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Editorial
Cien años
de Aviación Militar
E
N su edición correspondiente al 13 de
marzo de 1911, el diario ABC de Madrid daba cuenta de los vuelos realizados la jornada del día anterior, señalando en
uno de sus párrafos: “Después subió en su aparato el piloto español Benito Loygorri, y saliendo a las seis y seis minutos de la Ciudad Lineal,
se remontó en el aire, y atravesando Madrid a
gran altura, llegó un cuarto de hora más tarde a
Carabanchel, donde fue recibido por el capitán
Sr. Kindelán y otros oficiales encargados de los
aeroplanos destinados al Ejército.”
Hasta la fecha, la atención e interés militar
se había dirigido hacia la aerostación, hacia las
aeronaves más ligeras que el aire, globos y dirigibles que, aun suponiendo un gran avance
táctico, quedaban limitados a una mera función de apoyo.
Sin embargo, un grupo selecto de oficiales
del Cuerpo de Ingenieros Militares, experimentados aerosteros, vislumbrando las posibilidades
que se les presentaban y, atentos a los pasos dados en otros países, convencieron a las más altas instancias de la nación y del Ejército para
que prestasen su atención, respaldo y apoyo.
Norteamericanos, franceses y británicos, entre otros, ya habían dado el paso de incorporar
a sus filas el avión como un elemento más de
sus arsenales, convirtiéndose en espejo y
ejemplo para personas inquietas y militares de
mentes abiertas.
A necesidad operativa, el rápido desarrollo de los aparatos y de la técnica, junto al deseo irrefrenable de
romper todas las marcas y récords, proporcionaron un aliciente adicional que popularizó lo
aeronáutico en general, facilitando el empujón
que necesitaba la aviación para ponerse en
marcha, entendida ésta como el cuerpo militar
que utiliza aparatos más pesados que el aire
para la guerra.
Cuando el ingeniero civil Loygorri llegaba a
Carabanchel, en realidad lo hacía al aeródromo
de Cuatro Vientos, al que inauguraba con su
L
REVISTA DE AERONÁUTICA Y ASTRONÁUTICA / Marzo 2011
aterrizaje. Inmediatamente después, el 15 de
marzo de 1911, se iniciaba el primer curso de
pilotos militares, compuesto por Kindelán, Herrera, Arrillaga, Barrón y Ortiz de Echagüe.
Comenzaba de esta forma la aviación militar
en España.
A ellos les seguirían muchos otros, que se
forjarían como aviadores y militares en el entrenamiento diario, en las primeras operaciones en
las campañas de África o como protagonistas de
los grandes raids y proezas que adornaron desde
su inicio a nuestra Aviación.
OS alféreces de navío, Viniegra y
Chereguini, formaron parte del segundo curso de pilotos militares. Más
tarde, en 1917, se creó la Aviación Naval.
Los precursores fraguaron, quizá sin ser
plenamente conscientes, lo que con el tiempo
se ha venido en llamar espíritu aeronáutico.
Indudablemente, la atracción por la actividad
aérea y el desarrollo de la misma, generan al
que la practica, en una especial simbiosis,
unas nuevas coordenadas con las que evaluar
y perfeccionar el desempeño de los propios
cometidos en vuelo.
Sin embargo, en el ámbito castrense, el espíritu aeronáutico trasciende esta concepción,
aportando una nueva dimensión a la acción
militar, transformando el concepto de las operaciones y proporcionando una nueva perspectiva. Para ser partícipe del espíritu aeronáutico
no es necesario volar, sino tener la amplitud de
miras necesaria para pensar y concebir la acción desde el aire.
Los que iniciaron ese largo camino vestían
sus uniformes con orgullo y establecieron la
base necesaria para la posterior constitución
del Ejército del Aire, lo que nos llena de satisfacción a los que hoy formamos en sus filas,
al sabernos herederos de una arraigada tradición militar.
Los precursores forjaron la aviación militar,
un arma que causó cambios irreversibles en el
arte de la guerra.
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