SOLIDARIDAD CON RESPETO Siendo todos hijos de Dios a los cristianos debe impulsarnos la fraternidad para buscar el bien de todos. La palabra solidaridad proviene del sustantivo latín soliditas: entero, unido, de igual naturaleza. La Doctrina Social de la Iglesia entiende por solidaridad «…igualdad de todos los hombres y de todos los pueblos, en todos los tiempos y espacios; hombres y pueblos, que constituyen una unidad total o familiar, … y que obliga moral y gravemente a todos y cada uno a la práctica de una cohesión social, firme, creadora de convivencia. Cohesión que será servicio mutuo, tanto en sentido activo como en sentido pasivo” »* Esta cualidad esta muy arraigada en nuestras acciones cotidianas desde hace mucho tiempo. Va mucho más allá de la familia extendiéndose a los amigos, conocidos, compueblanos, compañeros, camaradas, “compañeros de causa”, vecinos y otros vínculos sociales. Ante tormentas como la de Capiatá, o crecidas como la actual, esta cualidad tan positiva es puesta a prueba porque aparecen pedidos de colaboración, colectas, voluntariados y eventos de todo tipo, desde todas las formas de relación que nos rodean. Quizás, con la misma seriedad y legalidad que se busca controlar los juegos de azar deberían considerarse cuidar todas estas colectas públicas. El día que el Parlamento discutía una ampliación de 10 millones de dólares para el presupuesto de colaboración con las ONG`s, habían 178 instituciones de este tipo pendientes de la decisión. Algunas con una trayectoria extraordinaria de ayuda al prójimo. La acción social, el voluntariado, o la ayuda material tienen un espacio que se debe desarrollar institucionalmente. Es fundamental que estas buenas acciones se desarrollen con respeto. Cualquier colaborador merece que se cuide su aporte, que se documente y que se controle, que se proceda con esmero y transparencia en su buen uso. Igualmente los destinatarios merecen el respeto de recibir trato urgente, resolver las carencias, paliar las necesidades básicas, pero proceder a diseñar y desarrollar las soluciones de fondo. Una tormenta que echa casas en Caaguazú o Capiatá puede ser imprevisible, pero las inundaciones de cauces de agua han estado en nuestras comunidades desde tiempos inmemoriales y lo estarán mucho después de esta generación. El río, nuestro amigo y compañero, fuente de vida y prosperidad, es también una amenaza y hasta puede ser enemigo mortal. Sabemos con certeza donde y cuando puede atacarnos y sabemos que primero perjudicara a la parte frágil. Esta situación debe reforzar la voluntad y las acciones para encarar soluciones definitivas que exigen renuncias, diálogos y acuerdos. Aunque algunos, quizás injustamente, obtengan rédito político y/o económico o de cualquier tipo con la ayuda ajena, hay que “dar hasta que duela” siguiendo la recomendación de la Madre Teresa, pero lo esencial es evitar el desperdicio y que el afectado reciba la solución de su urgencia. Que Dios nos ilumine para ejercer las ayudas correctas. Juan Luis Ferreira E., ADEC Junta Directiva *Fuente: http://www.vatican.va/