CONSULTORIO LABORAL MIGUEL ÁNGEL MORCILLO, abogado. Consejero de Lex, Centro de Asesores Técnico-Jurídicos, S.A. NOVACIÓN DEL CONTRATO DE TRABAJO E n una empresa, una de cuyas actividades es claramente deficitaria, ante la imposibilidad de mantenerla se ha planteado la amortización de varios puestos de trabajo. Sin embargo, al propio tiempo, es necesaria la creación de un puesto nuevo en otra de sus actividades con un contenido que no guarda similitud alguna con ninguno de los puestos que se van a amortizar, siendo, además, el salario correspondiente al nuevo puesto, inferior a los que perciben los trabajadores afectados por la posible amortización. La pregunta es si la empresa puede imponer a uno de los trabajadores afectados el nuevo puesto de trabajo y las condiciones del mismo y, en su caso, cual es el procedimiento legal para llevar a cabo esta decisión. Las modificaciones del contrato de trabajo están reguladas en nuestra legislación, en los artículos 39 a 41 del Estatuto de los Trabajadores. Estos preceptos contemplan tres tipos de modificaciones: 1.– La llamada “movilidad funcional”. Consiste en la posibilidad de que un trabajador desempeñe un puesto de trabajo distinto al que viene realizando. Normalmente se produce dentro de un mismo grupo profesional o, al menos, entre categorías profesionales similares o equivalentes. Pero también puede llevarse a cabo para la realización de funciones superiores a las desempeñadas, con carácter temporal, por necesidades coyunturales y percibiendo el salario que corresponde a la nueva categoría; o para la realización de funciones de categoría in- Nº 176 • Abril • 2004 ferior, conservando el salario que se viene percibiendo. En ambos casos, la ley exige que existan razones que justifiquen la movilidad y que se mantenga solamente por el tiempo que resulte imprescindible para solucionar el problema que la motivó. 2.– La movilidad geográfica tiene como manifestación más significativa el traslado del trabajador con necesidad de cambiar de residencia, pero también puede revestir la forma de desplazamiento temporal. 3.– Las modificaciones sustanciales de condiciones de trabajo. El artículo 41 del Estatuto declara que tienen esta consideración y, por lo tanto, se rigen por sus normas específicas, las que se refieren, entre otras, a “las funciones cuando excedan de los límites que para la movilidad funcional prevé el artículo 39 de esta Ley”. Por su parte, ya el artículo 39 advierte que el cambio de funciones distintas de las pactadas no incluido en los supuestos previstos (los antes enumerados) “requerirá el acuerdo de las partes o, en su defecto, el sometimiento a las reglas previstas para las modificaciones sustanciales de condiciones de trabajo”. Por tanto, en principio, la modificación que pretende la empresa consultante, al no poder ser incluida en los supuestos de movilidad funcional del artículo 39, constituye una modifica- ción sustancial de condiciones de trabajo sometida las reglas del artículo 41 del Estatuto de los Trabajadores. El cambio que pretende la empresa es, en realidad, una novación del contrato, es decir, la modificación esencial del contrato primitivo y, por ello, la ley exige que el trabajador esté de acuerdo en hacerla. Se parte de la base de que el trabajador fue contratado en unas condiciones concretas y para unas funciones determinadas. Si ahora la empresa quiere cambiar esos elementos que fueron los que decidieron al trabajador a aceptar el contrato, es obvio que no puede hacerlo sin su consentimiento. Sin embargo, la ley permite que el empresario pueda modificar esas condiciones del contrato pero sólo en las circunstancias y con las condiciones y consecuencias que se establecen. La primera de esas exigencias es que existan “probadas razones económicas, técnicas, organizativas o de producción”. Y se entiende que existen esas razones, en términos generales, cuando, con la modificación o modificaciones propuestas, se contribuye a mejorar la situación de la empresa, a través de una más adecuada organización de los recursos. La modificación, si es, como en este caso, de carácter individual, ha de ser notificada al trabajador y a sus representantes legales con una antelación mínima de treinta días a la fecha de su efectividad. Y, desde luego, si pese a la negativa del trabajador, la em- Las modificaciones del contrato de trabajo están reguladas en nuestra legislación, en los artículos 39 a 41 del Estatuto de los Trabajadores 107 Capital Humano La ley no exige que el trabajador comunique por escrito a la empresa su intención de causar baja. Basta con que lo haga verbalmente presa decide llevarla a cabo, el trabajador puede optar entre aceptarla o rescindir el contrato con derecho a percibir una indemnización de veinte días por cada año de servicio en la empresa, con un máximo, en todo caso, de nueve mensualidades. También puede el trabajador, por supuesto, impugnar la medida por entender que no concurren las causas necesarias para justificar su adopción. En este caso será, finalmente, el Juzgado de lo Social el que resuelva la cuestión, teniendo en cuenta que la sentencia que dicte no tiene recurso alguno. La Sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Madrid de 9 de junio de 1996 considera que la empresa puede utilizar esta vía de la modificación con amparo en el artículo 41 del Estatuto para reducir o, incluso, suprimir las mejoras salariales de que disfruten los trabajadores a título individual. Esto significa que, con este procedimiento, la empresa puede, por ejemplo, suprimir gratificaciones voluntarias o incentivos pactados que superen los mínimos de convenio. Por otra parte, el carácter “sustancial” de las modificaciones se refiere a la entidad de las mismas, más que a la condición a la que afecta la modificación. Es decir, no existen condiciones sustanciales sino modificaciones sustanciales. Sin embargo, el ya repetido artículo 41 restringe su aplicación a las modificaciones sustanciales que afecten a determinadas condiciones del contrato, y no a otras. Pero, en términos generales, se considera que una modificación de condiciones de trabajo es sustancial sólo cuando afecta a los elementos básicos de la relación laboral, alterándolos de tal modo que los transforma significativamente. Por ejemplo, en este caso, la Capital Humano 108 modificación se refiere a la categoría del trabajador e implica que éste va a realizar unas funciones que no son parte de su profesión. Como el contrato se celebró teniendo en cuenta la capacitación profesional del trabajador o, sencillamente, sus aficiones, no debe procederse a modificar el contrato sin su consentimiento. O, si la necesidad de la empresa se impone, ha de tener unas consecuencias que reparen en la medida de lo posible la pérdida de las perspectivas profesionales del trabajador. En el caso consultado, el cambio de categoría es muy significativo pero, no obstante, puede ser decidido por la empresa, siempre que no perjudique la formación profesional del trabajador o menoscabe su dignidad. El trabajador tiene en su mano la facultad de extinguir el contrato de trabajo, pero solo percibirá una indemnización de veinte días por año con nueve mensualidades de tope. Pero, si la modificación afecta a su formación profesional o menoscaba su dignidad, puede reclamar que se considere un incumplimiento grave y culpable por parte de la empresa y, entonces, la consecuencia es la misma que tiene un despido improcedente, es decir, el cobro de una indemnización de 45 días por cada año de servicio con un tope de 42 mensualidades del salario. El salario, a estos efectos es la media mensual percibida por el trabajador. La a empresa, por su parte, puede evitar que se produzca el menoscabo de la dignidad dando publicidad a la modificación y ofreciendo al resto de los trabajadores la justificación de la misma. Pero el perjuicio profesional es algo más objetivo y de difícil superación. Si se produce ese perjuicio es preferible que la empresa contemple la solución del despido por la necesidad objetiva de amortizar el puesto de tra- bajo sin posibilidad de ofrecer al trabajador otro puesto de trabajo. Resulta ilustrativo a este respecto el hecho de que en las primeras versiones del Estatuto de los Trabajadores, se señalaba que la amortización de un puesto de trabajo por causas objetivas era utilizable solo cuando “no proceda utilizar los servicios del trabajador afectado en otras tareas de la empresa en la misma localidad.” EFECTIVIDAD DE LA BAJA VOLUNTARIA DEL TRABAJADOR U na trabajadora pidió la baja voluntaria en su empresa por teléfono y al día siguiente cayó enferma. Cuando le dieron el alta de su enfermedad intentó volver a la empresa, ante la sorpresa de esta que ya había cursado su baja en la Seguridad Social, de acuerdo con su petición y entonces la trabajadora formuló demanda por un supuesto despido fundado en la negativa de la empresa a su reingreso. La empresa pregunta como puede defenderse de esta situación. La ley no exige que el trabajador comunique por escrito a la empresa su intención de causar baja. Basta con que lo haga verbalmente. Sin embargo, algunos convenios colectivos sí consignan esa exigencia y además imponen la obligación de avisar con una determinada antelación a la efectividad de la baja, castigando al trabajador que incumpla esta obligación con la pérdida de una parte de la liquidación por el cese. La legalidad de esta penalización viene últimamente siendo cuestionada por sentencias de Tribunales Superiores de Justicia y parece que la tendencia es a considerar ilegal la deducción basada en el incumplimiento del preaviso. En el caso consultado, la empresa, llevada por un exceso de confianza, no pidió a la trabajadora la confirmación escrita de su solicitud de baja y, al no existir constancia alguna de la misma, se ha Nº 176 • Abril • 2004 colocado en una delicada posición en el juicio de despido. Aunque el hecho de que la empresa cursara la baja en la Seguridad Social no puede obedecer, en pura lógica, a otra circunstancia que la petición de la trabajadora, lo cierto es que no habrá prueba de esa solicitud, salvo que la propia trabajadora lo admita en el juicio. Por tanto, la empresa se encontrará sin poder probar que hubo una baja voluntaria. Y, por el contrario, la trabajadora probará que hubo un despido, pues no de otra forma va a ser interpretado el hecho de que la empresa no la admitiera al trabajo al término de su baja por enfermedad. A tal interpretación contribuirá, y no poco, el que la empresa haya admitido, como hizo, los partes de confirmación de la baja durante la enfermedad. Por tanto, hay que convenir en que las mayores probabilidades están a favor de que el “despido” sea considerado improcedente por el Juez condenando a la empresa al pago de una indemnización y al de los salarios desde la fecha del supuesto despido y la de notificación de la sentencia que se dicte. La empresa sólo puede actuar en orden a reducir las consecuencias de su bien intencionada pero imprudente conducta, mediante la consignación en el Juzgado del importe de la indemnización, siempre que lo haga antes de la celebración del acto de conciliación previo a la demanda en el organismo correspondiente de conciliación. Pues, si no lo hiciera, se arriesgará a pagar la totalidad de los salarios hasta la fecha en que, unos meses después del “despido”, se dicte la sentencia condenatoria y le sea notificada. Desde luego, no tendrá que abonar los salarios correspondientes al tiempo de la baja por enfermedad. Cabría un método de defensa consistente en mantener la realidad de la pe- tición de baja voluntaria y el hecho de que, si hubo un despido, éste se produjo cuando la empresa cursó la baja en la Seguridad Social de la trabajadora. En ese momento se formalizó la ruptura del vínculo laboral frente a terceros. A partir de ese momento, el plazo legal para reclamar empezó a correr inexorablemente y cuando se produjo la reclamación por despido (que la trabajadora situó en su intento de reingreso), ese plazo ya había pasado. Es evidente que, en pura lógica esta versión de los hechos, que es la real, es mucho más verosímil que la inventada por la trabajadora. Pero la controversia no tendrá prueba de las afirmaciones de ninguna de las partes por lo que será, como siempre, el Juez el que, a la vista de lo que ocurra en el juicio, declare cual es su convicción sobre los hechos. Es, por lo tanto, una situación arriesgada para la empresa, que debería procurar un método de acuerdo que, al menos, reduzca las consecuencias de su confiada actuación.!