Hacia una explicación psicoanalítica de la demencia de Alzheimer Lic. Alexis Aiello Introducción: Es un hecho consabido que poco puede hacerse frente a la demencia de Alzheimer. Resulta por lo tanto indispensable continuar investigándola con la esperanza de encontrar formas de intervención que tengan niveles de efectividad mayor, y en lo posible también de eficiencia (pues el gasto anímico y material que requiere la atención de estas personas suele ser particularmente elevado). El presente escrito aspira a contribuir en algo con esta empresa. Si en la etiología de este cuadro además de los factores biológicos (por cierto aún no del todo definidos) coexistieran factores psicológicos; por mínima participación que tuvieran sería necesario no solo rastrearlos y ubicar su posición en la etiología sino también buscar formas de tratarlos. Ya la neuropsicología ha comenzado a desarrollar formas de intervención mediante ejercicios cognitivos, para enlentecer el progresivo deterioro cuando el caso es abordado en los estadíos tempranos (lo cual no prueba que hayan factores psicológicos en la etiología, pero sí que el cuadro no es del todo inmutable ante lo Psi). El psicoanálisis por su parte parece ser una herramienta invaluable para el tratamiento de los allegados al enfermo de Alzheimer (cuyo padecimiento y sobre exigencias anímicas en ocasiones pueden alcanzar magnitudes propias de una patología grave). Por otro lado, quizás mediante variantes del tratamiento diseñado para las psicosis y trastornos del narcisismo, el psicoanálisis también podría colaborar para enlentecer el deterioro en los estadíos tempranos a moderados. El acompañamiento terapéutico ya es empleado con estos fines, así como también para velar por la integridad física del enfermo y reducir la carga física y mental de los familiares. Tanto la psicoterapia (tratamiento mediante recursos psicológicos) como el acompañamiento terapéutico, de momento se limitan a rescatar aquellas partes sanas del paciente que fueron taponadas por tratos que hicieron a un lado su singularidad1, así como también a contribuir junto a la medicación antidemencial para enlentecer en lo que se pueda la evolución del deterioro psicológico. Mientras que la medicación en general apuntaría a las funciones cognitivas y en segundo lugar a la personalidad conciente, la proporción sería inversa en el caso del acompañamiento terapéutico y la psicoterapia. De momento no parecen haber posibilidades significativas de intervención psicológica en los estadíos avanzados, ni tampoco nada cercano a posibilidades de curación (tampoco en el tratamiento orgánico). Pero no por eso debe resignarse la esperanza de que la neurología y psiquiatría encuentren nuevas formas para abordar los trastornos orgánicos, y entonces el tratamiento psicológico propiamente dicho (tanto en la prevención como en la rehabilitación) pueda encontrar un lugar. Desde luego la psicoprofilaxis solo sería posible en caso de que existan tales factores psicológicos. En este trabajo parto de la hipótesis de que efectivamente existen predisposiciones psicológicas que facilitan la emergencia de este trastorno, el cual sin embargo no sería posible sin una predisposición genética. De esta forma además de ser 1 Es frecuente que estos pacientes sean tratados por familiares y cuidadores continuamente con intervenciones directivas que terminan haciendo del automatismo psíquico una costumbre. un trastorno neurológico, la demencia de Alzheimer sería una enfermedad psicosomática en la que tanto las predisposiciones biológicas como las psicológicas serían necesarias para la instalación del cuadro. Siguiendo los planteos de Freud sobre las series complementarias, pienso que habría una relación de complementariedad entre la serie psicológica y la somática. Entre los extremos en los que predomina una u otra serie habría una infinidad de variantes con proporciones intermedias, pero en todas las posibilidades lo biológico y lo psicológico estarían presentes. Los siguientes planteos además de la consulta bibliográfica derivan en su mayoría de la observación clínica de un caso (paciente de tercera edad, sexo masculino) en el que como acompañante terapéutico pude acompañar lo que a mí entender fue el pasaje del estadío moderado a los comienzos de las fases avanzadas de la enfermedad, a la vez que pude entrever peculiaridades de la dinámica familiar. Sospecho haber inferido generalidades que pueden extenderse a otros casos de esta afección, no obstante admito el carácter precario y limitado de mis hipótesis. Es por eso que desarrollaré mis ideas en forma fragmentaria esperando con eso facilitar al lector servirse de aquellos puntos que le resulten más factibles y excluir sin dificultad los que considere inapropiados. Pese a este modo de presentación, en la forma de agrupar las siguientes ideas existe sin embargo una línea lógica y coherencia interna. Soy conciente por otro lado de que si bien la coherencia interna es requisito indispensable de una explicación, eso no la convierte necesariamente en cierta, por eso y remarcando el carácter especulativo que acompaña las siguientes líneas veo innecesario advertir acerca de la necesidad de acompañar la lectura de lo que sigue con la más extrema prudencia. Confío no obstante en el pensamiento crítico del lector y su apertura temporal a nuevas propuestas, siempre necesarias para el avance científico. Antes de presentar algunas de mis observaciones desde las cuales articularé una serie de hipótesis psicoanalíticas más o menos novedosas veo necesario partir desde donde existen acuerdos. Algunos de los puntos establecidos En general el cuadro comienza durante la vejez, pero puede desarrollarse durante la mitad de la vida, y parece ser más frecuente en el sexo femenino. En esta patología se produce una pérdida gradual y continua de la memoria en todas sus formas, empezando por la memoria reciente episódica (referida a episodios recientes), así como la memoria de trabajo (memoria que permite mantener en funcionamiento una cantidad de información activa, la cual es necesaria para llevar a cabo en forma adecuada alguna actividad inmediata). Más tardíamente se alteran todas las otras formas de memoria, y surgen trastornos del lenguaje, que se expanden progresiva y gradualmente junto con los otros deterioros. Entre estos trastornos lingüísticos pueden verse: neologismos, palabras y frases estereotipadas, frases inconexas, cambios de un tema a otro sin avisar al interlocutor ni incluir nexos, monólogos esporádicos, tendencia a progresivamente no acoger los enunciados del interlocutor (en caso de hacerlo es solo por tiempo limitado), puede llegar a haber mutismo por períodos significativos de tiempo, dificultad para encontrar palabras que permitan nombrar a personas u objetos (afasia). En directa relación con estos trastornos el paciente suele ser excluido de la conversación por quienes lo rodean, los cuales con particular frecuencia tienden a hablar sobre él en tercera persona (sin importar si está presente o no). El cuadro también se caracteriza por una pérdida gradual de la orientación temporoespacial y autopsíquica, aunque sin tener conciencia de enfermedad. Estos suelen ser los primeros síntomas detectados: el paciente progresivamente falta a citas de compromiso por olvidarse de ellas, trastoca la información, repite una medicación por haberse olvidado de que la tomó, se desorienta en la calle, etcétera. Al mismo tiempo, surgen apraxias y agnosias (dificultad para reconocer objetos, que debe diferenciarse del correcto reconocimiento del objeto pero dificultad para nombrarlo). En estos pacientes la personalidad conciente parece deteriorarse progresivamente. Pese al avance del deterioro, esporádicamente el paciente muestra momentos fugaces de conservación parcial del juicio (que también tiende a deteriorarse) y de su personalidad conciente. En estos momentos si bien muestra limitaciones apreciables, estas son menores a las que presenta cotidianamente. En este trastorno pueden o no haber formaciones delirantes (si las hay su carácter es asistemático), y alucinaciones (difíciles de clasificar debido a los trastornos del lenguaje, pero muy posiblemente se trate de alucinaciones visuales, auditivas, y cenestésicas). Es frecuente también que ante la desorientación temporoespacial el paciente fabule estar en otro lugar (por ejemplo en otra habitación de la casa con invitados en medio de una reunión). El DSM IV diferencia entre los subtipos con ideas delirantes, con síntomas depresivos, o no complicados (cuando ninguno de los otros dos subtipos resulta predominante). El cuadro puede ser acompañado por excitación psicomotriz, sin tinte maníaco. En estos casos si es preguntado el enfermo reconoce sentir una necesidad de estar en movimiento. También pueden observarse esporádicamente exabruptos fugaces de agresividad, e irritabilidad. Las pautas de comportamiento rutinarias se ven trastornadas en el mismo sentido que los otros deterioros, conforme evoluciona el cuadro empieza a notarse el abandono del aseo, así como imposibilidad de realizar tareas cotidianas simples. Por momentos sin embargo algunas pautas son defendidas con tenacidad y con carácter estereotipado (por ejemplo cerrar una canilla si está abierta, aunque sin importar que la misma esté siendo utilizada) y repetitivo (por ejemplo abrir y cerrar cajones, sacar y guardar ropa constantemente, etcétera). No son raros los rasgos próximos a lo obsesivo en relación a pequeños detalles prácticos cotidianos (doblar sábanas de determinada forma, por cierto inadecuada, ajustar sandalias de cierta manera, insistir en que un alimento sobre la mesa sea necesariamente ingerido por uno de los comensales a quien el paciente señala, etcétera). Conforme avanza el cuadro, el paciente en general deja de quejarse verbalmente cuando es maltratado (algo muy frecuente por ejemplo frente a empleadas domésticas). Si lo hace es en un nivel muy básico mediante exclamaciones y gritos. El paciente también muestra progresivamente una adaptación pasiva a los cambios, no pregunta por lo que ocurre en su entorno ni tampoco lo cuestiona. Esto es algo que los profesionales de salud deben tener muy presente, por ejemplo en internaciones pues el enfermo no será quien reclame por algún maltrato. En todo momento el paciente sin embargo reconoce y reacciona al contacto físico en forma adecuada (responde en forma adecuada a un apretón de manos, un abrazo, un beso, si alguien lo toma firmemente del brazo, etcétera). No obstante, la sensibilidad al dolor parece estar reducida conforme evoluciona el cuadro (por ejemplo, el paciente puede darse un fuerte golpe al caminar y no manifestar expresiones de dolor). En los estadios avanzados el paciente por momentos puede confundir a las personas (falsos reconocimientos), sin importar los sexos, por ejemplo un joven de sexo masculino puede ser confundido con una mujer mayor, etcétera. De cualquier forma el paciente responde a nivel emocional de manera correcta; con alegría, comodidad, enojo, vergüenza ansiedad, miedo, según la situación. Al percibir en forma desfigurada a la misma, las reacciones sin embargo resultan progresivamente desajustadas de la realidad (aunque muy posiblemente no respecto a la interpretación que el paciente logre hacer de la misma). Las personas que padecen de esta enfermedad se vuelven progresivamente más rígidas y rutinarias, a la vez que menos creativas e innovadoras. La bibliografía plantea que en etapas tardías predominan conductas muy primitivas de desinhibición del lenguaje o respecto de la sexualidad. Se ha observado también la reaparición de reflejos neurológicos antiguos en los estadíos avanzados. En el extremo terminal la tendencia es a la inhibición con pérdida de movimiento, permaneciendo fijos en cama, lo cual promueve mayor riesgo de contraer enfermedades sobre agregadas, por ejemplo, infecciosas. No existe acuerdo aún sobre las causas biológicas que ocasionan el mal de Alzheimer, pero sí sobre las alteraciones anatómicas que produce. Los estudios muestran una progresiva pérdida de neuronas y sinapsis en la corteza cerebral y en ciertas regiones subcorticales. Esta pérdida resulta en una atrofia de las regiones afectadas, incluyendo una degeneración en el lóbulo temporal y parietal, así como partes de la corteza frontal y la circunvolución cingulada. Entre otras alteraciones, esto va acompañado por una disminución de los niveles funcionales de acetilcolina. Está establecido que la gran mayoría de los pacientes de esta enfermedad tienen o han tenido algún familiar con dicha enfermedad. También cabe destacar que una pequeña representación de los pacientes de Alzheimer es debida a mutaciones autosómicas dominantes, haciendo que la enfermedad aparezca de forma temprana. Pero si bien la forma de aparición temprana de la enfermedad de Alzheimer ocurre por mutaciones en determinados genes, la forma más común no se ha podido explicar con un modelo puramente genético. Se plantea que la mayoría de los casos de esta afección no se deben exclusivamente a una herencia familiar, más bien se entiende que ciertos genes actuarían como factores de riesgo. La presencia del gen de la apolipoproteína E es considerada el factor de riesgo genético más importante para padecer demencia de Alzheimer, pero no permite explicar todos los casos de la enfermedad. La insuficiencia de la predisposición genética para causar este mal eventualmente hace pensar en influencias ambientales, entre las cuales sostengo que lo psicosocial juega un papel significativo, aunque no serían los únicos factores ambientales posibles (por ejemplo el DSM IV plantea que la prevalencia de la demencia es mayor en los sujetos que tienen historia de traumatismo craneal). Hipótesis generales Las siguientes hipótesis buscan dar una explicación psicoanalítica de los síntomas mencionados en el aparato anterior. Será recién en la sección siguiente que desarrollaré una posible explicación de las constelaciones psicosociales que en interacción con la predisposición genética y otros posibles factores ambientales (que no desarrollaré) llevarían al desarrollo del cuadro. Por el carácter de los síntomas, podría inferirse que a partir de determinado momento en la vida del paciente habría una extinción progresiva del interés (entendido este como la energía de las pulsiones yoicas), y con ello disminuiría en forma continua la fuerza de las pulsiones del yo. Es posible que las mismas incluso puedan desaparecer si su fuerza llegara a ser nula. Probablemente el correlato anatómico de lo anterior tenga su fundamento en la disminución de la acetilcolina a nivel del sistema nervioso central.2 Por la pérdida gradual del interés, la unidad llamada yo tendería a dejar de ser una unidad (o al menos a dejar de operar como tal). Esta desestructuración yoica progresiva posiblemente sea la explicación de la falta de conciencia de enfermedad (no se me escapa que la falta de conciencia de enfermedad no es privativa de la demencia de Alzheimer, pero una misma característica puede tener distintas explicaciones según la enfermedad). Entre las consecuencias de lo anterior (disminución del interés con la consecuente desestructuración yoica), el polo motor progresivamente dejaría de estar bajo el control del yo y regresaría a funcionar según el modelo del arco reflejo. El deterioro en los estadíos terminales llevaría a un estado parecido a la psicología del neonato. Al mismo tiempo en esta patología se produciría una pérdida progresiva de las adquisiciones culturales que diferencian al ser humano del reino animal. Esto incluye los signos y símbolos, lo cual repercutiría negativamente en la capacidad de simbolizar. Por esta pérdida los procesos psicológicos superiores en especial todo lo que se conoce como funciones intelectuales progresivamente se desvanecerían. Los procesos psicológicos elementales parecen también mostrar un deterioro progresivo aunque más lento. Una de las consecuencias más visibles a esto sería que el principio de realidad, así como el juicio de realidad perderían su fuerza de manera progresiva puesto que dependen de la energía yoica. La transferencia (en pacientes neuróticos que desarrollaron este trastorno) seguramente se aproxima a los fenómenos psicóticos conforme avanza el deterioro y se disminuyen las regulaciones psíquicas. Rasgos caóticos no pueden menos que surgir en estos fenómenos pues el compromiso orgánico reduciría los recursos del aparato psíquico. La libido parece seguir el curso normal esperable en el envejecimiento, aunque por la disminución de las regulaciones yoicas su exteriorización puede llegar a ser más desinhibida de lo esperable para la edad. Lo mismo ocurriría con las pulsiones de muerte. Por esta falta de regulación es posible que la libido narcisista se disperse y aleje del yo, lo cual además de contribuir a la dispersión (por alejamiento de esta fuerza que tiende a la unión), llevaría también a que las pulsiones de muerte operen con menos limitaciones sobre el yo (esto sin duda facilitaría todavía más la dispersión y el Freud en “Inhibición síntoma y angustia” afirma lo siguiente respecto a la energía de las pulsiones yóicas: 2 “El yo es una organización, se basa en el libre comercio y en la posibilidad de influjo recíproco entre todos sus componentes; su energía desexualizada revela todavía su origen en su aspiración a la ligazón y la unificación, y esta compulsión a la síntesis aumenta a medida que el yo se desarrolla más vigoroso.” No es muy inconcebible pensar que en esta enfermedad se produzca un daño en la función anímica que transforma la libido en interés. Se entiende que si se produce un debilitamiento del yo (disminución de la fuerza de sus pulsiones), la compulsión a la síntesis se reducirá. deterioro, a la vez que el surgimiento de los estados depresivos que algunos pacientes experimentan). Al perderse progresivamente la regulación yoica, se desvanecerían en forma progresiva las sublimaciones, identificaciones, represiones, y demás operaciones llevadas a cabo y sostenidas por el yo. Puesto que el superyó (que es una diferenciación del yo) deriva de identificaciones al igual que el yo tendería a desaparecer, aunque con mayor rapidez que este (o el yo al desintegrarse dejaría de percibir sus reclamos, las posibilidades son complementarias). Por la disminución de la investidura yoica, el tesoro mnémico (un patrimonio yoico), mostraría una tendencia a dispersarse y a dejar de ser accesible al yo. Los recuerdos más arraigados (que llevan cierto tiempo siendo investidos con determinado monto de interés) son los últimos en perderse. Pero no debería entenderse de esto que los mismos desaparecen, más bien dejarían de ser accesibles por la falta de energía yoica y la consecuente dispersión general (de otra forma no podría explicarse que el paciente pueda recordar en ocasiones hechos que anteriormente no podía, que luego vuelva a perder la posibilidad de retomarlos, para luego volver a ser capaz de ello, y así sucesivamente, aunque predominando cada vez más la amnesia). Posiblemente la muerte de determinadas unidades materiales del aparato anímico lleve finalmente en los estadíos terminales a la pérdida de recuerdos, y a la imposibilidad de inscripción de nuevas huellas mnémicas. Entre tanto, seguirían produciéndose nuevas huellas ante las situaciones actuales, pero las mismas progresiva y rápidamente (al instalarse el cuadro) dejarían de ser accesibles para el yo debido a la disminución de la energía yoica. El motivo de la extinción del interés parece responder a cuestiones biológicas. Sin embargo es posible que constelaciones psicológicas favorezcan el surgimiento del cuadro. De ser así cabe sospechar de dos situaciones crónicas en la vida anímica de una persona que podrían facilitar el cese de la producción de energía yoica. Una atrofia de las unidades materiales del aparato psíquico productoras de interés, causada por el desuso de ciertos aspectos yoicos. Como ocurriría cuando una persona desde la temprana infancia vive en un entorno que continuamente ahoga el despliegue de sus rasgos personales. Este entorno llevaría a una fijación en esta modalidad de lazo social que se extendería a todas las formas de relación. Como en todas las funciones biológicas, el desuso de estos recursos si es continuado llevaría a una limitación progresiva. A partir de cierto punto se volvería irreversible y se retroalimentaría con independencia de lo psicosocial (la atrofia ocasionaría más desuso y con ello más atrofia). En defensa de esta posibilidad referida a la atrofia por desuso, pueden citarse los estudios que plantean que la actividad social, la lectura, y otras formas de actividad cognitiva enlentecen la aparición de los síntomas de deterioro. Un sobre uso excesivo y crónico de energía yoica, lo cual produciría un daño de las unidades materiales productoras de interés. Lo mismo que en lo biológico, el sobre uso puede producir una fortaleza inicial de lo sobre usado, pero si no es regulado es causante de lesión. Si el uso no se detiene pese a estos daños, los mismos se incrementarían progresivamente, hasta llegar a un punto que cualquier uso por mínimo que sea resultaría excesivo para las capacidades funcionales. En defensa de esta hipótesis cabe citar los estudios según los cuales el estrés favorece la aparición de la enfermedad de Alzheimer cuando existe una situación de inflamación en el cerebro. En ambos casos (desuso y abuso), el ritmo del deterioro sería cada vez mayor. Existe una tercera alternativa que en breve abordaré, la cual conjuga ambas posibilidades sin que haya una contradicción, y es a mí entender la posibilidad más factible. En cualquier caso, no se trataría de un factor suficiente para la causación de esta patología sino más bien un factor facilitador ubicado en relación de complementariedad con los factores biológicos (cabe aclarar que difícilmente exista el extremo en el que la causación recaiga en forma casi absoluta sobre lo psicológico). Reconstrucción posible del curso típico de la afección Antes de desarrollar este apartado veo oportuno explicitar algunas de las observaciones que me llevaron a inferir ciertas ideas sobre la psicogénesis de la demencia de Alzheimer. Se trata de impresiones en su mayoría subjetivas propias de mí contratrasnferencia, las cuales son muy difíciles de plasmar por escrito, por eso solo desarrollaré las que me sea posible. Posiblemente al lector le cueste ver en ellas algo significativo, por lo que solo puedo advertir de considerar las distintas observaciones como una unidad articulada y no perder de vista la explicación propuesta en el apartado anterior acerca de los síntomas de este trastorno. Como ya mencioné se trata de un paciente de tercera edad, y de sexo masculino. Sus síntomas al contraer la enfermedad son numerosos y corresponden punto por punto a la lista presentada líneas atrás (lista que por cierto elaboré teniendo en cuenta a este paciente en particular). De acuerdo a los criterios del DSM IV se trataría del subtipo con ideas delirantes pero ausencia de síntomas depresivos (si bien en una oportunidad fui testigo de sus lágrimas, eso fue más bien una excepción). Había observado que los parientes cercanos de este paciente, las veces que pude interactuar con ellos en persona, pero también de alguna forma en fotografías de años anteriores que pude ver (las cuales por cierto eran abundantes en la casa), mostraban una suerte de hipomanía con rasgos de megalomanía, dando como resultado una fachada aparentemente sin fisura psíquica alguna. Por ejemplo, la esposa del paciente (también mujer de tercera edad) realizaba múltiples actividades tales como entrenamiento con el método Pilates, jugar al Tenis todos los lunes, salir por las noches los fines de semana vestida de forma seductora, conservaba una silueta poco frecuente en personas de su edad, asistía a clases de dibujo y realizaba majestuosos cuadros, entre varias actividades más. Junto a esto, no mostraba mayores signos de dolor psíquico por la enfermedad de su esposo más allá de momentos breves, aunque sí era perceptible su estrés, y un fastidio hacia comportamientos de su pareja, derivados de su enfermedad. En repetidas ocasiones se molestaba con él por estas conductas o limitaciones, y en más de una vez le dijo a este “no me hagas esto”, mientras trataba de forzarlo a que realize alguna actividad según el modo por ella buscado (por ejemplo usar adecuadamente los cubiertos en la mesa, quitarse la ropa de día y ponerse un pijama para dormir, etcétera). Todas estas constelaciones las pude observar también en dos de los hijos de esta pareja (hombres de más de 50 años). Por ejemplo en una ocasión uno de ellos había comentado a otro de los acompañantes terapéuticos “...y ahora nos hace esto”, aludiendo a la enfermedad del paciente. En fotos familiares, por distintos indicadores difíciles de poner en palabras recibía la impresión de que esta persona que luego presentó el cuadro de la demencia de Alzheimer era ubicada por los demás allí presentes, en un lugar central de majestuocidad, pese a que se trata de un hombre de una gran humildad (esto último lo había inferido a partir de rasgos de carácter aún conservados en el momento del acompañamiento terapéutico, así como también inconfundibles gestos de humildad presentes en sus fotografías). La sensación era que se trataba de un hombre de gran humildad y alta sugestionabilidad, que por iniciativa de quienes lo rodeaban era ubicado en un lugar central de majestuosidad. Junto a esto, también la sensación era que para quienes lo rodeaban resultaba necesario que este señor se mantuviera en esa posición para poder conservar ellos su propio posicionamiento hipomaníaco y omnipotente sin fisuras. Era habitual en los relatos de la esposa del paciente escuchar comentarios sobre los logros y éxitos de sus hijos y otros familiares, presentados como si se tratara de una familia perfecta y exitosa, a la que ahora le surgía el imprevisto de que uno de ellos (justamente el que estaba ubicado en el lugar central) padecía de Alzheimer y con ello toda la estructura psíquica familiar se veía amenazada. Posiblemente estas observaciones no hayan encontrado mayor valor para el lector. Solo puedo decir a favor de las mismas que no fueron realizadas en retrospectiva, sino que las fui construyendo durante todo el acompañamiento terapéutico en base a distintas experiencias durante el caso. Entre ellas, incluyo ateneos clínicos sobre el tratamiento, en los que otros acompañantes hicieron señalamientos similares. También a favor de estas observaciones cabe plantear que haciendo un análisis puede encontrarse una constelación vincular señalada por distintos autores respecto de los pacientes psicosomáticos, a saber el hecho de que el paciente se comporta en la vida de acuerdo a normas, inclinaciones, actitudes, valores e ideales que le fueron impuestos y que no puede dejar de cumplir3. Por ejemplo cuando Mc Dougal plantea sobre la estructura edípica particular construida sobre la fantasía primaria y preverbal de la madre abisal y el niño tapón señala que las necesidades y deseos del niño no cuentan, y este (poco diferenciado de la madre) debe llenar el vacío de aquella, de la cual no puede separarse sin estrés psíquico, pues tomar autonomía equivaldría a destruirla. Sami Ali por su parte plantea que a la represión lograda de lo imaginario le corresponde una depresión a priori. Con esto se refiere a coincidir con el superyó y a la supresión de la subjetividad, un modo de ser gracias al no ser, afirmando y participando a la vez de una omnipotencia en la cual las reglas adaptativas llenan el vacío dejado por la subjetividad, la cual se convierte en una subjetividad sin sujeto. Liberman plantea que durante la infancia, el enfermo psicosomático en su intento de encontrar representaciones en la vida mental de la madre que rechaza sus cualidades y le impone la imagen narcisita del hijo ideal; el niño tiende a transformarse en el representante del objeto ideal materno. Así recuperarían el vínculo ilusorio de unidad con el objeto, pero renunciarían al desarrollo auténtico del self y en la fantasía devendrían parte del objeto. Luego plantea que en la vida adulta el paciente está atento a mínimas necesidades de otros y se siente obligado a satisfacerlas. Según las observaciones del autor esto da lugar a conductas que van desde la generosidad patológica hasta la evación del contacto de intimidad para no ser vaciados. Más adelante señala que el paciente no vive sus logros como propios, en parte por haber realizado un corte defensivo con el registro de la cenestesia (lo que privaría de la percepción del propio esfuerzo), y en parte porque los logros corresponderían a la 3 Por supuesto pese a esta semejanza las hipótesis de estos autores sobre las enfermedades psicosomáticas toman direcciones distintas. asunción de la identidad exigida por el objeto y no a las propias necesidades de autorreparación. Un poco más alejado, aunque en la misma línea puede citarse a Lacan, quien en sus teorizaciones sobre el fenómeno psicosomático plantea que los significantes de la demanda del Otro no pueden ser interrogados pues se holofrasean y se inscriben directamente en el cuerpo. Guir señalando los significantes privilegiados que según sus postulados favorecen la revelación del fenómeno psicosomático ubica la obligación por ser del sexo opuesto, ante el cual el sujeto responde con un goce autoerótico de órgano el cual corresponde en la fantasía a un cambio de sexo, y sin desearlo lo ubica a disposición del Otro. Si bien no se trata de planteos idénticos (más allá de las diferencias teóricas), los cinco autores citados coinciden en esa dependencia anímica del paciente respecto a imposiciones de otros significativos. En el caso de la demencia de Alzheimer, desde un marco freudiano podría pensarse el siguiente curso típico previo al establecimiento del cuadro demencial. En la temprana infancia como en el común de los casos el niño sería ubicado por los padres en un lugar de grandiosidad y como realizador de todos sus ideales incumplidos. De esta forma los padres realizarían en sus fantasías por una vía indirecta (pero satisfactoria) sus ideales y calmarían algunas de sus frustraciones. Esta posición llamada “su majestad el bebé”, en las personas aquí consideradas desde un comienzo tomaría una fuerza mayor a la usual en la dinámica familiar y llevaría por lo tanto a una fijación. Es verdad que muchos padres no terminan de renunciar a estas actitudes, en especial a la ilusión de que su hijo realizará todos sus ideales incumplidos, pero en estos casos no solo la fuerza de estas fantasías y proyecciones sería mayor a la usual sino también y especialmente el sometimiento del niño. El niño acogería entonces estas imposiciones con gran tenacidad esperando con eso el amor de sus padres, y es muy posible que en estas circunstancias esto luego sea internalizado en el ideal del yo, y que también se extienda a las demás relaciones familiares u otras personas que le sean significativas , y de las que busque amor (hermanos más allá de la ambivalencia, tíos, cuidadores, primos, abuelos, etcétera). Algo más tarde tal vez el niño desarrolle a la vez una suerte de preocupación inconciente hacia todos los que lo ubican (y por los que se deja ubicar) en la posición de su majestad el bebé, pues en su fantasía sin poder entenderlo del todo, el niño percibiría que ocurriría una catástrofe si se negara a ello. Es posible que haya rasgos hipomaníacos u otras defensas en los padres o familiares que encubran estados depresivos, y sean compensados al tomar al niño de esta forma, y por lo tanto la actitud del pequeño no estaría errada. Junto a este sometimiento muy posiblemente puedan rastrearse deseos reprimidos en él niño de oponerse a estas imposiciones y con ello causarles un mal a todos los que (sin que lo sepan) le estarían causando un mal a él con estas exgencias. Esta hostilidad tendría su fundamento en las sensaciones de asfixia anímica que este posicionamiento le acarrea. Los deseos hostiles al ser incompatibles con la necesidad del amor objetal serían sin embargo reprimidos y refrenados por angustia y otras posibles medidas precautorias de distinta magnitud. Esta necesidad de asegurarse el amor del objeto posiblemente explique por qué en la mujer esta patología es más frecuente que en el varón, pues como se sabe en general en el sexo femenino la necesidad de ser amada prima sobre la necesidad de amar, y la angustia ante la pérdida del amor del objeto de amor es la forma principal que asume la angustia señal. La dolencia también afecta al sexo masculino, lo cual no contradice en nada estos planteos que son solo generalidades, ni tampoco la hipótesis de que los factores psicológicos son solo facilitadores, más no suficientes para la causación de la demencia de Alzheimer. Introyectadas en rasgos de carácter, estas constelaciones anímicas se expandirían a todo el desenvolvimiento en la existencia de esta persona, y determinarían en mayor o menor medida según su fuerza pulsionante (siempre variable según la persona, y circunstancias personales) a todas las relaciones objetales que tomen algún valor más o menos significativo para la persona, incluso con personajes propios de la religión u otras figuras lejanas (por ejemplo grandes pensadores o referentes políticos de otros tiempos, etcétera). Tal vez haya una correlación entre la significatividad del objeto y la fuerza con la que esta forma de relación es puesta en juego, pero seguramente también participen otros factores. No hay motivo para excluir a los propios hijos de esta serie, con los cuales mientras más desarrollados estén, más el ahora padre o madre adoptaría las mismas posturas infantiles de lazo social que asumió durante su vida. Existe por otro lado la posibilidad de que la persona cuyo desarrollo estamos considerando también repita en sus hijos en forma activa lo vivenciado pasivamente (imponerles a ellos lo que se le impuso a él), pero infiero que esto adoptaría intensidades sensiblemente menores a las experimentadas en la propia infancia, y tal vez solo ocurriría si con ello podría satisfacer los ideales de un tercero significativo. No debe entenderse de esto que la persona a quien se le otorgó la función de continente de los ideales de terceros efectivamente los realize todos y cada uno. Lo importante aquí es que intente hacerlo, o simplemente asuma la responsabilidad de cumplirlos. De esta forma los depositantes se habrían liberado de esa responsabilidad otorgándosela al individuo que estamos considerando. Bajo estas circunstancias, a nivel del aparato psíquico individual, por un lado habría un monto híper intenso de exigencia anímica por comportarse según los deseos de terceros. En algunos casos por comportarse en forma majestuosa, en otros por ser un individuo excesivamente humilde, etcétera. Las posibilidades de contradicción serían muy grandes, aunque existe la posibilidad de que en estos casos solo se tomen en cuenta los ideales de personas que entraron en relación asociativa y son compatibles con los de los padres que fueron presentados primero y llevaron a la fijación. Puesto que en lo inconciente no existe contradicción, me inclino a pensar que la compatibilidad o incompatibilidad carece de valor en el momento de acojer los ideales, más no en los intentos de realización (los cuales están a cargo de lestratos del aparato psíquico regidos por las leyes del sistema Cc-Pcc). Quizás estas contradicciones que muchas veces pueden tomar formas paradójicas sea una carga más a las sobre exigencias anímicas. Una persona así con mucha facilidad sería ubicada en un lugar central en las familias, y grupos sociales. Un verdadero pilar en las dinámicas familiares, ya sea a nivel manifiesto como en un plano latente. Por otro lado junto a estas exigencias de alturas insospechables las cuales pondrían en juego a las unidades materiales del aparato psíquico, habría también un desuso de ciertos recursos psicológicos normalmente empleados en la autonomía psíquica, lo cual llevaría progresivamente a una atrofia. Atrofia psicológica pero que también afectaría a los estratos orgánicos del aparato. Estos daños materiales (por atrofia y sobre exigencia) irían aumentando progresivamente y de no ser interrumpidos llegarían a un punto en el que se retroalimentarían con independencia relativa de lo anímico. Lo más probable es que de no haber ciertas condiciones biológicas, los daños orgánicos no puedan alcanzar magnitudes significativas en estas circunstancias (pero no por ello estas constelaciones serían inocuas para la persona). Por otro lado en caso de existir estas condiciones biológicas, los daños a nivel neuronal llevarían a una extinción progresiva de la energía yoica cuyos efectos fueron ya trabajados, y simplificando darían como resultado lo que se conoce como la demencia de Alzheimer. Extensión de la hipótesis a los familiares del enfermo de Alzheimer Con respecto a los familiares (u otros allegados) es mucho lo que puede explicarse desde estas hipótesis. Por un lado es fácil de apreciar el dolor normal por la pérdida progresiva de las singularidades del ser querido, y el estrés por las gigantescas exigencias que requiere el cuidado del enfermo. Que el pronóstico presentado por la ciencia solo sea desfavorable acrecienta sin duda el dolor, la frustración, el cansancio, y la tensión. Esto al ser continuado pondría en riesgo a la persona de sufrir problemas de salud como asma, hipertensión arterial, úlcera gástrica, etcétera, así como enfermedades que siguen al daño del sistema inmune. Además de esto cabe considerar también lo que la persona significó en la dinámica vincular. Si quien padece la demencia era el depositario de los ideales y de esta forma permitía a los demás una fantasía de realización personal (en un estado próximo al narcisismo secundario con sus respectivas convicciones megalómanas de perfección), no puede pasar desapercibido que esto progresivamente sea destruido por las condiciones que impone la enfermedad. Es así que muchos allegados reaccionan con hostilidad hacia el enfermo reclamándole a él o a otros en forma no del todo latente por los síntomas de la enfermedad demencial. Existe la posibilidad de que estas mociones hostiles de magnitudes altísimas en lo inconciente sean acogidas en la contratransferencia de profesionales a cargo de la atención del enfermo. Intentos frustrados de depositación de los propios ideales en el enfermo promovidos por captaciones inconcientes de la dinámica familiar facilitarían también el surgimiento de la hostilidad en los profesionales que asisten al paciente. Complejos personales de los cuidadores, y rasgos fenoménicos propios de la enfermedad también favorecerían el surgimiento de mociones hostiles en los profesionales. Como fue ya planteado hacia el principio de este trabajo, es también frecuente observar reacciones hipomaníacas en los familiares. Recordemos el ejemplo de la esposa que realiza múltiples actividades durante la semana (clases de Tenis, de Pilates, actividades que requieren un buen estado de ánimo, aunque también actividades de descarga como dibujo, salidas con amistades y otros familiares, etcétera), mujer que muestra en general un buen sentido del humor y talante alegre (al menos en apariencia), pese al dolor que solo esporádicamente expresa (y aún así en forma reducida). Por supuesto hay un proceso de duelo en juego que cada quien lo aborda en forma peculiar y desde sus propios recursos (cabría la posibilidad de que la hipomanía fuera una defensa para evitar el dolor), pero si es verdad que están en juego los ideales y con ello el superyó, rasgos de esta neurosis narcisística (manía bajo la forma de hipomanía) serían sumamente posibles. En la manía, según Freud, el yo se confunde con el superyó y de esta forma evita sus reproches (“Psicología de las masas y análisis del yo”), podría ocurrir que aquí por una forma difícil de entrever, a través de los procesos psíquicos relacionados con esta depositación de los ideales en el que luego desarrollaría la demencia, el familiar evitaría el conflicto con el superyó, pues se liberaría de las responsabilidades superyoicas referidas a estos ideales. A partir de estas constelaciones es que desarrollaría una megalomanía próxima al narcisismo, y tendría además una cantidad de energía psíquica liberada del conflicto superyóico que le impulsaría a la acción. A partir de esto pueden entenderse los reclamos de los familiares hacia el enfermo respecto de su enfermedad. Por un lado, el familiar estaría asumiendo una función superyóica de reclamo por el incumplimiento del enfermo respecto de los ideales proyectados, como intentando con esto mantener esta situación que ahora no puede menos que comenzar a derrumbarse. Por otro también sería un reclamo hacia algo visto como una deslealtad. Pues si el enfermo había sido ubicado en un lugar privilegiado, al dejar este lugar por la enfermedad y causarles inconvenientes a quienes lo ubicaron de esa forma estaría comportándose en forma desleal (desde la perspectiva de los allegados que depositaron sus ideales). Desde luego acá los familiares no toman en consideración que la enfermedad no fue producto de un acto de voluntad. Esta irracionalidad es indicador de que estos reproches estarían determinados por lo inconciente, y no por designios del yo maduro. No estaría sin embargo tan errado el reclamo de “ahora nos hace esto” o “no me hagas esto”, si consideramos esos deseos hostiles del niño que mencioné párrafos atrás (de causarles un daño a quienes lo ubicaban en el lugar de su majestad el bebé), los cuales de acuerdo a las leyes de lo inconciente se habrían conservado en la adultez. Si bien la enfermedad sin duda no es producto de estos deseos hostiles, tal vez ahora encuentren una forma de satisfacción (inconciente), y quizás en algunos casos tengan un peso relativo en algunas conductas del enfermo. Posiblemente este, más allá de las limitaciones producidas por su enfermedad, frente a los reclamos de un tercero por que se comporte “adecuadamente” (por ejemplo en la mesa), al reducirse las regulaciones yoicas (y con ello un debilitamiento de las represiones) exagere en ocasiones el no cumplimiento de estas exigencias a modo de defensa (y satisfacción de los deseos hostiles), en una forma similar al capricho infantil. No podemos dejar de lado que estos pacientes por momentos muestran exabruptos fugaces de agresividad e irritabilidad. Acaso en algunos casos estos deseos hostiles tengan también un efecto facilitador de la enfermedad. Freud en “Tratamiento psíquico (tratamiento del alma)” plante que: los afectos, los procesos de la voluntad y de la atención, las actitudes, y las expectativas son capaces de influir profundamente sobre los procesos corporales y de desempeñar un importante papel como promotores o inhibidores de enfermedades físicas. El autor también plantea que muy posiblemente incluso en casos graves y delicados, el designio de sanar o la voluntad de morir influyan sobre el desenlace. No me atrevo a posicionarme al respecto, aunque no puedo dejar de señalar el fenómeno de la muerte celular programada (apoptosis), la cual por cierto es vinculada entre otras enfermedades con la demencia de Alzheimer. En otro apartado había planteado que al reducirse las regulaciones yoicas, también las pulsiones de muerte actuarían con mayor libertad, y contribuirían al proceso de desorganización y deterioro psíquico iniciado por la reducción del interés (ocasionada por los procesos de atrofia y sobre exigencia de determinadas unidades materiales del aparato psíquico). Retomando el análisis de los familiares, reacciones depresivas de automartirio también son frecuentes en los allegados, por un lado se justificarían inconcientemente en las distintas responsabilidades personales, especialmente en el haber cargado a nivel vincular con ideales (y las respectivas exigencias) a la persona ahora reducida por la enfermedad. Por otro lado también cuentan las frustraciones en el ideal del yo que ahora surgen por las limitaciones del enfermo (quien fue depositario de los ideales), y esto solo podría ser vivido en forma dolorosa. Si el familiar conseguía una realización indirecta de sus ideales, ahora no puede menos que enfrentarse con una frustración a nivel inconciente, y que muestra además lo ilusorio que siempre fue esta realización personal. Puesto que el complejo de castración es una pieza central en la renuncia del narcisismo, existe la posibilidad de que el avance de la demencia de Alzheimer (que fuerza a resignar a la forma indirecta de realización personal ya tratada) sea asociado en lo inconciente con la castración. De ser esto así estaríamos ante la pista de al menos uno de los fundamentos inconcientes de la aversión de algunos familiares por tomar contacto con el enfermo de Alzheimer (en el caso aquí tomado como ejemplo, los hijos rara vez visitaban al paciente, aunque se encargaban de los honorarios del equipo de profesionales). Existirían desde luego muchos otros motivos (como el dolor normal de ver a un ser querido reducido por la enfermedad, conflictos en la relación, entre otros), y no todos los familiares suelen evitar tomar contacto con el enfermo, pero a mí entender aquí se roza el denominador común de un fenómeno que puede extenderse a situaciones en las que en forma más atenuada se presentarían las mismas vicisitudes psicológicas acá desarrolladas (depositación de los ideales de un tercero sobre otra persona, desdicha en este individuo que fuerza a retirar los ideales y con ello la satisfacción personal así lograda, aversión del tercero por tomar contacto con la persona durante su desdicha). Reacciones hipomaníacas con megalomanía (ambas ya presentes desde antes, pero tal vez ahora reforzadas), distintas formas de angustia, junto a la hostilidad, estrés, y algunos momentos de desazón con automartirio, no son extraños en los familiares que cuidan de estos enfermos. Todos estos fenómenos se plasmarían con una fuerza variable, y con proporciones diferentes según los casos. No todos los familiares de enfermos de Alzheimer desarrollan una hipomanía visible, en algunos predomina el estrés, en otros las reacciones depresivas con automartirio o desazón, etcétera. Las variantes en las que esto puede plasmarse son posiblemente infinitas. Y no puede ignorarse que no todos los familiares depositarían sus ideales en el que luego enferma de Alzheimer. En lo que respecta a los profesionales, es concebible que mientras más tiempo pasen con el paciente mayores sean las posibilidades de desarrollar los mismos sentimientos y emociones de los familiares para con el enfermo. La tarea de los acompañantes terapéuticos y asistentes geriátricos quizás sea la más comprometida por estas condiciones. Había planteado anteriormente, que en los estadíos avanzados de esta enfermedad se regresaría a un funcionamiento psíquico propio de la psicología del neonato y según el modelo del arco reflejo. Es sin duda una coincidencia llamativa que el momento evolutivo previo a aquél en el cual el niño acoje los ideales impuestos por sus padres sea justamente ese. Como si la sobre carga, y atrofia anímica de las que hablé en el apartado anterior, junto a posibles mociones autodestructivas como afrenta a los familiares, llevaran finalmente por los daños orgánicos a una regresión que coincide con los momentos previos al inicio de la imposición de estas exigencias. Quizás incluso haya un proceso psíquico inconciente de autodestrucción de todo lo que se le fue impuesto, y esto se aceleraría con la disminución de las regulaciones yoicas motivadas por la extinción del interés a partir del daño orgánico (promovido por predisposiciones genéticas, junto a atrofia y sobre exigencia de ciertos recursos anímicos), y la consecuente dispersión de la libido narcisista. El paciente aquí considerado, mientras más empeoraba su cuadro más repetía en su lengua materna (el Irish) la palabra “mamá” como un llamado, a veces a su esposa, a veces a los acompañantes terapéuticos, empleadas domésticas, o a veces aparentemente sin referirse a ninguno de los allí presentes. Desde luego esto no coincide con la psicología del neonato (tampoco se trataba de los estadíos terminales), pero es sin duda un indicador de un proceso de regresión psíquica Proceso segurametne facilitado por el debilitamiento de las regulaciones yoicas debido a la extinción progresiva del interés y la creciente desestructuración del yo que eventualmente llevaría al estado primario del aparato psíquico. A modo de conclusión: Para los allegados y cuidadores el psicoanálisis y la psicofarmacología tienen mucho para ofrecer. Para quien sufre de Alzheimer estas posibilidades se reducen exponencialmente. Una figura terapéutica (como es el caso del acompañamiento terapéutico) que intervenga en la vida cotidiana del paciente enfermo estimulando su autonomía psíquica y mostrando a los familiares otras formas de vinculación con el miembro enfermo parece ser de gran valor para este abordaje difícil. Siguiendo las hipótesis que fueron aquí desarrolladas, además del tratamiento psicofarmacológico, la combinación del tratamiento psicoanalítico individual (tanto del enfermo como de allegados) con el familiar o vincular, parecería ser un camino prometedor para la atención de estas personas. Pero hasta que no se logren medios más efectivos para tratar las alteraciones orgánicas, difícilmente podrá aspirarse a otra cosa que enlentecer el deterioro crónico. Con respecto a la posibilidad de extender todos los planteos aquí desarrollados a las demás formas de demencia, es difícil dar una respuesta. Podría ser que pese a las divergencias en la etiología orgánica, los factores psicológicos involucrados sean los mismos. Pero también podría ser que al igual que lo biológico, los factores psicológicos (que repito una vez más no es seguro que los haya) no sean los mismos en las distintas variantes de demencias. Y desde luego cabe la posibilidad así mismo de que hayan diferencias cuantitativas en la proporción del peso de los factores orgánicos y psicológicos en las series etiológicas de las distintas demencias (además de en las peculiaridades de cada caso). De todas formas si bien lo orgánico pone límites y dificultades a la intervención psicológica, no por eso deben bajarse los brazos. Retomando a Freud, vemos que en “Tratamiento psíquico...” el autor plantea que el tratamiento psíquico (la psicoterapia) significa tratamiento desde el alma (la psique) ya sea para perturbaciones anímicas como corporales, con recursos que de manera primaria e inmediata influyen sobre lo anímico. Plantea luego que un recurso de ese tipo es especialmente la palabra, a las cuales concibe como el instrumento esencial del tratamiento anímico. Más adelante el autor recalca la necesidad de considerar la dependencia de las condiciones anímicas al efectuar juicios sobre fenómenos corporales. Plantea que la relación entre lo corporal y lo anímico es de acción recíproca, pero en el pasado la acción de lo anímico sobre el cuerpo halló poco favor a los ojos de los médicos. El autor comenta que los médicos parecieron temer que si concedían cierta autonomía a la vida anímica se alejarían del terreno seguro de la ciencia (y podría agregarse también, el temor a perder su posición hegemónica). Muchos continuadores de Freud han diferenciado al psicoanálisis de la psicoterapia. En lo personal adhiero a la postura del fundador del psicoanálisis, según la cual el psicoanálisis es una psicoterapia. Como toda psicoterapia el psicoanálisis podría ser empleado en el tratamiento de enfermedades con manifestaciones predominantemente somáticas (y no solo anímicas). Se ha probado que patologías tan malignas como el cáncer, o con expresiones tan groseras como la psoriasis pueden tener una modificación crucial de su pronóstico en función de las viscicitudes de la vida anímica del enfermo. Más adelante en el texto, Freud propone que el tratamiento anímico puede entenderse como el empeño por provocar en el enfermo los estados y condiciones anímicas más favorables para su curación. Esto puede aplicarse tanto para las neurosis de transferencia4 como para toda clase de enfermedades, anímicas y orgánicas; aunque tomando distintas formas en cada afección. 4 Levantamiento de las represiones e integración de lo reprimido dentro del yo, acompañando esto por la concesión de algún tipo de satisfacción, o bien por la desestimación mediante el juicio adverso, según la elección que haga el yo maduro. Y también promover las condiciones más favorables para las funciones del yo como plantea Freud en “Análisis terminable e interminable”. Lo cual incluye, entre otras cosas, la reducción de las exigencias y críticas del superyó.