El discurso de la innovación en tela de juicio: tecnología, mercado y

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ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura
Vol. 188 - 753 e nero-febrero (2012) 19-30 I SSN: 0210-1963
doi: 10.3989/arbor.2012.753n1002
EL DISCURSO DE LA
INNOVACIÓN EN TELA DE
JUICIO: TECNOLOGÍA, MERCADO
Y BIENESTAR HUMANO
THE INNOVATION DISCOURSE ON
TRIAL: TECHNOLOGY, MARKET
AND WELLBEING
José Luís García
Instituto de Ciências Sociais da Universidade de Lisboa
ABSTRACT: The main trend in sociological studies of innovation
has a positive outlook on innovation, bearing no distinction from
the political and economic discourses that conceive it as an end
in itself or as means at the service economic and commercial production. This article questions such vision and attempts to map out
the main assumptions and factors that explain the dynamics of
innovation as framed by the ongoing transformations of the current
world. It suggests a focus on social studies in which innovation is
interpreted as a social action, with its own ends, articulated with
other activities of human life and, therefore, susceptible to ethical
and moral ­valorization. Such focus would allow the clarification of
the social and historical meaning of innovation processes as well
as to extend them in the vast plan of unforeseen consequences,
risks and uncertainties for society, human existence and the global
eco-system.
RESUMEN: La tendencia principal de los estudios sociológicos de
la innovación la asumen como algo positivo, sin distinguirse de los
discursos políticos y económicos dominantes que la conciben como
un fin en sí mismo o un medio al servicio de la producción económica y mercantil. Este artículo cuestiona tal visión y busca trazar los
presupuestos y factores más importantes que explican la dinámica
de la innovación en el marco de las transformaciones en curso en
el mundo actual. Se sugiere un enfoque para los estudios sociales
en que la innovación sea interpretada como acción social, dotada
de fines, articulada a otras actividades de la vida humana y, por lo
tanto, susceptible de valoraciones éticas y morales. Un enfoque de
este tipo permitiría esclarecer el sentido social e histórico de los
procesos de innovación y también entenderlos en el plano amplio
de sus consecuencias imprevistas, riesgos e incertidumbres para la
sociedad, la existencia humana y el ecosistema global.
KEY WORDS: Technoscientific innovation; commodification; know­
ledge economy; world self-regulated market system; techno-economic
determinism; corporations; biocapital.
PALABRAS CLAVE: Innovación tecnocientífica; mercantilización;
economía del conocimiento; sistema de mercado autorregulado
mundial; determinismo tecnoeconómico; corporaciones; biocapital.
Introducción
la lógica empresarial y al propósito de obtener y maximizar
las ganancias. Para la institucionalización del régimen de
innovación ha sido crucial la reestructuración de la actividad científica en tecnociencia guiada por estrategias
mercantiles. Las novedades tecnológicas que resultan de
la tecnociencia mercantil se han convertido en un componente central de la economía del mundo contemporáneo,
pero esas innovaciones requieren inversiones cuantiosas en
investigación y conocimiento, más allá de implicar nuevos
problemas y peligros.
Este artículo realiza una reflexión crítica sobre el discurso
de la innovación. En la adhesión irreflexiva de las orientaciones vigentes de la innovación está patente la creencia
de que los avances tecnológicos son la concreción de un
plan ejecutado en la historia del conocimiento, un plan
benéfico que ilustraría una supuesta marcha ascendente
de la racionalidad. Confrontando esta visión, el argumento
que exponemos en este texto es que el actual régimen
de innovación, más que estar orientado hacia la promoción del bienestar humano, está dirigido a colocar nuevos
dominios bajo el control de la esfera productiva y de la
economía de mercado. En la nueva fase de la economía y
del capitalismo, dominios como la ciencia, las tecnologías
de la información y las formas de vida biológica, entre
varios otros, pasarán a estar crecientemente sometidos a
El presente artículo está organizado en cuatro puntos.
Después de la introducción, el primer punto busca iluminar
las reminiscencias de la noción moderna de progreso de los
siglos XVIII y XIX, que constituyen la base para la admisión
acrítica de la innovación. En la historia de la tecnología se
puede vislumbrar un sentido que incorporaría el espíritu de
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EL DISCURSO DE LA INNOVACIÓN EN TELA DE JUICIO: TECNOLOGÍA, MERCADO Y BIENESTAR HUMANO
la razón. Esta visión que, a pesar de sus equívocos, perseguía finalidades humanas para las invenciones, dio lugar a
otra –expuesta en el segundo punto– que concibe la innovación como un régimen que precede a la mercantilización
de vastos sectores del conocimiento, de la ciencia y de la
tecnología (en particular, a través del sistema de patentes)
para, a su vez, abrir nuevos campos de mercantilización.
Lo nuevo implica, por consiguiente, tanto una nueva estructura entre ciencia, tecnología y mercado, como una
nueva economía. En el tercer punto se presentan los trazos de esta nueva economía. Una característica esencial
del nuevo contexto económico reside en el surgimiento
de industrias de base informacional (biotecnología, industria farmacéutica, semillas) o puramente informacionales
(computadores, medios digitales) que operan a escala global y donde se articulan la sustentación del conocimiento científico-tecnológico, la apropiación de la función de
reproducción y el control cerrado sobre la distribución y
el uso para impedir la reproducción. En el cuarto punto
mostramos cómo este orden económico, conjugado con la
“financiarización” de las economías, tiende a sobreponerse
a todos los otros órdenes, jurídicos, políticos, sociales y éticos. Es en este sentido que se torna posible afirmar que la
estructura tecnoeconómica condiciona fuertemente todo
lo demás en nuestras sociedades. El artículo concluye con
una defensa de la idea de que los estudios sociales deben
tener en consideración no sólo el análisis de las consecuencias sociales de la innovación, sino de que, sobretodo,
deben aclarar el sentido de las estrategias tecnocientíficas
y las relaciones que establecen con los valores.
y los ecos de la idea moderna
de progreso
Desde el punto de vista de los patrocinadores de la innovación resuenan las reminiscencias de las teorías del
progreso de los siglos XVIII y XIX, basadas en una visión de
la historia en la que ésta surgía como la realización de un
proyecto racional, grandioso y benevolente. Hoy sabemos,
a través de la reflexión filosófica, histórica y sociológica
desarrollada a lo largo del siglo XX, que las ideas de los
principales representantes del liberalismo, así como de
pensadores con otras convicciones como Saint-Simon o
Comte, aun manteniendo sus desacuerdos en otros temas,
estaban impregnadas por una concepción providencialista
de la historia. Ésta veía el cambio técnico como un medio
deseable para alcanzar la meta de prosperidad que constituiría como la culminación de la evolución histórica. La
misma mirada impregnaba el proyecto de Karl Marx, un
crítico implacable de la forma que estaban tomando las
sociedades occidentales del siglo XIX y un inspirador de la
que se convirtió en la filosofía política más importante a
la hora de confrontar a esas sociedades. En su visión, se
constata la confianza en el supuesto de que el capitalismo
sólo sería bien interpretado en tanto etapa de una lógica
histórica en la que el desarrollo de las fuerzas productivas
tenía como corolario esperable la edificación futura de
una sociedad que procedería a una distribución equitativa
de los bienes.
Desde mediados de los años 80 del siglo XX, un conjunto de líderes empresariales y políticos, acompañados de
figuras y grupos provenientes sobre todo de los ámbitos
de la gestión, de la economía y de la tecnología, comenzó
a promover intensamente a escala mundial una noción
anunciada como motor de las sociedades, la “innovación”.
En las declaraciones de estos dirigentes, el término innovación surge generalmente asociado a una idea entusiasta de
las novedades técnicas e impulsora del dinamismo económico1. Los promotores de la innovación buscan implantar
este concepto justificándolo con el papel que juegan los
El pensamiento social está colocado en un dilema que
surge de la frustración de los objetivos que movían a
la concepción providencialista de la historia. Las nuevas
expectativas están centradas en la tecnología. Todos los
sueños que las tecnologías anteriores no realizaron se ven
compensados por nuevas expectativas puestas en las tecnologías emergentes. Las tecnologías de un período dado
son siempre presentadas como superiores a las del pasado.
Cada producto de la innovación tecnológica sirve para
anunciar un paso adelante en la lucha por una sociedad
de la abundancia y por una vida humana guiada por la
Innovación
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logros científico-técnicos en el cambio económico y en las
consecuencias que puede tener en el bienestar humano2.
En sus discursos se encuentran constantes alusiones a la
importancia de la innovación como agente de prosperidad
económica y potenciador de numerosos beneficios para
la vida humana y social. Tal discurso es ampliamente reproducido por las universidades, sobre todo en los cursos
de gestión, a menudo de forma irreflexiva en cuanto a las
funciones y consecuencias de las tecnologías.
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Un análisis más atento sobre la perspectiva de los actuales
impulsores de la innovación revela, sin embargo, un matiz
digno de nota respecto de las teorías del progreso de los
siglos XVIII y XIX. Más allá de la contribución al bienestar
humano, los conceptos de innovación y de cambio económico son defendidos en la actualidad como valor absoluto
e indiscutible. La idea que destaca en este punto de vista
es que la innovación y el cambio tecnoeconómico deben
celebrarse en sí mismos, ser adoptados sin vacilaciones y
con rapidez, independientemente de las discusiones sobre
cuáles son las implicaciones y beneficios prácticos de una
determinada tecnología, las opciones disponibles en los
modos de utilizar ciertos artefactos, o cuáles son los efectos de un determinado sistema para la vida colectiva.
Es verdad que, a mediados del siglo XIX, la alianza entre
ciencia y tecnología ayudó a instaurar la convicción de que
el bienestar humano estaba articulado estrechamente con
el cambio tecnológico, expectativa que, en realidad, nunca fue verdaderamente cuestionada por los movimientos
socialistas. Existía una confianza más o menos extendida
de que los avances tecnológicos ayudarían a la humanidad a superar muchas de sus carencias y debilidades.
Sin embargo, estos proyectos modernistas consideraban la
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tecnología como un medio al servicio del ser humano. Le
correspondería a él guiarla de modo racional y subordinado
a los valores de bienestar y felicidad de la humanidad.
La
concepción de la innovación en el actual
contexto político y económico
En los actuales líderes mundiales del cambio tecnológico,
es este tipo de pensamiento y modo de concebir la tecnología el que parece haber terminado. Del modo antiguo
sólo ha quedado el débil eco del providencialismo histórico,
ahora transformado en un plan en el que la innovación tecnocientífica debe ser guía y destino de la historia. Desde el
punto de vista de los decisores de nuestro tiempo, resulta
superflua cualquier discusión sobre la relación entre la
tecnología y la estructura moral de las sociedades contemporáneas, o sobre los riesgos, incertidumbres, subproductos
y desenlaces imprevistos del cambio tecnológico. No se
sienten tampoco atraídos por la discusión sobre formas
alternativas de organización social y el peso diferente que
en ellas podrían tener otros sistemas tecnológicos más
adecuados para propiciar el bienestar humano. Los límites
al desarrollo tecnológico, muchas veces entendido como
dispositivo negativo más que como un principio constructivo, se agotan en el discurso ambientalista ya institucionalizado.
José Luís García
salud. Cada novedad tecnológica es promovida como un
antecedente que prefigura un mundo mejor. Las lagunas
y los fracasos de las tecnologías anteriores resultan inconvenientes al servicio de un final feliz. Las conquistas
tecnológicas se nos presentan como una fuerza que torna
activa la realización por parte de los seres humanos de
sus expectativas. Las tecnologías son recibidas con una
receptividad acrítica y, aunque existan disidentes, su voz
no ha sido en el pasado ni es en el presente suficiente para
cambiar el curso de la construcción de una civilización
tecnológica. Sin embargo, vale la pena pensar si es correcto
ver la Historia de la tecnología en un horizonte evolutivo,
acumulativo, lineal, como si obedeciera a una necesidad
interna y a una sucesión de etapas considerada necesaria
o inevitable. O incluso si cada tecnología obedece al cumplimiento de un itinerario o de un plano que anticipa lo
esperado. Estos y otros presupuestos son eco de ideas que
marcan las principales narrativas del último siglo y medio
–una mentalidad prospectiva, optimista, voluntarista, que
valora siempre el presente como superior al pasado, que
celebra la novedad como paso para alcanzar el horizonte
de perspectivas que ha construido.
El liberalismo económico defendido por esa élite mundial
ha mostrado una firme tendencia a abrazar, de forma
casi ilimitada, el culto a la innovación, impulsado por
las oportunidades de los ciclos de negocios posteriores
a las innovaciones y por la defensa de que sólo la lógica
del mercado debe decidir qué opciones deben prevalecer3.
Despojadas de la creencia decimonónica de que existía
un movimiento para la prosperidad universal, las antiguas teorías del progreso fueron sustituidas, en diversos
períodos del siglo XX, por términos tales como “riqueza
económica”, “crecimiento económico” e “innovación”. La
producción opulenta y omniampliada de mercancías, así
como la incitación al consumo mediante la movilización
del deseo y del gusto, se convirtió en la cara desfigurada
de los ideales de bienestar y felicidad.
Marx fue el primero que percibió con profundidad que el
liberalismo impulsaba el fenómeno de la mercantilización
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(commodification, en inglés), la transformación de una
cosa o relación en mercancía. La atención de Marx se
centró principalmente en la transformación del trabajo en
mercancía. Correspondió al historiador económico Karl Polanyi, en pleno siglo XX, analizar la transformación generadora del sistema de economía de mercado responsable de
traer al interior de éste realidades ni siquiera producidas,
como la tierra, o, que cuando lo eran, no se destinaban a
la venta, como el caso del trabajo humano, denominando
a esas mercancías “ficticias”. Bajo la lógica del control del
sistema económico por el mercado, como argumenta Karl
Polanyi en su muy celebrado libro La Gran Transformación,
publicado en 1944, cantidades crecientes de ámbitos, gran
parte de ellos desbravados por la tecnología moderna (por
la “edad de la máquina”, según sus palabras), se transformaban en mercancías, constituyéndose de este modo una
esfera económica que se habría desmarcado de otras instituciones en la sociedad y que se convirtió en determinante
para la vida social.
Según Polanyi, en la medida en que ningún conjunto humano puede sobrevivir sin un sistema de producción, su
anexión en un dominio institucional delimitado y diferente de la sociedad tuvo como consecuencia convertir
al resto de la sociedad cada vez más heterónima frente
a esa estructura. La configuración social que ha resultado de este gran cambio histórico ha sido una sociedad
que ha pasado a ser dirigida como si fuese un apéndice
del mercado, una sociedad modelada de manera que el
sistema funcione de acuerdo con las leyes del mercado.
Como señala Polanyi en un pasaje muy citado, “en lugar
de que la economía se sumerja en las relaciones sociales,
éstas son las que se arraigan en el sistema económico”
(2000: 77). El control del sistema económico-productivo
por parte de la economía de mercado permitió que ésta
pasase a ejercer dominio sobre los recursos de la naturaleza y sobre los seres humanos en sus actividades diarias.
Polanyi ofrece la siguiente ilustración de ese control del
mecanismo de mercado, y no se le escapa la interrelación
con la tecnología moderna y el desarrollo de una economía
orientada hacia el aumento de la producción, la demanda
y del consumo: “Mientras que todos aquellos que carezcan de propiedad sean obligados a vender su trabajo para
satisfacer su necesidad de alimento, y mientras que todos
aquellos que tengan propiedades sean libres de comprar
en los mercados más baratos y vender en los más caros,
la ciega máquina seguirá arrojando cantidades siempre
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mayores de mercancías en beneficio de la raza humana.
El temor de los trabajadores a la miseria y la avidez de los
empleadores por lograr beneficios mantendrán en pie ese
enorme aparato” (Polanyi, 1994).
Aunque un grupo de investigadores, conocido como “nueva sociología económica”, haya presentado el argumento
atractivo de que la historia de la formación de los mercados
modernos no puede ser vista como totalmente desligada
de la vida social y de los cambios y vínculos comunitarios4,
tal y como aparecería en la perspectiva de Polanyi, son
muy patentes en el mundo contemporáneo las devastadoras
consecuencias de la construcción de un mercado global que
se rige casi exclusivamente por la idea de lucro, desvinculado de cualquier idea o regulación de orden cívico.
Lo
nuevo y la nueva economía
Desde las dos últimas décadas del siglo XX, la prosecución
tenaz de la innovación se ha traducido en la asignación
al sistema productivo y a la esfera de mercado de nuevos
dominios que formaban parte de la organización biológica
de los seres vivos, de la estructura de la materia y de los
sistemas de conocimiento. Se observó en este período la
tendencia a que las innovaciones se “agrupen”, para usar
un término de Schumpeter, abarcando las áreas de las
tecnologías de la información (software, internet, móviles,
nuevos medios), biotecnociencias (ingeniería genética o
genómica, biología sintética, diversas áreas de la biotecnología y de las llamadas ciencias de la vida y de la salud) y
nanotecnologías, entre otros campos. La convicción de que
nos empuja un cambio científico y tecnológico articulado
con características estructurales de la esfera económica
se basa principalmente en el protagonismo adquirido por
parte del conjunto de las nuevas industrias mencionadas.
Es un hecho indiscutible que los nuevos dominios tecnológicos han estimulado cambios y, en muchos casos, han
sustituido áreas significativas del contexto tecnológico
anterior, mientras que proceden a la integración de varias
otras5. Cabe mencionar también que el desarrollo de campos tecnológicos e industriales, como el de las tecnologías
de la información y de las biotecnociencias, impulsa un
nuevo ciclo de negocios y va acompañado por un entorno
de perturbación, tanto en términos de orientación económica y política como ideológica.
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Otro elemento de cambio a finales del siglo XX fue el
mercado financiero, que entró en una turbulenta dinámica de innovación cuyo vigor duró hasta el estallido de la
crisis provocada por ese sistema en septiembre de 20088.
Procurando ser cada vez más competitivo, trató de atraer
todos los ahorros y multiplicó los productos bancarios, al
mismo tiempo que se sometió a reestructuraciones de los
sistemas de alianzas y a la redefinición de la forma del
servicio. El movimiento de “financiarización” de la economía se combinó con el declive de las formas de Estadodoi: 10.3989/arbor.2012.753n1002
proveedor europeas, teniendo como telón de fondo el fin
de la influencia del gasto público sobre la prosperidad
económica y la ruptura del equilibrio intergeneracional,
con la caída de la fecundidad y la acentuación del envejecimiento. El Estado fue perdiendo su papel capital en el
desarrollo económico y en el bienestar social, lo que dejó al
descubierto las dificultades del keynesianismo en el nuevo
escenario. Se asentó la tendencia hacia la liberalización de
las economías nacionales, influida por un cuerpo de doctrinas neoliberales que intentó aplicar el mercado como una
fuerza modeladora de la sociedad en su conjunto, pasando
su forma específica de organización a ser tendencialmente
el patrón para la constitución de múltiples aspectos de la
existencia humana.
José Luís García
La importancia de la emergencia del nuevo contexto bajo
la directriz de la idea de innovación está directamente relacionada con el tema de la transformación del capitalismo
de “economía del trabajo” en “economía del conocimiento”,
como mecanismo clave de la acumulación del capital en
un orden económico que ha tratado de tomar la forma de
un sistema de mercado auto-regulado a escala mundial.
En este aspecto, resulta importante hacer hincapié en que
el conocimiento al que nos referimos no debe entenderse como restringido sólo al conocimiento científico. Las
nuevas industrias emergen en los campos cognitivos y
científico-tecnológicos en los que las nociones de información, comunicación y modelo de información/cibernético
(que incluye pensar la vida biológica como organización
informacional) por lo general tienen una importancia considerable. La explotación de los usos tecnológicos de la
noción de información constituyó el motor del grupo de
industrias cuyo ascenso se basa en los prometedores resultados obtenidos en áreas que incluyen tanto las tecnologías de la información, como las biotecnociencias basadas
en la recombinación del ADN. El recurso a la potencialidad
de los conceptos de información y a la integración de la
información en el universo de las máquinas por parte de
la cibernética permitió, por ejemplo, inaugurar una forma
completamente nueva de pensar el fenómeno biológico,
desarrollada en el período inicial de constitución de la
biología molecular y para la que fue determinante el ambiente en torno a la mecánica cuántica, en particular a la
tendencia que se interesó en el estudio de las cuestiones
biológicas para aclarar las leyes de la física6. Si la teoría
de la información proporcionó a la biología abundantes
potenciales operativos, su adopción también ha generado
nuevas e importantes dificultades, tales como las relativas
a la difusión de la metáfora “programa genético” y a la
perspectiva que veía en esta noción la fuente del desarrollo
biológico7.
La economía también ha ganado una configuración asociada a grandes entidades de poder privado a escala multinacional y transnacional. Las corporations internacionales se
convirtieron en una de las fuerzas motrices de los procesos
económicos, concibiendo y poniendo en acción estrategias
con efectos en diferentes escenarios nacionales. En este
nuevo contexto, emergió paralelamente un conjunto de
esferas sociales transnacionales y una camada de agentes
que abarcan la totalidad del sistema, superando muchas de
las relaciones en la escala de los Estados-nación e incluso
entre las naciones. Las autoridades reguladoras comenzaron a colaborar más estrechamente con las corporations,
inclinándose a reducir las posibilidades de acción reguladora de los gobiernos nacionales y permitiendo la autorregulación de los grandes conglomerados empresariales.
Una constatación evidente es el papel extremadamente
relevante jugado por las tecnologías de la información en
el marco de este episodio espectacular. Lo que, en términos
técnicos, posibilitó a los agentes transnacionales y nacionales desplazarse en el mercado mundial fue la existencia
de una base instrumental en constante evolución, la cual
garantiza el aumento de la capacidad de coger, reproducir,
manipular y transmitir información de diversos tipos, así
como modificar profundamente los modos de producción
y distribución. Las nuevas tecnologías de la información
también se encuentran en la génesis de profundos cambios
en la economía internacional a través de un conjunto de
innovaciones que impactaron en diversos aspectos de las
economías y las sociedades del siglo XXI. Éste es el caso del
movimiento de convergencia global entre las tecnologías
de la información y las biotecnociencias. Las infraestrucARBOR Vol. 188 753 enero-febrero [2012] 19-30 ISSN: 0210-1963
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turas tecnológicas características de este movimiento sostienen que se recurra a las capacidades de procesamiento
de los ordenadores y al uso de Internet para permitir el
intercambio de datos biológicos a escala mundial. El ciclo
de transformación del ADN, desde material biológico en un
tubo de ensayo hasta la secuenciación del genoma como
“bioinformación” computarizada y patentada con valor
económico, presupone la interconexión entre ámbitos de
la biología y de la informática, además de su operatividad
a escala global. Este “capital-conocimiento biológico” o
“biocapital”, como entidad globalizada, es expresión de
un sistema económico de mercado tendencialmente único y técnicamente interconectado, aunque heterogéneo y
desigual9.
El surgimiento y desarrollo del sector industrial de las
biotecnociencias ilustra un último e importante aspecto
del contexto que estamos describiendo en términos de
crecimiento económico: su dependencia del conocimiento
científico. Hace más de dos siglos que el crecimiento sistemático de la riqueza ha dirigido el rumbo de las sociedades de occidente, un crecimiento que puede considerarse
“científicamente sustentado”, para utilizar una idea certera
de Gellner (1995 [1992]), basada en el impulso constante
que la ciencia permite dar a la innovación tecnológica y
a la investigación industrial, es decir, a la creación y desarrollo de una civilización tecnológica. Esta comprensión
del sentido general de las sociedades modernas esclarece
la diferencia entre formaciones sociales con una prosperidad económica dentro de los límites de unas tecnologías
simples y otras de crecimiento no limitado, basado éste en
la automatización de la innovación científico-tecnológica
y en su aplicación a esferas cada vez más amplias de la
existencia humana (y que no se limitan sólo a ésta). Pero
la ciencia, con cuyo apoyo floreció la tecnología de base
científica, también se convirtió en el factor histórico que
permitió tornar la innovación en gran medida desvinculada
de las relaciones sociales y abrir el “camino real para el
crecimiento económico perpetuo”. Esta imagen contrasta
con una modernización apoyada en la división del trabajo
y en la tecnología precientífica, que sólo podría llevar a la
humanidad hasta un cierto punto (Gellner, 1995).
Si la demanda de crecimiento económico ininterrumpido
se caracteriza por la intensidad cada vez mayor de conocimiento científico y tecnológico (y también de otros
factores como el marketing, el conocimiento sobre los
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mercados y los consumidores, y los recursos imaginativos
y comunicacionales de la fuerza laboral) aplicado a los
procesos de producción, los cambios no se producen sólo
en el sector de la producción. Más allá de las implicaciones en la organización del mundo industrial y empresarial,
el dinamismo de este proceso también ha provocado cambios sensibles en el propio campo científico, con respecto
al cual no será inoportuno hablar de una posibilidad real
de transfiguración. Esta metamorfosis ha tenido lugar
con cierta nitidez a partir de la Segunda Guerra Mundial,
pero sólo se viene afirmando sólidamente desde finales
del siglo XX, implicando el propio status de la ciencia y
dirigiéndola hacia una pérdida sustancial de su autonomía
relativa frente al mundo industrial, comercial y al poder
político.
La ciencia moderna se ha organizado como un espacio
independiente con respecto a otros ámbitos, como la religión, la política y la economía, desde los siglos XVII y XVIII
en Inglaterra, creando papeles científicos delimitados por
principios internos reguladores de la actividad científica.
El desarrollo y expansión de la ciencia no implicaron sólo
la creación de teorías, modos operativos y la realización
de descubrimientos, sino un proceso social de institucionalización en un contexto que le fue favorable. El análisis
histórico de las relaciones entre ciencia y sociedad da a
conocer un campo científico heterogéneo, que no es inmune a la influencia del poder, del comercio y del prestigio, y
que se relaciona con los sectores sociales fuera de la esfera
científica. La imbricación entre la ciencia, la tecnología y
la industria es un elemento crucial de la constitución de
las sociedades industriales y, en el siglo XX, la ciencia fue
adquiriendo también un carácter cada vez más industrializado, que se hizo evidente en el período posterior a las
Guerras Mundiales. Las grandes empresas pasaron a disponer de laboratorios en su interior y muchos laboratorios se
han convertido también en empresas o pasaron a trabajar
como empresas. La industria pasó a ser una entidad con un
componente científico cada vez más intenso y sectores de
la ciencia fueron adoptando una forma industrial. Las tesis
que defienden la no linealidad de la innovación tecnológica, es decir, la interacción entre la investigación científica
y otras áreas en la cadena de la innovación como el desarrollo de productos o el marketing, confirman plenamente
la integración de la ciencia en los objetivos mercantiles10.
La industria y diversos campos particulares de la ciencia y
la tecnología establecieron sólidos lazos de carácter transdoi: 10.3989/arbor.2012.753n1002
nacional, a menudo con el apoyo e incentivo expreso de los
Estados nacionales en los que están integrados.
Con la fuerza que el liberalismo económico fue infundiendo,
la lógica que pasó a predominar en las sociedades industriales de mercado tomó la configuración de un sistema de
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Hacia
José Luís García
La inscripción de las esferas científicas en la economía y
en la competición de los mercados se reforzó como tendencia ideológica y como realidad en el marco del vigor
neoliberal emergente en el curso histórico resultante de
las crisis energéticas de los años 70 y de las depresiones
económicas de finales de los años 80. Aunque no existan
suficientes estudios documentados que apunten el sentido
de los cambios de reconfiguración del conjunto del campo
científico y de su incorporación a la esfera industrial y comercial11, en áreas como las ciencias biológicas y médicas
existen indicios considerables de la endogeneización de
éstas en la esfera empresarial y en la lógica de la comercialización, así como de importantes cambios en el status
y el mandato de los investigadores, muchos de los cuales
viven bajo la presión de su conversión en productores de
mercancías12. La ciencia, de esfera relativamente autónoma inherente a las sociedades liberales y apoyada por las
universidades y laboratorios públicos, ha estado sometida
a una orientación que la integra en el sistema económico
de mercado y en un campo subordinado a la capitalización
del conocimiento, es decir, su transformación en el “capital
conocimiento”. Muchos agentes del mundo científico, unos
entusiastas de la nueva misión que la ciencia y la enseñanza superior deben jugar en el crecimiento económico
y otros indiferentes a lo que está en juego en las políticas
de ciencia y tecnología, están abandonando la dimensión
moral de su actividad, la que se traducía en la idea del
conocimiento como bien público e independiente. Desde
ese punto de vista, tiene sentido cuestionar los problemas asociados al aumento de la influencia de las grandes
corporations en las decisiones de un sector sensible de la
propia civilización liberal, el de las interrelaciones entre
las ciencias, el Estado, el mercado y el espacio público. La
presión ejercida por los gobiernos y por las corporations
está llevando a la transformación en mercancías de sectores cada vez amplios de la universidad y de la investigación
científica, y además está generando conflictos causados
por los propios avances científicos y tecnológicos en áreas
como los de nuestra relación con el fenómeno de la vida
y con la naturaleza.
mercado auto-regulado en proceso incesante de expansión
y profundización, cuyo vehículo reside en la capacidad que
tiene el universo tecnológico de inscribir a los individuos
en sus mecanismos de producción, consumo y cultura.
Las posiciones que vislumbran la democratización de la
innovación a través de la participación del consumidor en
las nuevas tecnologías, señalando este desarrollo tecnológico como una emanación del ciudadano, de las que von
Hippel (2006) es un ejemplo, tienden a pasar por alto que
el discurso de la co-creación es una forma de dominio que
utiliza realmente el trabajo del consumidor para fines empresariales (Zvick, 2008: 163). El fomento de la innovación
tecnológica tiene como contrapartida la búsqueda de un
alto grado de adopción social de los productos y resultados
tecnológicos en general, regulado sólo por el mercado (o,
con respecto a las armas, por la eficacia bélica autorizada
por los Estados) y que prescinde de consideraciones de
índole ética, filosófica o religiosa. El engranaje de la innovación tecnológica ha ido desarrollando el determinismo
tecnológico como principio que rige las sociedades industriales, de la misma manera que el mecanismo de mercado,
como señaló Polanyi13, tornó ampliamente al determinismo
económico en un conductor de estas sociedades. Si bien
es cierto que tanto el determinismo tecnológico, como el
determinismo económico, no pasan de falacias cuando se
consideran como una teoría de las sociedades humanas,
no nos parece menos riguroso afirmar que, en el marco
de las sociedades actuales, son estos determinismos los
que están marcando muchas de las direcciones de nuestro
rumbo social y el tipo de problemas y peligros a los que
tenemos que enfrentarnos.
una visión alternativa de la innovación
Los líderes mundiales que dirigen la economía y la política
condujeron las últimas décadas del siglo XX de acuerdo
con la orientación que concibe la tecnología y el mercado
como el núcleo de la vida económica y social, negando
la existencia de otro destino que no sea el subordinado a
esta supremacía. Resuenan en esta orientación, como se
ha señalado al principio de este artículo, ecos tenues –y
deformados– de la convicción defendida por diversas variantes del modernismo por la que la ciencia y la industria
garantizarían el bienestar humano, y donde el progreso se
articularía necesariamente con el avance tecnológico y el
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cambio económico. Sin embargo, a lo largo del siglo XX
se verificó que gran parte de la innovación no sólo está
conectada con los beneficios, sino con la destrucción bélica, ecológica y con la desigualdad social, que los avances
tecnológicos integran poder económico y político, y que
no implican sólo la invención, sino que también conducen
al conflicto. Como escribe Salvador Giner, “los daños que
él [capitalismo] causa –la pobreza que genera entre sus
víctimas, la agonía progresiva del medio ambiente del que
vivimos, la devastación bélica que directa o indirectamente
fomenta– son resultado de invenciones cuyos creadores
saben desde el primer instante para qué sirven, el daño
que son capaces de causar” (2010: 128).
La orientación ideológica que ha condicionado el sentido
de las sociedades desde los albores del siglo XXI trata de
imponer el cambio tecnológico y las relaciones de mercado,
no tanto por asociarlas a la posibilidad de tratarse de un
factor para el bienestar humano general o para el progreso,
sino por razones menos nobles y despojadas de ideales
cívicos. Dejando de lado cualquier evaluación de las formas
predominantes de la participación de la ciencia y de la
tecnología en la economía de mercado del siglo XX, en los
desastres ambientales y en las guerras, pasando por alto el
carácter polémico de muchas osadías técnicas y sin querer
tener conocimiento de los problemas que pueden implicar
la endogenización de la universidad y de la ciencia a la
economía liberal, la mentalidad de la innovación ha afirmado su poder frente a cualquier regulación o ponderación
de su rumbo en términos sociales, ecológicos y políticos
(descuidándose hasta el reconocido carácter estocástico
que la innovación en sí comporta, lo que exige, por tanto,
una mayor supervisión)14. Las élites dirigentes están convencidas de que somos seres económicos y mercantiles
por naturaleza, negando así nuestro carácter primordial
como seres sociales y simbólicos; no consiguen imaginar
otro camino que no sea el de aumentar la capacidad de
las máquinas y proseguir con el proyecto de dominar de
forma ilimitada la naturaleza y buscar la riqueza económica infinita, y para eso tratan de evitar que los ciudadanos reflexionen sobre las decisiones de orientación de la
universidad, sobre la política de investigación o sobre las
directrices económicas.
La disposición general del período histórico que adquirió
unos contornos cada vez más nítidos a partir de la Segunda Guerra Mundial adoptó un rostro cada vez más
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tecnoeconómico, y se encuentra en marcha una tendencia
firme de fusión ciencia-tecnología-mercado que permanece ciega ante cualquier pregunta acerca de qué tipo de
mundo está estimulando. En gran medida, la vida humana
y social transcurre ahora en un contexto de sobredimensionamiento de la esfera de la técnica y el mercado para la
mayor parte de la humanidad dependiente de los servicios
técnicos (suministro de agua, luz, medios de transporte,
comunicación, alimentación, etc.) que se sitúan a gran
distancia de las comunidades, dominados por experts y
empresas, y cuyos errores pueden significar situaciones de
degradación, incertidumbre y ansiedad. También las acciones humanas, en particular las que tienen consecuencias
sociales más penetrantes, se desarrollan principalmente a
través de sistemas y conexiones técnicas sometidos a la
lógica de la mercantilización.
Tomar conciencia de las consecuencias de la importancia de la esfera tecnoeconómica para la aceleración del
proceso en el que las sociedades contemporáneas se ven
envueltas no tiene que significar su aceptación. Por el
contrario, puede ser una manera de insistir en la defensa
de una idea de hombre y de sociedad que concede primacía
a la esfera de las relaciones sociales, en contraposición a
una perspectiva basada en la primacía de la tecnología y
del sistema económico. Admitir en términos descriptivos
e interpretativos que en las sociedades contemporáneas
el cambio tecno-económico funciona como un motor que
altera la estructura social, política, legal, el mundo de las
artes, las creencias, las costumbres y escalas de valores, no
implica la defensa, epistemológica o política, del determinismo económico y tecnológico. Aquellos que niegan que
es la esfera tecnomercadológica la que ha estado condicionando en gran medida todo lo demás, aunque movidos por
la defensa abstractamente intocable de la identidad social
y política de los seres humanos, no contribuyen a que se
perciba con claridad que sólo actuando políticamente es
posible crear un mundo menos injusto socialmente, menos
desequilibrado en sus relaciones con la naturaleza y más
reflexivo sobre el poder de los dispositivos técnicos.
La corriente del “constructivismo social de la tecnología”
tiene como proyecto estudiar los distintos modos en los
que los sistemas y artefactos tecnológicos se entrelazan
con el contexto social. Varias voces de la “nueva sociología
económica” también tratan de mostrar cómo los mercados se incluyen en la vida social. Aunque estas iniciativas
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Conclusión
Las sociedades tienen ante sí la responsabilidad de hacer
frente a problemas de enorme magnitud generados por las
tendencias descritas, destacando entre ellos los inherentes a
esta civilización tecnológica, como la crisis ecológica global,
el espectro de las guerras nucleares y la posibilidad del control biológico del ser humano –y también la mercantilización
de las formas de vida, de las más simples a las más complejas– a través de la ingeniería genética. Paralelamente,
el mundo contemporáneo mantiene, al menos para la gran
mayoría de la humanidad, muchos de los graves problemas
de escasez y enfermedad que tenía al principio de las sociedades industriales. La industria, la ciencia y la tecnología,
cuyos éxitos jugaron innegablemente un papel en la mejora
de las condiciones de vida de los seres humanos, se han
convertido en una fuente de dificultades e incertidumbres
en un sistema que está actualmente bajo el impulso del
ultra-liberalismo económico y del proyecto de construcción
de un mercado mundial auto-regulado. El régimen de innovación permanente como motor de crecimiento económico,
de la construcción de mercados de futuros biológicos y, en
otros dominios, de la constitución de un biocapital, o incluso
como medio de descubrimiento al servicio del poder, de la
violencia y de la guerra, expone a la humanidad no sólo a
cuestiones morales y políticas totalmente desconocidas, sino
sobre todo a un horizonte inédito de amenazas y peligros
obra de los propios seres humanos. Usando las palabras
de Lamo de Espinosa, la innovación tecnológica es hoy un
régimen de “invenciones sin fin, es decir, sin finalidad, sin
objeto” (2010: 69). Además, todo esto se produce en una
circunstancia en la que el elemento político surge con una
imagen de debilidad e irrelevancia en lo que respecta al
debate y a la toma de posiciones adecuadas sobre los problemas planteados por las nuevas formas de poder.
Moldear la sociedad al sistema tecno-económico vigente,
para conservarlo sin cambios importantes, ha sido la intención de las oligarquías que dirigen el mundo. Intervenir
de forma consciente y responsable en este sistema, para
abrirlo a la discusión pública y ponerlo al servicio del bien
común, ha sido defendido por aquellos que creen en una
sociedad verdaderamente democrática. Pero incluso esta
segunda opción, para que tenga éxito, debe estar ahormada por una concepción del ser humano y de la sociedad
muy diferente a la legada por la creencia en la tecnología
y la economía de mercado como fines últimos de la vida
humana.
NOTAS
Recibido: 4 de enero de 2011
Aceptado: 10 de junio de 2011
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José Luís García
constituyen perspectivas y agendas de investigación completamente legítimas para la generación de conocimiento
sociológico, no dispensan, sin embargo, de la existencia de
otras perspectivas y proyectos más centrados en el cuestionamiento de las opciones en materia de investigación, de
las decisiones sobre los sistemas tecnológicos, así como de
los ámbitos en los que el mercado se debe subordinar a la
regulación pública15. En nuestras “sociedades de mercado”,
más que una teoría equivocada del mundo social, el determinismo tecnoeconómico es un hecho. La constatación de
que el determinismo tecnoeconómico está condicionando
poderosamente todo el resto es la única forma de tener
claro que sólo la conciencia ética y la acción política pueden ser los medios para alterar la esfera tecnoeconómica
y su relevancia en la vida social.
1 A tales concepciones no serán ajenas las
tesis de la primera mitad del siglo XX
del economista Joseph Schumpeter,
según las cuales la innovación tecnológica es endógena y esencial para el
desarrollo económico, y no un factor
externo (Schumpeter, 1996: 125).
2 Siendo posible distinguir innovación de
productos, innovación de procesos e in-
cluso innovación en términos de organización, en este texto nos asomamos a
su dimensión tecnocientífica, es decir, la
referida a los procesos y productos que
integran a la ciencia y la tecnología con
ámbitos económicos y sociales.
3 Por ejemplo, la adopción de un Sistema Nacional de Innovación, un
concepto desarrollado por Freeman
(1995: 5-24), entre otros, parece
ser dominada por las exigencias del
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mercado, donde el Estado participa
con pocas preocupaciones más allá
de ésa, y donde la tecnología emerge
como un valor en sí misma.
4 En este sentido, véase específicamente Bruni y Zamagni (2007). La “nueva
sociología económica” incorpora una
amplia diversidad de enfoques que
buscan estudiar el meollo de las problemáticas económicas, transponiendo los supuestos que han guiado la
economía convencional. El Hand­book
of Economic Sociology, organizado
por Smelser y Swedeberg, editado originalmente en 1994, y otras obras de
autores como Granovetter (1990),
aparecen como ejemplos de este emprendimiento con una posición teórica poco clara. Para un cuestionamiento del status de la “nueva sociología
económica”, véase Ferreira et al.
(1996) y Graça (2005: 111-129).
5 A este respecto, parece oportuno
recordar el concepto de “paradigma
tecnológico” que desarrolla el economista Dosi (1992: 147-162), un
concepto que designa una serie de
prácticas tecnológicas determinadas
por un modelo (el microprocesador,
por ejemplo) que define el tipo de
problemas que hay que resolver y
la trayectoria tecnológica que hay
que seguir. En este sentido, se puede
evocar también la noción de “destrucción creativa”, popularizada por
Schumpeter (1976), en la medida
en la que designa el modo cómo lo
nuevo sustituye a lo antiguo.
6 El modelo de la información aplicado a la biología basó sus hipótesis
en las obras de Schrödinger, What
is Life (1989 [1944]), de Shannon y
Weaver, The Mathematical Theory of
Communication (1948) y de Norbert
Wiener, Cybernetics (1948), que contribuyeron considerablemente a la
teorización y aplicación del concep-
to cibernético de “sistema” regulado
por la transmisión de información.
7 A este respecto, tiene sentido recordar
que, no sin resistencia manifiesta de
muchos bioquímicos y biólogos dedicados a la investigación estructural,
acompañados de otros científicos, el
concepto cibernético se convirtió, en
primer lugar, en la noción básica de
todo aquel nuevo campo científico y
que, después, tuvo un impacto en las
más diversas áreas, y no sólo en las
ingenierías y en las ciencias físico-naturales, en particular a partir del desarrollo de las tecnologías de la información y computación. Con respecto a
una literatura reflexiva en este campo,
véase, entre otras obras importantes,
Jorge (1995), Lewontin (1998), Oyama
(2000), Keller (2000) y Leite (2006).
8 El estallido de la llamada burbuja
“punto com”, en abril de 2000, fue
una crisis especialmente relacionada
con la creencia en la innovación como
generadora de crecimiento económico sin fin y sin límites: la creencia
en un nuevo paradigma tecnológico
como productor de riqueza.
9 Para una discusión sobre el concepto
de “biocapital”, véase Thacker (2005),
Garcia (2006a: 981-1009) y Sunder
Rajan (2006).
10 Véase Kline y Rosenberg (1986: 275305).
11 Entre la ya relativamente considerable
literatura que discute este tema véase
Gibbons et al. (1994), Ziman (1994;
1996), Weingart (1997), Krimsky
(2003), Pestre (2003), Nowotny et al.
(2001; 2005), Shinn y Ragouet (2008),
Garcia y Martins (2008: 397-417).
12 A este respecto, véase, entre otros,
García (2006a; 2006b) y GuespinMichel y Jacq (2006).
13 La posición de este autor sobre este
tema está bien expuesta en Polanyi
(1994).
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14 Cabe señalar que Schumpeter diferenció invención de innovación, siendo la primera la creación del producto y la segunda el producto que tiene
éxito, aquél que se adapta a la sociedad. Este último, elemento central en
este artículo, es por sí solo problemático, porque en la actual “sociedad de
mercado” éxito significa consumo; lo
cual no es necesariamente el mejor
criterio. Lo ideal sería, entrando en el
registro político, que el bien común
fuese el criterio de “éxito”. Aunque
carente de demostración, la práctica corriente de los programas de
incentivos para la innovación parece
guiarse, por ahora, por la omisión relativa al bien común.
15 Una valiosa contribución a una reflexión sobre la noción de determinismo tecnológico es la de Bimber
(1990: 333-351), en particular, la
distinción que hace entre el determinismo tecnológico “nomológico”,
“normativo” y de las “consecuencias
no deseadas”. En este artículo, que
trata la interpretación del sistema, nos referimos al normativo (la
creencia en el determinismo como
una promesa y necesidad) y al de las
consecuencias no deseadas (incluido
en el discurso de la incertidumbre),
rechazándose lo nomológico, “leyes
que rigen las sociedades humanas”.
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