente, ciega y apresurada, y se puso la primera ropa que encontró, que resultó ser de la de la tristeza. Pero ella no notó nunca la diferencia. La tristeza, siempre cansina y dispuesta a quedarse donde llega, se tomó mucho tiempo y cuando salió descubrió que no estaba su ropa. Así que se puso la única encontró, la de la furia. Y cuenta la leyenda que, desde entonces, cada vez que uno ve a la furia, despiadada, cruel y casi ciega, uno la mira bien y se da cuenta de que es un disfraz y que detrás de esa furia está escondida la tristeza". La religión, por su parte, sugiere grandes dosis de paciencia. Mientras que la sabiduría popular ofrece un remedio más llano, pero igualmente eficaz: cuando sienta ira, antes de hacer nada, cuente hasta diez. O hasta mil.