EL TORMENTO DEL FUTURO VISTO SIN DIOS. “Sólo Dios basta”. Slawomir Biela. Pag. 76 El fundamento de nuestra preocupación excesiva ante lo que nos espera, se encuentra en la desconfianza, cuando ponemos en duda nuestra esperanza en Dios y en el hecho de que Él mismo se ocupa por nuestro mañana, tal como lo hizo ayer y lo hace hoy. Pues Él era, es y será siempre nuestro único apoyo real. Cuando planeamos el futuro desde la razón no iluminada por la fe, ignoramos la actuación del Padre Omnipotente y su respuesta a las situaciones en las que nos encontremos. ¿Acaso nos creemos capaces de construir el futuro? ¡Cuánto insiste Jesús en que mantengamos nuestros pensamientos lo más lejos posible del futuro!, aún cuando de forma insistente vuelvan a nuestra imaginación. Los pensamientos sobre el futuro pueden incluso perseguirnos, sobre todo en el caso particular en el que no vemos para nosotros ninguna esperanza. Entonces nos parecerá que todo está ya decidido de antemano. Que estamos condenados a una muerte lenta. Esto despierta miedo y deseo de huir, por eso con frecuencia la reacción frente a la pérdida de los apoyos es aislarse en un mundo propio. Lo anterior puede manifestarse de de diferentes maneras, dependiendo de la etapa de la vida interior y también del tipo de personalidad e intereses que tengamos. Sin embargo siempre será signo de infidelidad e incluso de rebeldía, signo de que continuamente tratamos de buscar apoyo fuera de Dios. ¿No será que tal vez nosotros mismos agrandamos nuestros sufrimientos y tormentos por nuestra actitud inadecuada ante el mundo, ante el presente y el futuro, e incluso ante el pasado? Cuando nos preocupamos excesivamente por el futuro y olvidamos la intervención de Dios en nuestra vida, pisoteamos el don que nos hace hijos del Padre Celestial, amados y rodeados de su cuidado continuo. Si la inquietud sobre el futuro genera en nosotros tristeza, desánimo y abatimiento, quiere decir que ponemos en duda el amor paternal de Dios. Por eso la preocupación excesiva por el futuro origina no sólo un tormento psicológico, sino también espiritual, unido a la falta de apoyo en la Providencia Divina. Cuando el espíritu maligno nos reta a duelo. El abatimiento y la tristeza que aparecen cuando sucumbimos a la tentación de la preocupación excesiva por el futuro, manifiestan claramente que Dios no está ahí, que esta forma de pensar y esta actitud son “nuestra obra”, en la que con frecuencia participa también el espíritu maligno. Por eso las palabras del Salvador “¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!” pueden referirse también a nosotros. Sucumbimos a Satanás cuando nos preocupamos excesivamente por el futuro como san Pedro, que ante el anuncio de Jesús acerca del sufrimiento y la muerte que le esperaban, reaccionó oponiéndose decididamente “De ningún modo te sucederá eso”. Pedro reaccionó humanamente ante la perspectiva de la pasión y muerte de su Maestro y ante su propio sufrimiento, y quiso remediarlo humanamente La tentación de la preocupación excesiva contiene en su raíz la duda de la esperanza en que Dios nos cuida. Pero como advierte san Maximiliano María Kolbe, cuando nos asaltan las tentaciones contra la esperanza, la fe y la pureza no podemos luchar contra ellas directamente. Las tentaciones son el guante que Satanás nos arroja para retarnos, son su desafío directo. Y quien se pone a luchar contra Satanás, se condena de antemano a una derrota inevitable, pues esforzándose por apoyarse en sí mismo, se cree más fuerte que el espíritu maligno. ¿Qué podemos hacer entonces? Imagínate que te reta a duelo alguien lleno de orgullo y mucho más fuerte que tú. Si sabes que no eres capaz de hacerle frente, lo mejor sería no recoger el guante. En la Edad Media este comportamiento era para el caballero la peor de las ofensas. También Satanás queda especialmente humillado y vencido por este tipo de menosprecio: ignorar la tentación. De otra manera te debilitará y te destruirá, tentándote con los pensamientos sobre el futuro y conduciéndote a una tristeza, duda y desánimo cada vez mayores. Poner en duda las preocupaciones excesivas. Dios no espera que luchemos contra las preocupaciones excesivas ni contra los pensamientos sobre el futuro. El que mira con sencillez de corazón su presente y no se anticipa al futuro, es feliz sabiendo que este no le pertenece, sino que se encuentra completamente en manos de Dios. El ejemplo de los santos refuerza nuestra convicción de que la intervención de Dios puede ser tan poderosa que incluso la muerte en el martirio llega a ser penetrada por la presencia de Aquel con quien el hombre se ha unido, por la presencia del más tierno Amor. Nuestra renuncia activa debería centrarse en poner en duda continuamente la preocupación excesiva por nuestro futuro, o por el de las personas que de alguna forma nos han sido confiadas. Cuando experimentamos tentaciones de rebeldía, miedo o desánimo, debemos reconocer que tenemos poca fey que somos esclavos de los apoyos humanos, recurriendo confiadamente a la Misericordia Divina. Entonces, Jesús mismo, inclinándose sobre nuestra miseria, entrará en nuestro despojamiento venciendo barreras infranqueables para nosotros. Podemos defendernos de la preocupación excesiva haciendo frecuentes actos de fe, de esperanza y de confianza, incluso aunque nos parecieran completamente inútiles. Hay que clamar a Dios ignorando cualquier obstáculo, como el ciego de Jericó: “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí””; como Pedro cuando se hundía en las aguas: “¡Señor, sálvame!”. Tenemos que orar para que Él mismo nos preserve de pisotear el amor de Dios: “Señor, ves que no sólo te soy infiel, sino que también enveneno a otros con mi tristeza y mi forma humana de pensar. ¡Señor, sálvame!” La falta de fe, la tristeza, el desánimo o las rebeldías no son un obstáculo definitivo en el camino a la santidad. El único obstáculo es no querer recurrir al Sacrificio Redentor de Cristo. Sólo Dios basta. ¿En qué o en quién ponemos nuestra esperanza? ¿Con qué o con quién contamos?. La necesidad de seguridad es una de las más fuertes del hombre y, como consecuencia, la falta de apoyo provoca siempre sensaciones de amenaza, inseguridad y miedo. Por eso buscamos apoyos en la esfera material: el dinero, el éxito profesional, o ponemos nuestra esperanza en otras personas. Pero esta búsqueda de apoyos nos expone al peligro de heridas y decepciones e imposibilita nuestra unión con Dios. Sólo Dios basta. Nos lo recuerda santa Teresa, con el verso que reproducimos a continuación, y nos enseña que: el amor de Dios es lo único que realmente importa. El citado verso dice: Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta.