EXCESO DE “AFORADOS”1 Javier Tajadura Tejada Profesor de Derecho Constitucional en la UPV-EHU Analista de Funciva Numerosos y graves casos de corrupción política –desde Bárcenas y Gürtel hasta los ERES andaluces pasando por Urdangarín- van a ocupar, un año más, un lugar destacado en el nuevo curso político. Lamentablemente, la escasez de medios que padecen los jueces instructores, y la poca agilidad del sistema procesal, determinan que los procesos de corrupción se prolonguen durante años, dando lugar, en ocasiones, a una sensación de impunidad que desmoraliza a los ciudadanos y erosiona gravemente su confianza en las instituciones. A esta lentitud contribuye también, en buena medida, una muy peculiar y discutible figura procesal: el aforamiento o fuero especial. Se trata de una prerrogativa por la que numerosos cargos políticos no pueden ser procesados por el Juez de Instrucción del lugar donde cometen el presunto delito, sino que únicamente pueden ser juzgados por Tribunales de más alto rango. El fuero especial es una excepción a la regla general que beneficia a determinadas personas y contradice por ello el principio constitucional de igualdad. Si una persona es detenida por conducir bajo los efectos del alcohol en Getxo, el Juzgado de Instrucción de dicho municipio es el encargado de investigar el presunto delito. Ahora bien, si esa persona es parlamentario autonómico, el caso va directamente a la Sala de lo Penal del Tribunal Superior de Justicia y si fuera un ministro del Gobierno de la Nación a la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo. El aforamiento blinda a quienes gozan de él de la posibilidad de ser imputados y juzgados por tribunales de primera instancia. A cambio de ello, lógicamente, se ven privados también de la posibilidad de recurrir la sentencia puesto que esta emana ya del Tribunal de más alto rango. Pero el verdadero problema que plantea reside en el hecho de que la labor de los magistrados de los Tribunales Superiores de las Comunidades Autónomas o del Tribunal Supremo, no es investigar o instruir delitos. Su función es resolver recursos, unificar la doctrina. Resulta sumamente disfuncional atribuirles estos casos. Ello explica que el aforamiento sea una figura procesal que no existe prácticamente en ningún Estado de Derecho de nuestro entorno. Ni en Alemania, ni en Francia, ni en Portugal, ni en Italia, hay aforados. En Francia el aforamiento sólo está previsto para los miembros del Gobierno. Así, por citar un caso conocido, Berlusconi ha sido juzgado y condenado recientemente por un Tribunal de Milán, el lugar donde cometió su delito. Frente a esa situación, España ostenta el record de aforados: unos diez mil cargos públicos. La cifra se incrementaría hasta los 220.000 si incluimos a los miembros de las fuerzas de seguridad aforados ante las respectivas Audiencias Provinciales. 1 Publicado en EL CORREO, el martes 10 de septiembre de 2013. Por otro lado, el aforamiento complica notablemente la instrucción de los delitos en que están implicados varias personas, unos con fuero y otros no. Y ello porque si hay un aforado implicado, el Tribunal competente, normalmente, debe hacerse cargo de la totalidad del caso con lo que pasa a enjuiciar también a personas no aforadas. Podemos hablar así de una fuerza expansiva del aforamiento que contribuye a retrasar y demorar más los procesos. El caso Noos se nos presenta, desde esta óptica, como un paradigma de la disfuncionalidad del aforamiento, y de la necesidad de reducir su ámbito. Como es sabido, Urdangarín no es una persona aforada, y como ciudadano particular, sus presuntos delitos cometidos en Palma de Mallorca están siendo investigados por un Juez de Instrucción de Baleares, J. Castro. Pero las presuntas actividades delictivas de Urdangarín se desarrollaron también de manera importante en Valencia, lo que ha llevado a la Fiscalía a solicitar la imputación de políticos como F. Camps y Rita Barbera. Ahora bien, como estos políticos están aforados ante el Tribunal Superior de la CA de Valencia, en principio, debería ser éste también el Tribunal que enjuiciase a Urdangarín. Frente a esta interpretación, es evidente que la instrucción del Juez Castro está muy avanzada y que sustraerle el conocimiento del caso sólo contribuiría a demorar más su resolución, por lo que parece más conveniente mantener separadas las causas. En todo caso, el ejemplo demuestra con claridad como el aforamiento puede ser un obstáculo en la lucha contra la corrupción. Por otro lado, si al cargo público aforado no le agradara ser juzgado por el Tribunal Superior, siempre le queda la opción de dimitir. Si las cosas se ponen mal, dimite y se cambia de juez. Desde esta perspectiva, una de las medidas a incluir en el cada vez más imprescindible pacto entre las principales fuerzas políticas contra la corrupción, sería poner fin al aforamiento o reducirlo al mínimo como en Francia que sólo incluye a los miembros del Gobierno. Ello exigiría, por un lado, una reforma constitucional mínima puesto que bastaría con suprimir el apartado 3 del artículo 71 (“En las causas contra diputados y senadores será competente la Sala de lo penal del Tribunal Supremo”) y modificar en su caso, el apartado 1 del 102, que lo establece para todos los miembros del Gobierno. Por otro lado, habría que reformar todas las leyes que extienden el fuero especial a miembros de otras instituciones, y especialmente los Estatutos de Autonomía que aforan a los miembros de todos los Parlamentos y Gobiernos autonómicos. En última instancia, la introducción del aforamiento en nuestro ordenamiento jurídico no fue sino una expresión palmaria de desconfianza en el Poder Judicial, y ningún Estado de Derecho puede construirse sobre la desconfianza en quien, en definitiva, es su supremo garante. El exceso de aforados es una grave anomalía que debe ser corregida.