La Novela Como Reflejo De La Sociedad VÍCTOR JIMÉNEZ Tom Wolfe, Todo un hombre, Ediciones B, Barcelona, 1999. ¿PUEDE ESTUDIARSE la sociedad francesa del siglo XIX y principios del XX sin haber leído a Balzac, Flaubert, Zola, Proust...? ¿O la sociedad norteamericana del siglo XX sin la lectura de Scott Fitzgerald, Truman Capote o Tom Wolfe...? No es que la literatura deba valorarse de manera positiva sólo como sucedáneo afortunado de la sociología —hay excelente literatura que elude, por muy buenas razones, ser explícita sobre la sociedad de la que ella y sus personajes son inevitablemente producto sino que se trata de obras que eligen como tema precisamente el de esa sociedad, sometida a una observación fascinada y fascinante. Y no es casual que los sociólogos se acerquen con avidez a ese universo literario, como Pierre Bourdieu ante Gustave Flaubert, cuya novela La educación sentimental no sólo se convierte en objeto de análisis de su obra Las reglas del arte, sino que inspira la construcción de una de las categorías de análisis más fecundas de Bourdieu: la distinción, palabra que no se quita de la boca un personaje secundario de La educación sentimental, monsieur de Cisy (y tema éste, el del novelista del siglo XIX como maestro del sociólogo del XX, que valdría la pena abordar en otra ocasión). Una novela de Zola, La jauría, es lectura recomendable para el que quiera mejorar su comprensión de la especulación urbana galopante que rehace una ciudad como París en la época de Napoleón Ill, bajo la conducción del barón Haussmann. Además de Walter Benjamin, autor de un hermoso ensayo sobre este episodio urbanístico, y de especialistas como Leonardo Benevolo, quien lo ha documentado muy bien, los personajes de Zola resultan indispensables para entender una sociedad entera decidida a construirse una escenografía de piedra tan suntuosa (y rentable) como la del París de los boulevards. Todo un hombre, de Tom Wolfe, tiene como personaje principal a un promotor inmobiliario, precisamente: Charlie Croker, responsable, como se dice en la novela, "del perfil arquitectónico de Atlanta", ciudad empeñada, y así lo repite su alcalde negro, Wes Jordan, en convertirse en una urbe cosmopolita a partir de la década de 1990. Algunos anticuados especuladores, como Croker lamentablemente, piensan que es elegante sostener, parasitariamente, una vieja plantación de la época esclavista —dedicada hoy sólo a la caza de la codorniz— como sello de distinción en el mejor estilo del Deep South, sin advertir que en los nuevos tiempos cosmopolitas del Sur tal asociación de estilos de vida no favorece a nadie, menos aún si uno vive en la ciudad de Martin Luther King. "Roger, estás a punto de ver cómo funciona de verdad la política en la ciudad", dice Wes Jordan al abogado —también negro— Roger White II, mientras se pone en marcha una curiosa operación, que tendría a estos dos personajes negros como artífices, para salvar a Charlie Croker de la bancarrota. Porque el dinero es todavía blanco en Atlanta, pero el poder político se ha vuelto ya negro (si bien con sombras blancas moviéndose entre bastidores), y uno y otro se necesitan a cada vuelta de la esquina. Las negociaciones entre ambos bandos nacen del realismo, desde luego, en una época y un lugar eñ el que el racismo se ha vuelto tan impresentable que no se puede rozar ni con el pétalo de un rumor la posibilidad de volver a los enfrentamientos del pasado. Lo que parecía fuente de eternos conflictos se muestra ahora como origen de una nueva forma de hacer política, simplemente: una especie de ballet al borde del abismo, sí, pero donde no faltan los virtuosos, preferibles desde luego a los mastodontes del pasado, que aún hacen retumbar el suelo south of the border, dicho sea de paso. ¿Podemos imaginar una novela mexicana con algún político o empresario como protagonista (los hay, y algunos de los lectores podrían identificar sin esfuerzo hasta una docena), orgulloso de su rancho decorativo instalado en el casco de una antigua hacienda colonial o porfiriana —real o simple look, como rasgo de distinción dinástica—, mientras algunos de sus nerviosos invitados siente el malestar de celebrar con su simple presencia tal homenaje rústico a los buenos viejos tiempos? No creo, porque tampoco abundan los historiadores que nos recuerden el significado de esas piedras (mientras en los Estados Unidos tienen más viva su historia interna de lo que suponemos acá). ¿Tardaremos mucho en leer una novela cuyos protagonistas sean los que han adquirido grandes fortunas mediante la especulación urbana nacida del crecimiento de la Ciudad de México? Es probable, porque no son muchas las historias (aunque algunas existen) que nos permitan imaginar el rostro y las costumbres de quienes se enriquecieron no sólo con las elegantes colonias porfirianas, sino también con Ciudad Satélite, el Pedregal, Santa Fe o —también de allí ha salido mucho dinero— Ciudad Nezahualcoyotl... Aunque algunos lectores podrían recordar sin mucho esfuerzo quizá una docena de apellidos que algo tienen que ver con esto. No se trata, en ningún caso, de imaginar aquí el origen de una literatura "de denuncia" —la de Wolfe no loes—, y en rigor las preguntas anteriores son sólo retóricas, y deberían servir únicamente para estimular en el lector mexicano la curiosidad hacia esta novela de Tom Wolfe. A diferencia de algunas de sus predecesoras decimonónicas la novela de Wolfe no tiene como tema importante al amor. Parecería que nadie ama a nadie, nunca, en esta novela. Los que no se aburren simplemente corren tras el poder, el dinero, el físico aceptable, el sexo o la pareja social, o buscan mediante una curiosa mezcla de filosofía estoica y religión estrambótica —con el mismo Zeus a la cabeza— dar un sentido a sus vidas. Y aquí está uno de los renglones en que la novela puede ver más lejos que las ciencias sociales, obteniendo así un valor literario específico al lado de su posible utilidad como testimonio de una época y un lugar. Esto es justamente lo que logra Todo un hombre. A los mexicanos, que tanto tenemos que ver con estos personajes de novela que son nuestros vecinos, nos debería interesar la lectura de ésta por causas que rebasan las estrictamente literarias, aunque éstas queden aquí muy bien representadas.