Meditando el Evangelio 05 de Octubre 27º Domingo durante el año (Ciclo A) «Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos». Del Evangelio según san Mateo (Mt 21, 33-46) Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: "Escuchen esta parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera. Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: 'Respetarán a mi hijo'. Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: 'Éste es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia'. Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?". Le respondieron: "Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo". Jesús agregó: "¿No han leído nunca en las Escrituras: 'La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: ésta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos?'. Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos". Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta. REFLEXION UN PUEBLO QUE DÉ FRUTOS La parábola de los «viñadores homicidas» es, sin duda, la más dura que Jesús pronunció contra los dirigentes religiosos de su pueblo. No es fácil remontarse hasta el relato original que pudo salir de sus labios, pero probablemente no era muy diferente del que podemos leer hoy en la tradición evangélica. Los protagonistas de mayor relieve son, sin duda, los viñadores que arriendan la viña a su legítimo propietario para encargarse de trabajarla y hacerla producir. Pero su actuación es a todas luces siniestra. No se parecen en absoluto al dueño, que antes de entregar su viñedo tomó todos los recaudos y precauciones necesarios con solicitud y amor para que todo estuviera en orden y en perfectas condiciones. Pero llegado el tiempo de la vendimia, los viñadores no aceptan quedarse con la parte que en justicia les corresponde en su carácter de arrendatarios, y pretenden quedarse no sólo con toda la ganancia de lo producido sino que aspiran también a apoderarse de la misma viña. Quieren ser ellos los únicos dueños. Uno tras otro, van eliminando a los empleados que el propietario les envía con paciencia increíble. Y cuando como último recurso les envía a su propio hijo pensando en que a él sí lo respetarían, también lo arrojan fuera de la viña y lo matan. Porque su ambición y su única obsesión es quedarse con la herencia. Entonces, ¿qué puede hacer el dueño? Parecería que la única alternativa ante tanta bajeza y ruindad es la que sugieren los oyentes de Jesús: que acabe «con esos miserables» y arriende la viña a otros «que le entregarán el fruto a su debido tiempo». La conclusión de Jesús es tremenda y hasta trágica: «Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos». A partir de la destrucción de Jerusalén en el año setenta, la parábola fue leída como una confirmación de que la Iglesia había tomado el relevo de Israel, pero en realidad nunca fue interpretada como si en el «nuevo Israel» estuviera garantizada la fidelidad al dueño de la viña. Jesús no dice que la viña será entregada a la Iglesia o a una nueva institución, sino «a un pueblo que le hará producir sus frutos». El Reino de Dios no es la Iglesia ni tampoco es propiedad de la Iglesia. No hay que confundir la Iglesia con el Reino ni asimilar sin más ambas realidades, porque son distintas. En todo caso, la Iglesia debería orientarse hacia el Reino y contribuir a hacerlo realidad en el mundo conforme al proyecto de Jesús, pero sabemos perfectamente que eso no siempre ocurre. Por eso es importante aclarar también que el Reino no pertenece a la Jerarquía: ni al Papa, ni a los obispos, ni a los sacerdotes. Y tampoco es propiedad de estos teólogos o de aquellos. Nadie se ha de arrogar la pretensión de sentirse propietario de su verdad ni de su espíritu. El Reino de Dios lo dice claramente Jesús - está en «un pueblo que la hará producir sus frutos» de justicia y paz, de compasión y defensa de los últimos y de los que sufren. La mayor tragedia que puede sucederle al cristianismo de hoy y de siempre es que mate la voz de los profetas, que los obispos y sacerdotes se sientan dueños de la «viña del Señor» y que, entre todos, arrojemos al Hijo «fuera», ahogando su Espíritu. Cosa que ha pasado y sigue pasando, y que incluso se disfraza de “piedad”, de “virtud” y de “fidelidad” (vaya a saber a qué…). Pero a la luz del Evangelio de hoy, los cristianos deberíamos tomar conciencia de que si la Iglesia no ha respondido y no responde a las esperanzas y expectativas que ha puesto en ella su Señor, Él mismo, con su libertad soberana, desde siempre ha ido abriendo nuevos caminos de salvación y de Vida en pueblos y personas que producen los frutos del Reino.