Enfoques: Domingo 26 de Marzo de 2006 Crisis y esperanzas: recuperar el futuro De la mano de la reactivación económica y aunque la mejoría aún no llega a los sectores más desprotegidos, hay un renovado optimismo en la población, según el segundo estudio del "Barómetro de la Deuda Social: las desigualdades persistentes", realizado por investigadores de la UCA A finales de 2001, el estado de ánimo de los argentinos era lo más parecido a una postal del apocalipsis: desaliento, Ezeiza como única salida, la nube negra del pesimismo privándolos de vislumbrar cualquier horizonte. Aunque todavía maltrecho, el humor colectivo ha dejado de ser la réplica del fin del mundo y, como podía suponerse, la realidad económica no es ajena a ese viraje. La medición del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) correspondiente al segundo semestre de 2005, difundida el miércoles último, señala que el índice de pobreza cayó del 38,9 al 33,8 por ciento de la población, y el de indigencia, del 13,8 al 12,2 por ciento. Por primera vez desde la devaluación, ambos índices se ubicaron por debajo los niveles del año que vivimos en peligro, 2001. Sin embargo, los informes coinciden en que la mejoría experimentada por los sectores medios empobrecidos durante la crisis aún no ha llegado a los más desprotegidos. De esa brecha, pero también de la recuperación anímica de los argentinos, da cuenta el segundo informe del "Barómetro de la Deuda Social: las desigualdades persistentes", elaborado por el Departamento de Investigación Institucional de la Universidad Católica Argentina (UCA), sobre la base de los resultados de la Encuesta de la Deuda Social Argentina (EDSA), aplicada en los meses de junio y diciembre de 2004 y junio de 2005, con un diseño de panel. El informe se presentará en el auditorio monseñor Derisi de la UCA (Alicia Moreau de Justo 1400, subsuelo), el miércoles próximo, a las 18. A partir de 37 indicadores que abarcan las condiciones materiales y también las subjetivas (relaciones afectivas, sentimiento de felicidad, deseos de encarar proyectos personales), se trabajó con 1100 hogares de la ciudad de Buenos Aires, el conurbano bonaerense, Gran Córdoba, Gran Salta, Gran Resistencia, Gran Mendoza, Bahía Blanca y el centro Urbano Neuquén-Plottier. En el aspecto subjetivo, la principal variable del bienestar psíquico es el deseo de vivir. Afortunadamente, la mayoría de los encuestados manifestó que no pensaban en el suicidio. Más aún, al menos la mitad de ellos calificaron sus vidas como "muy valiosas", lo cual implica un aumento entre junio de 2004 y junio de 2005. Pero la brecha entre los grupos extremos de la escala social (muy bajo y clase media alta) también se incrementó en el mismo período: un 31% de las personas de clase media alta variaron su juicio positivamente en contraste con sólo el 12% de las del estrato muy bajo. Creer que se puede ¿Podemos proponernos proyectos personales? La pregunta es clave porque la gran crisis de finales de 2001 también había arrasado con los sueños de los argentinos; en aquel tiempo, los días se les antojaban una sucesión de vacíos, vivían sometidos a la estrechez de miras del aquí y ahora, planear la propia vida a mediano plazo era una suerte de excentricidad, una bravuconada de temerarios o delirantes. Ahora, las respuestas de los encuestados evidencian un creciente optimismo. En junio de 2004, un 40% contestó por la negativa; un año más tarde, la cifra descendió al 25%. En los estratos muy bajos, un 65 % manifestó falta de proyectos en 2004 mientras que en junio de 2005, la cifra descendió a un 49%. La variación positiva en la percepción del futuro corre en paralelo con la reactivación. Agustín Salvia, investigador del Conicet y jefe del Observatorio de la Deuda Social a cargo de la UCA, admite que el crecimiento produjo una caída en el nivel de desempleo, una mejora en la distribución del ingreso y la consecuente reducción de los niveles de pobreza. "Todo indica que esa tendencia va a continuar -explica-, siempre que no se genere un alto índice inflacionario. Pero lo que hasta ahora ha logrado este proceso es recuperar a los sectores de clase media que se vieron empobrecidos con la crisis, sin que esos beneficios lleguen en igual proporción a los estratos más desfavorecidos". La situación objetiva relevada por la EDSA ilustra sus dichos. Para muestra, los datos relativos a la vivienda. Conforme a los resultados obtenidos, un 37% de los hogares carece de un hábitat doméstico adecuado, ya que presenta al menos uno de los siguientes problemas: hacinamiento, protección funcional deficiente y saneamiento inadecuado. La situación es notoriamente peor en los sectores de mayor vulnerabilidad socioeconómica. Así, mientras un 5% de los hogares de espacios medios altos tiene al menos un problema de habitabilidad, en los espacios medios bajos el porcentaje sube a un 20%, en los bajos, un 39% y en los espacios muy bajos, un 63%. Ante esas constancias, llama la atención que en todos los niveles socioeducativos se haya acrecentado el deseo de armar proyectos y, sobre todo, que el incremento sea más pronunciado en quienes menos tienen. Los investigadores ofrecen dos lecturas posibles para esta realidad. Por un lado, aunque la mejoría económica no alcance todavía a los sectores más pobres, esos sectores sí reciben los efectos beneficiosos de lo que los investigadores llaman el "derrame" del crecimiento que sí llega a las clases medias y altas. "Puede haber más changas, por ejemplo -dice Salvia-, más oportunidades que, si bien no llegan a solucionar definitivamente el problema de la pobreza y la desocupación, sí crean una situación de mayor desahogo." Pero María Elena Brenlla, investigadora del Barómetro, suma otra lectura que atiende a un matiz de orden psico-social: "Uno puede tener la sensación de que el futuro se presenta más alentador pero luego hay que contar con recursos materiales y psicológicos para concretar los proyectos. Allí entran a jugar las diferencias: ante un problema estresante, las clases medias tienden a adoptar una actitud resolutiva mientras que los sectores más vulnerables se inclinan por la negación. Aunque estos últimos sientan una mejoría, es difícil que puedan sostenerla en el tiempo". De esa eventual dificultad da señales la importancia que la gente le atribuye al dinero y al trabajo en relación a la conquista del paraíso más preciado: la felicidad. La EDSA lo preguntó sin anestesia: ¿Qué necesitaría para ser más feliz?.} Las respuestas incluyen estos tópicos: dinero (21,4%), trabajo (19,3%), pareja y familia (9, 7%), salud (6,3%). Los estratos más bajos son quienes más privilegiaron al dinero como condición para la felicidad. Respecto del trabajo, la mención fue mayor en los sectores de condiciones desfavorables, aun si tenían empleo, en comparación con la gente de clase media. La encuesta constató una marcada reducción de la incidencia de los problemas laborales entre junio de 2004 y junio de 2005. En los espacios de clases bajas y medias bajas el porcentaje de activos con déficit de ocupación descendió de 48% a 39% ; en las clases medias altas, de 30% a 9%. En las clases muy bajas, el porcentaje se mantuvo sin cambios significativos, lo que en conjunto implica un incremento de las brechas en el acceso a una ocupación mínima. "Las políticas activas del estado tuvieron poco que ver en los mejoramientos laborales; eso lo está haciendo el mercado -opina Salvia-. Quienes lograron salir del Plan Jefes y Jefas de Hogar para insertarse en un empleo son los que tenían una experiencia laboral previa y un capital educativo". Planes y posibilidades En relación con los nuevos planes lanzados por el gobierno que -a diferencia del mencionado- ofrecen cursos de capacitación para sus beneficiarios, Salvia se muestra escéptico. "Tienen el problema de no estar articulados con el sector privado -dice--. Producto de la crisis de los últimos 30 años, en la Argentina el 70% de los puestos de trabajo se consiguen por recomendaciones; es ínfimo el porcentaje de empleos a los que se accede a través de avisos clasificados o agencias. Las oficinas de empleo que registran en sus bases de datos a los beneficiarios de los planes sociales no son consultadas por las empresas, que buscan a sus trabajadores en sus propios circuitos". Silvia Lépore, investigadora del Barómetro, señala que aunque en los sectores desprotegidos existan redes sociales fuertes, los vínculos se dan entre pares, es decir, desocupados o empleados en el sector informal. "¿Cómo puede ayudarle a otro a conseguir trabajo quien no lo tiene para él o a duras penas consigue changas? -razona-. Los sectores medios empobrecidos, en cambio, tienen grupos más débiles, pero siempre cuentan con un ex empleador o un colega que mantuvo el trabajo cuando ellos lo perdieron o un compañero de los buenos colegios donde estudiaron, que les pueden servir de contacto para la reinserción laboral". En la Argentina actual, la reducción de la pobreza es un hecho. La recuperación del optimismo, un estado de ánimo creciente y, la deuda social, conforme al informe de la UCA, una cuenta pendiente. Por Adriana Schettini