Obligaciones morales Rafael Mies M., Ph.D. Profesor Titular de la Cátedra de Capital Humano Embotelladora Andina ESE – Escuela de Negocios, Universidad de los Andes Son numerosas las reuniones que he tenido en el último tiempo con personas que me han venido a ver para conversar de su situación laboral. La mayoría ejecutivos que después de servir por años a una empresa hoy se han quedado sin trabajo. Son citas duras, ya que normalmente su desvinculación ha sido algo inesperado y sin causas muy específicas, más que la crisis económica que vive el mundo. Además, curiosamente es frecuente que estos ejecutivos cuenten como ellos han sido parte de la historia de éxito reciente en sus respectivas empresas y como han estado ahí para el crecimiento y la expansión o para hacerse cargo de negocios de alta rentabilidad. Muchos reconocen que no están los tiempos para mantener altos gastos en personal y que su costo es un problema para la empresa. También reconocen que la empresa tiene razón cuando calcula que dos recién egresados son, por regla general, más baratos que un ejecutivo senior. Sin embargo, igual muchos se han considerado maltratados. No se les ha permitido ser parte de la solución y simplemente han sido notificados de su despido sin posibilidad alguna de plantear alternativas. Esta forma de “desvinculación” responde con mucha fuerza a la lógica financiera y a la administración de un porfolio de activos. En los activos financieros se invierte o desinvierte en la medida que se maximice el resultado, sin importar el destino o la naturaleza de los mismos. Esta manera de actuar resulta a mi juicio miope y contraproducente. Miope, porque el ser humano no es un activo cualquiera, sino el único capaz de reinventarse y lograr cosas extraordinarias en las condiciones más desfavorables. Y es contraproducente porque la señal que queda es que la relación empresa y colaboradores no es tal, que no hay reciprocidad y que el nivel de compromiso que el empleado tenga, a la larga no es valorado. La sensación final en estos casos es que si bien el individuo colabora con su trabajo para conseguir el éxito de la empresa, cuando éste falta, aún sin su responsabilidad, la empresa no colabora protegiendo devuelta a sus empleados. Estamos, entonces, frente a una relación transaccional, basada en las ganancias mutuas de corto plazo que, más allá de lo moral, como modelo de negocio y manejo de personas es insostenible en el largo plazo. Es cierto que en la mayoría de los casos la empresa ha cumplido con todas las obligaciones legales previas al despido: se ha pagado la indemnización y las vacaciones proporcionales y, de corresponder, también se ha entregado alguna gratificación adicional. Sin embargo, cabe preguntarse si no habría una obligación moral también en la forma como se racionaliza el capital humano en la empresa. ¿Será moralmente correcto que aquellos que se han sido contratados individualmente, con entrevistas e invitados a ser parte de un proyecto, terminen siendo despedidos colectivamente, sin explicaciones y sin consideraciones a sus características personales? Dicen que las crisis presentan oportunidades únicas de invertir en activos que están muy baratos; actualmente el capital humano es uno de ellos. Las empresas que apuesten a él, generando y manteniendo compromisos mutuos de largo plazo, sin duda tendrán una rentabilidad financiera y humana extraordinaria una vez que todo vuelva a la normalidad. Publicado “Mirada Pública”, Diario Financiero. Marzo 2009