A propósito de Podemos Los ejes izquierda/derecha, ciudadanía/casta y democracia/oligarquía Antonio Antón Cuaderno de trabajo Universidad Autónoma de Madrid 1 CUADERNO DE TRABAJO Departamento de Sociología Universidad Autónoma de Madrid TÍTULO: A propósito de Podemos. Los ejes izquierda/derecha, ciudadanía/casta y democracia/oligarquía. AUTOR: ANTÓN MORÓN, Antonio Profesor honorario Correo electrónico: antonio.anton@uam.es http://www.uam.es/antonio.anton Madrid, marzo de 2015 2 Índice Introducción 1. Por qué y cómo se conforma un electorado indignado 2. Superación del eje izquierda/derecha y vigencia de la pugna por la igualdad 3. Significado de casta 4. Democracia y ciudadanía frente a poder oligárquico Bibliografía 3 A propósito del Podemos Los ejes izquierda/derecha, ciudadanía/casta y democracia/oligarquía1 ¿Qué necesita la democracia? Mayor autonomía de los políticos respecto de los poderes económicos, recuperación de la idea fuerte de proyecto político… Pero, sobre todo, es necesario un cambio cultural de fondo… Donde no hay políticos libres, solo hay casta mantenida. (J. Ramoneda, diario El País, 10-12-2012). El único fin de los partidos es su propio crecimiento sin limitación alguna, lo que significa una rotunda impostura en la medida en que convierten el instrumento en fin en sí mismo. (Simon Weil, +1943). Introducción Sin llegar al fatalismo de la cita de la filósofa Simón Weil, referida a la Europa de entreguerras, hay que reconocer que es una poderosa tendencia de los partidos políticos, particularmente sus grandes aparatos, considerarse un fin en sí mismos y dejar en un segundo plano el bien común y la representación y mediación de los intereses y demandas del conjunto de la sociedad. Sus estructuras superiores suelen quedar presas de su propio interés corporativo, agravado en el caso de las cúpulas gobernantes por su imbricación con la oligarquía económico-financiera. Además, como dice Josep Ramoneda, si los políticos están dependientes del poder, no son libres y no representan claramente las demandas de la ciudadanía, entonces son ‘casta mantenida’ y la democracia necesita un nuevo y fuerte proyecto político de cambio y, especialmente, cultural. Existe un fuerte debate sobre las características y la vigencia de la polarización entre izquierda y derecha, o bien su sustitución por otras dicotomías como la que enfrenta la democracia a la oligarquía o la ciudadanía frente a la casta. Se trata de analizar los discursos utilizados, su significado simbólico y su contenido real, así como el alcance y las características de la pugna social y política, para ayudar a clarificar la actividad transformadora resultante. Primero, analizamos por qué y cómo se configura un electorado indignado, contando con la experiencia de las elecciones europeas, el ascenso del voto estimado a Podemos en distintos estudios demoscópicos y la perspectiva de las próximas elecciones locales, autonómicas y generales. 1 Un extracto de este texto se ha presentado como Comunicación en el Congreso Andaluz de Sociología, Málaga, 6, 7 y 8 de noviembre de 2014. Varios apartados se han publicado en distintos medios de comunicación. 4 Segundo, aportamos varias reflexiones sobre el eje izquierda/derecha, diferenciando el contenido sustantivo de esas expresiones y su valor simbólico o metafórico. Partimos de la vigencia, incluso la mayor relevancia, de la acción por la igualdad y la democracia, valores asociados a las mejores tradiciones de las izquierdas. Pero reconocemos la confusión social, política y mediática sobre quién pertenece a esa izquierda y, por tanto, qué significa esa palabra y cómo configurar una alternativa real a la derecha, al bloque de poder liberal-conservador. En particular, la socialdemocracia, en España y en Europa, aún se define de izquierdas (mirando al centro según sus nuevos dirigentes), a pesar del giro al centro de su discurso y su última gestión gubernamental, fundamentalmente, de derechas. Tercero, profundizamos en el significado de casta y lo comparamos con otros conceptos similares utilizados para denominar la oligarquía, los poderosos, el establishment o las élites y clases dominantes. Cuarto, explicamos el concepto y las características de la democracia, el sentido de la dicotomía democracia/oligarquía y el significado de las palabras pueblo y ciudadanía, así como su pugna contra el poder oligárquico y su necesario empoderamiento o refuerzo. 1. Por qué y cómo se conforma un electorado indignado La irrupción de un electorado indignado en las elecciones europeas, junto con el debilitamiento del bipartidismo y la debacle socialista, ha modificado en España el panorama político y los equilibrios del sistema de partidos políticos. También afecta al ámbito sociocultural y al debate intelectual, implicando la necesidad de un esfuerzo teórico para interpretar las claves e ideas fuerza de este proceso. El ascenso electoral de Izquierda Plural y de otras fuerzas de izquierda y, sobre todo, la emergencia de Podemos, con nuevos discursos y liderazgos, supone la aparición de un polo de referencia alternativo a la izquierda del PSOE, con suficiente representatividad ciudadana. Se ha generado un positivo reequilibrio de fuerzas que rompe la completa hegemonía socialista anterior. Al mismo tiempo, abre la oportunidad histórica de un cambio político-institucional sustantivo, de alternativa real al monopolio de las élites gobernantes del bipartidismo, con sus políticas de austeridad y su prepotencia. No solo tiene un carácter justo sino que esta dinámica abre la posibilidad real del desplazamiento del establishment del poder institucional y el avance de una ciudadanía activa y unas fuerzas políticas alternativas. Puede suponer el comienzo de un ciclo político progresista que imprima una transformación profunda de las políticas y estructuras socioeconómicas y una democratización sustancial del sistema político. Es el temor de las capas dominantes que reaccionan de forma airada y contundente para neutralizar ese proceso de cambio y descalificar a sus agentes más significativos. La cristalización de ese electorado alternativo y su fuerte impacto político ha sido posible por la configuración en estos últimos cinco años de un campo sociopolítico crítico, progresista y democrático. Se ha desarrollado un nuevo ciclo de la protesta social y la movilización colectiva, con la articulación de un amplio y heterogéneo movimiento popular, con altibajos pero persistente. Ha tenido un papel destacado el movimiento 15-M (y sus derivados y similares), pero también otros grupos y 5 plataformas sociopolíticas, incluido el sindicalismo y las distintas mareas ciudadanas. Esa ciudadanía activa (Antón, 2011, y 2013), implicada en la movilización social y la participación ciudadana, que hemos cuantificado entre cuatro y cinco millones de personas, es la base social más directa que ha condicionado el desarrollo de esta nueva dinámica de la contienda política. Las ideas fuerza sobre las que se ha construido esta movilización cívica son dos: 1) frente a las consecuencias injustas de la crisis, la política de austeridad y recortes sociales y por los derechos sociales y laborales y la regulación de la economía; 2) rechazo a la gestión antisocial e impopular de las élites dominantes, económico-financieras y gobernantes, y apuesta por la democracia, la participación ciudadana y la regeneración real del sistema político. Vinculado con esa ciudadanía activa y sus actores más representativos, se ha conformado una tendencia social más amplia. Se caracteriza por su indignación, descontento y desacuerdo ante la deriva antisocial de la crisis y su gestión política impopular. Hemos explicado que en torno a dos tercios de la población (entre el 60% y el 70% o más según los temas), de acuerdo con distintas encuestas de opinión, manifiestan su disconformidad con los recortes sociales y laborales, desconfían de los líderes políticos que dirigen la gestión pública regresiva y legitiman la protesta social progresista. Esa corriente social indignada o descontenta la definimos por esas posiciones sociopolíticas básicas sobre cuestiones fundamentales de la realidad, aunque en el terreno político-electoral no haya una traslación mecánica o en otros aspectos sociales expresen preferencias diversas. Pero es suficientemente sólida y persistente y con una orientación progresista, basada en valores democráticos y de justicia social, como para hablar de una tendencia social de fondo positiva frente a la involución social y democrática promovida desde el establishment. Esa dinámica colectiva es la que ha posibilitado la conversión de parte de ese campo sociopolítico crítico en el electorado indignado, con el impacto conocido de debilitamiento del bipartidismo gobernante, particularmente del PSOE, y el crecimiento de las fuerzas alternativas. Pero para la configuración de ese nuevo espacio electoral indignado ha tenido un papel específico el liderazgo y el discurso de Podemos (Iglesias, 2014; Monedero, 2013): han conseguido que una parte significativa de esa ciudadanía crítica haya depositado su confianza y su delegación representativa en sus portavoces, fortaleciendo su liderazgo público. O dicho de otro modo, los representantes de Podemos han sabido transmitir unas ideas clave que han sintonizado con la cultura, las demandas y las opiniones básicas de un amplio sector de la ciudadanía indignada, más allá de sus votantes directos. El valor de su liderazgo y su discurso no ha sido construir ese electorado desde la nada y desde arriba, por su indudable habilidad comunicativa. Sería sobreestimar la capacidad constructiva de las ideas y los líderes. Consiste en haber sabido expresar y dar visibilidad mediática a unas ideas que sintonizaban con esas aspiraciones de la ciudadanía indignada, conseguir la simpatía popular por su defensa pública de las mismas frente al establishment y obtener el reconocimiento político y el aval de una parte popular relevante para ejercer como nueva representación política. Podemos tiene un gran mérito: haber ‘construido’ un mecanismo político, con un carácter social y democrático, en un momento adecuado: su específica apuesta electoral con su mensaje y sus líderes. Ha servido de cauce para que una parte relevante de esa ciudanía crítica pudiese expresar unas posiciones o identidades 6 sociopolíticas en el campo electoral e institucional. Por otro lado, la innovación y la valentía de llevar a cabo una brillante actividad comunicativa, con unos determinados símbolos e ideas y un hábil liderazgo, no hubieran tenido tanto arraigo si no hubiera estado creada ya, en el campo sociopolítico y con un amplio tejido asociativo, esa ciudadanía activa, crítica con el poder y firme y participativa con unos objetivos transformadores precisos: contra los recortes sociales y las élites dominantes y por los derechos sociales y la democracia; junto con su experiencia solidaria, sus actitudes de cambio y su cultura democrática e igualitaria. Las propuestas fundamentales de su programa (Más democracia; Más derechos; Más economía al servicio de la gente) han expresado una síntesis de las demandas del proceso de protesta social durante estos cinco años y les han dado una proyección de compromiso público y participación electoral. Han generado la posibilidad de traducir esas exigencias de la ‘calle’ y desarrolladas en el campo social en voto en las urnas. El reconocimiento adquirido por sus portavoces y activistas se ha transformado en el apoyo a una nueva representación política y la correspondiente ilusión de que su reflejo en la estructura político-institucional coadyuve al avance de esas aspiraciones. Esos tres ejes programáticos –democracia, derechos, giro económico-, expresivos de los objetivos del actual movimiento popular progresista, han sido suficientes para establecer una vinculación firme de este nuevo liderazgo político con los movimientos sociales y la gente activa y recoger la simpatía de un amplio sector de la ciudadanía descontenta. Necesitan mayor concreción y desarrollo. Son ideas fuerza, emancipadoras y racionales, que parten del diagnóstico realista de los principales problemas de la población y proyectan tareas fundamentales de la transformación política y económica. Se está produciendo una fuerte pugna política y cultural y sus dirigentes han demostrado capacidad explicativa y argumentativa. Han convencido a gran parte de la población en esos dos niveles: apoyo directo en las urnas, y simpatía más amplia pero (todavía) sin delegación representativa. En mucha gente descontenta y auto-identificada de izquierdas (y alguna de centro progresista), al ver defendidas sus ideas también en ese cerrado ámbito electoral, se han generado emociones positivas: alegría, por ver en el espacio mediático sus ideas y personas afines; esperanza, por su impacto y su representación; ilusión… por su conquista y la legitimidad social obtenida. Son actitudes subjetivas, frente al aislamiento institucional, y enfrentadas a las emociones negativas que trata de imponer el poder: frustración, desesperanza, miedo y resignación. No se puede hablar peyorativamente de un plan basado en el emotivismo, de estímulo de las (bajas) pasiones de la gente. Y mucho menos comparado con el abuso que hacen las grandes formaciones políticas de sentimientos fundamentales y necesidades básicas de la población: de seguridad y certidumbre si les apoya la ciudadanía; de miedo y caos si no les apoya. Es como si la racionalidad o el sentido de la realidad estuviese en el establishment, mientras las fuerzas alternativas por el cambio social y político fuesen irracionales e irreales y siempre perjudiciales para la gente. Se trata también de una pugna en el plano de la subjetividad, fundamental para reforzar la disponibilidad popular para la indignación ciudadana, la resistencia cívica y la transformación social. Además, en este caso, supone avanzar en la conformación de una nueva representación política en el ámbito institucional (parlamento europeo y después en 7 las instituciones municipales, autonómicas y estatales), que amenaza la total hegemonía de los poderosos y la garantía para su estabilidad y su gobernabilidad. Junto con esos tres ejes programáticos los portavoces de Podemos han sabido plantear un nuevo marco interpretativo del conflicto político-social. Han establecido las ideas y polarizaciones claves que definen el nuevo proyecto y sus tareas fundamentales. Se trata de superar la simple alternancia de izquierda (oficial)/derecha, para presentar una alternativa al establishment o poder oligárquico desde la reafirmación de la democracia y la ciudadanía, apostando por una transformación profunda (proceso constituyente) del sistema político y económico. Volveremos sobre ello después de aclarar el significado del eje izquierda/derecha y los conceptos de las dicotomías planteadas. 2. Superación del eje izquierda/derecha y vigencia de la pugna por la igualdad Vamos a tratar varios aspectos para acercarnos a la valoración del eje izquierda/derecha y definir la pugna sociopolítica actual y la posición de dirigentes de Podemos de sustituirlo por otros ejes (democracia/oligarquía o ciudadanía/casta) que expliquen mejor el conflicto social. Primero, las características ideológicas del electorado, particularmente el autodefinido como de izquierda. Segundo, el significado real y simbólico del eje izquierda/derecha. Tercero, una valoración global de nuestros criterios interpretativos sobre las izquierdas, teniendo en cuenta el carácter ambivalente del PSOE. Auto-ubicación ideológica del electorado de PSOE, Podemos e Izquierda Plural El Centro de Investigaciones Sociológicas –CIS- viene estudiando desde hace tiempo la auto-ubicación ideológica de la población sobre el eje izquierda-derecha. Utiliza una escala de 1 –extrema izquierda- a 10 –extrema derecha-. Los segmentos 1 a 4 se consideran auto-identificados como de izquierda, el 5 y el 6 de centro, y del 7 al 10 de derecha. Según su Barómetro de julio de 2014 (publicado en agosto), la auto-ubicación ideológica del conjunto de la población es la siguiente (en paréntesis los porcentajes de mayo de 2010, cuando cobran fuerza las políticas de austeridad): segmentos 1-2: 9,9% (7,4); 3-4: 31,2% (24,7); 5-6: 28,4% (28,9); 7-8: 10,1% (9,5); 9-10: 2,8% (2,2); No sabe y no contesta: 17,8% (27,3) –lo cual es un porcentaje relevante-. El total de la izquierda suma 41,1% (32,1), el centro 28,4% (28,9) y la derecha 12,9% (11,7). O sea, teniendo en cuenta la existencia de un porcentaje significativo que no se posiciona, la gente auto-ubicada en la izquierda es similar a la suma de la situada en el centro y la derecha. En estos cuatro años la gente que se sitúa en la izquierda ha crecido nueve puntos, provenientes, sobre todo, del grupo no sabe-no contesta ya que la suma del centro –baja medio punto- y la derecha –sube algo más de un punto- prácticamente no varía. La media está en el punto 4,57. Pero considerando que una parte de las personas de centro se consideran progresistas y más cercanas a la izquierda que a ‘esta’ derecha, el conjunto de izquierda y centro progresista tendría una ventaja 8 sustancial frente al centro-derecha (pendiente, claro, de la definición del 17,8% restante que no se pronuncia). Respecto del PSOE sumados sus votantes autodefinidos de centro (31,9%) y de derecha (9,6%) son algo superiores a los de izquierda (39,7%) y la mayoría de estos son moderados (21,9% del segmento 4). En las elecciones europeas la media de su base electoral se autodefine de centro (cerca del punto 5) y también es visto de forma similar por el conjunto de la sociedad (4,68). Así mismo, el electorado en las europeas de IU-ICV se sitúa en el punto 3,4 de la escala y el de Podemos en el 3,7, aunque la sociedad los ve más a la izquierda (2,67 y 2,46, respectivamente). Aunque hay que resaltar que es el electorado autoubicado de derechas quien más a la izquierda ve a esas formaciones, desequilibrando las medias. Es decir, la mayoría de los votantes de Izquierda Plural (para Podemos no hay datos desagregados, aunque la apreciación podría ser similar) no la ven mucho más a la izquierda que como se autodefinen a sí mismos. O, dicho de otro modo, sus votantes tienen una posición ideológica cercana a la que perciben que ocupa esa formación. Los datos de ese Barómetro de julio también expresan la suma del voto y la simpatía, para el caso en que se convocasen ahora elecciones generales y según la auto-ubicación ideológica. En la tabla 1 se han entresacado los porcentajes de cada segmento ideológico con la distribución para cada uno de los tres agrupamientos. Como se ve la media de voto + simpatía a Podemos (13,1%) es superior a la de IU/ICV (7,1%). El PSOE tiene el 14,6% y el PP el 16,1%. Estamos hablando del conjunto de la población y sólo expresa su opinión un 65,9%. El resto del 34,1% se pronuncia por Ninguno (25,4%) o por voto en blanco, nulo o no sabe y no contesta. Por tanto, si consideramos probables abstencionistas la suma de estos votos y los votos válidos en esos casi dos tercios que se han definido por un partido, tenemos los datos siguientes de tendencia de voto en esas supuestas elecciones generales: Podemos, 19,9%, casi el doble que IU/ICV, 10,8%; es decir, en total reciben el apoyo de más del 30% de la población; mientras, el PSOE, recibiría algo más del 22%, y el PP, el 24,4%. En la distribución por cada segmento (son datos sobre el total) existen algunas diferencias significativas. Podemos recibe un porcentaje mayor de las personas que se auto-ubican en los segmentos 1 y 2, más a la izquierda, y en los segmentos 5 y 6, de centro, así como de los que no saben o no contestan sobre su identificación ideológica; al mismo tiempo, en los segmentos 3 y 4 o izquierda moderada, IU/ICV recorta alguna distancia respecto de la media. Y muy pocos de los que se definen de derechas simpatiza con ninguno de los dos. Tabla 1: Porcentaje de voto + simpatía según la auto-ubicación ideológica2 Media 1 2 3 4 Podemos 13,1 30,8 29,3 23,8 16,8 2 5 9,5 6 7 8 3,4 3,7 1,7 9 0 10 Ns/nc 3,1 14,6 Hay que advertir que la comparación de los porcentajes hay que hacerla verticalmente entre los tres partidos; sumadas todas las opciones serían el 100%. Pero no se pueden sumar horizontalmente, porque cada segmento tiene una dimensión distinta: los centrales y, por tanto, sus porcentajes contienen mayor población que los extremos. 9 IU/ICV 7,1 22,5 19,5 17,7 10,2 1,8 1,9 0 0 0 0 PSOE 14,6 12,5 10,6 23,0 33,2 13,4 3,4 3,0 0,9 2,8 0 Fuente: CIS–Barómetro de julio de 2014. 1: izquierda a 10: derecha. 2,2 16,1 En este plano ideológico, ambos tienen, sobre todo, simpatías ideológicas y electorados de izquierda, y suman en torno a la mitad de los segmentos 1 y 2 y en torno al 40% de los segmentos 3 y 4. Supone que entre la ‘izquierda social’ son mayoritarios respecto del PSOE. La ‘transversalidad’, recepción de voto y simpatía de los auto-ubicados ideológicamente en el centro (o derecha) es muy limitada y estaría compuesta, como máximo y entre los dos, por el 11,3% del segmento 5 y el 5,3% del segmento 6, aunque con una diferencia por debajo de la media en perjuicio de IU/ICV, particularmente en el segmento 5 (centro-progresista). El PSOE, alcanza el 14,6% de media, menos que el 20,2% correspondiente a la suma de Podemos e IU/ICV (y descontando el porcentaje de los que no se han pronunciado, el PSOE tendría el 22,2%, es decir, menos que el 30,7% de la suma de los otros dos grupos a su izquierda). Estos tienen más peso que el PSOE en los segmentos 1, 2 y 3 y menor en los 4 y 5. Y todos ellos, especialmente IU/ICV, tienen escaso apoyo en los segmentos de centro-derecha. Según otros datos complementarios del CIS, la auto-ubicación global del electorado de IU/ICV es la siguiente: izquierda (1-4): 70,6%; centro (5-6): 7,1%; derecha (7-10): 0,8%; (el resto no se define). En todo caso, es significativa la diferencia de la base ideológica de los electorados de ambos, Izquierda Plural y Podemos, con la del PSOE, partido cuyos votantes que se sitúan en la izquierda no llegan al 40% del total. En conclusión, las referencias ideológicas de la población en torno al eje izquierda y derecha sí tienen relevancia para la orientación del voto electoral. No son el factor exclusivo. En particular, el PSOE, a pesar de la amplia desafección electoral, conserva una parte significativa de electorado autoubicado en la izquierda, especialmente el moderado, y en el centro progresista. Aunque ese sector mantenga cierto descontento hacia su gestión gubernamental todavía le sigue votando, ya sea porque considera que es menos malo que el PP y constituye un freno, ya sea porque su actuación regresiva está compensada por otros componentes progresistas. La cuestión es que sigue existiendo una ciudadanía descontenta e indignada contra la involución social y democrática, que constituye una mayoría de la sociedad y demanda otra orientación socioeconómica y más democracia. Sus referencias ideológicas la sitúan, fundamentalmente, en la izquierda y el centro progresista, y en sus referencias electorales, aparte de la configuración del llamado electorado indignado (Podemos, Izquierda Plural, Primavera Verde…), otra parte –similar- sigue votando al PSOE y otra menos relevante- a varias formaciones de ‘centro’ o centro-derecha (a quienes vota, sobre todo, el sector conformista o conservador). Para el convencimiento de ese electorado decisivo y la consecución de mayorías sociales se establecen las distintas estrategias políticas y comunicativas: el PSOE, intentando que se olvide la gestión de su cúpula gubernamental y con una retórica ‘centrada’ y ambigua; Izquierda Plural, de acuerdo con su posición en el eje, intentando hacer ver que el PSOE es de ‘derechas’ y que la alternativa es la auténtica izquierda, y Podemos que la cúpula socialista es de la casta y la alternativa es la ciudadanía y la democracia. La incógnita es la eficacia de cada discurso para conectar 10 con la realidad de la estrategia de cada agrupamiento político, explicar la justeza o no de su discurso, enlazar con la mayoritaria cultura cívica, social y democrática, así como la credibilidad de cada formación y su liderazgo para representarla. Significado real y simbólico del eje izquierda/derecha Para Podemos la polarización entre izquierda y derecha está superada. El conflicto principal es entre los de abajo y los de arriba, el pueblo o ciudadanía descontenta frente al poder oligárquico o la casta. Por otro lado, para el primer ministro socialista francés, Manuel Valls, la izquierda va a desaparecer si no se convierte al social-liberalismo e impulsa el pragmatismo centrista de la gestión de la austeridad y los recortes sociales, es decir, se coloca más activamente al servicio del poder económico. Es el camino iniciado por el líder del Partido Demócrata italiano, Mario Renzi, referencia para la dirección del PSOE. El significado de izquierda es confuso porque conlleva dinámicas contradictorias. Se formó hace dos siglos como defensa de los de abajo frente a las oligarquías conservadoras. Pero gran parte de ella, las cúpulas socialdemócratas desde su acción gubernamental, ha perdido esa identidad de defensa de las clases populares y forma parte del establishment y sus compromisos con los poderosos, los de arriba. Por otra parte, en distintas tradiciones, esa idea de las izquierdas se asocia a la justicia social y la democracia, a la defensa de los derechos sociales y laborales frente a los recortes, la austeridad, la corrupción o el autoritarismo de la oligarquía financiera y las élites gobernantes. Muchas personas se auto-identifican con esa referencia ideológica o conservan una cultura popular igualitaria que les permite fortalecer su indignación contra la actual gestión regresiva y autoritaria de la crisis, oponerse al poder establecido y desear un cambio social y político de progreso. Se trata de analizar quién y qué es la izquierda para plantearse qué está superado, en qué sentido se debe renovar y qué elementos –igualdad y democracia- se deben reforzar para favorecer un proyecto transformador emancipador frente al regresivo poder establecido. La polarización de los de abajo frente a los de arriba (considerando que hay sectores intermedios) se debe complementar con una orientación sociopolítica y cultural basada en los valores de igualdad, libertad y democracia. Estas ideas y aspiraciones son compartidas por capas populares que se autodefinen de izquierda o centro progresista y les permiten diferenciarse del bloque de poder antisocial. Por tanto, hay que asociar al pueblo o los de abajo con una política emancipadora, democratizadora e igualitaria. Las categorías sociodemográficas, capas populares frente a élites dominantes, se convierten en corrientes sociopolíticas, en actores o sujetos, a través de su experiencia en el conflicto social y político y su cultura democrática y social. El resultado de esa doble pertenencia, capas subordinadas y experiencia emancipadora, constituye la mayoría social crítica, con una cultura democratizadora y popular, necesaria para el cambio político. Es una fuerza renovadora con una nueva orientación social e ideológica, que debe apoyarse en una nueva teoría social crítica. La representación política y cultural mayoritaria de la izquierda (o mejor, izquierdas, en plural), en las últimas décadas, ha sido hegemonizada por la 11 socialdemocracia que, precisamente con su giro al Nuevo centro o Tercera vía, ha abandonado sus prioridades fundamentales de profundizar realmente en la igualdad y la democracia, particularmente en los derechos sociales, económicos y laborales. Además, con la crisis sistémica, económica, político-institucional y europea, sus aparatos gobernantes han aplicado una estrategia contraria a la justicia social y el respeto a los derechos sociolaborales, han ejecutado unas políticas regresivas y antisociales y han incumplido sus contratos con la ciudadanía. Es decir, su gestión supone una involución en los valores democráticos y el respeto a los derechos humanos, sin que se vislumbre una reconsideración autocrítica ni una reorientación clara. Por otra parte, históricamente se han realizado diversos intentos de conformar una izquierda nueva o auténtica, diferenciada del giro centrista de la socialdemocracia o de sus corrientes más economicistas o rígidas. En el terreno social han sido, desde los años setenta, los nuevos movimientos sociales (feminismo, ecologismo, pacifismo…) quienes han modificado, renovado y ampliado las tradiciones de la problemática social y los discursos, reivindicaciones, sistemas organizativos y reconocimientos sociales y políticos de las izquierdas (incluido los partidos verdes). En el ámbito político-electoral la propuesta de Izquierda Unida es una reafirmación en las referencias de la izquierda democrática europea, junto con distintas inercias organizativas y discursivas que deberían superar, para que puedan aportar lo mejor su experiencia en la acción social y democrática. El contenido sustantivo de forjar una mayoría social frente al poder oligárquico, basado en la participación popular contra la desigualdad y por la democracia podría ser común entre Podemos e Izquierda Plural. La diferencia sería, sobre todo, de carácter simbólico y de formas discursivas. Sin embargo, tiene implicaciones por su impacto en la valoración de las tradiciones, la adecuación de los discursos a las nuevas realidades y la legitimación de los distintos actores. El PSOE vuelve a utilizar el rótulo de izquierda, aunque es una retórica instrumental y no supone un giro a una política diferente a la del periodo anterior. Pero en esta fase y con la cúpula y la orientación actual del PSOE, utilizar un simbolismo compartido (izquierda) no clarifica esa diferenciación. A no ser que el conjunto del PSOE y, en particular su aparato, se reconvirtiera hacia una auténtica izquierda, cosa improbable, o claramente dejara de declararse de izquierda, dejando el símbolo en manos solo de IU. Ello no impide valorar elementos comunes y llegar a acuerdos concretos o a la convergencia de posiciones parciales, como a veces ocurre entre distintas formaciones políticas en foros parlamentarios, entre los sindicatos y las organizaciones empresariales o entre otros movimientos y grupos sociales con instituciones diversas, respecto de tal o cual reivindicación o actividad. Pero el hilo conductor ahora es cómo hacer frente al cambio gubernamental, precisar los acuerdos necesarios, clarificar las posibilidades para ello y situar el papel de esos símbolos y su contenido sustantivo. Han adquirido mayor relevancia graves problemas sociales para la población: la cuestión social, la desigualdad socioeconómica y la involución democrática y de derechos. Y, paralelamente, la necesidad de la reafirmación ciudadana en los mejores fundamentos de la izquierda: igualdad y democracia (o libertades y no dominación), además de otros como la solidaridad, la laicidad o la acción contra toda discriminación. 12 Se produce una paradoja. Por un lado, los valores clásicos de la izquierda democrática europea de estos dos siglos tienen más importancia y vigencia para transformar la realidad de desigualdad, empobrecimiento y subordinación, mediante la participación popular frente al establishment. Por otro lado, la marca izquierda no es clara para representarlos y fortalecerlos y ha sido instrumentalizada y anulada en el ámbito institucional por la tercera vía (o nuevo centro) socialdemócrata. O bien, ha sido asociada a otras realidades históricas del llamado socialismo real, con regímenes autoritarios con su nueva nomenclatura dominadora y sin libertades democráticas, o se vincula con discursos anquilosados y prácticas burocratizadas. O sea, partes significativas de las izquierdas se han asociado con los de arriba, los poderosos o dominadores, muchas veces con grandes déficits democráticos. Por tanto, la contraposición simbólica izquierda/derecha es confusa, ya que en la marca izquierda coexisten diversas tradiciones, unas buenas y otras menos buenas, y distintos intereses sociopolíticos y corporativos. Pero lo significativo para la percepción global de la población es que últimamente la ha gestionado, sobre todo, la socialdemocracia con un discurso y una estrategia, según ellos mismos, de ‘nueva vía’ o ‘centro’. Gran parte de la población ve esa contraposición como la simple alternancia de cúpulas gobernantes, hoy con similares proyectos en las cuestiones socioeconómicas y políticas fundamentales. Ese eje no reflejaría una oposición sino una línea de consenso, de limitada alternancia y sin alternativa. Se trata de superar ese esquema que genera confusión, ya que la dirección de la izquierda mayoritaria (socialdemocracia española y europea) ha hecho una reconversión ideológica hacia el centro social-liberal y una última gestión gubernamental e institucional, fundamentalmente, de derechas, no igualitaria y con déficit democrático. En este periodo de crisis económica y política y de consenso básico entre conservadores y socialdemócratas sobre la austeridad (flexible) y los temas de Estado, a veces puede haber mucha confrontación mediática, incluso fuerte crispación, entre el PP y el PSOE. Pero no suele obedecer a profundas diferencias estratégicas o de opciones fundamentales, hoy bastante coincidentes, sino a temas menos relevantes. Podemos decir que la diferenciación pública, cuando no hay consenso de fondo, se establece entre dos cúpulas del poder establecido. Por una parte, una élite de derechas, liberal-conservadora, consecuente con las políticas regresivas en todos los aspectos, que quiere aparecer de centro-derecha, como la mayoría de sus votantes. Por otra parte, otra cúpula de derechas, social-liberal, que quiere que le consideren de centro-izquierda, como se identifica su base social, y es consecuente también con la estrategia liberal-conservadora con algunos matices. La cuestión es que su retórica de centro no ha tenido credibilidad, aunque la complemente con algunos aspectos de izquierda, algunos significativos, por ejemplo en el tema del aborto, dando por supuesto que una parte de su base afiliada y votante tiene posiciones de izquierda, de justicia social y defensa de los de abajo. Normalmente el conflicto entre sus equipos dirigentes no se produce en temas de Estado, ni en las grandes líneas socioeconómicas o europeas. La polarización parcial, a veces, es tensa, y se instrumentaliza según las conveniencias del marketing por el aseguramiento de la legitimidad de sus aparatos respecto de sus respectivos campos electorales. Esos giros –discursivo, al centro, y ejecutivo, a la derecha- de los aparatos socialdemócratas no determinan que deba dejarse de utilizar esa expresión izquierda o 13 que, bien acotada, sea un elemento significativo de la identificación popular. Existen amplios sectores sociales que se autodefinen de izquierdas, incluida cerca de la mitad de la base socialista y la gran mayoría de los votantes y simpatizantes de Podemos e IU/ICV. Mantienen vigentes los valores de justicia social, los derechos socio-laborales, la redistribución y la democracia. Son actitudes progresistas y de izquierda que les han llevado a la crítica a los poderosos y el apoyo a la protesta social frente a la política autoritaria de austeridad. En la sociedad todavía existen esa cultura positiva de izquierdas y suficientes energías sociales para defender la igualdad y profundizar la democracia. Ahora bien, aparte de qué política de fondo hay que desarrollar, el interrogante es qué símbolo es más útil para que se identifique la ciudadanía en su pugna político-electoral con el establishment: ¿Disputar la marca que se ha vuelto a apropiar la dirección del PSOE para camuflar su giro al centro, ahora que su marca centrista con gestión de derechas no ha dado resultados y está asociada a políticas socioeconómicas liberales sin respeto por la opinión ciudadana? ¿A quién considera la gente cuando se habla de izquierda política? El PSOE y sus bases sociales tienen un carácter ambivalente. Tienen componentes de izquierdas, pero lo sustantivo de su aparato, su gestión y su proyecto, político y socioeconómico, no son de izquierdas. La vocación de la nueva dirección de volver a gobernar con similares estrategias y las mismas dependencias con el poder establecido no augura un giro a la izquierda. Su estrategia comunicativa consiste, sobre todo, en hacer olvidar su última gestión de derechas y mantener la ambigüedad sobre una política centrada, sin diferencias sustanciales con la dominante en la Unión Europea y el consenso de la socialdemocracia con el bloque de poder encabezado por Merkel. La respuesta de la gente sobre quién o qué es izquierda, cuando menos, no es sencilla y está presa de esa ambivalencia. Se puede resolver parcialmente haciendo valer los valores en que se asienta la izquierda social y reafirmando el papel de una izquierda política consecuente y renovada. Refuerzo, renovación y superación de la izquierda En relación con la izquierda se deben desarrollar tres tareas complementarias y con una relación compleja entre sí: existen componentes a reforzar, otros a renovar y algunos directamente a abandonar y superar. Hay que apoyarse en los valores democráticos e igualitarios de la izquierda social, reforzarlos y representarlos, evitando diferenciaciones artificiales o a efectos de legitimación particular. Definir los adversarios reales, el campo de los aliados y el proyecto de cambio es la tarea común de un polo diferenciado de la socialdemocracia y alternativo a la derecha. Igualmente, hay que renovar y reelaborar el análisis, los proyectos y las ideas fuerza, junto con nuevos esquemas analíticos y discursivos que simbolicen e interpreten el contenido fundamental de los nuevos conflictos sociopolíticos y culturales. Debemos seleccionar lo adecuado del pensamiento, la acción y los valores de las izquierdas (y otras corrientes progresistas e ilustradas) y rechazar lo inadecuado. Realizar la correspondiente valoración crítica de sus tradiciones más negativas, en particular y a veces, su falta de sensibilidad democrática y de respeto al pluralismo y la existencia de ciertos dogmatismos. 14 Por tanto, se trata de cambiar discursos, renovar representaciones y liderazgos y elaborar nuevos símbolos que expresen mejor las identidades colectivas transformadoras en un sentido igualitario, emancipador y democrático. Y para ello es necesario contar con la experiencia en la lucha democrática y social, la representatividad y las mejores tradiciones culturales de las izquierdas transformadoras. Lo nuevo no puede prescindir de las mejores características de lo viejo. Elementos tradicionales en la acción democrática y de izquierdas, convenientemente renovados, son fundamentales en la nueva época. Pero habrá que superar la debilidad en el campo simbólico y discursivo para expresar claramente un proyecto político transformador y democrático, así como sus bases sociales y las alianzas, y abordar el hecho de que una parte del sector de centro-izquierda todavía considera que la dirección socialista les representa políticamente. No obstante, la consolidación y ampliación del proyecto de cambio, se apoya, sobre todo, en la gente de izquierda. Sin embargo, desborda la gente auto-identificada con la izquierda, su base se asienta entre la ciudadanía descontenta y crítica con el poder establecido por su estrategia regresiva. Su cultura es progresiva en lo social y democrática en lo político. Incluso aunque algunas de esas personas se auto-ubiquen en el centro-derecha, su oposición a los recortes sociales o a la corrupción de las grandes instituciones, su talante crítico, social y democrático les distancia del bloque de poder regresivo y autoritario, y es progresivo. Hemos expuesto la polarización o dicotomía entre izquierda y derecha. Por un lado, con la crisis sistémica y la gestión autoritaria y antisocial de las élites gobernantes, incluida la socialdemocracia, se han revalorizado los temas y valores clásicos de la izquierda democrática europea: justicia social (igualdad socioeconómica y derechos sociolaborales) y democracia (libertades, participación, no-dominación). Igualmente, en el plano relacional e histórico, se ha configurado una ciudadanía indignada, de carácter popular, emancipador y democrático. Y junto con la movilización social de una ciudadanía activa, se ha abierto una pugna de fondo frente a la gestión regresiva de los poderosos, cuestionando su legitimidad. Por otro lado, la gran mayoría de votantes de Izquierda Plural y Podemos, así como la mitad de los del PSOE, se sitúan ideológicamente en la izquierda, es decir, comparten esos valores básicos. Finalmente, hemos señalado los problemas para la identificación de la ciudadanía con la izquierda política dada, cuando menos, la ambivalencia de la pertenencia de la socialdemocracia a ese bloque –diferenciando cúpulas de su base militante y votante-. El vocablo izquierda no es unívoco y se presta a confusión, pero dentro de las izquierdas hay experiencias, tradiciones y valores fundamentales para aportar en la nueva época. Está vigente el conflicto de gran parte de la misma con la derecha y la involución social y democrática y hay un sentido de pertenencia entre amplios sectores de la sociedad, basado en esos valores de la igualdad y la emancipación asociados a la izquierda. Todo ello sigue vigente, no está superado, se debe realzar y formar parte de la identificación popular. En resumen, falta por profundizar el contenido de las izquierdas, renovar su pensamiento, sus discursos y sus estructuras organizativas y, específicamente, reelaborar y resignificar sus signos y sus símbolos. Pero, sobre todo, hay que definir de otra forma los polos del conflicto social, por una parte, las capas dominantes y, por otra parte, el sujeto emancipador, la ciudadanía crítica y sus principales actores, con 15 un proyecto transformador por la igualdad, la libertad y la democracia. Es la virtud de Podemos de resituar los ejes del conflicto entre las capas populares y el poder establecido, entre el desarrollo de la democracia y el autoritarismo de la oligarquía. A partir de ahí hay que elaborar y complementar los nuevos ejes con un nuevo proyecto de cambio, con una teoría o pensamiento críticos entre los que caben los mejores valores igualitarios y democráticos de la acción popular emancipadora, de izquierdas y progresista. 3. Significado de casta La palabra casta ha tenido un fuerte impacto mediático. Le ha puesto un apelativo peyorativo a unas élites dominantes, hoy día, impopulares y autoras de una gestión regresiva, política y socioeconómica. Apunta a la existencia de una minoría oligárquica que busca reforzar sus privilegios y su poder a costa de mayor desigualdad y subordinación para la mayoría de la sociedad. De ahí su relevancia pública, por un lado, por su conexión con la deslegitimación ciudadana de los poderosos y, por otro lado, por la reacción airada de ese grupo dominante aludido ante su identificación y su descalificación. El concepto de casta La utilización de la palabra casta es muy variada y afecta a cuáles son sus significados exactos, sus características y su amplitud. Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, casta es un “grupo que forma una clase especial y tiende a permanecer separado de los demás por su raza, religión, etc.”. Según el diccionario de María Moliner sería un “grupo constituido por individuos de cierta clase, profesión, etc. que disfrutan de privilegios especiales o se mantienen aparte o superiores a los demás”. Según la acepción académica (y popular) sería un grupo separado o distanciado de las capas populares, con una situación privilegiada y ventajosa. Tenemos ya dos criterios de selección: por encima de las capas populares o la gente normal y corriente, y con ventajas comparativas. Es decir, serían capas altas o élites dominantes con privilegios especiales y no merecidos que abusan de su posición de poder y estatus. Pueden derivar de su colocación dominante en la economía (o la herencia) o por su posición de control de los recursos públicos que utilizan en beneficio propio (más o menos legales o corruptos). En este caso hablamos, sobre todo, de la casta política en un doble sentido. Por un lado, a su vinculación y defensa de los intereses del poder económico-financiero –la casta financiera-gerencial-, no de la mayoría de la sociedad. Favorecen una acumulación de ventajas y poder hacia una élite dominante junto con los privilegios corporativos hacia los gestores que lo dirigen. Por otro lado, a las personas y grupos que, con una gestión corrupta o mafiosa de los recursos e instituciones públicas, obtienen beneficios ilícitos, económicos, de estatus y poder. En esa circunstancia se puede confundir con solo un comportamiento criminal o corrupto. Pero el aspecto principal es su conexión con el primer caso, con la participación y complicidad de núcleos de poder, con supuesta impunidad. Por ello existe también una 16 responsabilidad de los altos organismos institucionales o partidarios, controladores o supervisores, así como por la falta de adecuación y aplicación estricta del sistema legislativo, judicial y penal. Esa casta se ha conformado por unas élites dominantes mediante su gestión de políticas antipopulares, con incumplimiento o alejamiento de sus compromisos sociales y democráticos. Se ha producido durante un periodo decisivo de crisis donde la población ha visto grandes polarizaciones sociales y económicas: por un lado, agravamiento de las condiciones socioeconómicas y mayor subordinación y desconsideración hacia la mayoría de la sociedad; por otro lado, enriquecimiento sin límites, prepotencia y autoritarismo de capas dominantes. Pero ante esa ofensiva antisocial de los poderosos también se ha generado una pugna sociopolítica y cultural: la activación de una ciudadanía indignada y un amplio proceso de deslegitimación del establishment, con riesgo para la estabilidad de su estatus por lo que reacciona de forma airada. Es pues una minoría dirigente, incrustada en las altas instituciones, que impone privilegios y beneficios para los poderosos –económicos y políticos- en perjuicio de la mayoría de la ciudadanía y del interés general de la sociedad. Por esa vía, y al margen del contenido peyorativo que refleja y que quizá le ha dado un mayor impacto mediático, llegamos a un contenido similar al de otros conceptos utilizados aquí y en distintos ámbitos para definir ese bloque de poder oligárquico y prepotente. Unas palabras incluyen directamente la oligarquía económica-financiera (según el diccionario de María Moliner): establishment, “clase social influyente que intenta mantener el orden establecido”; poderosos, “clase compuesta de ricos e influyentes (que controlan y gestionan el poder)”. O corporate clase, capa gerencial, inversora-especuladora e institucional-gestora. Otras expresiones, al igual que ‘casta’, se refieren más, aunque con íntima imbricación con el poder económico-financiero, al ámbito de las altas instituciones políticas: capas gobernantes, élites dominantes, clase política, bloque de poder liberal-conservador (representado por Merkel) o simplemente Troika (FMI-CE-BCE)… Y, finalmente, oligarquía en su doble acepción: 1) grupo minoritario de personas que asume la dirección de una organización sin dejar intervenir a los demás, y 2) organización política en que el poder es ejercido por una clase social dirigente. O sea, puede ser un régimen político, elitista y autoritario, o bien su prepotente clase dirigente. Cabe una aclaración complementaria sobre la amplitud de algunas de estas palabras, dada su relativa ambigüedad. Por ejemplo, élite (siguiendo con el diccionario María Moliner) significa “grupo selecto de personas, por pertenecer a una clase social elevada o por destacar en una actividad”. O sea, existen élites científicas, artísticas, deportivas, profesionales y también élites económico-financieras y élites políticoinstitucionales. El aspecto de tener una función destacada no sería objeto de crítica; en ese sentido podría incorporar al conjunto de expertos, técnicos, gestores y profesionales, o sea, a las clases medias con un status más selecto que las capas trabajadoras o precarias. Cuando la población critica a las élites, lo puede hacer solo por sus comportamientos elitistas, separados del pueblo llano, pero sobre todo se refiere al otro aspecto de ‘clase social elevada’. Su particularidad actual es que ejercen un poder económico e institucional en provecho propio y en perjuicio de la mayoría de la sociedad. Esa nueva realidad relacional e histórica del comportamiento antisocial de las actuales élites dominantes es lo que las hace odiosas para la mayoría de la 17 población. Así, se debe acotar su significado político deslegitimador y evitar introducir a capas sociales que no participan de ese componente de clase alta con un papel de dominación y posesión. Por ello hay que precisar su sentido principal de élites ‘dominantes’ y prepotentes, que abusan de su poder, con un papel selectivo y destacado en el control de la estructura económica e institucional, caracterizada últimamente por su gestión regresiva. Similar enfoque hay que dar a la expresión clase política o políticos. Hemos analizado detalladamente el amplio desprestigio de la clase política y la exigencia de democratización (Antón, 2013: 171-199). La población cuando habla de políticos no se refiere al conjunto de representantes y gestores de la cosa pública, sino específicamente a los componentes de los grandes aparatos político-institucionales. En particular, expresa la crítica a los gobernantes que, con la estrategia regresiva e impuesta de la austeridad, están gestionando las políticas y los recursos públicos en beneficio de una minoría pudiente, en perjuicio de la mayoría social y en contra de su opinión mayoritaria. Incluso cuando la mayoría de la ciudadanía critica a la ‘política’ no se refiere a toda la actividad pública y representativa de los distintos actores sociopolíticos, sino a la gestión de la ‘clase política’ (Estudio 2916 del CIS, octubre de 2012). Como se ha demostrado en estos últimos tiempos, con la masiva participación ciudadana en la protesta social progresista y su gran legitimidad social, así como con el amplio apoyo a opciones electorales alternativas, la mayoría de los sectores críticos y del conjunto de la sociedad no es antipolítica y ‘no pasa’ de los asuntos públicos sino todo lo contrario: ha fortalecido una conciencia cívica, una cultura ética, participativa y democrática, rechaza estas políticas antisociales y sus gestores y apuesta por un cambio de estrategias políticas y de políticos. O sea, la mayoría de la ciudadanía exige la renovación de esas élites y la profunda regeneración democrática del sistema político. Incluso llegando más allá, a la demanda de recambio de esta clase política con la opción de que Lo mejor para renovar y revitalizar nuestra actual vida política sería que…surjan nuevos partidos, plataformas o agrupaciones que compitan con los actuales partidos y que permitan así a los ciudadanos un número más amplio de opciones por las que poder votar, la eligen ya en el año 2013 (datos de Metroscopia, en el diario El País del 2 de junio) el 70% de los encuestados y sólo el 25% apoya la continuidad de los mismos partidos. La crítica popular a esa actuación política de las capas gobernantes, prepotente y regresiva socialmente, es clara y contundente. Según la encuesta postelectoral del CIS, de junio de 2014, a la pregunta Los/as políticos no se preocupan mucho de la gente como Vd., las respuestas de la población son las siguientes: Muy de acuerdo, 46,2%. De acuerdo, 37,3%. En desacuerdo, 12,7%. Muy desacuerdo, 1,3%. El que más del 80% de la población considere que las y los políticos no se preocupan suficientemente por la gente supone un cuestionamiento democrático a esa élite política, ya que considera que sus prioridades son otras, el beneficio de la minoría poderosa y el suyo propio. Es una crítica en toda regla a una función que, en lo fundamental, no se considera representativa del interés de la sociedad o del bien común. Estos datos no son nuevos; similares conclusiones proporcionaban ya las encuestas de Metroscopia, publicadas (diario El País) los días 5 de agosto de 2012 y 13 de enero y 2 de junio de 2013. Pero a continuación hay que añadir y remarcar que “cuando la ciudadanía critica a la política 18 o rechaza a los políticos se están refiriendo a la gestión institucional actual de la clase política gestora, fundamentalmente, a las élites o los aparatos de los grandes partidos –bipartidismo- con responsabilidades gubernamentales en los recientes planes de ajuste y austeridad y con incumplimiento de sus compromisos con sus electorados” (Antón, 2013: 175). La importancia de la ‘casta’ para Podemos ¿Cuál es el significado que le dan portavoces de Podemos a la palabra casta? No está muy acotada y su utilización por algunos activistas tiene los riesgos de una inclusión desproporcionada de sectores que, aunque pueden avalar el papel y la política de la casta, no son los gestores directos del poder regresivo, ni gozan de la superioridad jerárquica y los privilegios y ventajas que ofrece su actividad o su estatus, o su aprovechamiento ilegítimo. El extremo es considerar como casta a todos los que reúnen una de las dos condiciones: privilegios especiales y pertenencia al poder institucional. O bien, no diferenciar la gravedad o levedad de esas dos circunstancias y su persistencia o no. Todas las personas que cometen delitos, fraude y corrupción, lo deben pagar. Las élites gobernantes, responsables de una gestión regresiva y autoritaria, deben ser denunciadas públicamente, merecen un juicio político con el rechazo de la mayoría de la sociedad y, democráticamente, ser desalojadas del poder. Para evitar la confusión política sobre quién es el adversario (la clase dominante), neutralizar los efectos sectarios o contraproducentes de una utilización indiscriminada de esa palabra, ampliar la base social de apoyo propio y favorecer el aislamiento de la auténtica casta, hay que delimitar las características y composición de ese grupo social poderoso pero minoritario. Al revés, la propia casta y sus defensores intentan difuminar esos rasgos oligárquicos, de forma retórica amplían su composición para demostrar lo erróneo de esas descripciones y defenderse de las críticas y, particularmente, pretenden legitimar su posición y garantizar su estabilidad y continuidad, desacreditando las voces críticas adjudicándoles un carácter sectario e irreal. En ese sentido hay que evitar una utilización extensiva y unilateral del término. Por tanto, es fundamental la definición de la ‘cosa’ y ver luego cómo se nombra. Existen dos trampas posibles en la palabra casta: 1) la excesiva extensión de su contenido, porque facilita la defensa del núcleo duro, la auténtica casta, aleja a sectores significativos bajo su influencia y desacredita a los críticos; 2) no valora la ambivalencia de las élites políticas gobernantes, su distinto grado de implicación en las políticas regresivas, así como su prepotencia y duración. Una expresión afortunada en el plano mediático para esclarecer el comportamiento y la función de unas élites dirigentes antisociales y desmontar su embellecimiento, utilizada sin estas prevenciones, puede ser útil como cohesión de sectores muy convencidos, pero generar dificultades para seguir deslegitimando ante la mayoría de la sociedad a la auténtica casta, este bloque dominante. En ese sentido conviene distinguir casta –élite u oligarquía que controla el gran poder institucional en su beneficio-, no toda corrupta aunque con un carácter antisocial e ilegítimo, de políticos corruptos o privilegiados que pueden ser de la casta o de instancias inferiores a los grandes aparatos políticos o institucionales. Tampoco se debiera referir al conjunto del sistema político, ni a todos los políticos o representantes 19 políticos. Solo a la minoría gobernante o con una gestión institucional, con dinámicas corporativas de representación de las minorías pudientes, políticas antisociales hacia la mayoría de la población, sin tenerlas en cuenta –déficit democrático- y buscando posiciones de ventaja económica y de poder. Para ser incluido en el concepto de casta sería necesario no solo la condición de políticos profesionales, sino su imbricación con los intereses de la oligarquía económica, su función de gestión de la austeridad antisocial y autoritaria y, todo ello, con privilegios especiales de carácter corporativo o elitista y distanciados de la población. Así, constituye un poder poco legítimo y con mucho de dominación y abuso de poder hacia la ciudadanía. Tendría similitud con el otro concepto utilizado por la dirección de Podemos: oligarquía, como grupo dirigente, dando por supuesto que en ese concepto se incluye no solo a la casta política sino también a la minoría que posee, controla y dirige el poder económico-financiero, es decir, a la casta financieracorporativa. Los poderosos ponen el énfasis en su carácter representativo, sus vínculos con la ciudadanía y su legitimidad electoral, su función neutra e imprescindible para la gestión compleja, económica e institucional. Justifican así la continuidad o la ampliación de su poder, beneficios y privilegios. Dejan en un segundo plano lo que hoy es el aspecto dominante y principal: el carácter regresivo e impopular de su gestión y la función ejecutiva y distanciada de sus representados y la ciudadanía, con el abuso del poder que le permite su estatus. Por tanto, hay escalas en esa limitada representatividad y responsabilidad ejecutiva frente a la mayoría de la sociedad. El acento lo ponemos en los responsables gubernamentales y de la alta administración pública, así como en los aparatos superiores de sus grandes partidos con una gestión de las altas instituciones, con apropiación de privilegios y beneficios corporativos especiales y con impacto en las desventajas y desigualdades de la población. Existen ventajas, privilegios y desigualdades en muchos ámbitos de la sociedad. En las relaciones de género, entre ciudadanos autóctonos e inmigrantes, en las relaciones interétnicas, en la escuela, en el mundo empresarial. Particularmente, hay relaciones jerárquicas y estatus desiguales en el mundo asociativo, sindical y político, así como en la administración pública, respecto a las personas subordinadas o bien a los simples socios, usuarios o clientes. Hay capas que reciben beneficios significativos por complacer, avalar o colaborar con los núcleos de poder. También existen personas corruptas, delincuentes, criminales y grupos mafiosos de distinta calaña y categoría. A todos ellos debe recaer el imperio de la ley del Estado de derecho, sin favoritismos y, por supuesto, con las necesarias medidas de prevención, reciclaje y reinserción social. No obstante, unos pueden ser de la casta y otros no. Hay que establecer el grado de su conexión con el poder, su acumulación de ventajas ilegítimas y los efectos para el conjunto de la sociedad. No todo el que se apropia de privilegios y ventajas inmerecidas o comete delitos merece la calificación de perteneciente a la casta. Muchas de esas situaciones tienen una diferencia cualitativa con la casta, como capa dominante que controla los grandes resortes del poder institucional y económico y se sirve de ellos para reproducir y ampliar la desigualdad y someter y explotar a la mayoría de la sociedad. Tiene un poder inmenso que impone sus intereses oligárquicos por encima de los de la población en su conjunto. Por mucho que pretende justificar ese proceso de acumulación de poder como complementario o imprescindible para el 20 bienestar colectivo (o la recuperación económica y del empleo), la realidad cada vez más reconocida por la población es la contraria. Su prioridad es el beneficio privado de unos pocos y su posición de dominio. Por el contrario, la ciudadanía indignada y el movimiento popular progresista tienen una aspiración universalista: debilitar su poder; garantizar la igualdad y los derechos ciudadanos, y satisfacer las demandas del conjunto de la sociedad, especialmente de los sectores más desfavorecidos. La casta como cultura y la ambivalencia del sistema político Por otra parte, dentro del campo crítico (Fernández-Llebrez, 2014), existen otras interpretaciones más limitadas del contenido de la palabra casta: Sí existiría y tendría una relevancia política, pero sería solo una “forma de comportamiento específico en el seno de la élite política”, no “una condición de la política actual insertada en las instituciones democráticas”; o sea, consistiría en cierta “cultura directiva” que desvirtúa la democracia, pero que “no queda identificada con el conjunto del sistema”. Desde luego, no hay que confundir casta, tal como la hemos definido, con el conjunto del sistema político. Pero esa definición solo por la cultura directiva y el comportamiento de cierta élite política, aspectos que también posee, diluye el carácter institucionalizado y de poder que tiene esa minoría gobernante y gerencial que, en estos tiempos, está imponiendo, frente a la opinión de la mayoría de la ciudadanía, una gestión antisocial y poco democrática, en perjuicio de las capas populares y en beneficio, sobre todo, de una minoría rica y elitista. Y este contenido sustantivo, grupo superior que abusa de su poder en beneficio propio o de la oligarquía y en perjuicio de la ciudadanía, es el fundamental para esclarecer, por una parte, las clases dominantes de la sociedad y, por otra parte, el proceso de deslegitimación de la mayoría popular contra esa élite poderosa. Por tanto, esa definición de casta por una cultura directiva o comportamiento, no incorpora suficientemente ese componente institucional de la élite dirigente – política y económico-financiera- que tiene, sobre todo, un carácter de dominación, autoritarismo y desprecio a la mayoría de la gente. Las capas gobernantes tienen también un carácter ambivalente. Por un lado, tienen un componente representativo de la ciudadanía, incluso gestionan actividades más o menos neutras o por el interés general de la sociedad. Pero, por otro lado, poseen un componente oligárquico, de dominación, prepotencia y antisocial. Y, en estos tiempos, esas características han configurado el rasgo principal de la mayoría de las clases gobernantes, especialmente en el sur europeo. En definitiva, la palabra casta (política) señala a los miembros del poder institucional o gubernamental, ejecutor de las políticas de austeridad impuestas a la ciudadanía, con incumplimientos de sus compromisos sociales y democráticos, con ventajas y privilegios para la minoría poderosa y desigualdades y desventajas para la mayoría de la sociedad. No se trata solo de acertar con el diagnóstico de las características y el sujeto de ese poder oligárquico sino, sobre todo, la cuestión crucial son las medidas y alternativas para derrotarlo, frenar sus ventajas y privilegios, neutralizar las graves consecuencias sociales por su gestión y profundizar la democracia. 21 En un plano más general, en las actuales sociedades europeas, las expresiones régimen político, sistema político y estado reflejan también una realidad ambivalente. Por un lado, tienen el componente democrático y representativo de la ciudadanía. Por otro lado, son instrumentos de dominación y control social en favor de las clases dominantes. Además, ejercen funciones más o menos neutras o positivas, necesarias en una sociedad compleja: desde las garantías de protección social pública y los servicios públicos y prestaciones sociales hasta los sistemas de mediación institucional y gestión de recursos públicos y la regulación de los mercados privados. Son los mejores aspectos del Estado social, democrático y de derecho del Estado de bienestar europeo. Así, esos componentes institucionales y sus correspondientes gestores y empleados públicos son los más apreciados por la ciudadanía, según hemos explicado antes. Evidentemente, cuando se utilizan expresiones críticas contra el régimen, el sistema o el estado, las personas se están refiriendo a sus componentes oligárquicos, regresivos y autoritarios, que se han reforzado últimamente. Y, precisamente, su rechazo va unido a la exigencia y las garantías por la consolidación de los otros componentes: la democracia, los derechos sociolaborales, los servicios públicos y la regulación de la economía en función del bienestar de la población. La oligarquía financiera y las clases dirigentes se parapetan de esas justas críticas tras la legitimidad de la función positiva o neutra de las grandes instituciones o sistemas democráticos que controlan. Su aparato mediático las desecha como inexistentes y, en segundo término, como secundarias. Y hay que hacer hincapié en que aun admitiendo la ambivalencia, la complejidad y la multilateralidad de la composición, el papel y las políticas de esas élites dominantes, el aspecto principal debe ser de crítica y deslegitimación al grueso de su gestión que es regresiva e impositiva, al menos en esta fase histórica y en países como España. Y en sentido positivo, reafirmar la defensa de la igualdad y la democracia. La conclusión es que la tarea fundamental de las fuerzas alternativas es la derrota de la casta como bloque de poder, su sustitución por una representación más democrática y el giro social de las políticas socioeconómicas. Supone una transformación profunda del sistema político y las estructuras económicas y sociales, con una orientación emancipadora e igualitaria. El rechazo ciudadano a esa gestión impopular de las élites dominantes es evidente. Es legítima la crítica a las insuficiencias básicas de este régimen o sistema político (con una Transición inmodélica, según expresión de Viçens Navarro), acentuadas en estos momentos de crisis sistémica, políticas de austeridad y deslegitimación social de sus gestores. Pero hay que evitar caer en la unilateralidad de asociar al conjunto del Estado o del sistema político solo con su componente oligárquico y de dominación o el carácter regresivo e impopular de sus principales gestores o gobernantes. Considerando que los rasgos antidemocráticos y antisociales de las clases dominantes son los principales en el momento actual, la prioridad es concentrarse en la oposición cívica y democrática frente a ellos. En la opinión ciudadana se ha superado parcialmente el embellecimiento de este sistema derivado de la época en la que solo se divulgaban sus rasgos positivos: la democracia, el ascenso socioeconómico y cultural, la protección social, la distribución pública… Ahora han aparecido abiertamente sus rasgos más oscuros que antes estaban soterrados, particularmente en la opinión publicada en los grandes medios. La pugna 22 sociopolítica y de legitimación social es dura y compleja. No hace falta dificultarla más dando mayor amplitud o consistencia a los adversarios del núcleo duro oligárquico. Se deben sortear sus parapetos (su componente representativo) y sus defensas (su labor no estrictamente antisocial), reconociendo su ambivalencia, para tener mayor legitimidad social frente a su principal componente oligárquico, prepotente y regresivo. Casta y clase social En algunos ámbitos de la izquierda, particularmente la de tradición marxista, se ha opuesto al discurso de la casta el de la clase social. Es una polarización falsa que puede estar condicionada por unos supuestos reflejos identitarios o, simplemente, de oportunidad y efectos propagandísticos, al utilizarse como bandera, la primera por portavoces de Podemos, la segunda por dirigentes de IU. El asunto es evitar los malentendidos para señalar los puntos similares sustantivos y poder reflejar una ideafuerza común. Con la palabra casta se pueden denominar características y situaciones diversas, y de hecho así ocurre. No obstante, tal como hemos explicado, esa palabra, y todavía más ligada a la de oligarquía como élite dirigente, ha servido para definir aspectos fundamentales de las capas dominantes, visibilizar en la sociedad su carácter impopular y regresivo y superar las interpretaciones embellecidas del poder oligárquico. Ha sabido enlazar con la extendida opinión popular del descrédito de las élites gobernantes y financieras, y darle una carga crítica y éticamente peyorativa. Es decir, en lenguaje marxista tradicional, ha definido y ‘desenmascarado’ a la clase dominante, a componentes y actuaciones fundamentales de la misma, de su dominio frente a las clases populares, subordinadas y explotadas. No tiene mucho sentido oponer a esa categoría otra como ‘clase burguesa’, hoy con poca capacidad comunicativa. Se pueden utilizar otras, también de la tradición marxista o weberiana, como clase dominante y oligarquía, con un contenido similar a la novedosa (y también clásica) casta. Como hemos señalado, hay diversas expresiones similares aunque con diversos matices. Es necesario analizar las insuficiencias de cada expresión y las utilizaciones unilaterales o contraproducentes. Pero lo sustancial es la caracterización rigurosa del poder oligárquico o las capas dominantes, ponerse de acuerdo en lo relevante de su gestión y sus estrategias. Ese análisis es fundamental porque define el ‘adversario’, responsable principal de la desigualdad y la dominación, a frenar y vencer. Luego viene la capacidad para expresar el significado más adecuado a la realidad y, al mismo tiempo, de mayor impacto deslegitimador, así como que sirva para sintetizar las ideas de la gente crítica y hacer pedagogía con ella. A nuestro parecer, los dirigentes de Podemos no confunden casta con el conjunto del sistema político o con la democracia, incluso con todos los políticos. La llamada casta o élite dominante tiene una especial relevancia en el control de los mecanismos del poder institucional y su imbricación con el poder económicofinanciero. La casta política, a la que se suele referir en el ámbito mediático, unida a la casta económico-financiera tiene gran parecido con la oligarquía, palabra que también utilizan los portavoces de esa organización. 23 Aparte de la interconexión de altos gestores públicos con distintos lobbies privados y empresariales, son habituales las llamadas ‘puertas giratorias’ entre exdirigentes gubernamentales y altas responsabilidades en las grandes empresas o multinacionales (líderes socialistas como Schroeder, Blair o Felipe González dan prueba de ello). El resultado es que esos aparatos o capas dirigentes abusan de sus privilegios con prepotencia ante el resto de la sociedad. Algunos son directamente corruptos. Otros, para mantener su estatus ventajoso, subordinan a sus propios afiliados y cargos intermedios utilizando todos los resortes disponibles para imponer disciplina y ausencia de disidencias. Por tanto, la cristalización de esa casta, en este contexto y con sus actuales políticas antisociales y no democráticas, supone una involución social y democrática del régimen político. Abre la necesidad de un cambio sustancial, con un proceso constituyente, con participación cívica y nuevos y legítimos representantes políticos. No es un núcleo de poder cualquiera o en otros momentos económicos expansivos o de avances sociales y democráticos. Hay que hablar de su función específica en estos momentos. Y el importante papel regresivo y antipopular de esta casta le confiere un carácter especialmente negativo, en los planos democrático, social y ético. La solución no es cambiar una casta por otra, sino impedir esa función social de dominación antisocial, desprecio democrático y privilegios especiales. Es decir, se trata de debilitar el poder oligárquico, revalorizar el papel de la política como gestión pública de la representación de la sociedad y la subordinación de la economía, junto con la participación de la ciudadanía y el respeto a sus demandas. Se trata de profundizar en una democracia social y participativa. Hay una fuerte pugna sociopolítica y cultural por la interpretación y la legitimidad de los distintos actores sociales y políticos, básicamente en dos campos: por un lado, el bloque de poder liberal-conservador con su política de austeridad (flexible), con el consenso de la socialdemocracia europea, y por otro lado, la ciudadanía indignada contra los recortes sociales y la actuación prepotente de los poderosos junto con la movilización popular y el ascenso de las fuerzas políticas alternativas. En particular, las direcciones socialdemócratas tienen una responsabilidad por su gestión gubernamental regresiva. El PSOE y su medios afines continúan en la ambivalencia. El aparato socialista no se ha distanciado suficientemente del poder liberal-conservador, dominante en la Unión Europea. Su retórica actual pretende hacer creer que se diferencia de la derecha, pero en lo sustancial no ha cambiado de estrategia, evita un giro hacia la izquierda y pone el foco de atención en la crítica contra Podemos. Es dudoso que esa posición retórica consiga credibilidad ante la sociedad y le permita recuperar su base social desafecta. En caso de fracasar con esa imagen centrada, su responsabilidad de Estado le inclinaría a reforzar los pactos con el PP y descartar una política y unos acuerdos para un cambio político realmente progresivo. En el campo crítico y alternativo, aunque con un relativo esfuerzo interpretativo, debiera ser fácil profundizar y encontrar elementos de acuerdo en el análisis de los poderosos o clase dominante y la dependencia que imponen a los grandes mecanismos económicos y políticos. Es la base para diseñar un programa alternativo al establishment y una actuación unitaria. 24 4. Democracia y ciudadanía frente a poder oligárquico Dicotomía supone división de una realidad en sus dos partes fundamentales. Hemos explicado la polarización entre izquierda y derecha. Es un conflicto definido en el campo político-ideológico, en particular ante la cuestión social y los modelos socioeconómicos y políticos. Es fundamental en la historia del capitalismo en estos dos últimos siglos. Expresa la polarización de la sociedad capitalista (o de economía de mercado) frente a sus características fundamentales de desigualdad y dominación impuestas por el poder oligárquico (económico-financiero y político-institucional) a las mayorías de las sociedades y los pueblos. Esa dinámica binaria es paralela y está conectada, no de forma determinista o exclusiva, con el conflicto de intereses y demandas de los dos principales polos del poder político y el dominio de los recursos económicos: las clases dominantes (burguesía, oligarquía, casta…) y las clases subordinadas (capas populares o clases trabajadoras y medias, ciudadanía, pueblo o gente corriente…). Existen otras divisiones fundamentales, vistas desde el punto de vista dicotómico. La principal, por sus implicaciones geoestratégicas, políticas y culturales es la diferenciación según el estatus nacional o identitario (nacionales y extranjeros, ‘nosotros’ y ‘ellos’). En fin, hay otras divisiones relevantes como las de sexo (varón-mujer) y edad (joven-adulto), o por preferencias religiosas, culturales y de orientación sexual. Para establecer una diferenciación en un eje determinado conviene definir sus polos en el mismo plano. Por ejemplo, respecto del poder y el control económico y social, portavoces de Podemos señalan una posición binaria: arriba estaría la oligarquía y la casta y abajo la ciudadanía, el pueblo o la gente normal y corriente y su expresión democrática. Considerando que lo primero es una minoría dominante cabría un concepto que exprese a la mayoría de la sociedad subordinada (popular) y distinta de esa élite dominante. Aunque también se podría establecer el antagonismo con el conjunto de la sociedad (ciudadanía o pueblo como población total). Se puede considerar que un poder oligárquico y prepotente (por ejemplo, los poseedores del capital financiero y especulativo) perjudica a toda la humanidad (y la naturaleza). Y, al contrario, que un poder cívico y democrático, apoyado en la mayoría popular, puede beneficiar al conjunto de la sociedad (y la sostenibilidad del planeta). La conclusión es que para hacer respetar los derechos humanos universales y garantizar la libertad o no-dominación y la igualdad de todas las personas habría que someter a ese poder dominador a la democracia o, dicho de forma más suave, regularlo. Es decir, debilitarlo hasta quitarle su poder de dominación, respetando, desde luego, los derechos individuales de sus componentes. La representación mayoritaria de la ciudadanía actúa legítimamente en nombre del conjunto de la población frente a una minoría poderosa. No es falta de respeto al pluralismo o la libertad (aunque el Estado restrinja su derecho absoluto a la propiedad y gestión privada de sus recursos), sino garantía de libertad e igualdad para la mayoría que se desembaraza de su dominación. El valor de la democracia 25 Democracia es un sistema de participación de la ciudadanía o el pueblo en los asuntos públicos. Su contrario sería dictadura, como ausencia de participación y libertades, u régimen oligárquico, como gobierno prepotente de unos pocos. La distinción democracia/oligarquía está en el ámbito de las formas o procedimientos de gobierno y en el carácter de sus instituciones públicas. Al señalar el énfasis en la democracia los portavoces de Podemos ponen el acento en un aspecto crucial: la involución democrática del régimen político actual y la necesidad de fortalecer la democracia como sistema político representativo de la población y como participación ciudadana. Se revaloriza la ‘política’ para hacer frente a la oligarquía institucional y económico-financiera. Además, otro elemento no menor, dadas las acusaciones del establishment por su supuesta condición totalitaria, antipluralista, incluso liberticida y violenta, es la reafirmación en una alternativa nítidamente democrática, elevada a la categoría de eje central de su proyecto, con la aspiración de conformar las principales identidades colectivas. Democracia define un contenido sustantivo de un régimen con libertades democráticas y representación y pluralidad políticas, con fórmulas de amplia participación ciudadana. Tres aspectos se pueden matizar en los ejes propuestos. Profundizar la democracia fortaleciendo su carácter social En primer lugar, la denominación del eje político democracia/oligarquía no incorpora el contenido y la orientación social del sistema político y sus tareas respecto de la economía y las estructuras sociales desiguales. Es un elemento central en el actual contexto para la identificación de la ciudadanía crítica y la definición de un proyecto transformador. Se podría deducir que con un régimen más democrático y participativo, las demandas populares y del conjunto de la sociedad se mostrarían más abiertamente e influirían en las élites políticas para que incorporen una orientación social progresiva. El componente anti-oligárquico (como sistema) o democrático (igualdad jurídico-política) llevaría, casi automáticamente, al componente social y económico (igualdad socioeconómica). Ese sentido se puede reforzar con la revalorización de la ciudadanía frente a la casta. El empoderamiento de la ciudadanía, del pueblo, lleva al enfrentamiento con la casta, como grupo de dominación y privilegios, y de ahí surgen las demandas ciudadanas que serían populares, emancipadoras e igualitarias. No obstante, el paso de un plano (democracia/estructura política) a otro (igualdad social/estructura social y económica) está lleno de mediaciones y no está determinado mecánicamente, en una dirección o la contraria. Especialmente, a efectos de configurar un marco global o unos símbolos con aspiraciones identificadoras, es preciso explicitar ese componente de igualdad social que no aparece directamente en esos ejes y que afecta a otros campos sociales no solo económicos, como la igualdad de género. Es también un puente con las tradiciones de las izquierdas democráticas que, precisamente, tienen este componente de la igualdad como central. En su contrario, la crítica al eje izquierda/derecha y la defensa de estos ejes alternativos no debe ser a costa del gran valor de la igualdad o infravalorar la experiencia popular de y frente a la desigualdad. Para realzar este aspecto básico se puede hablar de una alternativa de democracia social o avanzada socialmente, es decir, que busca la igualdad en todas las 26 estructuras sociales y tiene una capacidad regulatoria de la economía para ponerla al servicio de la sociedad. Por ejemplo, para acentuar este rasgo de las demandas populares, la democracia social se puede oponer no al componente lógico de sistema oligárquico sino a una finalidad transformadora sustancial: frente a la desigualdad. Este punto débil deriva del enfoque ambiguo de la teoría populista que hace hincapié en la lógica del enfrentamiento político dejando en un segundo plano el contenido sustantivo o ideológico de su orientación (Antón, 2015). La ciudadanía es el sujeto de la democracia En segundo lugar, la ciudadanía es el sujeto de la democracia, quien tiene que diseñar y decidir sobre los tipos de sociedad e instituciones públicas a construir, respetando los derechos humanos universales y la autonomía del sujeto individual. Frente al gobierno de unos pocos y el poder de la oligarquía se levanta el pueblo soberano y se pone el acento en su capacidad constituyente. No significa, necesariamente, que todas las instituciones actuales o todas las leyes y normas regulatorias y de convivencia sean negativas o haya que partir de la nada. Hablar de proceso constituyente es conveniente para fortalecer ese espíritu democrático, participativo desde abajo y transformador. Pero sigue siendo un procedimiento participativo para un cambio que se supone profundo y que hay que definir más y mejor. Hoy ya se habla de reformas constitucionales sustanciales: estructura territorial, forma de Estado –Monarquía o República-, garantía de los derechos sociolaborales – incluida derogación del artículo 135 y demás leyes regresivas-, capacidad institucional de regulación económica -la propiedad privada y los mercados-, proyección solidaria y democrática en la construcción europea… Solo para ello casi se necesitaría una nueva Constitución, es decir, un proceso constituyente con una amplia voluntad popular de configurar un Estado social, democrático y de derecho más avanzado, respetuoso con la realidad plurinacional y los legítimos derechos nacionales y que permita una salida justa de la crisis y un largo periodo progresista. Sin embargo, es insuficiente quedarse en la llamada a la consulta de la opinión del pueblo o la ciudadanía dando por supuesto, desde una posición esencialista o determinista, que la mayoría de la sociedad siempre va a optar por lo más avanzado o progresivo. La hegemonía ideológico-cultural o la conformación del sentido común mayoritario en la población, en las sociedades con fuertes desigualdades en la estructura social, política y económica, está condicionada por ellas. Las clases subalternas, no todas ni en el mismo grado, adquieren una identificación popular a través de un comportamiento de antagonismo sociopolítico, democrático e igualitario, con el poder autoritario y regresivo. En condiciones de subordinación, la actitud crítica de las mayorías sociales se refuerza con la participación en el conflicto social y político frente a la dominación y la explotación. Hay que combinar la mayor exigencia de radicalidad democrática y la capacidad expresiva de la ciudadanía con el reconocimiento de las mediaciones de todo tipo que tiene la formación de las opiniones, preferencias e identificaciones de la población. Una visión constructivista extrema sobrevalora el papel decisivo del activismo ideológico-cultural de un fuerte liderazgo intelectual o político para articular grandes procesos sociales y conformar identificaciones colectivas. Es también el error de la 27 tradición leninista de las vanguardias revolucionarias. Ahora estaríamos en el polo contrario, la sobrevaloración de las transformaciones culturales y las actitudes políticas que vienen de abajo, a partir de una relativa espontaneidad de la acción popular y derivadas (casi automáticamente) de sus condiciones de subordinación, marginación y explotación. Se vuelve a reproducir el riesgo de caer en el eje, antes aludido, entre elitismo político y cultural o constructivismo y estructuralismo determinista (económico o institucional). La conjunción de discurso y acción comunicativa, por arriba, con predisposición popular o ciudadana, por abajo, conformaría un nuevo campo sociopolítico y una hegemonía cultural frente a la oligarquía y la casta. Esos dos polos son fundamentales. Pero se volvería a infravalorar un elemento clave: las realidades, más o menos ambivalentes, que configuran esos polos y median entre ellos. Es decir, el hecho de que la conformación histórica y relacional de los sujetos y actores sociopolíticos se realiza a través de un costoso, complejo y diversificado proceso de participación y debate en la pugna sociopolítica y también cultural. Esa ‘experiencia’ popular, con sus mediaciones institucionales, organizativas y culturales, su diversidad interna y su interacción con los grupos de poder, es clave para explicar y configurar los procesos sociales. Frente a minoría poderosa, mayoría democrática En tercer lugar, la ciudadanía, o de forma similar el pueblo soberano, se contrapone a la casta. A través de su expresión democrática se enfrenta a la oligarquía como sistema de dominación de una capa minoritaria, prepotente y con privilegios. Existen dos realidades no antagónicas sino complementarias: el conjunto de la sociedad (ciudadanía, pueblo, población…), y la parte mayoritaria de la misma, las capas populares (pueblo –como la parte modesta-, gente –normal y corriente-) diferenciadas de las clases elevadas. La palabra pueblo tiene la doble acepción y conviene precisar su uso en un sentido u otro. Cuando se utiliza para denominar el conjunto y oponerla a una parte (casta u oligarquía) no supone necesariamente el no reconocimiento de la pertenencia de los miembros de la élite dominante a esa sociedad y, por supuesto, a sus libertades y el respeto de sus derechos humanos. La cuestión es que se disputa la representación del interés general de la sociedad, del bien común de la población. Las minorías oligárquicas, las clases dominantes, siempre han querido ser consideradas como representantes de esos bienes colectivos y universales (compaginados con sus beneficios privados y su poder). La cuestión es que la mayoría popular sí puede decidir, legítima y democráticamente, una norma para toda la sociedad y exigir su respeto a la minoría disconforme (en este caso, los poderosos) sin faltar a sus derechos fundamentales. Por supuesto, las mayorías deben reconocer a las minorías y respetar sus derechos. En distintas tradiciones europeas se ha aplicado la regla democrática de la mayoría para decidir asuntos que afectan al conjunto, aunque sin confundir los dos planos. No se trata solo de la figura básica de la democracia: las decisiones, cuando no hay consenso, las define la mayoría (a veces, cualificada) respetando la pluralidad existente. Es el principio de acatamiento a la ley (legítima) y, en esta situación, la mayoría de la ciudadanía y el Estado del derecho se la podrían imponer al minoritario poder oligárquico (ilegítimo). La tradición liberal-progresista deslegitima la tiranía, la 28 dictadura y el antiguo Régimen, reafirmándose en el pueblo emergente. La idea marxista defiende el componente universalista de las clases trabajadoras y populares en su afán de destruir a la burguesía como clase social dominante, no a los individuos, y así beneficiar a la mayoría y al conjunto de la sociedad. Incluso tradiciones cristianas, apoyándose en los evangelios, atacan a la riqueza en nombre de los pobres y exigen que los ricos dejen de serlo, cumpliendo una misión liberadora para todos. Pues bien, según esa lógica transformadora, la mayoría de la ciudadanía o el pueblo puede pretender que la clase dominante se disuelva (o debilite) y sus miembros solo formen parte de la sociedad como unos individuos más, no de una capa superior y autoritaria. Se les impide su pertenencia a la élite dominante, sus funciones de dominación y los privilegios acarreados porque la mayoría de la sociedad y sus instituciones representativas la neutralizan o diluyen. Pero esos individuos forman parte de la sociedad democrática y están incluidos en ella como unos ciudadanos más, con sus derechos y deberes (incluido también el cumplimiento de penas por sus delitos). De forma similar, cuando se habla de la mayoría de la ciudadanía o de las capas populares (o el pueblo como gente corriente) sus representantes legítimos asumen su capacidad representativa y decisoria sobre las instituciones y normas del conjunto, es decir, de aplicación universal para la población. Por supuesto, respecto del establishment y también dentro de las capas populares, puede haber distintos intereses, demandas, opiniones y preferencias. Y es imprescindible reconocer la pluralidad y arbitrar mecanismos que faciliten amplios consensos sobre intereses comunes a toda la sociedad y el respeto a los valores universales, individuales y colectivos, de todos los individuos y grupos sociales. Pero no se puede decir que aplicar la regla democrática de la mayoría ciudadana frente a la minoría de privilegiados del poder oligárquico sea un gesto de dictadura. Para ser plenamente democrático hay que combinar la legitimidad representativa de las mayorías, expresada libremente y con igualdad de oportunidades, con la tolerancia, el reconocimiento y la integración de las minorías, el respeto de la diversidad y el pluralismo y el consenso básico para garantizar una convivencia pacífica. Pero no se puede avalar a los poderosos que, por una simple subida de impuestos progresiva o la restricción a sus ventajas y privilegios, claman al cielo por la falta de respeto a su libertad y el autoritarismo del Estado. Y no los matan o los llevan a la guillotina como acusa Esperanza Aguirre, presidenta del PP de Madrid, a los dirigentes de Podemos. A lo largo de la historia, la ausencia de respeto al pluralismo y la diversidad, así como las políticas de exclusión o marginación hacia minorías disidentes o diferentes se han pretendido justificar por la jerarquía de un supuesto bien mayor. Según qué tradiciones políticas e ideológicas ha sido en nombre de Dios, la Patria y el Estado. Igualmente, se han cometido atrocidades con el pretexto de defender al proletariado o el pueblo, incluso para el supuesto avance de la civilización, el socialismo, la democracia o los derechos humanos. La alternativa de los poderes autoritarios y grupos fundamentalistas para los disidentes u opositores es la asimilación, la rendición y el sometimiento o, bien, el aislamiento, la expulsión y la represión. Por tanto, hay que reafirmar los criterios democráticos básicos ante la presencia de divergencias: la tolerancia, el respeto y el reconocimiento del ‘otro’, el diálogo, los procedimientos consensuados para abordar los desacuerdos y, en todo 29 caso, la garantía de convivencia social, cultural e interétnica ante la persistencia o la profundidad de las diferencias. Incluso ante oligarcas criminales y terroristas hay que respetar sus derechos humanos y las reglas del Estado de derecho. Esta doble dinámica democrática de combinar las decisiones por mayoría con el respeto a la minoría y sus derechos no siempre es bien comprendida y aplicada. Avanzamos una reflexión sobre un aspecto problemático de la teoría populista. E. Laclau, intelectual argentino post-marxista, influyente en los movimientos populares latinoamericanos y en algunos dirigentes de Podemos, y que se autodefine como populista de izquierda; refiriéndose a la relación y el conflicto del pueblo con el poder oligárquico, expone lo siguiente: En el caso del discurso institucionalista… todas las diferencias son consideradas igualmente válidas dentro de una totalidad más amplia. En el caso del populismo, esta simetría se quiebra: hay una parte que se identifica con el todo. De este modo, como ya sabemos, va a tener lugar una exclusión radical dentro del espacio comunitario… El rechazo de un poder realmente activo en la comunidad requiere la identificación de todos los eslabones de la cadena popular con un principio de identidad que permita la cristalización de las diferentes demandas en torno a un común denominador (2013: 108). El no reconocimiento de la minoría o del ‘otro’ lleva a anular sus derechos y excluirlos de la comunidad. El que, además, ese pensador lo considere un rasgo del populismo lo contamina con un componente claro de falta de sensibilidad democrática y respeto al pluralismo en la sociedad. El problema aquí no es una visión dicotómica con dos partes diferenciadas, o que la mayoría decida una norma para todos. Ambas cosas podrían ser compatibles con el establecimiento de cooperación y diálogo, o incluso de una fuerte pugna entre ambas partes, pero con respeto a los derechos humanos y a valores comunes para toda la humanidad. El error es que a una parte de la ciudadanía, aunque se refiera a la capa dominante o autoritaria y no sea extensible a una parte popular, se le ‘excluye’ de la comunidad con el pretexto de su no reconocimiento como parte del conjunto. Se traspasa la frontera del no respeto a los derechos humanos de una minoría que, aunque sea o haya sido poderosa y cruel, también forma parte de la ciudadanía. El estado de derecho hay que aplicarlo sin excepciones. Otra cosa es valorar que unas demandas democráticas de capas populares sean más justas que las políticas del poder oligárquico y aspiren a conseguir la legitimidad y la hegemonía cultural en la mayoría de la sociedad. Supondría conformar unas demandas ciudadanas comunes y construir una identidad popular, admitiendo su heterogeneidad interna pero diferenciada de las clases dominantes. Esa hegemonía cultural y política consiste en una superioridad democrática de la mayoría de la ciudadanía emancipadora, que le da mayor legitimidad cívica y autoridad moral y política frente a la minoría poderosa regresiva, amparada en su gran poder económico e institucional pero con menor legitimidad social. No supone exclusión o eliminación de los miembros de las élites dominantes sino freno a sus demandas ilegítimas y exigencia de cumplimiento de las reglas democráticas, en esta ocasión, gestionadas por la mayoría popular progresista. Ahora vamos a clarificar el concepto de pueblo. 30 Significado plural de pueblo y consistencia transformadora La utilización de expresiones colectivas, ciudadanía, pueblo… (en los dos sentidos, de conjunto y parte mayoritaria de la sociedad) no presupone ni conlleva necesariamente una visión intrínseca unitarista, de no reconocimiento de la diversidad o de marginación a partes minoritarias, ya sean de las élites o de capas subalternas y personas diferentes. La palabra pueblo (diccionario María Moliner) quiere decir: 1) Conjunto de los habitantes de un país (o una comunidad) o de todos los gobernados; 2) Conjunto de personas que viven modestamente de su trabajo. En esta segunda acepción sería la gente corriente o el pueblo llano, es decir, la parte de la sociedad diferenciada de las élites o la casta, significado similar al que ofrece el Diccionario de la Real Academia Española-DRAE en la segunda acepción: “Población de menor categoría, o gente común y humilde de una población”. La palabra pueblo no conlleva un déficit democrático en relación a la palabra ciudadanía que es, precisamente, la que Podemos suele utilizar como referencia frente a casta en el otro polo del antagonismo. Es un exceso sin fundamento decir que el uso de esa palabra sea sinónimo de antipluralista porque pueblo remite a una unidad incompatible con el reconocimiento de sus partes constitutivas. Esta expresión, al igual que otros conceptos globales, permite la desagregación interna de los distintos individuos, habitantes o personas, así como ocurre con los diversos grupos sociales y las diferentes naciones, grupos étnicos y clases sociales. Existen corrientes fundamentalistas o totalitarias (neofascistas, nacionalistas o comunitaristas-identitarias extremas) con una visión esencialista (organicista) que pretenden anular al sujeto individual u otros grupos diferentes. Esa posición sí es incompatible con la percepción usual de un pueblo compuesto por grupos sociales diversos, por personas autónomas y concretas con sus derechos individuales y colectivos. Pero es poco objetivo asociar a Podemos con esas posiciones totalitarias y antipluralistas, tal como hacen algunos portavoces de la derecha mediática (y también de la socialdemocracia). A cualquier palabra se le puede dar un significado compacto y monolítico sin aceptar la diversidad interna de su contenido. Es el caso no solo de pueblo sino las citadas de nación, grupo étnico o clase social. Pero también de grupos pequeños como la familia o la pareja en las concepciones patriarcales, o el propio individuo, única realidad existente según el fundamentalismo individualista, postmoderno y liberal extremo. Pero deducir el supuesto déficit democrático del pensamiento de Podemos a partir del uso de la palabra pueblo como eje de su discurso frente a las élites dominantes es, cuando menos, tendencioso. Algunas formulaciones del entorno de este partido-movimiento son de línea gruesa para reforzar el empoderamiento del pueblo o la ciudadanía y romper el monopolio del poder oligárquico. Su atrevimiento con esa tarea legítima es respondido por una ofensiva ideológica conservadora para deslegitimar los fundamentos de sus críticas y volverlas contra ellos, tal como se escucha desde los portavoces del establishment: “Podemos es el que tiene una ideología totalitaria y antidemocrática y nosotros (los poderosos) somos los demócratas, respetuosos de la libertad y los 31 derechos humanos”. La pugna cultural y de legitimación social es dura y compleja. La ambición del desafío al poder establecido exige afinar las críticas y evitar ideas ambiguas o que se presten a confusión. Conviene siempre precisar convenientemente los argumentos y no dar pie o facilitar campañas de tergiversación y aislamiento, sabiendo que los errores van a ser utilizados, desproporcionadamente, como ejemplos de grandes deformaciones ideológicas y de comportamientos dictatoriales, mucho más peligrosos cuando se tenga más poder institucional. Podemos y su apuesta por la democracia y el refuerzo de la ciudadanía Podemos ha definido y propuesto elementos básicos de un proyecto político: un adversario (casta, sistema oligárquico), una base social de apoyo (ciudadanía o pueblo –descontento-), un programa (más democracia, más derechos, economía al servicio de la gente) y una estrategia transformadora (nuevo campo electoral, movilización social y participación cívica, proceso constituyente). Hemos visto los límites e insuficiencias de cada uno de esos aspectos. Pero globalmente constituyen pilares de una alternativa al poder establecido y sus políticas regresivas y autoritarias y señalan un camino transformador. Todo ello ha sido suficiente para enlazar con el apoyo y la simpatía de una parte significativa de la ciudadanía indignada y el movimiento popular. Pero hay que profundizarlo y matizarlo para acometer las nuevas tareas que aparecen por delante: fortalecer un polo alternativo unitario, social y político, ganar representatividad y peso en las instituciones políticas y apostar por el cambio político y la transformación socioeconómica. Dejamos al margen la valoración crítica que merece el rechazo global al conjunto de este proyecto, tachado de totalitario y extremista, venido desde el poder establecido y su aparato mediático. También se apunta a esa descalificación la dirección del partido socialista e intelectuales afines. Así, Pedro Sánchez, su Secretario General, al definir su estrategia política, insiste en desacreditar a Podemos como un grupo populista que sigue el modelo ‘venezolano’, sin libertad ni progreso y, además, ¡son aliados del PP! (con el desacuerdo de Pérez Tapias, de Izquierda Socialista, que representa al 15% del PSOE y pide un acercamiento). Ello aunque Pablo Iglesias, portavoz de Podemos, recalque que la situación latinoamericana es distinta a la española y que su objetivo fundamental es combatir a la casta y su dominio y privilegios, profundizar la democracia y ensanchar la libertad y la participación ciudadana. Cabe citar algunas interpretaciones no equilibradas, basadas en puntos débiles o parciales, que llevan a elaborar un diagnóstico sesgado sobre Podemos. Existen análisis que ponen el acento en la inexistencia o irrelevancia de la casta, su concepción antipluralista del sujeto ciudadanía o pueblo, su inconsistencia, la inconcreción de su programa y, en fin, la falta de estrategia transformadora y el carácter mítico o formalista de su propuesta de proceso constituyente. En ese sentido, se hace abstracción del contenido sustantivo de casta, el poder establecido, regresivo, prepotente y con ventajas especiales, y se infravalora la amplitud de una ciudadanía indignada, su composición de capas populares y el impacto del movimiento de protesta social progresista. Así mismo, no se valora suficientemente que sí han definido unas ideas clave –democracia, derechos, economía al servicio del pueblo32 frente al poder establecido y que sus mensajes han sido comprendidos y sus líderes aceptados por un sector significativo de la ciudadanía crítica y descontenta. Distintas posiciones del ámbito progresista reconocen la influencia social y política de este fenómeno y el incremento de espacios de participación ciudadana, es decir, lo más evidente. Pero algunas de ellas achacan este hecho, sobre todo, a la oportunidad y el acierto en la difusión de una buena campaña comunicativa (publicitaria), con unos lemas populistas y basados en el estímulo de las emociones populares. O sea, no valoran suficientemente el proceso de conformación de la actual polarización sociopolítica entre, por un lado, élites dirigentes que aplican una política regresiva y prepotente y, por otro lado, una ciudadanía indignada, con un fuerte movimiento popular, progresista y democrático. Es la base consistente en que se ha apoyado un proyecto político-electoral cuyos componentes principales han sido realistas, transformadores y explicados con argumentos racionales, y cuyos mensajes sintéticos han conectado con la cultura cívica y han facilitado el apoyo popular a su liderazgo. La consecuencia es la infravaloración de la construcción de un polo de referencia alternativo, diferenciado de la socialdemocracia y, según los últimos datos, de similar peso representativo. En definitiva, este nuevo proyecto político, que acaba de nacer en una coyuntura crítica, todavía es frágil y necesita maduración. Pero se asienta en una realidad de, por una parte, desigualdad social y autoritarismo institucional y, por otra parte, una amplia conciencia popular crítica y fuertes demandas ciudadanas de cambio. Permite aventurar, si acierta en el desarrollo de sus posiciones clave y la convergencia con el resto de fuerzas alternativas, que puede condicionar todo el panorama político. En particular, para evitar ambigüedades y precisar los objetivos se debería dar un paso más: clarificar lo que vale y lo que no vale del actual régimen político y las distintas izquierdas, explicar el alcance o profundidad del cambio a desarrollar con las fuerzas políticas y movimientos afines, evaluar el suficiente apoyo popular para obtener una amplia legitimidad ciudadana, elaborar un programa alternativo en el ámbito democrático (constitucional o de la arquitectura institucional, territorial y las leyes básicas del Estado) y en los planos socioeconómico y de la construcción europea, utilizar un discurso riguroso y promover una dinámica organizativa transparente, unitaria y democrática. 33 Bibliografía Antón, A. (2011): Resistencias frente a la crisis. De la huelga general del 29-S al movimiento 15-M. Valencia, Germanía. - (2013): Ciudadanía activa. Opciones sociopolíticas frente a la crisis sistémica. Madrid, Sequitur. - (2015): Acerca del populismo. Polarización, hegemonía y ambigüedad ideológica. Cuaderno de trabajo – UAM: http://www.uam.es/personal_pdi/economicas/aanton/publicacion/otrasinvestigacion es/Acerca_populismo.pdf Fernández-Llebrez, F. (2014): El suelo de la izquierda se mueve. Podemos, las elecciones y más allá, en Pensamiento Crítico, julio. Iglesias, P. (coord.) (2014): Ganar o morir: lecciones políticas en juego de tronos. Madrid, Akal. Laclau, E. (2013) [2005]: La razón populista. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica. Monedero, J. C. (2013): Curso urgente de política para gente decente. Barcelona, Seix Barral. 34